17ª semana del Tiempo Ordinario, lunes

Años impares

Ex 32, 15-24.30-34: El pecado de idolatría del pueblo. El becerro de oro. Dos concepciones de religión: una falsa y otra verdadera. Una que adora a las criaturas, llamemos ídolos, honores, riquezas, prestigio, fama...; y otra que adora al verdadero Dios en Jesucristo, que nos dejó el culto al que hemos de dedicarnos con la reactualización sacramental de su sacrificio redentor en la celebración de la Eucaristía, en los demás sacramentos y sacramentales, todo dirigido por su Iglesia santa.

Al final de esa lectura Moisés intercede por su pueblo prevaricador. Comenta San Agustín:

" El pueblo de Dios, después de haber visto tantos prodigios y milagros..., no obstante todo esto, pidió un ídolo, lo exigió, lo hizo, lo adoró y le ofreció sacrificios. Indica Dios a su siervo lo hecho por el pueblo y promete hacerlo desaparecer delante de sus ojos. Intercede Moisés... ; se adhiere a los pecadores y pide por ellos. ¿Y cómo pide? ¡Gran prueba de amor, hermanos! ¿Cómo pide? Ved aquella prueba de amor materno del que hemos hablado con frecuencia.

" Cuando Dios amenazaba al pueblo sacrílego, se estremecieron las piadosas entrañas de Moisés y se puso en su lugar ante la ira de Dios: "Señor, dijo, si le perdonas el pecado, perdónaselo; de lo contrario bórrame del libro que has escrito" (Ex,32, 31-32). ¡Con qué entrañas a la vez paternales y maternales, con cuánta seguridad dijo esto, confiando en la justicia y misericordia de Dios!. Para que siendo justo no perdiera al justo, y siendo misericordioso perdonara a los pecadores " (Sermón 88).

– El Salmo 105 nos ofrece materia para meditar y reflexionar aún más sobre el contenido de la lectura anterior: " Dad gracias al Señor, porque es bueno... En Horeb se hicieron un becerro, adoraron un ídolo de fundición, cambiaron su gloria por un toro que come hierba. Se olvidaron de Dios, su Salvador... Dios hablaba ya de aniquilarlos, pero intercedió Moisés... " El Salmo es un poema histórico que sintetiza la historia de Israel. Nosotros tenemos mucho que aprender de él. También nos hacemos con frecuencia ídolos de fundición: el poder, las riquezas, los honores, la fama..., y miles de manifestaciones del amor propio. Pero Dios, siempre misericordioso, nos aguarda, espera la hora de la conversión, del arrepentimiento, como el Padre esperaba al hijo pródigo de la reina de las parábolas. Donde abundó el delito, sobreabundó la gracia, nos enseña San Pablo.

Años pares

Jr 13, 1-11: El pueblo será como ese cinturón que ya no sirve para nada. Con un gesto profético, Jeremías da a en-tender que Dios rechazará a Judá y a Jerusalén, puesto que su pueblo se ha apartado de Él.

La imagen del cinturón es elocuente. Yahvé ha hecho de Israel algo entrañablemente suyo, y este pueblo vive de la intimidad misma que Dios le propone. En cuanto Israel rompe sus compromisos con su Señor, pierde automáticamente su razón de ser, como el cinturón de cuero expuesto a la humedad. Así nos sucede también a nosotros. Nuestra filiación divina nos hace mucho más cercanos a Dios que el antiguo Israel, nos hizo el Señor más entrañablemente suyos; el pecado nos convierte en cinturón inservible. Desposeído de la gracia, por la que participamos en la propia naturaleza divina, coherederos con Cristo de su gloria..., todo lo perdimos.

Pero hemos de reaccionar vigorosamente contra esa situación tan calamitosa y arrepentirnos de nuestros pecados. El Señor siempre nos aguarda con gran misericordia.

– Lo mismo sigue en el canto responsorial, tomado del Deuteronomio 32: " Despreciaste a la Roca que te engendró... olvidaste a Dios. Lo vio el Señor e, irritado, rechazó a sus hijos e hijas... Son una generación depravada... Se han hecho un dios ilusorio... Ídolos vacíos ". ¡Cuántas veces podría dirigirnos el Señor esas mismas quejas. Siempre que pecamos nos ponemos en las mismas circunstancias que Israel. Dice San Agustín:

" Todo lo que quieres y deseas es bueno. No quieres tener una bestia mala, un siervo malo, un vestido malo, una villa mala, una casa mala... Todo lo quieres bueno, pues sé tú también bueno que todo lo quieres bueno. ¿Dónde has tropezado, para que entre todas las cosas buenas que quieres, sólo tú quieres ser malo " (Sermón 297).

Evangelio

Mt 13, 31-35: El grano de mostaza se hace arbusto... Así el Reino de los cielos, pequeño al principio y luego esplendoroso. San Juan Crisóstomo comenta esta parábola:

" ¿Quiénes, pues, y cuántos serán los que crean? A fin de quitarles este temor, incítalos a la fe por medio de esta parábola del grano de mostaza y les hace ver que, de todos modos, se propagaría la predicación del Evangelio. De ahí que les ponga delante la imagen de una legumbre muy propia para el objeto que el Señor se proponía... Quiso el Señor dar una prueba de su grandeza, pues así exactamente sucederá con la predicación del Reino de Dios. Y, a la verdad, los más débiles, los más pequeños entre los hombres, eran los discípulos del Señor; mas como había entre ellos una fuerza grande, desplegóse ésta y se difundió por todo el mundo " (Homilía 46, 2 sobre San Mateo).