19ª semana del Tiempo Ordinario, jueves

Años impares

Jos 3, 7-10.11.13-17: Lo mismo que en el mar Rojo sucede ahora en el Jordán. Lo atravesaron a pie enjuto. La travesía del Jordán se presenta como una procesión litúrgica. Se diría que el paso del río se reduce a llevar el arca de una orilla a otra del río. No se presta atención más que a ello.

En ese capítulo se le menciona diecisiete veces y el pueblo recibe órdenes precisas para ir delante de ella en señal de veneración. Es como si el mismo Yahvé entrase solemnemente en el país prometido. Gran sentido de lo sagrado. Las aguas se detienen. Resplandece aquí de modo especial la presencia de Dios en medio de su pueblo. En medio de nosotros está Cristo en la Eucaristía. Hemos de ser conscientes de esa verdad y actuar en consecuencia.

– Rezamos con el Salmo 113: " Cuando Israel salió de Egipto, los hijos de Jacob, de un pueblo balbuciente, Judá fue su santuario, Israel fue su dominio. El mar al verlos huyó, el Jordán se echó atrás... ¿Qué te pasa, mar, que huyes, a ti, Jordán, que te echas atrás? " Las maravillas de Dios obradas en el Antiguo Testamento se renuevan y aventajan en el Nuevo Testamento, y en el tiempo de la Iglesia son realizadas por Dios en cada una de las almas, que son otros tantos santuarios en los que Dios habita.

Cristo enseña a los hombres a confiar en el Padre celestial y otorga a todos una bendición sobreabundante, comunicando a los hombres su misma vida divina.

Años pares

Ez 12, 1-12: Emigra a la luz del día, a la vista de todos: Dios invita al profeta a que imite la emigración a fin de anunciar la futura deportación y el destierro, y de modo especial el ocaso del reinado de Sedecías, el último rey de Judá. Es el castigo de aquellos que " tienen ojos para ver y no ven; y oídos para oír y no oyen ". Con estas palabras repetidas varias veces, reprocha Cristo el desinterés de algunos de sus oyentes ante las realidades de lo alto que les enseña.

La emigración es constante en nuestros tiempos: campos absorbidos por las ciudades; países pobres por los ricos; ciudades en paro por las de mucho trabajo... Es un signo de las limitaciones del hombre. Todo desplazamiento viene a ser como un desarraigo de la persona. El cristiano debe ver todo esto con un criterio sobrenatural: llevar la cruz, acogida al hermano, caridad constante en unos y en otros... Así contribuimos a hacer una humanidad más conforme a los mandatos de Dios y a Dios mismo. Se ha de dar en la Iglesia una preocupación grande para que la vida espiritual y la práctica religiosa de los emigrantes no decaigan, sino que se vivifiquen.

– Con el Salmo 77 proclamamos: " No olvidéis las acciones de Dios... Tentaron a Dios Altísimo y se rebelaron, desertaron y traicionaron... Dios los oyó y se indignó... entregó su pueblo a la espada "... La historia de Israel, resumida en este Salmo, es una historia de Alianza de Dios con su pueblo, marcada por la fidelidad inquebrantable de Dios y por las infidelidades humanas. Es ocasión de hacer una gran revisión de vida. ¿hay en nosotros infidelidades? Volvámonos a Dios, que es un Padre misericordioso y nos perdona siempre. Es San Pablo quien nos dice que todo lo del Antiguo Testamento sucedió como ejemplo para nosotros, para nuestra vida de cristianos (1Co 10, 11-13). Aceptemos con humildad esas lecciones y actuemos en consecuencia: correspondamos con un mayor amor a los beneficios inmensos que Dios nos otorga.

Evangelio

Mt 18, 21-19, 1: Perdón constante. Jesucristo indica a Pedro que se ha de perdonar sin límites, sin medida y eso mismo enseña con la parábola del rey que quiso ajustar las cuentas. Comenta San Agustín:

" Ved, hermanos, que la cosa está clara y que la amonestación es útil. Se debe, pues, la obediencia realmente salutífera para cumplir lo mandado. En efecto, todo hombre al mismo tiempo que es deudor ante Dios tiene a su hermano por deudor... Se queremos que se nos perdone a nosotros, hemos de estar dispuestos a perdonar todas las culpas que se cometan contra nosotros " (Sermón 83, 2 y 4).

San Jerónimo comenta:

" Sentencia temible si el juicio de Dios se acomoda y cambia de acuerdo a las disposiciones de nuestro espíritu. Si no perdonamos una pequeñez a nuestros hermanos, las cosas grandes no nos serán perdonadas por Dios. Como cada uno puede decir: "Yo no tengo nada contra él, él sabe, tiene a Dios por juez, no me importa lo que quiere hacer, yo le he perdonado", el Señor confirma su sentencia y destruye totalmente la simulación de una paz fingida diciendo: "Si cada uno no perdona de corazón a su hermano" " (Comentario al Evangelio de Mateo 18, 35).