22ª semana del Tiempo Ordinario, miércoles

Años impares

Col 1, 1-8: El mensaje de la verdad ha llegado al mundo entero. San Pablo agradece a Dios la fe, el amor y la esperanza de los colosenses. El Apóstol exalta la esperanza de lo que Dios les tiene reservado en el cielo. Cristo nos anuncia en cada página del Evangelio un mensaje de esperanza; más aún, Él mismo es nuestra esperanza. El objeto de la esperanza es la herencia incorruptible (1P 1, 4). Oigamos a San Basilio:

" El único motivo que te queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en Cristo " (Homilía 20 sobre la humildad).

Dice San León Magno:

" El pueblo cristiano es invitado a gozar de las riquezas del paraíso, y a todos los regenerados les ha quedado abierto el regreso a la patria perdida, a no ser que ellos mismos se cierren aquel camino que puede ser abierto por la fe de un ladrón " (Sermón 15 sobre la Pasión).

San Cirilo de Jerusalén enseña:

" La esperanza del premio conforta al alma para realizar las buenas obras " (Catequesis 48, 18).

– A esta esperanza nos lleva el Salmo 51: " Confío en tu misericordia por siempre jamás... Te daré siempre gracias, porque has actuado. La obra de Dios en el universo, en la redención y en la santificación de las almas debe llenarnos de confianza en Él. Junto a Dios tenemos seguridad en todo. La inseguridad nace cuando se debilita la fe. Recordemos a San Pedro andando sobre el agua... " Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada...? En todo esto vencemos por aquel que nos amó. Ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios " (Rm 8, 31 ss).

Años pares

1Co 3, 1-9: Colaborar con Dios en el apostolado. Divisiones entre los corintios por su apego a las cosa de aquí abajo. Los predicadores son los siervos y colaboradores de Dios. No actúan en su propio nombre; hablan porque han sido llamados y porque tendrán que rendir cuentas a Dios. San Juan Crisóstomo advierte:

" El mal comportamiento es un obstáculo para conocer la verdad. Lo mismo que un hombre obcecado en el error no puede perseverar largo tiempo en el camino recto, también es muy difícil que quien vive mal acepte el yugo de nuestros sublimes misterios. Para abrazar la verdad hay que estar desprendido de todas las pasiones... Esta libertad del alma ha de ser completa, para alcanzar la verdad " (Homilía sobre I Cor 3, 5).

Es muy lamentable que por dejarnos llevar de principios humanos permanezcamos aún en una fase de embotamiento. Esto es lo que hace que no acojamos al predicador en todo lo que él es, por antipatías humanas, con lo cual se crean divisiones en la Iglesia. No estamos preparados para tomar los alimentos sólidos de que habla el Apóstol.

– Con el Salmo 32 proclamamos: " Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad... Él modeló cada corazón y comprende todas sus acciones... Nosotros aguardamos al Señor, Él es nuestro auxilio y escudo, con Él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos ". A nosotros nos ha confiado el Señor la misión de realizar su palabra. Hemos conocido el plan de Dios como un bien inmenso, por eso hemos de difundirlo por doquier con todos los medios puestos a nuestro alcance, especialmente con la oración, el sacrificio, las obras buenas y nuestro ejemplo, si no podemos comunicarlo con nuestra palabra. Todo lo esperamos de Él.

Evangelio

Lc 4, 38-44: Tiene la misión de proclamar la buena nueva en todas partes. Cristo nos da ejemplo de la misión universal de su mensaje. Todos los hombres están llamados a formar parte del Pueblo de Dios, que ha de extenderse a todo el mundo y en todos los tiempos. Comenta San Ambrosio:

" Tal vez, en esta mujer, suegra de Simón estaba figurada nuestra carne, enferma con diversas fiebres de pecados y que ardía en transportamientos desmesurados de diversas codicias... Nuestra fiebre es la lujuria, nuestra fiebre es la cólera; que, aunque sean vicios de la carne hacen penetrar su fuego en los huesos, afectan al espíritu, al alma y a los sentidos " (Comentario a San Lucas 4, 63).

Para esto envió Dios a su Hijo, a quien constituyó heredero de todo, para que sea Maestro, Rey y Sacerdote de todo, Cabeza del pueblo nuevo y universal de los hijos de Dios. Para esto envió Dios el Espíritu de su Hijo, Señor y vivificador, quien es para toda la Iglesia y para todos y cada uno de los creyentes el principio de su asociación y unidad en la doctrina de los apóstoles, en la mutua unión, en la fracción del pan y en la oraciones. Todo esto debe llevarnos a una íntima comunión con Cristo y su mensaje.