– 1Tm 1, 15-17: Vino para salvar a los pecadores. San Pablo se considera el primero de ellos. Comenta San Agustín:
" Se había extraviado el hombre por su libre albedrío; vino el Dios hombre por su gracia liberadora. ¿Quieres saber lo que vale para el mal el libre albedrío? Centra tu atención en el hombre pecador. ¿Quieres saber lo que vale el auxilio del Dios hombre? Considera la gracia liberadora que hay en Él. En ningún lugar se pudo manifestar y expresar más claramente que en el primer hombre el poder real de la voluntad humana usurpada por la soberbia, para evitar el mal sin la ayuda de Dios. He aquí que pereció el primer hombre; pero, ¿dónde estaría si no hubiera venido el segundo? Porque era hombre aquél es hombre también éste... Con toda seguridad, en ningún lado aparece la benignidad de la gracia y la libertad de la omnipotencia de Dios como en el hombre mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús " (Sermón 174, 2).
– Con esta consideración de nuestra liberación del pecado, cantamos al Señor, llenos de alegría, con el Salmo 112: " Bendito sea el nombre del Señor por siempre... Alabemos el nombre del Señor. Desde la salida del sol hasta el ocaso alabado sea el nombre del Señor. El Señor se eleva sobre todos los pueblos, su gloria sobre el cielo. ¿Quién como el Señor, Dios nuestro, que se abaja para mirar al cielo y a la tierra? Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre ". En realidad desvalidos y sentados en la basura estábamos nosotros por el pecado y nos alzó a la vida de la gracia y nos hizo coherederos suyos de la gloria.
– 1Co 10, 14-22: Todos formamos el Cuerpo místico de Cristo por la gracia y nos alimentamos del Pan de la Eucaristía. Unidad en la Iglesia. Comenta San Agustín:
" Este pan que vosotros veis sobre el altar, santificado por la palabra de Dios, es el Cuerpo de Cristo. Este cáliz, mejor, lo que contiene el cáliz, santificado por la palabra de Dios, es la Sangre de Cristo. Por medio de estas cosas quiso el Señor dejarnos su Cuerpo y su Sangre, que derramó para remisión de nuestros pecados. Si lo habéis recibido dignamente, vosotros sois eso mismo que habéis recibido. Dice en efecto el Apóstol: "nosotros somos un sólo cuerpo"... En este Pan se os indica cómo habéis de amar la unidad " (Sermón 227, 1).
Y San Juan Crisóstomo:
" ¿Qué es en realidad el Pan? El Cuerpo de Cristo. ¿Qué se hacen los que comulgan? Cuerpo de Cristo " (Homilía sobre I Cor 10, 16-17).
– Con el Salmo 115, decimos, una vez más: " Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré el cáliz de la salvación invocando su nombre ". En la Santa Misa damos al Señor las gracias más eficaces que podíamos dar. Necesariamente agrada al Señor, pues es la reactualización sacramental del sacrificio de Cristo en la cruz. Esto satisface plenamente al Señor. Por eso hemos de participar siempre en la celebración eucarística con toda nuestra alma.
– Lc 6, 43-49: No solo en decir: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos " (Mt 7, 21). Oigamos a San Juan Crisóstomo:
" Si no me hubiera retenido el amor que os tengo, no hubiera esperado hasta mañana para marcharme. En toda ocasión yo digo al Señor: Señor, hágase tu voluntad, no lo que quiera éste o aquél, sino lo que Tú quieres que se haga. Éste es mi alcázar, ésta es mi roca inamovible, éste es mi báculo seguro. Si esto es lo que quiere Dios, que se haga. Si quiere que me quede aquí, le doy gracias. En cualquier lugar donde me mande le doy gracias también " (Homilía antes del exilio 1-3).
" Esforcémonos en guardar sus mandamientos, para que su Voluntad sea nuestra alegría " (Carta de Bernabé 2).