– 1Tm 3, 14-16: Grande es el misterio que veneramos: la obra de Cristo en favor de la salvación de los hombres. La comunidad cristiana es el nuevo templo, el nuevo sacerdocio que es ejercido de modo especial por el sacerdocio ministerial. La Carta a los Hebreos trata de esa liturgia nueva que es toda la comunidad cristiana que se dirige en una procesión solemne hacia el monte Sión, la Jerusalén celeste. San Ireneo escribe:
" No hemos llegado al conocimiento de la economía de nuestra salvación si no es por aquellos por medio de los cuales nos ha sido transmitido el Evangelio. Ellos entonces lo predicaron, y luego, por voluntad de Dios, nos lo entregaron en las Escrituras, para que fueran columna y fundamento de nuestra fe (1Tm 3, 15). Y no se puede decir, como algunos tienen la malicia de decir, que ellos predicaron antes de que alcanzaran el conocimiento perfecto. Los cuales se glorían de enmendar a los mismos apóstoles. Porque, después de que nuestro Señor resucitó de entre los muertos..., fueron llenados de todos los dones y alcanzaron el conocimiento perfecto " (Contra las herejías 3, 1, 1-2).
– Por eso damos gracias al Señor de todo corazón con el Salmo 110 en compañía de los rectos, en la asamblea litúrgica: " Grandes son las obras del Señor, dignas de contemplación para los que las aman. Esplendor y belleza son sus obras, su generosidad dura por siempre, ha hecho maravillas memorables, da alimento a sus fieles (la Eucaristía), recuerda siempre su alianza (en Cristo, con pacto sellado por su sangre redentora); muestra a su pueblo la fuerza de su obrar (la Redención) ". El Señor es con toda verdad piadoso y clemente ". La Iglesia tiene que vivir y proclamar sobre la tierra el misterio del Hombre-Dios. La Eucaristía cumple su misión entre los hombres debido a que engendra a los miembros de la verdadera humanidad aunándolos en la unidad familiar del Padre, la Casa del Dios vivo, al mismo tiempo que los envía a sus responsabilidades humanas.
– 1Co 12, 31-13, 13: La mayor de todas es el amor. El gran himno de la caridad. La lección esencial de este pasaje consiste en la manera en que San Pablo supera todas las definiciones humanas del amor, comprendidas también aquéllas que están más espiritualizadas y hasta las que son más heroicas.
Si San Pablo canta un amor tan distinto de los comportamientos humanos y que, sin embargo, es un acto humano, es porque nuestra conducta no se apoya en un catálogo de actos o en una obligación meramente legal, sino en la presencia activa de Jesucristo en nosotros, con todo lo que esto supone en el cumplimiento de su amor. Comenta San Agustín:
" Quien abandona la unidad, viola la caridad, y quien viola la caridad, tenga lo que tenga, es nada. Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, aunque conozca todos los misterios, aunque tenga toda la fe hasta transplantar los montes... si no tiene caridad nada es y de nada le vale. Inútilmente posee cuanto posee, quien carece de aquella única cosa que hace útil todo lo demás. Abracémonos, pues, a la caridad, esforcémonos en guardar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz " (Sermón 88, 21).
San Gregorio Magno enseña:
" El amor es paciente, porque lleva con ecuanimidad los males que le infligen. Es benigno porque devuelve bienes por males. No es envidioso porque como no apetece nada en este mundo, no sabe lo que es envidiar las prosperidades terrenas. No obra con soberbia, porque anhela con ansiedad el premio de la retribución interior y no se exalta por los bienes exteriores. No se jacta, porque solo se dilata por el amor de Dios y del prójimo e ignora cuanto se aparta de la rectitud. No es ambicioso, porque, mientras con todo su ardor anda solícito de sus propios asuntos internos no sale fuera de sí para desear los bienes ajenos. No busca lo suyo, porque desprecia como ajenas cuantas cosas posee transitoriamente aquí abajo, ya que no reconoce como propio más que lo permanente.
" No se irrita, y, aunque las injurias vengan a provocarle, no se deja conmover por la venganza, ya que por pesados que sean los trabajos de aquí, espera para después premios mayores. No toma en cuenta el mal, porque ha afincado su pensamiento en el amor de la pureza, y mientras que ha arrancado de raíz todo odio, es incapaz de alimentar en su corazón ninguna aversión. No se alegra por la injusticia, ya que no alimenta hacia todos sino afecto y no disfruta con la ruina de su adversarios. Se complace con la verdad, porque amando a los demás como a sí mismo, cuanto encuentra de bueno en ellos le agrada como si se tratara de un aumento de su propio provecho " (Morales sobre el libro de Job 10, 7, 8, 10).
– " Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad ". Así cantamos con el Salmo 32. " Demos gracias a Dios con la cítara. Toquemos en su honor con el arpa de diez cuerdas, cantémosle un cántico nuevo acompañando los vítores con bordones. Él nos ha enseñado el camino recto del amor. La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales. Él ama la justicia y el derecho y su misericordia llena la tierra. Somos pueblo del Señor. Él nos rescató de la esclavitud. Su misericordia es eterna ".
– Lc 7, 31-35: Cristo se duele de la incredulidad del pueblo. No creyó ni en Juan Bautista ni en Él. Se escandalizan de Él. Comenta San Ambrosio:
" Aunque no es incongruente con el carácter de los niños que, no teniendo aún la sabia gravedad de la edad madura, agitan y mueven su cuerpo a la ligera, sin embargo, pienso que se puede entender esto en un sentido más profundo: es que los judíos no han creído primero en los Salmos, ni luego en las lamentaciones de los profetas: los Salmos invitaban a las promesas, las lamentaciones los apartaban de los errores... Toma tú la cítara, a fin de que tocado por el plectro (o palillo) del Espíritu, la cuerda de tus fibras interiores den el sonido de la buena obra. Toma el arpa, a fin de que produzca el acorde armoniosos de vuestras palabras y vuestros actos. Coge el tamborín, para que el espíritu haga cantar interiormente el instrumento de tu cuerpo y que el ejercicio de tu actividad traduzca la amable dulzura de nuestras costumbres " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, lib. VI, 5-10).