– Ne 8, 1-4.5-67-12: Esdras abrió el libro de la Ley, pronunció la bendición y el pueblo respondió: Amen. Amén. La Palabra ocupa en todo este relato un lugar esencial: convoca al pueblo, se lee durante siete días, es traducida y comentada. Los organizadores velan por su comprensión y la adhesión de los fieles. La Palabra es, por lo mismo, elemento constitutivo de la asamblea litúrgica. También en el cristianismo tiene un relieve especial. San Cipriano escribe:
" En los juicios, en las oraciones de los tribunales, hágase ambiciosa ostentación de las riquezas de la elocuencia. Mas cuando se habla de Dios, la pura sinceridad de las palabras no estriba en las fuerzas de la elocuencia para los argumentos de la fe, sino en las cosas. Toma no sentencias discretas, sino fuertes; no las adornadas con expresiones cultas para halagar a los oídos del pueblo, sino verdades desnudas y sencillas para predicar la benignidad divina " (Carta I a Donato).
San Juan Crisóstomo dice:
" Meditad las Escrituras. No quiere Jesucristo que nos contentemos con la simple lectura de las Escrituras, sino que profundizando, por decirlo así, hasta la médula, saquemos toda la sustancia, pues acostumbra la Escritura a encerrar en pocas palabras una infinidad de sentidos " (Homilía 37 sobre el Génesis, 104).
Y San Cirilo de Alejandría:
" La Sagrada Escritura nos enseña cuál es la fuerza del amor a Jesucristo nuestro Señor: también nos lo enseñó Éste por sí mismo, cuando dijo: "El que me ama, que me siga y esté conmigo, por todas partes por donde yo estuviera". Porque es preciso que siempre estemos en su presencia: que le amemos, que le sigamos por todas partes, y que no nos alejemos jamás de Él. Todo esto lo cumpliremos, si buscamos su gloria " (Homilía 3, 13).
– Con el Salmo 18 decimos: " Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón. La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. La norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos. Son más preciosos que el oro fino, más dulces que la miel de un panal que destila ". Por eso hemos de amarlos y observarlos totalmente.
– Jb 19, 21-27: Yo sé que mi Redentor está vivo. Job implora la piedad de sus amigos, que se encarnizan contra él en el momento de la prueba. Proclama su fe en Dios, el único Viviente, que acabará haciéndole justicia. Escribe San Jerónimo:
" Job, dechado de paciencia, ¿qué misterios no contiene en sus palabras? Empieza en prosa, prosigue en verso y termina nuevamente en prosa, y fija las reglas de toda dialéctica en el modo de utilizar la proposición, la inducción, la confirmación y la conclusión. Cada palabra está llena de sentidos, y para no decir nada de otros puntos, profetiza de tal manera la resurrección de los cuerpos, que nadie ha escrito de ella ni más clara ni más prudentemente; dice: "sé que mi Redentor vive y que al fin he de levantarme otra vez de la tierra. Y otra vez he de rodearme de mi piel y en mi carne veré a Dios y lo veré yo mismo, y lo contemplarán mis ojos y no otro. Esta esperanza ha sido puesta en mi interior" (Jb 19, 25-27) (Carta 53, 8 a Paulino, presbítero).
– Es un gran consuelo meditar estas palabras con el Salmo 26: " Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. Escúchame, Señor, que te llamo, ten piedad de mí, respóndeme. Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que Tú eres mi auxilio; no me deseches... Espera en el Señor; sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor ". Comenta San Agustín:
" Tu rostro buscaré, Señor... Magnífico, nada puede decirse más excelente... Todo lo que existe fuera de Dios no es deleite, para mí. Quíteme el Señor todo lo que quiera darme y déseme Él " (Comentario al Salmo 26, 8).
– Lc 10, 1-12: Vuestra paz descansará sobre ellos. Nótese la importancia de acoger a los mensajeros del Señor. Comenta San Ambrosio:
" Hay otra virtud que se desprende de este pasaje, y es la de no pasar de una cosa a otra llevado de un sentir vagabundo, y eso con el fin de que guardemos la constancia en el amor a la hospitalidad y no rompamos con facilidad la unión de una amistad sincera, antes bien llevemos ante nosotros el anuncio de la paz, de suerte que nuestra llegada sea secundada con una bendición de paz, contentándonos con comer y beber lo que nos presentaren, no dando lugar a que se menosprecie el símbolo de la fe, predicando el Evangelio del Reino de los Cielos, y sacudiendo el polvo de los pies si alguien nos juzgase indignos de ser hospedados en su ciudad " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,64).