– Rm 8, 1-11: El Espíritu habita en nosotros. El hombre nuevo ha quedado libre del pecado y de la muerte por la ley del Espíritu, que hace nacer en él una vida nueva. Esto no lo podía hacer la ley judaica, pero sí la obra de Dios por su Hijo bienamado. Comenta San Agustín:
" "No hay condenación para los que están en Cristo Jesús" (Rm 8, 1). Aunque experimenten los deseos de la carne, a los que no dan consentimiento, y aunque existe en sus miembros la ley que se opone a la ley de su mente, intentando cautivarle, con todo no hay condenación para quienes están en Cristo Jesús, porque mediante la gracia del bautismo y el baño de regeneración quedaron liberados de la culpa con que habían nacido y de cualquier anterior consentimiento a los malos deseos. Sea que se trate de torpezas, sea que se trate de crímenes o de malos pensamientos o de malas palabras, todo se destruye en aquella fuente a la que entraste siendo siervo y de la que saliste siendo libre. No hay condenación ahora, pero sí la hubo antes. La condenación pasó de un hombre a todos. He aquí el mal de la generación y el bien de la regeneración... Lucha en la libertad, pero estate atento a no ser vencido y a no caer de nuevo en la servidumbre. Te fatigas en la lucha, pero gozarás en el triunfo " (Sermón 152, 3).
– Con el Salmo 23 meditamos y cantamos las maravillas que el Señor ha hecho con nosotros por el bautismo: " del Señor es la tierra y cuanto la llena, el orbe y todos sus habitantes. Él la fundó sobre los mares, Él la afianzó sobre los ríos. ¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su recinto sacro? El hombre de manos inocentes y puro corazón ".
Es lo que hizo el bautismo en nosotros. Por eso confiamos en el Señor, no en los ídolos, es decir, en dinero, fama, honores, poder, placer... Hemos recibido la bendición del Señor. Él nos ha justos con su amor misericordioso. Busquemos siempre al Señor, vengamos a su presencia. En Él encontraremos nuestra paz y nuestra felicidad.
– Ef 4, 7-16: Cristo es nuestra Cabeza. Él está a la derecha del Padre, y di-funde sus gracias y carismas en su Cuerpo místico para edificarlo, y hacerlo crecer y llegar a la plenitud. Dice Orígenes:
" Escuchad, pastores de las Iglesias, pastores de Dios, que siempre un ángel desciende del cielo y os anuncia que "os ha nacido hoy un Salvador, que es Cristo, el Señor" (Lc 2, 11). Porque los pastores de las Iglesias no podrán guardar el rebaño por ellos mismos, si no viene el Pastor. Falla su pastoreo si Cristo no apacienta con ellos y lo guarda con ellos. Leemos en el Apóstol: "somos cooperadores de Dios" (1Co 3, 9). El pastor bueno, que imita al Buen Pastor, es cooperador de Dios y de Cristo; y por eso mismo es un buen pastor aquel que, unido al mejor de los pastores, apacienta el rebaño. "Dios puso en la Iglesia apóstoles, profetas, evangelistas, pastores, doctores para la perfección de los santos" (1Co 12, 28; cf. Ef 4, 11-12) " (Homilía sobre el Evangelio de San Lucas 12, 2).
– Con el Salmo 21 vamos, llenos de alegría a la Casa del Señor, a la Iglesia, a la asamblea litúrgica... " Ya están pisando nuestros pies, tus umbrales, Jerusalén. Jerusalén está fundada, como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor ", y todos los pueblos unen su voz en la misma plegaria por la acción del Espíritu. Dóciles a su acción, con un solo corazón y una sola alma, alabamos el nombre del Señor y celebramos la Santa Eucaristía, sacrificio y alimento que da vida y nos une con todos los hermanos y con Cristo, nuestra Cabeza.
– Lc 13, 1-9: Si no nos convertimos de todo corazón, pereceremos. Nos lo avisa Jesús en la parábola de la higuera infructuosa. Y así lo comenta San Ambrosio:
" ¿Qué querrá significar el Señor al usar con tanta frecuencia en su evangelio la parábola de la higuera? En otro lugar ya has visto cómo, al mandato del Señor, se secó el verdor de este árbol (Mt 21, 19). De aquí has de concluir que el Creador de todas las cosas puede mandar que las diversas especies de árboles se sequen o tomen verdor en un instante. En otro pasaje Él recuerda que la llegada del estío suele conocerse porque surgen en el árbol retoños nuevos y brotan hojas (Mt 24, 32). En estos dos textos hay figurada la vanagloria que perseguía el pueblo judío y que desapareció como una flor, cuando vino el Señor, porque permanecía infructuosa en obras, y lo mismo que con la venida del estío se recolectan los frutos maduros de la tierra toda, así también, en el día del juicio, se podrá contemplar la plenitud de la Iglesia, en la que creerán los mismos judíos " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VII,160).