32ª semana del Tiempo Ordinario, martes

Años impares

Sb 2, 23-3, 9: Los insensatos pensaban que morían, pero ellos están en la paz. Dios creó al hombre para la inmortalidad. El pecado es obra del diablo. Las almas de los justos, que han tenido que sufrir pruebas en este mundo, resplandecerán en la luz inmortal, en el día del juicio. No se acaba todo con la muerte y aquel que busca el premio, ha de mirar y confiar en el Señor. Los justos disfrutarán de la retribución que esperaron, y los perseguidores se encontrarán delante de sus víctimas, que les perdonaron.

Solo Dios puede condenar. Podemos ir a la muerte con la confianza de que Dios es nuestro Padre, que quiere que " todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad ". Los que en Él confían conocerán la verdad y los fieles permanecerán con Él en el amor, porque sus elegidos encontrarán gracia y misericordia. Seremos examinados en el amor, y si aprobamos ese examen, moraremos perpetuamente en la mansión del Amor, porque " Dios es Amor ".

– Con el Salmo 33 bendecimos al Señor en todo momento: su alabanza ha de estar siempre en nuestros labios, nuestra alma se gloría en el Señor, que los humildes lo escuchen y se alegren. Los ojos del Señor miran a los justos, sus oídos escuchan sus súplicas, pero Él se enfrenta con los malvados. Cuando uno suplica al Señor, Él lo escucha y lo libra de sus angustias. El Señor está con los atribulados, salva a los abatidos, que confían en Él.

Es momento de revisar nuestra vida: ¿nos olvidamos de Dios? ¿vivimos con Él? ¿vamos a veces al margen de Él o contra Él? Es momento también de orar por la conversión de los pecadores.

Años pares

Tt 2, 1-8.11-14: Llevemos una vida religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición de nuestro Dios y Salvador, Jesucristo. La educación de la fe urge desde que el hombre despierta a la novedad del cristianismo. Esta novedad debe iluminar todos los aspectos de la vida personal, familiar, comunitaria. Y solo desde la Cruz de Cristo, muriendo al hombre viejo, es como podemos vivir la vida nueva del Resucitado, que nos comunica la gracia divina.

En una época en la que el hedonismo, el consumismo, campea a sus anchas, hemos de manifestar con palabras y hechos que somos discípulos del Crucificado. No queremos ser educados por el mundo, sino que pretendemos educar al mundo en los principios de la fe vivificada por la doctrina y ejemplos de Cristo. Ésta es la misión que se ha de realizar en el mundo de hoy y de siempre. Sin esto escamoteamos una de las dimensiones fundamentales de la vida cristiana.

– Con el Salmo 36 proclamamos que el Señor es el que salva a los justos. En Él hemos de confiar, así es como haremos el bien en torno nuestro, así practicaremos la lealtad. El Señor ha de ser nuestra delicia. Él nos dará lo que pide nuestro corazón. Él vela por los días de los buenos, asegura los pasos de los hombres, y se complace en sus caminos, cuando siguen los principios y normas del Evangelio, las enseñanzas de la cruz de Cristo. Así es como nos apartaremos del mal y haremos el bien. Así es como se aniquilará en nosotros el amor propio, que es la fuente de todo mal. Así es como caminaremos por la mansedumbre y el fruto será poseer la tierra y heredar luego la gloria eterna.

Evangelio

Lc 17, 7-10: Guardemos la humildad en todas nuestras acciones, a ejemplo de Cristo, de la Virgen y de los Santos. Somos unos pobres siervos; hemos hecho lo que teníamos que hacer. Comenta San Ambrosio:

" Vive en consecuencia con la convicción de que eres un siervo al que han encomendado muchos trabajos. No te creas más de lo que eres porque eres llamado hijo de Dios -debes reconocer sí la gracia, pero no debes echar en olvido tu naturaleza-, ni ha de envanecerte el haber servido con fidelidad, ya que ése era tu deber. El sol realiza su labor, obedece también la luna, los ángeles sirven... Por tanto, no pretendamos nosotros alabarnos a nosotros mismos, ni nos anticipemos al juicio de Dios, ni nos adelantemos a la sentencia del juez, antes bien, esperemos a su día y a su juicio " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VIII,32).

No podemos, no debemos glorificarnos a nosotros mismos, sino que hemos de glorificar a Dios con nuestras palabras y con nuestras obras. Sin Él nada podríamos haber hecho.