33ª semana del Tiempo Ordinario, lunes

Años impares

1M 1, 11-16.43-45.57-60: Apostasía en Israel y reacción en un grupo de fieles. A lo largo de la antigua historia de la salvación, la fidelidad divina se revela inmutable, y contrasta con la constante infidelidad del hombre. En la plenitud de los tiempos, Cristo, el testigo fiel de la verdad, comunica a los hombres la gracia de que está lleno, haciéndolos capaces de merecer la corona de vida, y de imitar su fidelidad hasta la muerte. Pero, también antes de Cristo se encontraron en Israel grupos elegidos de almas fieles, que prefirieron morir antes que quebrantar la ley, como se recuerda en esta lectura de hoy.

– Con algunos versos del Salmo 118 reafirmamos nuestra fidelidad a los mandamientos de Dios, y pedimos la liberación de los malvados: " Dame vida, Señor, y guardaré tus decretos. Sentí indignación ante los malvados, que abandonan tu voluntad. Los lazos de los malvados me envuelven, pero no olvido tu voluntad. Líbrame de la opresión de los hombres y guardaré tus decretos. Ya se acercan mis inicuos perseguidores, están lejos de tu voluntad. La justicia está lejos de los malvados, que no buscan tus leyes. Viendo a los renegados sentía asco, porque no guardan tus mandatos ".

Años pares

Ap 1, 1-4; Ap 2, 1-5: No nos enfriemos en el amor. Cristo, autor de la Nueva Alianza, es el Primogénito de toda criatura, en cuanto que está por encima de todo otro poder celeste o terrestre. San Cesáreo de Arlés escribe:

" En realidad todo lo que parece decir [el Señor] a las siete Iglesias se aplica a la única Iglesia extendida por toda la tierra, porque en el número siete se hace referencia a toda la plenitud. Así, pues, mediante los ángeles designa a la Iglesia; y en los ángeles muestra las dos partes, es decir, a los buenos y a los malos. Por ello no solo alaba, sino que también increpa, de modo que la alabanza se dirige a los buenos y la increpación a los malos. Así el Señor en el Evangelio ha designado a todo un cuerpo de propósitos como un solo siervo bienaventurado y malvado, que cuando venga será dividido por el mismo Señor (Mt 24, 51; Lc 12, 46).

" ¿Y cómo puede ser que un solo siervo sea dividido si, dividido, no puede vivir? Es que el único siervo significa todo el pueblo cristiano. Porque si el pueblo fuese enteramente bueno no sería dividido, pero como no solo contiene a los buenos sino también a los malos, por eso ha de ser dividido. Y los buenos oirán: "venid, benditos de mi Padre"...; pero los ladrones y los adúlteros, los que no han hecho misericordia, oirán: "apartáos de mí, malditos"... (Mt 25, 34 y 41). Todo lo que en el Apocalipsis se dice a cada una de las iglesias, hermanos muy queridos, conviene a cada uno de los hombres que forman parte de la Iglesia única " (Comentario al Apocalipsis 2, 5).

– Con el Salmo 1 decimos: " Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos, sino que su gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche. Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas, y cuanto emprende tiene buen fin. No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento; porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal ".

Evangelio

Lc 18, 35-43: Señor, que veamos. La obediencia amorosa de Cristo hasta entregar su vida inaugura en Él un Reino, que no es de este mundo. En toda su vida terrestre fue peregrino de la Jerusalén celestial. Así es también la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Ella peregrina en esta tierra continuamente en su afán cotidiano hasta la realización perfecta, más allá de la muerte. La Iglesia convoca a todo miembro suyo a ser un peregrino del Reino. Este peregrinar le lleva a dar su vida entera por la construcción del Reino. Ser peregrino del Reino es, en definitiva, seguir a Jesús, caminando iluminado por la luz de la fe. San Agustín se fija más en la curación del ciego:

" Gritaba el ciego cuando pasaba Jesús. Temía que pasara y no le curara. ¿Cómo gritaba? Hasta el punto de no callar, aunque la muchedumbre se lo ordenaba. Venció oponiéndose a ella, y voceando consiguió al Salvador. Al vocear la muchedumbre y prohibirle gritar, se paró Jesús, lo llamó y le dijo: "¿Qué quieres que haga?" Y él contestó: "Señor, que vea". "Mira, tu fe te ha salvado". Amad a Cristo. Desead la luz de Cristo. Si aquel ciego desea la luz corporal, ¡cuánto más debéis desear vosotros la del corazón! Gritemos ante Él no con la voz, sino con las costumbres. Vivamos santamente, despreciemos el mundo, consideremos como nulo todo lo que pasa " (Sermón 349, 5).