Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II

EL MISTERIO DE LA CREACION
(8.I.86)

1. En la indefectible y necesaria reflexión que el hombre de todo tiempo está inclinado a hacer sobre su propia vida, dos preguntas emergen con fuerza, como eco de la voz misma de Dios: "¿De dónde venimos?¿A dónde vamos?". Si la segunda pregunta se refiere al futuro último, al término definitivo, la primera se refiere al origen del mundo y del hombre, y es también fundamental. Por eso estamos justamente impresionados por el extraordinario interés reservado al problema de los orígenes. No se trata sólo de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos y ha aparecido el hombre, cuanto más bien en descubrir qué sentido tiene tal origen, si lo preside el caos, el destino ciego o bien un Ser transcendente, inteligente y bueno, llamado Dios. Efectivamente, en el mundo existe el mal y el hombre que tiene experiencia de ello no puede dejar de preguntarse de dónde proviene y por responsabilidad de quién, y si existe una esperanza de liberación. "¿Qué es el hombre para que de él acuerdes?", se pregunta en resumen el Salmista, admirado frente al acontecimiento de la creación (Sal 8, 5).

2. La pregunta sobre la creación aflora en el ánimo de todos, del hombre sencillo y del docto. Se puede decir que la ciencia moderna ha nacido en estrecha vinculación, aunque no siempre en buena armonía, con la verdad bíblica de la creación. Y hoy, aclaradas mejor las relaciones recíprocas entre verdad científica y verdad religiosa, muchísimos científicos, aun planteando legítimamente problemas no pequeños como los referentes al evolucionismo de las formas vivientes, en particular del hombre, o el que trata del finalismo inmanente en el cosmos mismo en su devenir, van asumiendo una actitud cada vez más partícipe y respetuosa con relación a la fe cristiana sobre la creación. He aquí, pues, un campo que se abre al diálogo benéfico entre modos de acercamiento a la realidad del mundo y del hombre reconocidos lealmente como diversos, y sin embargo convergentes a nivel más profundo en favor del único hombre, creado como dice la Biblia en su primera página a "imagen de Dios" y por tanto "dominador" inteligente y sabio del mundo (Cfr. Gn 1, 27-28).

3. Además, nosotros los cristianos reconocemos con profundo estupor, si bien con obligada actitud crítica, que en todas las religiones, desde las más antiguas y ahora desaparecidas, a las hoy presentes en el planeta, se busca una "respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana¿: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido y fin de nuestra vida? ¿Qué es el bien y qué el pecado? ¿Cuál es el origen y fin del dolor? ¿Cuál es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos?" (Nostra aetate 1). Siguiendo el Concilio Vaticano II, en su Declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas, reafirmamos que "la Iglesia católica nada rechaza de lo que en estas religiones hay de verdadero y santo", ya que "no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres" (Nostra aetate 2). Y por otra parte es tan innegablemente grande, vivificadora y original la visión bíblico-cristiana de los orígenes del cosmos y de la historia, en particular del hombre y ha tenido una influencia tan grande en la formación espiritual, moral y cultural de pueblos enteros durante más de veinte siglos que hablar de ello explícitamente, aunque sea de un modo sintético, es un deber que ningún Pastor ni catequista puede eludir.

4. La revelación cristiana manifiesta realmente una extraordinaria riqueza acerca del misterio de la creación, signo no pequeño y muy conmovedor de la ternura de Dios que precisamente en los momentos más angustiosos de la existencia humana, y por tanto en su origen y en su futuro destino, ha querido hacerse presente con una palabra continua y coherente, aun en la variedad de las expresiones culturales. Así, la Biblia se abre en absoluto con una primera y luego con una segunda narración de la creación, donde todo tiene origen en Dios: las cosas, la vida, el hombre (Gen 1-2), y este origen se enlaza con el otro capítulo sobre el origen, esta vez en el hombre, con la tentación del maligno, del pecado y del mal (Gen 3). Pero he aquí que Dios no abandona a sus criaturas. Y así, pues, una llama de esperanza se enciende hacia un futuro de una nueva creación liberada del mal (es el llamado protoevangelio, Gn 3, 15; cfr. Gn 9, 13). Estos tres hilos: la acción creadora y positiva de Dios, la rebelión del hombre y, ya desde los orígenes, la promesa por parte de Dios de un mundo nuevo, forman el tejido de la historia de la salvación, determinando el contenido global de la fe cristiana en la creación.

5. En las próximas catequesis sobre la creación, al dar el debido lugar a la Escritura, como fuente esencial, mi primera tarea será recordar la gran tradición de la Iglesia, primero con las expresiones de los Concilios y del magisterio ordinario, y también con las apasionantes y penetrantes reflexiones de tantos teólogos y pensadores cristianos. Como en un camino constituido por muchas etapas, la catequesis sobre la creación tocará ante todo el hecho admirable de la misma como lo confesamos al comienzo del Credo o Símbolo Apostólico: "Creo en Dios (...), creador del cielo y de la tierra", reflexionaremos sobre el misterio que encierra toda la realidad creada, en su proceder de la nada, admirando a la vez la omnipotencia de Dios y la sorpresa gozosa de un mundo contingente que existe en virtud de esa omnipotencia. Podremos reconocer que la creación es obra amorosa de la Trinidad Santísima y es revelación de su gloria. Lo que no quita, sino que por el contrario afirma, la legítima autonomía de las cosas creadas, mientras que al hombre, como centro del cosmos, se le reserva una gran atención, en su realidad de "imagen de Dios", de ser espiritual y corporal, sujeto de conocimiento y de libertad. Otros temas nos ayudarán más adelante a explorar este formidable acontecimiento creativo, en particular el gobierno de Dios sobre el mundo, su omnisciencia y providencia, y cómo a la luz del amor fiel de Dios el enigma del mal y del sufrimiento halla su pacificadora solución.

6. Después de que Dios manifestó a Job su divino poder creador (Job 38-41), éste respondió al Señor y dijo: "Sé que lo puedes todo y que no hay nada que te cohiba. Sólo de oídas te conocía; más ahora te han visto mis ojos" (Jb 42, 2-5). Ojalá nuestra reflexión sobre la creación nos conduzca al descubrimiento de que, en el acto de la fundación del mundo y del hombre, Dios ha sembrado el primer testimonio universal de su amor poderoso, la primera profecía de la historia de la salvación.