Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II

LA PELEA CONTRA EL PODER DE LAS TINIEBLAS
(10.XII.86)

1. En la introducción a la Cons. Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, leemos: "Tiene, pues, ante sí (la Iglesia) al mundo, esto es, la entera familia humana con el conjunto universal de las realidades entre las que ésta vive; el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación" (Gaudium et spes 2).

2. Es el mundo que tenemos delante en estas catequesis nuestras. Estas se refieren, como es sabido, a la realidad del mal, se decir, del pecado, bien al principio o durante toda la historia de la familia humana. Al intentar reconstruir una imagen sintética del pecado, nos servimos también de todo lo que dice de él la variada experiencia del hombre a lo largo de los siglos. Pero no olvidamos que el pecado es en sí mismo un misterio de iniquidad, cuyo comienzo en la historia, y también su desarrollo sucesivo, no se pueden comprender totalmente sin referencia al misterio de Dios-Creador, y en particular del Creador de los seres que están hechos a imagen y semejanza suya. Las palabras del Vaticano II que acabamos de citar, dicen que el misterio del mal y del pecado, el "mysterium iniquitatis", no puede comprenderse sin referencia al misterio de la redención, al "mysterium paschale" de Jesucristo, como hemos observado desde la primera catequesis de este ciclo. Precisamente esta "lógica de fe" se expresa ya en los símbolos más antiguos.

3. En un marco así sobre la verdad del pecado, constantemente profesada y anunciada por la Iglesia, somos introducidos ya desde el primer anuncio de redención que encontramos en el Génesis. Efectivamente, después de haber infringido el primer mandamiento, sobre el que Dios-Creador fundó la más Antigua Alianza con el hombre, el Génesis nos pone al corriente del siguiente diálogo: "El Señor Dios lo llamó: ¿Dónde estás?. El contestó: Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo porque estaba desnudo, y me escondí. El Señor le replicó: ¿Quién te informó de que estabas desnudo?. ¿Es que has comido del árbol del que te prohibí comer?. Adán respondió: La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí. El Señor Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho?. Ella respondió: La serpiente me engañó y comí" (Gn 3, 9-3). "El Señor dijo a la serpiente: Por haber hecho eso serás maldita. Establezco enemistades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gn 3, 14-15).

4. Este pasaje del Génesis 3 se inserta armónicamente en el contexto "Yahvista" al que pertenece, tanto respecto al estilo como al modo de presentar la verdad que conocemos ya desde el examen de las palabras del tentador y de la descripción del primer pecado. A pesar de las apariencias que el estilo del relato bíblico puede suscitar, las verdades esenciales están en él suficientemente legibles. Se dejan captar y comprender en sí mismas, y aún más en el contexto de todo lo que sobre este tema dice la Biblia entera, desde el principio hasta el fin, mediante el sentido más pleno de la Sagrada Escritura (sensus plenior). Así pues, el pasaje del Gn 3, 9-15 (y también la continuación de este capítulo) contiene la respuesta de Dios al pecado del hombre. Es una respuesta directa al primer pecado, y al mismo tiempo una respuesta en perspectiva, porque se refiere a toda la historia futura del hombre en la tierra, hasta su término. Entre el Génesis y el Apocalipsis hay una verdadera continuidad y al mismo tiempo una profunda coherencia en la verdad revelada por Dios. A esta coherencia armónica de la Revelación corresponde la "lógica de la fe" por parte del hombre que cree conscientemente. La verdad del pecado entra en el desarrollo de esta lógica.

5. Según el Gn 3, 9-15, el primer pecado del hombre es descrito sobre todo como "desobediencia", es decir, oposición al mandamiento que expresa la voluntad del Creador. Lo hemos visto. El hombre (varón y mujer) es responsable de este acto, porque Adán es completamente consciente y libre de hacer lo que hace. La misma responsabilidad se encuentra en cada pecado personal en la historia del hombre, que actúa por un fin. Es significativo a este respecto lo que hace saber el Génesis, es decir, que el Señor Dios pregunta a los dos primero al hombre, después a la mujer el motivo de su comportamiento: "¿Qué es lo que has hecho?". De ello se deduce que la importancia esencial del acto está en referencia a este motivo, es decir, a la finalidad del comportamiento. En la pregunta de Dios, el "qué" significa por qué motivo, pero significa también con qué fin. Y aquí la mujer (con el hombre) se excusa aludiendo a la instigación del tentador: "La serpiente me engañó". De esta respuesta hay que deducir que el motivo sugerido por la serpiente: "Seréis como Dios", contribuyó de modo determinante a la transgresión de la prohibición del Creador y dio una dimensión esencial al primer pecado. Ese motivo no lo tiene en cuenta directamente Dios en su sentencia de castigo: pero sin duda está presente y domina todo el escenario bíblico e histórico como una llamada a la gravedad y a la insensatez de la pretensión de oponerse o de reemplazar a Dios, como una indicación de la dimensión más esencial y profunda del pecado original y de todo pecado que tiene en él su primera raíz.

6. Por eso es significativo y justo que a continuación de la respuesta al primer pecado del hombre, Dios se dirija directamente al tentador, a la "antigua serpiente", de quien el autor del Apocalipsis dirá que "tienta a todo el mundo" (Cfr. Ap 12, 9: "extravía la tierra entera"). En efecto, según el Génesis, Dios, el Señor, dijo a la serpiente: "Por haber hecho eso, serás maldita". Las palabras de la maldición dirigidas a la serpiente, se refieren al que Cristo llamará "el padre de la mentira" (Cfr. Jn 8, 44). Pero al mismo tiempo, en esa respuesta de Dios al primer pecado, está el anuncio de la lucha que durante toda la historia del hombre se entablará entre el mismo "padre de la mentira" y la Mujer y su Estirpe.

7. El Conc. Vaticano II se pronuncia sobre este tema de forma muy clara: "A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para adherirse al bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo" (Gaudium et spes 37). En otro pasaje el Concilio se expresa de una forma aún más explícita, hablando de la lucha "entre el bien y el mal" que se libra en cada hombre: "El hombre se nota incapaz de domeñar con eficacia por sí solo los ataques del mal; hasta el punto de sentirse como aherrojado entre cadenas". Pero a esta fuerte expresión el Concilio contrapone la verdad de la redención con una afirmación de no menos fuerte y decidida: "Pero el Señor vino en persona a liberar y vigorizar al hombre, renovándole interiormente y expulsando al principe de este mundo (Jn 12, 31), que le retenía en la esclavitud del pecado" (Gaudium et spes, 13).

8. Estas observaciones del Magisterio de la Iglesia de hoy repiten de forma precisa y homogénea la verdad sobre el pecado y sobre la redención, expresada inicialmente en el Génesis (3, 5), y a continuación en toda la Sagrada Escritura. Escuchemos todavía la Gaudium et spes: "Creado por Dios el hombre en el propio exordio de la historia abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios" (Gaudium et spes, 13). Evidentemente se trata de un pecado en el sentido estricto de la palabra: tanto en el caso del primer pecado, como en el de cualquier otro pecado del hombre. Pero el Concilio no deja de recordar que ese primer pecado lo cometió el hombre "por instigación del demonio" (Ib.). Como leemos en el libro de la Sabiduría: " por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen" (Sb 2, 24), parece que en este caso "la muerte"signifique sea bien el mismo pecado (=la muerte del alma como la pérdida de la vida divina conferida por la gracia santificante), bien sea la muerte corporal despojada de la esperanza de la resurrección gloriosa. Al hombre que ha infringido la ley respecto "al árbol de la ciencia del bien y del mal", el Señor lo ha alejado del "árbol de la vida" (Gn 3, 22), en la perspectiva de toda su historia terrena.

9. En el texto del Concilio, con alusión al primer pecado y a sus secuelas en la historia del hombre, se encierra la perspectiva de la lucha anunciada por las palabras atribuidas a Dios en Gn 3, 15: "Estableceré hostilidades". De ello se deduce que si el pecado desde el principio está ligado a la libre voluntad y a la responsabilidad del hombre y abre una cuestión "dramática" entre el hombre y Dios, también es verdad que el hombre, a causa del pecado está enzarzado (como se expresa justamente el Vaticano II) "en una dura batalla contra el poder de las tinieblas" (Gaudium et spes 13) en el dinamismo oscuro de ese mysterium iniquitatis, que es más grande que él y que su historia terrena. A propósito de ello se expresa bien la Carta a los Efesios: "Nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal, que dominan este mundo de tinieblas" (Ef 6, 12). Pero también el pensamiento de la cruel realidad del pecado que pesa en toda la historia con una particular consideración a nuestros tiempos, nos vuelve a empujar a la tremenda verdad de esas palabras bíblicas y conciliares sobre "el hombre enzarzado en la dura batalla contra el poder de las tinieblas". Sin embargo, no hemos de olvidar que en este misterio de tinieblas se enciende desde el principio una luz que libera a la historia de la pesadilla de una condena inexorable: el anuncio del Salvador.