Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II (13-I-88)
Los milagros demuestran la existencia del mundo sobre-natural
1. Hablando de los milagros realizados por Jesús durante su misión en la tierra, San Agustín, en un texto interesante, los interpreta como signos del poder y del amor salvífico y como estímulos para elevarse al reino de las cosas celestes.
"Los milagros que hizo Nuestro Señor Jesucristo –escribe– son obras divinas que enseñan a la mente humana a elevarse por encima de las cosas visibles, para comprender lo que Dios es" (Agustín, In Io. Ev. Tr., 24, 1 ).
2. A este pensamiento podemos referirnos al reafirmar la estrecha unión de los "milagros-signos" realizados por Jesús con la llamada a la fe. Efectivamente, tales milagros demostraban la existencia del orden sobrenatural, que es objeto de la fe. A quienes los observaban y, particularmente, a quienes en su persona los experimentaban, estos milagros les hacían constatar, casi con la mano, que el orden de la naturaleza no agota toda la realidad. El universo en el que vive el hombre no está encerrado solamente en el marco del orden de las cosas accesibles a los sentidos y al intelecto mismo condicionado por el conocimiento sensible. El milagro es "signo" de que este orden es superior por el "Poder de lo alto" y, por consiguiente, le está también sometido. Este "Poder de lo alto" (Cfr. Lc 24, 49), es decir, Dios mismo, está por encima del orden entero de la naturaleza. Este poder dirige el orden natural y, al mismo tiempo, da a conocer que –mediante este orden y por encima de él– el destino del hombre es el reino de Dios. Los milagros de Cristo son "signos" de este reino.
3. Sin embargo, los milagros no están en contraposición con las fuerzas y leyes de la naturaleza, sino que implican a solamente cierta "suspensión" experimentable de su función ordinaria, no su anulación. Es más, los milagros descritos en el Evangelio indican la existencia de un Poder que supera las fuerzas y las leyes de la naturaleza, pero que, al mismo tiempo, obra en la línea de las exigencias de la naturaleza misma, aunque por encima de su capacidad normal actual. ¿No es esto lo que sucede, por ejemplo, en toda curación milagrosa? La potencialidad de las fuerzas de la naturaleza es activada por la intervención divina, que la extiende más allá de la esfera de su posibilidad normal de acción. Esto no elimina ni frustra la causalidad que Dios ha comunicado a las cosas en la creación, ni viola las "leyes naturales" establecidas por Él mismo e inscritas en la estructura de lo creado, sino que exalta y, en cierto modo, ennoblece la capacidad del obrar o también de recibir los efectos de la operación del otro, como sucede precisamente en las curaciones descritas en el Evangelio.
4. La verdad sobre la creación es la verdad primera y fundamental de nuestra fe. Sin embargo, no es la única, ni la suprema. La fe nos enseña que la obra de la creación está encerrada en el ámbito de designio de Dios, que llega con su entendimiento mucho más allá de los limites de la creación misma. La creación –particularmente la criatura humana llamada a la existencia en el mundo visible– está abierta a un destino eterno, que ha sido revelado de manera plena en Jesucristo. También en Él la obra de la creación se encuentra completada por la obra de la salvación. Y la salvación significa una creación nueva (Cfr. 2Co 5, 17; Ga 6, 15), una "creación de nuevo" una creación a medida del designio originario del Creador, un restablecimiento de lo que Dios había hecho y que en la historia del hombre había sufrido, el desconcierto y la "corrupción" como consecuencia del pecado.
Los milagros de Cristo entran en el proyecto de la "creación nueva" y están, pues, vinculados al orden de la salvación. Son "signos" salvíficos que llaman a la conversión y a la fe, y en esta línea, a la renovación del mundo sometido a la "corrupción" (Cfr. Rm 8, 19-21). No se detienen, por tanto, en el orden ontológico de la creación (creatio), al que también afectan y al que restauran, sino que entran en el orden sotereológico de la creación nueva (re) creatio totius universi), del cual son co-eficientes y del cual, como "signos" dan testimonio.
5. El orden sotereológico tiene su eje en la Encarnación; y también los "milagros-signos" de que hablan los Evangelios, encuentran su fundamento en la realidad misma del Hombre-Dios. Esta realidad-misterio abarca y supera todos los acontecimientos-milagros en conexión con la misión mesiánica de Cristo. Se puede decir que la Encarnación es el "milagro de los milagros" el "milagro" radical y permanente del orden nuevo de la creación. La entrada de Dios en la dimensión de la creación se verifica en la realidad de la Encarnación de manera única y, a los ojos de la fe, llega a ser "signo" incomparablemente superior a todos los demás "signos-milagros" de la presencia y del obrar divino en el mundo. Es más, todos estos otros "signos" tienen su raíz en la realidad de la Encarnación, irradian de su fuerza atractiva, son testigos de ella. Hacen repetir a los creyentes lo que escribe el evangelista Juan al final del Prólogo sobre la Encarnación: "Y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre lleno de gracia y de verdad" (Jn 1, 14).
6. Si la Encarnación es el signo fundamental al que se refieren todos los "signos" que dan testimonio a los discípulos y a la humanidad de que "ha llegado... el reino de Dios" (Cfr. Lc 11, 20), hay también un signo último y definitivo, al que alude Jesús, haciendo referencia al Profeta Jonás: "Porque, como estuvo Jonás en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el corazón de la tierra" (Mt 12, 40): es el "signo" de la resurrección.
Jesús prepara a los Apóstoles para este "signo" definitivo, pero lo hace gradualmente y con tacto, recomendándoles discreción "hasta cierto tiempo".Una alusión particularmente clara tiene lugar después de la transfiguración en el monte: "Bajando del monte, les prohibió contar a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitase de entre los muertos" (Mc 9, 9). Podemos preguntarnos el por qué de esta gradualidad. Se puede responder que Jesús sabía bien cómo se habrían de complicar las cosas si los Apóstoles y los demás discípulos hubiesen comenzado a discutir sobre la resurrección, para cuya comprensión no estaban suficientemente preparados, como se desprende del comentario que el evangelista mismo hace a continuación: "Guardaron aquella orden, y se preguntaban que era aquello de "cuando resucitase de entre los muertos"" (Mc 9, 10). Además, se puede decir que la resurrección de entre los muertos, aun anunciada una y otra vez, estaba en la cima de aquella especie de "secreto mesiánico" que Jesús quiso mantener a lo largo de todo el desarrollo de su vida y de su misión, hasta el momento del cumplimiento y de la revelación finales, que tuvieron lugar precisamente con el "milagro de los milagros" la Resurrección, que, según San Pablo, es el fundamento de nuestra fe (Cfr. 1Co 15, 12-19).
7. Después de la Resurrección, la ascensión y Pentecostés, los "milagros-signos" realizados por Cristo se "prolongan" a través de los Apóstoles, y después, a través de los santos que se suceden de generación en generación. Los Hechos de los Apóstoles nos ofrecen numerosos testimonios de los milagros realizados "en el nombre de Jesucristo" por parte de Pedro (Cfr. Hch 3, 1-8; Hch 5, 15; Hch 9, 32-41), de Esteban (Hch 6, 8), de Pablo (por ej., Hch 14, 8-10). La vida de los santos, la historia de la Iglesia, y, en particular, los procesos practicados para las causas de canonización de los Siervos de Dios, constituyen una documentación que, sometida al examen, incluso al más severo, de la critica histórica y de la ciencia médica, confirma la existencia del poder de lo "alto" que obra en el orden de la naturaleza y la supera. Se trata de "signos" milagrosos realizados desde los tiempos de los Apóstoles hasta hoy, cuyo fin esencial es hacer ver el destino y la vocación del hombre al reino de Dios. Así, mediante tales "signos" se confirma en los distintos tiempos y en las circunstancias más diversas la verdad del Evangelio y se demuestra el poder salvífico de Cristo que no cesa de llamar a los hombres –mediante la Iglesia– al camino de la fe. Este poder salvífico del Dios-Hombre, se manifiesta también cuando los "milagros-signos" se realizan por intercesión de los hombres, de los santos, de los devotos, así como el primer "signo" en Caná de Galilea se realizó por la intercesión de la Madre de Cristo.