Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II (15-VI-88)
La venida del Reino
1. "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15). En el comienzo del Evangelio de Marcos, se dicen estas palabras casi para resumir brevemente la misión de Jesús de Nazaret, Aquel que ha "venido para para anunciar la Buena Nueva". En el centro de su anuncio se encuentra la revelación del reino de Dios, que se acerca y, más aún, ha entrado en la historia del hombre ("El tiempo se ha cumplido").
2. Proclamando la verdad sobre el reino de Dios, Jesús anuncia al mismo tiempo el cumplimiento de las promesas contenidas en el Antiguo Testamento. Del reino de Dios hablan ciertamente con frecuencia los versículos de los Salmos (Cfr. Sal 103, 19; Sal 93, 1). El Salmo 144/145 canta la gloria y la majestad de este reino y señala simultáneamente su eterna duración: "Tu reino, un reino por los siglos todos tu dominio, por todas las edades" (Sal 145, 13). Los posteriores libros del Antiguo Testamento vuelven a tratar este tema. Concretamente, puede recordarse el anuncio profético especialmente elocuente del libro de Daniel: "... el Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido y este reino no pasará a otro pueblo. Pulverizará y aniquilará a todos estos reinos y subsistirá eternamente" (Dn 2, 44).
3. Refiriéndose a estos anuncios y promesas del Antiguo Testamento, el Concilio Vaticano II consta y afirma: "Este reino brilla ante los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de Cristo" (Lumen Gentium, 5)... "Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos" (Lumen Gentium, 3). Al mismo tiempo, el Concilio subraya que "nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predican do la Buena Nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura..." El inicio de la Iglesia, su fundación por Cristo, se inscribe en el Evangelio del reino de Dios, en el anuncio de su venida y de su presencia entre los hombres. Si el reino de Dios se ha hecho presente entre los hombres gracias a la venida de Cristo, a sus palabras y a sus obras, es también verdad que, por expresa voluntad suya, "está presente en la Iglesia, actualmente en misterio, y por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo" (Lumen Gentium, 3).
4. Jesús dio a conocer de varias formas a sus oyentes la venida del reino de Dios. Son sintomáticas las palabras que pronunció a propósito de la "expulsión del demonio" fuera de los hombres y del mundo: "... si por el dedo de Dios expulso yo a las demonios..., es que ha llegado a vosotros el reino de Dios" (Lc 11, 20). El reino de Dios significa, realmente, la victoria sobre el poder del mal que hay en el mundo y sobre aquel que es su principal agente escondido. Se trata del espíritu de las tinieblas, dueño de este mundo; se trata de todo pecado que nace en el hombre por efecto de su mala voluntad y bajo el influjo de aquella arcana y maléfica presencia. Jesús, que ha venido para perdonar los pecados, incluso cuando cura de las enfermedades, advierte que la liberación del mal físico es señal de la liberación del mal más grave que arruina el alma del hombre. Hemos explicado esto con mayor amplitud en las catequesis anteriores.
5. Los diversos signos del poder salvífico de Dios ofrecidos por Jesús con sus milagros, conectados con su Palabra, abren el camino para la comprensión de la verdad del reino de Dios en medio de los hombres. Él explica esta verdad, sirviéndose especialmente de las parábolas, entre las cuales se encuentran la del sembrador y la de la semilla. La semilla es la Palabra de Dios, que puede ser acogida de modo que crezca en el terreno del alma humana o, por diversos motivos, no ser acogida o serlo de un modo que no pueda madurar y dar fruto en el tiempo oportuno (Cfr. Mc 4, 14-20). Pero he aquí otra parábola que nos pone frente al misterio del desarrollo de la semilla por obra de Dios: "El reino de Dios es como un hombre que echa el grano en la tierra; duerma o se levante, de noche o de día, el grano brota y crece sin que él sepa cómo. La tierra da el fruto por sí misma primero hierba, luego, espiga, después, trigo abundante en la espiga" (Mc 4, 26-28). Es el poder de Dios el que "hace crecer", dirá San Pablo (1Co 3, 6 ss.) y, como escribe el Apóstol, es Él quien da "el querer y el obrar" (Flp 2, 13).
6. El reino de Dios, o "reino de los cielos", como dice Mateo (Cfr. Mt 3, 2, etc.), ha entrado en la historia del hombre sobre la tierra por medio de Cristo que también, durante su pasión y en la inminencia de su muerte en la cruz, habla de Sí mismo como de un Rey y, a la vez, explica el carácter del reino que ha venido a inaugurar sobre la tierra. Sus respuestas a Pilato, recogidas en el cuarto Evangelio (Jn 18, 33 ss.), sirven como texto clave para la comprensión de este punto. Jesús se encuentra frente al Gobernador romano, a quien ha sido entregado por el Sanedrín bajo a acusación de haberse querido hacer "Rey de los judíos". Cuando Pilato le presente este hecho, Jesús responde: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los Judíos" (Jn 18, 36). Pese a que Cristo no es un rey el en sentido terreno de la palabra, ese hecho no cancela el otro sentido de su reino, que Él explica en la respuesta a una nueva pregunta de su juez. Luego, "¿Tú eres rey?", pregunta Pilato. Jesús responde con firmeza: "Sí, como dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz" (Jn 18, 37). Es la más neta e inequívoca proclamación de la propia realeza, pero también de su carácter transcendente, que confirma el valor más profundo del espíritu humano y la base principal de las relaciones humanas: "la verdad".
7. E! reino que Jesús, como Hijo de Dios encarnado, ha inaugurado en la historia del hombre, siendo de Dios, se establece y crece en el espíritu del hombre con la fuerza de la verdad y de la gracia, que proceden de Dios, como nos han hecho comprender las parábolas del sembrador y de la semilla, que hemos resumido. Cristo es el sembrador de esta verdad. Pero, en definitiva será por medio de la cruz como realizará su realeza y llevará a cabo la obra de la salvación en la historia de la humanidad: "Yo, cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mi" (Jn 12, 32).
8. Todo esto se trasluce también de la enseñanza de Jesús sobre el Buen Pastor, que "da su vida por las ovejas" (Jn 10, 11 ) . Esta imagen del pastor está estrechamente ligada con la del rebaño y de las ovejas que escuchan la voz del pastor. Jesús dice que es el Buen Pastor que "conoce a sus ovejas y ellas le conocen" (Jn 10, 14). Como Buen Pastor busca a la oveja perdida (Cfr Mt 18, 12; Lc 15, 4), e incluso piensa en las "otras ovejas que no son de este redil": también a ésas las "tiene que conducir" para que "escuchen su voz y haya un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10, 16). Se trata, pues, de una realeza universal, ejercida con ánimo y estilo de pastor, para llevar a todos a vivir en la verdad de Dios.
9. Como se ve, toda la predicación de Cristo, toda su misión mesiánica se orienta a "reunir" el rebaño. No se trata solamente de cada uno de sus oyentes, seguidores, imitadores. Se trata de una "asamblea", que en arameo se dice "kehala" y, en hebreo, "qahal", que corresponde al griego, "ekklesia". La palabra griega deriva de un verbo que significa "llamar" ("llamada" en griego se dice "klesis") y esta derivación etimológica sirve para hacernos comprender que, lo mismo que en a antigua Alianza Dios había "llamado" a su pueblo Israel, así Cristo llama al nuevo Pueblo de Dios escogiendo y buscando sus miembros entre todos los hombres. Él los atrae a Sí y los reúne en torno a su persona por medio de la palabra del Evangelio y con el poder redentor del misterio pascual. Este poder divino, manifestado de forma definitiva en la resurrección de Cristo, confirmará el sentido de las palabras que una vez se dijeron a Pedro: "sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 18), es decir: la nueva asamblea del reino de Dios.
10. La Iglesia (Ecclesia) Asamblea recibe de Cristo el mandamiento nuevo: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado... en esto conocerán todos que sois discípulos míos" (Jn 13, 34-35; cfr. Jn 15, 12). Es cierto que la "asamblea) Iglesia" recibe de Cristo también su estructura externa (de lo que trataremos próximamente), pero su valor esencial es la comunión con el mismo Cristo: es Él quien "reúne" la Iglesia, es Él quien la "edifica" constantemente como su Cuerpo (Cfr. Ef 4, 12), como reino de Dios con dimensión universal. "Vendrán de Oriente y de Occidente, del Norte y del Sur y se pondrán a la mesa (con Abrahán, Isaac y Jacob) en el reino de Dios" (Cfr. Lc 13, 28-29).