Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II (26-X-88)
El valor sustitutivo y representativo del sacrificio de Cristo
1. Tomemos de nuevo algunos conceptos que la tradición de los Padres ha sacado de las fuentes bíblicas en el intento de explicar las "riquezas insondables" (Ef 3, 8) de la redención.
Ya hemos aludido a ellos en las últimas catequesis, pero merecen ser ilustrados, de forma más particularizada por su importancia teológica y espiritual.
2. Cuando Jesús dice: "EI Hijo del hombre... no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10, 45) resume en estas palabras el objetivo esencial de su misión mesiánica: "dar su vida en rescate". Es una misión redentora. Lo es para toda la humanidad, porque decir, "en rescate por muchos", según el modo semítico de expresar los pensamientos, no excluye a nadie. A la luz de este valor redentor había sido yavista la misión del Mesías en el libro del Profeta Isaías, y, particularmente, en los "Cánticos del Siervo de Yahvéh": "Y con todo eran nuestras dolencias las que EI llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados" (Is 53, 4).
3. Estas palabras proféticas nos hacen comprender mejor lo que Jesús quiere decir cuando habló de que el Hijo del hombre ha venido "para dar su vida en rescate por mucho". Quiere decir que ha dado su vida "en nombre" y en sustitución de toda la humanidad, para liberar a todos del pecado. Esta "sustitución" excluye cualquier participación en el pecado por parte del Redentor. El fue absolutamente inocente y santo. Tu solus sanctus! Decir que una persona ha sufrido un castigo en lugar de otra implica, evidentemente, que ella no ha cometido la culpa. En su sustitución redentora (substitutio), Cristo, precisamente por su inocencia y santidad "vale ciertamente lo que todos", como escribe San Cirilo a Alejandría (In Isaiam 5, 1; PG 70, t.176; In 2Co 5, 21; PG 74, 945). Precisamente porque "no cometió pecado" (1P 2, 22), pudo tomar sobre sí lo que es efecto del pecado, es decir, el sufrimiento y la muerte, dando al sacrificio de la propia vida un valor real y un significado redentor perfecto.
4. Lo que confiere a la sustitución su valor redentor no es el hecho material de que un inocente haya sufrido el castigo merecido por los culpables y que así la justicia haya sido satisfecha de algún modo (en realidad, en tal caso, se debería más bien hablar de grave injusticia). El valor redentor, por el contrario, viene de la realidad de que Jesús, siendo inocente, se ha hecho, por puro amor, solidario con los culpables y así ha transformado, desde dentro, su situación. En efecto, cuando una situación catastrófica como la provocada por el pecado es asumida por puro amor en favor de los pecadores, entonces tal situación ya no está más bajo el signo de la oposición a Dios, sino, al contrario, bajo el de la docilidad al amor que viene de Dios (Cfr. Ga 1, 4) y se conviene, de esta forma, en fuente de bendición (Ga 3, 13-14). Cristo, ofreciéndose a sí mismo "en rescate por muchos" ha llevado a cabo hasta el fin su solidaridad con el hombre, con cada hombre, con cada pecador. Lo manifiesta el Apóstol cuando escribe: "El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron" (2Co 5, 14). Cristo, pues, se hizo solidario con cada hombre en la muerte, que es un efecto del pecado. Pero esta solidaridad de ninguna forma era en El efecto del pecado; era, por el contrario, un acto gratuito a amor purísimo. El amor "indujo" a Cristo a "dar la vida", aceptando la muerte en la cruz. Su solidaridad con el hombre en la muerte consiste, pues, en el hecho de que sólo El murió como muere el hombre (como muere cada hombre) pero murió por cada hombre. De tal forma, la "sustitución" significa la "sobreabundancia" del amor, que permite superar todas las "carencias" o insuficiencias del amor humano, todas las negaciones y contrariedades ligadas con el pecado del hombre en toda dimensión, interior e histórica, en la que este pecado ha grabado la relación del hombre con Dios.
5. Sin embargo, en este punto vamos más allá de la medida puramente humana del "rescate" que Cristo ha ofrecido "por todos". Ningún hombre, aunque fuera el más santo, podía tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerlos en sacrificio "por todos". Sólo Jesucristo era capaz de ello, porque, aun siendo verdadero hombre, era Dios-Hijo, de la misma substancia del Padre. El sacrificio de su vida humana tuvo por este motivo un valor infinito. La subsistencia en Cristo de la Persona divina del Hijo, la cual supera y abraza al mismo tiempo a todas las personas humanas, hace posible su sacrificio redentor "por todos". "Jesucristo valía por todos", escribe San Cirilo de Alejandría (Cfr. In Isaiam 5, 1; PG 70, 1.176). La misma transcendencia divina de la persona de Cristo hace que El pueda "representar" ante el Padre a todos los hombres. En este sentido se explica el carácter "sustitutivo" de la redención realizada por Cristo: en nombre de todos y por todos. "Sua sanctissima passione in ligno crucis nobis iustificationem meruit" enseña el Concilio de Trento (Decreto sobre la justificación, c. 7: DS 1.529), subrayando su valor meritorio del sacrificio de Cristo.
6. Aquí se hace notar que este mérito es universal, es decir, valedero para todos los hombres y para cada uno, porque está basado en una representatividad universal, puesta a la luz por los textos que hemos visto sobre la sustitución de Cristo en el sacrificio por todos los demás hombres. El valía "lo que todos nosotros", como ha dicho San Cirilo de Alejandría, podía por sí solo sufrir por todos (Cfr. In Isaiam 5, 1: PG 70, 1.176; In 2 Co 5, 21: PG 74, 945). Todo ello está incluido en el designio salvífico de Dios y en la vocación mesiánica de Cristo.
7. Se trata de una verdad de fe, basada en palabras de Jesús, claras e inequívocas, repetidas por El también en el momento de la institución de la Eucaristía. Nos las transmite San Pablo en un texto que es considerado como el más antiguo sobre este punto: "Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros... Este cáliz es la nueva Alianza en mi sangre" (1Co 11, 23. Con este texto concuerdan los sinópticos que hablan del cuerpo que "se da" y de la sangre que será derramada... en remisión de los pecados" (Cfr. Mc 14, 22-24; Mt 26, 26-28; Lc 22, 19-20). También en la oración sacerdotal de la última Cena, Jesús dice: "Yo por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad" (Jn 17, 19). El eco y, en cierto modo, la precisión del significado de estas palabras de Jesús se encuentra en la primera Carta a de San Juan: "El es la víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero" (1Jn 2, 2). Como se ve, San Juan nos ofrece la interpretación auténtica de los demás textos sobre el valor sustitutivo del sacrificio de Cristo, en el sentido de la universalidad de la redención.
8. Esta verdad de nuestra fe no excluye, sino que exige, la participación del hombre, de cada hombre, en el sacrificio de Cristo, la colaboración con el Redentor. Si, como hemos dicho más arriba, ningún hombre podía llevar acabo la redención, ofreciendo un sacrificio sustitutivo "por los pecados de todo el mundo" (Cfr. 1Jn 2, 2), también es verdad que cada uno es llamado a participar en el sacrificio de Cristo, a colaborar con El en la obra de la redención que El mismo ha realizado. Lo dice explícitamente el Apóstol Pablo cuando escribe a los Colosenses: "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1, 24). El mismo apóstol escribe también: "Estoy crucificado con Cristo" (Ga 2, 20). Esas afirmaciones no parten so de una experiencia y la una experiencia personal de Pablo, sino que expresan la verdad sobre el hombre, redimido sin duda aprecio de la Cruz de Cristo, y también llamado al mismo tiempo a "completar en la propia carne lo que falta a los sufrimiento la Cristo por la redención del mundo. Todo esto se sitúa en la lógica de a alianza entre Dios y el hombre y supone, en éste último, la fe como vía fundamental de su participación en la salvación que viene del sacrificio de Jesús en la Cruz.
9. Cristo mismo ha llamado y llama constantemente a sus discípulos a esta participación: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome la cruz y sígame" (Mc 8, 34). Más de una vez también habla de las persecuciones que esperan a sus discípulos: "El siervo no es más que su Señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros" (Jn 5, 20). "Lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes pero vuestra tristeza se convertirá en gozo" (Jn 16, 20). Estos y otros textos del Nuevo Testamento han basado, justamente, la tradición teológica, espiritual y ascética que desde los tiempos más antiguos ha mantenido la necesidad y mostrado los caminos del seguimiento de Cristo en la pasión, no solo como imitación de sus virtudes, sino también como cooperación en la redención universal con la participación en su sacrificio.
10. He aquí uno de los puntos de referencia de la espiritualidad cristiana especifica que estamos llamados a reactivar en nuestra vida por fuerza del mismo bautismo que, según el decir de San Pablo (Cfr. Rm 6, 3-4), actúa sacramentalmente nuestra muerte y sepultura sumergiéndonos en el sacrificio salvífico de Cristo: si Cristo ha redimido a la humanidad, aceptando la cruz y la muerte "por todos", esta solidaridad de Cristo con cada hombre contiene en sí la llamada a la cooperación solidaria con El en la obra de la redención. Tales la elocuencia del Evangelio. Así es, sobre todo, la elocuencia de la cruz. Así la importancia del bautismo que, como veremos en su momento, actúa ya en sí la participación del hombre, de todo hombre, en la obra salvífica, en la que está asociado a Cristo por una misma vocación divina.