Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II (07-XII-88)
"Todo está cumplido"
1. "Todo está cumplido" (Jn 19, 30). Según el Evangelio de Juan, Jesús pronunció estas palabras poco antes de expirar. Fueron las últimas palabras. Manifiestan su conciencia de haber cumplido hasta el final la obra para la que fue enviado al mundo (Cfr. Jn 17, 4). Nótese que no es tanto la conciencia de haber realizado sus proyectos, cuanto la de haber efectuado la voluntad del Padre en la obediencia que le impulsa a la inmolación completa de Sí en la cruz. Ya sólo por esto Jesús moribundo se nos presenta como modelo de lo que debería ser la muerte de todo hombre: la ejecución de la obra asignada a cada uno para el cumplimiento de los designios divinos. Según el concepto cristiano de la vida y de la muerte, los hombres, hasta el momento de la muerte, están llamados a cumplir la voluntad del Padre, y la muerte es el último acto, el definitivo y decisivo, del cumplimiento de esta voluntad. Jesús nos lo enseña desde la cruz.
2. "Padre, en tus manos pongo mi espíritu" (Lc 23, 46). Con estas palabras Lucas explícita el contenido del segundo grito que Jesús lanzó poco antes de morir (Cfr. Mc 13, 37, Mt 27, 50). En el primer grito había exclamado: "Dios mío Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mc 15, 34; Mt 27, 46). Estas palabras se completan con aquellas otras que constituyen el fruto de una reflexión interior madurada en la oración. Si por un momento Jesús ha tenido y sufrido la tremenda sensación de ser abandonado por el Padre, ahora su alma actúa del único modo que, como El bien sabe, corresponde a un hombre que al mismo tiempo es también el "Hijo predilecto" de Dios: el total abandono en sus manos.
Jesús expresa este sentimiento suyo con palabras que pertenecen al Salmo 30/31: el Salmo del afligido que prevé su liberación y da gracias a Dios que la va a realizar: "A tus manos encomiendo mi espíritu, tú el Dios leal me librarás" (Sal 31, 6). Jesús, en su lúcida agonía, recuerda y balbucea también algún versículo de ese Salmo, recitado muchas veces durante su vida. Pero en la narración del Evangelista, aquellas palabras en boca de Jesús adquieren un nuevo valor.
3. Con la invocación "Padre" ("Abbá"), Jesús confiere un acento filial a su abandono en las manos del Padre. Jesús muere como Hijo. Muere en perfecta conformidad con el querer del Padre, con la finalidad de amor que el Padre le ha confiado y que el Hijo conoce bien.
En la perspectiva del Salmista el hombre, afectado por la desventura y afligido por el dolor, pone su espíritu en manos de Dios para huir de la muerte que le amenaza. Jesús por el contrario, acepta la muerte y pone su espíritu en manos del Padre para atestiguarle su obediencia y manifestarle su confianza en una nueva vida. Su abandono es, pues, más pleno y radical, más audaz, más definitivo, más cargado de voluntad oblativa.
4. Además, este último grito completa el primero, como hemos notado desde el principio. Retomemos los dos textos y veamos que resulta de su comparación. Ante todo bajo el aspecto meramente lingüístico y casi semántico.
El término "Dios" del Salmo 21/22 se toma, en el primer grito, como una invocación que puede significar extravío del hombre en la propia nada ante la experiencia del abandono por parte de Dios, considerado en su trascendencia y experimentado casi en un estado de "separación" –el "Santo", el Eterno, el Inmutable–. En el grito posterior Jesús recurre al Salmo 30/31 insertando la invocación de Dios como Padre (Abbá), apelativo que le es habitual y con el que se expresa bien la familiaridad de un intercambio de calor paterno y de actitud filial.
Además: en el primer grito Jesús también incluye un "por qué" a Dios, ciertamente con profundo respeto hacia su voluntad, su potencia, su grandeza infinita, pero sin reprimir el sentido de turbación humana que suscita una muerte como aquella. Ahora, por el contrario, en el segundo grito, está la expresión de abandono confiado en los brazos del Padre sabio y benigno, que lo dispone y rige todo con amor. Ha habido un momento de desolación, en el que Jesús se ha sentido sin apoyo y defensa por parte de todos, incluso hasta de Dios: un momento tremendo; pero ha sido superado pronto gracias al acto de entrega de Sí en manos del Padre, cuya presencia amorosa e inmediata advierte Jesús en la estructura más profunda de su propio Yo, ya que El esta en el Padre como el Padre está en El (Cfr. Jn 10, 38; Jn 14, 10 s.), ¡también en la cruz!
5. Las palabras y gritos de Jesús en la cruz, para que puedan comprenderse, deben considerarse en relación a lo que El mismo había anunciado anteriormente, en las predicciones de su muerte y en la enseñanza sobre el destino del hombre a una nueva vida. La muerte es para todos un paso a la existencia en el más allá; para Jesús es, más todavía, la premisa de la resurrección que tendrá lugar al tercer día. La muerte, pues, tiene siempre un carácter de disolución del compuesto humano, disolución que suscita repulsa; pero tras el grito primero, Jesús pone con gran serenidad su espíritu en manos del Padre, en vistas a la nueva vida y, más aún, a la resurrección de la muerte, que señalará la coronación de misterio pascual. Así, después de todos los tormentos de los sufrimientos padecidos, físicos y morales, Jesús abraza la muerte como una entrada en la paz inalterable de ese "seno del Padre" hacia el que ha estado dirigida toda su vida.
6. Jesús con su muerte revela que al final de la vida el hombre no está destinado a sumergirse en la oscuridad, en el vacío existencial, en la vorágine de la nada, sino que está invitado al encuentro con el Padre, hacia el que se ha movido en el camino de la fe y del amor durante la vida, y en cuyos brazos se han arrojado con santo abandono en la hora de la muerte. Un abandono que, como el de Jesús, comporta el don total de sí por parte de un alma que acepta ser despojada de su cuerpo y de la vida terrestre, pero que sabe que encontrará la nueva vida, la participación en la vida misma de Dios en el misterio trinitario, en los brazos y en el corazón del Padre.
7. Mediante el misterio inefable de la muerte, el alma del Hijo llega a gozar de la gloria del Padre en la comunión del Espíritu (Amor del Padre y del Hijo). Esta es la "vida eterna", hecha de conocimiento, de amor, de alegría y de paz infinita.
El Evangelista Juan dice de Jesús que "entregó el espíritu" (Jn 19, 30). Mateo, que "exaltó el espíritu" (Mt 27, 50), Marcos y Lucas, que "expiró" (Mc 15, 37; Lc 23, 46). Es el alma de Jesús que entra en la visión beatífica en el seno de la Trinidad. En esta luz de eternidad puede captarse algo de la misteriosa relación entre la humanidad de Cristo y la Trinidad, que aflora en la Carta a los Hebreos cuando, hablando de la eficacia salvífica de la Sangre de Cristo, muy superior a la sangre de los animales ofrecidos en los sacrificios de la Antigua Alianza, escribe que Cristo en su muerte "por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios (Hb 9, 14).