Catequesis sobre el Credo
Juan Pablo II
124. DESARROLLO HISTORICO Y PERSPECTIVA ESCATOLOGICA DE LA MISION
(26.lV.95)
1. La misión universal de la Iglesia se desarrolla en el tiempo y se realiza a lo largo de la historia de la humanidad. Antes de la venida de Cristo, el período de preparación (cfr Ga 3, 23; Hb 1, 1) y de espera (cfr Rm 3, 26; Hch 17, 30) concluyó con la llegada de la "plenitud de los tiempos", cuando el Hijo de Dios se encarnó para la salvación del hombre (cfr Ga 4, 4). A partir de ese acontecimiento comenzó un nuevo período, que no podemos medir y que se extiende hasta la consumación de la historia.
La evangelización del mundo está, pues, sometida también a las leyes de la sucesión de los siglos y de las generaciones humanas. Se dirige a todo hombre, a todo tiempo y a toda cultura. Por lo tanto, el anuncio evangélico debe renovarse siempre; debe ser capaz de hacerse constantemente más completo y profundo, incluso en las zonas y en las culturas de antigua evangelización. En definitiva, debe recomenzar todos los días, hasta la llegada del "último día" (Jn 12, 48).
2. Es preciso ver la evangelización en la perspectiva en la que la sitúa Cristo mismo; su cumplimiento pleno sucederá sólo al final del mundo: "Se proclamará esta buena nueva del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin" (Mt 24, 14).
No podemos "conocer el tiempo y el momento" (Hch 1, 7) fijados por el designio divino acerca del cumplimiento de la obra de evangelización, que se ha de realizar antes de la venida del reino de Dios. Tampoco podemos conocer qué grado de profundidad tiene que alcanzar la obra misionera para que venga el fin. Sólo sabemos que la evangelización es progresiva en la historia, a la que dará su significado definitivo cuando se haya realizado. Hasta ese momento, hay un misterio de la evangelización que se compenetra con el misterio mismo de la historia.
3. Hay que constatar que todavía estamos lejos de una completa evangelización de "todas las naciones" (Mt 24, 14; Mt 28, 19), y que la gran mayoría de los hombres no se han adherido aún ni al Evangelio ni a la Iglesia. Por eso, como he escrito en la encíclica Redemptoris Missio, "la actividad misionera está aún en sus comienzos" (n. 30). Esta conclusión de orden histórico no se opone a la voluntad salvífica universal del Padre celeste de llevar, con la luz de Cristo, el don de la redención al corazón de cada hombre mediante la fuerza del Espíritu Santo. Este misterio de presencia y de acción salvífica es, sin duda alguna, fundamental para el compromiso eclesial de la evangelización. En esta perspectiva hay que entender el mandato que Jesús confió a los Apóstoles y, por tanto, a la Iglesia, de "ir", "bautizar", "enseñar", "predicar el Evangelio a toda criatura" (Mc 16, 15), "a todas las naciones" (Mt 28, 19; Lc 24, 47), "hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20).
En la conclusión del Evangelio de Marcos leemos que los Apóstoles "salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando las palabras con las señales que la acompañaban" (Mc 16, 20). Se podría decir que la misión que Cristo les había encomendado suscitó en ellos una especie de urgencia por cumplir el mandato recibido de evangelizar a todas las naciones. Los primeros cristianos compartieron ese espíritu y sintieron con fuerza la necesidad de llevar la buena nueva a todos los rincones de la tierra.
Después de dos mil años, la misma misión y la misma responsabilidad permanecen intactas en la Iglesia. En efecto, aún hoy se pide a los cristianos que, cada uno en su estado de vida, se dediquen a la importante obra de evangelización.
4. En una catequesis anterior recordé la pregunta que los discípulos dirigen a Cristo en el momento de la Ascensión: "Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el reino de Israel?" (Hch 1, 6). Aún no habían comprendido el tipo de reino que Cristo había venido a instaurar. El reino de Dios, que se extiende al mundo entero y a toda generación, es la transformación espiritual de la humanidad mediante un proceso de conversión, cuyo tiempo sólo el Padre celestial conoce. En efecto, a los discípulos, que todavía no podían comprender la obra de Cristo, el Resucitado les responde: "A vosotros no os toca conocer los tiempos y los momentos que ha fijado el Padre con su autoridad" (Hch 1, 7).
Así pues, el Padre ha previsto una sucesión de tiempos y de momentospara el cumplimiento de su designio salvífico. A Él pertenecen estos kairoi, estos instantes de gracia, que marcan las etapas de la realización de su Reino. Aunque es el Todopoderoso, ha decidido actuar en la historia con paciencia, según los ritmos del desarrollo humano -personal y colectivo-, teniendo en cuenta las posibilidades, las resistencias, la disponibilidad y la libertad del hombre.
Esta pedagogía divina ha de ser el modelo en el que se inspire toda acción misionera de la Iglesia. Los evangelizadores tienen que aceptar los tiempos de la evangelización, a veces lentos -en ocasiones, incluso, lentísimos-, con paciencia, conscientes de que Dios, a quien pertenecen los tiempos y los momentos, guía incansablemente, con su sabiduría soberana, el curso de la historia.
5. Los tiempos de espera, como ya he dicho, pueden ser largos antes de llegar al momento favorable. La Iglesia, aunque sufre las resistencias, la sordera y los atrasos que promueve astutamente el "príncipe de este mundo" (Jn 12, 31), sabe que debe actuar con paciencia, respetando profundamente toda situación étnica, cultural, psicológica y sociológica. Sin embargo, nunca deberá desalentarse si sus esfuerzos no se ven siempre inmediatamente coronados por el éxito. Sobre todo, no podrá renunciar a la misión fundamental que se le ha encomendado: anunciar la buena nueva a todas las naciones.
Saber esperar los tiempos y los momentos de Dios requiere una actitud vigilante para poder captar, en las diversas situaciones históricas, las ocasiones y las posibilidades del anuncio evangélico. Lo recomienda el Concilio, cuando recuerda que "estas condiciones dependen a veces de la Iglesia y a veces de los pueblos, grupos u hombres a quienes se dirige la misión. La Iglesia, pues, aunque contenga la totalidad o plenitud de los medios de salvación, no actúa ni puede actuar siempre e inmediatamente según todos estos medios" (Ad gentes, 6). Su acción "experimenta situaciones iniciales y grados (...); más aún, algunas veces, tras un avance iniciado felizmente, se ve obligada a lamentar un retroceso o a permanecer, a veces, en un estado de semiplenitud e insuficiencia" (ibid.). También esto forma parte del misterio de la cruz que impregna la historia.
6. Es conocido que, a lo largo de los siglos, por diferentes razones, han desaparecido enteras comunidades cristianas. Se trata de la dolorosa elocuencia de la historia, que advierte sobre las posibilidades de fracaso inherentes a la acción humana. Ni siquiera la obra evangelizadora es inmune a esta realidad. Pero la historia testimonia, además, que, por la gracia de Dios, esos retrocesos, circunscritos a algunos lugares o a algunos tiempos, no impiden el desarrollo general de la evangelización que, según las palabras de Cristo, se extenderá progresivamente a toda la humanidad (cfr Mt 24, 14). En efecto, la Iglesia, aun en medio de las vicisitudes, prosigue la misión evangelizadora con el mismo impulso de los primeros siglos, Y el reino de Dios sigue desarrollándose y difundiéndose.
7. También hoy es consciente de las dificultades que se presentan en su camino a lo largo de la historia. Con todo, cree vivamente en el poder del Espíritu Santo, que abre los corazones al Evangelio y la guía en su misión. En efecto, es Él quien atrae hacia Cristo a todo hombre, a toda cultura y a todo pueblo, respetando su libertad y los ritmos y guiando a todos con dulzura hacia la verdad. Por tanto, lo que a los ojos humanos podría parecer un proceso lento y accidentado es, en realidad, el modo de actuar de Dios. En los discípulos de Cristo, comenzando por los pastores y los misioneros, esta certeza sostiene y fortalece la esperanza de que su trabajo no es vano ni se perderá. Esta esperanza se funda en la perspectiva escatológica que está en la base de la obra evangelizadora de la Iglesia, peregrina en la tierra hasta el fin de los tiempos.