DEL SANTO PADRE
JUAN PABLO II
PARA LA XXIII
JORNADA MUNDIAL DEL TURISMO
(27 DE SEPTIEMBRE DE 2002)
1. La celebración de la Jornada mundial del turismo, que tendrá lugar el próximo día 27 de septiembre, sobre el tema: "Ecoturismo, clave del desarrollo sostenible", me brinda la grata oportunidad de hacer algunas reflexiones sobre el fenómeno de la movilidad humana, que se ha desarrollado mucho en los últimos decenios, implicando ya a millones de personas. El turismo permite emplear parte del tiempo libre para contemplar la bondad y la belleza de Dios en su creación y, gracias al contacto con los demás, ayuda a profundizar el diálogo y el conocimiento recíproco. De este modo, el tiempo libre y la práctica del turismo pueden colmar las carencias de humanidad, que a menudo se experimentan en la existencia cotidiana.
La sagrada Escritura considera la experiencia del viaje como una oportunidad peculiar de conocimiento y sabiduría, puesto que pone a la persona en contacto con pueblos, culturas, costumbres y tierras diversos. En efecto, afirma: "El hombre que ha corrido mundo sabe muchas cosas; el que tiene experiencia se expresa con inteligencia. Quien no ha pasado pruebas poco sabe; quien ha corrido mundo posee gran destreza. Muchas cosas he visto en el curso de mis viajes; más vasta que mis palabras es mi inteligencia" (Si 34, 9-11).
En el Génesis, y luego en la visión renovadora de los Profetas, en la contemplación sapiencial de Job o del autor del libro de la Sabiduría, así como en las experiencias de fe testimoniadas en los Salmos, la belleza de la creación constituye un signo revelador de la grandeza y la bondad de Dios. Jesús, en las parábolas, invita a contemplar la naturaleza circunstante para aprender que la confianza en el Padre celestial debe ser total (cf. Lc 12, 22-28) y la fe constante (cf. Lc 17, 6).
La creación ha sido encomendada al hombre para que, cultivándola y conservándola (cf. Gn 2, 15), provea a sus necesidades y se procure el "pan de cada día", don que el mismo Padre celestial destina a todos sus hijos. Es preciso aprender a contemplar la creación con ojos limpios y llenos de asombro. Sucede, por desgracia, que en ocasiones falta el respeto debido a la creación; y cuando, en vez de ser custodios de la naturaleza, nos convertimos en tiranos, esta, antes o después, se rebela al descuido del hombre (cf. Juan Pablo II, Homilía en el Jubileo de los agricultores, 12 de noviembre de 2000).
2. Entre los innumerables turistas que todos los años "recorren el mundo", hay muchos que viajan con la finalidad explícita de descubrir la naturaleza, explorándola hasta en sus rincones más ocultos. Un turismo inteligente tiende a valorar las bellezas de la creación y orienta al hombre a acercarse a ellas con respeto, gozando pero sin alterar su equilibrio.
Sin embargo, no se puede negar que, por desgracia, la humanidad vive hoy una emergencia ecológica. Cierto tipo de turismo salvaje ha contribuido, y sigue contribuyendo, a ese estrago, entre otras causas, por los establecimientos turísticos construidos sin una planificación que respete el medio ambiente.
Como afirmé en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 1990, "parece necesario remontarse hasta los orígenes y afrontar en su conjunto la profunda crisis moral, de la que el deterioro ambiental es uno de los aspectos más preocupantes" (n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de diciembre de 1989, p. 11). En efecto, el desequilibro ambiental muestra con evidencia algunas de las consecuencias de las opciones realizadas según intereses particulares, que no responden a las exigencias propias de la dignidad del hombre. A menudo prevalece el afán desenfrenado de acumular riquezas, que impide escuchar el grito alarmante de pobreza de pueblos enteros. En otras palabras, la búsqueda egoísta del propio bienestar lleva a ignorar las legítimas expectativas de las generaciones actuales y de las futuras. La verdad es que, cuando el hombre se aparta de los proyectos de Dios sobre la creación, con mucha frecuencia falla la atención hacia los hermanos y el respeto a la naturaleza.
3. Con todo, no faltan razones de esperanza. Muchas personas, sensibles a este problema, desde hace tiempo se están esforzando por resolverlo. Se preocupan, ante todo, de recuperar la dimensión espiritual de la relación con la creación, gracias al redescubrimiento de la tarea encomendada desde el principio por Dios a la humanidad (cf. Gn 2, 15). En efecto, la "ecología interior" favorece la "ecología exterior", con consecuencias positivas inmediatas no sólo para la lucha contra la pobreza y el hambre de los demás, sino también para la salud y el bienestar personales. Es una línea que se ha de alentar para lograr que prevalezca cada vez más la cultura de la vida y derrotar la cultura de la muerte.
Así pues, es necesario fomentar formas de turismo más respetuosas del medio ambiente, más moderadas en el uso de los recursos naturales y más solidarias con las culturas locales. Son formas que, como resulta evidente, implican una fuerte motivación ética, basada en la convicción de que el medio ambiente es la casa de todos y que, por consiguiente, los bienes naturales están destinados tanto a las generaciones actuales como a las futuras.
4. Se va consolidando, además, una nueva sensibilidad, por lo general denominada "ecoturismo". En sus planteamientos, ciertamente es buena. Con todo, es preciso velar para que no se desvirtúe, convirtiéndose en un medio de explotación y discriminación. En efecto, si se promoviera la defensa del medio ambiente como fin en sí mismo, se correría el peligro de suscitar formas modernas de colonialismo, que conculcarían los derechos tradicionales de las comunidades residentes en un territorio determinado. Se impediría la supervivencia y el desarrollo de las culturas locales y se sustraerían recursos económicos a las autoridades de los gobiernos locales, que son las primeras responsables de los ecosistemas y de las ricas bio-diversidades presentes en los respectivos territorios.
Cualquier intervención en un área del ecosistema no puede por menos de tener en cuenta las consecuencias que de ella derivarían en otras áreas y, más en general, los efectos que tendría sobre el bienestar de las futuras generaciones. El ecoturismo, por lo común, lleva a las personas a lugares, ambientes o regiones donde el equilibrio natural requiere atenciones constantes para no sufrir perjuicio. Por tanto, conviene promover estudios y controles rigurosos encaminados a combinar el respeto a la naturaleza y el derecho del hombre a usar de ella para su desarrollo personal.
5. "Esperamos nuevos cielos y una nueva tierra" (2 P 3, 13). Frente a la explotación imprudente de la creación, originada por la insensibilidad del hombre, la sociedad actual no encontrará una solución adecuada si no revisa seriamente su estilo de vida, llegando a apoyar sus bases sobre "puntos firmes de referencia e inspiración: la conciencia clara de la creación como obra de la sabiduría providente de Dios, y la conciencia de la dignidad y responsabilidad del hombre en el designio de la creación" (Juan Pablo II, Discurso al Congreso internacional sobre "Ambiente y salud", 24 de marzo de 1997, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de abril de 1997, p. 7).
El turismo puede ser un instrumento eficaz para formar esta conciencia. Una actitud menos agresiva con respecto al ambiente natural ayudará a descubrir y apreciar mejor los bienes encomendados a la responsabilidad de todos y cada uno. Conocer de cerca la fragilidad de muchos aspectos de la naturaleza dará una mayor conciencia de la urgencia de medidas adecuadas de protección, para poner fin a la explotación imprudente de los recursos naturales. La atención y el respeto a la naturaleza podrán favorecer sentimientos de solidaridad con los hombres y mujeres cuyo ambiente humano es agredido constantemente por la explotación, la pobreza, el hambre o la falta de educación y salud. Corresponde a todos, pero sobre todo a los agentes del sector turístico, actuar de forma que esos objetivos se conviertan en realidades.
El creyente encuentra en su fe un impulso eficaz que lo orienta en su relación con el medio ambiente y en su compromiso de conservar su integridad para bien del hombre de hoy y de mañana. Por tanto, me dirijo especialmente a los cristianos, para que aprovechen el turismo también como una ocasión de contemplación y de encuentro con Dios, Creador y Padre de todos, y así se fortalezcan en el servicio a la justicia y a la paz, en fidelidad a Aquel que prometió cielos nuevos y una tierra nueva (cf. Ap 21, 1).
Espero que la celebración de la próxima Jornada mundial del turismo ayude a redescubrir los valores que entraña esta experiencia humana de contacto con la creación e impulse a cada uno al respeto del hábitat natural y de las culturas locales. Encomiendo a la intercesión de María, Madre de Cristo, a los que se interesan por este sector específico de la vida humana, invocando sobre todos la bendición de Dios todopoderoso.
Vaticano, 24 de junio de 2002
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