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Os 1, 1-9. El Matrimonio de Oseas

Los tres primeros capítulos del libro de Oseas se refieren a la experiencia personal del propio Oseas en su vida familiar y son como una introducción simbólica al mensaje de amor profundo que Yahvé tiene para con su pueblo Israel.

Introducción histórica

Este título del libro, sin duda añadido por el compilador de las diversas profecías de Oseas, nos presenta el marco histórico máximo en el que el profeta desarrolló su ministerio. Como en otros profetas, se dan sincronizados los reyes de Judá y de Israel. La actividad profética de Oseas se desarrolla, según los datos que aquí nos da, desde el 750 a.C., más o menos, hasta poco antes de la caída de Samaría en 722-721. Algunos autores creen que deben considerarse como glosas los nombres de Acaz y Ezequías. En las profecías se presenta como futuro el hecho de la caída de Samaría (722-21), y como no hay alusiones a la invasión de Judá por Pecaj de Samaría y Rasín de Damasco en 734 a.C., bajo el reinado de Judá, se circunscribe generalmente la actividad profética de Oseas entre el 750 al 735 a.C.

Os 1, 1-2. Orden de casarse con una prostituta

Dios le da al profeta una orden extraña: la de casarse con una prostituta para que engendre hijos de prostitución. Como veremos después, esta orden tiene una significación simbólica: la de figurar los amores de Yahvé para con Israel, esposa infiel. La palabra prostituta puede tener el sentido de mujer pública, deshonrada ya antes de que la tomara por esposa Oseas, o de adúltera por la conducta infiel en el matrimonio. En este último caso, Oseas se habría casado con una mujer honrada normal, pero que le fue infiel después durante el matrimonio; por eso sus hijos son adulterinos. Esta segunda interpretación se prestaría mejor para el simbolismo que quiere expresar el profeta, a saber, que la tierra de Israel se prostituye, apartándose de Yahvé, yendo tras otros amantes, los ídolos cananeos.

Os 1, 3-5. Primer hijo de Oseas

El profeta cumplió al punto la orden de Dios, casándose con una mujer llamada Gomer, hija de Diblayim (v.3). El nombre no tiene nada de misterioso en la onomástica hebrea, y, por tanto, no debemos buscar ocultos sentidos alegóricos en el significado de los mismos. Los que interpretan esta historia familiar de la vida de Oseas en sentido histórico suelen hacer hincapié en los nombres propios aquí consignados. Ya veremos después el valor de este argumento cuando estudiemos la historicidad de estos relatos. De todos modos, aquí el profeta no presta importancia al sentido simbólico posible de su mujer, sino al de su hijo Jezrael (v.4), que habría de recordar las matanzas de Jehú, fundador de la dinastía a la que pertenecía Jeroboam II, en el valle de Jezrael. Jehú había sido instrumento de la justicia divina para castigar las idolatrías de Joram, Acab y Jezabel; pero ahora llegaba la hora de pedir cuentas a la dinastía de Jehú (841-814/3), que era tan culpable ante Yahvé como la extinguida por éste.
Con Jeroboam II, el reino del norte, Israel, había llegado a un alto nivel económico y militar. Esto hizo que surgiera el vicio por doquier. Sobre todo, las clases sociales elevadas hacían caso omiso de las prescripciones de la Ley mosaica; contra sus abusos predicó por este tiempo el profeta Amos.
El hijo, pues, de Oseas simbolizará con su nombre de Jezrael la justicia de Dios sobre la dinastía inaugurada en las matanzas de la llanura de Jezrael, entre el Carmelo y Beisán. El primer hijo de Oseas simbolizará el ocaso del reino de la casa de Israel (v.4). Dios pedirá cuenta por las matanzas de Jezrael, llevadas a cabo por el fundador de la dinastía, Jehú, y romperá el arco (la fuerza) de Israel en el valle de Jezrael (v.5), lugar tradicional de batallas. El nombre, pues, del primer hijo de Oseas tendrá un significado siniestro para los destinos del reino de Israel, cuya capital era Samaría.

Os 1, 6-9. Nombres simbólicos de los otros hijos de Oseas

Como al primer hijo de Oseas se le impuso un nombre simbólico (Jezrael), para significar la próxima ruina del reino de Israel, así los otros hijos tendrán un significado siniestro para la suerte del reino del norte. La hija se llamará Lo-Rujamá ("sin misericordia"), porque Yahvé ya no volverá a sentir piedad por el reino de Israel. Ha colmado la maldad, y llega la hora de la justicia divina, que descargará sin misericordia, pues Israel ya no es el pueblo de
Yahvé. Al tercer hijo se le pone el nombre simbólico de Lo-Ammí ("no pueblo mío") (v.9). Se ha roto la alianza que le vinculaba a Israel, y Yahvé le tratará como si no fuera "su pueblo."
El v.8 parece una glosa intercalada por el compilador para contraponer la triste suerte del reino del norte, Israel, al de Judá, que gozará de una especial protección de Yahvé. De hecho, el reino de Judá sobrevivió al de Israel unos ciento cuarenta años. Yahvé tendrá misericordia de Judá y lo salvará en los momentos críticos sin fuerza militar (arco, espada.), con sólo su omnipotencia.

Os 2, 1-25. Providencia de Yahvé sobre Su Pueblo

Los v.10 y 11 corresponden en el TM a los tres primeros del c.2. Algunos autores, como Hoonacker, los consideran continuación del v.7 del c.1 y creen están traspuestos. Su lugar debido sería a continuación del v.25 del c.2, donde parecen una explanación lógica de las promesas de rehabilitación de Judá e Israel que allí se expresan. Pueden ser también debidos a un glosista posterior, que en medio de las amenazas de abandono hechas por Oseas contra Israel ha creído conveniente recordar las promesas mesiánicas que Dios reiteradamente ha hecho a su pueblo. En todo caso, se quiere hacer constar que el castigo de Dios sobre Israel será pasajero, pues llegarán días en que volverá a multiplicarse como las arenas del mar. Es la fórmula de la promesa hecha a Abraham (Gn 22, 17) y reiterada en otros profetas (Is 10, 22; Jr 33, 22). Aunque Dios les ha dicho que no son su pueblo, volverán a llamarse los hijos del Dios vivo (v.10), como pueblo que está bajo la protección inmediata de un Dios vivo, que, como tal, les dispensará su ayuda en todo, en contraposición a los ídolos impotentes, que no tienen vida.
La perspectiva venturosa se completará al juntarse de nuevo los reinos de Israel y de Judá bajo un único jefe, como en los tiempos pasados (v.11). Indudablemente que el fragmento se refiere a los tiempos mesiánicos, en que un nuevo caudillo, el Mesías, reunirá bajo su mando a los dos pueblos, separados después de la muerte de Salomón. Serán tan numerosos, que se desbordarán de la tierra (v.11), incapaz de contenerlos. Entonces los nombres en otros tiempos siniestros de Jezrael, Lo-Rujama y Lo-Ammí cambiarán de sentido, y significarán más bien las bendiciones de Yahvé a su pueblo. Así, Jezrael simbolizará la feracidad de la llanura de Jezrael, que será propicia al trigo, al mosto y al aceite (v.24). Y los nombres de los otros hermanos se cambiarán en Rujamá ("misericordia") y Ammí ("mi pueblo") (v.21).
Es corriente en la literatura profética intercalar vaticinios conminatorios y de misericordia para, de un lado, sembrar el temor al castigo merecido, y de otro, no caer en la desesperación. Es el caso que aquí comentamos. Quizá el compilador juzgó prudente trasponer esta promesa de misericordia para contrarrestar el anuncio de castigo sobre Israel para que el lector no quedara demasiado impresionado por estos vaticinios amenazadores contra el reino del norte.

Os 2, 1-5. Infidelidad de Israel a Yahvé

El profeta, después de dramatizar su situación familiar, quiere sacar la lección que de ella se desprende. El matrimonio suyo con Gomer simbolizaba el matrimonio de Yahvé con Israel. Este (la esposa infiel) se había ido tras de los ídolos, engendrando hijos bastardos, simbolizados en los nombres de los tres supuestos hijos de Oseas. Yahvé, por el profeta, invita a sus hijos bastardos (los israelitas) a echar en cara a su madre (Israel) su vergonzosa conducta: Protestad de vuestra madre. (v.2), pues por sus fornicaciones, o flirteos con los cultos idolátricos, se ha divorciado de su verdadero Esposo, Yahvé: Ni ella es mi mujer ni yo soy su marido.
Si no deja su conducta deshonrosa, Yahvé la abandonará y la dejará sola, abandonada como un desierto, como el día en que nació (v.5). Estas palabras aluden a la estancia de Israel en el desierto, cuando estaba abandonada de todos y sólo la especial providencia de Yahvé la salvó de la muerte, llegando su prodigalidad a darle una tierra feraz, la de los cananeos. Una vez que Israel logró organizarse como nación en Canaán, se creyó ya suficientemente fuerte y se olvidó de su Dios, yéndose tras de los ídolos cananeos. Pero Yahvé le puede castigar y volverla en tierra árida, quedando totalmente desamparada, con peligro de morir de sed.
Israel se fue tras de sus amantes (?.6), los ídolos, porque creía que así se multiplicarían sus bienes, su dote: me dan mi pan, mi lana, mi aceite. La feracidad exuberante de Canaán, en comparación de las estepas del Sinaí, había fascinado la imaginación rudimentaria de los israelitas al instalarse en Canaán, los cuales habían creído que los dioses locales eran más pródigos con sus adoradores que el adusto Dios del Sinaí. Esto exaspera al verdadero Esposo de Israel, que no va a tener piedad de los israelitas porque son hijos de prostitución (v.4).

Os 2, 6-13. Yahvé castiga a Israel para atraerle

Puesto que Israel está ciega, siguiendo a sus amantes, los ídolos, Yahvé, su verdadero Esposo, movido de extrema solicitud y amor por su esposa, va a tomar medidas extremas, privándola de muchas cosas, hasta que vea la inutilidad de seguir su conducta idolátrica. Yahvé se comporta aquí como un Esposo celoso y enamorado de su esposa, extraviada en amores adulterinos. Podía abandonarla, pero la ama tanto, que la va a hacer volver empleando medios extraordinarios. Yahvé va a sembrar de zarzas y de obstáculos, levantando un muro para que Israel se extravíe en su camino emprendido tras de sus amantes, los ídolos. El profeta presenta a Israel saliendo de su hogar, caminando en busca de sus ídolos; pero le sale al paso Yahvé, bloqueando sus sendas, para que se extravíe y no acierte con el camino acostumbrado hacia los santuarios de los ídolos. Después de probar diversas nuevas sendas extraviadas, se convencerá de la inutilidad de sus esfuerzos en seguimiento de sus amantes (?.7-9), y al no alcanzar su objetivo, se acordará de su legítimo hogar, y, volviendo en sí, retornará a su legítimo Esposo: voy a volverme con mi primer marido.
La decepción ha sido completa, y en la amargura de su alma comprende que su bien estaba en ser fiel a su verdadero Esposo.
Su conducta ha sido tan alocada, que ni siquiera se ha dado cuenta que sus bienes venían de Yahvé, su Esposo (v.8-10), y en su extravío llegó a utilizar su plata para consagrarla a Baal (utilizándola para hacer ídolos). Así, no sólo no ha reconocido los beneficios recibidos, sino que ha abusado de ellos, poniéndolos al servicio de los baales de Canaán. En castigo a su pérfida conducta, Yahvé la va a privar de todos los bienes que le había prodigado: por eso voy a recobrar mi trigo a su tiempo y mi mosto a su sazón. (v. 9-11), es decir, en la época de recolección. Al verse en la total indigencia, comprenderá que de nada le sirvieron sus coqueteos con los ídolos. Yahvé le privará de todo, para que aparezca en toda su desnudez e indigencia.
Israel será privada de cosechas y de todo medio de subsistencia, y entonces será despreciada de todos los pueblos paganos. Nadie podrá ayudarla, porque Yahvé ha decidido castigarla: nadie la librará de mi mano. Israel será reducida a un estado de indigencia tal, que desaparecerán sus acostumbradas alegrías en las solemnidades tradicionales, en los novilunios y sábados (v. 11-13). Las solemnidades anuales, es decir, las fiestas de Pascua, Pentecostés y Tabernáculos, tenían por objeto festejar la presentación y recolección de los cereales y frutos. Eran fiestas originariamente agrícolas. Yahvé ahora, al privar a su pueblo de la recolección de los bienes agrícolas, convertiría en días de luto los tradicionales días de algazara. Particularmente en la fiesta de los Tabernáculos, en el otoño, la alegría popular se desbordaba, porque coincidía con la vendimia y la recolección de frutos en general.
Israel, al entregarse a sus amantes los ídolos cananeos, consideraba los frutos de las viñas e higuerales como el salario que como a cortesana le pagaban aquéllos: Es el salario que mis amantes me dan (v.12-14). La idolatría es considerada aquí como una prostitución espiritual. En los profetas posteriores, esta comparación aparece reiteradamente. Es una consecuencia de considerar las relaciones entre Yahvé e Israel como las íntimas de dos esposos unidos solemnemente por la alianza matrimonial del Sinaí. Así anuncia Oseas que-Yahvé va a privar a su esposa, Israel, de sus bienes, convirtiéndola en un matorral, expuesto a todas las bestias del campo (v.12-14). Y todo ello ha sido por los días en que incensaba a los baales (v. 13-15), o dioses cananeos, que se multiplicaban según las localidades. La idolatría ha sido la causa de la ruina de Israel como nación. Yahvé no podía transigir con un pecado que implicaba un abandono total de sus intereses, reconocidos en la alianza del Sinaí.

Os 2, 14-24. Promesas de rehabilitación

Como es ley en los vaticinios profetices, después de anunciar el más duro castigo, se presenta el horizonte más luminoso. Las relaciones entre Yahvé e Israel descansaban sobre las promesas mesiánicas. Israel se había comprometido en el Sinaí a ser fiel a su Dios; de lo contrario, habría de sufrir los rigores de la justicia divina ultrajada. Pero el castigo de Yahvé sobre su pueblo nunca es de exterminio total, sino de purificación y expiación. Por eso, después que Israel haya reconocido sus yerros, Yahvé volverá a tener intimidades con él como en la época del desierto.
Yahvé se presenta aquí como un Esposo que, después de haber atraído de nuevo a su esposa, en un tiempo extraviada, la invita a la intimidad amorosa, y para ello la lleva al desierto, aislándola de las influencias paganas de la vida sedentaria en Canaán, La vida sencilla de Israel en las peregrinaciones por las estepas del Sinaí era nostálgicamente recordada por los profetas como la época ideal de la historia de Israel, pues en el desierto, Israel, totalmente impotente, vivía de la providencia especialísima de su Dios. Cuando se constituyó en nación en Canaán, se creyó fuerte para prescindir de su Dios, y de ahí su tragedia histórica.
El profeta aquí presenta a Yahvé llevando a Israel al desierto para hacerla reflexionar sobre sus caminos, mientras le habla al corazón, siguiendo el símil del matrimonio. Quizá en la palabra desierto haya una alusión al futuro exilio babilónico con sus privaciones, similares a las de Israel en la vida campamental por las estepas del Sinaí. De todos modos, anuncia claramente que después de la dura prueba vendrá de nuevo la esperanza, recuperará sus viñas; y como en otro tiempo hizo su entrada en Canaán por el valle de Acor, así también en el futuro Israel retornará a su patria con la alegría con que en otro tiempo pasó el Jordán y se adentró por el valle de Acor, que se convertirá en puerta de esperanza (v.15-17) Israel volverá a sentirse optimista y vigorosa como en los días de su juventud al salir de Egipto.
Y aleccionado por la prueba sufrida, no volverá a tener veleidades idolátricas (quitaré de su boca los nombres de los baales.) Y sentirá tal repugnancia Israel por los baales, que no llamará a Yahvé más baalí ("mi dueño"), sino ishí ("mi esposo"). El nombre genérico de baal entrañaba como una alusión a los baales cananeos y no debía aplicarse en adelante a Yahvé. De hecho, después del exilio, Israel no volvió a caer en la tentación de la idolatría. Es el cumplimiento literal de la profecía.
El profeta, después de haber anunciado que Israel volverá a reinstalarse en Canaán con sus finas, se traslada mentalmente a la venturosa era mesiánica y la idealiza imaginariamente conforme al estilo oriental. El temor desaparecerá totalmente, y la paz reinará de modo absoluto, en tal forma que hasta las bestias del campo perderán sus instintos feroces en virtud de un pacto que Yahvé hará con ellas (v. 18-20). Isaías desarrollará la idea con más imaginación: "habitará el lobo con el cordero, y el leopardo se acostará con el cabrito, y comerán juntos el becerro y el león, y un niño pequeño los pastoreará. La vaca pacerá con la osa, y el león, como el buey, comerá paja; el niño de teta jugará junto a la hura del áspid, y el recién destetado meterá la mano en la caverna del basilisco. No habrá ya más daño ni destrucción, porque estará la tierra llena del conocimiento de Yahvé, como llenan las aguas el mar". El cuadro idílico se completa con la destrucción de todo artefacto de guerra: quebraré en la tierra arco, espada y guerra. (v.9-11). Este ideal de paz edénica será repetido reiteradamente en los profetas posteriores.
Oseas presenta este cuadro deslumbrador mesiánico como consecuencia de unas bodas eternas que va a sellar Yahvé con su esposa Israel: Seré tu esposo para siempre y te desposaré conmigo en justicia, en juicio, en misericordias y en piedades (v. 19-21). Es la nueva alianza indestructible, que nos describirán otros profetas, caracterizada por el reinado de la justicia. Y todo ello será consecuencia de las misericordias y piedades de Yahvé. Oseas es el profeta afectivo por antonomasia, quizá sólo superado en esto por Jeremías, y concibe siempre las relaciones de Yahvé con su pueblo como un matrimonio íntimo, surgido del puro amor. En la nueva era mesiánica, el conocimiento de Yahvé será la base de esas relaciones mutuas de amor.
Como consecuencia de esa entrega total a Yahvé por parte de Israel, Yahvé le colmará de toda clase de bienes: en aquel día yo seré propicio a los cielos; los cielos serán propicios a la tierra; la tierra, propicia al trigo, al mosto, al aceite (v.2-23); es decir, Yahvé será propicio a la llamada de los cielos, enviándoles nubes; éstos a la tierra, enviando agua, y la tierra, propicia al trigo, mosto, aceite, ofreciéndolos con prodigalidad; y estos productos serán propicios a Jezrael, es decir, al pueblo de Israel, castigado en otro tiempo cruelmente, cuyo castigo estaba simbolizado en el nombre de Jezrael, que recordaba la matanza de Jehú. Las relaciones armoniosas entre Yahvé y su pueblo tendrán como efecto que los nombres siniestros de Lo-Rujamá ("sin misericordia") y Lo-Ammi ("no mi pueblo") desaparecerán, porque Yahvé volverá a tener misericordia de Israel, y éste podrá ser llamado por Dios: Tú eres mi pueblo; a lo que responderá éste: Tú, mi Dios.

Os 3, 1-5. Retorno de Israel a Su Dios

Os 3, 1-5. Reconciliación de Oseas con su mujer adúltera

La vida del profeta Oseas debía ser un símbolo de las relaciones amorosas de Yahvé con Israel, su pueblo. Por orden divina, el profeta debe amar a una mujer amante de otro (v.1). ¿Quién es esta mujer que después es calificada como adúltera? ¿Es la misma "Gomer, hija de Diblayim" del c.17? Por el calificativo de adúltera que se le da, nosotros creemos que es la misma que Oseas había tomado por esposa. A pesar de sus extravíos e infidelidades, Oseas debe reconciliarse con ella y amarla como ama Yahvé a los hijos de Israel, a pesar de que se van tras otros dioses. Todo aquí parece indicar que se trata de una alegoría sin realidad histórica. Los personajes son artificialmente escogidos para significar ideas teológicas. En este caso, las infidelidades de la supuesta esposa adúltera de Oseas representan los coqueteos idolátricos de los hijos de Israel, que se deleitan con las tortas de pasas; alusión a la costumbre de presentar tortas de pasas en los altares de los ídolos cananeos.
Oseas debe comprarla en una suma de dinero equivalente, más o menos, a 30 siclos, que era el precio de un esclavo. Parece deducirse de esto que la mujer -esposa de Oseas- vivía con su amante en calidad de esclava concubina. La Ley prohibía al marido volver a casarse con su antigua esposa que había oficialmente sido divorciada. No hay ninguna alusión en estos relatos al divorcio de Oseas y de su esposa. Más bien parece inferirse que la esposa de Oseas, por su propia cuenta, se fue a vivir con otro amante, y que Oseas, viendo en sus tragedias familiares altos sentidos simbólicos por ordenación divina, no quiso divorciarse oficialmente de ella.
Para los que interpretan todos estos relatos en sentido alegórico, sin base histórica, no hay dificultad en todas estas combinaciones artificiales, ya que Oseas, en su predicación, bien pudo crear una parábola en la que los detalles se ordenaban exclusivamente a reflejar un sentido simbólico conceptual. El profeta debe simbolizar el amor de Yahvé por los hijos de Israel, que con sus cultos idolátricos cometen actos de adulterio espiritual. El profeta, para recalcar más su amor por la esposa infiel (símbolo del amor de Dios para con Israel), pone de relieve sus sacrificios por recuperar el amor de su esposa, y así, no sólo la admite a la reconciliación, sino que, en un gesto de desbordamiento amoroso, ofrece dinero para recuperarla. Este detalle se presta muy bien para encarecer el amor de Yahvé para con Israel, que le lleva a multiplicar sus solicitudes a través de la historia para atraerle al buen camino. Yahvé sólo exige a su pueblo, para la reconciliación, que se aparte de sus caminos perversos, que es justamente lo que exige Oseas a su esposa recuperada: no te prostituyas. (?.3).
La supuesta mujer comprada por Oseas debe pasar una temporada de pruebas reservada, para significar la situación de prueba en que se va a ver Israel: porque mucho tiempo han de estar los hijos de Israel sin rey. (v.4); es la prueba del exilio, en que Israel desaparecerá como nación, siendo privada de su jefatura política y de su templo (sin sacrificio.). Los cipos son las estelas o masseba, piedras verticales erigidas con carácter sagrado junto a los altares en los cultos idolátricos cananeos y fenicios. Los israelitas se habían aficionado a un culto sincretista, mezclando las prácticas mosaicas y la de los pueblos paganos.
El efod debía de ser un objeto idolátrico empleado en la adivinación, comparado por su riqueza de piedras preciosas al efod o pectoral del sumo sacerdote. Los terafim eran los dioses penates, o ídolos familiares, utilizados también en la adivinación. El profeta, pues, aquí anuncia que los israelitas se verán privados de las cosas más queridas, aludiendo, sin duda, a la prueba del exilio babilónico. De hecho, poco después de estas predicciones, empezó la deportación de los israelitas del reino del norte llevada a cabo por Teglatfalasar III, completada después por Sargón II, una vez conquistada Samaría por los asirios (721 a.C.).
Como siempre, después de anunciar el castigo, el profeta vaticina la rehabilitación de Israel como pueblo. En efecto, después de la cautividad, los hijos de Israel buscarán a Yahvé, su Dios, y a David, su rey. (v.5). La mente del profeta se proyecta hacia el Rey futuro o Mesías, figurado en la persona histórica de David, que en la tradición hebrea quedaba como el símbolo de la monarquía en su mayor esplendor. La expresión al fin de los días está consagrada en la literatura profética para designar los tiempos mesiánicos, que se caracterizarán por un sentido de entrega a Yahvé, de forma que los israelitas en esos días se apresuraran a venir temerosos a Yahvé y a su bondad.

Realidad Histórica de los Relatos de Oseas

Ante los extraños relatos que acabamos de estudiar, la pregunta primera que se presenta al lector es: estos relatos, ¿tienen un valor real histórico, o más bien son cuadros literarios puramente alegóricos en función del simbolismo, tan claramente destacado, de los protagonistas de estas escenas de la vida familiar de Oseas?
Los intérpretes no han convenido en la solución, siendo legión los representantes de ambas hipótesis. San Jerónimo sostiene con vigor la tesis alegorista, entre otras razones porque, para él, el hecho de que Oseas se hubiera casado con una mujer fornicaria es inmoral. Este escrúpulo no es aceptado hoy día, pues no hay ninguna inmoralidad en que el profeta se casara por orden divina con una cortesana o una mujer que le fuera después infiel en el matrimonio. No se trataría, en este caso, de una unión carnal fornicaria, sino de una unión normal matrimonial, aunque la esposa de Oseas haya sido antes prostituta. El gran doctor escriturista reforzaba su tesis acudiendo a otros lugares bíblicos paralelos, como la acción de Jeremías escondiendo su cinturón en el Éufrates por orden divina y la inmovilidad de Ezequiel durante trescientos noventa días.
Los partidarios del sentido histórico en los relatos de Oseas mantienen la historicidad de los hechos mencionados en Jeremías y Ezequiel, y para mantener su tesis hacen hincapié, sobre todo, en el nombre propio de la esposa de Oseas (Gomer, hija de Diblayim) y en los nombres simbólicos de sus hijos. Y refuerzan su opinión resaltando que entre la progenie de Oseas hay una hija y dos hijos. ¿Para qué esta distinción, si no hubiera sido esto conforme a la historia? Finalmente, creen que, para que la predicación del profeta tuviera más eficacia, era conveniente que no quedara la trama en pura parábola, sino que tuviera realización histórica.
Los alegoristas salen al paso de estas objeciones diciendo que también en las puras parábolas aparecen a veces nombres propios, como en la del rico epulón y Lázaro. Oseas bien pudo escoger un nombre para su supuesta mujer con el fin de concretar más la relación. Por otra parte, la mención de una hija es exigida por el nombre que había de llevar, que es femenino en hebreo (Lo-Rujamá). Desde el punto de vista de eficacia sobre los destinatarios a los que se dirigía la predicación de Oseas, no creemos que fuera favorecida por hechos puramente íntimos y familiares de éste. Más bien interesaría la parábola como tal por su simbolismo. Por nuestra parte, nos sentimos inclinados a la interpretación alegorista. Todo en el relato nos parece artificial y convencional. Parece que nos hallamos ante una parábola en la que la mayor parte de los detalles tienen sentido alegórico simbólico. Este simbolismo preconcebido hace crear imaginativamente los personajes apropiados que han de servir de protagonistas en la exposición teológica, que es el nervio de las narraciones: Oseas ha querido así dramatizar las situaciones, concretándolas en supuestos hechos de su vida para impresionar más al auditorio, pero en el fondo todo parece alegoría.

Os 4, 1-19. Reproches por los Pecados

Los tres primeros capítulos pueden considerarse como una introducción teológica a la predicación de Oseas. Ahora empiezan los discursos conminatorios contra Israel, que seguirán hasta el final del libro. Todas las clases sociales son culpables de graves transgresiones, y, por tanto, la justicia divina va a descargar sobre Israel de modo inexorable. El pecado más grave es la idolatría.

Os 4, 1-10. Los sacerdotes, responsables de la corrupción general

El profeta apostrofa al pueblo israelita en nombre de Yahvé, que va a entablar una querella oficial por su depravada conducta, caracterizada por la falta de fidelidad, o de sinceridad honrada en el trato mutuo. Faltan las virtudes sociales elementales para la convivencia: no existe misericordia, o sentido de comprensión para con el prójimo, y todo ello porque falta el conocimiento de Yahvé como reconocimiento práctico de sus mandatos. Por eso el perjurio, la mentira, el robo y el asesinato están a la orden del día (v.2), de forma que las sangres se suceden a las sangres.
Como castigo a tanto crimen impune, Dios ha enviado una sequía general: está en luto el país y desfallecen cuantos en él moran, aun las bestias salvajes. (?.3). El país está agostado sin su verdor habitual, como en luto, y sus animales están privados de sus medios de subsistencia, y hasta los peces del mar perecen privados de su elemento vital. La frase es hiperbólica para encarecer la sequía general, que había afectado hasta el mar.
A pesar de la situación general de desorden y prevaricación reinante en la sociedad, nadie protesta, nadie reprende (v.4). Ni siquiera los que por oficio debían levantarse contra este estado de cosas protestan en nombre de la ley de Dios. La clase sacerdotal, establecida para dirigir espiritualmente al pueblo, no se preocupa de la conculcación de las leyes más elementales contra el orden natural y divino. Por eso Oseas se encara con los representantes de esta clase privilegiada: Contra vosotros me querello, ¡oh sacerdotes!. Por eso el castigo vendrá sobre ellos como sobre los profetas. Dios los hará caer bajo el peso de su justicia: tropezaras de día, y contigo el profeta de noche (v.5). El castigo de Dios caerá sobre ellos sucesivamente, como se suceden el día y la noche. Y todo ello se debe a que hacen perecer al pueblo con su mal ejemplo y su falta de interés en corregirle, pues lo que le falta al pueblo es conocimiento de Dios (v.6).
Ha perdido la conciencia de sus deberes religiosos y éticos precisamente porque los sacerdotes y profetas no se lo dan a conocer. Yahvé los castigará, retirándoles su categoría sacerdotal por haber olvidado su ley. La enseñanza de la Ley o Toráh es lo característico de la clase sacerdotal, como el consejo caracteriza al sabio y el oráculo al profeta. Es el conjunto de ordenaciones tradicionales por las que se había de regir la teocracia hebrea. Es no tanto un código cerrado cuanto una institución viviente, que se va enriqueciendo con nuevas leyes, pero conforme a principios sustanciales recibidos cie la tradición.
A pesar de la obligación de los sacerdotes de enseñar la Ley, no han hecho sino pecar contra todos los preceptos, cambiando su gloria (Yahvé) por la ignominia (?.7), los ídolos vergonzosos, pues han procurado fomentar la idolatría para sacar provecho de los pecados de mi pueblo (v.8). El profeta alude a las múltiples manifestaciones culturales idolátricas y sincretistas, fomentadas por los sacerdotes del reino cismático del norte con vistas a su lucro personal. Muchos autores, sin embargo, creen que la frase se alimentan de los pecados de mi pueblo se refiere más bien al provecho excesivo que sacaban legalmente los sacerdotes de las carnes en los sacrificios "por el pecado". En ese caso, la recriminación se refería a que fomentaban el culto únicamente por obtener estas participaciones de los sacrificios en los que no se quemaba toda la víctima.
En todo caso, en las prácticas cultuales había muchos abusos que estaban clamando por la intervención de la justicia divina; por eso, lo que del pueblo será, eso será también del sacerdote (v.8). Yahvé los castigará por su voracidad insaciable a sentir hambre y miseria. Han querido alimentarse con pretexto de los pecados del pueblo, pero llegará un día en que comerán, pero no se saciarán (v. 10). La frase debe entenderse de modo análogo a la de Amos: "los israelitas edificarán casas, pero no las habitarán; plantarán viñas, pero no beberán el vino." Los sacerdotes, por más que coman, no se saciarán, y sus relaciones matrimoniales serán meras fornicaciones, y, como tales, serán estériles: fornicarán, pero no se multiplicarán. Dios les castigará con la esterilidad y la miseria total. Es una maldición de Dios, pues se declara que las funciones primordiales de la naturaleza para la conservación del individuo y de la especie quedarán sin eficacia. Este parece ser el sentido obvio, y no es necesario suponer una alusión del profeta a las prácticas licenciosas sexuales que tenían lugar en los lugares de culto cananeo.

Os 4, 11-14. Prácticas idolátricas del pueblo

Las prácticas licenciosas y el abuso del vino conducen a las mayores aberraciones (v.11), sobre todo a las prácticas supersticiosas e idolátricas, como la rabdomancia: mi pueblo pregunta al leño, y su bastón le hace revelaciones (v.12). Parece que se alude al empleo de la varita adivinatoria y a la suerte de las flechas. El espíritu de fornicación (o idolatría) los ha descarriado. Nada más insensato que consultar a un leño para obtener adivinaciones. En los tradicionales lugares de culto idolátrico (los collados y bajo la encina.) se llevan a cabo las prácticas más licenciosas. Los árboles frondosos eran lugares de culto entre los cananeos, como símbolo de la fuerza vital de la naturaleza. Por eso, junto a los altares se solían plantar bosques artificiales, o asherim. En la Ley mosaica se permitía al pueblo tener altares particulares junto al santuario de Yahvé para inmolar los animales destinados a la consumición ordinaria, pero esto degeneró al introducirse prácticas idolátricas.
La corrupción ha llegado a tal extremo, que los pecados de fornicación y adulterio de las hijas y nueras no merecen el castigo en comparación con las prácticas vergonzantes que los padres cometían con las hieródulas o prostitutas sagradas de ambos sexos de los lugares de culto pagano: no castigaré las fornicaciones de vuestras hijas, porque ellos mismos con las hieródulas ofrecen sacrificios (v.14). Es el colmo de la corrupción moral y religiosa, ya que a sus excesos sexuales les dan un sentido de culto idolátrico. La situación es desesperada y sin remedio, porque el pueblo ha perdido el discernimiento por sus excesos sensuales: el pueblo, por no entender, perecerá. Es la amarga constatación de una realidad vergonzante.

Os 4, 15-19. Admonición a Judá para no seguir la conducta de Israel

El profeta advierte a Judá que no debe seguir las prácticas idolátricas de Israel; por tanto, no debe frecuentar los lugares de culto de Guilgal y Bet-Aven ("casa de la vanidad"), denominación despectiva en vez de Bet-El ("casa de Dios"). Israel es como una novilla cerril, que no se deja gobernar para ir a buenos pastos; por eso Yahvé la tratará como a oveja en lugar amplio (?. 16); es decir, la dejará pastar a su antojo en campo abierto, sin preocuparse de guardarla en el redil, quedando así expuesta al ataque de las fieras del campo. En efecto, Efraím (tribu principal del reino de Israel y símbolo de ella) se ha extraviado, adhiriéndose a los ídolos. Han perdido el juicio por efecto de sus excesos en el beber y su propensión a la fornicación, o afición a los cultos paganos: han preferido a la gloria de Yahvé la ignominia, o imágenes idolátricas.
Pero de nada les servirá, pues llegará el castigo divino en forma de invasión extranjera, que los arrebatara (como el viento) en sus alas (v.19). Es el torbellino de la guerra, que los envolverá y los lanzará en cautividad, llevados del viento, a tierras extrañas. Y entonces comprenderán lo insensato de su conducta y se avergonzarán de sus sacrificios ante los altares paganos al ver que sus ídolos no los han podido librar de la catástrofe, como esperaban.

Os 5, 1-15. Contra los Sacerdotes y los Príncipes

Os 5, 1-7. Nueva denuncia de la idolatría en Israel

El profeta se encara con las clases dirigentes, anunciándoles la sentencia dictada por Yahvé. Tanto los sacerdotes como los profetas y cortesanos de la casa del rey, con su pésima conducta idolátrica, han sido un lazo en la colina de Mispá y una red tendida en el Tabor, pues al frecuentar estos lugares de culto a los ídolos han dado ocasión al pueblo para caer en la idolatría. Por otra parte, en sus abusos sociales se han portado como perseguidores del pueblo sencillo, colmando su perversidad, lo que está reclamando la intervención de la justicia divina: los castigaré a todos ellos (v.2), Yahvé conoce perfectamente las disposiciones internas de Efraím-Israel, con su propensión a la idolatría (?.3). Están ciegos en sus caminos, porque llevan dentro de sí un espíritu de fornicación (v.4), es decir, una inclinación innata a todo lo que sea apartarse de Yahvé y seguir a los ídolos.
Esta conducta resulta insolente ante Dios, pues es un desprecio manifiesto de parte de Israel: la arrogancia le sale a Israel a la cara (?.5) pues se considera segura fuera de la protección de su Dios. Pero les llegará la hora del castigo y tropezaran Israel y Efraím para caer irremisiblemente. A ellos se unirá en su desgracia la ingenua Judá, que no hace sino imitar los pasos de su hermana mayor. El prestigio y riquezas del reino de Samaría bajo Jeroboam II hacían que el pequeño reino de Judá buscara imitar en todo al reino de Israel en su política y en sus costumbres. Por eso el castigo alcanzará a ambos, pues cuando llegue el momento de la catástrofe de nada les servirán sus muchos sacrificios para aplacar a Yahvé airado: Con sus ovejas y vacadas irán en busca de Yahvé, pero no le hallaran (v.6). Es demasiado tarde para aceptar estos medios de expiación, que no responden a disposiciones internas del corazón: Yahvé se ha retirado de ellos. La frase del profeta es amenazadora en extremo, pues sin Yahvé nada podrán hacer.

Os 5, 8-15. Anuncio de la invasión inminente

Es inminente la invasión en la perspectiva del profeta, que manda a los centinelas que den la voz de alerta en Guibá y en Bet-Aven, en la tribu de Benjamín, al sur del reino de Israel, en las fronteras de Judá. La devastación será general, tanto para Efraím como para Judá (v.8). La expresión tribus de Israel se refiere a los dos reinos, de Samaría y de Judá, originarios del mismo padre Jacob. La depravación ha sido general, y, sobre todo, las clases dirigentes han hecho caso omiso de la ley de Dios: Los príncipes de Judá se han comportado con Yahvé de un modo fraudulento, como los que secretamente mudan los linderos (v.10) de las posesiones y campos. Han estado jugando con su Dios, y por eso su ira se derramará como agua.
El ejército invasor, instrumento de la justicia divina, lo anegará todo como un torrente impetuoso de aguas desbordadas. Los del reino del norte (simbolizados en su principal tribu, Efraím) no se han portado mejor, ya que ha sido conculcado el derecho, siguiendo sólo la regla de sus cultos idolátricos. Por eso Yahvé actuará contra Efraím y Judá como un agente disolvente (yo seré como polilla, como carcoma para la casa de Judá, v.12). En vez de protegerlos y ayudarlos, trabajará por su destrucción como naciones en castigo a sus prevaricaciones de todo género. Y de nada les servirá entonces pedir auxilio a grandes reinos como Asiría, porque no lo podrán remediar. No sabemos a qué embajada concreta alude el profeta, pero podemos suponer que refleja el estado psicológico de los pequeños reyes de la costa fenicia y cananea, que en sus luchas constantes buscaban el apoyo del coloso asirio, que amenazaba caer como una inundación sobre el occidente semítico, como lo hizo Teglatfalasar III poco tiempo después, al invadir la parte septentrional del reino de Israel.
El profeta, aunque vive en los tiempos prósperos de Jeroboam II con su perspectiva profética, anuncia la ruina del reino de Samaría y de Judá en tiempos no lejanos. La ruina de Samaría y de Judá será segura, ya que es efecto de la justicia divina, que los va a asaltar como un león para Efraím y como cachorro de león para Judá (v.14). Nadie podrá librarlos de sus potentes garras. La copa de la ira divina está colmada, y ha pasado el tiempo de la misericordia.
No obstante, esta ruina de Judá e Israel no es definitiva, ya que, en los designios divinos, el castigo no tiene otra finalidad que purificarlos y hacerlos reflexionar y volver al buen camino. Yahvé se retirará momentáneamente de Israel (me iré, v.16) y se volverá a su lugar, que es su morada de los cielos, abandonando al pueblo hasta que hayan expiado su pecado. El desamparo en que quedarán los hará sentir una orfandad glacial, y entonces se acordarán de su verdadero bien y protector y buscarán el rostro de Yahvé. La hora de la angustia será la hora de la sinceridad y de la reflexión, que les hará ir en busca de su Dios. La prueba es el mejor medio de hacerlos volver al buen camino.

Os 6, 1-11. Falsa conversión de los Israelitas

El profeta presenta a los israelitas angustiados en la adversidad, decididos a retornar a Yahvé como único punto de salvación: Venid y volvamos. (v.1). En su ruina reconocen que todo lo que les ha sucedido ha sido enviado por Dios para hacerlos volver al buen camino, y, por tanto, sólo El podrá sanarlos: El desgarró nos vendará. Es inútil esperar en la ayuda de los hombres, aunque fueran los grandes reyes de Asiría. Sólo Yahvé es poderoso para salvar la situación. Reconocen su omnipotencia, capaz de rehabilitar a Israel: nos dará vida en dos días y al tercero nos levantará (v.2). No tienen otro anhelo que volver a participar de la amistad divina: viviremos ante El. El pueblo se siente como tierra sedienta, y por eso clama por la protección bienhechora de Yahvé: Apresurémonos a conocer a Yahvé; vendrá como lluvia primaveral que riega la tierra (?.3). El símil expresa bien lo que significa la aparición de Yahvé, que es comparada también a la aurora, recibida con alegría después de las tinieblas de la noche.
Los sentimientos, pues, de arrepentimiento están bellamente expresados por el profeta, el cual a esta actitud, aparentemente sincera, contrapone la reacción de Yahvé, que se muestra desconfiado por este movimiento de acercamiento a El por parte de Israel. ¡Tantas veces ha dicho que se volvía a su Dios y después le abandonaba! Por eso Yahvé está perplejo y duda en aceptar las actuales manifestaciones de arrepentimiento: ¿Qué voy a hacerte, Efraím? ¿Qué voy a hacerte, Judá? (v.4). Desconfiado por decepciones anteriores, no cree en la sinceridad y constancia de la actual conversión, que es pasajera como lluvia mañanera, como rocío matinal, que con los primeros ardores del sol se evapora. Así es la piedad o sentimiento de reconocimiento de los derechos de Yahvé.
Dios los ha probado y tajado por medio de los profetas, anunciándoles vaticinios conminatorios que realmente provenían de su boca, y sus juicios o sentencias debían haber surtido efectos de arrepentimiento, como la luz (?.6). Los profetas, transmitiendo sus oráculos amenazadores, son comparados a piedras cortantes, que tajan al pueblo en orden para inclinarlos a la luz de la Ley divina. La frase es enérgica e incisiva y refleja bien la misión, muchas veces punitiva, de los profetas. A pesar de sus amenazas, los israelitas, como hombres, violaron mi alianza (v.7). Aquí la palabra hombres parece tener un sentido peyorativo, aludiendo a la condición falsa del hombre que, llevado de sus pasiones, no sabe corresponder a los compromisos de la alianza con Dios. Por eso añade: obraron pérfidamente contra mí, pues le abandonaron para irse tras de los ídolos.
Es tal el estado de perversidad que reina en Israel, y sobre todo en la clase sacerdotal, que invita a los bandidos de Galaad (famosa por las bandas de asesinos que pululaban en sus frondosos bosques) a que sean los ejecutores de la justicia divina contra los sacerdotes: Tú, cuya fuerza son los bandidos, si asesinaras a lo largo del camino de Siquem (v.8). La frase es oratoria y expresa el estado de culpabilidad a que han llegado los sacerdotes del reino del norte, simbolizado aquí en la ciudad de Siquem, cerca de Samaría. Los cultos paganos y sincretistas constituyen el pecado principal del reino: allí se prostituye Efraím. (v.10). Los sacerdotes son los principales responsables de esta situación, ya que evitan que los israelitas vayan a cumplir sus prácticas religiosas a Jerusalén.
El v.11 parece desconectado del contexto, y puede ser una glosa en la que un autor posterior contrapone la suerte triste que aguarda al reino del norte a la gloriosa que le espera a Judá. Yahvé injertará una rama o retoño que lo hará vivificar cuando vuelva de la cautividad. En este supuesto nos encontraríamos con una profecía mesiánica al estilo de otras similares de los escritos proféticos, en la que se insiste en la renovación vigorosa obrada por Yahvé en Judá (yo injertaré una rama.) después de la prueba del exilio. Como siempre, esta intercalación de una profecía esperanzadora tiene por fin aliviar al lector de la impresión recibida anteriormente al anunciar un castigo inexorable de parte de Yahvé sobre su pueblo. La justicia y la misericordia divinas son los dos polos sobre los que alternativamente gira la teología de los profetas respecto de los destinos de Israel.

Os 7, 1-16. Anarquía social y petición de ayuda al extranjero

En los c.7-9 se refleja la anarquía reinante después de Jeroboam II. Los desórdenes sociales están al orden del día. La nación se siente insegura, y busca nerviosa auxilio tan pronto en Asiría como en Egipto. En el terreno religioso, la idolatría y la impiedad crecen por doquier. De hecho sabemos que, después de la muerte de Jeroboam II, las dinastías se sucedieron con pasmosa rapidez, pues los reyes eran asesinados y suplantados sistemáticamente por generales insurrectos, a su vez devorados por el torbellino de la anarquía social. Son los años en que Teglatfalasar III hace sus primeras incursiones por la costa sirofenicia y amenaza caer sobre Palestina (entre el 750 al 735 a.C.).

Os 7, 1-7. Conspiraciones contra los gobernantes

La anarquía social es general. El robo y asesinato están a la orden del día (v.1), y se hacen de modo tan descarado, que sus autores no tienen interés en ocultar las fechorías: sus obras les rodean (como un vestido) y están patentes a mí (v.2). A continuación, el profeta describe al detalle y de modo poético la trama de una de tantas conspiraciones habidas contra los gobernantes de aquel tiempo de descomposición política y social. De un lado, los súbditos se muestran zalameros y adulan al rey y a los príncipes (regocijan al rey con sus mentiras, v.3), mientras que están tramando interiormente su muerte. Después de la muerte de Jeroboam (753), los atentados se sucedieron en masa. Quizá se aluda aquí a la conspiración de Sellum contra el rey Zacarías (753-52), hijo de Jeroboam II y último rey de la dinastía de Jehú. El usurpador, Sellum, fue muerto por otro usurpador (Menajem, 752-742/1) un mes después.
El relato de Oseas puede ser un eco de estas intrigas. Supone el profeta que se celebró una fiesta en honor del rey, en la que no faltaban las alabanzas y adulaciones propias de las circunstancias. Mientras tanto, hervían furiosos en odio, tramando la ruina del rey. El profeta compara los conspiradores a los horneros que encienden el horno y preparan la pasta (los planes del regicidio), para esperar el momento oportuno. Dejan que fermenten sus planes, y cuando los príncipes y el rey están despreocupados, encendidos por el vino, entonces se echan sobre ellos, asesinándolos (v.7). Es la historia de las conspiraciones que tuvieron lugar en los años que van desde el 750 al 735 a.C. El profeta refleja en este relato una de tantas conspiraciones, sin concretar ninguna en nombres. Los términos literarios pueden aplicarse a todas ellas. El quiere hacer ver que la anarquía y el libertinaje campean en la sociedad, porque nadie se acuerda de Dios: nadie clamó a mí (v.7).

Os 7, 8-16. Israel, en busca de ayuda extranjera

Irónicamente se compara a Efraím (reino del norte) a una torta a la que no se dio vuelta (v.8), y por ello a medio cocer. Ha querido impregnarse de costumbres paganas (se aceita de los pueblos), y el resultado es que no es ni yahvista ni pagano. No tiene apego a su personalidad y tradiciones nacionales, y, por otra parte, las costumbres y usos adoptados de los pueblos gentiles no le van a su medida. Es una torta a medio cocer. No se da cuenta que, con esta política de mimetismo extranjero, los extraños devoran su sustancia (v.9), debilitándola en su vida nacional; y así, sin darse cuenta, es presa de una vejez nacional prematura (ya tiene canas), sin que se aperciba de ello.
No reconoce su debilidad y sus yerros, y por eso su conducta es insolente y desafiante para los intereses de Yahvé: a Israel le sale a la cara su arrogancia (v.10). En su autosuficiencia, no se creen los israelitas necesitados de auxilio, y por eso no se vuelven a Yahvé, su Dios; a pesar de lo que han sufrido: y, con todo esto, no le han buscado. Su ceguera será su castigo. Tan infatuado está, que, en vez de dirigirse a Yahvé, ha buscado ingenuamente, como paloma estúpida, sin juicio, ayuda de las grandes potencias, Asiría y Egipto, que terminarán por absorberlo políticamente. La frase parece aludir a la política inconsistente de Israel en aquel tiempo, cuando Teglatfalasar III de Asiría hacía irrupción en la costa sirofenicia y se preparaba a avanzar por Palestina para chocar contra Egipto.
Las facciones políticas de Israel eran diversas, ya que unos propugnaban aliarse con el coloso asirio que avanzaba, mientras que otros eran partidarios de escudarse en la potencia del faraón para hacer frente a la invasión. Los profetas, en esta situación, predican siempre la política de Dios, que es abstenerse de entrar en ligas extranjeras, que no hacen sino perjudicar a los intereses religiosos del pueblo elegido, y encomendarse a la ayuda omnipotente de Yahvé. Isaías y Jeremías serán los grandes campeones de esta tesis eminentemente "yahvista." De hecho, de nada les servía a los políticos israelitas el buscar alianzas extranjeras, pues por haber despreciado y desconfiado en Yahvé, caerían en la red que les tendía como aves del cielo (v.12).
En la escuela de los fracasos militares y políticos iba Yahvé adoctrinando a su pueblo, de dura cerviz (yo los castigaré.), que tenía sueños de gran nación. El apartarse de Yahvé traía como consecuencia la ruina (v.13). La ingratitud de Israel desbordaba toda medida, y, sobre todo, su falta de sinceridad en sus actos de culto no hacía sino atraer la ira divina. En realidad, no les importan los intereses de su Dios, sino que ululan sobre sus almohadillas y por el grano y por el mosto hacen incisiones (v.14). El texto alude a la costumbre de prosternarse en los lugares de culto, extendiendo en el suelo el manto o pequeños lechos (almohadillas), haciéndose incisiones (v.14) rituales en señal de dolor por los pecados y para manifestar una piedad extraordinaria.
Los israelitas adoptaron prácticas culturales de los cananeos aun en el santuario de Yahvé, pero, además, participaban de los ritos sagrados en los lugares de culto idolátrico con sus grandes aberraciones. El profeta destaca la ingratitud inmensa que esto supone, ya que Israel debía su existencia como nación exclusivamente a la elección y protección de Yahvé (yo los eduqué y fortalecí sus brazos, v.15), pero ellos han correspondido con la rebelión y el engaño, yéndose tras de los ídolos: se vuelven hacia los que de nada sirven (v.16). Han resultado a Yahvé tan traicioneros como el arco engañoso que se vuelve contra el que lo maneja. Israel no ha querido ser instrumento dócil en las manos de Yahvé, y se ha vuelto contra El, prefiriendo a los ídolos de las naciones y buscando alianzas paganas.
Pero en esto encontrarán el castigo, pues los que más abogan por la alianza con las naciones como Egipto y Asiría caerán a la espada por sus insolentes bravatas. La frase puede ser una alusión al ardor con que combatían las distintas facciones políticas (egiptófilos y asirófilos) en la corte de Samaría. La última frase, serán la irrisión de la tierra de Egipto, es considerada por algunos autores como glosa posterior que interpreta los hechos a la luz de la caída de Samaría en 721 a.C.

Os 8, 1-14. La invasión asiria, castigo por los pecados de Israel

En este capítulo encontramos una serie de acusaciones que justifican la ruina de Israel: violación de la alianza, dinastías ilegítimas, adoración del becerro, petición de ayuda exterior e idolatría.

Os 8, 1-6. Anuncio de la invasión y de la cautividad

La invasión es inminente; por eso se invita a un imaginario centinela a dar el grito de alarma (emboca la trompeta), pues en su perspectiva profética, Oseas ve ya planear al ejército asirio, que como un buitre se abate sobre la casa de Israel (v.1). El anuncio se expresa en sentido entrecortado para dar mayor impresión de nerviosismo. El símil del buitre sirve para expresar la rapacidad del ejército invasor. La causa del castigo es la infidelidad a la alianza y a la Ley. Siempre los profetas hacen hincapié en las razones teológicas que dirigen las vicisitudes históricas del pueblo elegido. Las circunstancias políticas históricas no cuentan para ellos, sino las exigencias de la alianza del Sinaí entre Yahvé y su pueblo. Conforme a este pacto, la historia de Israel se desenvuelve en una alternativa de castigos o bendiciones, según su fidelidad o deslealtad al mismo por parte del pueblo elegido.
Por eso ahora Yahvé no hace caso del grito angustiado de Israel: ¡Dios mío! pues su conversión no brota de la sinceridad del corazón. Yahvé conoce sus veleidades (Te conocemos, Israel, v.2) y, por tanto, espera las pruebas de su arrepentimiento. Israel se ha trazado un plan de vida totalmente al margen de la ley de Dios, en lo que ésta implica de bendiciones (Ha rechazado el bien, v.3), y por eso Yahvé lo entregará al enemigo, que le perseguirá. La vida nacional no ha sido controlada conforme a las exigencias de la teocracia: se dieron reyes, pero no elegidos por mi. (v.4). El reino del norte era ilegítimo por su origen cismático después de la muerte de Salomón.
Jeroboam I, su primer rey, además de ser ilegítimo usurpador, instauró la taurolatría, o culto de Yahvé bajo la forma de toro, lo que estaba prohibido por la Ley. En el nuevo reino floreció la idolatría en sus diversas formas, como fruto normal del sincretismo religioso adoptado (de su oro y plata se hicieron ídolos), lo que contribuyó a la perdición del reino. Yahvé no puede aprobar este culto taurolátrico (yo rechazo tu becerro, Samaría, ?.6). El culto cismático, con grandes infiltraciones idolátricas, practicado en Betel y Dan, no podía ser aprobado por Yahvé, que había señalado como único lugar de culto a Jerusalén, y por eso Yahvé condenará al pueblo de Samaría a la cautividad. Han confiado en sus ídolos de oro, y de nada les servirá en el día de Yahvé, o de la manifestación de su ira. El becerro de Samaría, o ídolo del reino del norte, será llevado cautivo como sus adoradores, que se avergonzarán de él.

Os 8, 7-14. Anuncio del exilio

Israel, con su conducta desafiante, se está haciendo acreedora a un castigo. Está buscando relaciones políticas con Asiría y terminará absorbida por esta nación imperialista. Todos estos malos pasos no son sino los primeros indicios de la catástrofe: siembra vientos y recogerán tempestades (?.7). El proverbio expresa bien el final que tendrá la mala política internacional de Israel. La cosecha que les espera no será precisamente de trigo ni de harina. Verán espigas, pero no darán fruto. El profeta parece aludir aquí al ejército invasor, que arrasará las cosechas, y las pocas espigas que haya, las devorara el extranjero.
Israel, en efecto, ha sido despreciado y tratado como un vaso del que no se hace aprecio (v.8). A pesar de esto, la conducta de Israel es inexplicable, ya que ha ido a buscar a sus invasores (subieron a Asiría, v.8), y en esto se muestran menos inteligentes que el onagro, que ama la soledad y la independencia. En cambio, Efraím (reino del norte) ha ido con dádivas tras los amantes o invasores, probable alusión a las ofrendas que presentaban como tributo al coloso asirio. Con ello no hará sino acelerar la ruina de la nación y la cautividad. El profeta les anuncia que ésta ciertamente vendrá, aunque todavía subsistan como nación durante algún tiempo, para que experimenten la anarquía y el desorden interno político: Aunque sean entregados a las naciones, al presente los guardo reunidos para que sufran algún tiempo la carga del rey y de los príncipes (v.10). El pueblo debe experimentar lo que supone la funesta política de las clases dirigentes. Antes de que llegue la tempestad del cautiverio, deben probar los vientos que la prepararon, es decir, la política suicida que los llevará a la catástrofe.
Después de aludir a la situación política, el profeta se vuelve de nuevo a la tragedia religiosa de aquel pueblo que ha abandonado a Yahvé para entregarse a la más crasa idolatría: Efraím ha multiplicado sus altares para pecar (v.11). Los lugares de culto idolátrico no le han servido sino para facilitar toda clase de transgresiones contra la Ley recibida de Yahvé. Como consecuencia de esta defección en lo cultual, sobrevino la defección en la práctica de la Ley, pues los israelitas consideran las palabras de la Ley divina como algo extraño a ellos, como palabras de extranjeros. De nada les servirán sus sacrificios y sus banquetes con motivo de los actos de culto, porque Yahvé no se agrada de ellos (v.15). Dios quiere ante todo la entrega sincera de los corazones. Por su hipocresía y deslealtad los castigará, y reconocerán sus iniquidades. Volverán a repetirse los tristes días de la servidumbre de Egipto (volverán a Egipto), si bien esta vez en el exilio de Mesopotamia.
El v.14 es muy semejante, por el estilo, a los oráculos de Amos, y puede ser una inserción hecha por un glosista, inspirada en los escritos del profeta de Tecoa. Israel y Judá se han creído fuertes, levantando palacios y ciudades fuertes, olvidándose de buscar la ayuda en su Hacedor; por eso serán castigados, y sus ciudades y palacios entregados al fuego. El texto alude a la destrucción de las ciudades de ambos reinos como efecto de la invasión asiría, que culminará en la ocupación de Samaría en 721 a.C. por Sargón II.

Os 9, 1-17. El castigo de Efraím

Os 9, 1-6. La cautividad de Israel está a la vista

El anuncio de la próxima cautividad aparece expresado con toda claridad. Israel sigue inconsciente su vida de alegría y regocijos, pero en esto se muestra estúpida y sin inteligencia, porque el castigo no se hará esperar por haber abandonado a Yahvé, yéndose tras los ídolos: has fornicado fuera de tu Dios (v.1). Se ha conducido como una cortesana, en busca de salario sobre toda era de trigo; es decir, ha participado en todos los jolgorios y prácticas supersticiosas y paganas que tenían lugar con motivo de la recolección. Pero, por haber tomado parte en fiestas idolátricas con motivo de la recolección, Yahvé castigará a Israel a una gran escasez: la era y el lagar los desconocerán (v.2), e.d. los frutos no responderán a la llamada y espera de los habitantes de Israel al cultivar el campo; el mosto los defraudara en su esperanza.
Pero esto no será sino el principio del fin, ya que el exilio será el destino definitivo de Israel. El profeta concibe la futura cautividad en Asiría al estilo de la antigua de Egipto: Efraím volverá a Egipto (v.3). En Asiría comerán manjares impuros. Privados del templo, ya no podrán presentar sus primicias, que consagraban la cosecha (no entrará en la casa de Yahvé, v.4). Por eso, ese pan sólo valdrá para ellos mismos, e.d. para saciar su hambre, pero no para reconocer en él la mano pródiga de Yahvé: su pan será un pan de duelo. La casa donde había muerto alguno era considerada como contaminada durante siete días, y los familiares tenían banquetes funerarios en un ambiente de duelo y de tristeza. La tristeza lo invadirá todo en el exilio, y los israelitas se sentirán en perpetuo duelo.
Desaparecerán las tradicionales fiestas y asambleas del pueblo (v.5). Al desaparecer el templo no habrá ocasión de reunirse el pueblo y celebrar la tradicional fiesta de Yahvé, e.d. los novilunios, y las fiestas mayores de Pascua, Pentecostés y Tabernáculos. Las gozosas asambleas en torno al templo de Sión serán sustituidas por la dolorosa concentración de exilados en el extranjero: Egipto los reunirá (v.6), y allí, en la tierra tradicional de la servidumbre (simbolizada en la capital, Menfis), encontrará Israel triste sepultura, mientras que en Palestina los palacios y moradas de los israelitas (con sus preciosidades de plata) serán invadidas por las ortigas y los cardos.

Os 9, 7-10. Asechanzas de los israelitas al profeta

El profeta anuncia la proximidad de los días del castigo, y, sin embargo, no encuentra sino hostilidad e incredulidad. Se le trata como insensato poseído de un espíritu maniático pesimista. No sólo prevarican, sino que le persiguen (v.8). Oseas, como profeta, se declara el centinela de Efraím, siempre alerta para dar la voz de alarma ante los peligros que se avecinan, y, sin embargo, no se le reconoce su misión, sino que por doquier se le ponen lazos en sus caminos, como el cazador lo hace en busca de la presa (v.8). La casa de su Dios parece tiene aquí el sentido amplio de territorio perteneciente a Yahvé, es decir, el reino de Israel. El profeta, que no hace sino vivir en comunicación con su Dios, es hostigado en el territorio propiedad del mismo Dios. La corrupción de sus perseguidores es comparable a la de los habitantes de Giiibá. Quizá la mención del crimen abominable de los benjaminitas contra uno que pedía hospitalidad sea relacionado con la negativa del así lo a que como profeta tenía Oseas en el territorio de Israel. Le niegan algo que afecta a sus derechos naturales como israelita, y más como representante de Yahvé. Oseas clama a la justicia divina para que salga por sus derechos: El se acordará de su iniquidad. (v.8).
Yahvé sintió un placer especial al entrar en relación con Israel en el desierto, comparable al viajero que encontró, sin esperar, uvas en el desierto, o como el que prueba las brevas en la higuera, encontradas inesperadamente antes de que llegue la época de la maduración de los higos (v.10). Yahvé amó y protegió a su pueblo con paternal solicitud cuando Israel empezó a formarse como nación; pero, a pesar de todos los beneficios que le prodigó, Israel se entregó a los ídolos en la primera ocasión que encontró: Llegados a Baal-Peor, se consagraron a la infamia (nombre despectivo para designar los ídolos) y se hicieron abominables. (v.10). Baal-Peor es una localidad de Moab, donde los israelitas prevaricaron en masa en su paso hacia Ganaán. El profeta contrapone en este cuadro el afecto y solicitud de Yahvé por su pueblo y la conducta desagradecida de éste al abandonarle e irse tras de los ídolos de Moab, entregándose a las costumbres licenciosas que solían acompañar a los actos de culto idolátricos.

Os 9, 11-17. La exterminación de Efraím

Supuesta la inveterada prevaricación de Efraím, iniciada ya en los albores de su historia, como prueba el hecho de Baal-Peor, Yahvé ha decidido exterminarlo como pueblo. Su gloria o vigor, manifestado en la fecundidad y proliferación de sus hijos, volará como pájaro (v.11). Será condenado a la absoluta esterilidad (No habrá ni parto, ni maternidad.). Y si aún nacieren niños, Yahvé se los arrebatará (v.12), entregándolos a la espada y al cautiverio. Efraím, pues, no ha hecho sino criar hijos para ser presa de caza (v.15) de los invasores asesinos.
La maldición de Yahvé es inexorable, y es tal, que el profeta se resiste a pronunciarla: Dales, ¡oh Yahvé! y dialoga consigo mismo: ¿Qué les has de dar? Y, por fin, con la mayor repugnancia, proclama la maldición divina: dales entrañas estériles y senos enjutos (v.14). El profeta pide la extinción del pueblo por su depravación general, reprimiendo sus sentimientos primarios de piedad. La terrible sentencia está justificada por las abominaciones que cometen en los santuarios idolátricos como Guilgal. Por eso los arrojará de su casa, del territorio de Palestina, que le pertenece a Yahvé. Las clases dirigentes, los príncipes, con sus rebeldías, son los primeros responsables de la ruina. La exterminación y el exilio serán la triste suerte de un pueblo que había sido elegido por Dios como único entre las naciones (v. 16-17).

Os 10, 1-15. Inminencia del Castigo

Os 10, 1-8. Proliferación de la idolatría

La riqueza de Israel, en vez de contribuir a alabar a Yahvé por los abundantes bienes materiales, no ha servido sino para multiplicar los lugares de culto idolátrico. Los altares y cipos (estelas de culto) se multiplicaron por doquier en honor de los baales de cada lugar, al estilo cananeo. En esto Israel se ha mostrado mendaz, ya que, aunque confiesa a Yahvé con los labios, su corazón está muy alejado de El (v.2). De un lado, los israelitas constatan la situación política caótica al decir no tenemos rey (probable alusión a la sucesión de usurpadores y cambios de dinastías que se siguieron a la muerte de Jeroboam II), y aun confiesan que de nada les serviría el rey si no tienen temor de Dios (porque no hemos temido a Yahvé, y el rey, ¿qué haría por nosotros?); pero estos sentimientos, expresados sólo en determinados momentos de angustia, quedan ahogados por sus actos pecaminosos: juran en falso, hacen alianzas (v.4) con potencias extranjeras, como Asiría y Egipto.
Esta situación no puede prolongarse, y el juicio condenatorio de parte de Yahvé está a punto de caer sobre la nación, que la invadirá como planta venenosa o maldita en todos sus estratos sociales. La nación es comparada aquí a un campo con surcos (v.4) o del irritaciones, según la estratificación de clases sociales, lo que facilitará la propagación de la planta venenosa, que no es otra que el castigo justiciero de Yahvé. En el v.12, Israel es comparado con un campo no trabajado o erial. Aquí el profeta se fija en la facilidad de propagación de la ira divina, que cae como un veneno sobre Israel.
Una vez anunciado el castigo, el profeta presenta la ejecución del mismo. Ha llegado la invasión; los santuarios idolátricos serán arrasados y sus adoradores estarán consternados por la suerte del becerro de Samaría (v.5). El pueblo hará manifestaciones de duelo, y los sacerdotes se lamentarán al perder lo que les daba opíparas ganancias: su gloria ha emigrado lejos de él; e.d. sus tesoros fueron llevados por los conquistadores; y hasta el mismo ídolo (becerro de Samaría) será transportado como tributo al gran rey de Asiría. Esta será la gran vergüenza de Israel, que les ha venido por sus consejos (v.6) o malos cálculos políticos. Este será el trágico final del reino del norte.
Mientras llega la hora de la invasión, la nación es presa de la anarquía y de las facciones políticas, siendo el rey llevado como espuma sobre la superficie de las aguas (v.7), juguete de los partidos políticos. El profeta parece aludir a la inseguridad política y social que existió del 750 al 735 a.C., cuando los usurpadores políticos se sucedían vertiginosamente y la opinión pública se dividía en las facciones asirófila y egiptófila.
Como colofón de tanta confusión anárquica vendrá al final la temida invasión; los lugares de culto (los altos de la impiedad, v.8) serán destruidos, y sus altares se cubrirán de zarzas y de abrojos, mientras que los habitantes, aterrados ante tanta ruina, pedirán a los montes y collados que los cubran para no ver tanta desolación y miseria: Dirán a los montes: "¡Cubridnos!"; y a los collados: "¡Caed sobre nosotros!" (v.8).

Os 10, 9-15. La destrucción inmediata de Israel

Israel ha sido prevaricador desde tiempos antiguos, desde los días de Guibá. Los benjaminitas fueron atacados por las demás tribus coligadas, y permanecieron inmóviles en sus posiciones, creyendo que no se les atacaría; pero su prevaricación fue de tal magnitud, que no podía menos de afectarles la guerra: ¿No les va a alcanzar la guerra en Guibá a los hijos de la iniquidad? (v.8). Su confianza era suicida, como lo es la de los contemporáneos de Oseas. Se creen éstos seguros y siguen pecando, sin pensar que Dios ha de descargar su ira sobre ellos.
Yahvé se encargará de darles el merecido, utilizando como instrumentos de su justicia a pueblos que se reunirán por un común compromiso a causa de su doble crimen (v.10). Sigue el profeta aludiendo a la coligación de todas las tribus de Israel para castigar el doble crimen de los benjaminitas, que les negaron la hospitalidad y después abusaron de modo nefando de los que tenían derecho a ella. Así, los invasores coligados caerán sobre Efraím para castigar sus múltiples pecados.
Hasta ahora la vida de Israel fue fácil, sin mayores trabajos. Su labor se reducía a la de una novilla domesticada que gusta de trillar (v.11), libre de todo yugo y con la facilidad de comer lo que se le antojaba en la era. Pero ahora Yahvé la va a emplear en trabajos desacostumbrados, de forma que quede domada con el yugo el vigor de su cerviz. Antes había llamado el profeta a Israel novilla cerril, porque no quiere someterse al yugo; pero ahora será entregada por la fuerza a las duras pruebas de la cautividad, con las penalidades propias de los esclavos: Israel tendrá que rastrillar. El símil es gráfico y expresivo. Israel volverá a las penalidades de la servidumbre de Egipto por no haber querido ser fiel a los preceptos de su Dios y no haberle reconocido como su legítimo dueño.
Finalmente, Oseas hace un llamamiento a un cambio de conducta si quieren evitar los rigores de la justicia divina: Sembrad en justicia. Sólo así pueden pensar cosechar misericordia (v.12) de parte de Yahvé. Israel, en el estado actual, es comparado a un campo sin cultivar, que, por su abandono en sus deberes religiosos, está como un erial o barbecho; por eso es necesaria una labor dura para remover la insensibilidad moral y religiosa a que han llegado: roturad vuestro barbecho (v.12), como único medio de buscar a Dios para que les enseñe la justicia o rectitud de vida conforme a sus preceptos.
Hasta ahora no han hecho sino sembrar impiedad y cosechar iniquidad, lejos de los caminos de su Dios (?.13). Toda su vida no ha sido sino un engaño, un fruto de mentira, pues no han sabido ser consecuentes en su vida práctica con sus convicciones. Han creído poder vivir sin la ayuda de Yahvé, confiando en su fuerza militar (v.13); pero llegará la hora de la verdad, y entonces se convencerán del engaño en que han vivido. La invasión vendrá, y todas sus fortalezas serán arrasadas, y la población sufrirá la suerte de Bet-Arbel, destruida por Salmán, probablemente un rey moabita, mencionado en una estela asiría. Es la suerte que espera a la casa de Israel, que será arruinada con su rey en breve plazo, como el despuntar del alba después de la noche.

Os 11, 1-11. Ingratitud de Israel

Os 11, 1-7. Solicitud paternal de Yahvé para con su pueblo

El profeta recuerda los orígenes de Israel como pueblo. La solicitud de Yahvé fue realmente la de un padre que enseña a dar los primeros pasos a su hijito, librándole de los pueblos enemigos y prodigando milagros hasta robustecerle con pleno acceso a la edad de adulto. Israel estaba sujeto a la servidumbre en Egipto, y desde allí le llamó (v.1) para elegirlo como pueblo aparte de todos los pueblos, con una misión excepcional. Sin embargo, Israel, ya establecido en Canaán, se entregó a la idolatría (v.2), sin acordarse de los desvelos paternales que Yahvé le había prodigado (?.3). ? pesar de tanta ingratitud, Yahvé mostró su amor para con Israel, atrayéndole con ligaduras humanas (v.4) o muestras tiernas de comprensión. La imagen de ligaduras humanas, supuesto el contexto, parece aludir a las cuerdas con que la madre ata solícitamente a su pequeñuelo a su cuerpo para que no se caiga: como quien alza una criatura contra su mejilla.
Israel, pues, ha sido llevado en brazos, protegido por Yahvé y sustentado por El (y me bajaba hasta ella para darle de comer) de modo milagroso en el desierto para que no desfalleciera en su infancia como nación. Pero la defección e ingratitud del pueblo elegido no tuvo límites, y por eso volverá a la servidumbre (se volverá a Egipto), y a trueque de Yahvé, a quien no se le ha querido reconocer como Rey, Israel sufrirá la mano dura de otro monarca despótico: Asiría será su rey. Es el anuncio del exilio en Mesopotamia, castigo de su apostasía: porque rehusó convertirse.
El destino del pueblo elegido será trágico, ya que la espada y el cautiverio se cebarán en él, que se consumirá por sus consejos o desafortunados cálculos políticos, en contra de la predicación de los profetas, que postulaban una política exclusivamente religiosa. El v.7, si es legítima la lectura propuesta, parece aludir a la costumbre de los invasores asirios de empalar a los enemigos vencidos a la puerta de las ciudades.

Os 11, 8-11. Yahvé se apiada de Israel

Como es ley en los oráculos proféticos, después de anunciar el castigo viene la contrapartida del ofrecimiento del perdón y de la misericordia de parte de Dios. En todo caso, aunque el castigo se anuncie como cierto, se declara que éste tiene un carácter purificatorio y que Yahvé no condena a Israel al exterminio total, porque tiene designios de salvación sobre él conforme a antiguas promesas. Así, pues, Oseas, después de anunciar la triste suerte que le espera a Israel, se apresurará a proclamar los planes salvíficos de Yahvé sobre el mismo.
Yahvé no puede tratar del mismo modo a su pueblo, elegido para sus grandes designios, que a las ciudades malditas de la Pentápolis, Admá y Seboím, anegadas por el mar Muerto: ¿Cómo he de entregarte, Efraím? (v.8). En la mente divina pesan mucho los destinos de Israel y no puede aniquilarle como a aquellas ciudades paganas. El afecto que le profesa le impide exterminarlos, aunque lo merezcan por sus prevaricaciones: mi corazón se ha vuelto contra mí. Por otra parte, Yahvé es Dios, y no se puede dejar llevar de una venganza implacable, como pudieran hacerlo los hombres; por eso reprimirá el ardor de su cólera. Como santo, debe ante todo mantener sus promesas antiguas de salvación hechas a Israel y no puede complacerse en destruir (v.9).
Una vez pasada la prueba purificatoria del castigo, en la que Israel será diezmado, pero no totalmente destruido, vendrá la restauración y la repatriación del cautiverio. Volverán en masa en pos de Yahvé (v.10), que abrirá la marcha y rugirá como un león, causando la consternación y el terror entre los enemigos del pueblo de Israel. Aunque estén dispuestos en las regiones extremas del occidente, todos se congregarán en torno a Yahvé, triunfador de sus enemigos. De todas las partes, desde occidente, Egipto y Asiría (v.10), volverán presurosos, con la celeridad de los pájaros y las palomas, a sus hogares, donde Yahvé los hará habitar en paz, sin temor a nuevos enemigos invasores. Es la profecía del retorno de la cautividad, que aparece reiteradamente en los diversos escritos profetices.

Os 12, 1-15. Acusaciones contra Israel

Los c.12-14 contienen una serie de acusaciones de Dios contra Israel, que desde sus primeros albores históricos fue fraudulento e idólatra. Por ello le vendrán grandes castigos de parte de Yahvé airado. Como siempre, el anuncio del castigo se cierra con una exhortación al arrepentimiento como condición de un futuro perdón.

Os 12, 1-7. Veleidades políticas de Israel

Yahvé se presenta morando en medio de Israel, su pueblo, pero rodeado por doquier de malas obras: Efraím me envuelve en la mentira. (v.1). Judá, por su parte, no es mejor que el reino del norte, ya que es traidor a Yahvé, mientras que es fiel a sus prácticas idolátricas, donde no faltaban las prostitutas sagradas o hieródulas, que atraían a los santuarios a los devotos.
El profeta echa en cara a Efraím el que ande en busca de alianzas, creyendo encontrar seguridades donde no las hay. Sus esperanzas son ilusorias (se apacienta de viento, v.2). Se deja engañar continuamente con falsos cálculos y promesas (cada día multiplica la falsedad y la frivolidad, v.2). Es ingenua al ofrecer sus productos a Asiría y a Egipto en espera de su auxilio. Las facciones políticas de Samaría andan en busca de ayuda, unas en Asiría y otras en Egipto, y nadie piensa en Yahvé, que es el único que puede ayudarlos. En los v.4-7, el profeta contrapone la conducta del gran antepasado Jacob a la infidelidad de sus contemporáneos. El fragmento es interesante por las alusiones a hechos conocidos del Génesis, lo que prueba que entonces por lo menos parte del Pentateuco era conocido del profeta y de su auditorio. Se ha supuesto en este fragmento como un diálogo implícito entre Oseas y su auditorio, el cual relataría frases de un repertorio poético popular sobre las gestas del gran antepasado Jacob. Al anunciar el profeta que Yahvé castigaría a Jacob según sus obras (v.3), surgió en la mente del auditorio el recuerdo de las gloriosas gestas del gran patriarca, orgullo de sus descendientes; se sienten solidarios de las victorias de aquél: primero sobre su hermano Esaú al suplantarle al nacer (v.4), y después en la lucha con Dios y con su ángel. Por fin, recuerdan la gracia obtenida por Jacob en Bet-El, actual lugar cismático de culto, del que los contemporáneos estaban orgullosos: allí habló con nosotros (v.5). Para recalcar la veneración que tenían por este santuario, que se remontaba a los tiempos de Jacob, proclaman enfáticamente la doxología Yahvé es el Dios de los ejércitos, como dando a entender que el Dios de Bet-El no era una divinidad cualquiera.
El v.7 parece ser la respuesta de Dios a la angustiada súplica del patriarca, en la que se le promete el retorno a Canaán: Tú a tu Dios retornarás. Después se le exhorta a la piedad y justicia como medio de atraerse la protección de Dios.

Os 12, 8-15. Depravada conducta de Israel

De nuevo el profeta fustiga la depravada conducta de Israel, corno puede verse por su proceder injusto en la práctica, tanto en sus transacciones comerciales (v.8) como en sus atropellos personales (amigo de hacer violencia). Oseas les echa en cara estos abusos en contestación a sus jactancias por el proceder de Jacob, amigo de Dios. El profeta quizá insinúa en su respuesta que no todo fue digno en la vida de Jacob, ya que se condujo con falsía con Esaú y Labán. Sus descendientes sólo han imitado lo malo del patriarca y han dejado de lado sus buenas cualidades de sumisión a Dios.
Con su conducta mala, Efraím ha logrado prosperidad material (v.8); pero sus palabras resultan jactanciosas al querer justificar estos lucros, no siempre bien conseguidos (en todas mis ganancias no se hallará culpa.). Yahvé no puede aprobar su conducta, que resulta ingrata, ya que Israel debe su existencia como nación a la lección divina: Yo soy Yahvé, tu Dios, desde la tierra de Egipto (v.10). Quizá el nombre de Yahvé alude aquí a la alianza del Sinaí, cuando Dios" se mostró a su pueblo bajo un nombre misterioso. En todo caso, el profeta anuncia al pueblo que Yahvé va a castigar de nuevo a su pueblo por su depravada conducta; Israel, que ahora vive jactancioso en la opulencia de sus ricas ciudades, volverá a la vida nómada, como en otro tiempo durante la dura peregrinación en el desierto (Te haré habitar en las tiendas). Al presente las tiendas eran símbolo de regocijo, pues en la fiesta de los Tabernáculos (los días de asamblea) los israelitas iban al campo y a las viñas a celebrar con jolgorio la fiesta de la vendimia, habitando en tiendas. Israel volverá a habitar en tiendas, pero para repetir la vida errante y dura de la estepa, cuando suene la hora del exilio.
Y todo ello vendrá por la ceguera de Israel, pues la solicitud de Yahvé para con su pueblo no se limitó a sacarle de Egipto y formarle como nación, sino que reiteradamente le envió profetas y oráculos para que le advirtieran el peligro que se cernía sobre él como consecuencia del olvido de los derechos de su Dios: Hablé por los profetas, multipliqué la visión, propuse parábolas (v.11). Sin embargo, de nada han servido tales predicaciones saludables, porque en Galaad se fueron tras de la vanidad, o los ídolos, y en Guilgal sacrifican bueyes a las divinidades locales (v.12). Pero todos sus altares se convertirán, cuando llegue el castigo divino, en majanos de piedra, abandonados de sus adoradores, y los mismos surcos del campo quedarán en estado inculto, haciendo triste cortejo a los montones de ruinas en que se convertirán los actuales santuarios.
El v.13 parece que está fuera de lugar y debe considerarse formando parte de la perícopa de los v. 4-7, donde se habla de la vida de Jacob, que, como se indicaba antes, podía ser parte de fragmentos literarios populares sobre la vida del gran patriarca. Quizás haya una contraposición entre los v.13 y 14. Los contemporáneos de Oseas se gloriaban de los grandes éxitos de sus antepasados, y creían que, como descendientes suyos, podían hacer frente a las recriminaciones de los profetas como Oseas. Pero éste hace ver que la misión del gran profeta Moisés (prototipo de profetas) fue muy superior a lo que realizó Jacob, ya que éste, cuando huyó a la tierra de Arara por temor de su hermano Esaú, sirvió por una mujer, es decir, se sacrificó sólo por un interés personal, mientras que el profeta Moisés fue el instrumento de Dios para salvar a su pueblo: Yahvé sacó a Israel por mano de un profeta (?.13), y aun toda la vida nacional de Israel fue organizada por él: y por un profeta fue guardado.
Por fin, Oseas vuelve a amenazar a Efraím, que con su conducta insolente ha provocado la ira divina. Todos los homicidios y ultrajes hechos a Yahvé y a sus siervos los profetas serán debidamente retribuidos. Es la continuación de la idea del v.12, donde se habla de la destrucción de los lugares de culto.

Os 13, 1-15. Condenación definitiva

Os 13, 1-6. Israel se olvidó de Yahvé, su bienhechor

Efraím era la tribu más representativa y belicosa del reino del norte (v.1); pero, en su arrogancia, se olvidó de Yahvé y se fue tras de los cultos de Baal. Sus arrebatos idolátricos llegaron al colmo, pues se fabrican sus ídolos, a ellos dirigen la palabra, dando besos a los becerros (v.2). La frase es irónica.
Efraím ha pretendido organizar su vida con independencia de sus tradiciones yahvistas, pero los arrebatará el viento de la invasión y desaparecerán como nube mañanera, como rocío matinal (v.5). No han querido basar su vida nacional sobre el hecho de que el único Dios es Yahvé, que los sacó de Egipto (v.4) y los creó como nación. Es inútil que busquen otro salvador fuera de Yahvé, pues no lo hay. En el desierto, tierra abrasada, Yahvé selló un pacto con ellos; fueron reconocidos como pueblo de Dios (Yo te conocí en el desierto, v.5); por eso no deben ellos reconocer otro Dios que Yahvé. Los profetas siempre apelan a la vida de Israel en el desierto como la época de oro de las relaciones entre el pueblo elegido y su Dios. Entonces los israelitas, desprovistos de todos los medios materiales, tenían que vivir de la intervención milagrosa de Yahvé; pero después en la tierra de Canaán, cuando empezaron a prosperar en su vida nacional, se olvidaron del que les había creado como pueblo: Se hartaron en sus pastos y me olvidaron (v.6). Lejos de reconocer que su prosperidad les venía de Yahvé, le abandonaron, y atribuyeron su bienestar a los ídolos cananeos.

Os 13, 7-15. Anuncio de la ruina de Israel

Ese desprecio sistemático de Israel para con su Dios, al que le debe su existencia, no puede quedar impune. Yahvé mismo irrumpirá sobre él como un león que está al acecho, y será inútil que busque ayuda en otras naciones o en sus ídolos, porque nadie podrá socorrerle (v.9). De nada le servirán sus instituciones sociales, como la monarquía y la judicatura. Israel se creía seguro con su rey, y había solicitado reiteradamente a Yahvé que les concediera un rey para asegurar su vida nacional. Yahvé se mostraba reacio a esta petición, porque sabía que la nueva institución no favorecería la teocracia en Israel. Quería que dependieran sólo de su providencia y que no hubiera más rey que El mismo.
La historia comprobó estos temores, pues los reyes de Israel, a medida que fueron prosperando, se fueron apartando de Yahvé, buscando su salvación en sus ejércitos y en la política de ayuda al extranjero. Yahvé les dio un rey en su furor (v.11), es decir, como castigo merecido a la desconfianza del pueblo israelita en su Dios, y ahora se acerca el momento de quitarles el rey también en su ira. Cuando Oseas profiere este oráculo, la monarquía del reino del norte está a punto de desintegrarse. Los usurpadores y las dinastías efímeras se suceden, con la consiguiente anarquía política. Todo ello no es sino parte del castigo merecido por Efraím, cuya iniquidad esta agavillada (v.12), es decir, almacenada desde hace tiempo, clamando por la intervención de la venganza divina.
La magnanimidad de Yahvé para con su pueblo ha sido interpretada como derecho a la impunidad; pero, en realidad, el pecado de Efraím está reservado, es decir, guardado cuidadosamente para el día de la cuenta. Toda la nación va a sufrir dolores de parto (invasiones, rapiñas, atropellos), y lo peor es que éstos serán estériles, porque el niño que ha de nacer (el pueblo, considerado como nueva generación en el tiempo) es un hijo necio, que en el momento del alumbramiento no se pone en el lugar debido (en la abertura del seno, literalmente en hebreo "en la rompiente de los hijos," ?.13), para nacer a nueva vida. En la comparación juegan las ideas de Israel como nación que da a luz, y el pueblo como tal, fruto de la nación organizada. El profeta quiere decir que de nada sirven tantas pruebas y crisis a la nación, porque el pueblo no sabe ver en ellas la mano de Dios, para emprender una nueva vida digna de las bendiciones de Yahvé. Por eso, las convulsiones y disturbios actuales de la nación (dolores de parto) van a ser estériles en orden a la regeneración del pueblo.
La situación ha llegado a tal extremo, que ha pasado la hora de la compasión. Efraím, con una política al margen de los derechos divinos, sigue pecando, y el pueblo vive de espaldas a Yahvé; por eso ha llegado la hora de la explosión de la ira divina. El profeta dramatiza la situación, y presenta en colisión los atributos de la justicia y de la misericordia divina; finge un diálogo dentro del mismo Dios: ¿Los rescataré del seol? (la región de los muertos). Israel es digno de ser condenado a muerte con sus habitantes; ¿los redimiré de la muerte? Y en un momento de desahogo de su ira, Yahvé implora a todos los colaboradores de la muerte para que descarguen sobre el pueblo ingrato y pecador: ¿Dónde están, ¡oh muerte! tus epidemias? ¿Dónde tu peste, oh "seoh? Según la mentalidad popular de la época, las enfermedades y epidemias provenían de la región de los muertos. La frase de Oseas es oratoria y expresa las exigencias de la justicia divina contra el pueblo israelita pecador.
Después anuncia el castigo, ejecutado por un invasor, instrumento de la justicia divina. Ahora Efraím (el reino del norte) es fecundo entre sus hermanos, porque ha prosperado más que las otras tribus; pero esta situación es sólo momentánea, porque va a ser agostado por el viento solano, el ejército asirio, que viene del desierto como viento de Yahvé (v.15). Todo quedará seco a su paso, pues el turbión de la invasión lo arrasará como el viento solano, y todos sus tesoros y objetos preciosos serán sistemáticamente saqueados.

Os 14, 1-10. La Rehabilitación de Israel

Os 14, 1-10. Invitación a retornar a Yahvé

Ante el espectáculo de mortandad que se abre ante los ojos del profeta, se invita a Israel a emprender el camino del retorno a Yahvé como único medio de conjurar tanta desgracia. Deben sentirse movidos de la más íntima compunción, acompañando sus preces de ofrendas dignas de sus rediles a Yahvé (?.3). Yahvé prefiere la entrega de los corazones, pero no excluye los sacrificios si van movidos por la íntima entrega de los oferentes y, sobre todo, si están en los caminos del arrepentimiento. Deben reconocer que ha sido erróneo acudir en busca de ayuda al extranjero: no nos salvara Asiría (v.4.). La política exterior de buscar auxilio en pueblos paganos ha sido una de las causas de la gran catástrofe, juntamente con el pecado de la idolatría. Deben desechar los ídolos que se han fabricado: no llamaremos dioses nuestros a la obra de nuestras manos. La adversidad ha mostrado la inanidad de los mismos. Sólo Yahvé puede rehacer de nuevo la nación.
Una vez arrepentidos de sus pecados, Yahvé promete curarlos (v.5), actuando como rodo bienhechor que haga vivificar el campo, agostado por el viento solano, el invasor (v.6). Israel volverá a florecer como el álamo. La nación prosperará, y su fertilidad volverá a aparecer en la tierra (v.8). La providencia permanente de Yahvé es simbolizada en el ciprés, siempre verde (v.9), de la que depende la salvación y felicidad de Israel.
El ?.10 parece una glosa sapiencial.