1R 1-2 Estos capítulos constituyen el final y el desenlace de la llamada «historia de la sucesión al trono de David» (2S 9 - 1R 2). Las muestras de incapacidad del anciano rey para seguir gobernando alentaron la formación de dos partidos que trataban de imponer su propio candidato a la sucesión. Desaparecido Absalón, el mayor de los hermanos, Adonías hace valer sus derechos haciéndose acompañar de una guardia personal (2S 3, 2-4; 2S 13, 23-29; 2S 18, 9-17); cuenta para ello con el apoyo del general Joab y del sacerdote Abiatar, representantes del ala tradicional del ejército y del sacerdocio. En la fuente de Roguel celebran un sacrificio y banquete sagrado, iniciativa que el partido opuesto considera de inmediato como un intento de hacerse con el trono.
1R 2, 13-25 Adonías no ha renunciado a sus aspiraciones hereditarias. Para hacerlas valer, solicita a Salomón que le adjudique la última concubina de David, Abisag, aspirando así a poseer el harén real, derecho que correspondía al heredero. Salomón no duda entonces en eliminar a su oponente y de paso a quienes lo habían apoyado.
1R 3, 1-15 Afianzado el poder de Salomón, comienza la historia de su reinado con la evocación de sus primeros triunfos: se casa con una princesa extranjera y proyecta la construcción del templo, dando pruebas de una fidelidad a Dios comparable a la de su padre, David (1R 3, 3. 6. 7. 14). La Ciudad de David u Ófel es la ciudad jebusea, elevada sobre el monte Sión al menos desde comienzos del segundo milenio a.C. (1R 2S 5, 9).
1R 5, 1-8 El panorama ofrecido sobre la política exterior e interior de Salomón magnifica la extensión de su reino hasta alcanzar las fronteras de Egipto y de Mesopotamia. La paz soñada, colectiva e individual, consistía en que cada israelita pudiera vivir bajo su parra y su higuera (v.5). La expresión convencional desde Dan hasta Berseba designa la totalidad del territorio de Israel y Judá, de norte a sur.
1R 6, 1-13 No es posible conocer con seguridad qué aspecto ofrecían la estructura y la decoración del templo de Salomón. El texto conservado ofrece numerosas variantes y corrupciones, no se conoce el significado exacto de determinados términos técnicos, la información sobre los elementos arquitectónicos y decorativos referidos es incompleta e insuficiente y, en general, se puede decir que la descripción superpone datos correspondientes al aspecto exterior e interior del templo en diversas épocas posteriores.
1R 8, 14-61 El discurso de Salomón en la ceremonia de dedicación del templo desarrolla temas característicos de la teología deuteronomista, tales como la sintonía entre la alianza davídica y la del Sinaí, la idea de que el Nombre del Señor tiene su morada en el templo y la esperanza en el cumplimiento de las promesas divinas. El texto entre corchetes de 8, 16 se ha perdido en el hebreo tradicional pero se conserva en el manuscrito de Reyes de Qumrán (4Q5) y también en el pasaje paralelo de 2Cro 6, 5ss.
1R 9, 1-9 Tras la primera teofanía en Gabaón (1R 3, 1-15), esta segunda resalta de nuevo el carácter condicional de la promesa hecha a Salomón.
1R 11, 1-13 El reino de Salomón había comenzado pletórico de esperanzas pero concluye abocado al fracaso, pues su rey hizo lo malo a los ojos del Señor. A juicio de los historiógrafos deuteronomistas, sus numerosos matrimonios con princesas extranjeras motivaron un sincretismo religioso que se pone de manifiesto en los santuarios dedicados a divinidades extranjeras como Milcón, el dios nacional de los amonitas al que sacrificaban víctimas humanas. El nombre de esta divinidad aparece deformado en el texto hebreo bajo la forma despectiva Mólec.
1R 11, 26-40 El relato sobre la revuelta de Jeroboán concluye la historia del reinado de Salomón e inicia la del período de división de los reinos de Israel y Judá. En este punto aparece insertada la leyenda profética de Ajías de Siló (1R 11, 29-39), el cual rasga su manto para significar la división del reino de Salomón en cumplimiento de la palabra divina. El rechazo de Jeroboán por Ajías recuerda el de Saúl por Samuel (1S 15, 27ss).
1R 13, 11-34 Esta narración se compone de dos secuencias paralelas (1R 13, 11-24 y 1R 13, 25-32). El profeta de Betel intenta engañar al hombre de Dios venido de Judá con la esperanza de que este desobedezca la orden de Dios y su oráculo contra Betel quede así sin efecto. El relato pretende mostrar que el hombre de Dios no debía haberse permitido la mínima duda y que una orden divina exige sumisión absoluta. En el enfrentamiento entre estas dos figuras religiosas queda de manifiesto el cisma definitivo entre Israel y Judá. Por otra parte, a ojos del redactor, se pone de manifiesto que la futura caída de la casa de Jeroboán será consecuencia de la intransigencia del propio rey.
1R 14, 21-31 La acusación de seguir los cultos cananeos de Baal y Astarté, e incluso los ritos propios de la prostitución sagrada, va dirigida, más allá de la persona del rey, a todo el pueblo de Judá.
1R 15, 25-32 El reino de Israel conoció frecuentes cambios de dinastía, mientras que la dinastía davídica permaneció en el trono de Judá hasta la desaparición del reino. Ello se debió a que el territorio de Israel estaba sometido a mayores presiones externas e internas que el de Judá, y además a un mayor influjo de los círculos proféticos que en todo momento podían poner en cuestión la legitimidad de la dinastía reinante.
1R 16, 29-34 En el marco del reinado de Ajab se insertan los ciclos narrativos de Elías y Eliseo, por lo que las fórmulas conclusivas correspondientes aparecen desplazadas a 1R 22, 39ss. El matrimonio de Ajab con una princesa extranjera respondía, como el de Salomón, a intereses políticos. El redactor denuncia las secuelas religiosas de tales matrimonios, de las que da idea la noticia inmediata según la cual la reconstrucción de Jericó se celebró con ritos de fundación acompañados del sacrificio de niños.
1R 17-2R 1 El ciclo de Elías lo componen relatos que en un principio circulaban por separado, pero que forman un conjunto bien trabado, con un hilo conductor que sigue los viajes del profeta, a Transjordania primero, después al norte más allá de los límites de Israel, luego de retorno a territorio israelita, más tarde al sur, fuera también de las fronteras, hasta su regreso a Transjordania, cerrando así el círculo narrativo. Estos relatos trazan un cuadro de la vida del profeta sobre el fondo de un encarnizado enfrentamiento entre yahvismo y baalismo.
1R 17, 7-24 La ciudad de Sarepta estaba en territorio de Sidón y por tanto fuera, en principio, de la jurisdicción y del poder del Dios de Israel, pero el relato muestra que el poder del Señor se extiende también a tierra extranjera, donde protege a los suyos dándoles un alimento milagroso comparable al maná del éxodo. En todo lugar, el Señor tiene poder también sobre la vida y la muerte. La mujer cananea reconoce al Dios de Israel y la autoridad de su profeta que transmite su palabra (v.24).
1R 19, 1-18 Como nuevo Moisés, Elías emprende una peregrinación al Horeb, la montaña de la teofanía en el Sinaí (Ex 3-4; Ex 33, 18-34, 8). Es también una huida ante la persecución de Ajab y Jezabel. Dadas las quejas del profeta, el rey y el pueblo parecen haber olvidado la manifestación del Señor en el Carmelo y la propia confesión de fe yahvista. Debido a esta persecución, Elías está a punto de renunciar a su misión cuando Dios se le muestra en una teofanía que parece abolir las formas anteriores de manifestación divina a través del huracán, del terremoto o del fuego, características todas ellas de las religiones baalistas. La presencia misteriosa del Señor toma forma a través de una suave brisa en el silencio del desierto.
1R 21 Dos relatos yuxtapuestos, uno secular (1-16) y otro profético (17-29), componen esta pieza literaria. Ajab, codicioso y cobarde, y Jezabel, despechada y taimada, eliminan a Nabot incautándose de sus propiedades. La narración refleja un enfrentamiento característico entre el derecho antiguo de las tribus del Señor y el nuevo derecho propio de la institución monárquica cananea. El protagonismo pasa en el segundo relato a Elías, que interviene como defensor de los débiles frente a los abusos del poder (véase 2S 12, 1-12). El oráculo presagia la caída de Ajab y la desaparición de su dinastía.