1 y 2 CRÓNICAS

En el texto hebreo reciben el nombre de Dibre ha–yamim, esto es, «los hechos de los días», o «el diario». En la versión de los Setenta llevan el nombre de Paraleipómena, es decir, las «cosas dejadas de lado» o «cosas omitidas» en los libros anteriores. San Jerónimo, en el prólogo a los libros de Samuel y Reyes (Prologus Galeatus), les da un título muy apropiado Chronicon totius divinae historiae (Crónica de toda la historia divina). De aquí recibieron el título de Crónicas con el que pasaron a la tradición cristiana.

1. ESTRUCTURA Y SÍNTESIS DEL CONTENIDO

Como ya se ha indicado, los libros de las Crónicas recogen la historia del pueblo de Dios desde Adán hasta la cautividad de Babilonia. Su contenido se centra especialmente en los episodios relacionados con la edificación del Templo de Jerusalén y la organización del culto que se ofrecía allí. Atendiendo a ese progreso temático se pueden enumerar las siguientes partes:

I. GENEALOGÍAS ANTERIORES A LA MONARQUÍA (1Cro 1, 1-1Cro 9, 44). Se resume la historia de la humanidad desde Adán hasta Saúl mediante genealogías. Tienen particular importancia las de los hijos de Jacob, en particular Judá y Leví. Algunas se prolongan hasta la época del destierro.

II. EL REINADO DE DAVID (1Cro 10, 1-1Cro 29, 30). La parte narrativa del libro comienza con la muerte de Saúl, presentada como castigo por su infidelidad. Enseguida el autor se centra en la figura de David, y se detiene especialmente en lo relativo al traslado del Arca y a los preparativos para la construcción del Templo y organización del culto. En todo sobresale la egregia figura del rey.

III. REINADO DE SALOMÓN (2Cro 1, 1-2Cro 9, 31). Al sucesor de David se le describe lleno de sabiduría y de enormes riquezas, porque él fue quien tuvo el honor de llevar a cabo la edificación del Templo. Durante su mandato la grandeza del reino llegó a su culmen con la plena realización de los proyectos de David.

IV. LOS REYES DE JUDÁ (2Cro 10, 1-2Cro 35, 27). El autor sagrado, sin detenerse en ningún personaje del reino del Norte o reino de Israel, pasa revista a todos los reyes de Judá valorando su actuación a la luz del modelo que tenían en David, y ponderando las reformas religiosas que algunos llevaron a cabo: Asá, Josafat, Joás, Ezequías, Josías y Manasés; de este último, a pesar de sus impiedades, se subraya que se convirtió.

V. FINAL DEL REINO DE JUDÁ (2Cro 36, 1-23). El libro termina dando noticia del final del reino, del edicto de Ciro y de la restauración del Templo.

2. COMPOSICIÓN

1 y 2 Crónicas recogen datos de otros escritos más antiguos y los completan con tradiciones orales. Las principales fuentes son:

a) Escritos sagrados. Las genealogías de los primeros capítulos del libro se apoyan en los datos de Génesis, Éxodo, Números, Josué, Rut, etc. En la sección dedicada a los reyes hay numerosos relatos completos que coinciden casi al pie de la letra con textos de los libros de Samuel y de Reyes. Aunque según la opinión más generalizada estos libros todavía no estaban totalmente terminados en su forma definitiva en el momento en que 1 y 2 Crónicas fueron redactados, es probable que el autor dispusiera de una versión de ellos bastante parecida a la definitiva.

b) Fuentes oficiales. Se citan explícitamente: el Libro de los reyes de Israel y de Judá 1, el Libro de los reyes de Judá e Israel 2, el Libro de los reyes de Israel 3 y las Crónicas de los reyes de Israel 4. Además, se cita el comentario del libro de los Reyes 5. Es posible que tales obras fueran simples compilaciones de documentos y relatos sin una unidad estructurada.

c) Otras fuentes escritas. Se trata normalmente de relatos o dichos relacionados con personajes conocidos, tenidos muchos de ellos como profetas. Así, se mencionan los relatos de Samuel, el vidente 6; Natán, el profeta 7; Gad, el vidente 8; Idó, el vidente 9; Semaías, el profeta10; Jehú, hijo de Jananí11; el comentario de Idó, el profeta12; la visión de Isaías13; Ajías de Siló14 y la relación de los hechos de Uzías redactada por el profeta Isaías15.

d) Tradiciones orales. Recopila recuerdos conservados en Judá, transmitidos por los repatriados al regreso del destierro, y que llegaron hasta la época persa.

Con todos estos materiales previos, el autor quiso redactar una historia orientada a transmitir una enseñanza religiosa. Parece seguro que el lugar de composición fue Jerusalén. En cambio, no es tan clara la fecha en que fueron redactados. Es muy probable que se escribieran antes de la invasión de Alejandro Magno (333 a.C.) porque no hay rastros de alusiones al helenismo, y después de las misiones de Nehemías y Esdras que terminaron el 398 a.C. Por tanto, debieron de ser redactados en torno a los años 400-350 a.C. No faltan autores que proponen varias redacciones sucesivas, de modo que la primera habría sido anterior a Nehemías y la última y definitiva habría culminado en torno al año 350 a.C.

3. ENSEÑANZA

Los libros de las Crónicas presentan la historia como sagrada. El hecho de que en ocasiones narren algunos acontecimientos de forma diferente a la transmitida por la «historia deuteronomista», no significa que se haya distorsionado la historia, sino que es contemplada con una visión distinta que lleva a omitir parte de ella o a completar lo relativo a algunos personajes, como por ejemplo Manasés16. Los autores sagrados han llevado a cabo una reflexión teológica sobre los hechos antiguos y deducen de ellos enseñanzas acomodadas a la época de sus lectores inmediatos.

Además de las características generales, reseñadas al explicar la «historia del cronista», en estos libros se pueden subrayar los siguientes puntos doctrinales.

En primer lugar, el relieve de la figura de David, presentado como prototipo del rey. Desempeña en estos libros un papel análogo al de Moisés en el Pentateuco. David ha convertido a Jerusalén en una ciudad santa a la vez que ha dado a Israel todas sus instituciones cultuales en plena coherencia con la Ley. La fidelidad a la Ley no es algo opresivo sino que llena el corazón de gozo interior y profundo. Además es fuente de esperanza: la dinastía davídica desaparecerá del poder político, pero sus instituciones cultuales y la hondura de su sentido religioso permanecen siempre. Al poner la figura de David en el centro, quizá se tiene la mirada puesta en el rey ideal, el Mesías esperado. O, al menos, se está indicando que la realidad de un pueblo santo establecida con David sigue adelante.

En la redacción de los libros de las Crónicas se insiste una y otra vez en la presencia de Dios en medio de su pueblo y en la ciudad santa. El Señor siempre está con los suyos. Dios está con David17, con Salomón18, con Josafat19 y con todo el pueblo, sobre todo en los momentos difíciles, como por ejemplo en el asedio que sufrió Jerusalén durante el reinado de Ezequías20.

Otro aspecto importante es la retribución personal: Dios premia siempre al que obra el bien y castiga al que obra el mal. Si suceden males es porque algo se ha hecho mal. Como ejemplo significativo puede verse la distinta versión de la muerte de Josías que ofrece 2Cro 35, 20-27 frente a 2R 23, 28-30: Josías muere prematuramente, a pesar de ser un rey piadoso. Como este mal parece inmotivado, el cronista explica al lector que esto le sucedió por no prestar atención a la voz de Dios que le hablaba por medio del faraón Necó pidiéndole que no se interpusiera en su camino.

En ocasiones la retribución inmediata y personal podría parecer radical y exagerada. Sin embargo, en el progreso de la Revelación supone un avance importante. Según la «historia deuteronomista» el destierro es interpretado como un castigo necesario que Dios impone al pueblo por los pecados de los antepasados. En esta línea está el oráculo que se lee en el libro de Isaías: «Consolad, consolad a mi pueblo (…) que ha recibido de la mano del Señor el doble por todos sus pecados»21. No obstante, en la enseñanza de Ezequiel se precisa que no hay responsabilidad colectiva ni, por tanto, castigo colectivo, sino que sólo «el que peque, ése morirá»22. El cronista da un paso más y da por supuesto que cada rey al comienzo de su reinado goza de la protección divina, sin recibir la herencia negativa de su antecesor. Es decir, el final positivo o negativo de cada rey depende exclusivamente de su propio comportamiento, y siempre queda abierto el camino para que el monarca que sube al trono inicie una nueva andadura. En este sentido el destierro no es un castigo impuesto por delitos pasados, sino merecido por quienes lo padecieron. Y así se convierte en una fase histórica más, en un «sábado prolongado»23 durante unos años, a los que sucede una nueva etapa, donde el pueblo gozará de la misma protección que tuvo durante el reinado de David. La enseñanza del cronista, por tanto, está cargada de esperanza, aunque todavía no sea perfecta.

Junto a esto es necesario señalar la expresión gozosa y festiva del culto a Dios que se refleja en 1 y 2 Crónicas: se da, por ejemplo, gran importancia a los cantores levitas y a los «instrumentos musicales sagrados»24. También bajo este aspecto la figura de David es fundamental, ya que a él se atribuyen muchas composiciones poéticas e instrumentos musicales para cantar las alabanzas del Señor25. Los grandes momentos de la historia como la consagración del Templo, la entronización de los reyes, las reformas religiosas o las celebraciones pascuales son festejados con el canto litúrgico que expresa ante Dios los sentimientos de oración, personales y de todo el pueblo26.

En el esplendor del culto y en el atractivo del Templo tuvieron un protagonismo insustituible los levitas. El cronista lo pone de relieve precisamente porque cuando se redactaron estos libros desempeñaban funciones muy importantes en la enseñanza de la Ley, en la magnificencia del culto y en el fomento de la esperanza religiosa y de la unidad del pueblo.

4. LOS LIBROS DE LAS CRÓNICAS A LA LUZ DEL NUEVO TESTAMENTO

Los libros de las Crónicas terminan con la disposición divina de reconstruir el Templo de Jerusalén y de hacer volver a los desterrados27. En el tiempo en el que fueron redactados estos libros (siglo IV a.C.) aquella disposición se ha cumplido, y el pueblo judío habita en la tierra prometida practicando el culto a Dios en el Templo tal como, según estos libros, lo había establecido David. El pueblo y los sacerdotes son ahora por tanto los «sucesores» de David, y encuentran en el Templo y en el culto la verdadera identidad del pueblo y la garantía de la protección divina. Así pues, de los libros de las Crónicas no se desprende con claridad que ésa sea una situación provisional hasta que llegue el Mesías, sucesor de David, aunque la atención prestada a este rey pudiera hacerlo suponer. Más bien da la impresión de que la Alianza de Dios con David ya se está cumpliendo, como se había cumplido con aquellos sucesores suyos que fueron fieles a Dios. En este sentido no parece, ciertamente, que 1 y 2 Crónicas reflejen una perspectiva de esperanza mesiánica.

Sin embargo, estos libros constituyen un momento importante en el progreso de la Revelación divina hacia su culminación en el Nuevo Testamento. En efecto, en ellos se expresa, y quizá con más fuerza que en ninguna otra parte del Antiguo Testamento, la conciencia de la presencia de Dios en medio de su pueblo a través del Templo de Jerusalén y de las instituciones que lo rodean, y la continuidad de esa presencia mientras se ofrezca el culto debido. En este sentido 1 y 2 Crónicas preparan la Revelación del Nuevo Testamento, según la cual Dios se ha hecho verdaderamente presente en medio de su pueblo y de toda la humanidad mediante la Encarnación de su Hijo Jesucristo. Desde la enseñanza de los libros de las Crónicas se comprende mejor que Jesús manifieste tan gran celo por el Templo28, y que además llegue a identificarse con él presentándose como la morada definitiva de Dios con los hombres29. La muerte corporal de Jesús30, verdadero sacrificio y acto de culto al Padre, «anuncia la destrucción del Templo que señalará la entrada en una nueva edad de la historia de la salvación: “Llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (Jn 4, 21; cfr Jn 4, 23-24; Mt 27, 51; Hb 9, 11; Ap 21, 2231. Jesús es así el nuevo David que ofrece en sí mismo el verdadero lugar del encuentro con Dios no sólo a los judíos sino a todos los hombres.

1 cfr 1Cro 9, 1; 2Cro 27, 7; 2Cro 35, 27; 2Cro 36, 8.
2 2 Cro 32, 32.
3 1Cro 9, 1; 2Cro 20, 34.
4 2Cro 33, 18.
5 2Cro 24, 27.
6 1Cro 29, 29.
7 2Cro 9, 29.
8 1Cro 29, 29.
9 2Cro 9, 29.
10 2Cro 12, 15.
11 2Cro 20, 34.
12 2Cro 13, 22.
13 2Cro 32, 32.
14 2Cro 9, 29.
15 2Cro 26, 22.
16 cfr nota a 2Cro 33, 1-20.
17 1Cro 11, 9; 1Cro 17, 2.8; 1Cro 22, 11.16; 1Cro 28, 20.
18 2Cro 1, 1.
19 2Cro 17, 3.
20 2Cro 32, 22.
21 Is 40, 1-2.
22 Ez 18, 4.
23 2Cro 36, 21.
24 2Cro 7, 6.
25 cfr 1Cro 23, 5.
26 cfr 2Cro 23, 13.18; 2Cro 29, 25-28; 2Cro 30, 21; 2Cro 35, 15.
27 cfr 2Cro 36, 22-23.
28 cfr Mt 21, 12-17.
29 cfr Mt 12, 6; Jn 2, 21.
30 cfr Jn 2, 18-22.
31 Catecismo de la Iglesia Católica, 586.