V/. Bendigamos al Padre y al Hijo, con el Espíritu Santo.
R/. Alabémosle y ensalcémosle sobre todas las cosas por los siglos.
V/. Bendito eres, Señor, en lo más alto del cielo.
R/. Y digno de alabanza y glorioso y ensalzado por todos los siglos.
V/. Señor, escucha mi oración.
R/. Y llegue a Ti mi clamor.
Los sacerdotes añaden:
V/. El Señor esté con vosotros.
R/. Y con tu espíritu.
Oremos: Oh Dios, cuya misericordia es infinita e inagotable la bondad, damos gracias a tu divina Majestad, por los bienes que hemos recibido, implorando siempre tu clemencia, para que no abandonando a aquellos a quienes concedes lo que te piden, los dispongas para recibir las recompensas eternas.
¡Oh Dios que has instruido los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo!, concédenos según el mismo Espíritu conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos.
Oh Dios, que no permites sea afligido en demasía cualquiera que en Ti espera, sino que atiendes piadoso a nuestras súplicas: te damos gracias por haber aceptado nuestras peticiones y votos, suplicándote piadosísimamente que merezcamos vernos libres de toda adversidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Señor, ábreme los labios.
Y mi boca proclamará tu alabanza.
Dios mío, ven en mi auxilio.
Señor, date prisa en socorrerme.
Gloria al Padre…
Como era en el principio…
Rezo de las tres decenas: En primer lugar, dicen todos la deprecación "Santo Dios"; después, como de costumbre, alternan la oración dominical el sacerdote (o el que dirige el rezo de las oraciones) y los demás; a continuación, se repiten nueve veces los versos siguientes, diciendo el sacerdote (o el que dirige el rezo de las oraciones) "A ti la alabanza" y respondiendo todos "Santo"; al terminar se añade: "Gloria al Padre".
Santo Dios, Santo fuerte, Santo inmortal, ten misericordia de nosotros.
Padre nuestro…
A ti la alabanza, a ti la gloria, a ti hemos de dar gracias por los siglos de los siglos, ¡oh Trinidad beatísima!
Santo, Santo, Santo Señor Dios de los ejércitos. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.
Gloria al Padre…
Como era en el principio…
Las otras dos decenas se dicen del mismo modo, comenzando por las palabras "Santo Dios".
Al terminar la última decena, todos dicen la siguiente antífona.
Antífona. A ti Dios Padre no engendrado, a ti Hijo Unigénito, a ti Espíritu Santo Paráclito, santa e indivisa Trinidad, con todas las fuerzas de nuestro corazón y de nuestra voz, te reconocemos, alabamos y bendecimos; gloria a ti por los siglos de los siglos.
Bendigamos al Padre, y al Hijo, con el Espíritu Santo.
Alabémosle y ensalcémosle por todos los siglos.
Oración: Oh Dios todopoderoso y eterno, que con la luz de la verdadera fe diste a tus siervos conocer la gloria de la Trinidad eterna, y adorar la Unidad en el poder de tu majestad: haz, te suplicamos, que, por la firmeza de esa misma fe, seamos defendidos siempre de toda adversidad. Por Cristo nuestro Señor.
Amén.
Terminada la oración, todos añaden:
Líbranos, sálvanos, vivifícanos, ¡oh Trinidad beatísima!
¡Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios sobre todas las cosas! Amén. Amén.
Enséñame, Dios mío, a hacer tu voluntad, porque Tú eres mi Dios.
Señor que yo quiera lo que Tú quieras.
Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor.
Creo en Dios Padre; creo en Dios Hijo; creo en Dios Espíritu Santo; creo en la santísima Trinidad; creo en mi Señor Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.
Espero en Dios Padre; espero en Dios Hijo; espero en Dios Espíritu Santo; espero en la santísima Trinidad; espero en mi Señor Jesucristo, Dios y Hombre verdadero.
Amo a Dios Padre; amo a Dios Hijo; amo a Dios Espíritu Santo; amo a la santísima Trinidad; amo a mi Señor Jesucristo, Dios y Hombre verdadero; amo a María santísima, Madre de Dios y Madre nuestra, y amo a mi prójimo como a mí mismo.
Señor Dios, creo firmemente y confieso todas y cada una de las verdades que la Santa Iglesia Católica propone, porque tú nos las revelaste, oh Dios, que eres la eterna Verdad y Sabiduría, que ni se engaña ni nos puede engañar. Quiero vivir y morir en esta fe. Amén.
Señor Dios mío, espero por tu gracia la remisión de todos mis pecados; y después de esta vida, alcanzar la eterna felicidad, porque tú lo prometiste que eres infinitamente poderoso, fiel, benigno y lleno de misericordia: Quiero vivir y morir en esta esperanza. Amén.
Dios mío, te amo sobre todas las cosas y al prójimo por ti, porque Tú eres el infinito, sumo y perfecto Bien, digno de todo amor. Quiero vivir y morir en este amor. Amén.
Oh, Tinidad Santísima, inhabitante por gracia tuya en mi alma, te adoro.
Oh, Trinidad Santísima, inhabitante por gracia tuya en mi alma, haz que yo más y más te ame.
Oh, Trinidad Santísima, inhabitante por gracia tuya en mi alma, santifícame más y más.
Permanece conmigo, Señor, y sé Tú mi verdadera alegría.
Confesiones I, 20, 31
Gracias a Ti, dulzura mía, mi honor y mi confianza, mi Dios. Gracias a Ti por tus dones. Te ruego que me los conserves. Así me guardarás a mí; y todo cuanto me diste se verá en mí aumentado y llevado a perfección. Y yo mismo estaré contigo, porque Tú me diste incluso el ser.
Omnipotencia del Padre, ayuda mi fragilidad, y líbrame de las profundidades de mi miseria.
Sabiduría del Hijo, dirige todos mis pensamientos, palabras y obras.
Amor del Espíritu Santo, sé el principio de todas las operaciones de mi alma, para que sean siempre conformes al divino beneplácito. Amén.
V/. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R/. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona: Gloria a Ti, Trinidad igual, única Deidad, antes de todos los siglos, y ahora, y por siempre (T.P. Aleluya).
V/. Señor, escucha nuestra oración.
R/. Y llegue a Ti nuestro clamor.
Los sacerdotes añaden:
V/. El Señor esté con vosotros
R/. Y con tu espíritu.
V/. Oremos: Oh Dios todopoderoso y eterno, que con la luz de la verdadera fe diste a tus siervos conocer la gloria de la Trinidad eterna, y adorar la Unidad en el poder de tu majestad: haz, te suplicamos, que, por la firmeza de esa misma fe, seamos defendidos siempre de toda adversidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo. Dios, por todos los siglos de los siglos.
R/. Amén.
Señor santo, Padre omnipotente, Dios eterno, por tu generosidad y la de tu Hijo quien por mí padeció pasión y muerte, y por la excelentísima santidad de su Madre, y por los méritos de todos los santos, concédeme a mí, pecador e indigno de cualquier beneficio tuyo, que sólo a Ti ame, que siempre tenga sed de tu amor, que continuamente tenga en el corazón el beneficio de la pasión, que reconozca mi miseria, que desee ser pisado y despreciado de todos; que sólo la culpa me entristezca. Amén.
Oh, Padre misericordioso, de quien proviene todo lo que es bueno, te elevo mi humilde súplica a través del Sagrado Corazón de tu Hijo amadísimo, Jesucristo, Señor y Redentor nuestro, en quien siempre te complaces. Concédeme la gracia de una fe viva, una esperanza firme y una caridad ardiente hacia Ti y hacia mi prójimo. Otórgame también la gracia de un verdadero dolor de todos mis pecados, junto al firmísimo propósito de nunca más ofenderte, para que siempre viva según tu divino beneplácito, cumpliendo tu santa Voluntad en todo, con un corazón grande y alma bien dispuesta, y así perseverar en tu amor hasta el fin de mi vida. Amén.
Santísimo Corazón de Jesús, con insistencia te pedimos: derrama tus bendiciones sobre la Santa Iglesia, sobre el Sumo Pontífice y sobre todo el clero; da perseverancia a los justos, convierte a los pecadores, ilumina a los infieles, bendice a nuestros parientes, amigos y benefactores, asiste a los moribundos, libra a las almas que están en el purgatorio, y extiende sobre todos los corazones el imperio de tu amor. Amén.
A ti acudo, Jesús. Tú eres el camino, por el cual quiero andar, obediente a tus mandatos, consejos y ejemplos. Y seguirte por la senda de la obediencia, la renuncia y el sacrificio, que a Ti conduce en el cielo.
Jesús, Tú eres la verdad: Tú eres la luz verdadera, que ilumina a todo hombre venido a este mundo. Creo en ti, y creo en tu evangelio. Haz que te conozca y que te ame.
Jesús, Tú eres la vida: por tu gracia santificante, que es la vida de nuestras almas; por tus palabras, que son palabras de vida eterna; por tu Eucaristía, que es el pan vivo que desciende del cielo; por tu Corazón, que es fuente de vida para cada alma y para la sociedad.
Toda mi alma se adhiere a tu Palabra; tengo hambre del pan vivo de tu Eucaristía; abro por completo mi corazón a las vivíficas efusiones de tu Corazón; me uno íntimamente a toda tu voluntad.
Que tu divino Corazón reine sobre todos los hijos del género humano reunidos en la Iglesia. Amén.
Dulcísimo Señor Jesucristo, te ruego que tu Pasión sea virtud que me fortalezca, proteja y defienda; que tus llagas sean comida y bebida que me alimente, calme mi sed y me conforte; que la aspersión de tu sangre lave todos mis delitos; que tu muerte me dé la vida eterna y tu cruz sea mi gloria sempiterna. Que en esto encuentre el alimento, la alegría, la salud y la dulzura de mi corazón. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Te rogamos, Señor y Dios nuestro, nos concedas a tus siervos gozar de perpetua salud de alma y cuerpo; y, por la gloriosa intercesión de la Bienaventurada Virgen María, ser librados de la tristeza presente y disfrutar de la eterna alegría. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Acto de reparación (Pío XI)
¡Dulcísimo Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido en pago, de los ingratos, más que olvido, negligencia y menosprecio! Vednos postrados ante vuestro altar, para reparar con especiales homenajes de honor la frialdad indigna de los hombres y las injurias con que en todas partes hieren vuestro amantísimo Corazón.
Mas, recordando que también nosotros alguna vez nos manchamos con tal indignidad, de la cual nos dolemos ahora vivamente, deseamos ante todo obtener para nuestras almas vuestra divina misericordia, dispuestos a reparar con voluntaria expiación no sólo nuestros propios pecados, sino también los de aquellos que, alejados del camino de la salvación y obstinados en su infidelidad, o no quieren seguiros como Pastor y Guía, o, conculcando las promesas del bautismo, han sacudido el suavísimo yugo de vuestra ley.
Nosotros queremos expiar tan abominables pecados, especialmente la inmodestia y deshonestidad de la vida y de los vestidos, las innumerales asechanzas tendidas contra las almas inocentes, la profanación de los días festivos, las execrables injurias proferidas contra Vos y contra vuestros Santos, los insultos dirigidos a vuestro Vicario y al Orden Sacerdotal, las negligencias y horribles sacrilegios con que es profanado el mismo Sacramento del Amor y, en fin, los publicos pecados de las naciones que ponen obstáculos al magisterio de la Iglesia por Vos fundada.
¡Ojalá que nos fuera dado lavar tantos crímenes, con nuestra propia sangre! Mas, entre tanto, como reparación del honor divino conculcado, uniéndola con la expiación de la Virgen, vuestra Madre, de los Santos y de las almas buenas, os ofrecemos la satisfacción que Vos mismo ofrecisteis un día sobre la Cruz al eterno Padre y que diariamente se renueva en nuestros altares, prometiendo de todo corazón que, en cuanto nos sea posible y con el auxilio de vuestra gracia, reparemos los pecados propios y ajenos y la indiferencia de las almas hacia vuestro amor, oponiendo la firmeza en la fe, la inocencia de la vida y la observancia perfecta de la ley evangélica, sobre todo de la caridad, mientras nos esforzamos además por impedir que seáis injuriado y por atraer a cuantos podamos para que vayan en vuestro seguimiento.
¡Oh benignísimo Jesús!, por intercesión de la Santísima Virgen María Reparadora, os suplicamos que recibáis este voluntario acto de reparación, concedednos que seamos fieles a vuestros mandamientos y a vuestro servicio hasta la muerte y otorgadnos el don de la perseverancia final, con el cual lleguemos felizmente a la gloria, donde, en unión del Padre y del Espíritu Santo, vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.
¡Oh cruz fiel, el más noble entre todos los árboles! Ningún bosque produjo otro igual: ni en hoja, ni en flor ni en fruto.
Oh dulce leño, dulces clavos que sostuvieron tan dulce peso.
Canta, lengua, la victoria que se ha dado en el combate más glorioso, y celebra el noble triunfo de la cruz, y cómo el Redentor del mundo venció, inmolado en ella.
Dolido mi Señor por el fracaso de Adán, que mordió muerte en la manzana, otro árbol señaló, de flor humana, que reparase el daño paso a paso.
Y así dijo el Señor: “¡Vuelva la Vida, y que el Amor redima la condena!”. La gracia está en el fondo de la pena, y la salud naciendo de la herida.
¡Oh plenitud del tiempo consumado! Del seno de Dios Padre en que vivía, ved la Palabra entrando por María en el misterio mismo del pecado.
¿Quién vio en más estrechez gloria más plena, y a Dios como el menor de los humanos? Llorando en el pesebre, pies y manos le faja una doncella nazarena.
En plenitud de vida y de sendero, dio el paso hacia la muerte porque él quiso. Mirad de par en par el paraíso abierto por la fuerza de un Cordero.
Vinagre y sed la boca, apenas gime; y, al golpe de los clavos y la lanza, un mar de sangre fluye, inunda, avanza por tierra, mar y cielo, y los redime.
Ablándate, madero, tronco abrupto de duro corazón y fibra inerte; doblégate a este peso y esta muerte que cuelga de tus ramas como un fruto.
Tú, solo entre los árboles, crecido para tender a Cristo en tu regazo; tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo de Dios con los verdugos del Ungido.
Gloria eterna a la Trinidad soberana; gloria igual al Padre y al Hijo; honor también al Espíritu Consolador. El universo alabe el nombre del que es Uno y Trino. Amén.
Himno de San Bernardo de Claraval
Es dulce el recuerdo de Jesús,
que da verdaderos gozos del corazón
pero cuya presencia es dulce
sobre la miel y todas las cosas.
Nada se canta más suave,
nada se oye más alegre,
nada se piensa más dulce
que Jesús el Hijo de Dios.
¡Oh Jesús!, esperanza para los penitentes,
qué piadoso eres con quienes piden,
qué bueno con quienes te buscan,
pero ¿qué con quienes te encuentran?
¡Oh Jesús!, dulzura de los corazones,
fuente viva, luz de las mentes
que excede todo gozo
y todo deseo.
Ni la lengua es capaz de decir
ni la letra expresar.
El experto puede creer
que Jesús sea amado.
¡Oh Jesús! rey admirable
y triunfador noble,
dulzura infefable
todo deseable.
Permanece con nosotros, Señor,
ilumínanos con la luz,
expulsa la tiniebla de la mente
llena el mundo de dulzura.
Cuando visitas nuestro corazón
entonces luce para él la verdad,
la vanidad del mundo se deprecia
y dentro hierve la Caridad.
Conoced todos a Jesús,
invocad su amor
buscad ardientemente a Jesús,
inflamaos buscando.
¡Oh Jesús! flor de la madre Virgen,
amor de nuestra dulzura
a ti la alabanza, honor de majestad divina,
Reino de la felicidad.
¡Oh Jesús! suma benevolencia,
asombrosa alegría del corazón
al expresar tu bondad
me aprieta la Caridad.
Ya lo que busqué veo,
lo que deseé tengo
en el amor de Jesús languidezco
y en el corazón me abraso todo.
¡Oh Jesús, dulcísimo para mí!,
esperanza del alma que suspira
te buscan las piadosas lágrimas
y el clamor de la mente íntima.
Sé nuestro gozo, Jesús,
que eres el futuro premio:
sea nuestra en ti la gloria
por todos los siglos siempre. Amén.
Himno encargado por el Papa Urbano IV a Santo Tomás de Aquino para el Oficio de la Solemnidad del Corpus Christi.
Alaba Sión al Salvador. Alaba al Caudillo y al Pastor con himnos y cánticos.
Atrévete cuanto puedas, porque, siendo digno de toda alabanza, nunca será bastante tu alabanza.
El tema de especial alabanza: el Pan vivo y vivificador hoy se propone.
El cual, en la mesa de la sagrada Cena, al grupo de los doce hermanos fue dado, y no se consume.
Sea alabanza plena, sea sonora, sea alegre, sea decorosa la alegría del alma.
Porque se trata del día solemne en el cual se conmemora la primera institución de esta sagrada Mesa.
En esta mesa del Nuevo Rey, la nueva pascua de la nueva ley. Termina la fase antigua.
A lo viejo, sigue lo nuevo las tinieblas huyan ante la verdad, la luz elimina la noche.
Lo que en la Cena hizo Jesús, expresó su mandato de seguir haciéndolo en memoria de Él.
Enseñados por esta sagrada institución, consagramos el pan y el vino en hostia de salvación.
Se ha dado un dogma a los cristianos: Que en la carne se transforma el pan y el vino en la sangre.
Lo que no captas, lo que no ves lo afirma animosa la fe, fuera del orden normal de las cosas.
Bajo los signos de las distintas especies, sin la realidad de ellas, se oculta la Realidad Eximia.
La carne, alimento; la sangre, bebida: sin embargo permanece Cristo entero bajo ambas especies.
Quien lo come lo recibe entero: no disminuido, no partido ni dividido.
Lo come uno, lo comen mil; cuantos sean ellos, tantos “Él”; y la comida no se agota.
Lo toman los buenos, lo toman los malos pero con suerte desigual: la vida o la muerte.
Es muerte para los malos; es vida para los buenos. Mira, un igual alimento, qué distinto el resultado.
Partido el santo sacramento, no vaciles, recuérdalo: tanto hay en un fragmento, cuanto en el manjar entero.
No hay ninguna señal de rotura, tan solo hay fractura en los signos; ni el estado del alimento, ni el tamaño contiene ninguna alteración.
He aquí el pan de los ángeles que se ha hecho alimento de los humanos, verdadero pan de los hijos, no ha de echarse a los perros.
Prefigurado en la antigüedad: cuando fue inmolado Isaac: Cordero Pascual se le designó: Se dio a los padres como maná.
Buen Pastor, verdadero pan, Jesús nuestro, ten misericordia. Aliméntanos, defiéndenos; concédenos ver el Bien en la tierra de los vivos.
Tú que todas las cosas sabes y aprecias; que nos alimentas aquí los mortales. Haz a tus comensales coherederos y compañeros de los santos ciudadanos. Amén. Aleluia.
¡Oh buen Jesús!, ten misericordia de mí según tu gran misericordia. ¡Oh clementísimo Jesús!, Te ruego, por aquella preciosísima Sangre que quisiste derramar por los pecadores, que limpies todas mis iniquidades, y por la invocación de tu Santo Nombre se borre en mí todo lo miserable e indigno. ¡Jesús!, sálvame por tu Santo Nombre.
Soneto a Jesús crucificado, atribuido a Fray Miguel de Guevara, O.S.A.
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una Cruz y escarnecido.
Muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte;
muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Oh Cristo Jesús, te reconozco rey del universo. Todo lo que se ha hecho ha sido creado por ti. Ejerce plenamente tus derechos sobre mí. Renuevo las promesas que hice en mi Bautismo, cuando renuncié a Satanás, a sus obras y a sus seducciones; y prometo vivir como buen cristiano. Muy especialmente, prometo tratar de ayudar en la medida de mis posibilidades a asegurar el triunfo de Dios y de tu Iglesia. Corazón divino de Jesús, te ofrezco mis esfuerzos para conseguir que todos los corazones reconozcan tu sagrada realeza para que tu reino de paz pueda establecerse en todo el universo. Amén.
¡Oh cruz buena, que fuiste embellecida por los miembros del Señor, tantas veces deseada, solícitamente querida, buscada sin descanso y con ardiente deseo preparada! Recíbeme de entre los hombres y llévame junto a mi Maestro, para que por ti me reciba Aquél que me redimió muriendo. Amén.
Señor Jesús, que me conozca a mí y que te conozca a Ti.
Que no desee otra cosa sino a Ti.
Que me odie a mí y te ame a Ti.
Y que todo lo haga siempre por Ti.
Que me humille y que te exalte a Ti.
Que no piense nada más que en Ti.
Que me mortifique, para vivir en Ti.
Y que acepte todo como venido de Ti.
Que renuncie a lo mío y te siga sólo a Ti.
Que siempre escoja seguirte a Ti.
Que huya de mí y me refugie en Ti.
Y que merezca ser protegido por Ti.
Que me tema a mí y tema ofenderte a Ti.
Que sea contado entre los elegidos por Ti.
Que desconfíe de mí y ponga toda mi confianza en Ti.
Y que obedezca a otros por amor a Ti.
Que a nada dé importancia sino tan sólo a Ti.
Que quiera ser pobre por amor a Ti.
Mírame, para que sólo te ame a Ti.
Llámame, para que sólo te busque a Ti.
Y concédeme la gracia de gozar para siempre de Ti. Amén.
¿Cómo actuarías hoy, Jesús, si tuvieses mis manos, mis ojos, y mi lengua; si tuvieses mi energía y mi tiempo, mi familia, mis amigos y mi trabajo?
Pues hoy te dejo que seas yo: ¡que seas Tú quien viva en mí!
Quiero ser Tú, el Hijo, que pasa hoy por el mundo: que transmita tu mirada, tu sonrisa y tu consuelo, que lleve tu paz, tu ayuda y tu palabra, que realice tu servicio, tu entrega y tu amor.
Padre, transfórmame todo en Cristo, dame su espíritu, para que sea el Hijo entre los hombres. Amén.
De Sta. Margarita M. de Alacoque
Me entrego, y al Sagrado Corazón de Nuestro Señor Jesucristo consagro sin reservas, mi persona, mi vida, mis obras, mis dolores y sufrimientos. Me comprometo a no usar parte alguna de mi ser sino es para honrar, amar y glorificar al Sagrado Corazón. Este es mi propósito inmutable: ser enteramente suyo y hacer todas las cosas por su amor. Al mismo tiempo renuncio de todo corazón a todo aquello que le desagrade.
Sagrado Corazón de Jesús, quiero tenerte como único objeto de mi amor. Se pues, mi protector en esta vida y garantía de la vida eterna. Se fortaleza en mi debilidad e inconstancia. Se propiciación y desagravio por todos los pecados de mi vida. Corazón lleno de bondad, se para mí el refugio en la hora de mi muerte y mi intercesor ante Dios Padre. Desvía de mí el castigo de Su justa ira. Corazón de amor, en Ti pongo toda mi confianza. De mi maldad todo lo temo. Pero de tu Amor todo lo espero. Erradica de mí, Señor, todo lo que te disguste o me pueda apartar de Ti. Que tu amor se imprima tan profundamente en mi corazón que jamás te olvide yo y que jamás me separe de Ti.
Señor y Salvador mío, te ruego, por el amor que me tienes, que mi nombre esté profundamente grabado en tu sagrado Corazón; que mi felicidad y mi gloria sean vivir y morir en tu servicio. Amén.
Oración: Omnipotente y sempiterno Dios, mira al corazón de tu amadísimo Hijo y a las alabanzas y satisfacciones que en nombre de los pecadores te tributa, y concede aplacado el perdón a los que imploran tu misericordia en el nombre de tu mismo hijo Jesucristo, Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
Modificado y aprobado por el Beato Juan XXIII
Dulce Jesús, Redentor del género humano; míranos humildemente postrados ante tu presencia. Tuyos somos y tuyos queremos ser; y para que podamos unirnos hoy más íntimamente con vos, cada uno de nosotros se consagra espontáneamente a tu Sagrado Corazón.
Es verdad que muchos jamás te conocieron; que muchos te abandonaron después de haber despreciado tus mandamientos. Tened misericordia de unos y otros, benigno Jesús, y atráelos a todos a tu Santísimo Corazón.
Reina, Señor, no sólo sobre los fieles que jamás se apartaron de Ti, sino también sobre los hijos pródigos que te abandonaron; haz que estos regresen prontamente a la casa paterna para que no perezcan de hambre y de miseria.
Reina sobre aquellos a quienes traen engañados las falsas doctrinas o se hallan divididos por la discordia, y vuélvelos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve no haya sino un solo redil y un solo pastor.
Concede, Señor, a tu Iglesia segura y completa libertad; otorga la paz a las naciones y haz que del uno al otro polo de la tierra resuene esta sola voz: alabado sea el Divino Corazón, por quien nos vino la salud: a Él sea la gloria y honor por todos los siglos de los siglos. Amén.
Ven, Espíritu Creador, visita las almas de tus fieles y llena de la divina gracia los corazones, que tú mismo creaste.
Tú eres nuestro Consolador, don de Dios Altísimo, fuente viva, fuego, caridad y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones; tú, el dedo de la mano de Dios; tú, el prometido del Padre; tú, que pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra.
Enciende con tu luz nuestros sentidos; infunde tu amor en nuestros corazones; y, con tu perpetuo auxilio, fortalece nuestra débil carne.
Aleja de nosotros al enemigo, danos pronto la paz, sé tú mismo nuestro guía, y puestos bajo tu dirección, evitaremos todo lo nocivo.
Por ti conozcamos al Padre, y también al Hijo; y que en ti, Espíritu de entrambos, creamos en todo tiempo.
Gloria a Dios Padre, y al Hijo que resucitó, y al Espíritu Consolador, por los siglos infinitos. Amén.
Envía tu Espíritu y serán creados.
Y renovarás la faz de la tierra.
Oración: Oh Dios, que has instruido los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concédenos según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.
Ven, Espíritu divino,
manda desde el cielo
un rayo de tu luz.
Ven, padre de los pobres,
ven, dador de los dones,
ven, luz de los corazones.
Óptimo consolador,
dulce huésped del alma,
dulce refrigerio.
Descanso en el trabajo,
alivio en el calor,
consuelo en el llanto.
Oh luz santísima,
colma la intimidad del corazón
de los fieles tuyos.
Sin tus dones,
nada hay en el hombre,
que no esté manchado.
Lava lo que es sucio,
riega lo que es árido,
sana lo que es enfermo.
Doblega lo que es rígido,
calienta lo que es frío,
endereza lo que está desviado.
Concede a tus fieles,
que en Ti confían,
tus Sagrados Dones.
Dales el mérito de la virtud,
dales la salvación,
dales el gozo eterno.
¡Ven, oh Santo Espíritu!:
ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos:
fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo:
inflama mi voluntad.
He oído tu voz,
y no quiero endurecerme y resistir, diciendo:
después…, mañana. "Nunc cœpi!"
¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y sabiduría,
Espíritu de entendimiento y de consejo,
Espíritu de gozo y paz!:
quiero lo que quieras,
quiero porque quieres,
quiero como quieras,
quiero cuando quieras…
Rey celeste, Espíritu Consolador, Espíritu de Verdad, que estás presente en todas partes y lo llenas todo, tesoro de todo bien y fuente de la vida, ven, habita en nosotros, purifícanos y sálvanos, Tú que eres bueno.
Por la Señal…
Señor mío Jesucristo…
Ante vuestra presencia postrado, ¡Soberano Espíritu de paz, de reconciliación y de todo consuelo!, humildemente os pido perdón de mis culpas, y la gracia de un verdadero arrepentimiento. Dones especialísimos de vuestra misericordia son la luz para bien conocerlas y discernirlas; la pía moción del alma para convenientemente detestarlas; el firme propósito actual para nunca más volver a cometerlas; la fortaleza y perseverancia para el cumplimiento de tal resolución hasta el fin de la vida.
Concededlo, Espíritu divino, a nuestro humilde ruego, como también el fervor y devoción convenientes para emplearlos en honor vuestro y bien de la Santa Iglesia, en este piadoso ejercicio. Amén.
Es el dogma del Espíritu Santo uno de los fundamentales en nuestra fe católica, sin cuya creencia y explícita profesión no puede salvarse el adulto, pues pertenece al número de las verdades que se llaman “de necesidad de medio”.
Por este dogma estamos obligados a creer y a profesar que el Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, igual al Padre y al Hijo, de quienes procede por amor, y con quienes constituye indivisible unidad de divina Naturaleza.
El dogma del Espíritu Santo lo confesamos cuando decimos: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. En el Credo: “Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los Profetas”
La primera manifestación del Espíritu Santo se hizo en figura de Paloma sobre el Divino Salvador, cuando éste fue bautizado en las aguas del Jordán, según nos cuentan los Evangelios. Pero de un modo más público y solemne se verificó sobre los Apóstoles, reunidos con María Santísima en el Cenáculo de Jerusalén, en forma de lenguas de fuego, el día de Pentecostés.
Los dones del Espíritu Santo son siete: Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios. Los tres primeros son: "Sabiduría": es el don por que juzgamos acertadamente de las cosas pertenecientes a nuestro fin último y salvación; "Entendimiento": es el don para conocer los misterios de la fe, y las verdades de ella que enseña la Santa Iglesia; "Consejo": es el don para dirigirnos prudentemente según Dios, en los casos difíciles de la vida presente, en orden a la eterna.
Los otros cuatro dones son: "Fortaleza": es el don para vencer las tentaciones y dificultades que se ofrecen en el camino de la virtud; "Ciencia": es el don para saber discernir los medios más aptos para el cumplimiento de los deberes de cada cual según su estado: "Piedad": es el don para buscar en todo el mejor servicio de Dios y dedicarse a las obras de Él y de caridad con el prójimo; y "Temor de Dios": es el don por el que aborrecemos todo pecado por el respeto que nos merece la Divina Majestad y su terrible juicio.
Además de los Dones del Espíritu Santo, están los frutos del Espíritu Santo, que son como el resultado práctico de dichos Dones. Según la doctrina de San Pablo, son doce y se enumeran por el orden siguiente: Caridad, Gozo, Paz, Paciencia, Longanimidad, Bondad, Benignidad, Mansedumbre, Fe, Modestia, Continencia y Castidad. La "Caridad" es el amor sobrenatural a Dios y a nuestros hermanos, y es como la raíz y alma de toda otra virtud y obra buena. El "Gozo" es la interior consolación que sienten los justos en el divino servicio, como anticipada recompensa de él. La "Paz" es el dominio y señorío del hombre espiritual sobre sus apetitos y pasiones.
La "Paciencia" es el valor en el sufrimiento, y aun el deseo de arrostrarlo más y más en vista de las eternas recompensas. La "Longanimidad" es el quinto de los Frutos del Espíritu Santo, y significa la firme esperanza y completa seguridad de los justos en las promesas de Dios Nuestro Señor. La "Bondad" es el deseo que tienen los justos de hacer bien a todos, y de que se propague y difunda dicho bien aun a costa de los mayores sacrificios.
La "Benignidad" es apacibilidad de carácter, suavidad de trato, blandura de condición, para atraer a todos los hombres a la verdad y al bien, y cautivarlos en obsequio de Nuestro Señor. La "Mansedumbre" es freno en las impaciencias y ardores de cualquier pasión, hasta el mismo celo por Dios, cuando lo exige la discreción y prudencia, para que no se comprometan con algún desorden sus mismos divinos intereses. La "Fe" es firme lealtad a Dios y al prójimo, no faltando a ambos en lo que se les debe o por razón de estricta justicia o por razón de caridad.
La "Modestia" significa lucha contra los arranques del amor propio, deseo de huir de vanas alabanzas y de evitar la publicidad de las buenas acciones, cuando otra cosa no exija el mayor servicio de Dios. La "Continencia" es templanza y moderación en el uso de las cosas exteriores, aun de placer, como de honra y de riquezas, dentro de lo mismo que permite la Divina Ley. La "Castidad" es apartamiento absoluto de toda sensualidad impura, según a cada estado corresponde, a tenor de los dictámenes de la Ley de Dios o por el deseo de mayor perfección. Tales son los Frutos del Espíritu Santo, cuyo conjunto en el vocabulario cristiano se llama Santidad.
El Espíritu Santo realiza la obra de la santificación del alma. Las virtudes sobrenaturales, los Dones y los Frutos del Espíritu Santo, que hemos considerado en estos días, perfeccionan nuestras potencias, pasiones y sentidos, acercándonos al Modelo supremo de santidad que es Jesucristo.
De este modo, el Paráclito, enviado por el Padre a través del Hijo, nos hace otros Cristo, más aún el mismo Cristo, si somos dóciles a su acción en nuestras almas, y nos conduce al Padre Eterno, de quienes somos hijos adoptivos por la gracia.
¡Espíritu divino! Por los méritos de Jesucristo y la intercesión de tu Esposa, Santa María, te suplicamos vengas a nuestros corazones y nos comuniques la plenitud de tus dones, para que, iluminados y confortados por ellos, vivamos según tu voluntad, y muriendo entregados a tu amor, merezcamos cantar eternamente tus infinitas misericordias. Amén.