V/. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R/. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Antífona: Cantemos el himno de los tres jóvenes, el que los santos cantaban en el horno encendido alabando al Señor (T.P. Aleluya).
Todos se ponen de pie
V/. Señor, ten piedad. Cristo, ten piedad. Señor, ten piedad.
Padre nuestro...
V/. No nos dejes caer en la tentación
R/. Y líbranos del mal.
V/. Que te alaben, Señor, todas tus obras.
R/. Y que tus santos te bendigan.
V/. Se regocijarán los santos en la gloria.
R/. Y se alegrarán en sus moradas.
V/. No a nosotros, Señor, no a nosotros.
R/. Sino a tu nombre da la gloria.
V/. Señor, escucha mi oración.
R/. Y que llegue a ti mi clamor.
Los sacerdotes añaden:
V/. El Señor esté con vosotros
R/. Y con tu espíritu.
V/. Oremos: Oh Dios, que mitigaste las llamas del fuego para los tres jóvenes, concédenos benignamente a tus siervos que no nos abrase la llama de los vicios. Te rogamos, Señor, que prevengas nuestras acciones con tu inspiración y que las acompañes con tu ayuda, para que asi toda nuestra oración y obra comience siempre en ti, y por ti se concluya.
Danos, te lo pedimos Señor, poder apagar las llamas de nuestros vicios. Tú que le concediste a San Lorenzo vencer el fuego que le atormentaba. Por Cristo nuestro Señor.
R/. Amén.
Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, que trataste con inmenso cariño, ternura y respeto al Verbo hecho Carne, te ruego intercedas ante Él por mí, para que me perdone las distracciones que haya tenido en la Santa Misa. Sé tú, Señora, mi Maestra, para que aprenda a comportarme durante estos Sagrados Misterios con dignidad, piedad y devoción. Amén.
Oh María, Virgen y Madre Santísima, he recibido a tu Hijo amadísimo, que concebiste en tus inmaculadas entrañas, criándolo y alimentándolo con tu pecho, y abrazándolo amorosamente. Al mismo que te alegraba contemplar y te llenaba de gozo, te lo presento y te lo ofrezco con amor y humildad para que lo abraces, lo quieras con tu corazón y lo ofrezcas como supremo culto de latría a la Santísima Trinidad, por tu honor y por tu gloria, y por mis necesidades y las de todo el mundo. Te ruego, piadosísima Madre, que me alcances el perdón de todos mis pecados y gracia abundante para servirte desde ahora con mayor fidelidad; por último, la gracia de la perseverancia final, para que pueda alabarle contigo por los siglos de los siglos. Amén.
Oh serenísima Virgen y Madre de nuestro Señor Jesucristo, que en tus santísimas entrañas mereciste llevar al mismo Creador de todas las cosas, cuyo sacratísimo Cuerpo y Sangre he recibido, dígnate interceder ante Él por mí, para que todo aquello que por ignorancia, negligencia o irreverencia yo haya omitido u olvidado en este inefable Sacramento, movido por tus santísimas oraciones, se digne perdonarlo tu amado Hijo. Amén.
Arcángel San Miguel, defiéndenos en la batalla: sé nuestro amparo contra la maldad y asechanzas del demonio. Pedimos suplicantes que Dios lo mantenga bajo su imperio; y tú, Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan por el mundo tratando de perder a las almas. Amén.
Santos de Dios que, viviendo en la carne, servisteis a Dios, para reinar con Él sin fin, acudid en mi auxilio, por vuestros méritos y oraciones, para que el pan del cielo y viático divino, que acabo de recibir, sea para mí fuerza y defensa contra todas las enfermedades, peligros e insidias; para que con la fuerza de este alimento camine por el desierto de este mundo hasta el monte de Dios, y me alegre y alabe sin interrupción, junto a vosotros, el gozo dulcísimo, por todos los siglos. Amén.
De la ‘Doctrina de los Doce Apóstoles’ (Didaché)
Te damos gracias, Padre santo, por tu santo Nombre que hiciste morar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has dado a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos.
Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas por causa de tu nombre, y diste a los hombres alimento y bebida para su disfrute, para que te dieran gracias. Mas a nosotros nos hiciste el don de un alimento y una bebida espiritual y de la vida eterna por medio de tu siervo.
Ante todo te damos gracias porque eres poderoso. A ti la gloria por los siglos.
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y hacerla perfecta en tu caridad, y congrégala desde los cuatro vientos, santificada, en tu reino que le has preparado. Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.
Venga la gracia y pase este mundo. Hosanna al Dios de David. El que sea santo, que se acerque. El que no lo es, que se arrepienta. «Maran Atha» Amén.
¡Señor mío, Jesucristo!, creo que verdaderamente estás dentro de mí, con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y lo creo más firmemente que si lo viese con mis propios ojos.
¡Oh, Jesús mío!, te adoro presente dentro de mí, y me uno a María Santísima, a los Ángeles y a los Santos para adorarte como mereces.
Te doy gracias, Jesús mío, de todo corazón, porque has venido a mi alma. Virgen Santísima, Ángel de mi guarda, Ángeles y Santos del Cielo, dad por mí gracias a Dios.
Bendecid al Señor todas sus obras, alabadle por mí eternamente.
Ángeles todos, bendecid al Señor, alabadle por mí eternamente.
Santos todos, bendecid al Señor, alabadle por mí eternamente.
Hombres todos, bendecid al Señor, alabadle por mí eternamente.
Sol, luna, estrellas y criaturas todas, bendecid al Señor, alabadle por mí eternamente.
Que el cielo y la tierra toda bendiga al Señor, que ha hecho tantas maravillas. Amén.
Ángeles y Serafines, ayudadme a bendecir a Jesús Sacramentado, que acabo de recibir.
Miradme, ¡oh mi amado y buen Jesús!, postrado ante vuestra presencia; os ruego con el mayor fervor imprimáis en mi corazón vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad, verdadero dolor de mis pecados y propósito de jamás ofenderos; mientras que yo, con el mayor afecto y compasión del que soy capaz, voy considerando vuestras cinco llagas, teniendo presente lo que de Vos dijo el santo profeta David: “Han taladrado mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos”.
¡Infinita bondad! ¡Caridad infinita! Dios se me ha dado todo, se ha hecho todo mío. Alma mía, recoge todos tus afectos y únete estrechamente con tu Señor, que ha venido para unirse contigo y para que le devuelvas amor.
Redentor amable, te abrazo, amor y vida mía; me uno a Ti, no me rechaces. ¡Ay de mí! Hubo un tiempo en mi vida en el que me separé de Ti; pero de ahora en adelante prefiero perder mi vida mil veces antes que perderte otra vez, sumo bien mío. Olvídate, Señor, de todas las injurias que te he infligido, y apiádate y perdóname; me duelen de todo corazón y querría poder morir de dolor.
A pesar de haber pecado contra Ti, me mandas que te ame: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón". ¿Quién soy yo, Señor, para que desees que te ame? Puesto que así lo deseas, yo quiero amarte. Tú quisiste morir por mí, y me diste tu carne como alimento; yo todo lo dejo, de todos me despido, y sólo a Ti me abrazo, amadísimo Salvador.
¿Quién me separará del amor de Cristo? Redentor amable, ¿a quién otro quiero amar sino a Ti, que eres la infinita bondad y eres digno de un amor infinito? ¿Qué hay para mí en el cielo y qué puedo querer fuera de Ti en la tierra? Dios de mi corazón, lo mío es Dios para siempre. Verdaderamente, Dios mío, ¿qué mayor bien que Tú puedo encontrar ni en el cielo ni en la tierra, o quién me amará más que Tú?
Venga a nosotros tu reino. Jesús bueno, toma, por favor, esta mañana, entera posesión de mi corazón, pues te lo ofrezco todo entero. Apodérate de él para siempre y apártalo de cualquier afecto que no provenga de Ti. A Ti sólo escojo como anhelo mío y riqueza mía: Dios de mi corazón, lo mío es Dios para siempre.
Concédeme que no se me vaya de la boca aquella petición de San Ignacio de Loyola: “Sólo con que me des tu amor y tu gracia yo soy suficientemente rico”. Dame tu amor y tu gracia; haz que te ame y sea amado por Ti, y así ya seré bastante rico; nada más deseo, nada más busco.
Pero Tú conoces bien mi debilidad y cuántas veces he sido infiel contigo; ayúdame, pues, con tu gracia, y no permitas que nunca me separe de Ti. Esto te digo ahora, y quiero decírtelo siempre; concédeme que siempre pueda repetirte: No permitas, no permitas que me aparte de Ti.
Virgen Santísima, esperanza mía, María, pide para mí a Dios esta doble gracia: la santa perseverancia y el santo amor, no pido más.
Señor mío, ¿cómo he podido ofenderte tantas veces, sabiendo que el pecado te desagrada? Te pido, por los méritos de tu Pasión, que me perdones y que me ates a Ti con los lazos de tu amor; que el mal olor de mis culpas no te aparte de mí. Haz que considere cada vez más tu bondad y el amor que te debo, y la caridad con que Tú me has amado.
Deseo, Jesús bueno, darme a Ti por entero, ya que Tú quisiste entregarte sacrificándote por mí. Con muchas razones de amor me estrechaste contra Ti; te pido que no permitas que jamás me separe de Ti. Te amo, Dios mío, y quiero amarte siempre. ¿Cómo podría vivir separado de Ti y sin tu gracia, ahora que he conocido tu amor?
Te doy gracias, porque me soportaste cuando vivía sin tu gracia, y porque todavía me dejas tiempo para amarte. Si entonces me hubiera muerto, ya no habría podido amarte. Puesto que todavía puedo amarte, quiero amarte con todas mis fuerzas, dulcísimo Jesús, y me propongo agradarte en todo. Te amo, bondad infinita, te amo más que a mí mismo; y porque te amo, te hago entrega de mi cuerpo, de mi alma y de toda mi voluntad. Haz conmigo, Señor, y dispón de mí según tu beneplácito; me someto a Ti en todo. Con tal de que me concedas amarte siempre, nada más ambiciono. Los bienes de la tierra dáselos a quienes los quieran, yo no deseo más, ni nada más pido, que la perseverancia en tu gracia y tu santo amor.
Apoyándome, Padre eterno, en las promesas de tu Hijo: "En verdad os digo que si pedís algo a mi Padre en mi nombre, os lo concederá", en nombre de Jesucristo te pido la santa perseverancia, y la gracia de amarte con todo mi corazón, cumpliendo perfectamente de ahora en adelante tu voluntad.
Jesús, te has hecho víctima por mí, y Tú mismo te me has dado, para que yo me entregue a Ti y te someta mi voluntad; Tú mismo dices: "Dame, hijo mío, tu corazón". Aquí tienes mi corazón, Señor, aquí tienes mi corazón, y mi alma que también te doy y a Ti la dedico totalmente. Pero Tú sabes bien mi debilidad: ayúdame; no permitas que aparte mi voluntad de Ti para pecar contra Ti. No lo permitas de ningún modo; concédeme que siempre te ame, haz que te ame todo lo que un cristiano debe amarte; y de la misma manera que tu Hijo muriendo en la Cruz pudo decir: "Todo está consumado", que yo también pueda decirlo cuando me muera porque a partir de hoy guarde tus mandamientos. Concédeme que, en todos los peligros y las tentaciones de pecar contra Ti, siempre a Ti recurra, y que nunca deje de implorar tu auxilio por los méritos de Jesucristo.
María Santísima, que todo lo puedes delante de Dios, impetra para mí la gracia de que en las tentaciones me refugie siempre en Dios.
Jesús mío, bien veo todo lo que has hecho y has padecido para obligarme a amarte; ¡y yo que me he mostrado tan ingrato contigo! ¡Cuántas veces, Dios de mi alma, he cambiado tu gracia y te he perdido, por un placer despreciable o un mal deseo! Muy agradecido me he mostrado hacia las criaturas, por el placer que en ellas encontraba, y solamente contigo me he mostrado ingrato. Muy gustosamente he ido tras el placer de las criaturas. Perdóname, Dios mío: me duele esta culpa de mi espíritu ingrato, y me arrepiento de todo corazón; confío en tu clemencia, pues eres la Bondad infinita. Si no fueras la Bondad infinita, tendría que desesperarme y no atreverme a implorar más tu misericordia.
Gracias te sean dadas, amor mío, porque no me has condenado al infierno como me he merecido, y me has soportado tanto tiempo. El solo hecho de que tengas tanta paciencia conmigo, Dios mío, debería atraerme hacia el amor. ¿Quién podría jamás soportarme sino Tú, que eres Dios de infinita misericordia? Hace mucho tiempo que me estás invitando a amarte; no quiero ya resistirme más a tu amor, me doy a Ti por entero. Ya está bien de pecar contra Ti; ahora quiero amarte. Te amo, sumo bien mío; te amo, bondad infinita; te amo, Dios mío, que eres digno de amor infinito, y quiero estar repitiendo siempre y en la eternidad: te amo, te amo.
Dios mío, cuántos años he perdido, durante los cuáles habría podido amarte y adelantar en este amor tuyo; sin embargo, los consumí pecando contra Ti. Pero, Jesús, tu sangre es mi esperanza. Espero que ya nunca dejaré de quererte. No sé cuanto tiempo de vida me queda, pero el resto de mi vida, poco o mucho, te lo entrego totalmente. Para esto me has esperado hasta ahora. Quiero, pues, complacerte, deseo amarte siempre, amantísimo Señor y sólo a Ti quiero amar. ¿Qué son para mí los placeres? ¿Qué las riquezas? ¿Qué los honores? Sólo Tú, Dios mío, sólo Tú eres siempre y serás mi amor y mi todo.
Pero nada puedo, si no me ayudas con tu gracia. Hiere mi corazón, enciéndelo con tu santo amor, únetelo todo a Ti, únelo de tal manera que nunca pueda separarse de Ti. Prometiste amar a quien te ama: "Yo amo a quienes me aman". Pues bien, te amo; perdona mi atrevimiento, ámame Tú también, y no permitas que yo haga nada que impida que me ames: quien no ama está muerto. Líbrame de esta muerte, que me impediría amarte. Haz que siempre te ame, para que siempre Tú puedas amarme; así nuestro amor será eterno y nunca desaparecerá entre Tú y yo. Concédeme esto, Padre eterno, por amor de Jesucristo. Concédemelo Tú también, delicioso Jesús mío, por tus méritos, por medio de los cuáles espero amarte siempre y ser amado siempre por Ti.
María, Madre de Dios y Madre mía, ruega Tú también a Jesús por mí.
Dios de majestad infinita, aquí tienes a tus pies un traidor que te ha ofendido gravemente. Tú has perdonado muchas veces mis pecados; yo, despreciando tus beneficios y la ayuda que me prestabas, una y otra vez te he injuriado. Otros han pecado en medio de tinieblas, pero yo lo he hecho rodeado de luz. No obstante, escucha la voz de este Hijo tuyo, que acabo de ofrecerte y que ahora está en mi pecho: Él es quien implora para mí tu misericordia y tu perdón. Perdóname, Bondad infinita, por el amor de Jesucristo, pues me duele de todo corazón haberte ofendido.
Sé que gustosamente te aplacas con los pecadores, por el amor de Jesucristo: "Tuvo a bien reconciliar por Él a todas las cosas consigo". Así, pues, por el amor de Jesucristo aplácate también conmigo. No me eches de tu presencia, aunque bien me lo merezco; perdóname y cambia mi corazón. "Crea en mí, Dios mío, un corazón limpio" (...). Haz que yo viva como corresponde a un cristiano. Dame el corazón con el que debe amarte un santo. Te ruego que apagues y destruyas en mí, con tu amor, todos los afectos terrenos. Haz que desde ahora me muestre agradecido contigo, por tantos bienes como me has dado, y por tanto amor con el que me has amado. Si antes he despreciado tu amistad, ahora la estimo más que todos los reinos del mundo, y prefiero tu beneplácito a todas las riquezas y a todos los goces del cielo y de la tierra (...).
Atráeme hacia Ti. Otórgame paciencia y conformidad en mis trabajos y contrariedades. Ayúdame a que me mortifique por tu amor. Concédeme el espíritu de una humildad verdadera, por el cual pueda gozarme en ser miserable e imperfecto. Enséñame a hacer tu voluntad, y señálame lo que quieres de mí, pues eso es lo que deseo hacer. Acepta, Dios mío, el amor de este pecador que hasta ahora mucho ha pecado contra Ti, pero que desde ahora quiere amarte de verdad y ser tuyo. Dios mío, espero amarte por toda la eternidad. Por eso quiero amarte mucho también en esta vida, para poder amarte mucho en la eternidad.
Y porque te amo, deseo que todos te conozcan y te amen; por consiguiente, Señor, puesto que me llamaste a servirte, haz que por Ti trabaje y me dedique a salvar almas. Todo esto lo espero por tus méritos, Jesucristo; y por tu intercesión, Madre mía, María.
Jesús, ¿cómo has podido elegirme a mí para ser santo? A mí, que tantas veces he lanzado dardos contra Ti y he despreciado por nada tu gracia. Señor mío, me duelo de mis pecados con toda mi alma. Dime, ¿me has perdonado mis pecados? Así lo espero. Has sido Redentor mío no sólo una vez, sino cuantas veces me has perdonado. Salvador mío, ¡ojalá que nunca te hubiera ofendido! Te pido que me hagas oír lo que dijiste a la Magdalena: "Tus pecados te son perdonados". Haz que me dé cuenta de que he sido recibido ya en tu gracia, otorgándome un gran dolor de mis pecados.
"En tus manos encomiendo mi espíritu"; me has redimido, Señor, Dios de la verdad. Pastor divino, Tú has descendido del cielo para buscarme, como oveja perdida; y cada día desciendes sobre el altar; diste tu vida para salvarme: no me abandones. En tus manos encomiendo mi alma, acéptala en tu clemencia, y no permitas que jamás me separe de Ti.
Por mí derramaste toda tu Sangre: Te pedimos, pues, que ayudes a tus siervos, puesto que los has redimido con tu Sangre. Ahora eres mi abogado y no mi juez; suplica para mí el perdón de tu Padre; consígueme la luz y la fuerza para amarte con toda mi alma. Haz que el resto de mi vida transcurra de manera que, al mirarte como juez, te vea aplacado hacia mí. Reina, por favor, con tu amor en mi corazón, haz que yo sea todo tuyo; así, Salvador amable, recuérdame siempre el amor con que me has amado, y todo lo que has hecho y has padecido con el fin de salvarme y de que yo te amara (...). Jesús mío, deseo complacerte; te amo y no quiero amar nada aparte de Ti. Hazme humilde y paciente en las contrariedades de esta vida, manso en las humillaciones, despreciando los placeres terrenos y despegado de las criaturas; y concédeme arrojar de mi corazón cualquier afecto que no me lleve a Ti. Todo esto te pido y lo espero por los méritos de tu Pasión. Jesús agradabilísimo, Jesús amable, Jesús bueno, escúchame.
Madre mía y esperanza mía, María, escúchame Tú también y ruega a Jesús por mí.
"Habla, Señor, que tu siervo escucha". Jesús mío, también esta mañana has venido a visitar mi alma; te doy las gracias desde lo hondo de mi corazón. Puesto que has venido a mí, te pido que hables, dime qué quieres de mí, pues deseo hacerlo todo. No merezco que vuelvas a hablarme, porque con frecuencia me he negado a oír tu voz, que me llama a tu amor, y volví mis dardos contra Ti. Pero ya he hecho penitencia por mis pecados y todavía ahora me duelen, y confío en que ya habré obtenido tu perdón. Dime, pues, lo que quieres que haga, pues estoy dispuesto a todo.
¡Ojalá te hubiera amado siempre, Dios mío! ¡Pobre de mí! ¡Cuántos años he perdido! Pero tu Sangre y tus promesas me proporcionan la esperanza de reparar el tiempo perdido, amándote sólo a Ti a partir de ahora y agradándote en todo. Te amo, Redentor mío; te amo, Dios mío; a ninguna otra cosa aspiro, sino a amarte con todo mi corazón y a entregar mi vida por tu amor, ya que quisiste padecer por mí la muerte. Te diré con palabras de San Francisco: "Moriré de amor por tu amor, pues te dignaste morir por mi amor".
Jesús, te entregaste todo entero por mí, diste tu Sangre, tu vida, todos tus sudores, todos tus méritos; no tenías ya más que dar: yo me entrego todo a Ti; te doy todos mis goces, todas las delicias de este mundo, mi cuerpo, mi alma, mi voluntad; ya no tengo más que darte; si más tuviera, más te daría. Bondadosísimo Jesús, Tú me bastas. Pero Señor, haz que te sea fiel; no permitas que cambie mi voluntad y te abandone. Espero, Salvador mío, que por los méritos de tu Pasión esto no me ocurrirá nunca. Dijiste: "Nadie ha puesto su confianza en el Señor y ha sido defraudado". También yo puedo decir con toda confianza: "En Ti, Señor, espero; no quedaré nunca confundido". Espero, Dios de mi alma, y siempre esperaré que nunca padeceré la confusión de verme separado de Ti. "En Ti, Señor, espero; no quedaré nunca confundido".
Dios mío, Tú eres todopoderoso: hazme santo. Haz que te ame mucho, haz que no desaproveche nada que redunde en tu gloria, y que consiga todo lo que te agrade. Dichoso sería yo si lo perdiera todo y sólo te encontrara a Ti y a tu amor. Para esto me diste la vida, haz que la gaste solamente en obras para tu gloria. No merezco beneficios, sino penas; por eso te pido que me castigues como quieras, con tal de que no apartes tu gracia de mí. Me has amado sin medida, caridad infinita, bondad infinita, por eso te amo y te amaré. Voluntad de Dios, Tú eres mi amor. Jesús mío, Tú has muerto por mí, ¡ojalá yo pudiera también morir por Ti y con mi muerte conseguir que todos te amen! Bondad infinita, infinitamente amable, me pongo decididamente a tu lado y te amo sobre todas las cosas.
María, acércame a Dios; dame confianza en Ti y haz que siempre acuda a Ti: con tu intercesión debes hacerme santo. Así lo espero.
Jesús, Redentor y Dios, te adoro presente en mi pecho bajo las especies de pan y de vino, por medio de las cuales te has hecho alimento y bebida para mi alma.
Bendita sea infinitamente tu venida a mi alma, Dios mío, y por tan gran beneficio te doy gracias desde lo más profundo de mi corazón, y me duele que no alcanzo a agradecértelo de una manera digna de Ti. ¿Qué acciones de gracias dignas podría rendir un simple campesino, al verse visitado en su pobre casa por el rey mismo, si no es postrarse a sus pies, admirándose y alabando un honor tan grande? Me postro, pues, ante Ti, Rey divino, Jesús dulcísimo, y te adoro desde el abismo de mi insignificancia. Uno mi adoración a la que te prestó la Santísima Virgen María, cuando te recibió en su seno; y quisiera amarte con el mismo amor con que Ella te amó.
Redentor amable, obediente a las palabras sacerdotales has descendido hoy del cielo sobre el altar; ¿y yo, en cambio? ¡Cuántas veces he desobedecido tus mandatos, te he despreciado ingratamente, y he rechazado tu gracia y tu amor! Jesús bueno, confío en que ya me habrás perdonado mis pecados, pero si no me hubieras perdonado mis culpas, pásalas por alto ahora, bondad infinita, pues me duele de todo corazón haberte ofendido.
¡Ojalá te hubiese amado siempre, Jesús! Al menos desde el día en que participé por primera vez de la Misa sólo he debido arder de amor por Ti. Tú me escogiste, para ser santo y amigo tuyo, ¿qué más podías hacer para que yo te amara? Pero te doy gracias, porque todavía me das tiempo para hacer lo que hasta hoy he omitido. Quiero amarte con todo mi corazón. No quiero admitir en mi corazón más afecto que el tuyo, ya que con tantas bondades me has obligado a devolverte amor por amor.
Mi Dios y mi todo, Dios mío, ¿de qué me valen las riquezas? ¿De qué los honores? ¿De qué los goces del mundo? Tú eres para mí todo. Desde ahora Tú sólo serás mi único bien y mi único amor. Te diré con San Paulino: “Que se guarden los ricos sus riquezas, sus reinos los reyes; para mí Cristo es la gloria y el reino”. Que los reyes y los ricos de la tierra disfruten con su reino y con sus riquezas; sólo Tú, Jesús bueno, serás para mí mis riquezas y mi reino.
Padre eterno, por el amor de este Hijo tuyo, a quien hoy te he ofrecido y he recibido en mi corazón, te pido que me concedas la santa perseverancia en tu gracia y el don de tu amor santo. Te encomiendo a todos mis familiares, amigos y enemigos; también las almas del purgatorio y todos los pecadores.
Madre mía, María Santísima, pide para mí la santa perseverancia y el amor de Jesucristo.
Traspasa, dulcísimo Jesús y Señor mío, la médula de mi alma con el suavísimo y saludabilísimo dardo de tu amor; con la verdadera, pura y santísima caridad apostólica, a fin de que mi alma desfallezca y se derrita siempre sólo en amarte y en deseo de poseerte: que por ti suspire, y desfallezca por hallarse en los atrios de tu casa; anhele ser desligada del cuerpo para unirse contigo.
Haz que mi alma tenga hambre de ti, Pan de los ángeles, alimento de las almas santas, Pan nuestro de cada día, lleno de fuerza, de toda dulzura y sabor, y de todo suave deleite.
¡Oh Jesús, en quien desean mirar los ángeles!; tenga siempre mi corazón hambre de ti, el interior de mi alma rebose con la dulzura de tu sabor; tenga siempre sed de ti, fuente de vida, manantial de sabiduría y de ciencia, río de luz eterna, torrente de delicias, abundancia de la casa de Dios.
Que te desee, te busque, te halle; que a ti vaya y a ti llegue; en ti piense, de ti hable, y todas mis acciones encamine a honra y gloria de tu nombre, con humildad y discreción, con amor y deleite, con facilidad y afecto, con perseverancia hasta el fin; para que tú solo seas siempre mi esperanza, toda mi confianza, mi riqueza, mi deleite, mi contento, mi gozo, mi descanso y mi tranquilidad, mi paz, mi suavidad, mi perfume, mi dulzura, mi comida, mi alimento, mi refugio, mi auxilio, mi sabiduría, mi herencia, mi posesión, mi tesoro, en el cual esté siempre fija y firme e inconmoviblemente arraigada mi alma y mi corazón. Amén.
Señor, Padre Santo, desde la morada de tu santuario y desde lo alto de los cielos, mira esta Hostia Sacrosanta, que a Ti te ofrece nuestro Sumo Pontífice, tu Hijo Santo nuestro Señor Jesucristo, por los pecados de sus hermanos, y haz que sea favorable para la multitud de nuestras maldades. He aquí que la voz de la Sangre de nuestro hermano Jesús clama a Ti desde la Cruz. Escucha, Señor. Aplácate, Señor. Atiéndenos y no nos dejes morir, oh Dios mío, por Ti mismo, porque tu Nombre es invocado sobre esta ciudad y sobre tu pueblo. Y obra con nosotros según tu misericordia. Amén.
Para que te dignes defender esta ciudad, la pacifiques, la custodies, la conserves y la bendigas, te rogamos, óyenos.
Señor, Tú lo eres todo y yo soy nada.
Tú eres el Creador de todas las cosas.
Tú el que conservas todo el universo,
y yo soy nada.
Señor, hazme instrumento de tu paz.
Donde haya odio, siembre yo amor;
donde haya injuria, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya tristeza, alegría;
donde haya desaliento, esperanza;
donde haya oscuridad, tu luz.
¡Oh, Divino Maestro!,
que no busque ser consolado, sino consolar;
que no busque ser querido, sino amar;
que no busque ser comprendido, sino comprender;
porque dando es como recibimos;
perdonando es como Tú nos perdonas;
y muriendo en Ti, es como nacemos a la vida eterna.
Te damos gracias, clementísimo Dueño y Redentor de nuestras almas, porque también en el presente día nos has hecho dignos de los misterios celestes e inmortales. Dirige Tú nuestro camino; consérvanos en tu temor; defiende nuestra vida; asegura nuestros pasos con las oraciones y la intercesión de la Santa y Gloriosa Madre de Dios y siempre Virgen, María. Oh Dios, seas exaltado en los cielos y permanezca tu gloria sobre toda la tierra, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.
Gracias te doy, Señor santo, Padre todopoderoso, Dios eterno, porque a mí, pecador, indigno siervo tuyo, sin mérito alguno de mi parte, sino por pura concesión de tu misericordia, te has dignado alimentarme con el precioso cuerpo y sangre de tu Unigénito Hijo mi Señor Jesucristo.
Te suplico, que esta sagrada comunión no me sea ocasión de castigo, sino intercesión saludable para el perdón; sea armadura de mi fe, escudo de mi buena voluntad, muerte de todos mis vicios, exterminio de todos mis carnales apetitos; aumento de caridad, paciencia y verdadera humildad, y de todas las virtudes: sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi espíritu, firme defensa contra todos mis enemigos visibles e invisibles, perpetua unión contigo, único y verdadero Dios, y sello de mi muerte dichosa.
Te ruego que tengas por bien llevar a este pecador a aquel convite inefable, donde tú, con tu Hijo y el Espíritu Santo, eres para tus santos luz verdadera, satisfacción cumplida, gozo perdurable, dicha consumada y felicidad perfecta. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.
Creo, Señor, haz que crea con más firmeza; espero, haz que espere con más confianza; amo, haz que ame con más ardor; me arrepiento, haz que tenga mayor dolor.
Te adoro como primer principio; te deseo como último fin; te alabo como bienhechor perpetuo; te invoco como defensor propicio.
Dirígeme con tu sabiduría, átame con tu justicia, consuélame con tu clemencia, protégeme con tu poder.
Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, para que se dirijan a ti; mis palabras, para que hablen de ti; mis obras, para que sean tuyas, mis contrariedades, para que las lleve por ti.
Quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras.
Señor, te pido que ilumines mi entendimiento, inflames mi voluntad, limpies mi corazón, santifiques mi alma.
Que me aparte de mis pasadas iniquidades, rechace las tentaciones futuras, corrija las malas inclinaciones, practique las virtudes necesarias.
Concédeme, Dios de bondad, amor a ti, odio a mí, celo por el prójimo y desprecio a lo mundano.
Que sepa obedecer a los superiores, ayudar a los inferiores, aconsejar a los amigos y perdonar a los enemigos.
Que venza la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la generosidad, la ira con la bondad, la tibieza con la piedad.
Hazme prudente en los consejos, constante en los peligros, paciente en las contrariedades, humilde en la prosperidad.
Señor, hazme atento en la oración, sobrio en la comida, constante en el trabajo, firme en los propósitos.
Que procure tener inocencia interior, modestia exterior, conversación ejemplar y vida ordenada.
Haz que esté atento a dominar mi naturaleza, a fomentar la gracia, servir a tu ley y a obtener la salvación.
Que aprenda de ti qué poco es lo terreno, qué grande lo divino, qué breve el tiempo, qué durable lo eterno.
Concédeme preparar la muerte, temer el juicio, evitar el infierno y alcanzar el paraíso. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti,
Para que con tus Santos te alabe,
Por los siglos de los siglos. Amén.
Que el Cardenal Merry del Val solía recitar después de celebrar la Santa Misa.
Oh Jesús, manso y humilde de corazón, escucha mi plegaria.
Del deseo de sentirme apreciado, líbrame Jesús.
Del deseo de sentirme amado
Del deseo de ser ensalzado
Del deseo de ser elogiado
Del deseo de ser alabado
Del deseo de ser preferido
Del deseo de ser consultado
Del deseo de ser aplaudido
Del temor a la humillación
Del temor al desprecio
Del temor al reproche
Del temor a la calumnia
Del temor al olvido
Del temor al ridículo
Del temor al agravio
Del temor al recelo
Que los demás sean más amados que yo, ayúdame, Jesús, a desearlo.
Que los demás sean más apreciados que yo
Que los demás crezcan y yo disminuya a los ojos del mundo
Que los demás sean alabados y yo pase oculto
Que los demás sean preferidos a mí en todo
Que los demás sean más santos que yo, siempre que yo alcance la santidad que Tú quieres
Señor ten piedad, R/. Señor ten piedad
Cristo ten piedad, R/. Cristo ten piedad
Señor ten piedad, R/. Señor ten piedad
Cristo óyenos, R/. Cristo óyenos
Cristo escúchanos, R/. Cristo escúchanos
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, R/. ten piedad de nosotros
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, R/. escúchanos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, R/. ten piedad de nosotros
Jesús, Sacerdote, R/. Óyenos
Jesús, Sacerdote, R/. Escúchanos
Oremos. Oh Dios, Santificador y Guía de tu Iglesia, suscita en Ella, mediante tu Espíritu, idóneos y fieles dispensadores de tus misterios, para que, bajo tu protección, con su ministerio y con el ejemplo, acompañen a todos los cristianos hacia el camino de la salvación. Por Cristo Nuestro Señor. R/. Amén.
Oh Dios, que mandaste escoger entre aquellos discípulos que oraban y ayunaban a Saulo y a Bernabé para el ministerio por ti escogido, haz lo mismo ahora con tu Iglesia orante y tú, que conoces nuestros corazones, muéstranos a quienes eliges para tu ministerio. Por Jesucristo Nuestro Señor. R/. Amén.
Buen Jesús, hoy has venido
hasta mi pobre mansión.
Hoy, junto a mi corazón,
tu corazón he sentido.
Hoy, como ave en el nido,
descansé junto a tu altar,
¿qué me podrás hoy negar?
Haz, que limpia el alma mía,
como hoy está, pueda un día
hasta tu Cielo llegar.
Yo soy de Dios: ¡oh dulce pensamiento
Que anega el alma en celestial amor!
Un Dios potente hasta albergarse llega
En mi pobre y estrecho corazón.
Yo soy de Dios: el cielo me contempla,
Y el ángel que se acerca a mí, veloz,
Halla mi pecho en templo convertido,
Donde el eterno fija su mansión.
Yo soy de Dios: la sangre inmaculada
Que de una Virgen cándida tomó,
¡Oh gran prodigio!, con mi sangre llega
Hasta mezclarse en misteriosa unión.
Yo soy de Dios: hasta el postrer momento
Sólo he de hallar hechizos en mi Dios;
Su dulce nombre ha de sellar mis labios
Al dirigirle mi última oración.
Oración de Santo Tomás de Aquino
Oh Señor Jesucristo, humildemente imploro de tu inefable misericordia que este Sacramento de tu Cuerpo y de tu Sangre, que indignamente he recibido, sirva para la purificación de mis errores, sea fortaleza en mis debilidades, defensa ante los peligros del mundo, sea súplica de perdón, origen de toda gracia, fuente de vida, memorial de tu Pasión, fortalecimiento en la debilidad y pan para el camino. Que, como peregrino, me acompañes siempre y, en caso de extravío, me atraigas a tu redil y me recibas cuando llegue, con entrañas de buen Padre. Dame tu mano en mis titubeos, levantándome siempre de mis caídas hasta introducirme en la gloria del cielo.
Oh Dios Santísimo, que la augusta presencia de tu Cuerpo y de tu Sangre embellezca la estancia de mi corazón. Que, por tu amor, nunca me deje arrastrar por las vanidades de este mundo, ni busque consolaciones mundanas, ni busque amores ilícitos, ni admita deleites desordenados, ni vanos honores, ni tema la crueldad de los hombres. Amén.
Oh San Santa N.,, en cuyo honor he ofrecido el incruento sacrificio del Cuerpo y Sangre de Cristo; haz con tu intercesión poderosa ante Dios, que el contacto de este misterio de la Pasión y Muerte del mismo Cristo nuestro Salvador, me alcance el premio, y que con su frecuente recepción aumente sin cesar el efecto de mi salvación. Amén.
¡Oh buen Jesús, haz que sea un sacerdote según tu Corazón!
Omnipotente y sempiterno Dios, Salvador de las almas y Redentor del mundo, mírame benignamente a mí, siervo tuyo, postrado ante tu majestad, y mira con bondad el sacrificio que ofrecí en honor de tu nombre, por la salvación de los fieles vivos y difuntos, y por mis pecados y ofensas. Aleja tu ira de mí, concédeme gracia y misericordia, abre para mí las puertas del paraíso, líbrame de todos los males con tu poder, y sé clementemente indulgente con los pecados propios cometidos. De este modo haz que persevere en esta vida en tus preceptos, para que sea digno de obtener la unión con la grey de los elegidos, para darte, Dios mío, cuyo nombre es bendito, el honor y el reino que permanece por los siglos de los siglos. Amén.
Jesús amadísimo, que por especial benevolencia me elegiste entre miles de hombres para que te siguiera, y me llamaste a la excelsa dignidad del sacerdocio; te ruego me concedas tu ayuda divina para cumplir fielmente mis deberes. Te suplico, Señor Jesús, que hoy y siempre avives en mí tu gracia, que recibí por la imposición de las manos episcopales. Oh poderosísimo Médico de las almas, sáname de manera que no recaiga en los vicios, evite todos los pecados y te agrade hasta la muerte. Amén.
Que te sea grato, ¡oh Trinidad Santa!, el obsequio de tu siervo, y haz que el sacrificio que yo, indigno, he ofrecido a los ojos de tu majestad, sea de tu agrado, y para mí, y para todos aquellos por quienes lo he ofrecido, sea, por tu misericordia, favorable. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Yo te adoro, Señor Jesucristo, realmente presente dentro de mi cuerpo. Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. Tú eres nuestro Dios y Señor. Adoro tu augustísima divinidad, en la que, con el Padre y el Espíritu Santo, sois una misma esencia.
Adoro también tu Santísima Humanidad, la que asumiste en la plenitud de los tiempos para ser hermano nuestro, y que ofreciste al Padre como víctima por nosotros. Admiro y reverencio vuestra presencia sacramental, gracias a la cual, bajo las especies de pan y de vino, perpetuaste el sacrificio de la Cruz, lo renuevas y nos lo ofreces como bebida y alimento.
Te doy gracias por tu inmensa benignidad, de modo especial por haberme hecho ministro tuyo para celebrar cada día el Santo Sacrificio y poder recibirte en mi corazón.
Te suplico tomes posesión de mi pobre corazón, y que gobiernes y dirijas todos mis afectos e inclinaciones. Aparta de él todo lo que te desagrada, toda inclinación al mal, por pequeña que sea, así como el amor desordenado hacia mí mismo o hacia las cosas del mundo, y todo lo que tenga sabor a vanidad o deseo de vanagloria delante de los hombres.
Enséñame a amar a los hombres, mis hermanos, y que les demuestre mi amor con obras, como Tú nos has enseñado. Que sepa sobrellevar pacientemente sus defectos y enfermedades y compadecerme de sus dolores y defectos, procurándoles alivio y consuelo.
Dame, Señor, tu fuerza y tu poder para que ninguna tentación me venza y ninguna adversidad me deprima, sino que sepa ser siempre siervo bueno y fiel ministro tuyo.
Aunque estoy lleno de imperfecciones, en todo lo que soy, hago y deseo, te ruego, Señor, que adores en mi nombre al Padre y le agradezcas todos los beneficios que me ha concedido. Pídele perdón por mis pecados, así como su divina gracia y celestial bendición.
Mira, Señor, Padre Santo, a tu Hijo Predilecto presente en mi pecho y en mi corazón, mira el rostro de tu Ungido y acude benigno en mi ayuda. Por Él y en Él, bendíceme a mí y a mis trabajos.
Dígnate bendecir a todos aquellos que asistieron a este sacrificio y comulgaron el Cuerpo de tu Hijo. Bendice también a todos los que se encomendaron a mis oraciones y a los que me fueron encomendados. Sana a los afligidos y atribulados, convierte a los pecadores, asiste a la Iglesia Católica, apiádate del género humano y de las benditas ánimas del purgatorio. Amén.