«    Después de la Misa    » 

 Oraciones  Sacerdote 
Oraciones
Canto de los tres jóvenes
A la Ssma. Virgen (1)
A la Ssma. Virgen (2)
A la Ssma. Virgen (3)
A San Miguel
A todos los Santos
Acción de gracias de la Didaché
Acción de gracias
Acto de amor
Actos
Adoración de S. Juan Pablo II
Al Corazón Eucarístico
Al Sagrado Corazón
Alabanza
Alabanzas
Ángeles y Serafines
Ante el crucifijo
Aspiraciones
De San Alfonso por días
De San Buenaventura
De San Cayetano
De San Francisco
De San Juan Crisóstomo
De Sto Tomás de Aquino
Del Papa Clemente XI
Gracias Señor
Gracias, amabilísimo Jesús
Gracias, Jesús mío
Invocaciones al Santísimo
La comunión es mi vida
Letanía de la humildad
Letanías de N S Jesucristo Sacerdote y Víctima
Ofrecimiento
¡Oh, buen Jesús!
Oh dulcísimo Jesús
Para comulgantes frecuentes
Para propagar comunión diaria
Peticiones
Yo soy de Dios
A San José
Acto de entrega de sí
Adoro te devote
Himnos eucarísticos
Iesu Sacerdos et Victima
Oraciones eucarísticas
Poesías eucarísticas
Te Deum
Sacerdotes
A la divina misericordia
Al Santo del día
Invocación
Ofrecimiento del sacrificio
Para llevar una vida santa
Que te sea grato
Yo te adoro, Señor

Oraciones

  Canto de los tres jóvenes

Antífona: Cantemos el himno de los tres jóvenes, el que los santos cantaban en el horno encendido alabando al Señor (T.P. Aleluya).
1 Bendecid al Señor, todas las obras del Señor: alabadle y ensalzadle por siempre.
2 Bendecid, cielos, al Señor, bendecid al Señor, ángeles del Señor.
3 Bendecid al Señor todas las aguas que hay sobre los cielos: bendiga todo poder al Señor.
4 Bendecid al Señor, sol y luna: estrellas del cielo, bendecid al Señor.
5 Bendecid al Señor, toda la lluvia y el rocío: todos los vientos, bendecid al Señor.
6 Bendecid al Señor, el fuego y el calor: frío y calor, bendecid al Señor.
7 Bendecid al Señor, rocíos y escarchas: hielo y frío, bendecid al Señor.
8 Bendecid al Señor, hielos y nieves: noches y días, bendecid al Señor.
9 Bendecid al Señor, luz y tinieblas: rayos y nubes, bendecid al Señor.
10 Bendiga la tierra al Señor: alábele y ensálcele para siempre.
11 Bendecid al Señor; montes y collados: todas las cosas que germinan en la tierra, bendecid al Señor.
12 Bendecid al Señor, mares y ríos; fuentes, bendecid al Señor.
13 Bendecid al Señor, ballenas y todo lo que vive en el mar: todas las aves del cielo, bendecid al Señor.
14 Bendecid al Señor, todos los animales y ganados: bendecid, hijos de los hombres, al Señor.
15 Bendice, Israel al Señor: alabadle y ensalzadle por siempre.
16 Bendecid al Señor, sacerdotes del Señor: bendecid al Señor, siervos del Señor.
17 Bendecid al Señor, espíritus y almas de los justos: santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.
18 Bendecid al Señor, Ananías, Azarías y Misael: alabadle y ensalzadle para siempre.
19 Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo: alabémosle y ensalcémosle para siempre.
20 Bendito eres en el firmamento del cielo: y loable y glorioso por siempre.
Salmo 150
1 Alabad al Señor en su santuario: alabadle en su augusto firmamento.
2 Alabadle por sus grandiosas obras: alabadle por su inmensa majestad.
3 Alabadle con sones de trompetas: alabadle con salterio y cítara.
4 Alabadle tañendo tímpanos y cantando a coro: alabadle con instrumentos de cuerda y voces de órgano.
5 Alabadle con címbalos resonantes: alabadle con címbalos de alegría: todo espíritu alabe al Señor.

V/. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
R/. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona: Cantemos el himno de los tres jóvenes, el que los santos cantaban en el horno encendido alabando al Señor (T.P. Aleluya).

Todos se ponen de pie
V/. Señor, ten piedad. Cristo, ten piedad. Señor, ten piedad.
Padre nuestro...
V/. No nos dejes caer en la tentación
R/. Y líbranos del mal.

V/. Que te alaben, Señor, todas tus obras.
R/. Y que tus santos te bendigan.

V/. Se regocijarán los santos en la gloria.
R/. Y se alegrarán en sus moradas.

V/. No a nosotros, Señor, no a nosotros.
R/. Sino a tu nombre da la gloria.

V/. Señor, escucha mi oración.
R/. Y que llegue a ti mi clamor.

Los sacerdotes añaden:
V/. El Señor esté con vosotros
R/. Y con tu espíritu.

V/. Oremos: Oh Dios, que mitigaste las llamas del fuego para los tres jóvenes, concédenos benignamente a tus siervos que no nos abrase la llama de los vicios. Te rogamos, Señor, que prevengas nuestras acciones con tu inspiración y que las acompañes con tu ayuda, para que asi toda nuestra oración y obra comience siempre en ti, y por ti se concluya.
Danos, te lo pedimos Señor, poder apagar las llamas de nuestros vicios. Tú que le concediste a San Lorenzo vencer el fuego que le atormentaba. Por Cristo nuestro Señor.
R/. Amén.

  A la Santísima Virgen (1)

Oh María, Madre de Dios y Madre nuestra, que trataste con inmenso cariño, ternura y respeto al Verbo hecho Carne, te ruego intercedas ante Él por mí, para que me perdone las distracciones que haya tenido en la Santa Misa. Sé tú, Señora, mi Maestra, para que aprenda a comportarme durante estos Sagrados Misterios con dignidad, piedad y devoción. Amén.

  A la Santísima Virgen (2)

Oh María, Virgen y Madre Santísima, he recibido a tu Hijo amadísimo, que concebiste en tus inmaculadas entrañas, criándolo y alimentándolo con tu pecho, y abrazándolo amorosamente. Al mismo que te alegraba contemplar y te llenaba de gozo, te lo presento y te lo ofrezco con amor y humildad para que lo abraces, lo quieras con tu corazón y lo ofrezcas como supremo culto de latría a la Santísima Trinidad, por tu honor y por tu gloria, y por mis necesidades y las de todo el mundo. Te ruego, piadosísima Madre, que me alcances el perdón de todos mis pecados y gracia abundante para servirte desde ahora con mayor fidelidad; por último, la gracia de la perseverancia final, para que pueda alabarle contigo por los siglos de los siglos. Amén.

  A la Santísima Virgen (3)

Oh serenísima Virgen y Madre de nuestro Señor Jesucristo, que en tus santísimas entrañas mereciste llevar al mismo Creador de todas las cosas, cuyo sacratísimo Cuerpo y Sangre he recibido, dígnate interceder ante Él por mí, para que todo aquello que por ignorancia, negligencia o irreverencia yo haya omitido u olvidado en este inefable Sacramento, movido por tus santísimas oraciones, se digne perdonarlo tu amado Hijo. Amén.

  Oración a San Miguel

Arcángel San Miguel, defiéndenos en la batalla: sé nuestro amparo contra la maldad y asechanzas del demonio. Pedimos suplicantes que Dios lo mantenga bajo su imperio; y tú, Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan por el mundo tratando de perder a las almas. Amén.

  Oración a todos los Santos

Santos de Dios que, viviendo en la carne, servisteis a Dios, para reinar con Él sin fin, acudid en mi auxilio, por vuestros méritos y oraciones, para que el pan del cielo y viático divino, que acabo de recibir, sea para mí fuerza y defensa contra todas las enfermedades, peligros e insidias; para que con la fuerza de este alimento camine por el desierto de este mundo hasta el monte de Dios, y me alegre y alabe sin interrupción, junto a vosotros, el gozo dulcísimo, por todos los siglos. Amén.

  Oración de acción de gracias

De la ‘Doctrina de los Doce Apóstoles’ (Didaché)

Te damos gracias, Padre santo, por tu santo Nombre que hiciste morar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad que nos has dado a conocer por medio de Jesús, tu siervo. A ti la gloria por los siglos.

Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas por causa de tu nombre, y diste a los hombres alimento y bebida para su disfrute, para que te dieran gracias. Mas a nosotros nos hiciste el don de un alimento y una bebida espiritual y de la vida eterna por medio de tu siervo.

Ante todo te damos gracias porque eres poderoso. A ti la gloria por los siglos.

Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y hacerla perfecta en tu caridad, y congrégala desde los cuatro vientos, santificada, en tu reino que le has preparado. Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.

Venga la gracia y pase este mundo. Hosanna al Dios de David. El que sea santo, que se acerque. El que no lo es, que se arrepienta. «Maran Atha» Amén.

  Acción de gracias

Te doy gracias, benignísimo Dios, porque te has dignado admitirme a mí, vilísimo pecador, al vivificante convite de tu mesa. Y ¿quién soy yo, únicamente polvo y ceniza, para que me ofrezcas tu corazón, dejando tus cielos y descendiendo; para que con tu Sangre purísima laves mis impurezas; para que a mi alma, debilitada por el hambre, la reconfortes y sacies, no con maná del cielo, sino con tu carne inmaculada? Si el cielo de los cielos no es bastante para contenerte dentro, ni los ángeles están limpios en comparación contigo, ¿quién soy yo, y qué mi casa, para que hayas querido venir a mí, y ser tocado por mis manos indignísimas y habitar en mí? ¿Qué encontraste en mí, Rey de tremenda majestad, que te hiciera salir del templo de tu gloria y descender al abismo de las miserias? Vosotros, santos ángeles, vosotros todos los elegidos de Dios, venid, escuchad, y os contaré cuánto hizo Dios en mi alma: cómo, siendo yo pobre y abominable, y no osando levantar mis ojos al cielo ante la multitud de mis iniquidades, Él me alzó del polvo, me sacó del estiércol para que me sentase con los príncipes y comiese de su mesa todos los días de mi vida. Dadle gracias vosotros por mí, fidelísimos amigos míos, pues yo soy un niño, no en años, sino en conocimiento, y ni sé hablar, ni encuentro palabras con las que ensalzar y proclamar como es debido la abundancia de tales gracias. ¿Con qué amor puedo yo corresponder a su infinita caridad, con qué amor que merezca el nombre de tal, y no el hielo y la frialdad? Sus infinitas perfecciones y dignidad, y mi enorme e infinita indignidad, ¿no harán que parezca nada cualquier alabanza, cualquier adoración u obsequio que yo pudiera tributarle? Pero Tú, Señor misericordioso y clemente, y de inmensa bondad; Tú, que me conoces, no desprecies mi humilde acción de gracias, que te ofrezco desde mi pobreza, y mi sacrificio de alabanza te honrará. Tuya es la magnificencia, tuya es la gloria, a Ti se te den alabanzas por todas las eternidades, por tan excelso e incomparable beneficio. En tu honor se entonen las aclamaciones; a Ti conmigo den gracias todos los pueblos, las tribus y las lenguas; todos tus ángeles y tus santos, porque tu misericordia se ha extendido maravillosamente sobre mí y sobre todas tus obras. Alégrense en Ti todas las criaturas, todo lo que se contiene en el ámbito del cielo, la tierra y los abismos, y perpetuamente canten alabanza que, saliendo de Ti, a Ti vuelvan, como principio y fin de todas las cosas. Alégrense en Ti y te den gracias mi corazón y mi alma, mis fuerzas, sentidos, potencias y todos los miembros de mi cuerpo; sean el honor y la gloria únicamente para Ti, de quien, por quien y en quien son todas las cosas; que eres Dios bendito y alabado por los siglos de los siglos. Amén.

  Acto de amor

Yo te amo, Señor Jesús, alegría y descanso mío; te amo, sumo y único bien mío, con todo mi corazón, toda mi mente, toda mi alma y todas mis fuerzas; y, si ves que no te amo como debería, a lo menos así deseo amarte, y si no lo deseo suficientemente, por lo menos quiero desearlo de este modo. Enciende, Señor, con tu fuego ardentísimo mis entrañas, y ya que no me pides más que amor, dame lo que pides y pide lo que quieras. Porque si tú no me das el querer y el obrar, pereceré en mi debilidad. Resuene en mis oídos aquella dulcísima y eficacísima voz: "Quiero". Pues, si quieres, puedes lavarme e iluminarme, puedes elevarme al supremo grado del amor. Como quisiste sufrir y morir por mí, así también querrás que fructifique en mí tu pasión y muerte. Acuérdate de las palabras que dirigiste a tu siervo, con las que me diste esperanza: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre, en Mi permanece y Yo en él". ¡Oh dulcísimas palabras, "Tú en mí y yo en Ti"!¡Oh cuánto amor, "Tú en mí", vilísimo pecador, y "yo en Ti", mi Dios, cuya majestad es incomprensible! Una cosa sola me es necesaria y sólo esto busco: vivir en Ti, en Ti descansar, no separarme nunca de Ti. Feliz es quien te busca, más feliz quien te posee, felicísimo quien persevera y muere en esta posesión. ¡Oh días infelices que vergonzosamente pasé amando la vanidad y separándome de Ti! Y ahora, Señor, que has venido a este mundo para salvar a los pecadores, redime ahora mi alma, que sólo confía en tu misericordia, y arranca de mí todos los impedimentos a tu amor. Lejos de mí todo amor terreno, nada me agrade, nada me atraiga fuera de Ti. Vive y reina siempre en mí, fidelísimo amante de mi alma; pues en Ti se encuentran todos los bienes, y ya en adelante estoy preparado a sufrir todos los males antes que dejar alguna vez de amarte. ¡Oh cuerpo sacratísimo abierto por cinco heridas, ponte como un sello sobre mi corazón e imprime en él tu caridad! Sella mis pies, para que siga tus pasos; sella mis manos, para que siempre realicen obras buenas; sella mi costado, para que por siempre arda en fervientes actos de amor hacia Ti. ¡Oh sangre preciosísima que lavas y purificas a todos los hombres! Lava mi alma y pon una señal sobre mi rostro, para que no reciba a otro amante fuera de Ti. ¡Oh dulzura de mi corazón y vida de mi alma!, como Tú en el Padre, y el Padre en Ti, así yo por tu gracia sea uno contigo por el amor y la voluntad, y el mundo esté crucificado para mí y yo para el mundo. Amén.

  Actos de fe, adoración y acción de gracias

¡Señor mío, Jesucristo!, creo que verdaderamente estás dentro de mí, con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y lo creo más firmemente que si lo viese con mis propios ojos.

¡Oh, Jesús mío!, te adoro presente dentro de mí, y me uno a María Santísima, a los Ángeles y a los Santos para adorarte como mereces.

Te doy gracias, Jesús mío, de todo corazón, porque has venido a mi alma. Virgen Santísima, Ángel de mi guarda, Ángeles y Santos del Cielo, dad por mí gracias a Dios.

  Adoración eucarística de S. Juan Pablo II

Señor Jesús: Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.
"Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios" (Jn 6, 69).
Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la última cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.
Aumenta nuestra fe.
Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro sí unido al tuyo.
Contigo ya podemos decir: Padre nuestro.
Siguiéndote a ti, "camino, verdad y vida", queremos penetrar en el aparente "silencio" y "ausencia" de Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la voz del Padre que nos dice: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: Escuchadlo" (Mt 17, 5).
Con esta fe, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social.
Tú eres nuestra esperanza, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo.
Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives "siempre intercediendo por nosotros" (Hb 7, 25).
Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.
Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo.
Apoyados en esta esperanza, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.
Queremos amar como Tú, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres.
Quisiéramos decir como San Pablo: "Mi vida es Cristo" (Flp 1, 21).
Nuestra vida no tiene sentido sin ti.
Queremos aprender a "estar con quien sabemos nos ama", porque "con tan buen amigo presente todo se puede sufrir". En ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque en la oración "el amor es el que habla" (Sta. Teresa).
Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas, decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación cristiana.
Creyendo, esperando y amando, te adoramos con una actitud sencilla de presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus palabras: "Quedaos aquí y velad conmigo" (Mt 26, 38).
Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por eso queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es, y callando con un silencio de amigo y con una presencia de donación.
El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos "gemidos inenarrables" (Rm 8, 26) que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu presencia, tu amor y tu palabra.
En nuestras noches físicas y morales, si tú estás presente, y nos amas, y nos hablas, ya nos basta, aunque muchas veces no sentiremos la consolación.
Aprendiendo este más allá de la adoración, estaremos en tu intimidad o "misterio". Entonces nuestra oración se convertirá en respeto hacia el "misterio" de cada hermano y de cada acontecimiento para insertarnos en nuestro ambiente familiar y social y construir la historia con este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación.
Gracias a ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad de amar y de servir.
Nos has dado a tu Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre.
Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra, para transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos.
Amén.

  Al Corazón Eucarístico de Jesús

¡Oh Corazón eucarístico, oh amor soberano del Señor Jesús, que habéis instituido el augusto Sacramento para permanecer acá abajo en medio de nosotros, para dar a nuestras almas vuestra Carne como alimento y vuestra Sangre como celestial bebida! Nosotros creemos firmemente; ¡oh Señor Jesús!, en este amor sumo que instituyó la Santísima Eucaristía, y aquí delante de esta Hostia es justo que adoremos este amor, que lo confesemos y lo ensalcemos como el gran centro de la vida de vuestra Iglesia. Este amor es para nosotros una invitación apremiante, para que Vos nos digáis: ¡Mirad cuánto os amo! Dando mi Carne como alimento y mi Sangre como bebida, quiero con este contacto excitar vuestra caridad y uniros a mi; quiero llevar a cabo la transformación de vuestras almas en mí, que soy el crucificado, en mí, que soy el pan de la vida eterna; dadme, pues, vuestros corazones, vivid de mi vida, y viviréis de Dios. Nosotros lo reconocemos, ¡oh Señor!, tal es el llamamiento de vuestro Corazón eucarístico, y os lo agradecemos, y queremos, sí, queremos corresponder a él. Otorgadnos la gracia de penetrarnos bien de este amor sumo, por el cual, antes de padecer, nos convidasteis a tomar y a comer vuestro sagrado Cuerpo. Grabad en el fondo de nuestras almas el propósito firme de ser fieles a esta invitación. Dadnos la devoción y la reverencia necesarias para honrar y recibir dignamente el don de vuestro Corazón eucarístico, este don de vuestro amor final. Así podamos nosotros con vuestra gracia celebrar de modo efectivo el recuerdo de vuestra Pasión, reparar nuestras ofensas y nuestras frialdades, alimentar y acrecentar nuestro amor a Vos, y conservar siempre viva en nuestros corazones la semilla de la bienaventurada inmortalidad. Así sea.

  Al Sagrado Corazón

¡Oh Corazón Sacratísimo de Jesús! Derramad copiosamente vuestras bendiciones sobre la Santa Iglesia, sobre el Sumo Pontífice y sobre todo el clero; dad a los justos la perseverancia, convertid a los pecadores, iluminad a los infieles, bendecid a nuestros parientes, amigos y bienhechores, asistid a los moribundos, librad las almas del Purgatorio y extended en todos los corazones el dulce imperio de vuestro amor. Así sea.

  Alabanza

Alabado, adorado, amado y correspondido sea, a cada momento, el Corazón eucarístico de Jesús en todos los tabernáculos del mundo, hasta la consumación de los siglos. Así sea.

  Alabanzas

Bendecid al Señor todas sus obras, alabadle por mí eternamente.
Ángeles todos, bendecid al Señor, alabadle por mí eternamente.
Santos todos, bendecid al Señor, alabadle por mí eternamente.
Hombres todos, bendecid al Señor, alabadle por mí eternamente.
Sol, luna, estrellas y criaturas todas, bendecid al Señor, alabadle por mí eternamente.
Que el cielo y la tierra toda bendiga al Señor, que ha hecho tantas maravillas. Amén.

  Ángeles y Serafines

Ángeles y Serafines, ayudadme a bendecir a Jesús Sacramentado, que acabo de recibir.

  Oración ante el crucifijo

Miradme, ¡oh mi amado y buen Jesús!, postrado ante vuestra presencia; os ruego con el mayor fervor imprimáis en mi corazón vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad, verdadero dolor de mis pecados y propósito de jamás ofenderos; mientras que yo, con el mayor afecto y compasión del que soy capaz, voy considerando vuestras cinco llagas, teniendo presente lo que de Vos dijo el santo profeta David: “Han taladrado mis manos y mis pies y se pueden contar todos mis huesos”.

  Aspiraciones

Mírame, gloriosísima Virgen María, porque ahora soy digno de que me vean tus ojos. Intercede por mí ante tu amadísimo Hijo, que me nutrió suavísimamente con su Cuerpo y con su Sangre, y ofrécele tus méritos como suplemento de mi imperfección. Dale gracias en lugar mío y ruégale que no se aleje de mí en su presencia sacramental sin que deje a mi alma colmada de bendiciones.
Santos ángeles, ministros del Dios altísimo, realizadores de sus mandatos, mirad al Primogénito del Padre Eterno, a quien -cuando descendían a la tierra- adorasteis por orden del Padre, y haced que le sirva con el mismo espíritu y verdad con que vosotros le servisteis en esta vida y ahora le servís en el cielo.
Santos Patriarcas y Profetas, varones de deseos, conocedores de los secretos de Dios, mirad al Redentor prometido desde el principio del mundo, a quien tan ardientemente deseasteis, y a quien por tanto tiempo esperasteis, sin que pudieseis llegar a verlo; haced que le desee intensamente, para que se realicen todas sus demás promesas y sienta yo los efectos prometidos a este sacramento.
Apóstoles de Jesucristo, clarísimos predicadores de su Evangelio, mirad en mí a vuestro mismo amantísimo Maestro, a quien tanto amasteis; y pedid que yo le ame profundísimamente y más que a ninguna otra cosa, que participe del fervor que vosotros experimentéis cuando El con sus mismas manos sació nuestra hambre con este alimento.
Mártires invictos, mirad a Cristo crucificado, por cuyo amor tan liberalmente derramasteis vuestra Sangre, y rogadle que me haga vivir siempre y morir en la Cruz para que corresponda a su amor en la medida de mis fuerzas.
Bienaventurados pontífices, pastores de la grey del Señor, ved al Cordero inmaculado, que tantas veces inmolasteis sobre el sagrado altar al Dios omnipotente, y procurad con vuestras oraciones que sea yo un ministro digno de tan grande sacrificio para que, junto con la oblación sagrada, me inmole cada día a mí mismo por medio de las buenas obras.

  Oraciones de acción de gracias de San Alfonso, para cada día de la semana

Lunes

¡Infinita bondad! ¡Caridad infinita! Dios se me ha dado todo, se ha hecho todo mío. Alma mía, recoge todos tus afectos y únete estrechamente con tu Señor, que ha venido para unirse contigo y para que le devuelvas amor.

Redentor amable, te abrazo, amor y vida mía; me uno a Ti, no me rechaces. ¡Ay de mí! Hubo un tiempo en mi vida en el que me separé de Ti; pero de ahora en adelante prefiero perder mi vida mil veces antes que perderte otra vez, sumo bien mío. Olvídate, Señor, de todas las injurias que te he infligido, y apiádate y perdóname; me duelen de todo corazón y querría poder morir de dolor.

A pesar de haber pecado contra Ti, me mandas que te ame: "Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón". ¿Quién soy yo, Señor, para que desees que te ame? Puesto que así lo deseas, yo quiero amarte. Tú quisiste morir por mí, y me diste tu carne como alimento; yo todo lo dejo, de todos me despido, y sólo a Ti me abrazo, amadísimo Salvador.

¿Quién me separará del amor de Cristo? Redentor amable, ¿a quién otro quiero amar sino a Ti, que eres la infinita bondad y eres digno de un amor infinito? ¿Qué hay para mí en el cielo y qué puedo querer fuera de Ti en la tierra? Dios de mi corazón, lo mío es Dios para siempre. Verdaderamente, Dios mío, ¿qué mayor bien que Tú puedo encontrar ni en el cielo ni en la tierra, o quién me amará más que Tú?

Venga a nosotros tu reino. Jesús bueno, toma, por favor, esta mañana, entera posesión de mi corazón, pues te lo ofrezco todo entero. Apodérate de él para siempre y apártalo de cualquier afecto que no provenga de Ti. A Ti sólo escojo como anhelo mío y riqueza mía: Dios de mi corazón, lo mío es Dios para siempre.

Concédeme que no se me vaya de la boca aquella petición de San Ignacio de Loyola: “Sólo con que me des tu amor y tu gracia yo soy suficientemente rico”. Dame tu amor y tu gracia; haz que te ame y sea amado por Ti, y así ya seré bastante rico; nada más deseo, nada más busco.

Pero Tú conoces bien mi debilidad y cuántas veces he sido infiel contigo; ayúdame, pues, con tu gracia, y no permitas que nunca me separe de Ti. Esto te digo ahora, y quiero decírtelo siempre; concédeme que siempre pueda repetirte: No permitas, no permitas que me aparte de Ti.

Virgen Santísima, esperanza mía, María, pide para mí a Dios esta doble gracia: la santa perseverancia y el santo amor, no pido más.

Martes

Señor mío, ¿cómo he podido ofenderte tantas veces, sabiendo que el pecado te desagrada? Te pido, por los méritos de tu Pasión, que me perdones y que me ates a Ti con los lazos de tu amor; que el mal olor de mis culpas no te aparte de mí. Haz que considere cada vez más tu bondad y el amor que te debo, y la caridad con que Tú me has amado.

Deseo, Jesús bueno, darme a Ti por entero, ya que Tú quisiste entregarte sacrificándote por mí. Con muchas razones de amor me estrechaste contra Ti; te pido que no permitas que jamás me separe de Ti. Te amo, Dios mío, y quiero amarte siempre. ¿Cómo podría vivir separado de Ti y sin tu gracia, ahora que he conocido tu amor?

Te doy gracias, porque me soportaste cuando vivía sin tu gracia, y porque todavía me dejas tiempo para amarte. Si entonces me hubiera muerto, ya no habría podido amarte. Puesto que todavía puedo amarte, quiero amarte con todas mis fuerzas, dulcísimo Jesús, y me propongo agradarte en todo. Te amo, bondad infinita, te amo más que a mí mismo; y porque te amo, te hago entrega de mi cuerpo, de mi alma y de toda mi voluntad. Haz conmigo, Señor, y dispón de mí según tu beneplácito; me someto a Ti en todo. Con tal de que me concedas amarte siempre, nada más ambiciono. Los bienes de la tierra dáselos a quienes los quieran, yo no deseo más, ni nada más pido, que la perseverancia en tu gracia y tu santo amor.

Apoyándome, Padre eterno, en las promesas de tu Hijo: "En verdad os digo que si pedís algo a mi Padre en mi nombre, os lo concederá", en nombre de Jesucristo te pido la santa perseverancia, y la gracia de amarte con todo mi corazón, cumpliendo perfectamente de ahora en adelante tu voluntad.

Jesús, te has hecho víctima por mí, y Tú mismo te me has dado, para que yo me entregue a Ti y te someta mi voluntad; Tú mismo dices: "Dame, hijo mío, tu corazón". Aquí tienes mi corazón, Señor, aquí tienes mi corazón, y mi alma que también te doy y a Ti la dedico totalmente. Pero Tú sabes bien mi debilidad: ayúdame; no permitas que aparte mi voluntad de Ti para pecar contra Ti. No lo permitas de ningún modo; concédeme que siempre te ame, haz que te ame todo lo que un cristiano debe amarte; y de la misma manera que tu Hijo muriendo en la Cruz pudo decir: "Todo está consumado", que yo también pueda decirlo cuando me muera porque a partir de hoy guarde tus mandamientos. Concédeme que, en todos los peligros y las tentaciones de pecar contra Ti, siempre a Ti recurra, y que nunca deje de implorar tu auxilio por los méritos de Jesucristo.

María Santísima, que todo lo puedes delante de Dios, impetra para mí la gracia de que en las tentaciones me refugie siempre en Dios.

Miércoles

Jesús mío, bien veo todo lo que has hecho y has padecido para obligarme a amarte; ¡y yo que me he mostrado tan ingrato contigo! ¡Cuántas veces, Dios de mi alma, he cambiado tu gracia y te he perdido, por un placer despreciable o un mal deseo! Muy agradecido me he mostrado hacia las criaturas, por el placer que en ellas encontraba, y solamente contigo me he mostrado ingrato. Muy gustosamente he ido tras el placer de las criaturas. Perdóname, Dios mío: me duele esta culpa de mi espíritu ingrato, y me arrepiento de todo corazón; confío en tu clemencia, pues eres la Bondad infinita. Si no fueras la Bondad infinita, tendría que desesperarme y no atreverme a implorar más tu misericordia.

Gracias te sean dadas, amor mío, porque no me has condenado al infierno como me he merecido, y me has soportado tanto tiempo. El solo hecho de que tengas tanta paciencia conmigo, Dios mío, debería atraerme hacia el amor. ¿Quién podría jamás soportarme sino Tú, que eres Dios de infinita misericordia? Hace mucho tiempo que me estás invitando a amarte; no quiero ya resistirme más a tu amor, me doy a Ti por entero. Ya está bien de pecar contra Ti; ahora quiero amarte. Te amo, sumo bien mío; te amo, bondad infinita; te amo, Dios mío, que eres digno de amor infinito, y quiero estar repitiendo siempre y en la eternidad: te amo, te amo.

Dios mío, cuántos años he perdido, durante los cuáles habría podido amarte y adelantar en este amor tuyo; sin embargo, los consumí pecando contra Ti. Pero, Jesús, tu sangre es mi esperanza. Espero que ya nunca dejaré de quererte. No sé cuanto tiempo de vida me queda, pero el resto de mi vida, poco o mucho, te lo entrego totalmente. Para esto me has esperado hasta ahora. Quiero, pues, complacerte, deseo amarte siempre, amantísimo Señor y sólo a Ti quiero amar. ¿Qué son para mí los placeres? ¿Qué las riquezas? ¿Qué los honores? Sólo Tú, Dios mío, sólo Tú eres siempre y serás mi amor y mi todo.

Pero nada puedo, si no me ayudas con tu gracia. Hiere mi corazón, enciéndelo con tu santo amor, únetelo todo a Ti, únelo de tal manera que nunca pueda separarse de Ti. Prometiste amar a quien te ama: "Yo amo a quienes me aman". Pues bien, te amo; perdona mi atrevimiento, ámame Tú también, y no permitas que yo haga nada que impida que me ames: quien no ama está muerto. Líbrame de esta muerte, que me impediría amarte. Haz que siempre te ame, para que siempre Tú puedas amarme; así nuestro amor será eterno y nunca desaparecerá entre Tú y yo. Concédeme esto, Padre eterno, por amor de Jesucristo. Concédemelo Tú también, delicioso Jesús mío, por tus méritos, por medio de los cuáles espero amarte siempre y ser amado siempre por Ti.

María, Madre de Dios y Madre mía, ruega Tú también a Jesús por mí.

Jueves

Dios de majestad infinita, aquí tienes a tus pies un traidor que te ha ofendido gravemente. Tú has perdonado muchas veces mis pecados; yo, despreciando tus beneficios y la ayuda que me prestabas, una y otra vez te he injuriado. Otros han pecado en medio de tinieblas, pero yo lo he hecho rodeado de luz. No obstante, escucha la voz de este Hijo tuyo, que acabo de ofrecerte y que ahora está en mi pecho: Él es quien implora para mí tu misericordia y tu perdón. Perdóname, Bondad infinita, por el amor de Jesucristo, pues me duele de todo corazón haberte ofendido.

Sé que gustosamente te aplacas con los pecadores, por el amor de Jesucristo: "Tuvo a bien reconciliar por Él a todas las cosas consigo". Así, pues, por el amor de Jesucristo aplácate también conmigo. No me eches de tu presencia, aunque bien me lo merezco; perdóname y cambia mi corazón. "Crea en mí, Dios mío, un corazón limpio" (...). Haz que yo viva como corresponde a un cristiano. Dame el corazón con el que debe amarte un santo. Te ruego que apagues y destruyas en mí, con tu amor, todos los afectos terrenos. Haz que desde ahora me muestre agradecido contigo, por tantos bienes como me has dado, y por tanto amor con el que me has amado. Si antes he despreciado tu amistad, ahora la estimo más que todos los reinos del mundo, y prefiero tu beneplácito a todas las riquezas y a todos los goces del cielo y de la tierra (...).

Atráeme hacia Ti. Otórgame paciencia y conformidad en mis trabajos y contrariedades. Ayúdame a que me mortifique por tu amor. Concédeme el espíritu de una humildad verdadera, por el cual pueda gozarme en ser miserable e imperfecto. Enséñame a hacer tu voluntad, y señálame lo que quieres de mí, pues eso es lo que deseo hacer. Acepta, Dios mío, el amor de este pecador que hasta ahora mucho ha pecado contra Ti, pero que desde ahora quiere amarte de verdad y ser tuyo. Dios mío, espero amarte por toda la eternidad. Por eso quiero amarte mucho también en esta vida, para poder amarte mucho en la eternidad.

Y porque te amo, deseo que todos te conozcan y te amen; por consiguiente, Señor, puesto que me llamaste a servirte, haz que por Ti trabaje y me dedique a salvar almas. Todo esto lo espero por tus méritos, Jesucristo; y por tu intercesión, Madre mía, María.

Viernes

Jesús, ¿cómo has podido elegirme a mí para ser santo? A mí, que tantas veces he lanzado dardos contra Ti y he despreciado por nada tu gracia. Señor mío, me duelo de mis pecados con toda mi alma. Dime, ¿me has perdonado mis pecados? Así lo espero. Has sido Redentor mío no sólo una vez, sino cuantas veces me has perdonado. Salvador mío, ¡ojalá que nunca te hubiera ofendido! Te pido que me hagas oír lo que dijiste a la Magdalena: "Tus pecados te son perdonados". Haz que me dé cuenta de que he sido recibido ya en tu gracia, otorgándome un gran dolor de mis pecados.

"En tus manos encomiendo mi espíritu"; me has redimido, Señor, Dios de la verdad. Pastor divino, Tú has descendido del cielo para buscarme, como oveja perdida; y cada día desciendes sobre el altar; diste tu vida para salvarme: no me abandones. En tus manos encomiendo mi alma, acéptala en tu clemencia, y no permitas que jamás me separe de Ti.

Por mí derramaste toda tu Sangre: Te pedimos, pues, que ayudes a tus siervos, puesto que los has redimido con tu Sangre. Ahora eres mi abogado y no mi juez; suplica para mí el perdón de tu Padre; consígueme la luz y la fuerza para amarte con toda mi alma. Haz que el resto de mi vida transcurra de manera que, al mirarte como juez, te vea aplacado hacia mí. Reina, por favor, con tu amor en mi corazón, haz que yo sea todo tuyo; así, Salvador amable, recuérdame siempre el amor con que me has amado, y todo lo que has hecho y has padecido con el fin de salvarme y de que yo te amara (...). Jesús mío, deseo complacerte; te amo y no quiero amar nada aparte de Ti. Hazme humilde y paciente en las contrariedades de esta vida, manso en las humillaciones, despreciando los placeres terrenos y despegado de las criaturas; y concédeme arrojar de mi corazón cualquier afecto que no me lleve a Ti. Todo esto te pido y lo espero por los méritos de tu Pasión. Jesús agradabilísimo, Jesús amable, Jesús bueno, escúchame.

Madre mía y esperanza mía, María, escúchame Tú también y ruega a Jesús por mí.

Sábado

"Habla, Señor, que tu siervo escucha". Jesús mío, también esta mañana has venido a visitar mi alma; te doy las gracias desde lo hondo de mi corazón. Puesto que has venido a mí, te pido que hables, dime qué quieres de mí, pues deseo hacerlo todo. No merezco que vuelvas a hablarme, porque con frecuencia me he negado a oír tu voz, que me llama a tu amor, y volví mis dardos contra Ti. Pero ya he hecho penitencia por mis pecados y todavía ahora me duelen, y confío en que ya habré obtenido tu perdón. Dime, pues, lo que quieres que haga, pues estoy dispuesto a todo.

¡Ojalá te hubiera amado siempre, Dios mío! ¡Pobre de mí! ¡Cuántos años he perdido! Pero tu Sangre y tus promesas me proporcionan la esperanza de reparar el tiempo perdido, amándote sólo a Ti a partir de ahora y agradándote en todo. Te amo, Redentor mío; te amo, Dios mío; a ninguna otra cosa aspiro, sino a amarte con todo mi corazón y a entregar mi vida por tu amor, ya que quisiste padecer por mí la muerte. Te diré con palabras de San Francisco: "Moriré de amor por tu amor, pues te dignaste morir por mi amor".

Jesús, te entregaste todo entero por mí, diste tu Sangre, tu vida, todos tus sudores, todos tus méritos; no tenías ya más que dar: yo me entrego todo a Ti; te doy todos mis goces, todas las delicias de este mundo, mi cuerpo, mi alma, mi voluntad; ya no tengo más que darte; si más tuviera, más te daría. Bondadosísimo Jesús, Tú me bastas. Pero Señor, haz que te sea fiel; no permitas que cambie mi voluntad y te abandone. Espero, Salvador mío, que por los méritos de tu Pasión esto no me ocurrirá nunca. Dijiste: "Nadie ha puesto su confianza en el Señor y ha sido defraudado". También yo puedo decir con toda confianza: "En Ti, Señor, espero; no quedaré nunca confundido". Espero, Dios de mi alma, y siempre esperaré que nunca padeceré la confusión de verme separado de Ti. "En Ti, Señor, espero; no quedaré nunca confundido".

Dios mío, Tú eres todopoderoso: hazme santo. Haz que te ame mucho, haz que no desaproveche nada que redunde en tu gloria, y que consiga todo lo que te agrade. Dichoso sería yo si lo perdiera todo y sólo te encontrara a Ti y a tu amor. Para esto me diste la vida, haz que la gaste solamente en obras para tu gloria. No merezco beneficios, sino penas; por eso te pido que me castigues como quieras, con tal de que no apartes tu gracia de mí. Me has amado sin medida, caridad infinita, bondad infinita, por eso te amo y te amaré. Voluntad de Dios, Tú eres mi amor. Jesús mío, Tú has muerto por mí, ¡ojalá yo pudiera también morir por Ti y con mi muerte conseguir que todos te amen! Bondad infinita, infinitamente amable, me pongo decididamente a tu lado y te amo sobre todas las cosas.

María, acércame a Dios; dame confianza en Ti y haz que siempre acuda a Ti: con tu intercesión debes hacerme santo. Así lo espero.

Domingo

Jesús, Redentor y Dios, te adoro presente en mi pecho bajo las especies de pan y de vino, por medio de las cuales te has hecho alimento y bebida para mi alma.

Bendita sea infinitamente tu venida a mi alma, Dios mío, y por tan gran beneficio te doy gracias desde lo más profundo de mi corazón, y me duele que no alcanzo a agradecértelo de una manera digna de Ti. ¿Qué acciones de gracias dignas podría rendir un simple campesino, al verse visitado en su pobre casa por el rey mismo, si no es postrarse a sus pies, admirándose y alabando un honor tan grande? Me postro, pues, ante Ti, Rey divino, Jesús dulcísimo, y te adoro desde el abismo de mi insignificancia. Uno mi adoración a la que te prestó la Santísima Virgen María, cuando te recibió en su seno; y quisiera amarte con el mismo amor con que Ella te amó.

Redentor amable, obediente a las palabras sacerdotales has descendido hoy del cielo sobre el altar; ¿y yo, en cambio? ¡Cuántas veces he desobedecido tus mandatos, te he despreciado ingratamente, y he rechazado tu gracia y tu amor! Jesús bueno, confío en que ya me habrás perdonado mis pecados, pero si no me hubieras perdonado mis culpas, pásalas por alto ahora, bondad infinita, pues me duele de todo corazón haberte ofendido.

¡Ojalá te hubiese amado siempre, Jesús! Al menos desde el día en que participé por primera vez de la Misa sólo he debido arder de amor por Ti. Tú me escogiste, para ser santo y amigo tuyo, ¿qué más podías hacer para que yo te amara? Pero te doy gracias, porque todavía me das tiempo para hacer lo que hasta hoy he omitido. Quiero amarte con todo mi corazón. No quiero admitir en mi corazón más afecto que el tuyo, ya que con tantas bondades me has obligado a devolverte amor por amor.

Mi Dios y mi todo, Dios mío, ¿de qué me valen las riquezas? ¿De qué los honores? ¿De qué los goces del mundo? Tú eres para mí todo. Desde ahora Tú sólo serás mi único bien y mi único amor. Te diré con San Paulino: “Que se guarden los ricos sus riquezas, sus reinos los reyes; para mí Cristo es la gloria y el reino”. Que los reyes y los ricos de la tierra disfruten con su reino y con sus riquezas; sólo Tú, Jesús bueno, serás para mí mis riquezas y mi reino.

Padre eterno, por el amor de este Hijo tuyo, a quien hoy te he ofrecido y he recibido en mi corazón, te pido que me concedas la santa perseverancia en tu gracia y el don de tu amor santo. Te encomiendo a todos mis familiares, amigos y enemigos; también las almas del purgatorio y todos los pecadores.

Madre mía, María Santísima, pide para mí la santa perseverancia y el amor de Jesucristo.

  Oración de acción de gracias de San Buenaventura

Traspasa, dulcísimo Jesús y Señor mío, la médula de mi alma con el suavísimo y saludabilísimo dardo de tu amor; con la verdadera, pura y santísima caridad apostólica, a fin de que mi alma desfallezca y se derrita siempre sólo en amarte y en deseo de poseerte: que por ti suspire, y desfallezca por hallarse en los atrios de tu casa; anhele ser desligada del cuerpo para unirse contigo.

Haz que mi alma tenga hambre de ti, Pan de los ángeles, alimento de las almas santas, Pan nuestro de cada día, lleno de fuerza, de toda dulzura y sabor, y de todo suave deleite.

¡Oh Jesús, en quien desean mirar los ángeles!; tenga siempre mi corazón hambre de ti, el interior de mi alma rebose con la dulzura de tu sabor; tenga siempre sed de ti, fuente de vida, manantial de sabiduría y de ciencia, río de luz eterna, torrente de delicias, abundancia de la casa de Dios.

Que te desee, te busque, te halle; que a ti vaya y a ti llegue; en ti piense, de ti hable, y todas mis acciones encamine a honra y gloria de tu nombre, con humildad y discreción, con amor y deleite, con facilidad y afecto, con perseverancia hasta el fin; para que tú solo seas siempre mi esperanza, toda mi confianza, mi riqueza, mi deleite, mi contento, mi gozo, mi descanso y mi tranquilidad, mi paz, mi suavidad, mi perfume, mi dulzura, mi comida, mi alimento, mi refugio, mi auxilio, mi sabiduría, mi herencia, mi posesión, mi tesoro, en el cual esté siempre fija y firme e inconmoviblemente arraigada mi alma y mi corazón. Amén.

  Oración de San Cayetano, después de la Misa

Señor, Padre Santo, desde la morada de tu santuario y desde lo alto de los cielos, mira esta Hostia Sacrosanta, que a Ti te ofrece nuestro Sumo Pontífice, tu Hijo Santo nuestro Señor Jesucristo, por los pecados de sus hermanos, y haz que sea favorable para la multitud de nuestras maldades. He aquí que la voz de la Sangre de nuestro hermano Jesús clama a Ti desde la Cruz. Escucha, Señor. Aplácate, Señor. Atiéndenos y no nos dejes morir, oh Dios mío, por Ti mismo, porque tu Nombre es invocado sobre esta ciudad y sobre tu pueblo. Y obra con nosotros según tu misericordia. Amén.

Para que te dignes defender esta ciudad, la pacifiques, la custodies, la conserves y la bendigas, te rogamos, óyenos.

  Oraciones de San Francisco

Señor, Tú lo eres todo y yo soy nada.
Tú eres el Creador de todas las cosas.
Tú el que conservas todo el universo,
y yo soy nada.

Señor, hazme instrumento de tu paz.
Donde haya odio, siembre yo amor;
donde haya injuria, perdón;
donde haya duda, fe;
donde haya tristeza, alegría;
donde haya desaliento, esperanza;
donde haya oscuridad, tu luz.

¡Oh, Divino Maestro!,
que no busque ser consolado, sino consolar;
que no busque ser querido, sino amar;
que no busque ser comprendido, sino comprender;
porque dando es como recibimos;
perdonando es como Tú nos perdonas;
y muriendo en Ti, es como nacemos a la vida eterna.

  Oración de San Juan Crisóstomo

Te damos gracias, clementísimo Dueño y Redentor de nuestras almas, porque también en el presente día nos has hecho dignos de los misterios celestes e inmortales. Dirige Tú nuestro camino; consérvanos en tu temor; defiende nuestra vida; asegura nuestros pasos con las oraciones y la intercesión de la Santa y Gloriosa Madre de Dios y siempre Virgen, María. Oh Dios, seas exaltado en los cielos y permanezca tu gloria sobre toda la tierra, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

  Oración de acción de gracias de Santo Tomás de Aquino

Gracias te doy, Señor santo, Padre todopoderoso, Dios eterno, porque a mí, pecador, indigno siervo tuyo, sin mérito alguno de mi parte, sino por pura concesión de tu misericordia, te has dignado alimentarme con el precioso cuerpo y sangre de tu Unigénito Hijo mi Señor Jesucristo.

Te suplico, que esta sagrada comunión no me sea ocasión de castigo, sino intercesión saludable para el perdón; sea armadura de mi fe, escudo de mi buena voluntad, muerte de todos mis vicios, exterminio de todos mis carnales apetitos; aumento de caridad, paciencia y verdadera humildad, y de todas las virtudes: sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi espíritu, firme defensa contra todos mis enemigos visibles e invisibles, perpetua unión contigo, único y verdadero Dios, y sello de mi muerte dichosa.

Te ruego que tengas por bien llevar a este pecador a aquel convite inefable, donde tú, con tu Hijo y el Espíritu Santo, eres para tus santos luz verdadera, satisfacción cumplida, gozo perdurable, dicha consumada y felicidad perfecta. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.

  Oración del Papa Clemente XI

Creo, Señor, haz que crea con más firmeza; espero, haz que espere con más confianza; amo, haz que ame con más ardor; me arrepiento, haz que tenga mayor dolor.

Te adoro como primer principio; te deseo como último fin; te alabo como bienhechor perpetuo; te invoco como defensor propicio.

Dirígeme con tu sabiduría, átame con tu justicia, consuélame con tu clemencia, protégeme con tu poder.

Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, para que se dirijan a ti; mis palabras, para que hablen de ti; mis obras, para que sean tuyas, mis contrariedades, para que las lleve por ti.

Quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras.

Señor, te pido que ilumines mi entendimiento, inflames mi voluntad, limpies mi corazón, santifiques mi alma.

Que me aparte de mis pasadas iniquidades, rechace las tentaciones futuras, corrija las malas inclinaciones, practique las virtudes necesarias.

Concédeme, Dios de bondad, amor a ti, odio a mí, celo por el prójimo y desprecio a lo mundano.

Que sepa obedecer a los superiores, ayudar a los inferiores, aconsejar a los amigos y perdonar a los enemigos.

Que venza la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la generosidad, la ira con la bondad, la tibieza con la piedad.

Hazme prudente en los consejos, constante en los peligros, paciente en las contrariedades, humilde en la prosperidad.

Señor, hazme atento en la oración, sobrio en la comida, constante en el trabajo, firme en los propósitos.

Que procure tener inocencia interior, modestia exterior, conversación ejemplar y vida ordenada.

Haz que esté atento a dominar mi naturaleza, a fomentar la gracia, servir a tu ley y a obtener la salvación.

Que aprenda de ti qué poco es lo terreno, qué grande lo divino, qué breve el tiempo, qué durable lo eterno.

Concédeme preparar la muerte, temer el juicio, evitar el infierno y alcanzar el paraíso. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

  Gracias Señor, por la Eucaristía

Gracias Señor, porque nos amaste hasta el final, hasta el extremo que se puede amar: morir por otro, dar la vida por otro.
Gracias Señor, porque quisiste celebrar tu entrega, en torno a una mesa con tus amigos, para que fuesen una comunidad de amor.
Gracias Señor, porque en la eucaristía nos haces uno contigo, nos unes a tu vida, en la medida en que estamos dispuestos a entregar la nuestra...
Gracias, Señor, porque todo el día puede ser una preparación para celebrar y compartir la eucaristía...
Gracias, Señor, porque todos los días puedo volver a empezar..., y continuar mi camino de fraternidad con mis hermanos, y mi camino de transformación en ti...

  Gracias, amabilísimo Jesús

(Esta oración ya aparece en el devocionario Camino recto que escribió San Antonio María Claret)
Gracias, amabilísimo Jesús, gracias infinitas os sean dadas por el inapreciable beneficio que acabáis de hacerme viniendo a mi y dignándoos entrar en la pobre morada de mi corazón... ¿Y de dónde a mí tanta dicha? Os contemplo en los brazos de mi alma cual el anciano Simeón, y entusiasmado por tan divino tesoro, exclamaré con él: "Moriré gustoso, porque he logrado la mayor dicha que en este mundo puede lograrse ". ¿Qué gracias, pues, podré daros por esta gracia, que no sólo contiene todas las gracias, sino que también al Autor de ellas? ¡Oh Ángeles santos! Alabad todos al Señor y dadle por mí las gracias... ¡Oh Santos del cielo y justos de la tierra! Ayudadme a dar a Dios las gracias por tan señalada merced.
¡Oh Virgen Santísima!... Vos, que con tanta perfección supisteis corresponder a los singulares beneficios que os dispensó Dios, haced que yo sepa también corresponder y darle las debidas gracias; pero ya que esto me es imposible, dádselas por mi.
Quisiera, Dios mío, que cuantas criaturas hay en el cielo y en la tierra os dieran por mí las gracias; pero estoy bien convencido de que ni aun así correspondería digna y debidamente; por esto, pues, me ofrezco a Vos mismo con todo mi cuerpo y alma, potencias y sentidos, de suerte que en adelante diré siempre con el Apóstol San Pablo: Vivo yo, pero no yo, sino que vive Cristo en mi. ¡Oh, Dios mío! De hoy más seré siempre vuestro; adornadme, por tanto, como a cosa vuestra, con cuantas virtudes sabéis que necesito para amaros y serviros: con toda perfección.
Al veros hospedado en mi alma, me lleno de admiración y asombro, y entusiasmado, cual la Magdalena, no sé desistir de contemplar vuestras misericordias infinitas. ¿Qué visteis, Señor, en mí para que vinierais? ¿Virtudes?... ¿Pero cómo, si estoy desnudo de ellas? ¿Méritos?... ¡Ay! Yo soy un miserable pecador. ¿Quién, pues Bien mío, os movió? ¡Ay! Ya lo sé: las miserias que me oprimen y las necesidades bajo las que me veis gemir. ¡Cuán bueno sois, oh mi buen Dios!... Permitidme, pues, Señor, que abrace vuestros pies santísimos y los riegue con lágrimas de ternura y amor. No, yo no me levantaré de vuestras plantas hasta que, cual a la Magdalena, me concedáis una indulgencia plenaria de todos mis pecados; ni os dejaré ir hasta que me hayáis echado vuestra santa bendición.
¡Oh, y cuánto os amo, Dios mio! ¡Qué lástima que no os haya amado siempre! Al acordarme que tuve valor para ofenderos, se me cubre de rubor el rostro y un vivo dolor parte mi corazón. Sí; con la sangre de mis venas quisiera borrar mis culpas. Quisiera que los días en que os ofendí y no os amé no se computaran en el número de los años que he vivido. Pero, en adelante... - cielos y tierra, sed testigos de mi resolución -, en adelante no os ofenderé más, y os amaré, con vuestra gracia, con todo el afecto de mi corazón.
Y no sólo eso, Señor, sino que procuraré que todo el mundo os ame, y que nadie os ofenda; y ya que os contemplo sentado en mi corazón como en un trono de misericordia preparado para concederme gracias, y no sólo instándome a que os las pida, sino quejándoos de que hasta aquí no os las haya pedido, enmendando mi negligencia os pido:
1º Que convirtáis a todos los pobres pecadores. ¿No veis, Señor, cómo se precipitan de abismo en abismo?
2º Que concedáis a los justos la perseverancia final en vuestro santo servicio. ¿De qué les serviría tener buen principio si fuera desgraciado su fin?
3º Que, librando de las penas del purgatorio a las benditas ánimas, las llevéis a vuestra gloria. ¡Bien sabéis cuánto os aman y anhelan por Vos!
4º Que a mis padres, amigos y bienhechores les concedáis cuantas gracias necesiten.
5º Que triunfe en todas partes la Iglesia y prospere nuestra nación.
6º Que bendigáis a cuantos son acreedores a mis oraciones.
Concedednos a todos vuestra divina gracia, vuestro santo amor y temor, y, por último, la gloria, en que vivís y reináis con el Padre y con el Espíritu Santo. Amén.

  Gracias, Jesús mío

Gracias, ¡Jesús mío! Oh Jesús acabo de recibiros en esta santa Comunión. Bien es verdad que no puedo veros con mis ojos, pero creo firmemente en vuestra divina presencia. Soy vuestro Tabernáculo. Ya no aparecéis bajo la forma de pan, os habéis ocultado en mi cuerpo. Habéis dejado la lamparilla del sagrario para buscar las llamas de amor de mi corazón. Abandonasteis el silencio del copón, para escuchar las dulces palabras de mi alma extasiada de amor a Vos. Oh Jesús, decidme, ¿no os sentís un tanto desilusionado? En lugar de un corazón ardiente de amor, ¡halláis tan solo una muy débil llamita de afecto! Lo único que puedo deciros, oh Jesús, es: Gracias, mil gracias os doy, ¡oh amado Jesús mío!
Qué bueno eres, ¡oh mi Jesús! Si tuviese que tratar con hombres tendría que usar palabras para expresarles mis sentimientos y afectos porque ellos no entienden el lenguaje del corazón. Mas, Vos oh Jesús mío, conocéis mi corazón mucho mejor que yo. Veis muy bien, cuán feliz me siento de haberos recibido. Sabéis que me faltan palabras para expresaros mi gratitud.
Recoged, oh Jesús mío, todos mis sentimientos y encerradlos todos en la llaga de vuestro dulcísimo Corazón. ¡Os doy gracias, oh buen Jesús! ¡Soy tan feliz, en este momento! Mirad, si halláis algo de bueno o hermoso en mi alma, es para Vos. Si acaso encontráis un poquito de buena voluntad, deseos de santificación, una virtud, algún sacrificio, una oculta lágrima de arrepentimiento, mirad, todo es vuestro, aceptadlo en prueba de gratitud.
Os doy gracias, ¡oh buen Jesús! Toda mi gratitud se encierra en estas palabras. Antes creía que tenía tanto que deciros y ahora no acierto pronunciar palabra. Pero, Vos, oh Jesús, no esperáis de mí hermosas palabras y profundos pensamientos. Solo queréis que os ofrezca como digno regalo todas las facultades de mi alma, todos los afectos de mi corazón. ¡Os doy gracias, oh Señor, y os amo, oh mi buen Jesús!
¡Gracias, oh Jesús! ¡Cuán feliz me siento! Ayer he cometido muchas faltas. Cómo me oprimían el corazón. Me parecía que estabais triste, ¡oh buen Jesús! No pude hallar completa paz Pero esta mañana, desde que habéis entrado en mi alma, todo ha cambiado como por encanto. Una dulce paz ha entrado en mi alma. Cuánto os agradezco, ¡oh dulcísimo Corazón de Jesús!
¡Oh dulce Huésped de mi alma! os habéis dado todo entero a mí, he aquí, que yo me entrego todo entero y sin reserva, a Vos. Me habéis dado vuestra alma santísima, y yo os doy la mía, aunque pobre y llena de defectos. Puede que aún me queden varios años de vida. Si os place acortar el tiempo de mi destierro, lo acepto gustoso de vuestra mano paternal. Aún gozo de buena salud, disponed de ella según vuestro divino beneplácito y para vuestra mayor gloria. Es verdad, soy pobre; pero Vos, divino Rey de amor, aceptáis gustoso nuestros pobres presentes, siempre que vengan de un corazón humilde y agradecido. Pues bien lo poco de bueno que yo tenga; todo cuanto posea en bienes espirituales y materiales os lo ofrezco gozoso y sin reserva alguna.
Debo marcharme ahora, oh mi amado Jesús. Dejo vuestro sagrario porque me llamáis a otra parte. ¡Adiós, Jesús! ¡Hasta mañana! Volveré con un corazón más sediento de amor a Vos. Y vos, Señor, me daréis otra vez aquella paz inefable, preludio de la eterna bienaventuranza del cielo.
Una palabra todavía, amado de mi alma. Por el amor inmenso que os hace prisionero de mi alma, concededme la gracia que la comunión de mañana sea más fervorosa que la de hoy. Dadme esta gracia cada día de nuevo. Así seré más santo cada día, más perfecto y os amaré con más ardor. Abrid vuestros tesoros y adornad mi alma con la hermosura de la vuestra. ¡Gracias, oh buen Jesús!
Alabanzas y adoración, amor y gratitud sean dadas, en todo momento y en todos los Tabernáculos del mundo, al Sagrado Corazón de Jesús, hasta la consumación de los siglos. Así sea.
¡Bendito sea el Sacratísimo Corazón eucarístico de Jesús! ¡ Corazón de Jesús en Vos confío! Jesús, manso y humilde de Corazón, haced mi corazón semejante al vuestro.

  Invocaciones al Santísimo Redentor

Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti,
Para que con tus Santos te alabe,
Por los siglos de los siglos. Amén.

  La comunión es mi vida

¡Oh dulcísimo Jesús Sacramentado! Cuando te recibo en mi corazón siento que mi fe me aumenta, mi esperanza se fortalece y mi vida se alarga, porque, recibiendo tu Sacratísimo cuerpo, vivo contigo y Tú vives conmigo, y el que vive unido a Ti no morirá, porque eres camino, verdad y vida eterna. Tú eres la vid; yo, el sarmiento, que no puede dar fruto si no permanece unido a Ti. Tú eres el pan que bajó del cielo, no como el maná que en el desierto comieron nuestros padres y murieron. El que coma este Pan vivirá eternamente. ¡Oh alma mía, recibe ese Pan celestial, que es vida, esperanza y caridad! Haz, Jesús mío, que contigo viva, sufra y padezca en este mundo con tal de recibirte en mi corazón, porque la Comunión es mi vida. Amén.

  Letanía de la humildad

Que el Cardenal Merry del Val solía recitar después de celebrar la Santa Misa.

Oh Jesús, manso y humilde de corazón, escucha mi plegaria.

Del deseo de sentirme apreciado, líbrame Jesús.
Del deseo de sentirme amado
Del deseo de ser ensalzado
Del deseo de ser elogiado
Del deseo de ser alabado
Del deseo de ser preferido
Del deseo de ser consultado
Del deseo de ser aplaudido
Del temor a la humillación
Del temor al desprecio
Del temor al reproche
Del temor a la calumnia
Del temor al olvido
Del temor al ridículo
Del temor al agravio
Del temor al recelo

Que los demás sean más amados que yo, ayúdame, Jesús, a desearlo.
Que los demás sean más apreciados que yo
Que los demás crezcan y yo disminuya a los ojos del mundo
Que los demás sean alabados y yo pase oculto
Que los demás sean preferidos a mí en todo
Que los demás sean más santos que yo, siempre que yo alcance la santidad que Tú quieres

  Letanías de N S Jesucristo Sacerdote y Víctima

Señor ten piedad, R/. Señor ten piedad
Cristo ten piedad, R/. Cristo ten piedad
Señor ten piedad, R/. Señor ten piedad

Cristo óyenos, R/. Cristo óyenos
Cristo escúchanos, R/. Cristo escúchanos

Dios, Padre celestial, R/. Ten piedad de nosotros
Dios Hijo, Redentor del mundo,
Dios, Espíritu Santo,
Trinidad Santa, un solo Dios,
Jesús, Sacerdote y Víctima,
Jesús, Sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec,
Jesús, Sacerdote que Dios envió a evangelizar a los pobres,
Jesús, Sacerdote que en la última cena instituiste el sacrificio perenne,
Jesús, Sacerdote siempre vivo para interceder por nosotros,
Jesús, Pontifice a quien el Padre ungió con el Espíritu Santo y la virtud,
Jesús, Pontífice entresacado de los hombres,
Jesús, Pontífice constituido a favor de los hombres,
Jesús, Pontífice de nuestra confesión,
Jesús, Pontífice más alto que la gloria de Moisés,
Jesús, Pontífice del verdadero tabernáculo,
Jesús, Pontífice de los bienes futuros,
Jesús, Pontífice santo, inocente y sin pecado,
Jesús, Pontífice fiel y misericordioso,
Jesús, Pontífice divino y lleno de celo por las almas,
Jesús, Pontífice de eterna perfección,
Jesús, Pontífice que por tu sangre llegaste a los cielos,
Jesús, Pontífice que nos enseñaste un camino nuevo,
Jesús, Pontífice que nos amaste y que lavaste nuestros pecados con tu sangre,
Jesús, Pontífice que te entregaste a Dios como hostia de oblación,
Jesús, Hostia de Dios y de los hombres,
Jesús, Hostia santa e inmaculada,
Jesús, Hostia mansueta,
Jesús, Hostia pacífica,
Jesús, Hostia de propiciación y de alabanza,
Jesús, Hostia de reconciliación y de paz,
Jesús, Hostia para llegar a Dios con toda confianza,
Jesús, Hostia viviente para siempre,
Sé propicio, R/. ten compasión de nosotros, Jesús
Sé propicio, R/. escúchanos, Jesús
Del temor a la vocación sacerdotal, R/. líbranos, Jesús
Del pecado de sacrilegio,
Del espíritu de lascivia,
e los pensamientos impuros,
Del pecado simoníaco,
De la indigna dispensación del ministerio,
Del amor al mundo y a sus vanidades,
De la indigna celebración de tus Misterios,
Por tu eterno sacerdocio,
Por la santa unción con la que fuiste consagrado sacerdote por Dios Padre,
Por tu espíritu sacerdotal,
Por el ministerio con el que clarificaste a tu Padre,
Jesús, por tu sacrificio cruento hecho una vez para siempre,
Por tu sacrificio renovado cada día en los altares,
Por aquella tuya potestad, que reviste invisiblemente a tus sacerdotes,
Para que conserves en la santa religión al universo orbe sacerdotal, R/. Te rogamos, escúchanos
Para que los pastores apacienten tu grey según tu corazón,
Para que los llenes de tu espíritu sacerdotal,
Para que los labios sacerdotales proclamen tu ciencia,
Para que envíes obreros que fielmente cultiven tu mies,
Para que te dignes multiplicar los dispensadores de tus misterios,
Para que perseveren siempre en tu voluntad,
Para que perseveren en su ministerio con docilidad, sean prontos a donarse y constantes en la oración,
Para que por ellos se promueva el culto al Santísimo Sacramento,
Para que quienes han sido fieles al ministerio reciban el premio eterno,

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, R/. ten piedad de nosotros
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, R/. escúchanos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, R/. ten piedad de nosotros

Jesús, Sacerdote, R/. Óyenos
Jesús, Sacerdote, R/. Escúchanos

Oremos. Oh Dios, Santificador y Guía de tu Iglesia, suscita en Ella, mediante tu Espíritu, idóneos y fieles dispensadores de tus misterios, para que, bajo tu protección, con su ministerio y con el ejemplo, acompañen a todos los cristianos hacia el camino de la salvación. Por Cristo Nuestro Señor. R/. Amén.

Oh Dios, que mandaste escoger entre aquellos discípulos que oraban y ayunaban a Saulo y a Bernabé para el ministerio por ti escogido, haz lo mismo ahora con tu Iglesia orante y tú, que conoces nuestros corazones, muéstranos a quienes eliges para tu ministerio. Por Jesucristo Nuestro Señor. R/. Amén.

  Ofrecimiento

Tu siervo soy, Señor Dios mío, y como tributo de mi servidumbre quisiera ofrecerte algo que fuera digno y aceptable a tu majestad; pero mi deuda excede a todas mis posibilidades, porque te debo tanto, cuanto Tú vales, y tu valor es infinito. Yo por mí nada puedo, nada soy. Tengo, sin embargo un don preclaro, que no puedes rehusar de ningún modo; poseo a tu queridísimo Hijo, mi Señor Jesucristo, porque de tal manera se ha comunicado a mí que yo estoy en El y El en mí. Por lo tanto, tomaré con toda propiedad las palabras de tu profeta, y diré: "Benedic anima mea, Domino, et omnia quae intra me sunt nomini sancto eius", "bendice, alma mía, al Señor, bendiga todo mi ser su santo nombre". Pues tu mismo Hijo bendecirá por mí dignamente tu nombre, y te amará y te glorificará, pues estando sacramentalmente dentro de mí se ha hecho uno conmigo, y yo uno con El. Te lo ofrezco, pues, como perfume de suavísimo olor, para tu mayor honor y gloria, y en acción de gracias por todos tus beneficios; en remisión de mis pecados y los de todo el mundo, y para impetrar los auxilios de la vida temporal y eterna, para mí y para todos aquellos por quienes he pedido y debo pedir, y por todas las almas de los fieles difuntos. Recibe, Señor, con esta sacratísima oblación de mi alma y de mi cuerpo, todas mis fuerzas y mis afectos, para que sea yo un perpetuo holocausto que arda sin cesar ante tu majestad. Concédeme que en adelante no tenga miembros, ni sentidos, ni potencias, ni vida sino para amarte y servirte. Tú eres mi sabiduría y mi luz; tú mi fortaleza y mi energía; enséñame, ilumíname, vigorízame para que conozca y haga tu voluntad. Me ofrezco a ti en servidumbre perpetua, y quiero marcarme como esclavo de tu beneplácito, libre de cualquier otro cuidado y solicitud. Todo lo que permitas que me suceda lo recibiré gustoso de tu mano. No quiero para mí, en el tiempo ni en la eternidad, sino lo que Tú me tengas preparado desde el principio, sea próspero o adverso. Viva siempre reine sobre mí tu Voluntad, que quiero cumplir en cada palabra, en cada acción, pensamiento y hasta en cada uno de mis más insignificantes movimientos. Señor, ante Ti están todos mis deseos. No te oculto mis gemidos. Me faltan palabras con que explicar mi afecto, pero me arrojo en el ardentísimo horno de tu amor en el que te encendiste para dignarte venir a mí y hacer tu mansión en mi alma. Enciéndeme, Señor; inflama mi corazón, quema mis entrañas para que continuamente arda para Ti, y en Ti viva, y en Ti muera. Amén.

  ¡Oh Buen Jesús!

Buen Jesús, hoy has venido
hasta mi pobre mansión.
Hoy, junto a mi corazón,
tu corazón he sentido.
Hoy, como ave en el nido,
descansé junto a tu altar,
¿qué me podrás hoy negar?
Haz, que limpia el alma mía,
como hoy está, pueda un día
hasta tu Cielo llegar.

  Oh dulcísimo Jesús

¡Oh dulcísimo Jesús! que vinisteis a este mundo para enriquecer a todas las almas con la vida de vuestra gracia, y que, para conservarla y fomentarla en ellas, os ofrecéis Vos mismo cada día en el augustísimo sacramento de la Eucaristía cual saludable medicina para curar sus enfermedades y cual divino alimento para sostener su debilidad. Humildes os suplicamos que derraméis benignamente sobre ellas vuestro santo Espíritu, abrasadas por el cual, las que estén manchadas con culpa grave, volviendo a Vos, recobren la vida de la gracia perdida por sus pecados, y las que por vuestra misericordia ya os están unidas se acerquen devotamente cada día a vuestro celestial banquete, según les fuere permitido, y fortalecidas con él, puedan proporcionarse el antídoto de los pecados veniales que diariamente cometen y alimentar la vida de vuestra gracia, y así, más y más purificadas, alcancen la eterna bienaventuranza en los cielos. Así sea.

  Para comulgantes frecuentes

Amable Jesús mío, viniste al mundo para dar tu vida divina a todas las almas. Quisiste hacerte nuestro alimento diario para conservar y fortalecer esta vida sobrenatural, frente a las debilidades y faltas de cada día.
Te pedimos humildemente que derrames tu Espíritu Divino sobre nosotros por amor de tu Sagrado Corazón. Vuelvan a ti las almas que llevadas del pecado han perdido la vida de la gracia. Que acudan frecuentemente a tu sagrado Altar todos los que se hallan en gracia, para que, participando en tu Sagrado Banquete, reciban la fortaleza que les haga victoriosos en la batalla de cada día contra el pecado y así crezcan siempre ante tus ojos en pureza y santidad hasta alcanzar la vida eterna en tu compañía. Amén.

  Para propagar la comunión diaria

¡Oh dulcísimo Jesús, que habéis venido al mundo para dar a todas las almas la vida de la gracia, y, para conservar y aumentar en ellas esta vida, habéis querido ser el manjar de cada día y el remedio cotidiano de su cotidiana debilidad! Humildemente os suplicamos, por vuestro Corazón abrasado en amor nuestro, que derraméis sobre todas las almas vuestro divino Espíritu; haced que vuelvan a Vos y recobren la vida de la gracia aquellas que estén en pecado mortal, y que las almas dichosas que por vuestra bondad viven de esta vida divina se acerquen devotamente cada día, siempre que puedan, a vuestra sagrada Mesa, a fin de que por medio de la Comunión diaria reciban cada día el antídoto de sus pecados veniales cotidianos, y, alimentando en ellas cada día la vida de la gracia y hermoseándolas con ella, lleguen por fin a poseer con Vos la vida bienaventurada. Amén.

  Peticiones

Dulcísimo amante, Señor Jesucristo, que me nutriste con tu Cuerpo y tu Sangre preciosísima, te ruego que disculpes mi indignidad y perdones misericordioso las faltas que he cometido en la celebración de esta Misa. Reconozco y confieso mi presunción, porque osé acercarme a este tremendo misterio sin la debida preparación, reverencia, humildad y caridad. Mírame con los ojos de tu misericordia y suple con la abundancia de tus méritos mi mucha imperfección. ¡Oh! ¿Cuántas veces has venido a mí para enriquecer mi pobre alma con tus dones? Y yo, sin embargo, te desprecié y me marché lejos de Ti, siguiendo los depravados deseos de mi corazón. Y cuando, ya disipado cuanto poseía, regresé a Ti desnudo y consumido por el hambre, Tú me recibiste y te olvidaste de todas mis iniquidades. Por fortuna para mí, me amas con un amor eterno e infinito; pues si no fuese infinita tu bondad, de ningún modo podrías tolerar mi miseria. Venza, por tanto, tu bondad y absorba mi malicia. Riégame con las lágrimas que derramaste por mí; úngeme con la mirra de tu dolor, átame con tus ataduras, lávame con tu Sangre, levántame con tu Cruz y vivifícame con tu muerte. Penetre tu amor en mis entrañas y expulse a cualquier otro amor. Huya la multitud de mis imaginaciones, y transfórmeme totalmente en Ti, para que en Ti perezca y no me encuentre más que en Ti Imprime en mi corazón el amor de la cruz y de la humillación, pues que para rendirme, no quisiste pasar ni un momento sin la cruz. No permitas que me aparte de Ti sin fruto; en cambio, obra conmigo tus maravillas, como las obraste con tus santos, y haz que camine con la fortaleza de aquel alimento hasta el monte de la perfección. Enciéndeme con la fuerza abrasadora de tu amor, para que quede consumado en uno contigo, y abstraído del todo de mí mismo, y de toda criatura. Da asimismo paz, salud y bendición a todos aquellos siervos tuyos por quienes ofrecí este sacrificio, y por quienes debo rogar, y por quienes Tú quieres que pida. Convierte a Ti a los pobres pecadores, llama otra vez a los herejes y cismáticos, ilumina a los infieles que te desconocen. Auxilia a todos los que se encuentran en alguna necesidad y tribulación. Muéstrate propicio a mis compañeros y bienhechores. Ten misericordia de todos mis enemigos, y de quienes me afligieron con alguna molestia. Socorre a aquellos que se encomendaron a mis oraciones. Concede tu favor y tu gracia a los vivos y la luz y el descanso sempiterno a los fieles difuntos. Amén.

  Yo soy de Dios

Yo soy de Dios: ¡oh dulce pensamiento
Que anega el alma en celestial amor!
Un Dios potente hasta albergarse llega
En mi pobre y estrecho corazón.

Yo soy de Dios: el cielo me contempla,
Y el ángel que se acerca a mí, veloz,
Halla mi pecho en templo convertido,
Donde el eterno fija su mansión.

Yo soy de Dios: la sangre inmaculada
Que de una Virgen cándida tomó,
¡Oh gran prodigio!, con mi sangre llega
Hasta mezclarse en misteriosa unión.

Yo soy de Dios: hasta el postrer momento
Sólo he de hallar hechizos en mi Dios;
Su dulce nombre ha de sellar mis labios
Al dirigirle mi última oración.



Sacerdotes

  A la divina misericordia

Oración de Santo Tomás de Aquino

Oh Señor Jesucristo, humildemente imploro de tu inefable misericordia que este Sacramento de tu Cuerpo y de tu Sangre, que indignamente he recibido, sirva para la purificación de mis errores, sea fortaleza en mis debilidades, defensa ante los peligros del mundo, sea súplica de perdón, origen de toda gracia, fuente de vida, memorial de tu Pasión, fortalecimiento en la debilidad y pan para el camino. Que, como peregrino, me acompañes siempre y, en caso de extravío, me atraigas a tu redil y me recibas cuando llegue, con entrañas de buen Padre. Dame tu mano en mis titubeos, levantándome siempre de mis caídas hasta introducirme en la gloria del cielo.

Oh Dios Santísimo, que la augusta presencia de tu Cuerpo y de tu Sangre embellezca la estancia de mi corazón. Que, por tu amor, nunca me deje arrastrar por las vanidades de este mundo, ni busque consolaciones mundanas, ni busque amores ilícitos, ni admita deleites desordenados, ni vanos honores, ni tema la crueldad de los hombres. Amén.

  Oración al Santo del día después de Misa

Oh San Santa N.,, en cuyo honor he ofrecido el incruento sacrificio del Cuerpo y Sangre de Cristo; haz con tu intercesión poderosa ante Dios, que el contacto de este misterio de la Pasión y Muerte del mismo Cristo nuestro Salvador, me alcance el premio, y que con su frecuente recepción aumente sin cesar el efecto de mi salvación. Amén.

  Invocación (sacerdotes)

¡Oh buen Jesús, haz que sea un sacerdote según tu Corazón!

  Ofrecimiento del sacrificio

Omnipotente y sempiterno Dios, Salvador de las almas y Redentor del mundo, mírame benignamente a mí, siervo tuyo, postrado ante tu majestad, y mira con bondad el sacrificio que ofrecí en honor de tu nombre, por la salvación de los fieles vivos y difuntos, y por mis pecados y ofensas. Aleja tu ira de mí, concédeme gracia y misericordia, abre para mí las puertas del paraíso, líbrame de todos los males con tu poder, y sé clementemente indulgente con los pecados propios cometidos. De este modo haz que persevere en esta vida en tus preceptos, para que sea digno de obtener la unión con la grey de los elegidos, para darte, Dios mío, cuyo nombre es bendito, el honor y el reino que permanece por los siglos de los siglos. Amén.

  Oración para llevar una vida santa (sacerdotes)

Jesús amadísimo, que por especial benevolencia me elegiste entre miles de hombres para que te siguiera, y me llamaste a la excelsa dignidad del sacerdocio; te ruego me concedas tu ayuda divina para cumplir fielmente mis deberes. Te suplico, Señor Jesús, que hoy y siempre avives en mí tu gracia, que recibí por la imposición de las manos episcopales. Oh poderosísimo Médico de las almas, sáname de manera que no recaiga en los vicios, evite todos los pecados y te agrade hasta la muerte. Amén.

  Que te sea grato

Que te sea grato, ¡oh Trinidad Santa!, el obsequio de tu siervo, y haz que el sacrificio que yo, indigno, he ofrecido a los ojos de tu majestad, sea de tu agrado, y para mí, y para todos aquellos por quienes lo he ofrecido, sea, por tu misericordia, favorable. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

  Yo te adoro, Señor

Yo te adoro, Señor Jesucristo, realmente presente dentro de mi cuerpo. Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. Tú eres nuestro Dios y Señor. Adoro tu augustísima divinidad, en la que, con el Padre y el Espíritu Santo, sois una misma esencia.

Adoro también tu Santísima Humanidad, la que asumiste en la plenitud de los tiempos para ser hermano nuestro, y que ofreciste al Padre como víctima por nosotros. Admiro y reverencio vuestra presencia sacramental, gracias a la cual, bajo las especies de pan y de vino, perpetuaste el sacrificio de la Cruz, lo renuevas y nos lo ofreces como bebida y alimento.

Te doy gracias por tu inmensa benignidad, de modo especial por haberme hecho ministro tuyo para celebrar cada día el Santo Sacrificio y poder recibirte en mi corazón.

Te suplico tomes posesión de mi pobre corazón, y que gobiernes y dirijas todos mis afectos e inclinaciones. Aparta de él todo lo que te desagrada, toda inclinación al mal, por pequeña que sea, así como el amor desordenado hacia mí mismo o hacia las cosas del mundo, y todo lo que tenga sabor a vanidad o deseo de vanagloria delante de los hombres.

Enséñame a amar a los hombres, mis hermanos, y que les demuestre mi amor con obras, como Tú nos has enseñado. Que sepa sobrellevar pacientemente sus defectos y enfermedades y compadecerme de sus dolores y defectos, procurándoles alivio y consuelo.

Dame, Señor, tu fuerza y tu poder para que ninguna tentación me venza y ninguna adversidad me deprima, sino que sepa ser siempre siervo bueno y fiel ministro tuyo.

Aunque estoy lleno de imperfecciones, en todo lo que soy, hago y deseo, te ruego, Señor, que adores en mi nombre al Padre y le agradezcas todos los beneficios que me ha concedido. Pídele perdón por mis pecados, así como su divina gracia y celestial bendición.

Mira, Señor, Padre Santo, a tu Hijo Predilecto presente en mi pecho y en mi corazón, mira el rostro de tu Ungido y acude benigno en mi ayuda. Por Él y en Él, bendíceme a mí y a mis trabajos.

Dígnate bendecir a todos aquellos que asistieron a este sacrificio y comulgaron el Cuerpo de tu Hijo. Bendice también a todos los que se encomendaron a mis oraciones y a los que me fueron encomendados. Sana a los afligidos y atribulados, convierte a los pecadores, asiste a la Iglesia Católica, apiádate del género humano y de las benditas ánimas del purgatorio. Amén.