Padres de la Iglesia
AGUSTÍN
Sermones sobre los Evangelios sinopticos I
Sermones 51-77C, 78-116
- 51 La genealogía de Cristo según Mateo y Lucas
- 52 La Trinidad
- 53 Las bienaventuranzas
- 53A Las bienaventuranzas
- 54 Paralelismo entre Mt 5, 16 y Mt 6, 1
- 55 Comentario a Mt 5, 22
- 56 La entrega del Padrenuestro
- 57 La entrega del Padrenuestro
- 58 La entrega del Padrenuestro
- 59 La entrega del Padrenuestro
- 60 El desapego y el tesoro en el cielo
- 60A Comentario a Mt 7, 6
- 61 La oración de petición
- 61A La oración
- 62 La fe del centurión y la mujer que toca el vestido
- 62A La fe del centurión y de la hemorroísa
- 63 La tempestad calmada
- 63A Curación de la hemorroísa
- 63B Curación de la hija de Jairo y de la hemorroísa
- 64 La simplicidad de las palomas
- 64A Comentario a Mt 10, 16
- 65 Temer a los que matan el alma
- 65A El amor a los padres
- 66 Testimonio recíproco de Juan y Jesús
- 67 El reino revelado a los pequeños
- 68 El reino revelado a los pequeños
- 69 La revelación hecha a los pequeños y el yugo de Cristo
- 70 El yugo de Cristo
- 70A La humildad
- 71 El pecado contra el Espíritu
- 72 El árbol y su fruto
- 72A El signo de Jesús, el espíritu inmundo, la familia de Jesús
- 73 La parábola del sembrador
- 73A La buena semilla y la cizaña
- 74 El escriba que hace fructificar su tesoro
- 75 Pedro camina sobre las aguas
- 76 Pedro camina sobre las aguas
- 77 La fe de la cananea
- 77A La fe de la cananea
- 77B La fe de la cananea
- 77C El seguimiento de Jesús
SERMON 51
La genealogía de Cristo según Mateo y Lucas.
Fecha: Época del presbiterado.
Lugar: Desconocido.
1. Quien suscitó ese deseo de vuestra santidad, él mismo lo satisfaga. Aunque no presumimos de que sea cosecha nuestra lo que vamos a decir, sino de Dios, sin embargo, con mayor razón repetimos lo que humildemente decía el Apóstol: Tenemos este tesoro en vasijas de barro para que la excelencia del poder sea de Dios y no nuestra. No dudamos de que recordáis nuestra promesa. La hicimos en presencia de aquel por quien ahora la cumplimos. Pues ya en el momento de hacerla le pedíamos poder cumplirla; y si ahora es realidad, de él lo hemos recibido Recordará vuestra caridad que en la mañana de la Natividad del Señor diferimos resolver la cuestión que había sido propuesta, porque eran muchos los que celebraban con nosotros la solemnidad digna de aquel día, aun aquellos a quienes suele resultar pesada la palabra de Dios 1. Ahora, en cambio, considero que nadie habrá venido que no tenga deseos de escucharla. Nuestra palabra no será, por tanto, para oídos sordos ni espíritus desganados. Esa vuestra expectación es una oración por mí.
Pero hay algo más. El ser el día de los munera 2 aventó de aquí a muchos. Os exhortamos, hermanos, a que os preocupéis de su salvación tanto como lo hacemos nosotros. Rogad también a Dios con intensidad por aquellos que aún no se han entregado a los espectáculos de la verdad, porque se hallan envueltos en los de la carne. Sé, y de ello estoy cierto, que entre vosotros hay ahora algunos que los despreciaron; pero rompen lo que ellos mismos cosieron. Los hombres cambian, para bien y para mal. Ejemplos de ello surgen cada día, que nos producen alternativamente alegrías y tristezas. Nos alegramos con quienes se corrigen y nos entristecemos por quienes se tuercen. Por esto el Señor no dice que se salvará quien haya comenzado, sino: Quien persevere hasta el fin, ése se salvará.
2. ¿Qué cosa más admirable pudo concedernos el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios y, por dignación suya, Hijo también del hombre? No sólo agregó a su rebaño a los espectadores de los juegos frívolos, sino también a algunos que allí están en la escena: ¿pudo hacer algo más sublime? Cazó para la salvación no sólo a los partidarios de los cazadores, sino a los cazadores mismos, al convertirse él mismo en espectáculo. Escucha de qué manera. El mismo lo dijo; él mismo lo predijo antes del espectáculo, y por medio de la palabra del profeta pronosticó lo que iba a suceder, dándolo ya por hecho. Dice el salmo: Taladraron mis manos y mis pies; contaron todos mis huesos. Hasta tal punto se convirtió en espectáculo, que se contaban sus huesos. Más claramente relata el espectáculo: Ellos me observaron y me miraron. Se le contemplaba para despreciarle; le contemplaban no quienes en aquel espectáculo estaban de su parte, sino quienes se ensañaban con él. Del mismo modo hizo que fuesen contemplados al comienzo sus mártires. Dice el Apóstol: Hemos venido a ser un espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Pero son dos las clases de hombres que asisten a tales espectáculos: una la componen los hombres carnales; otra, los espirituales. Los carnales asisten y creen que son unos desgraciados aquellos mártires que han sido arrojados a las bestias, decapitados, echados a las llamas; los detestan y los aborrecen. Los otros, en cambio, asisten como los santos ángeles: no miran los cuerpos desgarrados, sino que admiran la integridad de la fe. Gran espectáculo es para los ojos del corazón un ánimo entero en un cuerpo desgarrado. Con agrado lo contempláis con los ojos del corazón cuando esto se os lee en la Iglesia 3. Si nada contemplarais, nada oiríais.
Os dais cuenta, pues, de que hoy no habéis despreciado los espectáculos; sólo habéis decidido a cuáles asistir. Dios os conceda contar dulcemente vuestros espectáculos a aquellos amigos vuestros que corrieron al anfiteatro con pena para vosotros, y no quisieron venir a la Iglesia. Contádselo para que empiecen a parecerles viles aquellas cosas con cuyo amor ellos mismos se envilecieron. Amen con vosotros a Dios, pues nadie que le ame puede avergonzarse, porque ama a quien no puede ser vencido. Amen con vosotros a Cristo, que venció al orbe de la tierra por el hecho mismo por el que parecía vencido. Venció, como estamos viendo, al orbe de la tierra, hermanos; sometió a todos los poderes, subyugó a los reyes, no en condición de soberbio soldado, sino con una cruz deshonrada; no hiriendo con la espada, sino colgando de un madero; sufriendo en el cuerpo, actuando en los espíritus. Su cuerpo se elevaba en la cruz; él sometía las inteligencias a la cruz. En efecto, ¿hay en alguna diadema piedra más preciosa que la cruz de Cristo en la frente de los que gobiernan? 4
Amándole a él nunca os avergonzaréis. ¡Cuántos no vuelven del anfiteatro vencidos, después de derrotados aquellos por los que se volvían locos! ¡Su derrota hubiese sido mayor si hubiesen triunfado! Se rendirían a una estúpida alegría, se doblarían ante la exultación de un perverso deseo, ellos, quienes por el mero hecho de correr hacia allí son ya vencidos. ¿Cuántos pensáis, hermanos, que han sido los que hoy dudaron entre venir aquí o ir allí? Los que en medio de la duda pusieron sus ojos en Cristo y vinieron a la Iglesia, no vencieron a un hombre cualquiera, sino al diablo mismo, el peor cazador del mundo entero. Quienes, en cambio, ante la duda prefirieron correr más bien al anfiteatro, fueron vencidos por aquel a quien los primeros vencieron. Vencieron en el nombre de aquel que dice: Alegraos; yo vencí al mundo. Si el general soportó el ser tentado, fue para enseñar al soldado a luchar 5.
3. Para lograr esto, nuestro Señor Jesucristo se hizo hijo de hombre, naciendo ciertamente de una mujer. Y si no hubiera nacido de mujer, ¿lo sería menos? Dirá alguien 6: "Quiso ser hombre; fuéralo, pero sin nacer de mujer. Al primer hombre que creó, no lo hizo de mujer". Mira cómo se responde a esto. Tú dices: "¿Por qué eligió nacer de mujer?" Se te responde: "¿Por qué iba a rehusar nacer de mujer?" Supón que yo no logro mostrar por qué eligió nacer de mujer; muéstrame tú de qué cosa debía huir en la mujer. Estas cosas ya han sido dichas alguna vez 7: si en efecto hubiese rehuido el útero de una mujer, parecería significarnos la posibilidad de contagiarse de ella. Cuanto más incontaminable era por esencia, tanto menos debió temer el útero carnal, como si pudiese contaminarse con él. Pero, al nacer de mujer, quiso manifestarnos algún gran misterio.
En efecto, hermanos, también nosotros creemos que, si el Señor hubiera querido hacerse hombre sin nacer de mujer, era ciertamente fácil a Su Majestad. Como pudo nacer de mujer sin obra de varón, así habría podido nacer sin nacer de mujer. Con esto nos manifestó que en ninguno de los dos sexos había de perder la esperanza la criatura humana 8. El sexo humano lo constituyen el de los varones y el de las hembras. Si, pues, siendo él varón (como convenía que fuera) no hubiera nacido de mujer, perderían la esperanza las mujeres, acordándose de su primer pecado: por una mujer fue seducido el primer hombre. Pensarían que no había para ellas absolutamente ninguna esperanza en Cristo. Viniendo como varón eligió el sexo viril, y naciendo de mujer consoló al sexo femenino, como hablando y diciendo: "Para que sepáis que la criatura de Dios no es mala, sino que ha sido la mala voluntad la que la pervirtió, cuando al principio hice al hombre, lo hice varón y mujer. No condeno, pues, la criatura que creé, sino los pecados que no hice yo".
Uno y otro sexo reconozca su dignidad; uno y otro confiese su maldad y ambos a dos esperen la salvación. La mujer propinó el veneno al hombre que iba a ser engañado; propine también la mujer la salvación al hombre que ha de ser redimido. Compense la mujer el pecado del hombre al que sedujo, engendrando a Cristo. Por esto fueron las mujeres quienes antes que nadie anunciaron a los Apóstoles la resurrección de Dios. Una mujer anunció a su marido la muerte en el paraíso; mujeres también anunciaron a los varones la salvación en la Iglesia. Los Apóstoles tenían que anunciar la resurrección de Cristo a los pueblos; a ellos se la anunciaron las mujeres. Nadie, por tanto, recrimine a Cristo haber nacido de mujer, con cuyo sexo no pudo mancillarse el liberador y cuyo sexo debía honrar el Creador.
4. Pero dicen: "¿Cómo vamos a creer que Cristo nació de mujer?" Les responderé: "A partir del Evangelio que ha sido predicado y se predica aún a todo el orbe de la tierra". Hay ciegos que se esfuerzan por hacer problema de algo que cree ya todo el orbe de la tierra, intentando cegar a otros, sin ver lo que debe verse, al mismo tiempo que pretenden destruir lo que debe creerse. Ellos replican diciendo: "No nos atosigues con la autoridad del orbe de la tierra 9, veamos la Escritura. No actúes con demagogia; la multitud, engañada, está de tu parte". A esto respondo en primer lugar: "¿La multitud, engañada, está de mi parte? Esta multitud fue antes un grupito. ¿Cómo llegó a ser esa muchedumbre que con tanta anticipación fue anunciada con tales dimensiones? No digo: era un grupito, sino: era uno solo: Abrahán".
Observad, hermanos; en aquel tiempo, Abrahán era el único en todo el mundo, el único entre todos los hombres diseminados por el orbe entero, entre todos los pueblos; el único al cual dijo Dios: En tu descendencia serán benditos todos los pueblos. Lo que creyó él solo respecto a su persona, ahora se descubre a muchos como una realidad respecto a la muchedumbre de su descendencia. Entonces no se veía, pero se creía; ahora que se ve es impugnado. Lo que entonces se decía a uno y por uno solo era creído, ahora, cuando se muestra la realidad en muchos, es impugnado por unos pocos. Aquel que hizo a sus discípulos pescadores de hombres, en sus redes incluyó todo género de autoridades. Si ha de creerse a una muchedumbre, ¿cuál hay mayor que la Iglesia extendida por todo el orbe de la tierra? ¿Son autoridad los ricos? Vean a cuántos capturó. ¿Lo son tal vez los pobres? Contemplen cuántos millares hay. ¿Lo son los nobles? Casi toda la nobleza está ya dentro. ¿Los reyes acaso? Vean que todos están ya sometidos a Cristo. ¿O los más elocuentes, los más sabios, los más prudentes? Contemplen cuántos oradores, cuántos filósofos de este mundo fueron apresados en las redes por aquellos pescadores para ser sacados del abismo a la salvación; reconocieron que aquel que descendió del cielo para sanar con el ejemplo de su humildad el gran mal del alma humana, es decir, la soberbia, eligió a los débiles del mundo para confundir a los fuertes; a los necios de este mundo para confundir a los sabios (no que lo fueran, sino que lo parecían), y las cosas despreciables y que no existen para anular las que existen.
5. "Digas lo que quieras, replican, nosotros descubrimos disonancias entre los Evangelios, en los textos en que vosotros leéis el nacimiento de Cristo. Y no pueden ser verdaderas dos cosas en desacuerdo. Si te muestro el desacuerdo, hago bien en desechar la fe; o demuestra que van de acuerdo, tú que les das fe". "¿Qué desacuerdo, dime, vas a mostrarme?" "Uno manifiesto, dice, al cual es imposible contradecir". Vosotros (cristianos) lo escucháis serenamente, porque tenéis fe.
Poned atención, amadísimos, y ved cuán saludablemente nos amonesta el Apóstol diciendo: Dado que habéis recibido a Cristo Jesús, Señor nuestro, caminad en él, arraigados y cimentados en él y fundamentados en la fe. Con esa fe sencilla y segura debemos permanecer firmemente en él, para que descubra a sus fieles lo que en él está escondido, pues, como dice el mismo Apóstol, en él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia. Tesoros que escondió no para negar el acceso a ellos, sino para despertar el deseo de los mismos, manteniéndolos ocultos. Tal es la utilidad de lo que está oculto 10.Honra en ello lo que aún no comprendes; hónralo tanto más cuantas más cortinas contemplas. Cuanto uno es más honorable, tantas más son las cortinas que penden en su hogar. Los velos o cortinas constituyen el honor de lo oculto; pero a quienes lo honran se les descorren. A quienes se mofan de ellas, hasta se les aleja de su cercanía. A nosotros, puesto que pasamos a Cristo, se nos descorren.
6. Algunos lanzan al viento sus calumnias y dicen: "¿Es o no Mateo evangelista?" Respondemos: "Sí". Con voz piadosa, con afectuoso corazón, sin vacilar lo más mínimo, respondemos que sí, que Mateo es evangelista. "¿Le dais crédito?", replican. ¿Quién no responde: "Sí, le doy crédito"? ¡Cómo lo ha manifestado vuestro piadoso murmullo! Así es, hermanos; si lo creéis firmemente, no tenéis por qué avergonzaros.
Os hablo yo que, engañado en otro tiempo, siendo aún jovenzuelo, quería acercarme a las divinas Escrituras con el prurito de discutir, antes que con el afán de buscar. Yo mismo cerraba contra mí la puerta de mi Señor con mis perversas costumbres: debiendo llamar para que se me abriese, empujaba la puerta para que se cerrase. Me atrevía a buscar, lleno de soberbia, lo que no se puede encontrar sino desde la humildad. ¡Cuánto más dichosos sois vosotros ahora! ¡Cuánto mayor es vuestra seguridad en aprender, cuánto mayor la protección de que gozáis quienes, aún pequeñuelos, estáis en el nido de la fe y recibís el alimento espiritual! Yo, en cambio, como un desdichado, creyendo que ya era capaz de volar, abandoné el nido, y antes de volar caí al suelo. Pero el Señor misericordioso me levantó para que no muriese pisoteado por los transeúntes y me puso de nuevo en el nido. Las cosas que ahora, ya seguro en la fe, os propongo y expongo, fueron las que me turbaron 11.
7. Como os venía diciendo, así razonan ellos calumniosamente: "Mateo, dicen, es evangelista; ¿le dais fe?" "Evidentemente, al que consideramos evangelista le damos fe". "Observad, entonces, las generaciones de Cristo según Mateo: Libro de las generaciones de Cristo, hijo de David, hijo de Abrahán. ¿Cómo es hijo de David; cómo lo es de Abrahán?" A no ser por la sucesión de linajes, no puede demostrarse. Se admite, en efecto, que cuando el Señor nació de la Virgen María, ni David ni Abrahán se hallaban en el mundo. "¿Cómo, pues, llamas tú a uno mismo hijo de David e hijo de Abrahán?" Es como decirle a Mateo: "Prueba lo que afirmas". Estoy a la espera de la genealogía de Cristo: Abrahán, dice, engendró a Isaac, Isaac a Jacob, Jacob a Judá y a sus hermanos, Judá engendró a Fares y a Zara, de Tamar; Fares a Esrom, Esrom a Arán, Arán a Aminadab, Aminadab a Naasón, Naasón a Salmón, Salmón a Booz, de Rahab; Booz a Obed, de Ruth; Obed a Jesé y Jesé al rey David.
Ahora ved cómo desde David se llega hasta Cristo, que es considerado hijo de Abrahán e hijo de David. David, dice, engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías; Salomón a Roboam, Roboam a Abías, Abías a Asa, Asa a Josafat, Josafat a Jorán, Jorán a Ozías, Ozías a Joatán, Joatán a Acaz, Acaz a Ezequías, Ezequías a Manasés, Manasés a Amón, Amón a Josías, Josías a Jeconías y sus hermanos en la transmigración a Babilonia. Después de la transmigración a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, Salatiel a Zorobabel, Zorobabel a Abiud, Abiud a Eliaquín, Eliaquín a Azor, Azor a Sadoc, Sadoc a Aquín, Aquín a Eliud, Eliud a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob, Jacob a José, el esposo de María, do la cual nació Jesús, el llamado Cristo. Así, pues, siguiendo el orden de sucesión de padres y progenitores, aparece ser Cristo hijo de David e hijo de Abrahán.
8. A esta narración fiel se le reprocha ante todo lo que a continuación dice Mateo: El total de generaciones desde Abrahán hasta David es de catorce; desde David hasta la transmigración a Babilonia, otras catorce, y desde la transmigración de Babilonia hasta Cristo, catorce también. Después, para contarnos cómo nació Cristo de la Virgen María, añade lo que sigue: La generación de Cristo fue de la siguiente manera. He aquí, pues, que mediante el orden de los ascendientes indicó por qué se dice que Jesús es hijo de David e hijo de Abrahán. Es, por consiguiente, el momento de narrar cómo nació y apareció en medio de los hombres. Continúa la narración por la cual no solamente creemos que nuestro Señor Jesucristo nació de Dios sempiterno, siendo coeterno al que le engendró antes de todos los tiempos, antes de cualquier criatura, él por quien fueron creadas todas las cosas, sino que nació también del Espíritu Santo y de la Virgen María, cosas ambas que profesamos. Recordáis y sabéis -estoy hablando a mis hermanos católicos- que ésta es nuestra fe, que esto profesamos y confesamos. Por esta fe han entregado su vida millares de mártires en todo el orbe de la tierra.
9. Quienes pretenden derogar la fe en los Libros Sagrados 12, quieren también mofarse de lo que sigue a continuación, como para mostrarnos que nuestra fe es temeraria: Desposada María su madre con José, antes de comenzar a vivir juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. José, su marido, como era justo, no queriendo delatarla, resolvió abandonarla en secreto. Sabiendo que no se hallaba en estado por obra de él, con cierta lógica la consideraba ya adúltera. Siendo justo, como dice la Escritura, y no queriendo delatarla, es decir, divulgarlo, pues también muchos códices traen esta palabra 13, resolvió abandonarla en secreto. Se turba ciertamente en cuanto marido, pero no se ensaña en cuanto justo. Tanta santidad se le atribuye a este varón, que ni quiso tener consigo a una adúltera, ni se atrevió a castigarla delatándola. Resolvió abandonarla en secreto, dice, pues ni quiso castigarla ni descubrirla. Ved, pues, su sincera santidad. El desear tenerla consigo no fue el motivo por el que quiso perdonarla. Hay muchos que por amor carnal perdonan a sus esposas adúlteras, y quieren retenerlas aun siendo adúlteras para satisfacer la concupiscencia carnal. Este varón justo no quiere tenerla consigo; luego su amor no es carnal. Y, sin embargo, no quiere castigarla; luego su perdón procede de la misericordia. ¡Gran justo es éste! Ni retiene a la adúltera, y el motivo del perdón no procede de un amor libidinoso; y, sin embargo, tampoco la castiga ni la delata. Con toda razón fue escogido para testigo de la virginidad de su esposa 14. Turbado por la debilidad humana, fue fortalecido por la autoridad divina.
10. Continúa diciendo el evangelista: Pensando él en todas estas cosas, se le apareció en sueños un ángel que le dijo: José, no temas recibir a María como esposa. Lo que en ella ha nacido es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. ¿Por qué Jesús? El, dijo, salvará a su pueblo de sus pecados. Ya se advierte que el Jesús de la lengua hebrea se traduce en latín por Salvador, como aparece en la misma explicación del nombre 15. Como si se preguntase: "¿Por qué Jesús?", inmediatamente añadió la explicación de la palabra: El salvará a su pueblo de todos sus pecados. Piadosamente creemos y firmemente retenemos que Cristo nació del Espíritu Santo y de la Virgen María.
11. ¿Qué dicen ellos? "Si encuentro, dicen, una falsedad, dejarás de creerlo todo". "Encuéntrala, veamos". "La hallo en el número de las generaciones". Ellos, con sus imputaciones, nos invitan y conducen a hablar de él. Si vivimos religiosamente, si creemos en Cristo, si no pretendemos volar del nido antes de tiempo, a esto nos conducen: al conocimiento de los misterios. Observe vuestra santidad la utilidad de los herejes, utilidad desde el punto de vista de Dios, que sabe usar bien de los malos. Por lo que respecta a ellos, se les retribuye de acuerdo con lo que ellos pretendieron, no según el bien que Dios saca de sus acciones. Por ejemplo, ¡cuánto bien no sacó de judas! Por la pasión del Señor fueron salvados todos los pueblos. Mas, para que el Señor sufriera, fue judas quien le entregó. Dios, a la vez que redime a los pueblos con la pasión de su Hijo, castiga a judas por su crimen.
Los misterios que se ocultan en aquel número nadie los discutiría, contentándose todos con la más simple fe, y por tanto nadie los encontraría, porque nadie los desentrañaría, si no fuera porque los impugnadores dan la llamada. Cuando los herejes presentan sus impugnaciones, los que son pequeños se turban; al turbarse, buscan; y su búsqueda es como los golpes de cabeza en los pechos de la madre, para que entreguen tanto cuanto es lo justo para el niño. Turbados, buscan; quienes, en cambio, han aprendido y conocen los misterios, porque los han escrutado y se los abrió Dios atendiendo a su llamada, éstos los desvelan a su vez a quienes están turbados. Y así acontece que los herejes, mientras con sus impugnaciones pretenden conducir al error, son de utilidad para encontrar la verdad, Si no tuviese adversarios mendaces, la verdad se buscaría con menor diligencia. Conviene, dice el Apóstol, que haya herejías. Y, como si le preguntáramos la causa, añadió en seguida: Para que se manifiesten los que entre vosotros son de probada virtud.
12. ¿Qué dicen, pues? Lo siguiente: Mateo, después de enumerar las generaciones, dice que desde Abrahán hasta David hay catorce, catorce desde David hasta la transmigración a Babilonia y otras tantas desde la transmigración hasta Cristo. Multiplica catorce por tres, y resultan cuarenta y dos. Si, en cambio, las cuentas una a una, resulta que sólo hay cuarenta y una. A partir de aquí, impugnan el texto y, burlándose, insultan a quienes le dan fe.
¿Qué significa el que se diga en el Evangelio que se trata de catorce veces tres, y, sin embargo, contándolas todas, se encuentra que no son cuarenta y dos, sino cuarenta y una? Sin duda, ahí se oculta un gran misterio. Nos alegra, y de ello damos gracias a Dios, el que, sirviendo de ocasión los impugnadores, hayamos encontrado algo que cuanto más oculto se hallaba para que lo buscásemos, tanto mayor deleite causará una vez descubierto 16.Como dijimos con anterioridad, vamos a presentaros un espectáculo para vuestra mente. Desde Abrahán hasta David hay catorce generaciones. Llegados aquí, se comienza a contar desde Salomón: David, en efecto, engendró a Salomón. Empieza, pues, la serie con Salomón y llega hasta Jeconías, en cuya vida tuvo lugar la transmigración a Babilonia. El número de generaciones de este grupo es también de catorce, contando a Salomón como cabeza de serie y contando también a Jeconías, con quien se cierra la serie misma; sólo contando así resulta el número de catorce. El tercer grupo, a su vez, comienza contando de nuevo a Jeconías.
13. Ponga atención vuestra santidad: se trata de algo misterioso y dulce. Os confieso que así es para mi corazón, y pienso que una vez que lo haya yo expuesto y vosotros gustado, diréis lo mismo. Prestad atención, pues. Desde Jeconías, con quien comienza la tercera serie, hasta el Señor Jesucristo, hay catorce generaciones. Jeconías, por tanto, es contado dos veces: como último de la otra serie y como primero de ésta. Preguntará alguien: "¿Por qué a Jeconías se le cuenta dos veces?" Nada sucedió antiguamente en el pueblo de Israel que no fuera figura de lo que iba a acontecer en el futuro 17. No sin razón, pues, a Jeconías se le cuenta dos veces.
Si entre dos campos existe un signo divisorio, sea un mojón o algún modo de cerca, quien se encuentra en la parte de acá mide hasta la misma cerca, y quien está en la otra parte mide también hasta la cerca, de modo que es contada dos veces como punto de partida. Hemos de explicar ahora por qué no se hizo lo mismo en el empalme entre la primera y la segunda serie, pues desde Abrahán hasta David contamos catorce generaciones, y después, comenzando con Salomón, es decir, sin repetir a David, otros catorce. Aquí se oculta un gran misterio. Ponga atención vuestra santidad.
La transmigración a Babilonia tuvo lugar cuando Jeconías fue constituido rey a la muerte de su padre. Entonces se le quitó el reino y fue proclamado rey otro en su lugar. Pero fue en vida de Jeconías cuando se realizó la transmigración a la gentilidad. No se indica culpa alguna en Jeconías para privarle del reino; al contrario, se proclaman abundantemente los pecados de aquellos que le sucedieron. La consecuencia es, pues, la cautividad; se emprende la marcha hacia Babilonia. No marchan solamente los malos; con ellos van también los santos. En aquel cautiverio estaba el profeta Ezequiel; allí estaba también Daniel; allí igualmente los tres niños que se hicieron célebres en medio de las llamas. Fueron todos, cumpliéndose la profecía del profeta jeremías.
14. Acordaos de Jeconías, quien, desechado sin culpa alguna, dejó de reinar allí y pasó a la gentilidad cuando la transmigración a Babilonia; ved en él una imagen anticipada de lo que iba a suceder con nuestro Señor Jesucristo. Los judíos no quisieron que nuestro Señor Jesucristo reinase sobre ellos, a pesar de que no encontraron en él culpa alguna. Lo rechazaron en su misma persona y en la de sus siervos, y así se efectuó el paso a la gentilidad, como en otro tiempo a Babilonia. También jeremías proclamaba que era el Señor quien mandaba marchar a Babilonia. Y a quienes decían al pueblo que no lo hiciese, él los denominaba falsos profetas, aunque se presentasen como profetas. Quienes leen la Escritura, recuérdenlo con nosotros; quienes no la leen, créannos. A quienes se negaban a ir a Babilonia, jeremías, en nombre de Dios, les amenazaba; a quienes fueran, en cambio, les prometía un descanso y una cierta felicidad, resultante de la plantación de viñas y huertos y de la abundancia de sus frutos. ¿En qué manera se efectuó en la realidad lo que anteriormente era figura, a saber, el paso del pueblo judío a la gentilidad? ¿De dónde procedían los Apóstoles? ¿No pertenecían acaso al pueblo judío? ¿De dónde procedía el mismo Pablo? Pues también yo, dice, soy israelita, de la raza de Abrahán, de la tribu de Benjamín. Fueron muchos los judíos que creyeron en el Señor. De entre ellos fueron elegidos los Apóstoles. De entre ellos procedían más de quinientos hermanos que merecieron ver al Señor después de la resurrección. Del mismo pueblo eran los ciento veinte que se hallaban en una casa cuando llegó el Espíritu Santo. Y una vez que los judíos rechazaron la palabra de la verdad, ¿qué les dice el Apóstol según el relato de los Hechos de los Apóstoles? Habíamos sido enviados a vosotros, les dice; pero, puesto que habéis rehusado la palabra de Dios, nos vamos a los gentiles. Hubo, pues, una transmigración a Babilonia acomodada a la economía propia del tiempo de la encarnación del Señor, economía que fue prenunciada ya en tiempos de jeremías. Pero ¿qué dice jeremías a los deportados en relación a estas Babilonias? En la paz de ellos estará vuestra paz. Israel, en la persona de Cristo y los Apóstoles, pasó a Babilonia, es decir, el Evangelio llegó a los gentiles. ¿Qué dice con tal ocasión el Apóstol, repitiendo en cierto modo las palabras dichas entonces por jeremías? Ruego que ante todo se hagan peticiones, oraciones, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y cuantos están constituidos en dignidad, para llevar una vida sosegada y tranquila con toda piedad y castidad. Aún no eran cristianos los reyes y ya oraba por ellos. Orando, pues, Israel en Babilonia fue escuchado. Fueron escuchadas las súplicas de la Iglesia: se hicieron cristianos. Veis que se cumple lo que se dijo en sentido figurado: En la paz de ellos estará vuestra paz. Aceptaron la paz de Cristo y cesaron de perseguir a los cristianos, de modo que con la seguridad que daba la paz se edificaban iglesias, se plantaban pueblos en la labranza de Dios y todos ellos daban frutos de fe, de esperanza y de la caridad que reside en Cristo.
15. En aquel tiempo, pues, tuvo lugar la transmigración a Babilonia a través de Jeconías, a quien le fue permitido reinar sobre el pueblo de los judíos, constituyéndose así en imagen de Cristo, a quien tampoco quisieron los judíos por rey suyo. Israel pasó a la gentilidad, es decir, los predicadores del Evangelio pasaron a los pueblos gentiles. ¿Por qué, pues, te admiras de que Jeconías sea contado dos veces? Si él era figura de Cristo en su paso de los judíos a la gentilidad, pon tú atención a lo que Cristo es entre gentiles y judíos. ¿No es acaso él la piedra angular? Considera que el ángulo es a la vez el final de una pared y el comienzo de otra. Una pared la mides hasta la piedra angular, y a partir de ella mides la otra. La piedra que une ambas paredes es contada dos veces. Jeconías, pues, siendo imagen o figura del Señor, le representaba en cuanto piedra angular. Del mismo modo que a Jeconías no se le permitió reinar sobre los judíos y acto seguido tuvo lugar la transmigración a Babilonia, así también Cristo, la piedra que rechazaron los constructores fue constituida cabeza de ángulo, para que el Evangelio pasara a la gentilidad. No vaciles, pues, en contar dos veces la cabeza del ángulo, y te saldrá exactamente el número escrito; es decir, de esta forma hay tres grupos de catorce cada uno, y, sin embargo, sumadas todas, no resultan cuarenta y dos generaciones, sino cuarenta y una. Pues como en una serie de piedras colocadas en línea recta se cuentan todas una a una, del mismo modo, cuando se tuerce la serie en manera que forme ángulo, la piedra que lo forma se cuenta oportunamente dos veces porque pertenece tanto a la serie que en ella encuentra su fin como a la que de ella toma inicio. Lo mismo acontece en la serie de generaciones: mientras se circunscribe al pueblo aquél, se mantienen con el número de catorce, sin hacer ángulo; pero cuando la serie se tuerce para la transmigración a Babilonia, puede decirse que con Jeconías se forma el ángulo, de modo que resulta conveniente contarle dos veces como figura de aquella otra piedra angular digna de veneración, Cristo.
16. Tienen otra impugnación que hacer. Las generaciones, dicen, se cuentan por la línea de José y no por la de María. Ponga vuestra santidad un poco de atención. Opinan ellos que no debió hacerse por la línea de José. ¿Por qué no? ¿Acaso no era José el marido de María? No lo era, dicen. ¿Quién lo dice? La Escritura, sobre la palabra del ángel, dice que era su marido. No temas, le dice, recibir a María como esposa. Lo que en ella ha nacido es del Espíritu Santo. A él se le ordena también que le imponga el nombre, aunque no había nacido de germen suyo. Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Que Jesús no nació de su germen es lo que pretende indicar la Escritura cuando con premura añade cuál era el origen del embarazo diciendo: Es del Espíritu Santo. Con todo, no se le quita la autoridad paterna, pues se le manda que ponga nombre al niño. Finalmente, también la Virgen María, que bien sabía que no había concebido a Cristo de la unión íntima con él, le llama, sin embargo, padre de Cristo.
17. Ved de qué manera. Cuando el Señor tenía doce años -en cuanto hombre se entiende, pues en cuanto Dios es anterior y exterior al tiempo-, separándose de ellos, se quedó en el templo, y discutía con los ancianos, quienes se admiraban de su doctrina. Ellos, los padres, al regresar de Jerusalén, lo buscaron en la caravana, es decir, en medio de aquellos con quienes caminaban; al no encontrarlo, llenos de preocupación, volvieron a Jerusalén, donde le hallaron discutiendo en el templo con los ancianos. Todo ello cuando tenía sólo doce años, como dije. ¿Por qué extrañarse de ello? El Verbo de Dios nunca calla, aunque no siempre se le escuche 18.Es hallado en el templo; su madre le dice: ¿Por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo con dolor te estábamos buscando. Y él responde: ¿No sabíais que conviene que yo me ocupe de las cosas de mi Padre? Esto lo dijo porque, como Hijo de Dios, estaba en el templo de Dios. Aquel templo, en efecto, no era de José, sino de Dios. "He aquí, dirá alguien, que admitió no ser hijo de José". Poned atención y tened un poco más de paciencia, hermanos, considerando que escasea el tiempo y ha de bastar para concluir el sermón. Cuando le dijo María: Tu padre y yo con dolor te estábamos buscando, él contestó: ¿No sabíais que conviene que yo me ocupe de las cosas de mi Padre? Aunque era hijo de ellos, no quería serlo en forma que excluyese el ser Hijo de Dios. Hijo de Dios, en efecto; Hijo de Dios desde siempre, el que los creó a ellos. Hijo del hombre, en cambio, en el tiempo, nacido de una virgen sin semen marital; a uno y otro, sin embargo, tenía como padres. ¿Cómo lo probamos? Ya lo dijo María: Tu padre y yo con dolor te estábamos buscando.
18. Ante todo, hermanos, no hay que pasar por alto, pensando en la instrucción de las mujeres, nuestras hermanas, la santa modestia de la Virgen María. Había dado a luz a Cristo; un ángel se había acercado a ella y le había comunicado: He aquí que concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús. Será grande y recibirá el sobrenombre de Hijo del Altísimo. Aunque había merecido alumbrar al Hijo del Altísimo, era muy humilde; ni siquiera se antepuso al marido en el modo de hablar. No dice: "Yo y tu padre", sino: Tu padre y yo. No tuvo en cuenta la dignidad de su seno, sino la jerarquía conyugal 19. Nunca Cristo humilde hubiese enseñado a su madre a ensoberbecerse. Tu padre y yo con dolor te estábamos buscando. Tu padre, dijo, y yo, porque la cabeza de la mujer es el varón. ¡Cuánto menos deben envanecerse las demás mujeres! Si a María se la llama mujer, no se debe a que perdiera su virginidad, sino por un modo de hablar propio de su pueblo 20. También el Apóstol dice sobre el Señor Jesucristo: Nacido de mujer. Pero esto en ningún modo altera lo establecido en el símbolo de nuestra fe, según la cual confesamos que nació del Espíritu Santo y de la Virgen María. Ella concibió siendo virgen, siendo virgen dio a luz y permaneció siendo virgen. Pero los judíos llamaron mujeres a todas las hembras, en conformidad con la lengua hebrea. Escucha un ejemplo clarísimo. La Escritura, al decir: La hizo mujer, denomina así, es decir, mujer, a la primera hembra que Dios formó, extrayéndola del costado del varón, aun antes de yacer con varón, pues esto aconteció después de la salida del paraíso, según el testimonio de la misma Escritura.
19. La respuesta del Señor Jesucristo: Convenía que yo me ocupara de las cosas de mi Padre, no indica que la paternidad de Dios excluya la de José. ¿Cómo lo probamos? Por el testimonio de la Escritura, que dice textualmente: Y les dijo: ¿No sabíais que conviene que yo me ocupe de las cosas de mi Padre? Ellos, sin embargo, no comprendieron de qué les estaba hablando. Y, bajando con ellos, vino a Nazaret y les estaba sometido. No dijo: "Estaba sometido a su madre", o: "Le estaba sometido", sino: Les estaba sometido. ¿A quiénes estaba sometido? ¿No era a los padres? Uno y otro eran padres, a los cuales él estaba sometido, del mismo modo que se había dignado ser Hijo del hombre. Poco ha recibían las mujeres ejemplos de cómo comportarse; recíbanlos ahora los niños, en modo que obedezcan a sus padres y les estén sometidos. ¡Cristo, a quien el mundo está sometido, está sometido a sus padres!
20. Veis, pues, hermanos, que al decir: Conviene que yo me ocupe de las cosas de mi Padre, no quiso que se sobrentendiese: "Vosotros no sois mis padres". Pero ellos eran padres en el tiempo; Dios lo era desde la eternidad. Ellos eran padres del Hijo del hombre, el Padre lo era de su Verbo y Sabiduría, era Padre de su Poder, por quien hizo todas las cosas. Si por la Sabiduría, que llega de un confín a otro con fortaleza y lo dispone todo con suavidad, tienen ser todas las cosas, por el Hijo han sido formados hasta aquellos a quienes luego él mismo, en cuanto hijo de hombre, iba a estar sometido. El Apóstol dice que él es hijo de David: Que le fue hecho, dice, del linaje de David, según la carne. Esta cuestión, solucionada por el Apóstol con estas palabras, se la propuso el Señor a los judíos. Al decir el Apóstol: Que le fue hecho del linaje de David, añadió: según la carne, para dar a entender que según la divinidad no era hijo de David, sino Hijo de Dios, Señor de David. Encareciendo la estirpe de los judíos, dice también el Apóstol en otro lugar: Suyos son los patriarcas de quienes nació Cristo según carne, el cual es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos. En cuanto según la carne, es hijo de David; en cuanto sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos, es Señor de David. El Señor pregunta a los judíos: ¿D'e quién decís que es hijo el Cristo? Le respondieron: De David. Esto lo sabían porque lo deducían fácilmente de la predicación de los profetas. Ciertamente él era de la estirpe de David, pero según la carne, trámite la Virgen María, esposa de José. Habiéndole respondido ellos que el Cristo era hijo de David, les pregunta de nuevo: ¿Cómo, pues, David en espíritu le llama Señor al decir: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies"? Si, pues, David en espíritu le llama Señor, ¿cómo es hijo suyo? Y los judíos no supieron responder. Así lo narra el Evangelio. No negó que él era hijo de David; pero en modo tal que no ignorasen que era también el Señor de David. Ellos, en efecto, veían en la persona de Cristo sólo que fue hecho en el tiempo, sin entender que existía desde la eternidad. Por lo cual, queriendo mostrarles su divinidad, les formula la pregunta respecto a su humanidad, como si dijera: "Sabéis que el Cristo es hijo de David; decidme, ¿cómo es también su Señor?" Para que ellos no dijeran: "No es Señor de David", les puso al mismo David por testigo. ¿Y qué dice? Simplemente la verdad. En el libro de los Salmos aparece el Señor diciendo a David: Pondré sobre tu trono al fruto de tus entrañas. He aquí al hijo de David. ¿Cómo es también Señor de David quien es su hijo? Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha. ¿Os admiráis de que David tuviera por Señor a su hijo, cuando estáis viendo que María dio a luz a su Señor? Es Señor de David en cuanto Dios, es Señor de David en cuanto lo es de todos; es hijo de David en cuarto hijo de hombre. La misma persona es Señor y es hijo. Es Señor de David El que, existiendo en forma de siervo, no consideró objeto de rapiña ser igual a Dios; en cambio, es hijo de David porque se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo.
21. En consecuencia, no se ha de decir que José no fue padre porque no yació con la madre del Señor, como si fuera la libido la que hace a una mujer esposa y no el amor conyugal. Esté atenta vuestra caridad. A la vuelta de algún tiempo había de decir el Apóstol de Cristo en la Iglesia: Por lo demás, quienes tienen mujeres vivan como si no las tuvieran. Conocemos a muchos hermanos nuestros quienes, como fruto de la gracia, se contienen por mutuo acuerdo, en el nombre de Cristo, de la concupiscencia carnal, aunque sin renunciar al recíproco amor conyugal. Cuanto más se reprime aquélla, tanto más se fortalece éste. ¿No son acaso cónyuges quienes así viven, sin buscar el uno en el otro el fruto de la carne y sin exigirse mutuamente el débito de la concupiscencia corporal? Con todo, ella, la mujer, está sometida al varón, porque así es de razón, y lo está tanto más cuanto es más casta. El también ama de verdad a su mujer en honor y santidad, como está escrito, en cuanto coheredera en la gracia, , del mismo modo que Cristo amó a su Iglesia. Luego si existe unión, si existe matrimonio, si no deja de serlo por el hecho de que no se realiza aquello que, aunque ilícitamente, puede efectuarse aun con quien no es cónyuge, ¡ojalá fuesen capaces todos de esta continencia! Pero hay muchos para quienes no es posible. Mas por esto no desunan a quienes pueden y, en consecuencia, dado que no se unen carnalmente aunque haya unión de corazones, no nieguen que él es marido o que ella es esposa.
22. Colegid de aquí, hermanos míos, qué pensaba la Escritura de aquellos antepasados nuestros que estaban casados con la sola finalidad de buscarse descendencia de sus mujeres. Tan casto era, en efecto, el trato que tenían con ellas, que, en conformidad con la época y las costumbres de su pueblo, tenían muchas mujeres, pero de tal manera que sólo tenían acceso a ellas por el motivo de la procreación. Esto era poseerlas con honor. Por lo demás, quien apetece la carne de su mujer más allá de lo que establece el límite, es decir, la finalidad de procrear hijos, actúa contra las mismas tablas 21 en virtud de las cuales la tomó por esposa. Se leen en voz alta las tablas, se leen en presencia de los testigos, y se lee: para la procreación de hijos, y reciben el nombre de tablas matrimoniales. Si a las mujeres no se las entrega con esa finalidad, y con esa finalidad se las recibe como esposas, ¿quién en su sano juicio entrega una hija suya para satisfacer la lujuria ajena? Para que los padres no se avergüencen de ello, cuando entregan a sus hijas se leen en público las tablas: para que sean suegros y no alcahuetes. ¿Qué es lo que se lee en las tablas? Con la finalidad de procrear hijos. La frente del padre se desarruga y se tranquiliza una vez oído lo escrito en las tablas. Veamos ahora la frente del que la toma por esposa. Avergüéncese el marido de recibirla para otra cosa si el padre se avergüenza de darla para otro fin. Mas si no pueden abstenerse, como hemos dicho ya en alguna ocasión 22, pidan el débito, pero sólo a quienes les son deudores. Varón y mujer alivien mutuamente su debilidad. No vaya él a otra, ni ella a otro. Esto sería adulterio, que trae su nombre de ad alterum, a otro 23. Y si traspasan los límites del pacto matrimonial, al menos no traspasan los del lecho conyugal. ¿Acaso no es pecado ir más allá de lo que exige la necesidad de procrear hijos cuando se exige el débito al cónyuge? Aunque venial, es ciertamente pecado. Lo dice el Apóstol: Esto lo digo condescendiendo. Y hablando sobre esto, escribe: No os defraudéis el uno al otro, a no ser de común acuerdo por algún tiempo, para daros a la oración; mas luego volved a la mismo, para que no os tiente Satanás por vuestra incontinencia. ¿Qué significa esto? Que no os impongáis cargas superiores a las que podéis soportar, no sea que, absteniéndoos el uno del otro, caigáis en adulterio. No os tiente Satanás por vuestra incontinencia. Y para que no pareciese que ordenaba lo que sólo permitía-una cosa es ordenar al que puede, y otra permitir al débil-, añadió a continuación: Esto lo digo condescendiendo, no mandando. Pues desearía que todos los hombres fueran como yo. Como si dijera: "No ordeno que lo hagáis, pero os excuso si lo hacéis".
23. Prestadme ahora, hermanos míos, atención. Quienes tienen sus esposas con la finalidad de procrear hijos son grandes hombres. Tales fueron los patriarcas, como leemos y encontramos en infinidad de documentos, proclamándolo sin duda alguna las páginas sagradas. Si esos hombres tenían a sus mujeres solamente con la finalidad de procrear hijos, ¿no habrían recibido con gozo inefable tan gran beneficio si se les hubiera concedido el poder tenerlos sin la unión carnal? 24¿No recibirían a los hijos con gran alegría? Dos son las operaciones de la carne necesarias al género humano; dos actividades a las que los varones discretos y santos se acomodan por obligación, y los imprudentes se lanzan por sensualidad. Una cosa es abajarse a algo por necesidad y otra es caer por sensualidad. ¿Cuáles son estas dos cosas necesarias para el género humano? En nosotros, lo primero es lo que se refiere a la alimentación, es decir, el comer y el beber-cosas que ciertamente no se pueden hacer sin algún deleite carnal; sin la alimentación, morirías-. Gracias a este sustento que procuran el comer y el beber, en la forma adecuada a su naturaleza, se mantiene en pie el género humano. Mas este sustento mantiene a los hombres en particular; a la sucesión no proveen comiendo y bebiendo, sino tomando mujer. El género humano se mantiene, en primer lugar, si viven los hombres; pero puesto que, por grande que sea la atención prestada al cuerpo, no pueden vivir indefinidamente, debe tomarse la precaución de que nazcan quienes sucedan a los que mueren 25. Porque, según está escrito, el género humano se asemeja a las hojas de un árbol, pero un árbol de hoja perenne como el olivo o el laurel, o cualquier otro que siempre está con fronda, si bien no son siempre las mismas hojas. Como dice la Escritura, produce unas y deja caer otras, y siempre está vestido de ellas. De igual manera, el género humano no hecha de menos las defecciones de cada día, porque las suplen los que nacen. De este modo se mantiene en su totalidad la especie humana en la forma adecuada a su manera de ser; y del mismo modo que siempre se ven hojas en los árboles, así a la tierra se la ve siempre llena de hombres. Si solamente murieran y no nacieran otros, la tierra se desnudaría de hombres, al igual que ciertos árboles de todas sus hojas.
24. Así, pues, para que el género humano subsista son necesarios los dos apoyos de que se ha hablado lo suficiente. A uno y a otro, el que es prudente, sabio y cristiano, se acomoda por deber, sin caer en la sensualidad. Por lo que se refiere al comer y al beber, ¡cuántos no son los que se lanzan a ello llenos de voracidad, poniendo allí toda el alma, como si consistiera en ello la razón de su vivir! Aunque se come para vivir, ellos piensan que viven para comer. Cualquier sabio, y sobre todo la Sagrada Escritura, reprenderá a estos comilones, borrachos y glotones cuyo Dios es su vientre. No es la necesidad de reponer fuerzas lo que los conduce a la mesa, sino la concupiscencia de la carne. Así vienen a caer en la comida y en la bebida. Aquellos, por el contrario, que lo aceptan por el deber de seguir viviendo, no viven para comer, sino que comen para vivir. En consecuencia, si a estos hombres prudentes y llenos de templanza se les ofreciese el que pudiesen vivir sin alimento y bebida, ¡cuán gozosos abrazarían este beneficio de no verse obligados a descender a donde no acostubraron a caer! Estarían siempre pendientes del Señor, y ni siquiera la necesidad de reparar el desgaste corporal apartaría sus pensamientos de él. ¿Cómo creéis que recibió el santo Elías el vaso de agua y la torta de pan con que se sustentaría durante cuarenta días? Ciertamente con gran alegría, puesto que él comía y bebía por la necesidad de vivir, no por servidumbre a la concupiscencia. Prueba tú a otorgar, si te es posible, este favor a un hombre que, como animal ante el pesebre, pone toda su dicha y felicidad en banquetear. Odiará tu beneficio, lo alejará de sí, considerándolo un castigo. Lo mismo acontece en la vida conyugal. Los hombres sensuales no buscan a sus esposas para otra cosa, y por ello apenas tienen suficiente con las suyas. Si es que no pueden o no quieren eliminar la concupiscencia, ¡ojalá no le permitan que avance más allá de lo que prescribe el débito conyugal, incluido lo que se tolera a la debilidad! 26.Si a tal hombre le preguntaras: "¿Por qué o para qué te casas?", probablemente te respondería ruborizado: "Para tener hijos". Pero si le dijera alguien, a quien hubiera de dar crédito sin duda alguna: "Dios tiene poder para darte y te dará ciertamente hijos, aun sin realizar eso con tu esposa", en aquel mismo momento llegaría a la conclusión y confesaría que no buscaba a la esposa por la razón de los hijos. Reconozca, pues, su debilidad y tome a la mujer para lo que pretextaba recibirla.
25. Esta era la manera como aquellos santos antiguos, santos hombres de Dios, buscaban los hijos y como querían recibirlos. Con esta única finalidad se unían con sus mujeres; para esto cohabitaban con ellas: para procrear hijos. Por esta razón se les permitió tener muchas. Pues si fuera la concupiscencia inmoderada lo que agrada a Dios, en aquella época hubiera permitido también que una mujer tuviese varios varones, del mismo modo que un varón varias mujeres. ¿Por qué todas aquellas castas mujeres no tenían más que un varón, y un varón, en cambio, tenía muchas mujeres? ¿Por qué sino porque el que un varón tenga muchas mujeres contribuye a aumentar la prole, mientras que una mujer, aunque tenga muchos maridos, no puede engendrar más hijos? Por tanto, hermanos, si nuestros padres no se unían y cohabitaban con sus mujeres por otro motivo distinto de la procreación de los hijos, hubiera sido para ellos una gran satisfacción si hubiesen podido tener hijos sin necesidad de la obra carnal, a la cual descendían por el deber de engendrarlos, no porque la concupiscencia los arrastrase. ¿No era padre José porque había recibido un hijo sin la concupiscencia carnal? No quiera Dios que lo piense la castidad cristiana, cuando ni siquiera la judía lo pensaba. Amad a vuestras esposas, pero amadlas castamente. Pedid la obra carnal sólo en la medida necesaria para engendrar hijos. Y puesto que éstos no podéis tenerlos de otra manera, cuando tengáis que hacerlo, hacedlo con pena 27.En efecto, es una pena que trae su origen de aquel Adán de quien todos procedemos. ¡Que nuestra pena no sea un motivo de orgullo! Es la pena proveniente de aquel que recibió como recompensa el engendrar para la muerte, puesto que por su pecado se hizo mortal. Dios no abolió la pena para que el hombre recuerde desde dónde y a dónde se le llama, y busque aquel abrazo en que no puede haber mancha alguna,
26. Convenía, pues, que en aquel pueblo fuese abundante la propagación hasta los tiempos de Cristo, pues en la prole numerosa se hallaban prefigurados todos los documentos en que iba a anunciarse la Iglesia. Por este motivo, aquellos varones tenían el deber de tomar varias mujeres para que creciese el pueblo, figura de la Iglesia. Pero una vez nacido el Rey mismo de todos los pueblos, comenzó a ser honrada la virginidad a partir de la Madre del Señor, que mereció tener un hijo sin perder la integridad. Puesto que aquél era un verdadero matrimonio, matrimonio que no comportó pérdida de la integridad, ¿por qué, del mismo modo, no iba a recibir el marido, sin perder su integridad, lo que había concebido su esposa de la misma manera? Como no perdió su integridad aquella esposa, así tampoco aquel marido. Y como ella era madre e íntegra, así también él era padre íntegro. Quien dice: "No debió llamársele padre, porque no engendró al hijo como los demás", en la procreación de los hijos busca satisfacer la concupiscencia, no el afecto de la caridad. Mejor realizaba él en su corazón lo que otro deseaba realizar en la carne. Pues también quienes adoptan hijos engendran castamente en su corazón a los que no pueden en la carne. Considerad, hermanos, considerad los derechos de la adopción; ved cómo un hombre se hace hijo de aquel de cuya sangre no nació, de modo que prevalece la voluntad del adoptante sobre la naturaleza de quien le engendró 28. En consecuencia, José no sólo debe ser considerado como padre, sino más que ninguno. Porque también de mujeres no esposas tienen los hombres hijos, denominados hijos naturales, a los cuales se anteponen los hijos del matrimonio 29.Por lo que se refiere a la obra de la carne, nacieron de idéntica manera; ¿por qué, pues, los últimos se anteponen a los primeros, sino porque es más casto el amor de la esposa de la cual nacen los legítimos? Allí no se mira la unión de la carne, que es igual en una y otra mujer. ¿Dónde está la supremacía de la esposa sino en el afecto de su fidelidad, en el afecto de su matrimonio, en el afecto de una caridad más sincera y más casta? Si, pues, alguno pudiera recibir hijos de su esposa sin cohabitar con ella, ¿no debía recibirlos con tanta mayor alegría cuanto más casta es aquella por la que siente mayor amor?
27. Delo dicho podéis ver cómo un hombre puede tener no ya dos hijos, sino hasta dos padres. Nombrado el término adopción, ya podéis comprender la posibilidad. Se dice: "Un hombre puede tener dos hijos, pero no dos padres". Pero se da el caso de que puede tener también dos padres: uno que le engendró con su sangre y otro que le adoptó con amor. Si, pues, dos hombres pueden ser padres de una persona, pudo también José tener dos padres: uno que lo engendró, otro que lo adoptó. Si ello fue posible, ¿por qué alzan sus acusaciones quienes dicen que las generaciones son distintas en Lucas y en Mateo? Efectivamente, encontramos que cada uno siguió una línea. Mateo dice que el padre de José era Jacob, y Lucas, que era Helí. Podría pensarse que un único hombre, de quien era hijo José, tuviese dos nombres. Pero como los abuelos, bisabuelos y restantes progenitores que nombran son diversos, y dentro de la misma serie uno enumera más, otro menos, resulta evidente que José tuvo dos padres. Queda rebatida ya la acusación, puesto que razones evidentes muestran que existe la posibilidad de tener dos padres: uno el que engendra y otro el que adopta. Admitidos los dos padres, no es de extrañar que los abuelos, bisabuelos y demás ascendientes sean distintos, según que se nombre a los de un padre o a los de otro.
28. No penséis que el derecho de adopción es algo extraño a nuestras Escrituras ni que, por el hecho de ser contemplado en las leyes humanas, no puede estar en armonía con la autoridad de los libros divinos. Es un hecho antiguo, conocido hasta en los textos eclesiásticos, que la filiación procede no sólo de la sangre, sino también de un deseo de la voluntad. También las mujeres adoptaban como hijos suyos, aunque no los hubiesen alumbrado ellas, a los nacidos de sus esclavas por obra de sus maridos; más aún, las hubo que mandaban a sus maridos que les engendrasen hijos de ellas; así Sara, o Raquel, o Lía. Al hacer esto, los maridos no cometían adulterio, porque obedecían a sus mujeres en lo referente al débito conyugal, en conformidad a aquello que dice el Apóstol: La mujer no es dueña de su propio cuerpo, sino el marido; del mismo modo el marido no lo es del suyo, sino la mujer. También Moisés, nacido de madre hebrea y abandonado por ella, fue adoptado por la hija del Faraón. No existían ciertamente las fórmulas del derecho que existen ahora 30, pero se consideraba con valor de ley el arbitrio de la voluntad, como dice también el Apóstol en otro lugar: Los gentiles que no tienen la ley, cumplen naturalmente los preceptos de la ley. Si a las mujeres estaba permitido aceptar como hijos a los que ellas no habían dado a luz, ¿por qué no iba a estar para los varones el aceptar a los que no habían engendrado de su sangre, sino por el afecto de la adopción? También leemos que el patriarca Jacob, padre de tantos hijos, aceptó como hijos suyos a sus nietos, los hijos de José, con estas palabras: Estos dos serán hijos míos, y recibirán la tierra junto con sus hermanos; los que engendres en adelante los retendrás para ti. Tal vez pueda decirse que no se halla en la Escritura el nombre mismo de adopción, como si importara algo el nombre con que una cosa es denominada cuando en realidad existe: que una mujer tenga como hijo a quien no ha alumbrado, o un hombre a quien no engendró de su sangre. No me opongo a que se evite el término adoptado referido a José, con tal de que se me conceda que él pudo ser también hijo de quien no era su padre carnal. Y ello, aunque el apóstol Pablo use con frecuencia el nombre de adopción, pensando en un gran misterio. En efecto, aunque la Escritura atestigua que nuestro Señor Jesucristo es Hijo único de Dios, él se dignó tener hermanos y coherederos, lo cual tiene lugar, dice Pablo, por una cierta adopción de la gracia divina. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, afirma, envió Dios a su Hijo nacido de mujer, nacido bajo la ley, para redimir a quienes estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la filiación adoptiva. Y en otro lugar: También nosotros gemimos dentro de nosotros mismos esperando la adopción, es decir, la redención de nuestro cuerpo. Otra vez, al decir refiriéndose a los judíos: Deseaba ser anatema de parte de Cristo por mis hermanos, parientes míos según la carne , los israelitas, de quienes es la adopción y la gloria y la alianza y la legislación; a quienes pertenecen los patriarcas, y de quienes procede Cristo, quien es sobre todas las cosas Dios bendito por los siglos. Textos todos en que manifiesta que en el pueblo judío era cosa antigua el nombre de adopción, o al menos su contenido, como la alianza y la legislación que cita juntas.
29. A esto se añade que existía entre los judíos otro modo propio por el que alguien se hacía hijo de aquel de quien no había nacido según la carne. Los parientes, en efecto, tomaban por esposas a las mujeres de sus parientes que murieron sin hijos para darles sucesión. De esta forma, quien nacía era hijo a la vez de aquel de quien nacía y de aquel para suceder al cual nacía. Todo esto lo he dicho para que nadie, pensando que no podía darse el que con motivo se asignasen dos padres a un hombre, con sacrílega calumnia considere que ha de acusarse de mentiroso a cualquiera de los evangelistas que narraron las genealogías del Señor. Sobre todo teniendo en cuenta que sus mismas palabras ya nos ponen sobre aviso. Mateo, en efecto, quien al parecer consigna el padre por quien fue engendrado José, menciona las generaciones de esta forma: Tal engendró a tal, para poder llegar a lo que dice como conclusión: Jacob engendró a José. Lucas, en cambio, puesto que no se dice con propiedad que ha sido engendrado quien se convierte en hijo, bien por adopción, o bien porque nace para dar sucesión a un muerto de aquella que fue su mujer; Lucas, repito, no dijo: "Helí engendró a José", o "José a quien engendró Helí", sino: que fue hijo de Helí, sea por adopción, sea por haber nacido engendrado por un pariente para dar sucesión a un muerto.
30. Por qué las generaciones se cuentan por la línea de José y no por la de María, no debe ser motivo de preocupación. De todo ello ya se ha hablado bastante. Del mismo modo que ella fue madre sin concupiscencia carnal, así también él fue padre sin unión carnal. Por él pueden descender o subir las generaciones. No lo separemos porque le faltó la concupiscencia carnal. Su mayor pureza reafirme su paternidad, no sea que la misma Santa María nos lo reproche. Ella no quiso anteponer su nombre al del marido, sino que dijo: Tu padre y yo con dolor te estábamos buscando. No hagan, pues, los perversos murmuradores lo que no hizo la casta esposa. Computemos, pues, por la línea de José, porque como es marido casto, así es igualmente casto padre. Pero antepongamos el varón a la mujer según el orden de la naturaleza y de la ley de Dios 31.Si apartándole a él ponemos a María en su lugar, dirá, y con razón: "Por qué me habéis separado. ¿Por qué no suben por mí o por mí bajan las generaciones?" ¿Acaso ha de respondérsele: "Porque tú no le engendraste con la obra de tu carne"? Pero él replicará: "¿Acaso ella le dio a luz por obra de la carne? " La acción del Espíritu Santo recayó sobre los dos. Siendo, dice, un hombre justo. Justo era el varón, justa la mujer. El Espíritu Santo, que reposaba en la justicia de ambos, a ambos les dio el hijo. Pero en el sexo al que correspondía dar a luz obró lo que al nacer sería también para el marido. Así, pues, el ángel ordena a los dos que impongan el nombre al niño, con lo que se manifiesta que ambos tienen autoridad paterna. Pues estando todavía mudo Zacarías, la madre impuso el nombre al hijo que le había nacido. Y cuando los allí presentes preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamase, tomando las tablillas, escribió lo mismo que ella había dicho. Se dice también a María: He aquí que vas a concebir un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Y a José: José, hijo de David, no tenias recibir a María como tu esposa, porque lo que en ella ha nacido es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús: él salvará a su pueblo de todos sus pecados. Se afirma también: Y le dio a luz un hijo, con lo que se le reconoce como padre, no por obra de la carne, sino por la del amor. Así es como él es padre. Con suma cautela y prudencia, pues, cuentan los evangelistas las generaciones por su línea, tanto Mateo, descendiendo desde Abrahán hasta Cristo, como Lucas, ascendiendo desde Cristo hasta Dios, pasando por Abrahán. Uno las cuenta en línea descendente, otro en línea ascendente, pero ambos por medio de José. ¿Por qué? Porque era padre. ¿Cómo es que era padre? Porque su paternidad era tanto más auténtica cuanto más casta. Ciertamente era considerado como padre de nuestro Señor Jesucristo, pero de otra manera, es decir, como los demás padres que engendran en la carne y reciben hijos por cauce distinto al solo afecto espiritual. Pues dice Lucas también: Se le creía padre de Jesús. ¿Por qué se le creía tal? Porque la opinión y juicio de los hombres se deja llevar de lo que suele suceder entre los hombres. Pero el Señor no nació de la sangre de José, aunque así se pensase; sin embargo, a la piedad y caridad de José le nació de la Virgen María un hijo, Hijo a la vez de Dios.
31. Mas ¿por qué aquél sigue la línea descendente y éste la ascendente? Os suplico que escuchéis esto con toda atención, en la medida en que Dios os lo conceda, una vez que vuestra mente está ya tranquila y libre de las molestias que proceden de las calumnias llenas de astucia. Mateo sigue la línea descendente, para significar a nuestro Señor Jesucristo que descendió para llevar nuestros pecados, en modo que todos los pueblos fueran bendecidos en la descendencia de Abrahán. Por esto no empieza por Adán, de quien trae su origen el género humano, ni tampoco por Noé, de cuya familia procede toda la humanidad posterior al diluvio. Ni siquiera para que se cumpliera la profecía podía proclamarse que el hombre Cristo Jesús procedía de Adán, de quien traen su origen todos los hombres, ni de Noé, padre segundo de toda la humanidad; debía hacerse desde Abrahán, quien entonces fue elegido para que en su linaje fueran bendecidos todos los pueblos, cuando ya la tierra estaba poblada de hombres. Lucas, en cambio, sigue la línea ascendente y comienza a contar las generaciones no desde el momento del nacimiento del Señor, sino a partir de la narración de su bautismo por Juan. Como en su encarnación recibe el Señor los pecados del género humano para llevarlos sobre sí, en el bautismo lo hace para borrarlos. De este modo, Mateo, al enumerar las generaciones, sigue la línea descendente para significar al que bajó para llevar sobre sí los pecados; Lucas, en cambio, la ascendente, para significar la purificación de los pecados, no de los suyos ciertamente, sino de los nuestros. Pero Mateo desciende por Salomón, con cuya madre había pecado David; Lucas asciende por Natán, otro hijo de David 32, por quien fue purificado de su culpa. Leemos, en efecto, que Natán fue enviado a él para reprenderle y sanarle mediante la penitencia. Uno y otro evangelista se encuentran en David: aquél, en su descenso; éste, en su ascenso; y desde allí hasta Abrahán, o desde Abrahán hasta David, ya no existen diferencias en ninguna generación. De esta forma, Cristo, hijo de David e hijo también de Abrahán, llega hasta Dios, a quien es conveniente que nosotros retornemos renovados por la abolición de los pecados efectuada en el bautismo.
32. En la enumeración de las generaciones hecha por Mateo llama la atención el número cuarenta. Es costumbre de la Escritura divina no considerar en algunas ocasiones lo que sobrepasa de ciertos números. Por ejemplo, se dice que el pueblo de Israel salió de Egipto después de cuatrocientos años, cuando en realidad son cuatrocientos treinta. De idéntica manera, si una generación excede el número de cuarenta años, no por eso pierde tal número su preeminencia. Significa la vida fatigosa de esta tierra, mientras dura nuestra peregrinación lejos del Señor, en la cual es necesaria temporalmente la predicación de la verdad. El número diez, en efecto, que significa la plenitud de la felicidad, multiplicado por cuatro, por ser cuatro las estaciones del año y cuatro también las partes del mundo, da el número cuarenta. Por esto mismo ayunaron durante cuarenta días Moisés, Elías y el mismo Mediador, nuestro Señor Jesucristo, es decir, porque durante este período de tiempo es necesario abstenerse de los placeres corporales. Cuarenta años duró la peregrinación del pueblo por el desierto y cuarenta días duró el diluvio. Durante otros tantos días convivió el Señor con sus discípulos después de la resurrección para convencerles de la verdad de la resurrección corporal; dando a entender con ello que en esta vida, en que somos peregrinos lejos del Señor, el número cuarenta, como ya se dijo, indica que nos es necesaria la memoria del cuerpo del Señor, que celebramos en la Iglesia, hasta que él venga. Mateo adoptó este número de cuarenta porque nuestro Señor Jesucristo descendió a esta nuestra vida y el Verbo se hizo carne para ser entregado por nuestros delitos y resucitar para nuestra justificación. Y lo hizo para que la generación que allí pasa de los cuarenta, o bien no sea obstáculo a la perfección del número, como no lo son aquellos treinta años a la del número cuatrocientos; o bien ella misma signifique que el Señor, incluido el cual son cuarenta y una generaciones, en tal condición descendió a esta vida para cargar con nuestros pecados, que por su propia y singular excelencia, por la que es hombre siendo Dios también, se encuentra excluido de esta vida. Porque sólo de este hombre se dice lo que no ha podido ni podrá decirse de cualquier otro hombre santo, fuera cual fuere la perfección de su sabiduría y santidad: El Verbo se hizo carne.
33. Lucas, en cambio, que sigue la línea ascendente de generaciones a partir del bautismo del Señor, enumera setenta y siete, comenzando por nuestro Señor Jesucristo, ascendiendo por José y llegando a Dios a través de Adán. En este número está simbolizada la remisión de todos los pecados que se efectúa en el bautismo. Ello no quiere decir que el Señor tuviese algo que se le perdonara en el bautismo, sino que con su humildad nos encareció qué era útil para nosotros. Se trataba ciertamente del bautismo de Juan; no obstante, en él se manifestó visiblemente la Trinidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que santificó el bautismo del mismo Cristo, con el que habían de ser bautizados los cristianos. El Padre aparece en la voz venida del cielo; el Hijo, en el mismo hombre Mediador; el Espíritu Santo, en la paloma 33.
34. La razón por la que el número setenta y siete contiene todos los pecados que se perdonan en el bautismo parece ser ésta: el número diez representa la perfección de la santidad y felicidad, puesto que une a las criaturas hechas en siete días a la Trinidad del Creador. Por este motivo también el decálogo de la ley consta de diez preceptos. La transgresión del número diez está expresada en el número once, de donde se deduce que el pecado es una transgresión; es decir, se da cuando el hornbre, apeteciendo más, sobrepasa la medida justa. Por esto mismo el Apóstol llama a la avaricia la raíz de todos los males. Y al alma que adúlteramente se aparta de Dios, él parece decirle: "Esperabas que apartándote de mí ibas a poseer más". La transgresión, es decir, el pecado, está en relación estrecha con el sujeto del mismo porque quiere encontrar satisfacción para él en particular. Por ello son reprendidos quienes buscan sus cosas y no las de Jesucristo, y se alaba a la caridad, que no busca sus intereses. En consecuencia, el número once, mediante el cual se significa la transgresión, no se ha de multiplicar por diez, sino por siete, y dará la cifra de setenta y siete. La transgresión no dice relación a la Trinidad creadora, sino a la criatura misma, es decir, al hombre; criatura que manifiesta el número siete. Tres se refieren al alma, donde reside una cierta imagen del Creador, y cuatro al cuerpo. Conocidísimos son los cuatro elementos que constituyen el cuerpo. Quienes no los conozcan, pueden fácilmente contemplar que el cuerpo del mundo, en el cual se mueve espacialmente el nuestro, tiene, por así decir, cuatro partes principales, que también la Escritura divina menciona de continuo: oriente, occidente, sur y norte. Y porque los pecados o bien se cometen en el alma, por ejemplo, con el solo deseo, o bien ya visiblemente mediante acciones corporales, el profeta Amós nos representa frecuentemente a Dios que amenaza y dice: Por tres y por cuatro pecados no revocaré nada, es decir, no los disimularé. Tres por la naturaleza del alma, cuatro por la del cuerpo: elementos ambos de que el hombre está compuesto.
35. Así, pues, once veces siete, o sea, como ya se ha dicho, la transgresión de la justicia referida al hombre pecador, da el número setenta y siete, en el cual están contenidos simbólicamente todos los pecados que se perdonan por el bautismo. Este es el motivo por el que Lucas llega hasta Dios mediante el número setenta y siete de generaciones: para mostrar que el hombre se reconcilia con Dios por la remisión de todos los pecados. Este es el motivo también por el que el Señor respondió a Pedro, que le preguntaba cuántas veces debía perdonar al hermano, estas palabras: No te digo que sólo siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y si queda todavía algo oculto en estas honduras y en estos tesoros de los misterios de Dios, los más diligentes y más dignos pueden descubrirlo. Nosotros, en la medida de nuestra comprensión, y según lo que Dios nos ayudó y nos concedió, hemos dicho lo que hemos podido y el tiempo ha permitido. Si alguno de vosotros comprende que hay algo más, llame a la puerta de aquel de quien también nosotros hemos recibido lo que pudimos comprender y decir. Ante todo, quedaos con esto: aunque no comprendáis las Escrituras, no os inquietéis; si las habéis entendido, no os hinchéis; al contrarío, lo que no habéis entendido diferidlo reverentemente; lo que comprendéis, retenedlo con amor.
SERMON 52
La Trinidad.
Fecha: Entre el año 410 y el 412 o 419 y 420.
Lugar: Desconocido.
1. La lectura del Evangelio nos ha propuesto el tema de que debemos hablar a vuestra caridad, como si fuera un mandato del Señor, un mandato auténtico. De él estaba esperando mi corazón una como señal para predicar este sermón; necesitaba advertir que quería que yo hablase de lo que él había dispuesto que se leyese. Escuchad con atención y devoción, y una y otra cosa sean de ayuda ante el mismo Señor Dios nuestro para mi trabajo. Vemos y contemplamos, como ante un espectáculo que Dios nos presenta, que junto al río Jordán se nos muestra Dios en su Trinidad. Llega Jesús y es bautizado por Juan, el Señor por el siervo, cosa que hizo para dar ejemplo de humildad. En efecto, cuando al decirle Juan: Soy yo quien debe ser bautizado por ti y tú vienes a mí, respondió: Deja eso ahora para que se cumpla toda justicia, manifestó que es en la humildad donde se cumple la justicia. Después de haber sido bautizado, se abrieron los cielos y descendió sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma; luego siguió una voz que vino de lo alto: Este es mi Hijo amado, en quien me sentí bien. Tenemos aquí, pues, a la Trinidad con una cierta distinción de las personas: en la voz, el Padre; en el hombre, el Hijo; en la paloma, el Espíritu Santo. Sólo era necesario recordarlo, pues verlo es extremadamente fácil. Con toda evidencia, por tanto, y sin lugar a escrúpulo de duda, se manifiesta aquí esta Trinidad. En efecto, Cristo el Señor, que viene hasta Juan en la condición de siervo, es ciertamente el Hijo; no puede decirse que es el Padre o el Espíritu Santo. Vino, dice, Jesús: ciertamente el Hijo de Dios. Respecto a la paloma, ¿quién puede dudar?, o ¿quién hay que diga: "Qué es la paloma", cuando el Evangelio mismo lo atestigua claramente: Descendió sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma? En cuanto a la voz aquélla, tampoco existe duda alguna de que sea la del Padre, puesto que dice: Tú eres mi Hijo. Tenemos, pues, la distinción de personas en la Trinidad.
2. Si ponemos atención a los lugares, me atrevo a decir -aunque lo diga tímidamente, me atrevo a decirlo-, tenemos la separabilidad en cierto modo de las personas. Cuando Jesús viene al río, va de un lugar a otro; la paloma desciende del cielo a la tierra, es decir, de un lugar a otro; la misma voz del Padre no salió de la tierra ni del agua, sino del cielo. Hay, pues, aquí una como separación de lugares, de funciones y de obras. Alguien podrá decirme: "Muestra ahora que la Trinidad es inseparable". No olvides que hablas como católico y que hablas a católicos. Nuestra fe, es decir, la fe verdadera, la recta, la fe católica, así lo profesa; fe que no se funda en opiniones o conjeturas, sino en el testimonio de la lectura escuchada; fe que no duda ante la temeridad de los herejes, sino que se cimienta en la verdad de los Apóstoles. Esto lo sabemos y lo creemos. Y aunque no lo vemos con los ojos y ni siquiera con el corazón, mientras nos purificamos mediante la fe, a través de esa misma fe mantenemos con toda verdad y firmeza que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo forman la Trinidad inseparable, es decir, un solo Dios, no tres. Pero un Dios tal que el Hijo no es el Padre, que el Padre no es el Hijo, que el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu de ambos. Esta inefable divinidad que permanece en sí misma, que renueva todo y todo lo crea, recrea, envía y llama a sí, que juzga y absuelve, esta Trinidad inefable es al mismo tiempo inseparable, como sabemos.
3. ¿Qué hacer, pues? He aquí que el Hijo viene en cuanto hombre separadamente; de forma separada desciende el Espíritu Santo del cielo en forma de paloma; separadamente también sonó la voz del Padre desde el cielo: Este es mi Hijo. ¿Dónde está, pues, la Trinidad inseparable? Dios se ha servido de mí para despertar vuestra atención. Orad por mí, y, como abriendo vuestro seno, os conceda él mismo con qué llenar lo que habéis abierto. Colaborad con nosotros. Estáis viendo lo que hemos emprendido; no sólo qué cosa, sino también quién; desde dónde lo queremos explicar, es decir, dónde nos hallamos, cómo vivimos en un cuerpo que se corrompe y molesta al alma y cómo la morada terrena oprime la mente llena de pensamientos. Cuando aparto mi mente de la multiplicidad de las cosas y la recojo en el único Dios, Trinidad inseparable, buscando algo que decíros, ¿pensáis que, para hablaros algo digno, podré decir: A ti, Señor, levanté mi alma, viviendo en este cuerpo que agrava al alma? Ayúdeme él, elévela él conmigo. Soy débil para esa tarea y me resulta pesada.
4. "¿Hace algo el Padre que no haga el Hijo? ¿O hace algo el Hijo que no haga el Padre?" Estas preguntas suelen ser planteadas por hermanos afanosos de saber, suelen ocupar las charlas de quienes aman la palabra de Dios, y a causa de ella suele pulsarse mucho a las puertas de Dios 34. Refirámonos por ahora al Padre y al Hijo. Una vez que haya coronado nuestro intento aquel a quien decimos: Sé mi ayuda, no me abandones, se comprenderá que tampoco el Espíritu Santo se separa nunca de la operación común al Padre y al Hijo. Escuchad, pues, la cuestión planteada, pero en relación al Padre y al Hijo. "¿Hace algo el Padre sin el Hijo?" Respondemos: "No". ¿Acaso tenéis dudas? ¿Qué es lo que hace el Padre sin aquel por quien fueron hechas todas las cosas? Todas las cosas, dice la Escritura, fueron hechas por él. Y recalcándolo hasta la saciedad para los rudos, torpes e incordiantes, añadió: Y sin él nada fue hecho.
5. ¿Qué decir, hermanos? Por él han sido hechas todas las cosas. Entendemos ciertamente que toda criatura fue hecha por el Hijo; que la hizo el Padre mediante su Verbo, Dios a través de su Poder y Sabiduría. ¿O hemos de decir, acaso, que, efectivamente, en el momento de la creación, todo fue hecho por él, pero que ahora no gobierna el Padre por él todo cuanto existe? En ningún modo. Aléjese este pensamiento de los corazones de los creyentes, rechácelo la mente de los piadosos y la inteligencia de los devotos. Es imposible que, habiendo creado todas las cosas por él, no las gobierne también por él. Lejos de nosotros pensar que no es regido por él lo que tiene el ser por él. Pero probemos también por el testimonio de las Escrituras no sólo que por él han sido hechas y creadas todas las cosas, según el texto evangélico: Por él han sido hechas todas las cosas y sin él nada se hizo, sino también que por él son regidas y dispuestas cuantas cosas han sido hechas. Vosotros reconocéis que Cristo es la Potencia y Sabiduría de Dios; reconoced también que se dijo de la Sabiduría: Se extiende con fortaleza de un confín a otro y lo dispone todo con suavidad. No dudemos, pues, de que todas las cosas son gobernadas por quien las hizo. Nada hace el Padre sin el Hijo y nada el Hijo sin el Padre.
6. Sale al paso otra dificultad que en el nombre del Señor y por su voluntad nos disponemos a resolver. Si nada hace el Padre sin el Hijo y nada el Hijo sin el Padre, ¿no será obligado afirmar también que el Padre nació de la Virgen María, que el Padre padeció bajo Poncio Pilato, que el Padre resucitó y subió al cielo? En ningún modo. No decimos esto porque no lo creemos. Creí, y por eso hablé; también nosotros creímos, y por eso hablamos. ¿Qué se proclama en la fe? Que fue el Hijo quien nació de la Virgen, no el Padre. ¿Que se proclama en la fe? 35 Que fue el Hijo quien padeció bajo Poncio Pilato y quien murió, no el Padre. No se nos oculta que algunos, llamados Patripasianos 36, entendiéndolo mal, afirman que el Padre mismo nació de mujer, que él fue quien padeció, que el Padre es a la vez Hijo, que se trata de dos nombres, no de dos realidades. La Iglesia los separó de la comunión de los santos para que no engañasen a nadie y, separados, discutiesen entre sí.
7. Traigamos, pues, de nuevo ante vuestras mentes la dificultad del problema. Alguien me dirá- "Tú has dicho que nada hace el Padre sin el Hijo, ni el Hijo sin el Padre; además presentaste testimonios tomados de la Escritura que confirman que nada hace el Padre sin el Hijo, puesto que por él fueron hechas todas las cosas, y que nada es regido sin el Hijo, puesto que es la Sabiduría del Padre que se extiende de un confín a otro con fortaleza y lo dispone todo con suavidad. Ahora, contradiciéndote al parecer, me dices que fue el Hijo quien nació de una virgen, no el Padre; que fue el Hijo quien padeció, no el Padre, y lo mismo dígase de la resurrección. He aquí, pues, que hallo que el Hijo hace algo que no hace el Padre. Confiesa, por tanto, o bien que el Hijo hace algo sin el Padre, o bien que el Padre nació, padeció, murió y resucitó. Di una cosa u otra. Elige una de las dos". No elijo ninguna; no afirmo ni lo uno ni lo otro. Ni digo que el Hijo hace algo sin el Padre, pues mentiría si lo dijera; ni tampoco que el Padre nació, padeció, murió y resucitó, porque si esto dijera no mentiría menos. "¿Cómo, me dices, vas a salir de estos aprietos?"
8. Os agrada la dificultad propuesta. Dios nos ayude para que os agrade también una vez resuelta. Fijaos en lo que digo, para que nos libere tanto a mí como a vosotros. En el nombre de Cristo nos mantenemos en una misma fe, bajo un mismo Señor vivimos en una misma casa, bajo una sola cabeza somos miembros de un mismo cuerpo, y un mismo espíritu nos anima. Para que el Señor nos saque de los aprietos de este dificilísimo problema a todos, a mí que os hablo y a vosotros que me escucháis, esto es lo que digo: "Es el Hijo, no el Padre, quien nació de la Virgen María; pero tanto el Padre como el Hijo realizaron ese mismo nacimiento que es del Hijo y no del Padre. No fue el Padre quien padeció, sino el Hijo; pero tanto el Padre como el Hijo obraron tal pasión. No resucitó el Padre, sino el Hijo; pero la resurrección fue obra del Padre y del Hijo". Al parecer estamos ya libres de esta dificultad, pero quizá sólo por mis palabras; veamos si también las divinas lo confirman. Me corresponde a mí demostrar con testimonios de la Sagrada Escritura que el nacimiento del Padre lo obraron el Padre y el Hijo. Dígase lo mismo de la pasión y resurrección. Tanto el nacimiento como la pasión y resurrección son exclusivas del Hijo. Estas tres cosas, sin embargo, pertenecientes al Hijo solamente, no han sido obra de sólo el Padre, ni de sólo el Hijo, sino del Padre y del Hijo. Probemos cada una de estas cosas 37;vosotros hacéis de jueces; la causa ha sido expuesta, desfilen los testigos. Dígame vuestro tribunal lo que suele decirse a los que llevan las causas: "Prueba lo que propones". Con la ayuda del Señor lo voy a probar, y lo pienso hacer con la lectura del código celeste. Me oísteis atentamente cuando proponía la causa; escuchadme más atentamente aun ahora, al probarla.
9. He de empezar con el nacimiento de Cristo, probando cómo fue obra del Padre y del Hijo, aunque lo que hicieron ambos pertenezca sólo al Hijo. Cito a Pablo, insigne doctor en derecho divino 38, pues hay abogados que aducen la autoridad de Pablo para fallar litigios, aun entre los no cristianos. Me remito a Pablo, digo, como a juez de paz y no de contienda. Muéstrenos el santo Apóstol cómo el nacimiento del Hijo es obra del Padre. Cuando llegó, dijo, la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer, hecho bajo la ley para redimir a quienes estaban bajo la ley. Lo habéis escuchado y, dado que su testimonio es llano y patente, lo habéis entendido. He aquí que es obra del Padre el que el Hijo naciese de una virgen. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, es decir, el Padre a Cristo. ¿Cómo lo mandó? Hecho de mujer, hecho bajo la ley. El Padre, por tanto, le hizo de mujer y sometido a la ley.
10. ¿O acaso os preocupa el que yo haya dicho de una virgen y Pablo de mujer? No os preocupéis, y no perdamos tiempo; no estoy hablando a incompetentes. La Escritura dice una y otra cosa: de virgen y de mujer. De virgen, ¿cuándo? He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un Hijo. De mujer, ya lo escuchasteis. No existe contradicción. Es característico de la lengua hebrea llamar mujeres a todas las hembras, y no sólo a quienes han perdido su virginidad 39.Lo tienes patente en el libro del Génesis, ya cuando fue hecha Eva: Y la formó mujer. En otro lugar dice también la Escritura que mandó Dios separar a las mujeres que no conocieron lecho de varón. Esto debe resultaros ya conocido; no nos detengamos, pues, en ello, para que, con la ayuda del Señor, podamos explicar otras cosas que con razón exigirán más tiempo.
11. Hemos probado, pues, que el nacimiento del Hijo fue obra del Padre; probemos también que lo fue del Hijo. ¿Qué afirmamos cuando decimos que el Hijo nació de la Virgen María? Que asumió la condición de siervo. ¿Qué otra cosa significa para el Hijo nacer, sino recibir la condición de siervo en el seno de la Virgen? También esto es obra del Hijo. Escúchalo: El cual, existiendo en la condición de Dios, no juzgó objeto de rapiña el ser igual a Dios; antes se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer, nacido de la descendencia de David según la carne. Vemos, pues, que el nacimiento del Hijo es obra del Padre; mas como el mismo Hijo se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo, vemos que es también obra del Hijo. Probado esto, pasemos adelante. Recibid con atención lo que según el orden sigue después.
12. Probemos que también la pasión del Hijo es obra tanto del Padre como del Hijo. ¿Es obra del Padre? El cual no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros. ¿Es obra también del Hijo? El cual me amó y se entregó por mí. Entregó el Padre al Hijo y se entregó el Hijo a sí mismo. Esta pasión sólo uno la sufrió, pero fue obra de los dos. Al igual que el nacimiento, tampoco la pasión de Cristo fue obra del Padre sin el Hijo, ni del Hijo sin el Padre. Entregó el Padre al Hijo y se entregó el Hijo a sí mismo. ¿Qué es lo propio de judas, a excepción del pecado? Dejemos esto y vengamos ya a la resurrección.
13. Veamos, en efecto, que es el Hijo quien resucita, no el Padre; pero la resurrección del Hijo es obra del Padre y del Hijo. Obra del Padre: Por esto lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre. Resucitó, por tanto, el Padre al Hijo, exaltándole y levantándole de entre los muertos. Y el Hijo, ¿se resucitó acaso a sí mismo? Sí, en efecto. Aludiendo a su cuerpo, dijo del templo: Destruid este templo y en tres días lo levantaré de nuevo. Finalmente, dado que en la pasión está incluido el dar la vida, así también en la resurrección el volver a tomarla; veamos, pues, si el Hijo dio su vida efectivamente y se la devolvió el Padre, mas no él a sí mismo. Que se la devolvió el Padre, es cosa manifiesta. Refiriéndose a ello, dice el salmo: Resucítame y les daré su merecido. ¿Por qué esperáis que diga yo que también el Hijo se devolvió la vida? Que lo diga él mismo: Tengo poder para dar mi vida. Aún no he dicho lo que prometí. Dije solamente: para dar y ya aclamasteis, porque os habéis anticipado 40. Habiendo sido instruidos en la escuela del maestro celeste, como quienes siguen atentamente sus lecciones y piadosamente las dais, no ignoráis lo que sigue: Tengo poder, dijo, para dar mi vida y tengo el poder para volver a tomarla. Nadie me la quita, sino que yo la doy y vuelvo a tomarla.
14. Hemos cumplido nuestra promesa; hemos probado, creo, nuestras afirmaciones con las pruebas solidísimas de los testimonios de la Escrituras 41. Retened lo que habéis oído. Lo resumo brevemente, y os recomiendo que, como algo útil en extremo, según mí opinión, lo guardéis en vuestras mentes. El Padre no nació de la Virgen; sin embargo, este nacimiento de la Virgen fue obra del Padre y del Hijo. El Padre no padeció en la cruz; sin embargo, la pasión del Hijo es obra del Padre y del Hijo. El Padre no resucitó de entre los muertos; sin embargo, la resurrección del Hijo es obra del Padre y del Hijo. Ahí veis la distinción de personas y la inseparabilidad de operaciones. No digamos, pues, que el Padre hace algo sin el Hijo, o algo el Hijo sin el Padre. ¿Acaso los milagros que hizo Jesús nos inquietan como si él hubiese hecho algo que no hizo el Padre? ¿Dónde dejáis aquello: Mas el Padre que permanece en mí, ése hace las obras? Lo que hemos dicho eran cosas llanas; solamente había que decirlas. No causa fatiga el comprenderlas, pero hay que preocuparse de recordarlas.
15. Quiero añadir todavía algo, para lo que requiero de vosotros una atención realmente más viva y devoción para con Dios. Solamente los cuerpos están sometidos al espacio y ocupan lugar. La divinidad está más allá de los lugares corpóreos. Nadie la busque como si residiera en el espacio. Está en todas partes, invisible e inseparablemente: no aquí más y allí menos, sino en todas partes en su totalidad y en ningún lugar dividida. ¿Quién ve esto? ¿Quién lo comprende? Detengámonos un poco; recordaremos quiénes hablamos y de qué estamos hablando. Esto o aquello, cualquier cosa que sea lo que Dios es, créase piadosamente, medítese santamente, y en la medida que se nos conceda, en la medida que sea posible, compréndase aunque no sea posible expresarlo. Cesen las palabras, calle la lengua; despiértese y levántese hacia allí el corazón. No es algo que tiene que subir al corazón del hombre, sino algo adonde el corazón del hombre ha de subir. Prestemos atención a la criatura: Desde la creación del mundo, lo invisible de él es conocido por la mente a través de lo que ha sido hecho. Quizá en las cosas que hizo Dios, con las cuales tenemos cierta familiaridad por la costumbre, podamos encontrar alguna semejanza que nos sirva para probar que existe un conjunto de tres cosas, las cuales se nos presentan separadas y actúan inseparablemente.
16. Ea, hermanos; poned el sumo de atención. Ved ante todo lo que pretendo: dado que el Creador está muy por encima de nosotros, quizá pueda encontrar en la criatura tal semejanza. Quizá alguno de nosotros, a quien el resplandor de la verdad le haya rozado la mente con una como especie de relámpago, pueda apropiarse aquellas palabras: Yo dije en mi arrobamiento. ¿Qué dijiste? He sido arrojado de la presencia de tus ojos. A mí me parece que quien dijo esto levantó a Dios su alma y la efundió por encima de sí mismo; al oír que se le decía todos los días ¿Dónde está tu Dios?, llegó con un cierto contacto espiritual a aquella luz inmutable, luz que no pudo soportar por la debilidad de su mirada. Luego recayó de nuevo en su como enfermedad y debilidad, se comparó con ella y experimentó que la mirada de su mente no podía todavía adecuarse a la luz de la Sabiduría de Dios. Y como esto le había sucedido en estado de arrobamiento, abstraído de los sentidos corporales y absorto en Dios, cuando en cierto modo fue revocado por Dios a su condición de hombre, exclamó: Yo dije en mi arrobamiento. Vi en el éxtasis no sé qué cosa, que no pude soportar mucho tiempo; y devuelto a los miembros mortales y a los muchos pensamientos de los mortales procedentes del cuerpo que agrava al alma, dije. ¿Qué cosa? He sido arrojado de la presencia de tus ojos. Muy elevado estás tú; muy abajo estoy yo. ¿Qué podemos decir, hermanos, de Dios? Si lo que quieres decir lo has comprendido, no es Dios; si pudiste comprenderlo, comprendiste otra cosa en lugar de Dios. Si pudiste comprender algo, te ha engañado tu imaginación. Si pudiste comprenderlo, no es Dios; si en verdad se trata de Dios, no lo comprendiste. ¿Cómo, pues, quieres hablar de lo que no pudiste comprender?
17. Veamos, por tanto, si conseguimos encontrar algo en las criaturas con que probemos que algún conjunto de tres cosas, que se manifiestan separadas unas de otras, obra inseparablemente. ¿A dónde nos dirigimos? ¿Al cielo para disputar acerca del sol, la luna y los astros? ¿O, acaso, a la tierra para hablar tal vez de los frutales, de los demás árboles y de los animales que la llenan? ¿O hemos de hablar del cielo mismo, o de la tierra, que contienen todo cuanto hay en cielo y tierra? ¡Oh hombre!, ¿hasta cuándo vas a estar dando vueltas en torno a la creación? Vuélvete a ti mismo, contémplate, sondéate, examínate 42.Si buscas en la criatura algún conjunto de tres cosas que se manifiesten separadamente y que obren inseparablemente, si lo buscas en la criatura, repito, búscalo antes en ti mismo. ¿No eres también tú criatura? Buscas una semejanza. ¿Vas, acaso, a buscarla en una bestia? Hablabas de Dios, cuando te vino la idea de buscar una semejanza. Hablabas de la Trinidad, de la inefable Majestad; y porque fracasaste en las cosas divinas, confesaste con la debida humildad tu debilidad, y te volviste al hombre. Examínalo. ¿Diriges tu búsqueda a la bestia, al sol o a una estrella? ¿Qué cosa de éstas ha sido hecha a imagen de Dios? Una cosa tal, mejor la buscarás en ti que te eres más conocido. En efecto, Dios hizo el hombre a su imagen y semejanza. Busca en ti mismo; posiblemente la imagen de la Trinidad haya dejado algún vestigio de la Trinidad misma. ¿Qué imagen? Una imagen creada que dista mucho del modelo; una semejanza y una imagen que dista mucho del original. No es imagen como el Hijo, que es lo mismo que el Padre. Una cosa es la imagen que se reproduce en un espejo y otra la que se reproduce en un hijo. Mucho dista la una de la otra. En tu hijo, tú mismo eres tu imagen. Tu hijo es lo mismo que tú en cuanto a la naturaleza. Es de tu misma sustancia, aunque es una persona diferente. El hombre no es, por tanto, una imagen como lo es el Hijo unigénito, sino que fue hecho a cierta imagen y a cierta semejanza. Busque dentro de sí algo, por si puede encontrar un conjunto de tres cosas que se pronuncien separadamente y actúen de forma inseparable. Yo buscaré; buscad conmigo. No yo en vosotros o vosotros en mí, sino vosotros dentro de vosotros mismos, y yo dentro de mí. Busquemos conjuntamente y exploremos en común nuestra común naturaleza y sustancia.
18. Mira, ¡oh hombre! , y advierte si no es verdad lo que voy a decir. ¿Tienes cuerpo? ¿Tienes carne? La tengo, dices. ¿Cómo, si no, ocupo un lugar y me muevo de aquí para allí? ¿Cómo oigo las palabras de quien habla sino a través de los oídos de la carne? ¿Cómo veo la boca de quien habla sino con los ojos de la carne? La tienes, me consta. No hay por qué fatigarse mucho tiempo por una cosa manifiesta. Lleva tu mirada más allá; observa lo que obra a través de la carne. Oyes ciertamente con el oído, pero no es el oído quien oye 43. Hay alguien dentro que oye mediante el oído. Ves mediante el ojo; fíjate en él. ¿Conociste la casa y despreciaste al que mora en ella? ¿Acaso ve el ojo por sí mismo? ¿No es acaso otro quien ve por medio de él? No digo: "No ve el ojo de un muerto, de cuyo cuerpo se fue quien lo habitaba"; lo que digo es que el ojo de quien está pensando en otra cosa no ve la cara de quien le está presente. Vuelve, pues, la mirada a tu hombre interior. Es allí sobre todo donde se ha de buscar la semejanza de tres cosas que se manifiestan separadamente y que obran de forma inseparable. ¿Qué tiene tu mente? Tal vez, si me pongo a buscar, encuentre muchas cosas; pero hay algo que salta a la vista y se comprende más fácilmente. ¿Qué tiene tu alma? Me recuerdo, considéralo. No pido que se me crea lo que voy a decir; no lo aceptes si no lo encuentras en ti. Centra tu mirada, pues. Pero antes consideremos lo que se nos había pasado, a saber, si el hombre es imagen solamente del Hijo, o solamente del Padre, o del Padre y el Hijo y también, como consecuencia, del Espíritu Santo. Dice el Génesis: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. No lo hace, pues, el Padre sin el Hijo, ni el Hijo sin el Padre. Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Hagamos; no dijo "Voy a hacer", o "Haz", o "Haga él"; sino Hagamos a imagen, no tuya o mía, sino nuestra.
19. Así, pues, pregunto. Se trata de algo que no se parece mucho. Nadie, por tanto, diga: "Mira con qué ha comparado a Dios". Ya lo he dicho y redicho, os previne e hice mis salvedades. Son cosas tan distantes como el cielo y el abismo, lo immutable y lo mutable, el creador y lo creado, lo divino y lo humano. He aquí, pues, mi primera advertencia: lo que voy a decir es una comparación muy distante. Que nadie me acuse. Para que no suceda que busque yo los oídos y él me enseñe los dientes, esto prometí mostraros: un conjunto de tres cosas que se manifiestan separadamente y obran inseparablemente. No hablo ahora sobre el grado de su semejanza o desemejanza con la Trinidad omnipotente. Pero en la criatura ínfima y mudable encontramos tres cosas que se manifiestan separadamente y obran inseparablemente. ¡Oh pensamiento carnal, oh conciencia pertinaz e infiel! ¿Por qué dudas de que exista en aquella Majestad inefable lo que has podido encontrar en ti mismo? Digo, pregunto: Hombre, ¿tienes memoria? Si no la tienes, ¿cómo pudiste retener lo que dije? Quizá ya olvidaste lo que dije poco ha, pero esto mismo que he dicho, a saber, dije, estas dos sílabas no las retendrías sino por la memoria. ¿Cómo sabrías que son dos si al pronunciar la segunda hubieras olvidado la primera? Pero ¿para qué detenerme más tiempo? ¿Por qué me afano y esfuerzo por convenceros? Es evidente que tienes memoria. Pregunto más: ¿Tienes entendimiento? "Lo tengo", contestas. Si no tuvieras memoria, no retendrías lo que acabé de decir; si no tuvieras entendimiento, no comprenderías lo retenido. Tienes, pues, también esto. Aplicas tu entendimiento a lo que tienes dentro, y lo ves, y viéndolo te das forma y te conviertes en esciente. Busco una tercera cosa. Tienes memoria por la que retienes lo que se dice; tienes entendimiento por el que entiendes lo que se retiene; respecto a estas dos cosas, te pregunto: El retener y el entender, ¿lo hiciste queriendo? "Ciertamente", dices. Tienes, pues, voluntad. Estas son las tres cosas que había prometido que iba a decir para vuestros oídos y mentes. En ti se hallaban las tres; puedes enumerarlas y no te es posible separarlas. Estas tres cosas, pues: memoria, entendimiento y voluntad. Advierte, te digo, que estas tres cosas se pronuncian separadamente y obran de forma inseparable 44.
20. El Señor nos ayudará. Ya veo que lo está haciendo. Por el hecho de haber entendido vosotros, comprendo que está presente. Vuestras voces me certifican que habéis entendido 45. Estoy seguro de que nos ayudará todavía para que entendáis todo. Prometí mostrar tres cosas que se manifiestan separadamente y obran de forma inseparable. Yo no sabía qué había en tu mente y me lo mostraste al decir: "La memoria". Esta palabra, este sonido, esta voz avanzó desde tu mente hasta mis oídos. Que existe la memoria lo pensabas en silencio, pero no lo decías. Estaba en ti y aún no había venido a mí. Para que llegase a mí lo que estaba en ti, pronunciaste el nombre, es decir, memoria. Lo oí; oí estas tres sílabas que componen la palabra memoria. Es éste un nombre de tres sílabas; es una voz que sonó, avanzó hacia mi oído e insinuó algo a mi mente. El sonido que insinuaba un contenido desapareció, pero el contenido queda. Mas lo que pregunto es esto: al pronunciar el nombre de memoria, ¿no ves con certeza que este nombre no corresponde sino a la sola memoria? Las dos cosas restantes tienen sus nombres particulares. En efecto, una se llama entendimiento, otra voluntad, no memoria; de las tres, sólo aquélla se llama memoria. Pero para decir esto, para articular estas tres sílabas, ¿de qué te has servido? Este nombre que corresponde a la sola memoria, lo ha obrado en ti la memoria para retener lo que decías; el entendimiento, para saber lo que retenías, y la voluntad, para proferir lo que sabías. ¡Gracias al Señor, Dios nuestro! Nos ha ayudado en vuestra persona y en la mía. Sinceramente lo digo a vuestra caridad: cuando me decidí a explicaros e insinuaron esto, lo hice lleno de temor. Temía, en efecto, que, satisfaciendo a los de ingenio más capaz, aburriera solemnemente a los más tardos. Ahora, en cambio, veo, por vuestra atención en escuchar y rapidez en comprender, que no solamente habéis entendido lo dicho, sino que os anticipasteis a lo que iba a decir 46.¡Gracias al Señor!
21. Atended, pues. Ya con confianza os recomiendo lo que habéis comprendido; no inculco algo desconocido, sino que, repitiéndolo, encarezco lo percibido. Observad que, de aquellas tres cosas, sólo una ha sido nombrada, de una sólo se pronunció el nombre. Memoria corresponde a una de aquellas tres cosas, y, sin embargo, fue obra de las tres. No se pudo nombrar la sola memoria sin la acción de la voluntad, del entendimiento y de la memoria. No puede pronunciarse la sola palabra entendimiento sin la acción de la memoria, de la voluntad y del entendimiento; ni puede decirse voluntad sin la acción de la memoria, del entendimiento y de la voluntad. He explicado, pienso yo, lo que prometí: lo que pronuncié separadamente, lo pensé inseparablemente. Cada uno de estos nombres fue obra de las tres facultades; sin embargo, cada uno de ellos, obra de las tres, no corresponde a las tres, sino a una sola. Fue obra de las tres el nombre memoria; pero éste no corresponde más que a la memoria. Fue obra de las tres el nombre entendimiento, nombre que corresponde solamente al entendimiento. Fue obra de las tres el nombre voluntad, pero no corresponde más que a la voluntad. Del mismo modo la carne de Cristo fue obra de la Trinidad, pero no pertenece más que a Cristo. Obra de la Trinidad fue la paloma que bajó del cielo, pero no corresponde sino al Espíritu Santo. Obra de la Trinidad fue la voz del cielo, pero esta voz pertenece al Padre solamente.
22. Que nadie, pues, me diga; que nadie malintencionado intente urgirme a mí, débil, para que le explique cuál de estas tres cosas que he mostrado que existen en nuestra mente o en el alma pertenece al Padre; es decir, cuál lleva, si se puede hablar así, la imagen del Padre, cuál la del Hijo y cuál la del Espíritu Santo. No lo puedo decir ni puedo explicarlo. Dejemos algo para quienes gustan de discurrir, dejemos también algo para el silencio. Retorna a tu interior y apártate de todo estrépito. Vuelve la vista a tu interior si tienes allí algún retiro apacible para tu conciencia, donde no haya barullos ni querellas, donde no busques ni planees discusiones plenas de obstinación. Escucha la palabra con mansedumbre para que la entiendas. Tal vez llegues a poder decir: Darás gozo y alegría a mi oído y exultarán los huesos; los humillados, no los inflados.
23. Baste, pues, haber demostrado que hay tres cosas que se manifiestan separadamente y obran inseparablemente. Si lo has encontrado en ti mismo, si lo has hallado en el hombre, si en una persona cualquiera que deambula por la tierra arrastrando un cuerpo frágil que agrava al alma, cree entonces que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo pueden manifestarse separadamente a través de distintas cosas visibles, a través de ciertas formas tomadas de las criaturas, y que obran inseparablemente. Basta con esto. No digo: "El Padre es la memoria, el Hijo el entendimiento, el Espíritu Santo la voluntad". No lo afirmo; de cualquier manera que se entienda, no me atrevo. Dejemos estas cosas mayores para quienes puedan comprenderlas; débiles, hemos dicho lo que pudimos a otros débiles también. No digo que estas facultades hayan de equipararse a la Trinidad, como por analogía, es decir, estableciendo una cierta comparación. No digo eso. ¿Qué es, pues, lo que digo? Pues que encontré dentro de ti tres cosas que se manifiestan separadamente y obran inseparablemente. Y que el nombre de cada una de ellas ha sido obra de las tres, sin que, sin embargo, pertenezca a las tres, sino a una sola de ellas. Cree, por tanto, que existe en Dios, aunque no puedas verlo, lo mismo que has oído, visto y retenido en ti. Lo que existe en ti puedes conocerlo; pero ¿cómo podrás conocer lo que existe en quien te creó, sea lo que sea? Y aunque algún día pudieras, ahora no puedes todavía. Con todo, dado el caso que pudieras, ¿acaso podrás conocer tú a Dios como se conoce él mismo? Baste esto a vuestra caridad; lo que pudimos, eso dijimos. Cumplimos la promesa a quienes nos lo exigían. Las restantes cosas que deberían añadirse para completar vuestros conocimientos, pedídselas al Señor.
SERMON 53
Las bienaventuranzas (Mt 5, 3-12).
Fecha: En el año 415.
Lugar: Cartago.
1. La solemnidad de la Santa Virgen 47, que dio testimonio de Cristo y mereció que Cristo lo diera de ella, Virgen públicamente martirizada y ocultamente coronada, nos invita a hablar a vuestra caridad de aquella exhortación que poco ha nos hacía el Señor en el Evangelio, exponiendo los muchos modos de llegar a la vida feliz, cosa que no hay quien no la quiera. No puede encontrarse, en efecto, quien no desee ser feliz 48. Pero ¡ojalá que los hombres que tan vivamente desean la recompensa no rehusaran el trabajo que conduce a ella! ¿Quién hay que no corra con alegría cuando se le dice: "Vas a ser feliz"? Pero oiga también de buen grado lo que se dice a continuación: "Si esto hicieres". No se rehúya el combate si se ama el premio. Enardézcase el ánimo a ejecutar alegremente el trabajo ante la recomendación de la recompensa. Lo que queremos, lo que deseamos, lo que pedimos vendrá después. Lo que se nos manda hacer en función de aquello que vendrá después, hemos de hacerlo ahora. Comienza, pues, a traer a la memoria los dichos divinos, tanto los preceptos como los galardones evangélicos. Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. El reino de los cielos será tuyo más tarde; ahora sé pobre de espíritu. ¿Quieres que más tarde sea tuyo el reino de los cielos? Considera de quién eres tú ahora. Sé pobre de espíritu. Quizá quieras saber de mí qué significa ser pobre de espíritu. Nadie que se infla es pobre de espíritu; luego el humilde es el pobre de espíritu. El reino de los cielos está arriba, pero quien se humilla será ensalzado.
2. Atiende a lo que sigue. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. Ya estás pensando en poseer la tierra; ¡cuidado, no seas poseído por ella! La poseerás si eres manso; de lo contrario, serás poseído. Al escuchar el premio que se te propone, el poseer la tierra, no abras el saco de la avaricia, que te impulsa a poseerla ya ahora tú solo, excluido cualquier vecino tuyo. No te engañe tal pensamiento. Poseerás la tierra verdaderamente cuando te adhieras a quien hizo el cielo y la tierra. En esto consiste ser manso: en no poner resistencia a Dios, de manera que en lo bueno que haces sea él quien te agrade, no tú mismo; y en lo malo que sufras no te desagrade él, sino tú a ti mismo. No es poco agradarle a él desagradándote a ti mismo, pues le desagradarías a él agradándote a tí.
3. Presta atención a la tercera bienaventuranza: Dichosos los que lloran, porque serán consolados. El llanto significa el trabajo; la consolación, la recompensa. ¿Qué consuelos reciben, en efecto, quienes lloran en la carne? Consuelos molestos y temibles. El que llora encuentra consuelo allí donde teme volver a llorar. A un padre, por ejemplo, le causa tristeza la pérdida de un hijo, y alegría el nacimiento de otro; perdió aquél, recibió éste; el primero le produce tristeza, el segundo temor; en ninguno, por tanto, encuentra consuelo. Verdadero consuelo será aquel por el que se da lo que nunca se perderá ya. Quienes ahora lloran por ser peregrinos, luego se gozarán de ser consolados.
4. Pasemos a lo que viene en cuarto lugar, trabajo y recompensa: Dichosos quienes tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Ansías saciarte. ¿Con qué? Si es la carne la que desea saciarse, una vez hecha la digestión, aunque hayas comido lo suficiente, volverás a sentir hambre. Y quien bebiere, dijo Jesús, de este agua, volverá a sentir sed. El medicamento que se aplica a la herida, si ésta sana, ya no causa dolor; el remedio, en cambio, con que se ataca al hambre, es decir, el alimento, se aplica como alivio pasajero 49.Pasada la hartura, vuelve el hambre. Día a día se aplica el remedio de la saciedad, pero no sana la herida de la debilidad. Sintamos, pues, hambre y sed de justicia, para ser saturados de ella, de la que ahora estamos hambrientos y sedientos. Seremos saciados de lo que ahora sentimos hambre y sed. Sienta hambre y sed nuestro hombre interior, pues también él tiene su alimento y su bebida. Yo soy, dijo Jesús, el pan bajado del cielo. He aquí el pan adecuado al que tiene hambre; desea también la bebida correspondiente: En ti se halla la fuente de la vida.
5. Pon atención a lo que sigue: Dichosos los misericordiosos, porque de ellos tendrá Dios misericordia. Hazla y se te hará; hazla tú con otro para que se haga contigo. Pues abundas y escaseas. Abundas en cosas temporales, escaseas de las eternas. Oyes que un hombre mendigo te pide algo; tú mismo eres mendigo de Dios 50.Se te pide a ti y pides tú también. Lo que hicieres con quien te pide a ti, eso mismo hará Dios con quien le pide a él. Estás lleno y estás vacío; llena de tu plenitud el vacío del pobre para que tu vaciedad se llene de la plenitud de Dios.
6. Considera lo que viene a continuación: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Este es el fin de nuestro amor: fin con que llegamos a la perfección, no fin con el que nos acabamos. Se acaba el alimento, se acaba el vestido; el alimento porque se consume al ser comido; el vestido porque se concluye tejiéndole. Una y otra cosa se acaban, pero este fin es de consunción, aquél de perfección. Todo lo que obramos, lo que obramos bien, nuestros esfuerzos, nuestras laudables ansias e inmaculados deseos, se acabarán cuando lleguen a la visión de Dios. Entonces no buscaremos más. ¿Qué puede buscar quien tiene a Dios? ¿O qué le puede bastar a quien no le basta Dios? 51.Queremos ver a Dios, buscamos verle y ardemos por conseguirlo. ¿Quién no? Pero mira lo que se dijo: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Prepara tu corazón para llegar a ver. Hablando a lo carnal, ¿cómo es que deseas la salida del sol, teniendo los ojos enfermos? Si los ojos están sanos, aquella luz producirá gozo; si no lo están, será un tormento. No se te permitirá ver con el corazón impuro lo que no se ve sino con el corazón puro. Serás rechazado, alejado; no lo verás. Pues dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. ¿Cuántas veces ha repetido la palabra dichosos? ¿Cuáles son las causas que producen esa felicidad? ¿Cuáles las obras, los deberes, los méritos, los premios? Hasta ahora en ningún lado se ha dicho porque ellos verán a Dios. Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. En ninguna parte se ha dicho porque ellos verán a Dios. Hemos llegado a los limpios de corazón; a ellos se les prometió la visión de Dios. Y no sin motivo, pues allí están los ojos con que se ve a Dios. Hablando de estos ojos, dice el apóstol Pablo: Iluminados los ojos de vuestro corazón. Al presente, debido a su debilidad, estos ojos son iluminados por la fe; luego, ya vigorosos, serán iluminados por la realidad misma. Pues mientras vivimos en el cuerpo, somos peregrinos lejos del Señor. En efecto, caminamos en fe y no en visión. ¿Qué se dice de nosotros mientras caminamos a la luz de la fe? Ahora vemos oscuramente como en un espejo, luego veremos cara a cara.
7. A este respecto, no se piense en una cara corporal. Pues si, enardecido en el deseo de ver a Dios, dispones tu rostro corporal para verle, desearás también que Dios lo tenga igual. Si, por el contrario, tienes al menos la idea de que Dios es espiritual, de suerte que ya no piensas que es algo corpóreo -de lo cual hablamos más detenidamente ayer 52, aunque no sé con qué fruto-; si hemos roto ya en vuestro corazón, como en templo de Dios, el simulacro de forma humana; si os viene ya con facilidad a la mente y posee vuestro interior el pasaje en que el Apóstol reprueba a los que creyéndose sabios se hicieron necios y trocaron la gloria del Dios incorruptible por la semejanza de la imagen de un hombre corruptible; si ya detestáis y evitáis este mal; si purificasteis el templo al Creador; sí queréis que venga y haga en vosotros su morada, entonces pensad dignamente del Señor con bondad y buscadle con sencillez de corazón. Considerad a quién decís, si es que lo decís, si lo decís sinceramente: A ti dijo mi corazón: tu rostro buscaré. Dígalo también tu corazón, y añada: Tu faz, Señor, he de buscar. Bien le buscas si le buscas de corazón. Se habla del rostro de Dios, del brazo de Dios, de los pies de Dios, del trono de Dios, del escabel de sus pies, pero no pienses en miembros humanos. Si quieres ser templo de la verdad, quiebra el ídolo de la falsedad. La mano de Dios es su poder; su rostro, su conocimiento; sus pies, su presencia; su trono, si quieres, lo eres tú. ¿O acaso osarás negar que Cristo es Dios? "No lo niego", dices. "¿Concedes también que Cristo es el Poder y la Sabiduría de Dios?" "Lo concedo", afirmas. Escucha: El alma del justo es el trono de la sabiduría. ¿Dónde tiene Dios su trono sino donde habita? ¿Dónde habita sino en su templo? Santo es el templo de Dios, que sois vosotros. Mira, pues, cómo concibes a Dios. Dios es espíritu; conviene adorarle en espíritu y en verdad. Entre ya a tu corazón, si así te place, el arca de la alianza y ruede por el suelo Dagón. Ahora, pues, escucha, y aprende cómo debes desear a Dios y cómo prepararte para poder verlo. Dichosos, dijo, los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. ¿Por qué preparas los ojos del cuerpo? Si con ellos se le pudiera ver, ocuparía un espacio local. No ocupa espacio alguno quien está en todas partes en su totalidad. Limpia el ojo con que puedas verle.
8. Escucha y compréndeme, si con su ayuda consigo explicarme. Que El nos ayude a comprender los deberes y las recompensas de que hemos hablado y a ver cómo se corresponden entre sí. ¿Qué premio, en efecto, fue mencionado, que no vaya de acuerdo, que no se relacione con la obligación respectiva? Porque los humildes dan la impresión de estar excluidos de la realeza, dice el Señor: Dichosos los humildes', porque de ellos es el reino de los cielos. Porque los hombres mansos fácilmente son excluidos de su tierra, dijo: Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Las demás bienaventuranzas son manifiestas y claras, y se conocen de forma espontánea; no necesitan quien las explique; sólo quien las recuerde. Dichosos quienes lloran. ¿Quién, si llora, no desea consolación? Ellos, dijo, serán consolados. Dichosos quienes tienen hambre y sed de justicia. ¿Quién, si tiene hambre y sed, no busca la saciedad? También ellos, dijo, serán saciados. Dichosos los misericordiosos. ¿Quién es misericordioso sino quien desea que, por la obra que hizo, Dios se comporte de la misma manera con él, es decir, que le haga lo que hace él con el pobre? Dichosos, dijo, los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia de parte de Dios. Ved cómo, una a una, todas tienen el complemento apropiado y nada se promete como premio que no se ajuste al precepto. El precepto es que seas pobre de espíritu; el premio consiste en la posesión del reino de los cielos. El precepto es que seas manso; el premio consiste en la posesión de la tierra; el precepto te ordena que llores; el premio es ser consolado. El precepto es que tengas hambre y sed de justicia; el premio, ser saciado. El precepto es que seas misericordioso; el premio, conseguir misericordia. Del mismo modo, el precepto es que limpies el corazón; el premio, la visión de Dios.
9. Respecto a estos preceptos y a estos premios has de pensar rectamente. Cuando escuchas: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios, no pienses que no lo han de ver los pobres de espíritu ni los mansos, ni los que lloran, ni quienes sufren hambre y sed de justicia o los misericordiosos. No pienses como si solamente le han de ver los limpios de corazón, excluidos los restantes. Todos son todas estas cosas a la vez. Le verán ciertamente, pero no por ser pobres de espíritu, o misericordiosos, o porque lloran, o tienen hambre y sed de justicia o porque son misericordiosos, sino porque son limpios de corazón, Sería lo mismo que si las obras corporales se emparejasen con los miembros del cuerpo, y alguno dijera, por ejemplo, "dichosos quienes tienen pies, porque caminarán; dichosos los que tienen manos, porque obrarán; dichosos quienes tienen voz, porque clamarán; dichosos quienes tienen boca y lengua, porque hablarán; dichosos quienes tienen ojos, pues ellos verán". De manera semejante, fingiendo en cierto modo miembros espirituales, enseñó qué corresponde a cada cual. La humildad es adecuada para conseguir el reino de los cielos; la mansedumbre lo es para poseer la tierra; apto el llanto para el consuelo, apta el hambre y la sed de justicia para la saciedad, apta la misericordia para obtener misericordia y apto el corazón limpio para ver a Dios.
10. Si, pues, deseamos ver a Dios, ¿con qué hemos de limpiar este ojo? ¿Quién no se preocupará, quién no buscará con qué limpiar el ojo con el que pueda ver a quien desea de todo corazón? Queda expresado en este testimonio divino: Purificando con la fe sus corazones. La fe en Dios limpia el corazón, y el corazón limpio ve a Dios. Hay hombres que, engañándose a sí mismos, conciben en algunas ocasiones la fe como si bastase con sólo creer; y algunos, por el hecho de creer, aunque vivan mal, se prometen a sí mismos la visión de Dios y el reino de los cielos. Enardecido e indignándose en cierto modo contra ellos por su caridad espiritual, el apóstol Santiago les dice en su Carta: Tú crees que Dios es único. Aplaudes tu fe; ves que muchos impíos consideran que existen numerosos dioses, y gozas creyendo que Dios es único. Haces bien. También los demonios creen, y tiemblan. ¿Acaso verán también ellos a Dios? Le verán quienes son limpios de corazón. ¿Quién llamará limpios de corazón a los espíritus inmundos? Sin embargo, creen y tiemblan.
11. Hay que distinguir nuestra fe de la de los demonios. Nuestra fe limpia el corazón; la de ellos les hace reos. En efecto, obran el mal y, en consecuencia, dicen al Señor: ¿Qué hay entre nosotros y tú? Al oírlos hablar así, ¿piensas que no le reconocen? Sabemos, dicen, quién eres. Tú eres el Hijo de Dios. Dice esto Pedro, y es alabado; lo dice el demonio, y es condenado 53. ¿Cómo así sino porque, aunque la voz es igual, el corazón es distinto? Distingamos, pues, cuál es nuestra fe. No nos conformemos con creer. No es tal la fe que limpia el corazón. Purificando, dice, con la fe sus corazones. Pero ¿con qué fe, con qué clase de fe sino con la expresada por el apóstol Pablo al decir: La fe que obra por el amor? Esta fe se distingue de la de los demonios; se distingue de las malvadas y perdidas costumbres de los hombres. La fe, dice. ¿Qué clase de fe? La que obra por el amor y espera lo que Dios promete. Nada más exacto, nada más perfecto que esta definición. Hay, pues, tres cosas. Es preciso que aquel en quien existe la fe que obra por el amor, espere lo que Dios promete. Compañera de la fe es, pues, la esperanza. La esperanza, por tanto, es necesaria mientras no vemos lo que creemos, no sea que al no verlo desfallezcamos de desesperación. Nos entristece el no ver, pero nos consuela el esperar ver. Existe, pues, la esperanza y es compañera de la fe. Y después la caridad, el amor, por el que deseamos, por el que intentamos alcanzar la meta, por el que nos enardecemos y del que sentimos hambre y sed. Se añade también éste y se da la fe, la esperanza y el amor. ¿Cómo no va a haber allí amor, no siendo cosa distinta de la dilección? La misma fe fue definida de esta manera: la que obra por amor. Elimina la fe: desaparece el creer; suprime el amor: desaparece el obrar. Fruto de la fe es que creas; fruto de la caridad, que obres. Si, pues, crees y no amas, no te sientes impulsado al buen obrar; y si te sientes, eres como un esclavo, no como un hijo: por temor al castigo, no por amor a la justicia. La fe, pues, que obra por amor es la que limpia el corazón.
12. ¿Y cuál es ahora la obra de la fe? Con tantos testimonios de las Escrituras, con tan múltiples lecturas, con tan variadas y abundantes exhortaciones, ¿qué es lo que hace la fe, sino que ahora veamos, aunque oscuramente, como en un espejo, y después cara a cara? Pero no vuelvas a pensar otra vez en una cara como la tuya. Piensa en la cara del corazón. Obliga a tu corazón a pensar lo divino; fuérzale, úrgele. Rechaza cuanto se te ocurra semejante a lo corporal. Aún no puedes decir "Es esto"; di al menos "No es esto". ¿Cuándo podrás decir "Esto es Dios"? Ni siquiera cuando lo veas, porque lo que verás será inefable. El Apóstol afirma haber sido arrebatado al tercer cielo y haber oído palabras inefables. Si ya las palabras son inefables, ¿cómo será quien las pronuncia? Cuando piensas en Dios, se te presenta, tal vez, a la imaginación una forma humana de admirable y vastísima amplitud. Lo pusiste ante la mirada de tu mente como algo grande, amplísimo, sublime, de enorme corpulencia. Con todo, tuviste que ponerle un límite. Si así tuviste que hacer, no es Dios. Si no le pusiste límites, ¿dónde está la cara? Piensas en una estatura enorme; mas para distinguir los miembros has de establecer límites. No existe otra forma de distinguir unos miembros de otros si no es dando un límite a la mole. Pensamiento necio y carnal, ¿qué haces? Te has forjado una gran mole; y tanto más grande cuanto que creíste que de esta forma honrabas más a Dios. Pero puede venir otro, añadirle un codo, y ya le hizo mayor.
13. "Lo he leído", dices. ¿Qué leíste, si nada entendiste? Con todo, di qué leíste. No rechacemos al niño que juega con su corazón. Dinos qué leíste. El cielo es mi trono y la tierra el escabel de mis pies. Te lo digo, también yo lo he leído; pero tú tal vez te consideras superior porque lo leíste y lo creíste. También yo creo lo que dijiste. Creamos los dos. ¿Qué digo? Busquemos los dos. Mira, considera lo que leíste y creíste: El cielo es mi trono, es decir, mí asiento; trono es un término griego que significa, en latín, asiento 54. La tierra es el escabel de mis pies. ¿No leíste también aquello otro: ¿Quién midió el cielo con la palma de la mano? Pienso que lo leíste; conoces el texto y confiesas darle fe. Ambas cosas leímos allí, dándoles fe. Ahora ponte a pensar y enséñame. Te constituyo en doctor y yo me convierto en parvulito. Enséñame, te lo suplico. ¿Quién hay que se siente en la palma de su mano?
14. He aquí que atribuiste a Dios formas y contornos a semejanza de los miembros del cuerpo humano. Quizá influyó en ello el pensar que fuimos hechos a imagen de Dios según el cuerpo 55.De momento lo acepto como tema a considerar, discutir, buscar y aclarar mediante la disputa. Si es de tu agrado, escúchame, pues también yo te escuché en lo que te agradó a ti. Dios se sienta en el cielo, cielo que se mide con la palma de la mano. ¿Acaso el mismo cielo se hace ancho cuando Dios se sienta en él y estrecho cuando es medido? ¿O acaso Dios, cuando está sentado, es grande como la palma de la mano? Si esto es así, Dios no nos hizo a su semejanza; la palma de nuestra mano, en efecto, es bastante más estrecha que la parte del cuerpo sobre la que nos sentamos 56.Si él, por otra parte, es tan ancho de palma como de asiento, nuestros miembros son distintos a los suyos. No hay aquí semejanza. Avergüéncese el corazón cristiano de tener dentro de sí tal ídolo. En consecuencia, considera que el cielo son todos los santos; en efecto, también se toma la tierra por todos los que la habitan: Toda la tierra te adore. Si estamos acertados al decir: Toda la tierra te adore, pensando en quienes la habitan, igualmente lo estamos al decir: "Todo el cielo te sostenga", pensando en quienes allí moran. Pues los mismos santos, que habitan en la tierra, con su carne la pisotean, pero con el corazón habitan en él cielo. No en vano se les exhorta a que levanten su corazón 57 y, una vez recibida la exhortación, responden que así lo hacen; tampoco en vano el levantarse se hace en dirección a la cabeza. Significando esto, dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; saboread las cosas de arriba, no las de la tierra. En cuanto tienen allí su vida, ellos mismos sostienen a Dios y son cielo, porque son trono de Dios. De ellos, en cuanto anuncian la palabra de Dios, se dice: Los cielos narran la gloria de Dios.
15. Vuelve, pues, conmigo a la faz del corazón. Esta has de preparar. Es al hombre interior a quien habla Dios. Los oídos, los ojos, los restantes miembros visibles son la morada o el instrumento de alguien que mora en el interior. Es el hombre interior en el que habita Cristo de forma provisional por la fe. Allí ha de habitar con la presencia de su divinidad, una vez que hayamos conocido cuál es la anchura, la largura, la altura y la profundidad, y hayamos conocido también la sobreeminente caridad de la ciencia de Cristo, para ser llenos de la plenitud de Dios. Si, pues, no te desagrada este modo de entender, aplícate a comprender esa anchura, largura, altura y profundidad. No divagues con la imaginación por espacios mundanos ni por la grandiosidad de esta mole tan enorme, pero abarcable con la mente. Busca en ti lo que voy a decirte. La anchura consiste en las buenas obras; la largura, en la longanimidad y perseverancia en las buenas obras; la altura, en la espera de los bienes eternos, en vista de la cual se te exhorta a tener levantado el corazón. Obra el bien y persevera en las buenas obras, pensando en los beneficios de Dios. Estima en nada lo terreno, no sea que, si esta tierra llega a ser perturbada con algún azote de aquel sabio, te atrevas a decir que en vano has servido a Dios, que en vano hiciste obras buenas y en vano perseveraste en ellas. Al hacer el bien, existía en ti anchura; al perseverar en él, largura; pero al buscar lo terreno careces de altura. Considera ahora la profundidad: es la gracia de Dios en el misterio de su voluntad. ¿Quién conoció la mente del Señor?, ¿o quién fue su consejero? Escucha también: Tus juicios son un abismo insondable.
16. Esta vida consiste en el bien obrar, en la perseverancia en él, en esperar los bienes de arriba y en la concesión misteriosa de la gracia de Dios, todo lo cual es sabiduría y no insensatez; consiste en no criticar a Dios, porque uno va por aquí y otro por allí, pues no existe iniquidad en él. Todo esto, repito, acomódalo a la cruz de tu Señor. Si estaba en su poder el morir o no morir, no. sin motivo escogió tal género de muerte. Si estaba en su poder el morir o no morir, ¿cómo no iba a estarlo también el morir de una forma u otra? No sin motivo, pues, escogió la cruz, en que te crucificase para este mundo. En la cruz, la anchura corresponde al palo transversal, al que se clavan las manos, en cuanto signo de las buenas obras. La largura corresponde a aquella parte del madero que va desde el palo transversal hasta la tierra. Allí se crucifica el cuerpo y en cierto modo se mantiene en pie, simbolizando la perseverancia. La altura corresponde a lo que va del palo transversal hacia arriba, símbolo de la espera de los bienes celestes. Y ¿la profundidad? ¿No corresponde a la parte que está clavada en tierra? Así está la gracia: oculta y escondida 58.No se la ve a ella, pero de ella surge lo que se ve. Después de lo dicho, si has comprendido todo, no sólo con la inteligencia, sino también con la acción -pues la buena inteligencia es de quienes lo llevan a la práctica-, entonces aplícate ya, si puedes, a lograr el conocimiento de la caridad de Cristo, que supera toda ciencia. Cuando lo hayas conseguido te llenarás de la plenitud de Dios. Entonces tendrá lugar el cara a cara. Te llenarás de la plenitud de Dios; es decir, no vas a llenar tú a Dios, sino que Dios te llenará a ti. Busca en él, si puedes, un rostro corporal. Desaparezcan ya las bagatelas de la mirada de la mente. Tire el niño sus juguetes y aprenda a manejar cosas mayores. También nosotros somos como niños en muchas cosas. Y cuando lo fuimos más que lo somos ahora, los mayores nos soportaron. Buscad la paz y la santificación con todos, sin las cuales nadie podrá ver a Dios. Esto es, pues, lo que limpia el corazón; allí está presente la fe que obra por el amor. En consecuencia: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
SERMON 53 A(= Morin 11)
Las bienaventuranzas (Mt 5, 3-10).
Fecha: Entre el año 405 y el 411, o al final de su vida.
Lugar: Desconocido.
1. Vuestra caridad ha escuchado al mismo tiempo que yo el santo Evangelio. Quiera el Señor ayudarme para que, al hablaros del capítulo que hemos leído, lo que os diga sea adecuado para vosotros y fructifique en vuestras costumbres. Todo el que escucha la palabra de Dios debe pensar que acontecerá lo que en ella escucha. No busque alabar con la lengua la palabra de Dios y despreciarla con la vida. Lo que dice se siente suave cuando se escucha; ¡cuánto mayor será esa suavidad una vez realizado! Los predicadores somos los sembradores, vosotros sois el campo de Dios. No perezca la semilla; fructifique y conviértase en mies. Juntamente conmigo habéis escuchado a Cristo, el Señor. Cuando se le acercaron los discípulos, abriendo su boca los enseñaba con estas palabras: Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos, y lo que sigue 59. Habiéndosele acercado, pues, sus discípulos, el Maestro típico y verdadero los enseñaba diciéndoles lo que brevemente he recordado. También vosotros os habéis acercado a mí para que, con su ayuda, os hable y enseñe. ¿Puedo hacer cosa mejor que enseñar lo que tan gran Maestro ha dicho?
2. Sed, pues, pobres de espíritu para que sea vuestro el reino de los cielos. ¿Por qué teméis ser pobres? Pensad en las riquezas del reino de los cielos. Se teme la pobreza; haya temor, sí, pero de la maldad. Pues tras la pobreza de los justos vendrá la gran felicidad, porque habrá plena seguridad. Aquí, en cambio, cuanto más aumentan las riquezas-así llamadas, sin serlo-, aumenta también el temor y no se acaba la ambición. Puedes presentarme muchos ricos: pero ¿puedes presentarme uno que tenga seguridad? Arde en deseos de poseer y tiembla ante la posibilidad de perder lo poseído. ¿Cuándo es libre tal esclavo? Es esclavo quien sirve a cualquier matrona y ¿es libre quien sirve a la avaricia? Dichosos, pues, los pobres de espíritu. ¿Quiénes son los pobres de espíritu? No los pobres en riquezas, sino en deseos. El que es pobre en espíritu, es humilde; y Dios escucha los gemidos de los humildes y no desecha sus súplicas. La primera recomendación que hizo el Señor en el sermón de la montaña fue la humildad, es decir, la pobreza. Puedes encontrar un hombre piadoso con abundancia de bienes terrenos, pero no hinchado de soberbia. Puedes encontrar a otro hombre necesitado, que carece de todo y pone su reposo en las cosas que son nada. No tiene éste más esperanza que aquél. Aquél es, en efecto, pobre en espíritu porque es humilde; éste, por el contrario, es pobre, pero no en espíritu. Por eso Cristo el Señor, cuando dijo: Dichosos los pobres, añadió de espíritu. Por tanto, no busquéis ser ricos quienes nos habéis escuchado y sois pobres.
3. Escuchad al Apóstol, no a mí. Mirad lo que dijo: Ganancia grande es la piedad que se conforma con lo suficiente. Nada trajimos a este mundo y nada podemos llevarnos de él. Poseyendo alimento y techo, estemos contentos. Pues quienes quieren hacerse ricos-no habló de quienes lo son, sino de quienes quieren llegar a serlo 60 -caen en la tentación y en el lazo y en muchos deseos necios y dañinos, que sumergen a los hombres en la muerte y en la perdición. La avaricia es la raíz de todos los males. Muchos, por apetecerla, se extraviaron de la fe y vinieron a dar en muchos dolores. Cuando oyes la palabra "riquezas" te suena a dulzura. Pero ¿son dulces estas otras: caen en la tentación? ¿O éstas: muchos deseos necios y dañinos? ¿Son dulces los nombres de muerte y perdición? ¿Y el venir a dar en muchos dolores? No te seduzca un bien falso que lleve consigo tantos males verdaderos. Con estas palabras se dirigió el Apóstol no a los ricos, sino a quienes no lo son para que no quieran ser lo que aún no son. Veamos ahora qué es lo que conviene a los que encontró siendo ya ricos. Hemos dicho lo que debía decirse. Los que lo habéis escuchado sois pobres. Pero si entre los aquí presentes hay ricos, escuchen también ellos al bienaventurado Apóstol.
4. Escribiendo a su discípulo Timoteo, le exhortó, entre otras cosas, a lo siguiente: Manda a los ricos de este mundo. La palabra de Dios los encontró siendo ya ricos. Si los hubiese encontrado pobres, les hubiese dicho lo que mencionó anteriormente. Manda a los ricos de este mundo que no se comporten soberbiamente, ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en el Dios vivo que nos otorga todas' las cosas con abundancia para que disfrutemos. Sean ricos en buenas obras, den con facilidad, repartan, atesoren para sí un buen fundamento para el futuro, para alcanzar la vida eterna. Reflexionemos un poco sobre estas breves palabras. Ante todo, dijo: Manda a los ricos que no se comporten soberbiamente. Ninguna cosa hay que engendre la soberbia tan fácilmente como las riquezas 61.Si el rico no fuera soberbio, pisotearía las riquezas y pendería de Dios. El rico soberbio no posee, sino que es poseído. El rico soberbio es semejante al diablo. Si no tiene a Dios, ¿qué tiene el rico soberbio? 62 Añadió también esto: Y no pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas. Ha de poseer las riquezas sabiendo que son perecederas. Posea, pues, lo que no puede perder. Tras haber dicho: Y no pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, añadió: Sino en el Dios vivo. Las riquezas, en efecto, pueden perecer; ¡ojalá perezcan en modo que no te echen a perder a ti! El salmo habla y se ríe del rico que pone su esperanza en las riquezas: aunque el hombre camine a imagen de Dios. Ciertamente, el hombre fue hecho a imagen de Dios; reconozca, pues, que ha sido hecho, pierda lo que él mismo hizo y permanezca lo que es obra de Dios. Aunque el hombre camine a imagen de Dios, en vano se inquieta. ¿Qué significa el inquietarse vanamente? Acumula tesoros y no sabe para quién. Esto advierten los vivos a propósito de los muertos; observan cómo los hijos de muchos no poseen los bienes de los padres, sino que o bien malgastan en lujurias lo que se les dejó, o bien lo pierden siendo objeto de calumnias. Y, lo que es más grave, mientras se busca lo que se tiene, perece también quien lo tiene. Muchos pierden la vida por sus riquezas a manos de otros. Lo que tenían, aquí lo dejaron. ¿Con qué cara se presentarán ante Dios, si no hicieron con ello lo que él había mandado? Tus riquezas sean las verdaderas: Dios mismo, que nos otorga las cosas con abundancia para que disfrutemos.
5. Sean ricos, dijo, en buenas obras. Manifiéstense ahí las riquezas; siembren en ese campo. De tales obras hablaba el Apóstol al decir: No nos cansemos de hacer el bien. A su debido tiempo cosecharemos. Siembren; aún no ve lo que ha de obtener; crea y arroje la semilla. ¿Acaso el agricultor cuando siembra ve ya la cosecha reunida? Arroja a un lado y a otro el trigo guardado con fatiga y cuidado. El confía sus semillas a la tierra, y tú ¿no confías tus obras a quien hizo el cielo y la tierra? Sean, pues, ricos, pero en buenas obras. Den con facilidad, repartan. ¿Qué es repartan? No posean en solitario. Nos dijiste, ¡oh Apóstol! , y nos enseñaste a hacer de sembradores; muéstranos también la cosecha. La mostró. Escucha cuál es. Avaro, no seas perezoso para sembrar. Escucha, repito, cuál es la cosecha. Añadió algo más al decir: Sean ricos en buenas obras, den con facilidad, repartan. Con esto no ha hecho más que invitarles a arrojar la semilla; dirá también qué van a recoger. Atesoren para sí un buen fundamento con vistas al futuro, para alcanzar la vida eterna. Esta vida falsa en que causan deleite las riquezas es pasajera. Por tanto, después de ésta se ha de llegar a la verdadera. Amas lo que posees; ponlo en un lugar más seguro para no perderlo. Si amas las riquezas, quienquiera que seas, con seguridad toda tu preocupación consistirá en no perder lo que posees. Escucha un consejo de tu Señor. No tiene seguridad este lugar de la tierra; traspasa todo al cielo. Querías confiar a tu fidelísimo siervo lo que habías acumulado; ¡confíalo más bien a tu Señor! 63 Tu siervo, aunque te sea fiel, puede perderlo involuntariamente; pero tu Dios nada puede perder. Todo cuanto le confíes lo tendrás junto con él cuando le tengas a él.
6. Al decirte que lo traspases y coloques en el cielo, ningún pensamiento carnal debe asomar a tu mente que te sugiera esta pregunta: ¿Cuándo saco o quito de la tierra lo que poseo para colocarlo en el cielo? ¿Cómo subir? ¿Con qué andamios subo lo que poseo? Pon tu mirada en quienes pasan hambre, en los desnudos, en los necesitados, en los peregrinos, en los cautivos; fija en ellos tus ojos. Serán tus portaequipajes 64 en tu caminar hacia el cielo. Quizá te detienes a pensar y te preguntas: ¿Cómo es posible que ellos sean portaequipajes? Si antes buscaba sin encontrarlo el modo de poder yo elevar al cielo lo que poseo, ahora me pregunto, sin hallar tampoco respuesta, cómo podrán subirlo aquellos a quienes se lo doy. Escucha lo que te dice Cristo: "Haz el trayecticio 65. Dámelo allí y yo te lo devuelvo aquí". Cristo te dice: "Dámelo allí en la tierra donde lo posees; yo te lo devolveré aquí". Llegados a este punto, dirás: "¿Cómo puedo dárselo a Cristo? El está en el cielo, sentado a la derecha del Padre; cuando habitaba entre nosotros en la carne, pensando en nosotros se dignó pasar hambre y sed y necesitar hospitalidad. Cosas todas que le fueron otorgadas por hombres piadosos que merecieron recibir en su casa al Señor. Ahora, en cambio, Cristo no necesita de nadie, pues colocó su carne incorruptible a la derecha del Padre. ¿Cómo voy a darle aquí a él que nada necesita?" ¿Se te pasa por alto lo que dijo: Lo que hicisteis a uno de estos pequeños míos, a mí me lo hicisteis? La cabeza está en el cielo, pero tiene los miembros en la tierra. Dé un miembro de Cristo a otro miembro de Cristo: quien tiene dé al necesitado. Miembro de Cristo eres tú que tienes qué dar; miembro de Cristo es el otro y necesita que le des. Los dos camináis por un mismo camino, ambos sois compañeros de viaje. El pobre va aliviado de peso, y tú, rico, oprimido por la carga. Da de lo que te oprime; da al indigente algo de eso que te resulta pesado. Así tú te alivias y ayudas al compañero 66 . La Escritura santa dice: El rico y el pobre se encontraron; a ambos los hizo el Señor. El rico y el pobre se encontraron: frase llena de suavidad. ¿Dónde, sino en esta vida? En el momento del encuentro, aquél iba bien vestido, éste lleno de harapos. Uno y otro nacieron desnudos; también el rico nació pobre. No mire lo que encontró, sino lo que trajo. ¿Qué trajo el desdichado cuando nació, sino desnudez y lágrimas? Por esto dice el Apóstol: Nada trajimos a este mundo y nada podemos llevarnos de él. Envíe por adelantado lo que quiere encontrar allí cuando salga de aquí. Hay un pobre; hay también un rico. Uno y otro se han encontrado. A ambos los hizo el Señor; al rico para que socorra al pobre; al pobre para probar al rico. Dichosos, por tanto, los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Tengan riquezas o no las tengan, sean pobres y de ellos será el reino de los cielos.
7. Dichosos los mansos, porque ellos poseerán la tierra en herencia. Los mansos. Quienes no ofrecen resistencia a la voluntad de Dios, ésos son los mansos. ¿Quiénes son los mansos? Aquellos que cuando les va bien alaban a Dios y cuando les va mal no le blasfeman; glorifican a Dios por sus buenas obras y se acusan a sí mismos por sus pecados. Ellos poseerán la tierra en herencia. ¿Qué tierra sino la mencionada en el salmo: Tú eres mi esperanza y mi parcela en la tierra de los vivos?
8. Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados. Hermanos míos, el llanto es cosa triste cuando es el gemido del penitente. Todo pecador debe llorar. ¿A quién se llora sino a un muerto? ¿Quién está más muerto que un malvado? Cosa admirable: llore por sí mismo, y revivirá; llore haciendo penitencia, y será consolado con el perdón.
9. Dichosos lo que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Esto es lo propio de nuestra tierra: sentir hambre de justicia. La saciedad de justicia tendrá lugar en otro sitio en el que nadie pecará. Será idéntica a la saciedad de los ángeles santos. Pero nosotros, que sentimos hambre y sed de justicia, digamos a Dios: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.
10. Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Con orden perfecto, tras haber proclamado Dichosos quienes tienen hambre y sed de justicia, añadió: Dichosos los misericordiosos, porque de ellos se apiadará Dios. Experimentas hambre y sed de justicia. Si sientes hambre y sed, eres mendigo de Dios. Estás como mendigo a la puerta de Dios. A tu puerta hay otro mendigo. Lo que tú hagas con tu mendigo, eso hará Dios con el suyo 67.
11. Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Haga cuanto se ha dicho con anterioridad, y su corazón estará limpio. Tiene el corazón limpio quien no finge las amistades ni tiene enemistades en el corazón. Dios corona allí donde sólo él ve. Cualquier cosa que te deleite allí, en tu corazón, no lo apruebes, no lo alabes; y si te pellizca algún mal deseo, no consientas; y si es muy grande el ardor, ruega a Dios para que actúe contra él y quede limpio el corazón desde el que se le invoca. En efecto, cuando quieres rogar a Dios en tu habitación, has de limpiarla; para que te escuche Dios, limpia tu habitación interior. A veces calla la lengua, pero gime el alma: es entonces cuando se ruega a Dios en la habitación del corazón. No haya allí nada que ofenda los ojos de Dios; no haya allí nada que le desagrade. Quizá te fatigues en la tarea de limpiar tu corazón; invócale a él, que no desdeñará limpiar el lugar adonde va a ir, y se considerará digno de habitar junto a ti. ¿Acaso temes recibir a tan poderoso Señor y eso te inquieta, del mismo modo que los hombres mediocres y que viven en la estrechez temen verse obligados a recibir en su casa transeúntes de mayor categoría que ellos? Es cierto: nada existe mayor que Dios; pero no temas por tu estrechez; recíbele y él te dilatará. ¿No tienes qué ofrecerle? Recíbele a él y él te alimentará a ti; y, lo que es más dulce todavía, te alimentará de sí mismo. El será tu alimento, según aquellas palabras suyas: Yo soy el pan vivo que he bajado del cielo. Este pan fortalece y no se agota. Por tanto, Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
12. Dichosos los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios. ¿Quiénes son los pacíficos? Los que construyen la paz. ¿Ves a dos personas discordes? Actúa en medio de ellos como servidor de la paz. Habla bien a aquél de éste y a éste de aquél. ¿Te habla uno airado mal de otro? No lo delates, encubre el insulto escuchado de la boca del airado y da el consejo cristiano de la concordia. Pero si quieres ser artífice de la paz entre dos amigos tuyos en discordia, comienza a obrar la paz en ti mismo: debes pacificarte interiormente, donde quizá combates contigo mismo una lucha cotidiana. ¿Acaso no luchaba consigo mismo quien decía: La carne tiene deseos contrarios al espíritu, y el espíritu contrarios a la carne. Uno y otro se oponen mutuamente para que no hagáis lo que queréis. Son palabras del santo Apóstol. Me complazco en la ley de Dios según el hombre interior; veo, sin embargo, en mis miembros otra ley contraria a la ley de mi mente, que me cautiva en la ley del pecado que reside en mis miembros. Si, pues, existe en el interior del hombre una lucha cotidiana y el resultado de esa lucha digna de alabanza es que lo inferior no se ponga por encima de lo superior, que la libido no venza a la mente ni la concupiscencia a la sabiduría, ésa es la paz recta que debes producir en ti: que lo que hay de más noble en tu persona impere sobre lo inferior. Lo más noble que posees es aquello en que reside la imagen de Dios. A esto se le denomina mente, se le llama inteligencia; allí arde la fe, allí se fundamenta la esperanza, allí se enciende la caridad. ¿Quiere tu mente ser capaz de vencer tus concupiscencias? Sométase a quien es mayor que ella y vencerá a lo inferior. Entonces habrá en ti una paz verdadera, segura, ordenadísima. ¿Cuál es el orden sobre el que se fundamenta esta paz? Dios impera sobre la mente, la mente sobre la carne 68.No existe otro orden más perfecto. Pero la carne tiene todavía sus debilidades. No era así en el paraíso; por el pecado se hizo así; por el pecado tiene el lazo de la discordia para nosotros. Pero vino el único que está sin pecado a poner de acuerdo nuestra alma y nuestra carne, y se dignó darnos como prenda al Espíritu Santo. Quienes se dejan conducir por el Espíritu, ésos son los hijos de Dios. Dichosos los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios. Toda esta lucha que nos produce fatiga a causa de nuestra debilidad -pues, aun cuando no consentimos a los malos deseos, estamos en cierto modo dentro de la batalla, y la seguridad no existe todavía--, toda esta lucha, repito, desaparecerá entonces cuando la muerte sea absorbida en la victoria. Escucha cuán cierto es que desaparecerá: Conviene que este cuerpo corruptible, son palabras del Apóstol, se revista de incorrupción, y este cuerpo mortal de inmortalidad. Cuando este cuerpo mortal se haya revestido de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que está escrito: La muerte fue absorbida por la victoria. Concluida la guerra, se firmó la paz. Escucha la voz de los triunfadores:¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu esfuerzo? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? Este es el grito de los vencedores; no quedará absolutamente ningún enemigo; nadie que luche dentro ni nadie que tiente fuera. Dichosos, pues, los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios
13. Dichosos los que sufren persecución a causa de la justicia. Esta adición última es lo que distingue al mártir del ladrón, pues también éste sufre persecución, pero por sus malas acciones, y no busca la corona, sino que paga la pena debida. Al mártir no lo hace la pena, sino la causa 69. Elija primero la causa y sin temor sufra la pena. Cuando Cristo padeció, en un mismo lugar había tres cruces: él en el medio, y a un lado y a otro los ladrones. Mira la pena: nada más semejante; sin embargo, sólo uno de los ladrones encontró, estando en la cruz, el paraíso. Cristo, en medio como un juez, condena al soberbio y viene en ayuda del humilde. Aquel madero fue para Cristo un tribunal 70. ¿Qué hará cuando venga a juzgar, él que pudo tanto cuando se hallaba juzgado? Dice al ladrón arrepentido: En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el paraíso. El, en cambio, ponía un plazo más largo. ¿Qué le había dicho? Acuérdate de mí, Señor, cuando llegues a tu reino. "Reconozco, dijo, mis malas acciones; sea, pues, justamente atormentado hasta tu regreso". Y, puesto que todo el que se humilla es exaltado, inmediatamente profirió la sentencia, concediendo el perdón. Hoy, dijo, estarás conmigo en el paraíso. Pero ¿acaso fue sepultado aquel mismo día el Señor en la totalidad de su ser? En su carne iba a estar en el sepulcro; en su alma, en cambio, bajaría a los infiernos, no en condición de vencido, sino para liberar a los vencidos. Si, pues, en el mismo día iba a estar en los infiernos según el alma y según la carne, ¿cómo dijo: Hoy estarás conmigo en el paraíso? ¿Acaso Cristo se reduce sólo a la carne y al alma? Se te pasa por alto que en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios. Te olvidas de que Cristo es el Poder y Sabiduría de Dios. ¿Dónde no está la Sabiduría de Dios? ¿No se ha dicho de ella: Toca con fuerza de un extremo a otro y dispone todo con suavidad? Por tanto, se refiere a la persona del Verbo cuando dice: Hoy estarás conmigo en el paraíso. Hoy, dijo, según el alma desciendo a los infiernos; pero según la divinidad no me aparto del paraíso.
14. En la medida de mis posibilidades, he expuesto a vuestra caridad todas las bienaventuranzas de Cristo. Os veo que estáis alegres, como queriendo escuchar todavía más. Vuestra caridad me ha provocado a decir tantas cosas y hasta hubiera podido decir otras muchas; pero es mejor que rumiéis bien lo recibido y lo digiráis para vuestra salud.
SERMON 54
Paralelismo entre Mt 5, 16 y Mt 6, 1.
Fecha: En los años 409-410.
Lugar: Desconocido,
1. Suele preocupar a muchos, amadísimos, el que nuestro Señor Jesucristo, habiendo dicho en el sermón de la montaña: Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo, haya dicho después: Procurad no hacer vuestras buenas obras delante de los hombres para ser vistos por ellos. Esto causa, en efecto, turbación en la mente de quien es corto de inteligencia, y, deseando ciertamente obedecer a uno y otro precepto, fluctúa entre pensamientos diversos y adversos. Uno no puede obedecer a un solo señor que ordena cosas contrarias al mismo tiempo, del mismo modo que nadie puede servir a dos señores, según el testimonio del Salvador en el mismo sermón. ¿Qué ha de hacer, pues, el alma indecisa que considera que no puede obedecer y al mismo tiempo teme no hacerlo? Si expone a la luz pública sus buenas obras para que sean vistas por los hombres, con el fin de cumplir lo mandado: Brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a Vuestro Padre que está era el cielo, se considerará culpable de haber obrado contra el precepto que dice: Procurad no hacer vuestras buenas obras delante de los hombres para ser vistos por ellos. Y si, por el contrario, por temor y cautela ocultase lo bueno que hace, juzgará no servir a quien ordenando le dice: Brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras.
2. Quien los entiende rectamente cumplirá uno y otro precepto y servirá al Señor, dueño de todo, que no le condenaría como siervo perezoso si le hubiese mandado algo de todo punto imposible. Escuchad, por tanto, a Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, segregado para el Evangelio de Dios; él cumple y enseña una y otra cosa. Ved cómo brilla su luz ante los hombres para que vean sus buenas obras: Nos recomendamos, dice, a nosotros mismos a toda conciencia de hombres en la presencia de Dios. Y en otro lugar: Nos preocupamos de hacer el bien, no sólo delante de Dios, sino también delante de los hombres. Y todavía: Agradad a todos en todo. como yo lo hago. Ved ahora cómo se preocupa de no hacer sus obras buenas delante de los hombres para ser visto por ellos: Examine cada cual sus obras, dice, y entonces hallará de qué gloriarse en sí mismo y no en otro. Y en otra parte: Porque nuestra gloria es el testimonio de nuestra conciencia. Pero nada tan manifiesto como esto: Si todavía buscase agradar a los hombres, dice, no sería siervo de Cristo. Y para que ninguno de los que se sienten turbados por los preceptos del Señor, como si fueran contrarios entre sí, intente plantearle a él con más motivo la misma dificultad y le pregunte: "¿Cómo dices tú: Agradad a todos en todo, como yo lo hago y, al mismo tiempo, si aún buscase agradar a los hombres no sería siervo de Cristo? Ayúdenos el Señor, que hablaba también por boca del Apóstol su siervo; descúbranos su voluntad y concédanos la gracia de obedecerle.
3. Las mismas palabras evangélicas llevan consigo su explicación. Con todo, no cierran la boca de los hambrientos, puesto que alimentan los corazones de quienes pulsan a sus puertas. Ha de examinarse la intención del corazón humano: a dónde se dirige y dónde fija su mirada. Si quien desea que sus buenas obras sean vistas por los hombres, coloca ante ellos su gloria y utilidad personal y es esto lo que busca en presencia de ellos, no cumple nada de lo mandado por el Señor al respecto, porque buscó el hacer sus buenas obras delante de los hombres para ser visto por ellos, pero no brilló ante ellos su luz en forma tal que, viendo esas buenas obras, glorificasen al Padre que está en el cielo. Quiso glorificarse a sí mismo, no a Dios. Buscó su propia voluntad, no amó la de Dios. De los tales dice el Apóstol: Todos buscan sus intereses, no los de Jesucristo. Por esto, el pasaje no concluye donde dice: Brille vuestra luz delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras, sino que añadió seguidamente con qué intención han de hacerse: para que glorifiquen, dice, a vuestro Padre que está en el cielo. En consecuencia, el hombre, al hacer el bien para que sea visto por los hombres, en su interior debe tener como intención el obrar bien; la intención, en cambio, de darlo a conocer téngala solamente para alabanza de Dios, pensando en aquellos a quienes lo da a conocer. A éstos es provechoso el que cause agrado Dios, que concedió al hombre el don de hacer el bien, para que no pierdan la esperanza de que también a ellos, si lo desean, puede serles concedido. De modo parecido, la frase: Procurad no hacer vuestras buenas obras delante de los hombres, terminó precisamente allí donde dice: para ser vistos por ellos. Y no añadió: para que glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo, sino: De otro modo no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en el cielo. Aquí manifestó que quienes son tales cuales él no quiere que sean sus fieles, consideran su recompensa el ser vistos por los hombres, y en eso ponen su bien; allí recrean la vanidad de su corazón, allí se vacían y se hinchan, allí se engríen y se consumen. ¿Por qué no bastó decir: Procurad no hacer vuestras buenas obras delante de los hombres, sino que añadió: para ser vistos por ellos? Porque hay algunos que hacen sus buenas obras delante de los hombres, no para ser vistos por ellos, sino para que sean admiradas y glorificado el Padre que está en el cielo, quien se dignó conceder tales obras a pecadores ya justificados.
4. Estos no consideran su justicia como propia, sino de aquel por la fe en el cual viven. Por eso dice el Apóstol: A fin de ganar a Cristo y poder hallarme en él, no poseyendo una justicia propia, que procede de la ley, sino la que procede de la fe en Jesucristo, la que viene de Dios, la que brota de la fe. Y en otro lugar: Para que seamos justicia de Dios en él. Por lo que reprende de esta manera a los judíos: Desconociendo, dice, la justicia de Dios y queriendo imponer la suya, no se sometieron a la justicia de Dios. Así, pues, hay quien desea que sus obras sean vistas por los hombres para que sea glorificado aquel de quien recibió el obrar las cosas que en él se ven, y de esta forma quienes las contemplan se sientan impulsados por la piedad de su fe a imitar el bien; y entonces la luz de éste brilla verdaderamente ante los hombres. De él se irradia la luz de la caridad y no el humo de la vanidad. El mismo se precave de no hacer su justicia delante de los hombres para ser visto por ellos. Como no la considera propia, no la realiza para ser visto, sino para que se piense en aquel que recibe su alabanza del hombre justificado, para que haga realidad en quien alaba lo que es alabado en el otro, es decir, para que haga también digno de alabanza a quien alaba. Fijaos en el Apóstol. Cuando dijo: Agradad a todos en todo, como también yo lo hago, no se detuvo en eso, como si el fin que se proponía fuese agradar a los hombres -pues, de lo contrario, hubiese dicho falsamente: Si aún buscase agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo-, sino que añadió inmediatamente el motivo por el que agradaba a los hombres: No buscando, dice, mi utilidad, sino la de muchos para que se salven. No buscaba, pues, agradar a los hombres en utilidad propia; de lo contrario, no sería siervo de Cristo. Sí les agradaba, era buscando su salvación, para ser un idóneo dispensador de Cristo. Porque ante Dios le bastaba su conciencia; ante los hombres resplandecía lo que ellos debían imitar.
SERMON 55
Comentario a Mt 5, 22.
Fecha: Anterior al año 409.
Lugar: Desconocido.
1. El capítulo del santo Evangelio que acabamos de escuchar en la lectura debe de habernos aterrorizado si tenemos fe. Quienes no la tienen, no sienten terror alguno. Y, puesto que no lo sienten, quieren vivir en una perversa seguridad, no sabiendo distribuir y distinguir el tiempo del temor y el de la seguridad. Tema, pues, quien se halla en esta vida que tiene un fin; así podrá en aquella otra vida tener seguridad sin fin. Hemos temido, pues. ¿Quién no se llena de temor ante la Verdad que habla y dice: El que dijere a su hermano: "Necio", será reo del fuego del infierno? No hay hombre que pueda dominar su lengua. El mismo hombre que doma a una fiera, no domina su lengua; doma a un león, y no refrena la conversación; es domador, pero no de sí mismo. Doma aquello a lo que temía, y para dominarse a sí mismo no teme lo que debería temer. ¿Qué sucede? Es frase verdadera, que procede también del oráculo de la Verdad: Ningún hombre puede dominar su lengua.
2. ¿Qué haremos entonces, hermanos míos? Estoy hablando a una multitud, me doy cuenta de ello. Mas, puesto que todos somos una sola cosa en Cristo, deliberemos como a puertas cerradas. Ningún extraño nos escucha. Somos una sola cosa, porque estamos en unidad. ¿Qué haremos? El que dijere a su hermano: "Necio", será reo del fuego del infierno. Ningún hombre puede dominar su lengua. ¿Irán, pues, todos al fuego del infierno? En ningún modo. Señor, te has convertido en nuestro refugio de generación en generación. Tu ira es justa y a nadie envías injustamente al infierno. ¿A dónde iré que me aleje de tu espíritu? ¿A dónde huiré que me aleje de ti? ¿A dónde, sino a ti? Por tanto, hermanos, si ningún hombre puede dominar su lengua, acudamos a Dios para que la domine. Si quieres dominarla tú solo, no podrás, porque eres hombre. Ningún hombre puede dominar su lengua. Pon atención a una semejanza tomada de las mismas fieras que domamos. El caballo no se doma a sí mismo, ni el camello, ni el elefante, ni el áspid ni el león. Tampoco el hombre se doma a sí mismo. Mas para domar al caballo, al buey, al camello, al elefante, al león, al áspid, se requiere el hombre, Por tanto, busquemos a Dios para que dome al hombre.
3. Así, pues, Señor, te has convertido en nuestro refugio. Recurrimos a ti, pues nos irá bien contigo. Con nosotros nos va mal. Al abandonarte nosotros a ti, tú nos dejaste en poder de nosotros mismos. Encontrémonos de nuevo en ti, puesto que habíamos perecido en nosotros. Tú, Señor, te has convertido en nuestro refugio. ¿Vamos a dudar, hermanos, de la capacidad del Señor de volvernos mansos si nos confiamos a él para que nos dome? Has domado tú a un león, que no es obra de tus manos, ¿y no va a domarte a ti quien te hizo? ¿Cómo pudiste domar bestias tan feroces? ¿Puedes, acaso, compararte a ellas en fuerza? ¿De qué poder te serviste para domar tan enormes bestias? Lo que llamamos jumentos, son también bestias. Estando sin domar, no se hace vida de ellos. Mas como la costumbre ha hecho que los hayamos visto siempre sometidos al hombre, bajo sus frenos y su poder, los juzgas mansos de nacimiento. Piensa en las bestias feroces. Cuando ruge un león, ¿quién no se estremece? ¿Por qué, con todo, te consideras más fuerte? No por la fuerza corporal, sino por la razón interior de tu mente. Eres más fuerte que el león, por aquello en que fuiste hecho a imagen de Dios. La imagen de Dios doma a la fiera; ¿no va a domar Dios a su imagen?
4. En él está nuestra esperanza; sometámonos a él e imploremos misericordia. Pongamos en él nuestra esperanza, y mientras nos doma y ablanda, es decir, nos hace perfectos, soportérnos en cuanto domador. Frecuentemente se sirve nuestro domador también del látigo. Si tú, para domar tus jumentos, empuñas la vara y el látigo, ¿no los va a utilizar Dios para domar sus jumentos, que somos nosotros, él que de sus jumentos hará hijos suyos? Domas a tu caballo; ¿qué le vas a dar cuando ya amansado comience a llevarte sobre sí, a sufrir tu disciplina, a obedecer tus órdenes, a ser jumento, es decir, ayuda (adiumentum) para tu debilidad? 71 ¿Qué recompensa vas a dar a quien ni siquiera das sepultura una vez muerto, sino que lo arrojas en presa a las aves? Dios, en cambio, una vez que te haya domado, te deja una heredad que es él mismo. Tras una muerte temporal, te resucitará. Te devolverá tu carne con cada uno de sus cabellos y te colocará en compañía de los ángeles cuando ya no necesites ser domado, sino sólo ser poseído por el piadosísimo Señor. Entonces Dios será todo en todos. No habrá adversidad alguna que nos pruebe, sino únicamente la felicidad que nos alimente. Nuestro Dios será nuestro pastor; nuestro Dios, nuestra bebida y nuestras riquezas. Cualquier cosa que busques aquí, él lo será para ti.
5. Con la vista puesta en esta esperanza se doma el hombre. ¿Hay motivo para considerar intolerable al domador? Se le doma con la mente puesta en esta esperanza. ¿Hay motivo para murmurar contra el domador si alguna vez llega a servirse del látigo? Escuchasteis la exhortación del Apóstol: Si os apartáis de la corrección, sois bastardos, no hijos. Los bastardos son los hijos del adúltero. ¿Qué hijo hay a quien su padre no corrija? Teníamos, dijo, padres carnales que nos corregían y los reverenciábamos. ¿No hemos de someternos mucho más al Padre de los espíritus, y viviremos? ¿Qué ha podido darte tu padre, hasta llegar a corregirte, a azotarte, a utilizar el látigo y a pegarte? ¿Acaso pudo otorgarte una vida sin fin? Lo que no pudo otorgarse a sí mismo, ¿cómo iba a dártelo a ti? Pensando en una módica cantidad de dinero, acumulada a base de usura y trabajo, te instruía a base de latigazos para que, al dejártela, no malgastaras viviendo mal el fruto de su trabajo. Y castigó al hijo por temor a que se perdiesen sus fatigas; porque te dejó lo que ni podía retener aquí ni llevar consigo. Nada te dejó aquí que pudiera seguir perteneciéndole. Desapareció él, para que así le sucedieras tú. Tu Dios, tu redentor, tu domador, castigador y padre te corrige. ¿Con qué finalidad? Para recibir una herencia; para lo cual no es preciso en este caso enterrar al padre. Para que tengas como herencia al Padre mismo. Con esta esperanza te corrige, y ¿murmuras? Y si te acaeciere algo desagradable, ¿llegarías a blasfemar? ¿A dónde irías que te alejases de su presencia? Mira; te deja tranquilo y no te azota. Aunque te deje cuando blasfemas, ¿no le oirás cuando te juzgue? ¿No es mejor que te azote y te reciba, antes que perdonándote te abandone?
6. Digamos, pues, al Señor Dios nuestro; Tú, Señor, te has convertido en nuestro refugio de generación en generación. Te has hecho nuestro refugio en el primer y segundo nacimiento, Fuiste refugio para que naciéramos, puesto que no existíamos. Refugio también para que renaciéramos, puesto que éramos malos. Tú, refugio para alimentar a quienes desertaban de ti; tú, refugio para levantar y dirigir a tus hijos; tú te has convertido en nuestro refugio. No nos separaremos de ti una vez que nos hayas librado de todos nuestros males y llenado de todos tus bienes. Regalas bienes, acaricias, para que no nos fatiguemos por el camino; corriges, pegas, golpeas, diriges, para que no nos salgamos de él. Tanto cuando acaricias para que no nos fatiguemos como cuando castigas para que no nos salgamos de él, tú, Señor, te has convertido en nuestro refugio.
SERMON 56
La entrega del Padrenuestro (Mt 6, 9-13).
Fecha: En torno a los años 410-412.
Lugar: Hipona.
l. Para mostrar que, antes de que llegasen, fueron predichos por los profetas estos tiempos en que habían de creer en Dios todos los pueblos, el bienaventurado Apóstol adujo este testimonio de la Escritura: Y sucederá que todo el que invocare el nombre del Señor será salvo. Antes, sólo entre los israelitas era invocado el nombre del Señor que hizo el cielo y la tierra; los pueblos restantes invocaban a ídolos mudos y sordos, que no les podían oír, o a los demonios, por quienes eran escuchados para su mal. Mas cuando llegó la plenitud de los tiempos se cumplió lo predicho: Y sucederá que todo el que invocare el nombre del Señor será salvo. Y después, como los mismos judíos, aun los que habían creído en Cristo, veían con malos ojos a los gentiles que habían recibido el Evangelio, mantenían que no debía anunciarse a quienes no estaban circuncidados. Contra ellos presentó el apóstol Pablo este testimonio: Y sucederá que todo el que invocare el nombre del Señor será salvo, añadiendo inmediatamente, para convencer a quienes no querían que se predicase el Evangelio a los gentiles, lo que sigue: ¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿O cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo van a oír si nadie les predica? ¿O cómo predicarán si no son enviados? El dijo: ¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? Esta es la causa por la que no recibisteis primero la oración y luego el símbolo 72, sino primero el símbolo para saber qué habéis de creer, y luego la oración en que conozcáis a quién habéis de invocar. El símbolo, por tanto, dice relación a la fe; la oración, a la súplica, puesto que quien cree es escuchado a través de su invocación.
2. Hay muchos que piden lo que no debieran, por desconocer lo que les conviene. Quien invoca a Dios, debe precaverse de dos cosas: pedir lo que no debe y pedirlo a quien no debe. Nada hay que pedir al diablo, a los ídolos y demonios. Si algo hay que pedir, hay que pedirlo a nuestro Señor Jesucristo; a Dios, padre de los profetas, apóstoles y mártires, al Padre de nuestro Señor Jesucristo, al Dios que hizo el cielo y la tierra y todo cuanto contienen. Mas hemos de guardarnos también de pedir lo que no debemos. Si la vida humana que debemos pedir la pides a ídolos mudos y sordos, ¿de qué te sirve? Lo mismo si pides a Dios Padre la muerte de tus enemigos, ¿qué te aprovecha? ¿No oíste o leíste, en el salmo que habla del detestable traidor judas, lo que dice respecto a él la profecía: Su oración le sea computada como pecado? Si, pues, te levantas para pedir males para tus enemigos, tu oración se convertirá en pecado.
3. En los santos salmos habéis leído cómo la persona que habla en ellos lanza muchas y graves imprecaciones contra sus enemigos. Y ciertamente, dirá alguno, la persona que allí habla es justa. ¿Por qué, pues, desea tales males a sus enemigos? No los desea, sino que los prevé; es la profecía de quien anuncia, no el voto de quien desea el mal. Los profetas conocían en espíritu a quiénes iban a acaecer males y a quiénes bienes, y lo decían sirviéndose de la profecía, como si deseasen lo que preveían. Tú, en cambio, ¿cómo sabes que aquel para quien hoy pides el mal no ha de ser mejor que tú? "Pero sé, dices, que es un malvado". También sabes que lo eres tú tanto como él. Aunque quizá sea un atrevimiento por tu parte el juzgar el corazón, que desconoces, de otra persona, con certeza sabes que tú eres un malvado. ¿No oyes decir al Apóstol: Yo fui primero blasfemo, perseguidor y dañino, mas obtuve misericordia porque lo hice en la ignorancia y en la incredulidad? Cuando el apóstol Pablo perseguía a los cristianos, arrestándolos dondequiera que los hallase, presentándolos a los sacerdotes para que los oyeran en tribunal y los castigaran, ¿qué pensáis que hacía la Iglesia? ¿Oraba por él o contra él? La Iglesia, que había aprendido la lección de su Señor, quien pendiente de la cruz, dijo: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen, pedía esto mismo para Pablo, mejor, para Saulo en aquel entonces, a fin de que tuviese lugar en él lo que efectivamente se realizó. El mismo dice: Yo era desconocido para las Iglesias de Cristo que había en Judea. Solamente oían: "Aquel que en otros tiempos nos perseguía, ahora anuncia la fe que antes arrasaba", y glorificaban a Dios en mí. ¿Por qué glorificaban a Dios, sino porque antes de hacerse esto realidad lo imploraban del Señor?
4. Como primera cosa, nuestro Señor suprime la palabrería, para que no te presentes ante Dios cargado de palabras, como si quisieras enseñarle algo con ellas. Cuando te pones a orar, necesitas piedad, no palabrería. Sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis. Por tanto, no habléis mucho. Sabe ya él lo que necesitáis. Pero alguien puede decir: "Si sabe ya lo que necesitamos, ¿no sobran aun las pocas palabras? ¿Para qué orar? El lo sabe. Denos lo que necesitamos". Si quiso que orases es para dar sus dones a quien los desea; para que no parezca cosa vil lo dado. Es él mismo quien inspira tal deseo. Las palabras que nuestro Señor Jesucristo nos enseñó en la oración son la expresión de estos deseos. No te es lícito pedir otra cosa distinta de lo que en ella está escrito.
5. Vosotros, pues, decid: Padre nuestro que estás en los cielos. De lo que se deduce, como veis, que comenzasteis a tener a Dios por padre. Pero le tendréis cuando hayáis nacido (por el bautismo). Ahora, aunque no habéis nacido, habéis sido ya concebidos de su estirpe, como en la matriz de la Iglesia que os alumbrará en la fuente 73. Padre nuestro que estás en los cielos. Acordaos de que tenéis un Padre en el cielo. En el nacimiento para la muerte tuvisteis a Adán por padre; recordadlo, teniendo a Dios por Padre vais a ser regenerados para la vida. Lo que decís, decidlo de corazón 74. Haya afecto en quien ora y causará efecto en quien escucha. Santificado sea tu nombre. ¿Por qué pides que sea santificado su nombre? Es santo ya. ¿Por qué lo pides, si ya es santo? ¿Acaso cuando pides que sea santificado su nombre no ruegas en cierto modo a Dios por él mismo y no por ti? Si lo entiendes, ruegas también por ti. Pides que lo que siempre es santo en sí, lo sea también en ti. ¿Qué significa Sea santificado? Sea tenido por santo, no sea despreciado. Ves, pues, que, cuando deseas eso, deseas un bien para ti. Si despreciaras el nombre de Dios, el mal sería para ti, no para él.
6. Venga tu reino. ¿A quién se lo decimos? ¿Acaso no ha de venir el reino de Dios si no lo pedimos? Se habla del reino que llegará al fin del mundo. Dios, en efecto, siempre tiene reino, y nunca está sin reino aquel a quien sirve toda criatura. ¿Pero qué clase de reino deseas? Aquel del que está escrito en el Evangelio: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que os ha sido preparado desde el principio del mundo. Pensando en él decimos: Venga a nosotros tu reino. Deseamos que venga a nosotros; deseamos ser hallados en él. Que vendrá, es un hecho; pero ¿de qué te aprovechará si te encuentra a su izquierda? Luego también aquí deseas un bien para ti y oras por ti mismo. Esto deseas, esto anhelas al orar: vivir de tal manera que formes parte del reino de Dios que se otorgará a los santos. Por tanto, oras para vivir bien, oras en beneficio tuyo, cuando dices: Venga tu reino. Formemos parte de tu reino: llegue también para nosotros lo que ha de llegar para tus santos y justos.
7. Hágase tu voluntad. Si tú no se lo mencionas, ¿no va a hacer Dios su voluntad? Recuerda lo que recitaste en el Símbolo: "Creo en Dios Padre todopoderoso". Si es todopoderoso, ¿por qué rezas para que se cumpla su voluntad? ¿Qué quiere decir Hágase tu voluntad? Hágase en mí de manera que no resista a tu voluntad. Por tanto, también aquí oras por ti y no por Dios. La voluntad de Dios se hará en ti aunque no la cumplas tú. En aquellos a quienes se dirá: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino preparado desde el principio del mundo para vosotros, se cumplirá la voluntad de Dios de que los justos y santos reciban el reino, y también en aquellos a quienes ha de decir: Id al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles. En éstos se cumplirá su voluntad de que los malos sean condenados al fuego eterno. Otra cosa distinta es que la cumplas tú. Porque es en beneficio tuyo; no oras sin motivo que se realice en ti. Sea en beneficio, sea en perjuicio tuyo, la voluntad de Dios se hará en ti; pero debe hacerse también por ti. ¿Por qué, pues, digo: Hágase tu voluntad en el cielo y en la tierra, y no: "Hágase tu voluntad por el cielo y por la tierra"? Porque lo que haces tú es él quien lo hace en ti. Nunca haces tú lo que él no hace en ti. A veces hace en ti lo que tú no haces; pero nunca haces tú nada si él no lo hace en ti.
8. ¿Qué quiere decir En el cielo y en la tierra, o como en el cielo, así en la tierra? Cumplen los ángeles tu voluntad; cumplámosla también nosotros. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así en la tierra. El cielo es la mente; la tierra, la carne.Cuando dices, si es que lo haces, las palabras del Apóstol: Con la mente sirvo a la ley de Dios; con la carne, en cambio, a la ley del pecado, se cumple la voluntad de Dios en el cielo, pero aún no en la tierra. Cuando la carne llegue a ir de acuerdo con la mente y la muerte haya sido engullida por la victoria, en modo que no quede ningún deseo carnal en lucha contra la mente; cuando pase el combate que se libra en la tierra; cuando pase la guerra que se combate en el corazón; cuando pase lo dicho: La carne apetece contra el espíritu y el espíritu contra la carne, dos fuerzas que luchan entre sí para que no hagáis lo que queréis; cuando haya pasado esta guerra y toda la concupiscencia se haya conmutado en caridad, nada quedará en el cuerpo que resista al espíritu, nada que domar, nada que frenar, nada que pisotear, sino que todo caminará hacia la justicia por el camino de la concordia; es decir, se hará la voluntad de Dios en la tierra. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Cuando oramos así buscamos la perfección. Otra vez: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. En la Iglesia, el cielo son los espirituales; la tierra, los carnales. Hágase, pues, tu voluntad así en la tierra como en el cielo; es decir, como te sirven los espirituales, sírvante así también los carnales una vez convertidos para mejor. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Hay otra forma de comprensión piadosa en extremo. Se nos ha exhortado a orar por nuestros enemigos. El cielo es la Iglesia; la tierra, sus enemigos. ¿Qué significa Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo? Crean en ti nuestros enemigos, como creemos nosotros. Conviértanse en amigos, acábense las enemistades. Son tierra, y por eso están en contra nuestra. Háganse cielo, y estarán de nuestra parte.
9. Nuestro pan de cada día dánosle hoy. Aquí aparece ya claro que oramos por nosotros. Es necesario explicar que oras por ti y no por Dios cuando dices: Santificado sea tu nombre. Es preciso exponerlo también cuando dices: Hágase tu voluntad, para que no pienses que deseas un bien a Dios y no que más bien oras por tí. También necesitas aclaración cuando pides: Venga tu reino, no vayas a pensar que deseas un bien a Dios, es decir, que reine. A partir de esta petición, y hasta el final de la oración, aparece evidente que rogamos a Dios por nosotros. Cuando dices: Danos hoy nuestro pan de cada día, te proclamas mendigo de Dios. Pero no te ruborices; por rico que sea uno en la tierra, siempre es mendigo de Dios. Yace el mendigo a la puerta del rico; pero también este rico yace a la puerta del Gran rico. Le piden a él y pide él. Si no sintiese necesidad, no llamaría mediante la oración a los oídos de Dios. ¿De qué tiene necesidad el rico? Me atrevo a decirlo: tiene necesidad hasta del pan cotidiano. ¿Por qué tiene abundancia de todo? ¿De dónde le viene sino de que Dios se lo otorgó? ¿Con qué se quedará si Dios retira su mano? ¿No se levantaron pobres muchos que se acostaron ricos? Si, pues, no les falta nada, es misericordia de Dios, no poder suyo.
10. Mas este pan, amadísimos, con que se llena el vientre y a diario se rehace nuestra carne; este pan, como veis, Dios lo da no sólo a quienes le alaban, sino también a quienes le blasfeman, él que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos. Le alabas y te alimenta; le blasfemas y te alimenta igual. Para que hagas penitencia, te espera; pero si no te conviertes te condenará. Considerando que este pan lo reciben los buenos y los malos, ¿no piensas que hay alguna otra clase de pan que piden los hijos, del cual decía el Señor en el Evangelio: No es bueno quitar el pan a los hijos y arrojarlo a los perros? Lo hay, ciertamente. ¿Qué clase de pan es éste? ¿Por qué se le llama cotidiano? También éste es necesario. De hecho, sin él no podemos vivir, sin pan no nos es posible. Es una desvergüenza pedir a Dios riquezas, pero no lo es pedir el pan de cada día. Una cosa es pedir algo para tener de qué ensoberbecerse y otra pedir algo para tener con qué vivir. Sin embargo, puesto que este pan visible y tangible lo da Dios a buenos y malos, existe otro pan cotidiano: el que piden los hijos. Es la palabra de Dios que se nos ofrece día a día. Nuestro pan es cotidiano: con él viven las mentes, no los vientres. Es necesario también para nosotros, que trabajamos ahora en la viña; es alimento, no recompensa. Dos cosas debe al jornalero quien le arrienda para trabajar en la viña: el alimento para que no decaiga, y la recompensa de que se alegre. Nuestro alimento cotidiano en esta tierra es la palabra de Dios que se distribuye siempre a las Iglesias; nuestra recompensa, posterior al trabajo, se llama vida eterna. Por lo demás, si veis significado en este pan lo que reciben los fieles, lo que vosotros vais a recibir una vez bautizados, justamente rogamos y decimos: Danos hoy nuestro pan de cada día, para que vivamos de tal modo que no nos separemos de aquel altar.
11. Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Tampoco en esta petición es necesario explicar que pedimos por nosotros. Pedimos que se nos perdonen nuestras deudas. Tenemos deudas, no de dinero, sino de pecados. Diréis ahora, tal vez: "¿También vosotros?" Respondemos: "También nosotros". "¿También vosotros, obispos santos, tenéis deudas?" "También nosotros las tenemos". "También vosotros? Líbrete de ello Dios, señor'. No te hagas esta injuria". "No me hago ninguna injuria, sino que digo la verdad. Tenemos deudas". Si dijéramos que no tenemos pecados, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Aunque estamos bautizados, tenemos deudas. No porque quedase algo sin perdonar en el bautismo, sino porque al vivir contraemos otras que se nos han de perdonar cada día. Quienes mueren luego de ser bautizados, sin deuda alguna suben a Dios, sin deuda alguna se van. Quienes después de bautizados siguen en esta vida, contraen algo debido a su fragilidad mortal, lo cual, aunque no llegue a causar el naufragio, conviene, no obstante, que sea achicado. Porque si en una nave no se achica el agua, poco a poco penetra tanta cuanta se precisa para que se hunda'. Esto es orar: achicar el agua. Pero no sólo debemos orar; hay que dar también limosna, porque cuando se achica el agua para evitar el naufragio de la nave, se actúa con la voz y con las manos. Actuamos con la voz cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Actuamos con las manos cuando hacemos esto otro: Parte tu pan con el hambriento y alberga en tu casa al necesitado sin techo. Guarda la limosna en el corazón del pobre y ella misma orará por ti al Señor.
12. Aunque por el lavado de la regeneración se nos perdonaron todos los pecados, nos hallaríamos en grandes angustias si no se nos otorgase la purificación cotidiana de la santa oración. La limosna y la oración nos purifican de los pecados siempre que no se cometan aquellos que nos separan necesariamente del pan cotidiano, es decir, evitando aquellas deudas a las que se debe una condena segura y severa. No quiero que os consideréis justos, como si no tuvierais que decir: Perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Aun absteniéndonos de la idolatría, de la astrología y hechicerías 75; aun alejándonos de los engaños de los herejes y las divisiones cismáticas; aun sin cometer homicidios, adulterios y fornicaciones, hurtos y rapiñas, falsos testimonios y otras cosas --y no me refiero a aquellas que conducen a la muerte, que exigen necesariamente la separación del altar 76 y ataduras aquí en la tierra que conllevan otras en el cielo, de efectos peligrosísimos y mortíferos, a no ser que desatadas en la tierra se desaten también en el cielo-; aun absteniéndonos de todo lo dicho, no le faltan al hombre modos de pecar. Quien ve con agrado lo que no le conviene, peca. ¿Y quién es capaz de dominar la velocidad del ojo? Hay quien dice, en efecto, que el ojo recibe su nombre de velocidad 77. ¿Quién dominará al oído o al ojo? Los ojos, si quisieras, pueden cerrarse y se cierran al instante. Cerrar los oídos exige más esfuerzo: has de levantar las manos y llegarlas hasta ellos; y si alguno te las sujeta, quedan abiertos y no podrás cerrarlos a palabras maldicientes, impuras, aduladoras y engañosas. ¿No pecas, acaso, con el oído cuando oyes algo que no te conviene, aunque no llegues a realizarlo? Oyes con agrado alguna cosa mala. ¿Cuántos pecados comete la lengua mortífera? A veces son tales que a quien los cometió se le separa del altar. A la lengua pertenece cuanto se relaciona con las blasfemias y muchas otras cosas insulsas que no vienen a cuento. No haga nada malo la mano; no corra el pie tras mal alguno; no se vaya el ojo tras la impureza; no se abra con agrado el oído a la palabra torpe; no se mueva la lengua para nada inconveniente. Ahora dime: los pensamientos, ¿quién los controla? Hermanos míos, con frecuencia, al orar estamos pensando en otras cosas, como olvidándonos de la persona en cuya presencia nos hallamos o ante quien estamos postrados. Si todas estas faltas se acumulan contra nosotros, ¿acaso no nos oprimen por el hecho de ser pequeñas? ¿Qué importa que te aplaste el plomo o la arena? El plomo es una masa compacta; la arena se forma de granos pequeños, pero su muchedumbre te aplasta igualmente. También estos pecados son de poca importancia, pero ¿no ves que los ríos se llenan de menudas gotas de agua y arrasan los campos? Son pequeños, pero son muchos.
13. Digamos, pues, cada día: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; digámoslo con corazón sincero y hagamos lo que decimos. Es una promesa que hacemos a Dios; un pacto y un convenio. El Señor tu Dios te dice: "Perdona y te perdono. ¿No has perdonado? Eres tú quien fallas contra tí mismo, no yo". Así es, amadísimos hijos míos; porque sé lo que os conviene de esta oración del Señor, sobre todo de esta petición: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, escuchadme. Vais a ser bautizados 78 ;perdonad a todos. Perdone cada cual de corazón lo que tenga en su interior contra quienquiera que sea. Entrad así y estad seguros de que se os perdonarán completamente cuantas deudas contrajisteis, tanto las que proceden de vuestro nacimiento en Adán, el pecado original, pecado por el cual corréis con vuestros hijos a la gracia del Salvador 79 , cuanto aquellas otras que habéis contraído en vuestra vida, sean dichos, hechos o pensamientos. Todo se os perdonará. Y saldréis de allí, como de la presencia de vuestro Dios, con la certeza del perdón de todas vuestras deudas.
14. Respecto a los pecados de cada día, pensando en los cuales os dije que era necesario repetir como purificación diaria: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, ¿qué debéis hacer? Tenéis enemigos. ¿Quién vive en esta tierra sin tener algún enemigo? Pensando en vosotros mismos, amadlos a ellos. En ningún modo puede dañarte tanto el enemigo que se ensaña contra ti como te dañas a ti mismo si no le amas a él. El puede causar daño a tu villa, a tu rebaño, a tu casa, a tu siervo, a tu sierva, a tu hijo o a tu mujer 80 ;o, como mucho, si se le concediera esa posibilidad, a tu carne. ¿Acaso tanto como puedes causar tú a tu alma? Amadísimos, os exhorto a que os abráis a esta perfección. Pero ¿acaso os la concedo yo? Aquel a quien decís: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, es quien os la otorga. No os parezca imposible. Yo sé, yo conozco, yo he comprobado que existen cristianos que aman a sus enemigos. Si os pareciere imposible, no lo hagáis. Como primera cosa, creed que es posible 81 y orad para que se cumpla en vosotros la voluntad de Dios. ¿Qué provecho sacas del mal de tu enemigo? Si no tuviera mal ninguno, no sería tu enemigo. Deséale el bien, deséale que deponga el mal y dejará de ser tu enemigo. No es, en efecto, su naturaleza humana la que es tu enemiga, sino su culpa. ¿Acaso es tu enemigo porque posee alma y carne? Es como tú: tú tienes alma, él también la tiene; tienes carne, él también. Es consustancial a ti; fuisteis hechos de tierra semejante, fuisteis animados por Dios uno y otro. Lo que eres tú, es él: ve en él a tu hermano. Los dos primeros hombres fueron nuestros padres: Adán y Eva. El el padre, ella la madre. En consecuencia, nosotros somos hermanos. Dejemos de lado el primer origen. Dios es nuestro Padre, la Iglesia es nuestra Madre 82. Por tanto, nosotros somos hermanos. Pero mi enemigo es pagano, es un judío o un hereje de los que os hablé al exponer: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. ¡Oh Iglesia! Tu enemigo es pagano, o judío o hereje: es tierra. Si tú eres cielo, invoca al Padre que está en los cielos y ora por tus enemigos. También Saulo era enemigo de la Iglesia; orando por él se convirtió en amigo. No sólo dejó de ser perseguidor, sino que se esforzó por ser una ayuda. Y si buscas la verdad, se oró contra él; contra su maldad, no contra su naturaleza. Ora también tú contra la maldad de tu enemigo; muera ella para que viva él. Si llega a morir tu enemigo, carecerás ciertamente de tu enemigo, pero no encontrarás a un amigo. Si, en cambio, muriese su maldad, habrás perdido el enemigo y encontrado un amigo.
15. Aún decís: "¿Quién puede hacerlo? ¿Quién lo ha hecho?" Hágalo Dios en vuestros corazones. También yo sé que son pocos quienes lo hacen, que son grandes quienes lo hacen; que lo hacen los espirituales. ¿Acaso son tales todos los fieles que en la Iglesia se acercan al altar a recibir el cuerpo y la sangre del Señor? ¿Lo son todos? Y, sin embargo, todos dicen: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿Qué sucedería si les respondiese Dios: "Por qué pedís que cumpla lo que prometí, si vosotros no hacéis lo que mandé? ¿Qué prometí? Perdonar vuestras deudas. ¿Qué mandé? Que también vosotros perdonarais a vuestros deudores. ¿Cómo podéis hacer esto si no amáis a vuestros enemigos?" ¿Qué hemos de hacer, pues, hermanos? ¿A tan pequeño número se reduce la grey de Cristo, si sólo deben decir: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, quienes aman a sus enemigos? No sé qué hacer ni qué decir. ¿Debo deciros: "Si no amáis a vuestros enemigos, no oréis"? No me atrevo; antes al contrario, os digo: "Orad para llegar a amarlos". Pero ¿he de deciros acaso: "Si no amáis a vuestros enemigos, al recitar la oración no digáis: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores?" Suponte que te digo: "Pasa esto por alto". Si no lo decís, queda sin perdón; si lo decís, pero sin cumplirlo, quedará también sin perdón. Luego ha de decirse y hacerse para que se os perdonen los pecados.
16. Estoy viendo una manera de poder consolar no a un reducido número, sino a una muchedumbre. Sé que es esto lo que deseáis oír. Cristo dijo: Perdonad y seréis perdonados. ¿Qué decís vosotros en la oración, sino aquello de que ahora hablamos: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores? "Por tanto, Señor, perdona como nosotros perdonamos". Esto es lo que pides: "Padre que estás en los cielos, perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores". Esto es lo que debéis hacer, y si no lo hiciereis, pereceréis. Cuando tu enemigo te pide perdón, concédeselo inmediatamente. ¿Es también esto mucho para vosotros? Era mucho para ti amar al enemigo que te vejaba; ¿lo es también amar a quien te suplica perdón? ¿Qué dices? Te vejaba y le odiabas. Hubiera preferido yo que ni siquiera entonces le odiases; hubiera preferido que al sufrir sus malos tratos te hubieses acordado del Señor, que dijo: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen. Este sería mi mayor deseo: que, aun cuando tu enemigo se ensañaba contra ti, hubieras vuelto tu mirada a estas palabras del Señor. Mas, tal vez, dirás: "Sí, él lo hizo; pero en cuanto Señor; lo hizo porque él es Cristo el Hijo de Dios, el Unigénito, el Verbo hecho carne. ¿Qué puedo hacer yo, hombre malo y sin fuerzas?" Si es mucho para ti imitar a tu Señor, piensa en tu consiervo. Apedreaban al santo Esteban y, de rodillas, entre piedra y piedra, oraba por sus enemigos, diciendo: Señor, no les imputes este pecado. Ellos estaban allí para apedrearlo, no para pedirle perdón; pero él oraba por ellos. Así quiero que seas tú; ábrete. ¿Por qué arrastras siempre tu corazón por tierra? Escucha: ¡arriba el corazón! Abrelo, ama a tu enemigo. Si no puedes amarlo cuando te maltrata, ámale al menos cuando te pide perdón. Ama al hombre que te dice: "Hermano, he pecado, perdóname". Si entonces no perdonas, no digo que borras la oración de tu corazón, sino que serás borrado del libro de Dios.
17. Si al menos en esta ocasión le perdonas o, como mínimo, arrojas entonces el odio de tu corazón... Digo que expulses el odio de tu corazón, no la corrección 83."¿Qué he de hacer si tengo que castigar a quien me pide perdón?" Haz lo que quieras; pienso que amas a tu hijo, y alguna vez le azotas. Cuando lo haces, no te preocupas de sus lágrimas, porque le reservas la herencia. Lo que te digo es esto: cuando tu enemigo te pide perdón, expulsa del corazón el odio. Dirás, tal vez: "Miente, finge". ¡Oh juez del corazón ajeno! Dime los pensamientos de tu padre; dime los tuyos de ayer. Lo suplica, pide perdón; perdónale, perdónale sin reparos. Si no le perdonas, no es a él a quien haces daño; es a ti mismo. El sabe qué ha de hacer. Tú, consiervo suyo, no quieres perdonarle; irá al Señor de ambos y le dirá: "Señor, rogué a mi consiervo que me perdonara y no quiso hacerlo. Perdóname tú". ¿Acaso no es lícito a su Señor anular las deudas de su siervo? Recibido el perdón de su Señor, él marcha absuelto y tú permaneces con deudas. ¿Cómo con deudas? Llegará el momento de decir: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. El Señor te responderá: Siervo malvado, aunque era mucho lo que me debías, te perdoné todo porque me lo pediste. ¿No era, pues, justo que te compadecieses de tu consiervo como yo me he compadecido de ti? Son palabras del Evangelio, no de mi corazón. Si, rogado, perdonares a quien te ruega, puedes ya decir esta oración. Y si todavía no eres capaz de amar a quien te maltrata, puedes decir, no obstante, esta oración: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Pasemos a lo que resta.
18. No nos dejes caer en la tentación. Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores lo decimos pensando en nuestros pecados pasados que no podemos evitar que hayan sido cometidos. Puedes lograr no repetir lo que hiciste, pero ¿qué vas a hacer para que no exista lo que existió? Considerando lo ya hecho, viene en tu ayuda esta petición: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Pensando en aquellos pecados en que puedes caer, ¿qué hacer? No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos de mal. No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal, es decir, de la tentación.
19. Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Estas tres peticiones se refieren a la vida eterna 84.Siempre debe ser santificado el nombre de Dios en nosotros, siempre debemos estar en su reino, siempre debemos hacer su voluntad. Esto durará por siempre. El pan de cada día nos es necesario ahora, y a partir de esta petición las restantes cosas que pedimos se refieren a la necesidad de la vida presente. El pan de cada día es de necesidad en esta vida; es de necesidad también en esta vida que se nos perdonen nuestras deudas, pues una vez que lleguemos a la otra ya no existirán. En esta tierra existe la tentación; en esta tierra se navega entre peligros; en esta tierra y a través de las rendijas de la fragilidad entra algo que debe ser achicado. Cuando hayamos sido hechos iguales a los ángeles de Dios, en modo alguno lo diremos, en modo alguno rogaremos a Dios que nos perdone nuestras deudas, porque no existirán. Pidamos aquí el pan de cada día, pidamos que se nos perdonen nuestras deudas, pidamos que no entremos en tentación, puesto que en aquella vida ninguna tentación entrará; pidamos aquí ser librados del mal, puesto que en aquella vida ningún mal habrá; al contrario, permanecerá el bien sempiterno.
SERMON 57
La entrega del Padrenuestro (Mt 6, 9-13).
Fecha: Quizá antes del año 410.
Lugar: Hipona.
1. El orden de vuestra instrucción exige que aprendáis primero lo que habéis de creer y luego lo que habéis de pedir 85. Esto mismo dice el Apóstol: Sucederá que todo el que invocare el nombre del Señor será salvo. El bienaventurado Pablo tomó este testimonio del profeta porque por él habían sido vaticinados estos tiempos en que todos habían de invocar el nombre del Señor: Quien invocare el nombre del Señor será salvo. Y añadió: ¿Cómo van a invocar a aquel en quien no han creído? ¿O cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar? ¿Cómo van a oír si no se les predica? ¿O cómo van a predicar si no son enviados? Fueron enviados, pues, los predicadores y predicaron a Cristo. Con su predicación los pueblos creyeron; oyendo, creyeron; creyendo, le invocaron. Puesto que se dijo con toda razón y verdad: ¿Cómo van a invocar a aquel en quien no han creído?, por esto mismo habéis aprendido antes lo que debéis creer y hoy habéis aprendido a invocar a aquel en quien habéis creído.
2. El Hijo de Dios, nuestro Señor Jesucristo, nos enseñó la oración. Y siendo el mismo Señor, como habéis recibido y proclamado en el símbolo, el Hijo único de Dios, no quiso, sin embargo, ser único. Es el único y no quiso ser único: se digno tener hermanos. Son aquellos a quienes dijo: Decid: Padre nuestro que estás en los cielos. ¿A quién quiso que llamáramos padre, sino a su mismo Padre? ¿Tuvo acaso celos de nosotros? A veces los padres, cuando han engendrado uno, dos o tres hijos, tienen miedo a engendrar más, no sea que obliguen a los que vengan a mendigar. Mas, puesto que la herencia que a nosotros se nos promete es tal que, aunque la posean muchos, nadie sufrirá estrecheces, por esto mismo llamó a ser hermanos suyos a los pueblos gentiles, y el que es Hijo único tiene innumerables hermanos que dicen: Padre nuestro que estás en los cielos. Pronunciaron estas palabras hombres que nos han precedido y las pronunciarán quienes nos sigan. Ved cuántos hermanos en su gracia tiene el que es Hijo único al hacer partícipes de su herencia a aquellos por quienes sufrió la muerte. Teníamos padre y madre en la tierra, para nacer a las fatigas y a la muerte. Hemos encontrado otros padres de quienes nacemos para la vida eterna: Dios es el Padre; la Madre, la Iglesia'. Pensemos, amadísimos, de quién hemos comenzado a ser hijos y vivamos cual conviene a quienes tienen tal Padre. Ved que nuestro Creador se ha dignado ser nuestro Padre.
3. Acabamos de oír a quién debemos invocar; escuchamos también la esperanza de una herencia eterna que nos otorga el haber comenzado a tener a Dios como Padre; oigamos qué hemos de pedirle. ¿Qué hemos de pedir a tal Padre? ¿No le pedimos hoy y ayer y el otro día la lluvia? Nada grande es lo que hemos pedido a tal Padre; y, sin embargo, veis con cuántos gemidos, con cuán gran deseo pedimos la lluvia, porque tememos morir, temor a algo que nadie puede eludir. Todo hombre ha de morir más pronto o más tarde, y, no obstante, gemimos, imploramos, sufrimos dolores como de parto, clamamos a Dios, y todo para morir un poco más tarde. ¡Cuánto más debemos levantar a él nuestra voz para llegar a donde nunca muramos!
4. En consecuencia, se dijo: Santificado sea tu nombre. También le pedimos esto: que su nombre sea santificado en nosotros, pues en sí es siempre santo. ¿Cómo es santificado su nombre en nosotros sino haciéndonos él santos? Pues nosotros no éramos santos, y por su nombre hemos sido hechos tales; él, en cambio, es siempre santo y su nombre lo es igualmente. Rogamos por nosotros, no por Dios. Ningún bien deseamos a Dios, a quien ningún mal puede nunca sobrevenir. Es para nosotros para quienes deseamos un bien: que sea santificado su nombre. Lo que siempre es en sí santo, séalo en nosotros también.
5. Venga tu reino. Lo pidamos o no lo pidamos, ha de venir. Dios tiene, en efecto, un reino sempiterno. ¿Cuándo no reinó? ¿Cuándo comenzó a reinar? Luego, si su reino no tiene inicio, tampoco tendrá fin. Mas, para que sepáis que también esto lo pedimos en beneficio nuestro, no de Dios-no decimos Venga tu reino, como deseando que reine Dios-, el reino de Dios seremos nosotros si, creyendo en él, nos vamos perfeccionando. Serán su reino todos los fieles redimidos con la sangre de su Hijo único. Este reino llegará cuando tenga lugar la resurrección de los muertos; entonces vendrá también él. Y una vez que hayan resucitado los muertos, los separará, como él mismo dice, y pondrá unos a la derecha, otros a la izquierda. A quienes estén a la derecha, les dirá: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino. Esto es lo que deseamos y pedimos al orar Venga tu reino, es decir, que venga a nosotros. Pues si nosotros fuéramos hallados réprobos, aquel reino vendrá para otros, no para nosotros. Si, por el contrario, nos halláramos en el número de quienes pertenecen a los miembros de su Hijo unigénito, su reino vendrá para nosotros; vendrá y no tardará. ¿Acaso quedan todavía tantos siglos cuantos son los ya pasados? 86 El apóstol Juan dice: Hijitos, ésta es la última hora. Pero pensad que a un día largo corresponde una hora larga; ved, si no, cuántos años dura ya esta última hora. Sea, empero, para vosotros como quien está despierto, se duerme, se levanta y reina. Estemos despiertos ahora; con la muerte dormiremos, al fin de los tiempos nos levantaremos y sin fin reinaremos.
6. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Como tercera cosa pedimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. También aquí deseamos un bien para nosotros, pues la voluntad de Dios se cumplirá necesariamente. La voluntad de Dios es que reinen los buenos y sean condenados los malos. ¿Puede acaso no cumplirse esta voluntad? Mas ¿qué bien deseamos para nosotros cuando decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo? Escuchad. Esta petición debe entenderse de varías maneras. Son muchos los pensamientos que sugiere esta petición por la que rogamos a Dios: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Una: como no te ofenden los ángeles, no te ofendamos nosotros tampoco. ¿De qué otra forma se puede entender Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo? Todos los santos patriarcas, todos los profetas, apóstoles, todas las personas espirituales son para Dios como el cielo; nosotros, en cambio, en comparación con ellos, somos tierra. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo: como se cumple en ellos, cúmplase también en nosotros. Otra interpretación de Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo: la Iglesia es el cielo; sus enemigos, la tierra. Deseamos el bien a nuestros enemigos: que crean también ellos y se hagan cristianos. Entonces se cumplirá la voluntad de Dios; como en el cielo, así en la tierra. Otra más: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo: el cielo es nuestro espíritu; nuestra carne, la tierra. Como nuestro espíritu se renueva por la fe, renuévese nuestra carne por la resurrección. Entonces se cumplirá lo voluntad de Dios como en el cielo, así en la tierra. Y también: nuestra mente, a través de la cual vemos la verdad y nos deleitamos en ella, es el cielo. Mira el cielo: Me deleito en la ley de Dios según el hombre interior. ¿Qué es la tierra? Veo otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi mente 87 . Una vez que haya pasado esta lucha y se establezca la plena concordia entre la carne y el espíritu, se hará la voluntad de Dios como en el cielo, así en la tierra. Cuando expresamos esta petición pensemos en todo lo dicho y pidámoslo todo al Señor. Todas estas cosas, amadísimos, estas tres peticiones de que he hablado, se refieren a la vida eterna. La santificación del nombre de Dios en nosotros será eterna. La llegada de su reino, reino en que viviremos, será para siempre. El cumplimiento de su voluntad en la tierra como en el- cielo, en cualquiera de las maneras que expuse, será eterno.
7. Restan las peticiones que se refieren a nuestra vida de peregrinos. Por eso, sigue así: Danos hoy nuestro pan de cada día. Danos los bienes eternos, danos los temporales. Prometiste el reino, no nos niegues el auxilio. Nos darás la gloria eterna en tu presencia; danos en la tierra el alimento temporal. Por esto decimos de cada día; por esto hoy, es decir, en este tiempo. Cuando haya pasado esta vida, ¿pediremos acaso el pan de cada día? Entonces no se nos hablará de cada día, sino de hoy. Se habla de cada día ahora, cuando a un día que pasa sucede otro. ¿Se hablará de cada día cuando ya no habrá más que un único día eterno? Esta petición sobre el pan de cada día ha de entenderse de dos maneras: pensando en el alimento necesario para la carne o también en la necesidad de alimento para el alma. El alimento carnal para el sustento de cada día, sin el cual no podemos vivir. El sustento incluye también el vestido, pero aquí se toma la parte por el todo. Cuando pedimos pan recibimos con él todas las cosas. Los bautizados conocen también un alimento espiritual, que también vosotros estáis seguros de recibirlo en el altar de Dios. También él será pan de cada día, necesario para esta vida. ¿O acaso hemos de recibir la Eucaristía cuando hayamos llegado a Cristo y comencemos a reinar con él por toda la eternidad? La Eucaristía, en consecuencia, es nuestro pan de cada día'; pero recibámoslo de manera que no sólo alimentemos el vientre, sino también la mente. La fuerza que en él se simboliza es la unidad, para que agregados a su cuerpo, hechos miembros suyos, seamos lo que recibimos'. Entonces será efectivamente nuestro pan de cada día. Lo que yo os expongo es pan de cada día. Pan de cada día es el escuchar diariamente las lecturas en la Iglesia; pan de cada día es también el oír y cantar himnos. Cosas todas que son necesarias en nuestra peregrinación. ¿Acaso cuando lleguemos allá hemos de escuchar la lectura del códice?' Al Verbo mismo hemos de ver, a él oiremos, él será nuestra comida y nuestra bebida como lo es ahora para los ángeles. ¿Acaso necesitan los ángeles códices o quien se los exponga o lea? En ningún modo. Su leer es ver; ven la Verdad misma y se sacian de aquella fuente de la que a nosotros nos llegan unas como gotas de rocío solamente. Hemos hablado ya del pan de cada día, porque en esta vida nos es necesario hacer esta petición.
8. Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿Cuándo, sino en esta vida, es necesaria tal petición? En la otra no tendremos deudas. ¿Qué son las deudas, sino los pecados? Vais a ser bautizados y todos vuestros pecados serán perdonados; ni uno solo quedará. Si alguna vez hicisteis algo malo de obra, de palabra, deseo o pensamiento, todo se borrará. Por tanto, no nos sería necesario aprender y decir esta petición: Perdónanos nuestras deudas, si tuviéramos plena seguridad frente al pecado en la vida posterior al bautismo. Pero, ante todo, cumplamos lo que sigue: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Vosotros principalmente que vais a obtener la cancelación de vuestras deudas, procurad no retener en vuestros corazones nada contra nadie, para salir de allí tranquilos, en cuanto libres y absueltos de todo; ni comencéis a querer tomar venganza de los enemigos que con anterioridad os hubieran agraviado. Perdonad como a vosotros se os perdona. Dios a nadie ha ultrajado, y, sin embargo, aun no debiendo nada, perdona. Si quien nada debe que le haya de ser perdonado, perdona todo, ¿con cuánto mayor motivo ha de perdonar quien ha sido perdonado?
9. No nos dejes caer en la tentación; mas líbranos del mal. ¿Será también esto necesario para la otra vida? Sobra decir No nos dejes caer en la tentación, donde ésta no puede existir. En el libro del santo Job leemos: ¿Acaso no es una tentación la vida del hombre sobre la tierra? ¿Qué es, pues, lo que pedimos? ¿Qué? Escuchad. El apóstol Santiago escribe: Nadie, cuando es tentado, diga que es tentado por Dios. Se refiere a aquella tentación mala por la que cada uno es engañado y queda sometido al demonio; esto es a lo que él llamó tentación. Existe otra tentación que recibe también el nombre de prueba; de ésta está escrito: El Señor vuestro Dios os tienta para saber si le amáis. ¿Qué significa para saber? Para hacéroslo saber a vosotros, pues él ya lo sabe 88.Dios no tienta a nadie con aquella tentación por la que uno es engañado y seducido, pero a algunos ciertamente, por un profundo y oculto juicio, los abandona en ella. Una vez que él se haya retirado, sabe el tentador qué ha de hacer. Si Dios lo abandona, no halla quien le ofrezca resistencia y, acto seguido, se constituye en poseedor. Para que Dios no nos abandone decimos: No nos dejes caer en la tentación. Cada uno, dice el mismo apóstol Santiago, es tentado, arrastrado y halagado por su concupiscencia; después, una vez que la concupiscencia ha concebido, pare el pecado; el pecado, a su vez, cuando ha sido consumado, engendra la muerte. ¿Qué nos enseñó con esto? Que luchemos contra nuestras concupiscencias. Por el bautismo, en efecto, se os van a perdonar los pecados; permanecerán, sin embargo, las concupiscencias con que habréis de luchar, aun después de haber sido regenerados. Dentro de vosotros quedará la batalla. No temáis a ningún enemigo exterior: véncete a ti, y el mundo está vencido. ¿Qué puede hacerte un tentador ajeno a ti mismo, sea el diablo o un agente suyo? Cuando un hombre te propone una ganancia para seducirte, si no encuentra en ti la avaricia, ¿qué puede conseguir? Si, por el contrario, la hallare en ti, la vista del lucro te inflamará y caerás en el cepo del viscoso alimento. Si no halla en ti avaricia, allí quedará la trampa tendida en vano. Te presenta el tentador una bellísima mujer; si existe en el interior la castidad, ya está vencida también externamente la iniquidad. Para que no caigas prisionero de la hermosura de la mujer ajena que se te presenta, lucha interiormente contra tu concupiscencia. No sientes a tu enemigo, sino a tu concupiscencia. No ves al diablo, pero ves lo que te deleita. Vence dentro de ti eso que sientes. Lucha, combate; quien te ha regenerado es tu juez. Te propuso el combate, tiene preparada la corona. Puesto que sin duda alguna serás vencido si él no viene en tu ayuda, si él te abandona, por eso mismo dices en la oración: No nos dejes caer en la tentación. La cólera del juez entregó a algunos en manos de sus concupiscencias. Es el Apóstol quien lo dice: Dios los entregó a los deseos de su corazón. ¿Cómo los entregó? No empujándolos, sino abandonándolos a ellos.
10. Líbranos del mal. Esta petición puede formar un todo con la anterior. Para que entiendas que se trata de una sola frase, suena así: No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. Añadió el mas para mostrar que ambas frases forman un solo pensamiento: No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. ¿Cómo? Las voy a presentar por separado: No nos dejes caer en la tentación. Mas líbranos del mal. Librándonos del mal no nos deja caer en la tentación; no dejándonos caer en la tentación nos libra del mal.
11. Pero la gran tentación, amadísimos, la gran tentación de esta vida consiste en ser tentados en aquello que nos merece el perdón si alguna vez somos víctimas de cualquier otra tentación. Tentación horrenda la que nos priva de la medicina con que sanar las heridas de las restantes tentaciones. Veo que aún no habéis comprendido. Para comprender, poned toda la atención de vuestra mente. Pongamos un ejemplo: uno es tentado por la avaricia y es vencido en alguna de esas tentaciones, pues cualquier luchador, aun el mejor, es herido alguna vez. A ese hombre, pues, aunque bravo luchador, le venció la avaricia e hizo algo, no sé qué, propio de un avaro. Pasó la concupiscencia sin arrastrarlo al estupro ni hasta el adulterio. Aun cuando exista el deseo, el hombre ha de retraerse ante el adulterio. Pero vio una mujer con ojos codiciosos, se deleitó con el pensamiento algo más de lo debido; se entabló lucha y hasta el mejor luchador cae herido; con todo, no consintió; rechazó el movimiento lascivo, lo refrenó con la amargura de la mortificación, le asestó a su vez un golpe y triunfó. Mas en la medida en que había caído, tiene motivos para decir: Perdónanos nuestras deudas. ¿Cuál es, pues, aquella tentación a que me referí, tentación horrenda, dañina, digna de ser temida y evitada con todas las fuerzas y con todo el empeño? ¿Cuál es? La que trata de inducirnos a la venganza. Tentación horrenda. Pierdes en ella lo que te podría procurar el perdón para los restantes delitos. Si en algo hubieras pecado mediante los demás sentidos o llevado por otros deseos, tu medicina consistiría en decir: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Quien te induce a la venganza, te echa a perder eso que ibas a decir: Como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Perdido esto, te quedarán todos los pecados; ninguno absolutamente se te perdona.
12. Después de habernos enseñado seis o siete peticiones en esta oración, el Señor, Maestro y Salvador nuestro, que conocía cuánto peligro entraña esta tentación para la presente vida, sólo ésta escogió para exponerla y encarecerla más ardientemente. ¿No hemos dicho acaso: Padre nuestro, que estás en los cielos? ¿Por qué, una vez concluida la oración, no habló algo más, bien sobre la petición que puso en primer lugar, o sobre la última, o las que están en el medio, diciendo qué pasaría, por ejemplo, si el nombre de Dios no fuera santificado en nosotros, o si no llegásemos a pertenecer al reino de Dios, o si su voluntad no se hiciera en la tierra como se hace en el cielo, o si Dios no nos guardase de caer en la tentación? ¿Por qué no dijo nada de eso? ¿Qué fue lo que dijo? En verdad os digo que si perdonareis los pecados a los hombres, en conexión con: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Pasando por alto todas las demás peticiones que nos enseñó, hizo hincapié en ésta. No era necesario encarecer mucho aquéllas. Si uno peca contra ellas sabe con qué curarse. Había que poner de relieve la que, una vez transgredida, elimina la posibilidad de curación para las restantes. Por todo lo cual debes decir: Perdónanos nuestras deudas. ¿Qué deudas? Nunca faltan; somos hombres: hablar un poco más de lo debido, decir algo indebido, reírse más de lo necesario 89 beber más de lo justo, comer más de lo conveniente, escuchar con agrado lo no conveniente, ver de buena gana lo no debido, pensar con deleite lo indebido. Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Pereciste si esto último perdiste.
13. Ved, hermanos míos; ved, hijos míos; considerad lo que os digo. Luchad contra vuestro corazón cuanto podáis. Si vierais que vuestra ira se levanta contra vosotros, rogad a Dios contra ella. Hágate Dios vencedor de ti mismo; hágate Dios vencedor no de un enemigo exterior a ti, sino de tu ánimo interior a ti. El se hará presente y lo realizará. Quiere que le pidamos esto antes que la lluvia. Veis, en efecto, amadísimos, cuántas peticiones nos enseñó el Señor, y, entre todas, sólo una habla del pan de cada día, para que en cuantas cosas pensemos vayan dirigidas a la vida futura. ¿Por qué vamos a temer que no nos lo dé quien lo prometió al decir: Buscad ante todo el reino de Dios, y todas estas cosas se os darán por añadidura? Antes de que se lo pidáis, sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de todo eso. Buscad ante todo el reino de Dios, y todas estas cosas se os darán por añadidura. Muchos, en efecto, fueron sometidos a la tentación del hambre y, hallados ser oro puro, Dios no los abandonó. Hubieran perecido de hambre si nuestro pan interior de cada día hubiese faltado a su corazón. Anhelemos sobre todo ese pan. Dichosos lo que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Puede él contemplar con ojos misericordiosos nuestra debilidad y vernos según aquello: Acuérdate de que somos polvo. Quien hizo al hombre del polvo y le dio vida, entregó a la muerte al Hijo único por este barro. ¿Quién puede explicar, o al menos pensar dignamente, cuán grande es su amor?
SERMON 58
La entrega del Padrenuestro (Mt 6, 9-13).
Lugar: Hipona.
Fecha: Entre el año 412 y el 416.
1. Por primera vez habéis recitado de memoria en presencia de la comunidad cristiana el Símbolo, en que se halla compendiada nuestra fe. Ya otras veces os he hablado de lo que dice el apóstol Pablo: ¿Cómo van a invocar a aquel en quien no han creído? 90 Puesto que ya recibisteis, aprendisteis de memoria y recitasteis en público cómo ha de creerse en Dios, recibid hoy cómo se le ha de invocar. Cuando se leyó el Evangelio, oísteis que fue el Hijo mismo quien enseñó a sus discípulos y a quienes creen en él esta oración. Habiéndonos compuesto tales preces tan gran jurista, tenemos esperanza de ganar la causa. Es el asesor del Padre, pues está sentado a su derecha como habéis confesado. Quien ha de ser nuestro juez, ése es nuestro abogado. De allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos. Retened, pues, esta oración que habéis de proclamar en público dentro de ocho días. Quienes de vosotros no supieron bien el Símbolo, apréndanlo, tienen tiempo todavía. El sábado tendréis que darlo de memoria en presencia de todos los asistentes; es el último sábado, aquel en que vais a ser bautizados. Dentro de ocho días a partir de hoy tendréis que recitar de memoria esta oración que hoy habéis recibido.
2. La oración empieza así: Padre nuestro que estás en los cielos. Hemos hallado un Padre en los cielos, veamos cómo hemos de vivir en la tierra. Quien ha hallado tal Padre debe vivir de manera tal que sea digno de llegar a su herencia. Todos juntos decimos: Padre nuestro. ¡Cuánta bondad! Lo dice el emperador y lo dice el mendigo; lo dice tanto el siervo como su señor. Uno y otro dicen: Padre nuestro que estás en los cielos. Reconocen que son hermanos cuando tienen un mismo padre. No considere el señor indigno de su persona el tener como hermano a su siervo, a quien quiso tener como hermano Cristo el Señor.
3. Continuamos diciendo: Sea santificado tu nombre. Venga tu reino. La santificación del nombre de Dios consiste en que nosotros nos hagamos santos, pues su nombre es santo desde siempre. Deseamos también que venga su reino. Vendrá aunque no queramos; pero desear y orar que venga su reino no es otra cosa que desear que nos haga dignos de él, no sea que-Dios no lo quiera-venga, pero no para nosotros. Para muchos no ha de venir eso mismo que ha de venir. Vendrá para aquellos a quienes se dirá: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que está preparado para vosotros desde el comienzo del mundo. No vendrá para aquellos a quienes se dirá: Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno. Cuando decimos Venga tu reino pedimos, por tanto, que venga para nosotros. ¿Qué significa que venga para nosotros? Que nos encuentre buenos. Esto es lo que pedimos: que nos haga buenos; entonces vendrá para nosotros su reino.
4. Añadimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Te sirven los ángeles en el cielo, sirvámoste nosotros en la tierra. No te ofenden los ángeles en el cielo, tampoco lo hagamos nosotros en la tierra. Como ellos hacen tu voluntad, hagámosla también nosotros. ¿Qué pedimos aquí sino el ser buenos? Cuando cumplimos la voluntad de Dios-sin duda alguna, él hace siempre la suya-, entonces se cumple en nosotros su voluntad. Existe todavía otra comprensión adecuada de Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Aceptamos el precepto de Dios; nos agrada y agrada a nuestra mente. Nos complacemos en la ley de Dios según el hombre interior. Entonces se hace su voluntad en el cielo. Al cielo se compara nuestro espíritu y a la tierra nuestra carne. ¿Qué significa, por tanto, Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo? Que del mismo modo que a nuestra mente agrada tu mandato, Señor, asimismo lo acate nuestra carne, y desaparezca del medio aquella lucha descrita por el Apóstol: La carne tiene deseos contrarios a los del espíritu, y el espíritu, contrarios a los de la carne. Cuando el espíritu tiene deseos contrarios a los de la carne, entonces se hace su voluntad en el cielo; cuando la carne no los tiene contrarios al espíritu, entonces se hace su voluntad en la tierra. La plena concordia existirá cuando Dios quiera; luchemos con el mundo para que pueda haber victoria. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, puede entenderse de otra manera todavía: considerando a la Iglesia como el cielo, en cuanto que lleva a Dios, y como la tierra a los infieles, de quienes se dijo: Tierra eres y a la tierra volverás. Cuando, pues, oramos por nuestros enemigos, por los enemigos de la Iglesia y del nombre cristiano, esto pedimos: que se haga su voluntad así en la tierra como en el cielo, es decir, como en tus fieles, así en quienes te blasfeman, para que todos lleguen a ser cielo'.
5. Y sigue: El pan nuestro de cada día dánosle hoy. Puede aceptarse sin dificultad que hacemos esta oración para que abunde o, al menos, que no nos falte el pan de cada día. Dijo de cada día, es decir, mientras perdura el hoy. Cada día vivimos, cada día nos levantamos, cada día nos saciamos, cada día sentimos hambre. Denos Dios el pan de cada día. ¿Por qué no mencionó también el abrigo? Nuestro sustento consiste en la comida y en la bebida; el abrigo, en el vestido y en el techo. Nada más desee el hombre, porque dice el Apóstol: Nada trajimos a este mundo, ni podemos llevarnos nada de él. Teniendo sustento y abrigo, debemos estar contentos. Desaparezca la avaricia, pues es rica la naturaleza. Por tanto, si se refiere al alimento de cada día, puesto que razonablemente puede entenderse así lo que decimos: Danos hoy nuestro pan de cada día, no nos extrañemos de que, nombrando sólo el pan, se incluya todo lo necesario. Así se entiende también la invitación de José cuando dijo: Estos hombres comerán hoy pan conmigo. ¿Por qué iban a comer solamente pan? En verdad, al decir sólo pan se sobrentendían las demás cosas. Del mismo modo, cuando pedimos a Dios el pan de cada día, le pedimos cuanto es necesario para nuestra carne en la tierra. Pero ¿qué dice el Señor Jesús? Buscad primero el reino de Dios, y las demás cosas se os darán por añadidura. Danos hoy nuestro pan de cada día: puede entenderse también perfectamente referido a la Eucaristía, alimento de cada día. Saben muy bien los ya bautizados qué es lo que reciben y cuán bueno es para ellos recibir este pan de cada día, necesario para esta vida. Ruegan por sí mismos, para llegar a ser buenos y para perseverar en la bondad, en la fe y en la vida santa. Esto desean, esto piden, pues si no perseveraran en la vida santa serían apartados de aquel pan. ¿Qué significa, por tanto, Danos hoy nuestro pan de cada día? Vivamos de tal modo que no seamos apartados de tu altar. También la palabra de Dios, que día a día se os explica y en cierto modo se os reparte, es pan de cada día. Y del mismo modo que los vientres tienen hambre de aquel pan, así las mentes la sienten de éste. También éste lo pedimos sin añadir nada más; en el pan de cada día se incluye cuanto es necesario en esta vida para nuestra alma y para nuestro cuerpo.
6. Decimos a continuación: Perdónanos nuestras deudas; digámoslo, porque decimos la verdad. ¿Quién hay que viviendo en la carne no tenga deudas? ¿Quién es el hombre que vive de tal manera que no le sea necesaria esta petición? Podrá hincharse, pero no hacerse'. Le viene bien imitar al publicano y no engreírse como el fariseo, quien subió al templo a jactarse de sus méritos, ocultando sus heridas. El otro, en cambio, que decía: Señor, muéstrate propicio a mí, pecador, sabía a qué había subido. El Señor Jesús -reflexionad, hermanos míos-, el Señor Jesús fue quien enseñó esta petición a sus discípulos, a aquellos hombres grandes, sus primeros apóstoles, nuestros carneros. Si hasta los carneros oran para que se les perdonen sus pecados, ¿qué han de hacer los corderos, de los que se dijo: Presentad al Señor los hijos de los carneros? Sabéis vosotros que esto está contenido en el Símbolo, que habéis recitado de memoria, pues entre otras cosas mencionasteis el perdón de los pecados. Remisión de los pecados hay dos: una que se nos concede una sola vez; otra que se nos da cada día. La primera es la que se nos da en el santo bautismo una única vez; la segunda, la que se nos da, mientras vivimos aquí, en la oración dominical. Por ello decimos: Perdónanos nuestras deudas.
7. Dios estableció, además, con nosotros un pacto, un convenio y una escritura en firme, consistente en que digamos: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Quien desee que le sea eficaz la petición: Perdónanos nuestras deudas, diga con sinceridad: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si esto último no se dice o se dice fingidamente, en vano se dice lo primero. Es sobre todo a vosotros, que vais a acercaros al santo bautismo, a quienes decimos: Perdonadlo todo de corazón. También vosotros, los ya bautizados, que con esta ocasión escucháis esta oración y nuestra exposición, perdonad cuanto tengáis contra quien sea de corazón; perdonad allí donde Dios ve. A veces el hombre perdona de palabra, pero se reserva el corazón; perdona de palabra por respetos humanos y se reserva el corazón, porque no teme la mirada de Dios. Perdonad completamente todo; cualquier cosa que hayáis retenido hasta hoy, perdonadla al menos estos días. Ni un solo día debió ponerse el sol sobre vuestra ira, y han pasado ya muchos. Pase de una vez vuestra ira, pues celebramos ahora los días del gran Sol, aquel del que dice la Escritura: Amanecerá para vosotros el sol de justicia y en sus alas vendrá la salvación. ¿Qué significa en sus alas? Bajo su protección. Por esto dice el salmo: Protégeme a la sombra de tus alas. Los otros, en cambio, que tardíamente se han de arrepentir en el día del juicio e infructuosamente se dolerán, de los cuales habla el libro de la Sabiduría, ¿qué dirán entonces, pagando ya por sus culpas y gimiendo en su espíritu angustiado? ¿Qué nos aprovechó la soberbia? ¿Qué bien nos reportó el jactarnos de nuestras riquezas? Todo pasó como una sombra. Entre otras cosas dirán también: Luego nos extraviamos del camino de la verdad, el sol de la justicia no lució para nosotros, ni amaneció para nosotros el sol. Aquel Sol amanece para los justos; en cambio, a este sol visible, Dios le hace salir cada día para buenos y malos. Es a los justos a quienes pertenece ver aquel Sol; por el momento habita en nuestros corazones a través de la fe. Si, pues, llegas a airarte, que no se ponga este Sol en tu corazón por tu ira: No se ponga el sol sobre vuestra ira. Evita que, al airarte, se ponga para ti el Sol de la justicia y quedes en tinieblas.
8. No penséis que la ira es cosa sin importancia. Mi ojo se ha turbado a causa de la ira, dice el profeta. Ciertamente, si a uno se le turba el ojo, no puede ver el sol. Y si intentare verlo, le producirá dolor en lugar de placer. ¿Qué es la ira? El deseo de venganza. ¡Desea vengarse el hombre, cuando aún no se ha vengado Cristo, ni se han vengado los santos mártires! Si la paciencia de Dios espera todavía que se conviertan los enemigos de Cristo y de los mártires, ¿quiénes somos nosotros para buscar venganza? Si Dios quisiese vengarse de nosotros, ¿dónde estaríamos? El que nunca nos ofendió no quiere tomar venganza de nosotros, y ¿queremos tomarla nosotros, que casi cada día ofendemos a Dios? Perdonad, pues; perdonad de corazón. Si te has airado, evita el pecar. Airaos y no pequéis. Airaos como hombres cuando sois vencidos; no pequéis reteniendo en vuestro corazón la ira -cosa que, si la hacéis, contra vosotros la hacéis-, no sea que no entréis en aquella luz. Perdonad, pues. ¿Qué es la ira? El afán de venganza. ¿Qué es el odio? La ira inveterada. La ira, si se ha hecho inveterada, se llama ya odio. Así parece confesarlo aquel que después de haber dicho: Mi ojo está turbado por la ira, añadió: He envejecido en medio de todos mis enemigos. Lo que al principio era solamente ira, se convirtió en odio, porque se hizo vieja. La ira es la paja, el odio la viga'. A veces reprendemos al que se aíra, manteniendo nosotros el odio en el corazón. Nos dice entonces Cristo: Ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo. ¿Cómo la paja, creciendo, llegó a hacerse una viga? Porque no fue sacada al momento. Tantas veces toleraste que saliera y se pusiera el sol sobre tu ira, que la hiciste vieja. Acumulando falsas sospechas, regaste la paja; regándola la nutriste, nutriéndola la hiciste una viga. Al menos, tiembla cuando se te dice: El que odia a su hermano es un homicida. No extrajiste la espada, no heriste la carne, no despedazaste cuerpo alguno a golpes; en tu corazón existe solamente el pensamiento del odio y eres considerado ya como homicida. Ante los ojos de Dios eres reo. Aunque vive, tú le diste muerte. Por lo que a ti respecta, diste muerte a quien odiaste. Enmiéndate, corrígete. Si en vuestras casas hubiese escorpiones o áspides, ¿cuánto no os esforzaríais para limpiarlas y poder habitarlas tranquilos? Os airáis; las cóleras se hacen inveteradas en vuestros corazones, surgen tantos otros odios, tantas otras vigas, tantos otros escorpiones y serpientes, ¿y no queréis limpiar vuestro corazón, casa de Dios? Haced, pues, lo que está dicho: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y pedid con seguridad: Perdónanos nuestras deudas, porque en esta tierra no podréis vivir sin deudas. Sin embargo, una cosa son aquellos grandes pecados que es un bien para vosotros el que os sean perdonados en el bautismo, de los cuales debéis estar alejados siempre. Otra cosa son los pecados de cada día, sin los cuales es imposible que viva aquí el hombre, y a causa de los cuales es necesaria la oración cotidiana con su pacto y convenio. Del mismo modo que se dice con alegría: Perdónanos nuestras deudas, dígase también con sinceridad: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. En fin, cuanto he dicho se refiere a los pecados pasados; ¿qué queda aún?
9. No nos dejes caer en la tentación: perdónanos los pecados cometidos y concédenos el no cometer otros. Pues quien cae en la tentación comete pecado. En efecto, el apóstol Santiago dice: Nadie, cuando es tentado, diga que le tienta Dios. Pues Dios no es incitador al mal ni tienta a nadie. Cada uno es tentado, arrastrado y halagado por su propia concupiscencia; después, una vez que la concupiscencia ha concebido, pare el pecado; el pecado, a su vez, una vez consumado, engendra la muerte. En consecuencia, para no ser arrastrado por la concupiscencia, no consientas en lo que te pide. Ella no puede concebir sino por obra tuya. ¿Consentiste en lo que pedía? Es como si hubierais yacido juntos en el hecho de tu corazón. Cuando se levanta la concupiscencia, niégate a ella, no sigas sus pasos. Es ilícita, lasciva, torpe y te apartará de Dios. No le des el abrazo del consentimiento para no tener que llorar el parto, porque si consientes, es decir, si le das el abrazo, ella concibe. Una vez que la concupiscencia ha concebido, pare el pecado. ¿No temes aún? El pecado engendra la muerte; teme al menos la muerte. Y si no temes al pecado, teme aquello a lo que conduce el pecado. Dulce es el pecado, pero amarga es la muerte. Tal es la desdicha de los hombres: al morir dejan aquí aquello por lo que pecan y llevan consigo los pecados. Pecas por causa del dinero, que has de dejar aquí; pecas por una mujer, que has de dejar aquí, y cualquiera que sea la cosa que te induce a pecar, cuando hayas cerrado los ojos por la muerte, la has de dejar aquí, llevando contigo el pecado que has cometido.
10. Séannos perdonados los pecados. Perdónensenos los pasados, cesen los futuros. Pero sin ellos no puedes vivir en esta tierra, sean los más pequeños, sean insignificantes, sean leves. No se desprecien, sin embargo, por el hecho de ser leves o pequeños. Los ríos se hacen de diminutas gotas. No se desprecien ni los más pequeños. Por las estrechas rendijas de las naves se filtra el agua a la nave, se llena la bodega y, si no se hace caso, la nave va a pique. Pero los marineros no se echan a dormir; andan las manos, andan para que cada día se desagüen las bodegas'. Caminen también tus manos, de modo que cada día achiques el agua. ¿Qué significa caminen las manos? Den; realiza obras buenas, caminen tus manos. Reparte tu pan con el hambriento e introduce en tu casa al necesitado que no tiene techo; si ves a alguien desnudo, vístele. Haz lo que puedas, sírvete de lo que puedas; hazlo con alegría y eleva tu oración confiadamente. Tendrá dos alas: la doble limosna. ¿Qué es la doble limosna? Perdonad y se os perdonará; dad y se os dará. Una limosna es la que sacas del corazón cuando concedes el perdón a tu hermano. La otra es la que se hace con los bienes; por ejemplo, cuando otorgas pan al pobre. Realiza ambas, no sea que tu oración se vea privada de un ala.
11. Después de haber dicho: No nos dejes caer en la tentación, continúa: Mas líbranos del mal. Quien quiere ser librado del mal, atestigua que está metido en él. Por esto dice el Apóstol: Redimiendo el tiempo, porque los días son malos. Pero ¿quién es el que quiere la vida y ama el ver días buenos? ¿Quién no lo va a desear, siendo así que todo hombre, mientras vive en esta carne, no tiene sino días malos? Haz lo que se dice a continuación: Refrena tu lengua del mal y tus labios para que no hablen con engaño. Apártate del mal y haz el bien; busca la paz y sigue tras ella. De esta forma carecerás de días malos, y se habrá cumplido lo que pediste: Líbranos del mal.
12. Las tres primeras peticiones: Santificado sea tu nombre, Venga tu reino y Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, son eternas. Las cuatros siguientes corresponden a la vida presente. Danos hoy nuestro pan de cada día: ¿acaso, una vez que hayamos llegado a aquella saciedad, hemos de pedir diariamente el pan de cada día? Perdónanos nuestras deudas: ¿acaso hemos de decir esto en aquel reino en que no tendremos deuda alguna? No nos dejes caer en la tentación: ¿podremos decirlo cuando ya no exista tentación alguna? Líbranos del mal: ¿lo diremos cuando no haya mal de que ser liberados? Estas cuatro peticiones nos son necesarias para la presente vida diaria; las otras tres, para la vida eterna. Hagamos todas las peticiones para llegar a ella y hagámoslas aquí para no hallarnos separados de ella. Una vez bautizados, tenéis que decir diariamente la oración. En la iglesia se dice todos los días ante el altar de Dios y los fieles la escuchan. No tenemos miedo a que no la retengáis bien de memoria, pues si a alguno le resultara difícil, la aprenderá de sólo oírla todos los días.
13. Por esto el sábado, en la vigilia que hemos de celebrar, si Dios quiere, recitaréis en público no la oración, sino el Símbolo. Si no lo aprendéis ahora, luego no lo vais a oír a diario en la iglesia de boca del pueblo. Una vez que lo hayáis aprendido, repetidlo todos los días para que no se os olvide: cuando os levantáis de la cama, cuando os entregáis al sueño, recitad vuestro Símbolo, recitádselo al Señor, recordáoslo a vosotros mismos, sin avergonzaros de repetirlo. Buena cosa es repetir para no olvidar. No digáis: "Ya lo dije ayer, lo dije hoy, lo digo todos los días, lo sé perfectamente." Tu Símbolo sea para ti como un espejo, que te recuerde tu fe y en el que puedas mirarte. Mírate en él, ve si crees todas las cosas que confiesas creer y regocíjate a diario en tu fe. Sean ellas tus riquezas; sean, por decirlo así, el vestido diario de tu mente. ¿No te vistes, acaso, cuando te levantas de la cama? Viste igualmente tu alma con el recuerdo de tu Símbolo, no sea que el olvido la desnude y, una vez desnuda, se cumpla en ti -Dios no lo quiera- lo que dice el Apóstol: Aunque despojados, no seamos hallados desnudos. Nuestra fe será nuestro vestido; será también nuestra túnica y nuestra coraza: túnica contra la vergüenza, coraza contra la adversidad. Cuando hayamos llegado al lugar en que reinaremos, no será necesario recitar el Símbolo. Veremos a Dios; el mismo Dios será para nosotros objeto de contemplación; la contemplación de Dios será la recompensa de nuestra fe.
SERMON 59
La entrega del Padrenuestro (Mt 6, 9-13).
Fecha: Quizá antes del año 410.
Lugar: Hipona.
1. Habéis recitado ya lo que creéis, escuchad qué habéis de pedir. Según las palabras del Apóstol: ¿Cómo van a invocar a aquel en quien no han creído?, no podríais invocar a aquel en quien no hubierais creído antes. Por este motivo aprendisteis en primer lugar el Símbolo, en que está la regla de vuestra fe, breve y grande al mismo tiempo: breve, en el número de palabras; grande, por el peso de sus artículos. La oración que hoy habéis recibido, para aprenderla y darla de memoria dentro de ocho días, fue dictada, como escuchasteis en la lectura del Evangelio, por el mismo Señor a sus discípulos y a través de ellos ha llegado hasta nosotros, puesto que su voz se extendió por toda la tierra.
2. Por tanto, no queráis pegaros a la tierra quienes habéis encontrado un Padre en el cielo. Vais a decir: Padre nuestro que estás en los cielos. Comenzasteis a pertenecer a un gran linaje. Bajo este Padre son hermanos el señor y el siervo, el emperador y el soldado, el rico y el pobre. Todos los cristianos bautizados tienen distintos padres en la tierra, unos nobles, otros plebeyos; pero todos invocan a un mismo Padre, el que está en los cielos. Si allí habita nuestro Padre, allí se nos prepara la herencia. Es tal este Padre, que lo que nos dona hemos de poseerlo en su compañía. Nos da una herencia, pero no nos la deja al morir él. El no se va, sino que permanece, para que nosotros nos acerquemos a él. Habiendo oído, pues, a quién dirigimos nuestras peticiones, sepamos también qué hemos de pedir, no sea que ofendamos a tal Padre pidiendo indebidamente.
3. ¿Qué nos enseñó nuestro Señor Jesucristo que pidiéramos al Padre que está en los cielos? Sea santificado tu nombre. ¿Qué beneficio es esto que pedimos a Dios, es decir, que sea santificado su nombre? El nombre de Dios es santo desde siempre; ¿por qué, pues, pedimos que sea santificado, sino para ser santificados nosotros por medio de él? Pedimos que sea santificado en nosotros lo que es santo desde siempre. El nombre de Dios es santificado en vosotros en el momento de ser bautizados. Y una vez que hayáis sido bautizados, ¿por qué vais a pedir eso, sino para que persevere en vosotros lo recibido?
4. Sigue la segunda petición: Venga tu reino. El reino de Dios ha de venir pidámoslo nosotros o no. ¿Por qué, pues, lo pedimos, sino para que venga también para nosotros lo que ha de venir para todos los santos? ¿Para qué, sino para que Dios nos cuente en el número de sus santos, para quienes ha de venir su reino?
5. En la tercera petición decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. ¿Qué quiere decir esto? Como los ángeles te sirven en el cielo, así te sirvamos también nosotros en la tierra. Sus santos ángeles, en efecto, le obedecen, no le ofenden; cumplen sus preceptos por amor a él. Esto es lo que pedimos: que también nosotros cumplamos sus preceptos por amor. Hay otra manera de entender las palabras Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. El cielo es nuestra alma y la tierra nuestro cuerpo. ¿Qué significa, pues, Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo? Como nosotros escuchamos tus preceptos, así también nuestra carne vaya de acuerdo con nosotros, no sea que, mientras están en lucha la carne y el espíritu, no podamos cumplir en plenitud los mandamientos de Dios.
6. Sigue la oración: Danos hoy nuestro pan de cada día. Sea que pidamos al Padre el sustento necesario, sea que entendamos en él aquel pan de cada día que vais a recibir en el altar, hacemos bien en pedirle que nos lo dé. ¿Qué es, pues, lo que pedimos, sino que no aceptemos ningún mal que nos separe de tal pan? Pan es también la palabra de Dios que cada día se nos predica. No deja de ser pan por el hecho de que no lo sea para el vientre. Una vez pasada esta vida, no buscaremos el pan que busca quien tiene hambre, ni recibiremos tampoco el sacramento del altar, porque allí estaremos con Cristo, cuyo cuerpo recibimos; ni tampoco se nos dirán estas palabras que yo estoy diciéndoos, ni se leerá el códice cuando veamos a la misma Palabra, al Verbo de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, de quien se alimentan los ángeles, por quien son iluminados. El hace sabios a los ángeles, quienes no buscan palabras que sólo expresan sus significados mediante rodeos, sino que beben la única Palabra, el único Verbo, del cual una vez llenos, rompen en alabanzas, en alabanzas que no cesarán. Pues, como dice el salmo, Dichosos quienes habitan en tu casa; por los siglos de los siglos te alabarán '
7. Por tanto, también para esta vida pedimos lo que sigue a continuación: Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. En el bautismo se nos perdonan absolutamente todas nuestras deudas, es decir, los pecados. Nadie puede vivir aquí sin pecado. Quizá pueda vivir sin aquellos pecados más graves que causan la separación de aquel pan, pero ciertamente nadie puede vivir sin pecados en esta tierra. Puesto que no podemos recibir el bautismo más que una sola vez 91, recibimos en la oración con qué lavarnos a diario, para que se nos perdonen nuestros pecados de cada día con la condición de que cumplamos lo que sigue: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Por tanto, os exhorto, hermanos míos-hijos míos en la gracia de Dios, y bajo tal Padre, hermanos míos-; os exhorto a que cuando alguien os ofenda y peque contra vosotros y luego se acerque a vosotros y, reconociendo su pecado, os pida perdón; os exhorto, repito, a que le perdonéis y lo hagáis de todo corazón e inmediatamente, no sea que cerréis el paso al perdón que os viene de Dios. Si vosotros no perdonáis, tampoco él os perdonará. Para esta vida, pues, está pensada esta petición; sólo pueden perdonarse los pecados aquí donde puede haberlos. En aquella otra vida no se perdonarán porque no existirán.
8. La última petición dice así: No nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal. También nos es necesario en esta vida pedir que no nos deje caer en la tentación, pues es en ella donde hay tentaciones y pedimos ser librados del mal que tiene su morada aquí. En consecuencia, de estas siete peticiones, tres se refieren a la vida eterna y cuatro a la vida presente. Sea santificado tu nombre, siempre lo será. Venga tu reino, este reino siempre existirá. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, siempre se hará. Danos hoy nuestro pan de cada día, no será cosa de siempre. Perdónanos nuestras deudas, no durará eternamente. No nos dejes caer en la tentación, no será cosa de siempre. Mas líbranos del mal, no durará por siempre. Unicamente donde existe la tentación y el mal es necesario que pidamos esto.
SERMON 60 (=Lambot 19)
El desapego y el tesoro en el cielo (Sal 38, 7; Mt 6, 19-21).
Lugar: Cartago.
Fecha: En el año 397.
1. Si un hombre cualquiera se halla en alguna dificultad y se siente incapaz de resolver su problema, busca una persona entendida que le aconseje para saber qué hacer. Supongamos, pues, que el mundo entero es un solo hombre. Desea evitar el mal, pero siente pereza para obrar el bien. Al acumularse por esto mismo sus dificultades y siendo incapaz de hacerles frente, para recibir consejo, ¿qué otra persona puede encontrar más entendida que Cristo? Encuentre, si puede, otra mejor y siga su consejo. Pero, si no puede encontrarla, venga a éste, consúltele dondequiera que le halle, siga su acertado consejo, guarde sus justos mandatos y así evite el gran mal. Mucho, en efecto, aborrecen y lamentan los hombres los males temporales de nuestros días; a su sombra murmuran sin cesar, y murmurando ofenden al Creador, para no encontrar al Salvador; males presentes que sin duda han de pasar. O ellos pasan por nosotros o pasamos nosotros por ellos; o pasan mientras aún vivimos, o los dejamos cuando morimos. No existe tribulación grande si es de breve duración. Por mucho que pienses en el día de mañana, no harás que vuelva el día de ayer. El día de mañana será ayer también cuando llegue el pasado mañana. Y si los hombres se agitan en tantos cuidados para eludir las tribulaciones temporales, pasajeras o, más bien, voladoras, ¿qué no se ha de discurrir para que el hombre se vea libre de las que permanecen y duran por siempre?
2. Complicado asunto es la vida de los mortales. ¿Qué otra cosa es el nacer sino ingresar en una vida de fatigas? El llanto del recién nacido es testigo del mayor sufrimiento futuro. A nadie se le dispensa de participar en este molesto banquete. Es preciso beber de la copa que nos brindó Adán. Fuimos hechos con las manos de la verdad, mas a causa del pecado hemos sido arrojados a los días de vanidad. Fuimos creados a imagen de Dios, pero la destruimos con la transgresión del pecado. Por esto nos recuerda el salmo cómo fuimos hechos y a dónde hemos venido a parar. Dice, en efecto: Aunque el hombre camine en la imagen de Dios; he aquí como fue hecho. ¿Adónde vino a parar? Escucha lo que sigue: Sin embargo, se inquieta vanamente. Camina en la imagen de la verdad y se conturba por insinuación de la vanidad. Mira, en fin, su turbación; mírala y, como viéndote en un espejo, desagrádate a ti mismo. Aunque el hombre, dijo, camine en la imagen, y en consecuencia sea algo grande, sin embargo se inquieta vanamente. Y como si preguntáramos, ¿con qué, dime, con qué se inquieta vanamente? Acumula tesoros y no sabe para quién. Considera simbolizado en ese hombre a todo el género humano, quien, como un hombre incapaz ante su problema, perdió la capacidad de decidir y se extravió del camino de la sana razón. Acumula tesoros y no sabe para quién. ¿Hay locura mayor? ¿Existe más grande desdicha? ¿Acumula tesoros para sí? Ciertamente no. ¿Por qué no para sí? Porque ha de morir, porque la vida del hombre es breve, porque el tesoro permanece, mientras pasa quien lo acumula. Por tanto, compadeciéndose del hombre que caminando en la imagen confiesa la verdad y sigue la vanidad, dice el Salmo: Se inquieta vanamente. Me causa pena: Acumula tesoros y no sabe para quién. ¿Para sí? No, pues muere el hombre y permanece el tesoro. ¿Para quién, pues? ¿Has tomado ya la decisión? Dímela. ¿No tienes decisión que participarme? Es que no tienes ninguna. Por tanto, si ninguno de los dos la tenemos, busquémosla ambos, recibámosla ambos.
3. Reflexionemos, pues. Te inquietas, atesoras, piensas, te afanas, sufres insomnios. Por el día te abruman las fatigas, por la noche te asaltan los temores. Para que tu bolso esté lleno de monedas, tu alma enferma de cuidados. Lo estoy viendo; me causa pena: te inquietas, y, como dice quien no puede equivocarse, te inquietas vanamente. Acumulas tesoros, en efecto. Para que te resulte bien cuanto haces-pasando por alto tantos daños, tantos peligros y cada una de las muertes que siguen a cada ganancia, muertes no causadas en los cuerpos, sino por los malos pensamientos-; para que venga el oro, perece la fe; para vestirte por fuera, te desvistes por dentro. Pero dejemos de lado esto, silenciemos otras cosas, pasemos por alto lo adverso y pensemos solamente en las cosas favorables. He aquí que acumulas tesoros, de todas partes te fluyen riquezas y como agua de fuente corren hacia ti las monedas. Mientras la pobreza lo arrasa todo como fuego, de todas partes te afluyen riquezas. ¿No has escuchado: Si afluyen las riquezas, no pongáis en ellas el corazón? Sin duda adquieres riquezas; tu inquietud no es infructuosa, pero sí vana. "¿Por qué, dices, por qué mi inquietud es vana? Mira: lleno los sacos, las paredes de mi casa apenas pueden contener lo que adquiero; ¿por qué, pues, mi inquietud es vana?" "Porque acumulas tesoros y no sabes para quién; o, si lo sabes, dímelo, te lo ruego. Te escucharé. ¿Para quién? Si no te inquietas vanamente, dime para quién acumulas tesoros". "Para mí", dices. "¿Te atreves a decirlo, tú que has de morir?" Gran piedad: un padre acumula tesoros para los hijos; mejor diría gran vanidad: uno que ha de morir los acumula para quienes han de morir también. Si no reservas para ti cuanto acumulas, puesto que has de morir, idéntica es la situación de tus hijos: también ellos han de pasar, no permanecerán. Omito hablar de como serán esos hijos; puede suceder, quizá, que lo que atesoró la avaricia lo eche a perder la lujuria. Otro derrochará con largueza lo que tú reuniste con fatiga. Pero prescindo de todo esto. Muy posiblemente tus hijos serán buenos, no se entregarán en brazos de la lujuria; conservarán lo que les dejaste, aumentarán lo que les reservaste y no echarán a perder lo que tú reuniste. Pero tus hijos serán igualmente vanos si hacen esto, si te imitan a ti, su padre, en ello. A ellos les repito lo que te decía a ti; se lo repito al hijo para quien tú reservas tus riquezas; a él le digo: acumulas tesoros y no sabes para quién. Como no lo supiste tú, tampoco él lo sabe. Si en él pervivió tu vanidad, ¿se equivocará en él la Verdad?
4. Omito decir que tal vez, durante tu vida, atesoras para el ladrón. Viene una noche y encuentra congregado el fruto de tantos días y noches. Acumulas tesoros tal vez para un ladrón, o quizá para un pirata. No quiero seguir hablando de esto, para no traer a la memoria ni abrir de nuevo las heridas de dolores pasados. ¡Cuántas cosas, acumuladas por la necia vanidad, las encontró preparadas la hostil crueldad! No es que yo lo desee, pero todos deben temerlo. No lo quiera Dios. Bástennos sus propios azotes. Pidámosle todos que lo aparte de nosotros. Perdónenos aquel a quien rogamos. Pero si nos pregunta para quiénes atesoramos, ¿qué vamos a responderle?
Tú, pues, ¡oh hombre! , cualquier que seas; tú que acumulas tesoros vanamente, ¿qué respuesta me vas a dar a mí, que examino el asunto contigo y contigo busco la determinación a tomar en esta causa común? Solías darme ésta: "Atesoro para mi hijo, para mis hijos, para mis sucesores". Yo te mostré cuánto hay que temer hasta en los mismos hijos. Pero suponte que ellos han de vivir distintamente a como piensa tu enemigo; suponte que van a vivir como desea su padre. Te he dicho, te he recordado cuán grande es el número de quienes se han hallado en aprietos en este asunto; te horrorizaste, pero no te corregiste. ¿Qué otra cosa puedes responderme, a no ser: "Quizá no"? También yo me he expresado de idéntica manera: Quizá, te dije, atesoras para un ladrón; quizá para un salteador; quizá para un pirata. No dije "ciertamente", sino "quizá". Te encuentras entre un "quizá sucederá" y un "quizá no sucederá"; es decir, no sabes lo que va a acaecer y te inquietas vanamente. Estás viendo qué cosa más cierta dijo la Verdad, cuán vanamente se inquieta la vanidad. Lo has oído; finalmente te diste cuenta de que cuando dices: "Quizá para mis hijos", no te atreves a afirmar: "Estoy seguro de que será para mis hijos". Ignoras, pues, para quién acumulas los tesoros. Así, pues, según lo que veo, y como antes decía, fracasaste en tu asunto: no hallas qué responderme, ni yo tampoco qué contestarte.
5. Por tanto, busquemos ambos, pidamos consejo los dos. Tenemos abundancia, no de sabios, sino de la Sabiduría misma. Escuchemos los dos a Cristo, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles; mas para los que fueron llamados de entre los judíos y los griegos, Poder y Sabiduría de Dios. ¿Por qué buscas protección para tus riquezas? Escucha al Poder de Dios; nada hay más fuerte que él. ¿Por qué buscas razones en favor de tus riquezas? Escucha la Sabiduría de Dios; nada más prudente que ella. Si al decírtelo yo te escandalizares, manifestarás ser judío, pues Cristo es escándalo para los judíos. Si, en cambio, te pareciere una necedad, manifestarás ser gentil, pues Cristo es necedad para los gentiles. Eres cristiano, has sido llamado; mas para los llamados, sean judíos o griegos, Cristo es el Poder y la Sabiduría de Dios. No te entristezcas cuando te lo diga; no te escandalices; no me insultes torciendo la boca como si ello fuese fruto de mi insensatez. Escuchemos. Lo que voy a decir, lo dijo Cristo. ¿Desprecias al pregonero? Teme al menos al juez. ¿Qué es, pues, lo que voy a decir? El lector del Evangelio me ha liberado poco ha de esa preocupación. No voy a leer de nuevo, sino a recordar lo leído. Buscabas consejo tú que te hallabas en dificultad; mira lo que dice la fuente del recto consejo, la fuente donde, tomes lo que tomes, no tienes miedo de hallar veneno. No amaséis tesoros en la tierra, donde lo polilla y el orín los consumen y donde los ladrones los desentierran y roban. Acumulaos un tesoro en el cielo, adonde no tiene acceso el ladrón, ni la polilla lo deteriora. Pues donde está tu tesoro, allí estará tu corazón. ¿Qué más esperas? La cosa está clara. El consejo está patente, pero la codicia está latente; mejor dicho, también ella misma--y esto es peor-está patente. Sin cesar engorda con la rapiña, sin cesar engaña por avaricia, sin cesar perjudica por malicia. Todo esto, ¿para qué? Para acumular tesoros. Y ¿dónde se van a colocar? En la tierra. Con toda razón va a parar a la tierra lo que de ella viene. Cuando pecó se le dijo al hombre, por quien, como dije, se nos propinó la copa de la fatiga: Tierra eres y a la tierra volverás. Con razón queda tu tesoro en la tierra, pues en ella está tu corazón. ¿Dónde está, pues, aquello que tenemos levantado hacia el Señor? 92 Doleos los que lo habéis entendido; enmendaos si habéis sentido dolor. ¿Cuánto va a durar el alabar y no hacer? Es verdad; no hay mayor verdad. Cúmplase lo que es verdad. Alabamos al único Dios y no cambiamos de vida para que también en esto nuestra inquietud sea vana.
6. Así, pues, sea que hayáis experimentado cómo perece lo que se esconde en la tierra, sea que no lo hayáis experimentado, pero la experiencia ajena os infunda el temor de experimentarlo, no amaséis tesoros en la tierra. A quien las palabras no corrigen, corríjanle los escarmientos. No se levanta uno, no se da un solo paso sin que digan todos a una voz: " ¡Ay de nosotros; el mundo se viene abajo! " Si se viene abajo, ¿por qué no escapas de él? Si un arquitecto te dijera que tu casa va a derrumbarse, ¿no saldrías de ella antes que perder el tiempo en murmurar? El Creador del mundo te dice que el mundo se va a derruir. No es quién para que tú le contradigas. Escucha la voz de quien predice, escucha el consejo de quien advierte. Esta es la predicción: El cielo y la tierra pasarán. Esta es la advertencia: No amaséis tesoros en la tierra. Si, pues, dais fe al que predice, si no despreciáis al que advierte, cúmplase lo que él dice. Quien dio tal consejo no quiso que vosotros perdierais lo que tenéis; al contrario, os advirtió cómo no perderlo. ¿Por qué no es escuchado cuando exhorta a que se traspase al cielo? No a aquel cielo del que se ha dicho: El cielo y la tierra pasarán. Si fuera así, ¿quién escucharía el consejo de quien invita a traspasarlo de un lugar ruinoso a otro igualmente ruinoso? Hay cielos de cielos, como hay santos de santos y siglos de siglos. Acumulad vuestro tesoro en el cielo. Los cielos proclaman la gloria de Dios. Quizá cuando das a un justo, das a un cielo. Si, por el contrario, das a un malvado-porque si tu enemigo tiene hambre, dale de comer-, tampoco en este caso te apartas del camino; en efecto, obedeces a quien hizo el cielo y la tierra. Por tanto, no seas perezoso en traspasar tu tesoro. ¿Tienes mucho acumulado? Mayor motivo para hacerlo. No quiero que pierda la piedad lo que acumuló la vanidad. Traspásalo. Tienes medios para que posean abundancia los pobres de Cristo. La calamidad que aflige el mundo ha convertido a muchos en portaequipajes tuyos. Yo lo he dicho y vosotros lo habéis oído; mejor, él lo dijo y juntos lo hemos oído, vosotros y yo. Concédanos la ayuda para realizarlo quien nos dio el consejo de que nos enmendásemos. Vueltos al Señor...
SERMON 60 A (=Mai 26)
Comentario a Mt 7, 6-8.
Fecha: Desconocida.
Lugar: Desconocido.
1. Dado que sois hijos de la Iglesia y estáis radicados y fundamentados en la fe católica, sabe vuestra caridad que los misterios divinos no se hallan ocultos porque se mire con recelo a quienes tratan de conocerlos, sino para que se descubran sólo a quienes los investigan. Con esta finalidad se leen públicamente los misterios de las Escrituras santas: para que exciten el ánimo a la investigación. Acaba de sernos leído el relato evangélico en que el Señor manda que no se arrojen las margaritas ante los puercos. Esta era la recomendación que hacía el Señor a sus siervos y discípulos al decirles: No deis lo santo a los perros ni arrojéis vuestras margaritas ante los puercos. Tal fue su amonestación. Mas como no les era fácil a ellos conocer quiénes estaban simbolizados en los perros y puercos que debían ser evitados con el fin de no arrojarles las margaritas para no dar a los tales lo santo, y para que la comprensión no se cerrase a los dignos, añadió a continuación: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Todo el que pide recibe y el que busca encuentra 93 .Por tanto, este texto: No deis lo santo a los perros ni arrojéis vuestras margaritas ante los puercos, va dirigido a los dispensadores de su palabra, a sus discípulos, a quienes hacía predicadores de su Evangelio. Lo que añadió: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá, va dirigido al pueblo, para que, después de haber pedido, buscado y llamado, comprenda entonces que ya no es un perro o un puerco, al que no deben arrojarse las margaritas.
2. Con testimonio diáfano aparece esto mismo en otro lugar del Evangelio: cuando el Señor se dirige a la región de Tiro y Sidón. Una mujer cananea, salida de aquellos contornos, comenzó a pedirle la salud de su hija. El Señor no la escuchaba; daba la impresión de que la despreciaba, pero era para que se manifestase su fe. Mira cómo da tiempo al tiempo: le encubre el don que, sin embargo, quiere concederle, para extraer de su corazón la voz por la que se haga digna de recibirlo. Pues, a pesar de que los discípulos dijeran al Señor: Despáchala, viene clamando tras nosotros, responde el mismo Señor: No es bueno quitar el pan a los hijos y echárselo a los perros. Veis que es idéntico al otro precepto: No deis lo santo a los perros ni arrojéis vuestras margaritas ante los puercos. No he sido enviado a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. Aquella mujer era gentil. En el futuro iba a ser predicado el Evangelio también a los gentiles. El apóstol Pablo, él principalmente, fue enviado a ellos. La predicación del Evangelio a todos los pueblos tendría lugar después de la pasión y muerte del Señor. Con su presencia corporal, él había venido solamente a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel. También, en efecto, creyeron muchos de entre los judíos. De ellos eran los Apóstoles; a ellos pertenecían los ciento veinte sobre los que en el día de Pentecostés vino el Espíritu Santo prometido por el Señor en el Evangelio con estas palabras: Os envío el Espíritu de verdad. Todo lo que prometió respecto a dicho Espíritu lo mostró después de la pasión y resurrección el día de Pentecostés. Había allí ciento veinte personas, sobre las que descendió el Espíritu Santo y se llenaron de El. Personas ciertamente judías. Estoy indicando a vuestra caridad cómo fueron elegidas las ovejas que habían perecido de la casa de Israel. Dice también el apóstol Pablo que más de quinientos hermanos vieron al Señor resucitado. También éstos eran judíos. Muchos millares de ellos creyeron también cuando, después de la Ascensión, les fue anunciado el Señor. La sangre del Señor fue donada a aquellos mismos que lo crucificaron. Con crueldad derramaron su mismo precio: con aquella sangre que derramaron fueron comprados ellos. Puesto que no iban a ser baldías las palabras del Señor pendiente de la cruz: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen, primero derramaron su sangre, es decir, su precio, y luego la bebieron. A estas ovejas, pues, dijo que había sido enviado. Pero al mismo tiempo predijo la fe futura de los gentiles. Nada acontecía que no estuviera anteriormente predicho, como si fuera novedad absoluta. También los profetas anunciaron la fe de los gentiles. El mismo Señor, estando todavía entre nosotros, antes de su pasión, dijo: Tengo también otras ovejas que no son de este redil; conviene que también las atraiga para que haya un solo rebaño y un solo pastor. Por este motivo se le denominó también piedra angular. En el ángulo, en efecto, encuentran su punto de unión dos paredes. Solamente pueden hacer ángulo supuesto que vengan de distinta dirección, ya que, si ambas provienen del mismo sitio, no hay posibilidad 94. Un pueblo procede, pues, de los judíos, es decir, de la circuncisión; los gentiles vienen de otra dirección, a saber, de los ídolos y del prepucio; pero ambos han encontrado en una piedra su punto de unión, no obstante la distinta procedencia. La piedra que rechazaron los constructores se constituyó en cabeza de ángulo. Aún no había llegado el tiempo de los gentiles y ya había una mujer entre ellos, aquella cananea, prefigurando la Iglesia de la gentilidad 95,
3. Ella suplica y oye que se le dice: No es bueno quitar el pan a los hijos y arrojárselo a los perros. La llamó perro porque pedía con vehemencia. Si ella se hubiera ofendido al oír tal palabra salida de la boca de la Verdad y que sonaba como un insulto, y, recibida la injuria, se hubiese largado murmurando en su corazón: "Vine a pedir un favor. Si se me concede, que se me conceda. Si no se me concede, ¿por qué soy un perro? ¿Qué hice de mal al pedir, al venir a suplicar un favor?"... Sabía a quién pedía el favor. Aceptó lo que salió de la boca del Señor, no lo rechazó e insistió más vehementemente en su petición, reconociendo ser lo que había escuchado. Dice, en efecto: Así es, Señor, es decir, has dicho la verdad: soy un perro. Puesto que él había dicho que el pan era para los hijos, le pareció poco reconocer que era un perro. Confesó que eran señores suyos aquellos a quienes él había llamado hijos. No está bien, dijo, quitar el pan a los hijos y arrojárselo a los perros. Y ella respondió: Así es, Señor; pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus señores. ¿Qué estáis viendo, hermanos? Pidió con insistencia, buscó con tenacidad, llamó por largo tiempo. En consecuencia, puesto que pidió, buscó y llamó, ya no es un perro. No da ahora el Señor lo santo a un perro. Ella mostró no ser perro porque buscó y llamó con afecto. Es la confirmación de lo que había dicho. Al ordenar a sus dispensadores: No deis lo santo a los perros ni arrojéis vuestras margaritas ante los puercos, corrigiendo a quienes querían recibir, para que dejasen de ser perros si antes lo habían sido, dijo: Pedid, buscad, llamad. Así lo manifestó en aquella mujer cananea a la que en un primer momento llamó perro. El mismo Señor le quitó el ultraje porque reconoció su humildad aceptando el oprobio en vez de indignarse al oír el insulto. El la había llamado perro. El mismo había ordenado: No deis lo santo a los perros. ¿Por qué le quitó el ultraje del que había sido autor, sino porque al aceptarlo ella fue transformada por la humildad y, más aún, al confesar ser lo que había oído, dejó de serlo?
4. ¿Qué es lo que dije: que confesó ser lo que había escuchado y dejó de serlo? Caso idéntico al de aquel publicano que estaba en el templo. El fariseo, jactándose de sus méritos, insultaba a quien se mantenía alejado reconociéndose pecador. Aquél, puestos los ojos en tierra, no se atrevía siquiera a levantar su rostro al cielo, porque no osaba levantar su conciencia a Dios, sino que golpeaba su pecho diciendo: Sé propicio conmigo, que soy un pecador. ¿Qué dijo el Señor al respecto? En verdad os digo: aquel publicano descendió del templo más justificado que el fariseo, porque todo el que se ensalza será humillado y todo el que se humilla será ensalzado. Si reconociéndose pecador es justificado, reconociéndose tal dejó de serlo. ¿Por qué? Porque el publicano descendió más justificado que el fariseo. Como éste, reconociéndose pecador, dejó de ser lo que era, del mismo modo aquella mujer cananea, reconociendo ser un perro, dejó de ser lo que era. ¿Qué escucha de la boca del Señor? Ya no escucha: "perro". ¿Qué, si no? ¡Oh mujer, grande es tu fe. Hágase según tú deseas! Le arrojó el pan; mejor, se lo dio, no se lo arrojó, porque lo daba no a un perro, sino a un hombre. Lo dio a la fe de quien pide, a la fe de quien busca, a la fe de quien llama. Por esto alabó la fe, porque no rechazó la humildad. Comprenda vuestra santidad las palabras del Señor cuando dice: No deis lo santo a los perros ni arrojéis vuestras margaritas ante los puercos. ¿Quiénes quiere que se sobreentiendan bajo la palabra perros? Perros son los que ladran calumniosamente; puercos son los manchados con el lodo de los placeres carnales. No seamos, pues, ni perros ni cerdos, para merecer que el Señor nos llame hijos, del mismo modo que aquella cananea mereció ser llamada no ya perro, sino mujer, al decir el Señor: ¡Oh mujer, grande es tu le. Hágase según tú deseas! Concluye el sermón sobre las palabras a sus discípulos: No deis lo santo a los perros, etc.
SERMON 61
La oración de petición (Mt 7, 7-11).
Lugar: Hipona.
Fecha: Entre el año 412 y el 416.
1. En las palabras del santo Evangelio, el Señor nos exhortó a orar. Pedid, dijo, y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Pues todo el que pide recibe, el que busca encuentra y al que llama se le abrirá. O ¿quién de vosotros, siendo malos, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez le dará una serpiente? ¿O cuando le pide un huevo le da un escorpión? 96 Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más dará cosas buenas a quienes se las piden vuestro Padre que está en los cielos? Siendo malos, dijo, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos. Cosa admirable, hermanos: siendo nosotros malos, tenemos un Padre bueno. ¿Hay cosa más clara? A nosotros se refiere esto que hemos oído: Siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos. Y a aquellos a quienes llamó malos, ved qué Padre les manifestó que tenían: Cuánto más vuestro Padre. ¿De quiénes es Padre? Ciertamente de los malos. ¿Cómo es el Padre? Nadie es bueno sino sólo Dios.
2. Por tanto, hermanos, si siendo malos tenemos un Padre bueno, es para que no permanezcamos siempre en la maldad. Nadie que sea malo obra el bien. Si nadie que sea malo hace el bien, ¿cómo se hará bueno un hombre malo? De un hombre malo hace uno bueno quien es siempre bueno. Sáname tú, Señor, dice, y quedaré sano; sálvame tú, y seré salvado. ¿Por qué me dicen vanidades hombres llenos de vanidad 97: "Si quieres tú te salvas a ti mismo"? Sáname tú, Señor, y quedaré sano. Nosotros fuimos creados buenos por quien es bueno. Dios, en efecto, hizo al hombre recto; malos nos hicimos nosotros por nuestra propia voluntad. De buenos pudimos hacernos malos y de malos podremos hacernos buenos. Pero hacer de un hombre malo uno bueno es obra de aquel que siempre es bueno, pues el hombre sólo por su propia voluntad no pudo sanarse. No buscas al médico para herirte; pero una vez que te has herido buscas quien te sane. Así, pues, aun siendo malos, sabemos dar cosas buenas a nuestros hijos, cosas buenas para este tiempo, bienes temporales, corporales, carnales. También ésos son bienes, ¿quién lo duda? Son bienes el pez, el huevo, el pan, la manzana, el trigo, esta luz, este aire que nos envuelve. Son bienes incluso las mismas riquezas con las que los hombres se enorgullecen y no reconocen a los otros hombres como sus iguales; con las cuales, digo, los hombres se ensoberbecen, amando más el vestido deslumbrante que pensando en la piel común. También, pues, son bienes las mismas riquezas 98.Pero todos estos bienes que he mencionado pueden ser poseídos por los buenos tanto como por los malos, y, aun siendo bienes, no pueden, sin embargo, hacer buenos a los hombres.
3. Hay, pues, un bien que hace al hombre bueno y hay un bien con el que haces el bien. El bien que hace bueno al hombre es Dios. Nadie hace al hombre bueno sino aquel que es siempre bueno. Invoca, por tanto, a Dios para ser bueno. Existe otro bien con el que puedes hacer el bien, es decir, cualquier cosa que poseas. El oro, la plata, son un bien que no te hacen bueno, pero con el que puedes hacer el bien. Tienes oro, tienes plata y ambicionas oro y plata. Lo tienes y lo ambicionas. Estás lleno y tienes sed. Se trata de una enfermedad, no de abundancia. Hay hombres enfermos, llenos de agua y siempre sedientos. Están repletos de agua y sienten sed de ella. ¿Cómo, pues, te deleitas en la opulencia, tú que tienes una ambición que es como la hidropesía? 99 Tienes oro, cosa buena es. No es algo que te haga bueno, pero sí con que puedes hacer el bien. ¿Qué bien, dices, he de hacer con el oro? ¿No lo has escuchado en el salmo?: Desparramó, dice, dio a los pobres; su justicia permanece por los siglos de los siglos. Este es el bien; éste es el bien que te hace bueno: la justicia. Si posees el bien que te hace bueno, haz el bien con el bien que no te hace bueno. Tienes dinero, da de él. Dando dinero, aumentas tu justicia. Desparramó, distribuyó, dio a los pobres; su justicia permanece por los siglos de los siglos. Considera qué es lo que disminuye y qué es lo que aumenta. Disminuye el dinero, aumenta la justicia. Disminuye lo que ibas a abandonar; mengua lo que ibas a dejar; aumenta, en cambio, lo que vas a poseer por la eternidad.
4. Te doy un consejo sobre cómo obtener ganancias. Aprende a ser comerciante. ¿Aplaudes al comerciante que vende plomo y adquiere oro y no alabas al que da dinero y adquiere justicia? "Pero yo, dices, no doy dinero porque no tengo justicia. Dé dinero quien la posea; yo, ya que no poseo la justicia, posea al menos dinero". Entonces, ¿no quieres dar dinero porque no posees la justicia? Más bien, da dinero para adquirirla. ¿De quién la vas a obtener sino de Dios, fuente de la justicia? Por tanto, si quieres poseer la justicia, sé mendigo de Dios, quien poco ha, mediante las palabras del Evangelio, te exhortaba a que pidieras, buscaras, llamaras. El sabía que eras su mendigo, y como padre de familia enormemente rico en riquezas espirituales y eternas, te exhorta y te dice: Pide, busca, llama. Quien pide recibe, el que busca encuentra, a quien llama se le abre. Te exhorta a que pidas; ¿va a negarte lo que le pides?
5. Pon ahora atención a una semejanza o comparación en que, por contraste, nos exhorta a la oración. Se trata de aquel rico malvado del que habla el Señor cuando dice: Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Una viuda le interpelaba día a día y le decía: "Hazme justicia". Por algún tiempo él no quiso. Como ella no cesaba de interpelarlo, tuvo que hacer por fastidio lo que no quería hacer por favor. De esta forma, y por contraste, nos exhortó a que pidamos.
6. Un hombre a cuya casa había llegado un huésped, se acercó a la de un amigo, dice el Evangelio, y comenzó a llamar y a decir: "Me ha llegado un huésped, préstame tres panes". El le respondió: "Estoy ya descansando y también mis siervos conmigo". No cesa, sigue allí en pie, insiste, llama; como amigo mendiga de un amigo. ¿Y qué dice Jesús? En verdad os digo que se levantará y le dará cuantos panes quiera, pero no por la amistad, sino por la molestia. ¿Qué quiere decir por la molestia? Porque no deja de llamar y, aun habiéndoselo negado, no se aleja. Quien no quería dar los panes, hizo lo que se le pedía porque el otro no se cansó de pedir. ¿Con cuánta mayor razón nos dará quien nos exhorta a pedir y es bueno; más aún, aquel a quien desagrada el que no pidamos? Si a veces tarda en dar, encarece sus dones, no los niega 100.La consecución de algo largamente esperado es más dulce; lo que se nos da de inmediato se envilece. Pide, busca, insiste. Pidiendo y buscando obtienes el crecimiento necesario para recibir el don. Dios te reserva lo que no te quiere dar de inmediato para que aprendas a desear vivamente las cosas grandes. Por tanto, conviene orar siempre y no desfallecer.
7. Si, pues, hermanos míos, Dios nos hizo mendigos suyos y nos aconsejó, nos exhortó y ordenó 101 que pidamos, busquemos y llamemos, pensemos también en quienes nos piden a nosotros. Nosotros pedimos. ¿A quién pedimos? ¿Quiénes somos los que pedimos? ¿Qué pedimos? ¿A quién, quiénes o qué pedimos? Pedimos al Dios bueno; pedimos nosotros, hombres malos; pedimos, sin embargo, la justicia que nos hará buenos. Pedimos, pues, algo que poseer eternamente, algo de que no volveremos a sentir necesidad una vez que hayamos sido saciados. Mas, para llegar a esta saciedad, sintamos hambre y sed; sintiendo hambre y sed, pidamos, busquemos, llamemos. Dichosos quienes tienen hambre y sed de justicia. ¿Por qué dichosos? Tienen hambre y sed, y ¿son dichosos? ¿Fue alguna vez la penuria fuente de dicha? No son dichosos porque sienten hambre y sed, sino porque serán saciados. La dicha se hallará en la saciedad, no en el hambre. Preceda, pues, el hambre a la saciedad, no sea que el cansancio de placer sea causa para no acercarse a los panes.
8. Hemos dicho ya a quién pedimos, quiénes pedimos y qué pedimos. Pero también a nosotros nos piden. Somos, en efecto, mendigos de Dios; para que él nos reconozca como mendigos suyos, reconozcamos nosotros también a los nuestros. También entonces, cuando nos piden a nosotros, hemos de considerar quiénes piden, a quiénes piden, qué piden. ¿Quiénes piden? Hombres. ¿A quiénes piden? A hombres. ¿Quiénes piden? Hombres mortales. ¿A quiénes piden? A hombres mortales. ¿Quiénes piden? Hombres frágiles. ¿A quiénes piden? A hombres frágiles. ¿Quiénes piden? Hombres desdichados. ¿A quiénes piden? A hombres desdichados. Dejando de lado sus riquezas, quienes piden son tales cuales aquellos a quienes piden. ¿Qué cara tienes para pedir a tu Señor, tú que no reconoces a quien es igual que tú? "No soy, dices, como él. Lejos de mí el ser así". Inflado y obcecado, esto dice del hombre andrajoso. Pero yo pregunto a los hombres desnudos. No pregunto cómo sois cuando estáis vestidos, sino cuando nacisteis. Ambos desnudos, ambos débiles, ambos iniciando una vida desdichada y, por tanto, ambos llorando.
9. Recuerda, ¡oh rico!, el comienzo de tus días. Mira si trajiste algo a este mundo. Pero ya estás aquí donde encontraste tantas y tan grandes cosas. Dime, te ruego, ¿qué trajiste tú? Di qué trajiste. O, si te avergüenzas de decirlo, escucha al Apóstol: Nada trajimos a este mundo. Nada, dijo, trajimos a este mundo. ¿Acaso porque aquí encontraste muchas cosas, aunque tú nada trajiste, vas a llevarte de este mundo algo contigo? Quizá también tiembles al confesar esto, llevado por el amor a las riquezas. Escucha también esto. Dígalo igualmente el Apóstol, quien no te adula: Nada trajimos a este mundo, es decir, cuando nacimos. Mas tampoco podemos sacar nada, es decir, cuando salgamos de él. Nada trajiste, nada te llevarás de él. ¿Por qué te inflas contra el pobre? Dejemos a un lado los padres, los siervos, los clientes al momento de nacer un niño; dejemos las muchedumbres complacientes y observemos el llanto de los niños ricos. Engendren al mismo tiempo el rico y el pobre, den a luz contemporáneamente una mujer rica y otra pobre. Olviden que han dado a luz, apártense un poco, den la vuelta y reconózcanlo. He aquí, rico, que nada trajiste al mundo, pero tampoco puedes llevarte nada de él. Lo que dije de los que nacen, esto mismo digo de los que mueren. Cuando por alguna circunstancia se rompen sepulcros antiguos, inténtese reconocer los huesos del rico. Tú, rico, escucha, por tanto, al Apóstol: Nada trajimos a este mundo. Reconócelo, es verdad. Pero tampoco podemos llevarnos nada de él. Reconócelo, también esto es verdad.
10. ¿Cómo continúa? Teniendo alimento y vestido, estemos contentos con ello. Pues quienes quieren hacerse ricos caen en la tentación y en muchos y nocivos deseos, que sumergen al hombre en la muerte y en la perdición. La avaricia es, en efecto, la raíz de todos los males; dejándose llevar por ella, algunos se apartaron de la fe. Mira lo que abandonaron. Si te duele el hecho de que abandonaron la fe, mira dónde fueron a caer. Escucha: Se apartaron de la fe y fueron a dar en muchos dolores. Pero ¿quiénes? Los que quieren hacerse ricos. Una cosa es ser rico y otra querer hacerse rico 102. Rico es quien ha nacido de padres ricos; no es rico porque él lo quiso así, sino porque muchos le dejaron herencias. Veo las riquezas, no pregunto por las satisfacciones. Lo que denunciamos es la ambición; no el oro, no la plata, no las riquezas, sino la ambición. Los que no quieren hacerse ricos, o no se preocupan de ello o no arden de ambición ni se encienden con las teas de la avaricia, sino que son ya ricos, escuchen al Apóstol, Hoy leímos: Manda a los ricos de este mundo. Manda. ¿Qué? Mándales, ante todo, no comportarse soberbiamente. Nada existe que con tanta facilidad engendren las riquezas como la soberbia 103. Cualquier clase de manzana, de grano, de trigo, cualquier clase de madera, tiene su gusano. Y uno es el del manzano, otro el del peral, otro el de la haba, otro el del trigo. El gusano de las riquezas es la soberbia.
11. Manda, pues, a los ricos de este mundo que no se comporten soberbiamente. Excluyó el vicio en las riquezas, enséñenos cómo han de utilizarse. ¿A qué se refiere el no comportarse soberbiamente? A lo que sigue: Ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas. Quienes no ponen su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, no se comportan soberbiamente. Si no tienen pensamientos altivos, teman. Si temen, es que sus pensamientos no son altivos. ¡Cuántos eran ayer ricos y hoy son pobres! ¡Cuántos se van a dormir siendo ricos y, habiendo llegado los ladrones que les arrebataron todo, se despiertan siendo pobres! Por tanto, no pongáis la esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en el Dios vivo, que nos da de todo con abundancia para que disfrutemos: bienes temporales y eternos. Para disfrutar, los eternos sobre todo; para usar de ellos, los temporales 104. Bienes temporales, como para viandantes; eternos, como para moradores definitivos. Los temporales con los que hacer el bien; los eternos con los que hacerse buenos. Hagan, pues, esto los ricos: no se comporten soberbiamente ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en el Dios vivo, que nos da de todo con abundancia para que disfrutemos; hagan esto. ¿Qué han de hacer con lo que poseen? Escucha: Sean ricos en buenas obras, den con facilidad. Tienen qué dar. ¿Por qué no lo hacen? La pobreza es una dificultad. Den con facilidad; tienen qué. Compartan, es decir, reconozcan que los demás mortales son iguales a ellos. Compartan, atesoren un fundamento bueno para el futuro. Cuando repito sus palabras: Den con facilidad, compartan, en ningún modo quiero que se despojen de todo, ni quiero que queden desnudos, como no quiero que queden con las manos vacías. Cuando digo: Atesoren para sí, enseño cómo adquirir una ganancia. No quiero que se conviertan en pobres. Atesoren para sí. No digo que pierdan sus bienes; al contrario, muestro a dónde han de traspasarlos. Atesoren para sí un fundamento bueno para el futuro, para alcanzar la vida verdadera. Esta vida, por tanto, es falsa; para alcanzar la vida verdadera. Vanidad de vanidades y todo vanidad. ¿Cuánta es la abundancia que obtiene el hombre de todos los trabajos que realiza bajo el sol? Hay que conseguir, pues, la vida verdadera; nuestras riquezas hemos de traspasarlas al lugar de la vida verdadera, para encontrar allí lo que aquí damos. Quien nos cambia a nosotros, las cambia a ellas también.
12. Dad, pues, a los pobres, hermanos míos. Teniendo alimento y abrigo, estemos contentos con ello. Ninguna otra cosa obtiene el rico de sus riquezas sino aquello que le pide el pobre: alimento y abrigo. Además de esto, de todo lo que tienes, ¿qué otra cosa tienes? Recibiste el alimento, recibiste el abrigo necesario. Estoy hablando de lo necesario, no de lo vano ni de lo superfluo. ¿Qué otra cosa obtienes de tus riquezas? Dímelo. Serán todas cosas superfluas para ti. Pero lo superfluo para ti es necesario para los pobres 105."Pero yo, dices, banqueteo opíparamente, me alimento de manjares exquisitos". "¿De cuáles se alimenta el pobre?" "De los ordinarios". Los alimentos del pobre son los ordinarios, mientras "Yo, dices, me alimento de manjares exquisitos" . Yo os pregunto una vez saciados los dos. Entra en tu interior el manjar exquisito, ¿en qué se convierte una vez dentro? Si los intestinos fuesen transparentes como cristales, ¿no nos avergonzaríamos de todos los manjares exquisitos de que nos hemos saciado? Tiene hambre el rico y tiene hambre el pobre; uno y otro buscan saciarse. El pobre se sacia con alimentos comunes, el rico con manjares exquisitos. La saciedad es igual. La posesión a que ambos quieren llegar es única, pero el primero quiere hacerlo directamente, el segundo mediante un rodeo 106."Pero, dices, me saben mejor los alimentos exquisitamente preparados". Harto de placer, apenas te sacias. Desconoces el sabor de lo que afina el hambre. Con lo dicho no trato de obligar a los ricos a que se alimenten de los manjares y alimentos de los pobres. Sigan los ricos la costumbre que ha adquirido su debilidad, pero duélanse de que tenga que ser así y no de otra manera. Mejor estarían si pudieran hacerlo de otra manera 107.Si, pues, el hombre no se enorgullece de su condición de mendigo, ¿por qué lo haces tú de tu debilidad? Sírvete alimentos escogidos, exquisitos, porque tal es tu costumbre, porque no te es posible de otra manera, puesto que, si cambias la costumbre, enfermas. Se te concede. Sírvete de cosas superfluas, pero da a los pobres lo que les es necesario. Sírvete manjares exquisitos, pero da a los pobres los ordinarios. El espera de ti, tú esperas de Dios. El tiene puesta su esperanza en la mano que fue hecha juntamente con él; tú la tienes puesta en la mano que te hizo. Pero no sólo te hizo a ti, sino también al pobre contigo. Os dio a los dos esta única vida; en ella os encontrasteis como compañeros de viaje, camináis por el mismo camino. El no lleva nada, tú vas demasiado cargado. El no lleva nada consigo; tú llevas contigo más de lo que te es necesario. Vas cargado; dale a él de eso que tienes. De esta forma, no sólo lo alimentas a él, sino que también aligeras tu carga 108.
13. Dad, pues, a los pobres. Os ruego, os lo aconsejo, os lo mando, os lo prescribo 109. Dad a los pobres lo que queráis. No ocultaré a vuestra caridad por qué me fue necesario predicaros este sermón. Desde el mismo momento en que salgo para venir a la iglesia y al regresar, los pobres vienen a mi encuentro y me recomiendan que os lo diga para que reciban algo de vosotros. Ellos me amonestaron a que os hablara 110.Y cuando ven que nada reciben, piensan que es inútil mi trabajo con vosotros. También de mí esperan algo. Les doy cuanto tengo; les doy en la medida de mis posibilidades. ¿Acaso soy yo capaz de satisfacer todas sus necesidades? Puesto que no lo soy, al menos hago de legado suyo ante vosotros. Al oír esto habéis aclamado. ¡Gracias a Dios! Recibisteis la semilla y en vuelta pagáis con palabras. Estas alabanzas vuestras son para mí más un peso que otra cosa y me ponen en peligro 111. Las tolero al mismo tiempo que tiemblo ante ellas. Con todo, hermanos míos, estas vuestras alabanzas son hojas de árboles: se pide el fruto.
SERMON 61 A (= Wilmart 12)
La oración (Mt 7, 7-8).
Lugar: Desconocido.
Fecha: No antes del año 425.
1. Puesto que el Señor no quiso que saliese de aquí en condición de deudor, reconozco que ha llegado el tiempo de cumplir lo prometido. Por esto mandamos que se leyera también hoy el mismo capítulo del Evangelio que fue leído cuando me eximí de su explicación. De esta forma, aquello de que os privamos por necesidad, os lo devolvemos ahora por caridad. Ni el tiempo lo permite, ni nuestras fuerzas son suficientes para examinar y comentar todas las palabras del capítulo. Con todo, es de gran necesidad que digamos algo de él. Con la ayuda del Señor, vamos a decir lo que podamos.
2. El Señor nos exhortó a pedir, buscar y llamar con estas palabras: Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá. Todo el que pide recibe, el que busca halla y al que llama se le abre. Como primera cosa, estas palabras presentan una dificultad que ha de ser resuelta en la medida de nuestras fuerzas. Sabemos que muchos piden y no reciben, buscan y no hallan, llaman y no se les abre. ¿Cómo, pues, todo el que pide recibe? En efecto, todo ello, aunque aparezca formulado tres veces y con tres formas distintas, se reduce a una sola petición. Pedid, buscad, llamad equivale a pedid. Esto la sabemos por aquel razonamiento del Señor que dice: Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a quienes se las piden? No dice: a quienes buscan o a quienes llaman, sino que resumió las tres cosas en una al decir a quienes se las piden.
3. ¿Por qué, pues, muchos piden y no reciben, si todo el que pide recibe? ¿O acaso estamos en un error, al pensar que pedimos y no recibimos? Además de los ejemplos diarios que nos son conocidos, la misma Escritura atestigua que el apóstol Pablo pidió que se alejase de él el ángel de Satanás y no lo consiguió. Vemos también con envidia que hombres malos han pedido y han recibido y que hombres buenos han pedido y no han recibido. ¿Hay cosa peor que los demonios? Y, sin embargo, solicitaron los puercos y los consiguieron. Nos encontramos, pues, con que Dios no satisfizo el deseo del Apóstol y cumplió el de los demonios 112. ¿O dudamos, acaso, de que los apóstoles pertenecen a Dios y ellos principalmente han de reinar con Cristo, y que los demonios han de arder con su príncipe, el diablo, por toda la eternidad? ¿Qué decir, pues, sino que el Señor sabe quiénes son de los suyos y, de entre ellos, todo el que pide recibe?
4. Pero, en cuanto al Apóstol, nos queda todavía un escrúpulo. El no está excluido de aquellos que son de los suyos, a los que se refiere la frase: El Señor sabe quiénes son de los suyos. Por tanto, todos los que son de los suyos, si piden, reciben; ninguno de ellos pide y no recibe. Pero preguntamos qué recibe. Lo que se pide pensando en esta vida temporal, a veces es de provecho, a veces es un estorbo. Y cuando Dios sabe que ciertas cosas son un impedimento, no las concede a quienes las desean y se las piden, aunque sean de los suyos, de la misma manera que tampoco el médico da cualquier cosa que el enfermo pida. Por amor niega lo que, si faltase el amor, concedería. Por tanto, escucha a todos los suyos en cuanto se refiere a la salvación eterna, y no los escucha en cuanto se relaciona con la ambición temporal 113. Y si no les escucha en esto, es para escucharles en aquello. Como también el enfermo -para seguir con la comparación-, cuando pide al médico algo que éste sabe que le es dañino, lo que desea de él antes de nada es la curación. El médico, por tanto, para escucharle en su deseo de ser curado, no hace caso a su capricho. Finalmente, considera sus mismas palabras. Cuando el Apóstol no recibió aquello que por tres veces pidió al Señor, se le dijo: Te basta mi gracia, pues la virtud se perfecciona en la debilidad. ¿Por qué deseas que te sea quitado el aguijón de la carne, que recibiste para que no te enorgullecieras de tus revelaciones? Ciertamente lo pides porque ignoras que te es perjudicial. Da fe al médico. Lo que te impuso es duro, pero útil; causa dolor, pero engendra curación. Mira el fin, alégrate de que se te haya negado y comprende que se te ha concedido 114. ¿Con qué finalidad? La virtud se perfecciona en la debilidad. Soporta, pues, la debilidad si deseas la curación. Tolera la debilidad si deseas la perfección. Porque la virtud se perfecciona en la debilidad. Para que sepas que no estás abandonado, te basta mi gracia.
5. Yo sé que Dios no nos abandona; todos lo sabemos y no podemos disimularlo, pues las curaciones milagrosas que cada día se suceden aquí por la memoria del bienaventurado y glorioso mártir presente en este lugar hieren los ojos aun de aquellos que no quieren ver 115. Pero, sin duda alguna, hay quienes piden y no reciben. Por esto prevengo encarecidamente a vuestra caridad. No se consideren abandonados. Como primera cosa interroguen su corazón y vean si piden como creyente que son. Quien pide como creyente, para su utilidad recibe y para su utilidad alguna vez no recibe. Cuando no sana el cuerpo, quiere sanar el alma. Admite, por tanto, que te conviene lo que quiere quien te llamó al reino eterno. ¿Qué es eso que tan ardientemente deseas? Te prometió la vida eterna, te prometió reinar con los ángeles, te prometió un descanso sin fin. ¿Qué es lo que ahora no te concede? ¿No es vana la salud de los hombres? ¿No han de morir con toda certeza los.que son curados? Cuando llegue esa muerte, todas aquellas cosas pasadas se desvanecerán como el humo. En cambio, cuando llegue aquella vida que se te ha prometido, no tendrá ya fin. Para ésta te equipa quien ahora te niega algo; con vistas a ella te prepara y te instruye. Y si has recibido la curación porque tuviste fe y pediste -no es indecoroso pedir, aunque por nuestra utilidad a veces no se concede lo pedido-, si has recibido la curación, usa bien de ella. ¿No le convenía estar enfermo a quien, una vez curado, se abandona a la lujuria? Cuando hayas recibido la salud temporal, haz buen uso de ella, de manera que con lo que te dio sirvas a quien te lo dio. Y no te antepongas a quien tal vez pidió y no recibió, diciendo en tu corazón: "Yo soy mejor creyente que él". Respecto a esto acabas de oír en el Evangelio: No juzguéis y no seréis juzgados.¿A qué se refiere el no juzguéis, sino a las cosas ocultas? ¿A quién se prohíbe juzgar de las cosas manifiestas? Dice la Escritura en otro lugar: Las cosas manifiestas para vosotros; las ocultas, en cambio, para el Señor vuestro Dios. Es decir, permitíos juzgar las cosas que son manifiestas; las que están ocultas, dejadlas a vuestro Dios. ¿Cómo sabes que a aquel que tal vez pidió y no recibió no se le negó esta salud temporal porque es más fuerte que tú? Pidió y no recibió. Pero ¿qué pidió? La salud corporal. Tal vez su fe es más fuerte que la tuya, y ésa es la causa por la que tú recibiste lo que pedías, porque si no lo recibías, desfallecías. Tampoco esto lo he asegurado; he dicho "tal vez" para no hacer yo lo que acabo de prohibir, para no emitir un juicio sobre cosas ocultas. Alguna vez, por tanto, no recibió porque pidió sin fe; otras veces no recibió porque es más fuerte que tú, para así ser ejercitado en la paciencia, como dijimos refiriéndonos al Apóstol. Era más fuerte, pero no perfecto aún. Prueba de ello son las palabras que escuchó: La virtud se perfecciona en la debilidad.
6. Sabemos que los Apóstoles -así lo proclaman sus cartas- sanaron enfermos con la sola palabra. El mismo apóstol Pablo dice a cierta persona: Eneas, levántate y estírate. Inmediatamente se levantó curado ya aquel hombre enfermo desde hacía muchos años y se estiró. Sin embargo, él mismo dice refiriéndose a otro discípulo suyo: Dejé en Mileto a Trófimo porque estaba enfermo. ¿Sanas a un desconocido en el lugar adonde llegas y dejas enfermo a tu discípulo en el lugar de donde te vas? ¿Qué dice de Epafras? Estaba triste, dice, porque había oído que él había enfermado hasta con peligro de muerte. Pero Dios, dice, se compadeció de él; no sólo de él, sino también de mí, para que no se me acumulara tristeza sobre tristeza. Da la impresión de que quería que fuese curado. Si lo quería, ciertamente también oraba, y, no obstante, cuando oraba no lo conseguía. Cuando con dificultad lo consiguió dio las gracias porque, aunque de esa manera, lo consiguió. Al bienaventurado Timoteo le da un consejo sobre medicina. Al paralítico, enfermo desde hacía mucho tiempo, lo puso en pie con su sola palabra. Con la misma palabra, en cambio, no pudo sanar el estómago de su discípulo amadísimo, un alma sola con la suya y, para él, con palabras suyas, un hermano. No obstante, le dice: No bebas agua por ahora, sino sírvete un poco de vino a causa de tu estómago y frecuentes achaques.Básteos lo dicho referente a aquello sobre lo que quise prevenir a vuestra caridad, para que no os riáis ni penséis mal de aquellos que quizá han pedido y no han recibido, o desfallezcáis quienes tal vez habéis pedido y no recibisteis, o para que quienes pedís y recibís no os antepongáis soberbiamente a quienes no reciben.
7. ¿Qué significa, pues, aquello de que absolutamente todos los que son de los suyos piden y reciben, buscan y hallan, llaman y se les abre? Si ello no fuera cierto, no diría la Verdad: Todo el que pide recibe. ¿Qué es esto? ¿Dónde se encuentra? Busquemos en este mismo capítulo; quizá encontremos en él lo que buscamos. En él lo tienes; sí, en él lo tienes. Reconozcámonos a nosotros mismos en el texto que habla de que somos malos. Dice, pues: Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará cosas buenas a quienes se las pidan? Llamó bueno a nuestro Padre y a nosotros malos. ¿Qué decir, pues? El Dios supremo, el Padre bueno, ¿es Padre de los malos? No podemos negar que lo es, aunque parezca un absurdo. Habla la Verdad: Si vosotros, siendo malos -¿por qué contradecimos a la Verdad?-, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos... A nuestros hijos damos cosas buenas, las cuales, sin embargo, no los hacen buenos. Si, pues, no podemos darles bienes que los hagan buenos, no obstante que sean bienes, ¿qué resta sino pedir a Dios los bienes que nos hagan buenos? A nosotros apuntaba cuando decía: Siendo malos. Sin embargo, nuestro Padre se nos mostró como sumamente bueno: el que está en los cielos. ¿No sentimos vergüenza de ser malos teniendo tal Padre? ¿Acaso él hubiera querido ser Padre de hombres malos si hubiera querido dejarlos en la maldad, si hubiera querido que permaneciéramos malos por siempre? Si somos malos y tenemos un Padre bueno, esto pidamos, esto busquemos, por esto llamemos: él, bueno, nos haga buenos para no tener hijos malos. ¿Hasta qué punto se hace ahora uno bueno? ¿Hasta qué punto? Por grandes que sean sus progresos ha de luchar contra las ambiciones, ha de luchar contra las concupiscencias. Por mucho que progrese, aunque alguien esté en paz con cuantas cosas hay dentro o fuera de él, en sí mismo tendrá la guerra, en sí mismo ha de librar la batalla, ni debe abandonar el combate, que contempla quien está dispuesto a ayudar a quien se esfuerza y a coronar al vencedor. Algún día habrá pasado todo desacuerdo y toda pendencia -pues no somos otra cosa-; nuestra debilidad y nuestra pendencia no constituyen una naturaleza contraria, sino que en cierto modo la debilidad es nuestra naturaleza acostumbrada. En el paraíso no éramos así; nada nuestro nos ofrecía resistencia. Abandonamos a aquel con quien vivíamos en paz y comenzamos a estar en guerra con nosotros mismos. Esta es nuestra miseria. Gran cosa es no salir derrotados en esta guerra durante la vida. Es imposible que carezcamos en ella de enemigos. Habrá una vida última en la que no tendremos enemigo alguno, ni interior ni exterior. Como último enemigo será vencida la muerte. Entonces habitaremos dichosos en la casa de Dios y le alabaremos por los siglos de los siglos. Amén.
SERMON 62
La fe del centurión y la mujer que toca el vestido de Jesús y el escándalo de los idolotitas (Mt 8, 5-13; Lc 8, 43-48; 1Co 8, 10-12).
Lugar: Cartago.
Fecha: En torno al año 399.
1. Cuando se leyó el Evangelio, escuchamos la alabanza de nuestra fe que se manifiesta en la humildad. Cuando Jesús prometió que iría a la casa del centurión para sanar a su hijo, respondió aquél: No soy digno de que entres bajo mi techo, mas di una sola palabra y quedará sano. Declarándose indigno, se hizo digno; digno de que Cristo entrase no en las paredes de su casa, sino en su corazón. Pero no lo hubiese dicho con tanta fe y humildad si no llevase ya en el corazón a aquel que temía entrase en su casa 116. En efecto, no sería gran dicha el que el Señor Jesús entrase al interior de su casa si no se hallase en su corazón. El, maestro de humildad con la palabra y con el ejemplo, se sentó a la mesa en la casa de cierto fariseo soberbio, de nombre Simón. Y con estar recostado en su casa, no había en su corazón lugar en que el Hijo del hombre reclinara su cabeza.
2. Por esto mismo, el Señor, según se puede desprender de sus palabras, disuadió de ser su discípulo a cierto hombre soberbio que quería seguirle. Señor, le dice, te seguiré adondequiera que vayas. Y el Señor, viendo lo invisible de su corazón, le dice: Las raposas tienen guaridas y las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Lo que quiere decir: Hay en ti dobleces -esto serían las raposas-; existe en ti la soberbia -esto serían las aves del cielo-. Mas el Hijo del hombre, que es sencillo contra la doblez y humilde contra la soberbia, no tiene dónde reclinar su cabeza. El mismo reclinar la cabeza, no su erección, es escuela de humildad. Disuade a aquel que desea seguirle y atrae a quien se negaba a ello. En el mismo lugar dice a otro: Sígueme. Y él: Te seguiré, Señor, pero permíteme ir antes a dar sepultura a mi padre. Buscó una excusa ciertamente piadosa y, por tanto, se hizo más digno de que tal excusa fuese rechazada y se mantuviese con mayor firmeza la llamada. Cosa piadosa era lo que quería hacer, pero el Maestro le enseñó lo que debía anteponer. Quería que él fuera predicador de la palabra viva para hacer vivos a quienes habían de vivir. Para cumplir con aquella necesidad quedaban otros. Deja, dijo, que los muertos den sepultura a sus muertos. Cuando los infieles dan sepultura a un cadáver, son muertos sepultando a muertos. El cuerpo de éste perdió el alma; el alma de aquéllos perdió a Dios. Como el alma es la vida del cuerpo, así Dios es la vida del alma. Como expira el cuerpo cuando lo abandona el alma, así expira el alma cuando abandona a Dios. El abandono de Dios es la muerte del alma; el abandono del alma es la muerte del cuerpo. La muerte del cuerpo es de necesidad; la del alma depende de la voluntad.
3. Estaba, pues, el Señor sentado a la mesa en casa de cierto fariseo soberbio. Estaba en su casa, como dije, pero no en su corazón. No entró, en cambio, a la casa del centurión, pero poseyó su corazón. Zaqueo, sin embargo, recibió al Señor en su casa y en su alma. Es alabada su fe manifestada en la humildad. El dijo: No soy digno de que entres bajo mi techo. Y el Señor: En verdad os digo que no he hallado fe tan grande en Israel; Israel según la carne, pero éste era ya israelita en el espíritu. El Señor había venido al Israel carnal, es decir, a los judíos, a buscar en primer lugar las ovejas allí perdidas, o sea, en el pueblo en el cual y del cual había tomado carne. No he hallado allí fe tan grande, dice el Señor. Podemos nosotros medir la fe de los hombres, pero en cuanto hombres; él que veía el interior, él a quien nadie engañaba, dio testimonio sobre el corazón de aquel hombre al escuchar las palabras de humildad y pronunciar la sentencia de la sanación.
4. ¿Cómo llegó a aquella conclusión? También yo, dice, que soy un hombre bajo autoridad, tengo soldados en mi potestad y digo a éste: "Ve", y va; y a otro: "Ven", y viene; y a mi siervo: "Haz esto", y lo hace. Tengo potestad sobre quienes están puestos bajo mi mando y tengo otra potestad que está puesta por encima de mí. "Si, pues, yo, dice, hombre bajo potestad, tengo poder para mandar, ¿qué no podrás tú, a quien sirven todas las potestades? Era éste un hombre gentil, pues era un centurión. El pueblo judío tenía ya en aquel tiempo soldados del imperio romano. Allí servía él como soldado, en cuanto era posible a un centurión: sometido a una potestad y teniendo él mismo potestad. Obedecía en cuanto súbdito y gobernaba a sus súbditos. El Señor -esto es necesario que lo entienda perfectamente vuestra caridad-, aunque formaba parte del pueblo judío, anunciaba ya la Iglesia futura en todo el orbe de la tierra, a la que había de enviar a sus apóstoles. Los gentiles no lo vieron y creyeron; los judíos lo vieron y le dieron muerte. Del mismo modo que el Señor no entró con su cuerpo a la casa del centurión, y, sin embargo, ausente en el cuerpo y presente por su majestad, sanó su fe y su casa, de idéntica manera el mismo Señor sólo estuvo corporalmente en el pueblo judío; en los otros pueblos ni nació de una virgen, ni sufrió la pasión, ni caminó, ni soportó las debilidades humanas, ni hizo las maravillas divinas. Ninguna de estas cosas realizó en los restantes pueblos, y, sin embargo, se cumplió lo que respecto a él se había dicho: El pueblo, al que no conocí, ése me sirvió. ¿Cómo, si faltó el conocimiento? Tras haber oído, me obedeció. El pueblo judío lo conoció y lo crucificó; el orbe de la tierra oyó y creyó.
5. Esta como ausencia corporal y presencia de su poder en todos los pueblos, la significó también en aquella mujer que había tocado la orla de su vestido, cuando le dijo preguntando: ¿Quién me ha tocado? Pregunta como si estuviese ausente; en cuanto presente, sana. La muchedumbre te oprime, le dicen los discípulos, y tú preguntas: ¿Quién me ha tocado? Como si caminase en modo tal que no pudiese ser tocado por ninguno, dijo: ¿Quién me ha tocado? Y ellos: La muchedumbre te oprime. Es como si dijera el Señor: "Busco al que toca, no al que oprime" 117.Así es en el tiempo presente su cuerpo, es decir, la Iglesia. La toca la fe de unos pocos y la oprime la turba de muchos. Como hijos suyos habéis oído ya que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y, si queréis, lo sois vosotros mismos._ El Apóstol lo dice en muchos lugares: Por su Cuerpo, que es la Iglesia. También: Vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus miembros. Si, pues, somos su cuerpo, lo que entonces sufría su cuerpo por obra de la muchedumbre, esto mismo padece su Iglesia. Es oprimida por la muchedumbre y es tocada por pocos. La carne la oprime, la fe la toca. Levantad, pues, los ojos, os suplico, vosotros que tenéis con qué ver. Tenéis, en efecto, qué ver. Levantad los ojos de la fe, tocad el extremo de la orla del vestido y os bastará para la salvación.
6. Observad que lo que oísteis en el Evangelio como futuro entonces, ahora 118 es algo presente. Por tanto, yo os digo, o sea, por la celebrada fe del centurión, como extraños en la carne, pero de la familia en el corazón. Por esto, dijo, muchos vendrán de oriente y de occidente. No todos, sino muchos; pero, eso sí, de oriente y de occidente. Mediante esas dos partes se designa todo el orbe de la tierra. Muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. En cambio, los hijos del reino serán arrojados a las tinieblas exteriores. Los hijos del reino son los judíos. ¿Por qué hijos del reino? Porque recibieron la Ley, a ellos fueron enviados los profetas, en medio de ellos existió el templo y el sacerdocio, que celebraban las figuras de cuanto iba a acaecer. Pero no reconocieron la presencia de las cosas que celebraron en figura. Los hijos del reino irán, dijo, a las tinieblas exteriores. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. Estamos viendo la reprobación de los judíos; estamos viendo cristianos llamados de oriente y de occidente a cierto banquete celeste, para que se sienten a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob, donde el pan será la justicia y la bebida la sabiduría.
7. Prestad atención, pues, hermanos. Formáis parte de este pueblo, predicho ya entonces y ahora convertido en realidad presente. Sois ciertamente de aquellos que han sido llamados de oriente y de occidente a sentarse a la mesa del reino de los cielos, no en el templo de los ídolos. Sed, pues, cuerpo de Cristo, no opresión para el cuerpo de Cristo. Tenéis la orla del vestido para tocarla y sanar la hemorragia de sangre, es decir, el flujo de los placeres carnales. Tenéis, digo, la orla del vestido que tocar. Considerad que los Apóstoles son el vestido que se adhiere a los costados de Cristo por el tejido de la unidad. Entre estos Apóstoles estaba como orla el menor y último, Pablo, según él mismo dice: Yo soy el mínimo de los Apóstoles. La parte última y la más baja de un vestido es la orla. La orla se mira con desprecio, pero el tocarla produce salvación. Hasta este momento sufrimos hambre, sed, estamos desnudos y somos azotados. ¿Existe cosa detrás y más despreciable que esto? Tócala si padeces flujo de sangre; de aquel de quien es el vestido saldrá una fuerza que te sanará. Se proponía al tacto una orla cuando ahora se leía: Si alguno llegara a ver a otro que tiene ciencia sentado a la mesa en un templo de ídolos, ¿no se sentirá impulsada a comer carne sacrificada a los ídolos su conciencia, puesto que es débil? Y por tu ciencia, hermano, perecerá el débil por quien murió Cristo. ¿Cómo pensáis que puede engañarse a los hombres con simulacros, dando la impresión de que son venerados por los cristianos? "Dios, dicen, conoce mi corazón." Pero tu hermano no. Si estás débil, evita una enfermedad peor. Si estás fuerte, cuida de la debilidad de tu hermano. Quienes ven esto se sienten impulsados a otras cosas, de forma que no sólo desean comer allí, sino también sacrificar. He aquí, hermano, que por tu ciencia perece el débil. Escucha, hermano; si despreciabas al débil, ¿desprecias también al hermano? Despierta. ¿Qué, si pecas contra el mismo Cristo? Pon atención a lo que bajo ninguna condición puedes despreciar. De esta forma, pecando contra los hermanos y golpeando su débil conciencia, pecáis contra Cristo. Vayan, pues, quieres desprecian esto y siéntense a la mesa en el templo de los ídolos; ¿no serán gentes que oprimen en vez de tocar? Y, una vez que se hayan sentado en aquella mesa, vengan y llenen la Iglesia 119; no recibirán la salvación, pero sí, en cambio, causarán opresión.
8. "Pero temo, dices, ofender a mi superior". Teme ciertamente eso y no ofenderás a Dios. Tú que temes ofender a alguien superior a ti, mira no sea que haya alguien mayor todavía que ese a quien temes ofender. No ofendas al que te es superior; es cosa justa. Esta es la norma que se te propone. ¿No es evidente que en ningún modo ha de ofenderse a aquel que es mayor que los demás? Considera ahora quiénes son mayores que tú. El primer puesto lo ocupan tu padre y tu madre si son buenos educadores, si te nutren de Cristo 120.Se les ha de escuchar en todo y se ha de obedecer a cada orden suya. Sean en todo servidos si no ordenan nada contra quien es mayor que ellos. "¿Quién es, dices, mayor que quien me ha engendrado?" Quien te ha creado. El hombre engendra, Dios crea. El hombre desconoce cómo engendra, desconoce lo que va a engendrar. Quien antes de que existiera aquel a quien hizo te vio para hacerte, ciertamente es mayor que tu padre. La patria misma sea mayor que tus mismos padres 121, hasta el punto que no deben ser escuchados cuando ordenan algo contra ella. Y si ésta ordenara algo contra Dios, tampoco debe obedecérsele. Si, pues, quieres ser curada, si tras padecer el flujo de sangre, si tras padecer doce años en esa enfermedad, si tras haber gastado todos tus bienes en médicos sin haber recuperado la salud, quieres ser sanada de una vez, ¡oh mujer, a la que hablo en cuanto figura de la Iglesia! , esto ordena tu padre y aquello ordena tu pueblo. Pero te dice tu Señor: Olvida a tu pueblo y a la casa de tu padre. ¿A cambio de qué bien, de qué fruto, de qué recompensa? Porque el rey, dice, apetece tu hermosura. Apetece lo que hizo, puesto que para hacerte hermosa te amó siendo fea. Por ti, aun infiel y fea, derramó su sangre; te restituyó fiel y hermosa, amando en ti lo que son dones suyos. ¿Qué aportaste a tu esposo? ¿Qué recibiste en dote de tu anterior padre y pueblo? ¿Acaso otra cosa distinta de las lujurias y los andrajos de los pecados? Tiró tus andrajos, rompió tu vestido de piel de cabra; se compadeció de ti para embellecerte; te embelleció para amarte.
9. ¿Qué más, hermanos? Como cristianos habéis oído que quienes pecáis contra los hermanos y golpeáis su débil conciencia pecáis contra Cristo. No despreciéis estas palabras si no queréis ser borrados del libro de la vida. ¡Cuántas veces hemos intentado deciros elegante y delicadamente lo que nuestro dolor, al no permitirnos callar, nos obliga a decir de cualquier manera! Cualesquiera que sean quienes quieran despreciarlas, pecan contra Cristo. Vean lo que hacen. Queremos atraer a nosotros a los paganos que quedan; vosotros sois piedras en el camino, que estorban a quienes quieren venir y les hacen dar la vuelta. Piensan en sus corazones: "¿Por qué hemos de abandonar a los dioses que adoran junto con nosotros los mismos cristianos?" "Lejos de mí, dice el otro, adorar a los dioses de los gentiles". Lo sé, lo comprendo, te creo. ¿Qué haces de la conciencia del débil si la hieres? ¿Qué haces del precio si desprecias lo que ha sido comprado? Perecerá, dice, el débil por tu ciencia que dices tener, por la que sabes que un ídolo no es nada, si mientras piensas en Dios con tu mente te sientas a la mesa en un templo pagano. Por esta ciencia perece el débil. Y para que no desprecies al débil, añadió: por quien murió Cristo. Si quieres despreciar al débil, considera el precio pagado por él y compara todo el mundo con la muerte de Cristo. Para que no pienses que pecas sólo contra el débil, lo juzgues un pecado leve y lo consideres como sin importancia, añadió todavía: Pecáis contra Cristo. Hay hombres que suelen decir: "Peco contra un hombre; ¿peco acaso contra Dios?" Niega que Cristo es Dios. ¿Te atreves a negar que Cristo es Dios? ¿O acaso aprendiste otra cosa mientras estabas sentado en el templo pagano? No admite esta forma de pensar la doctrina de Cristo, Te pregunto dónde has aprendido que Cristo no es Dios. Eso suelen decirlo los paganos. ¿Ves lo que hacen las malas mesas? ¿Ves cómo las conversaciones malas corrompen las buenas costumbres? Allí no puedes hablar del Evangelio y escuchas a los que hablan de los ídolos. Pierdes allí el creer que Cristo es Dios, y lo que allí bebes, en la iglesia lo vomitas. Tal vez aquí osas hablar, tal vez perdido en la masa te atreves a murmurar: "¿No fue acaso Cristo un hombre? ¿No fue crucificado?" Esto aprendiste de los paganos; perdiste la salvación, no tocaste la orla. Toca la orla también en este asunto, recibe la salvación. Tócala como te enseñamos que debes hacerlo, según lo que está escrito: Quien viere a un hermano sentado a la mesa en un templo pagano. Tócala también respecto a la divinidad de Cristo. Con referencia a los judíos, decía la misma orla: Suyos son los patriarcas y de ellos es Cristo según la carne, quien es Dios bendito sobre todas las cosas por los siglos. Mira contra qué Dios verdadero pecas cuando te sientas a la mesa de dioses falsos.
10. "No es, dirás, un dios, sino el genio 122 de Cartago". Como si fuera Dios en caso de tratarse de Marte o Mercurio. Pero considera no lo que es en sí, sino en qué es tenido por ellos. Pues también yo sé, como lo sabes tú, que es una piedra. Si el genio es un adorno, vivan rectamente los ciudadanos de Cartago y serán ellos el genio de Cartago. Si, por el contrario, el genio es un demonio, en el mismo lugar escuchaste también esto: Lo que inmolan los gentiles, a los demonios lo inmolan, no a Dios. No quiero que os hagáis socios de los demonios. Sabemos que no es Dios. ¡Ojalá lo supieran ellos también! Pero no se debe herir la conciencia de quienes, siendo débiles, no lo saben. Es una exhortación del Apóstol. Que ellos lo tienen por algo divino y que aceptan aquella estatua como divina, lo atestigua el altar. ¿Qué hace allí el ara si no es considerado como una divinidad? Que nadie me diga: "No es una divinidad; no es Dios". Ya lo dije: ¡Ojalá lo supieran ellos como lo sabemos todos nosotros! Pero cómo lo consideran, por qué lo tienen, qué hacen allí, lo atestigua aquel altar. Convenció las mentes de todos sus adoradores; ¡que no convenza a quienes se sientan a su mesa!
11. No opriman los cristianos si oprimen los paganos. (La Iglesia) es el Cuerpo de Cristo. ¿No era eso lo que decíamos, esto es, que el Cuerpo de Cristo era apretujado, pero no tocado? Toleraba a quienes le oprimían y buscaba a quienes le tocasen. ¡Ojalá, hermanos, opriman el Cuerpo de Cristo los paganos que acostumbran a hacerlo. Mas no los cristianos! Hermanos, es deber mío decíroslo; a mí me corresponde hablar a los cristianos. El mismo Apóstol dice: ¿Por qué voy yo a juzgar a los que están fuera? A ellos, como a hombres débiles, les hablamos de otra manera. Se les ha de acariciar para que escuchen la verdad; en vosotros se ha de sajar la parte podrida. Si buscáis un medio con que vencer a los paganos, con que traerlos a la luz, con que llamarlos a la salvación, abandonad sus bagatelas. Y si no asienten a vuestra verdad, avergüéncense de su poquedad 123.
12. Si tu superior es bueno, te nutre; si es malo, es para ti una tentación. Recibe con agrado su alimento; en la tentación discierne. Sé oro. Contempla este mundo como si fuera un horno. En un espacio reducido hay tres cosas: el oro, la paja, el fuego. Si a las dos primeras se aplica el fuego, la paja se quema, el oro se acrisola. Un tal cedió a las amenazas y asintió a ser llevado al templo pagano. ¡Ay de mí! Lloro por la paja, estoy viendo las cenizas. Otro no accedió ni ante las amenazas ni ante los suplicios; fue llevado ante el juez, se mantuvo firme en su fe, no se dobló ante un templo de ídolos: ¿qué le hizo la llama? ¿No acrisola al oro? Permaneced firmes en el Señor, hermanos; más poderoso es quien os llamó a vosotros. No temáis las amenazas de los malvados. Soportad a los enemigos. Tenéis por quienes orar. Que en ningún modo os aterroricen. Esta es la salud; bebed de ella en este banquete. Bebed aquí la que os sacie, no allí la que os hace perder el juicio. Permaneced firmes en el Señor. Sois plata, sois oro. Esta comparación no es mía, sino de la Sagrada Escritura. Lo habéis leído, lo habéis escuchado: Los probó como oro en el crisol y los aceptó como víctima de holocausto. He aquí lo que seréis en el tesoro de Dios. No sois vosotros quienes le haréis a él rico, sino que de él vais a haceros ricos. Lléneos él; no admitáis otras cosas en vuestro corazón.
13. ¿Acaso os incitamos a la soberbia u os decimos que despreciéis a las autoridades constituidas? No decimos tal cosa. Quienes también sufrís esta enfermedad, tocad también en este asunto aquella orla del vestido. El mismo Apóstol dice: Toda alma está sometida a las autoridades superiores, pues no hay autoridad que no provenga de Dios. Cuantas hay, por él han sido constituidas. Quien resiste a la autoridad, resiste a la ordenación divina, Pero ¿cómo comportarse si ordena lo que no se debe hacer? En este caso, desprecia la autoridad, por temor a la autoridad. Considerad la jerarquía que existe en las cosas humanas. Si el procurador ordena algo, ¿no ha de hacerse? Pero si manda algo contrario a la orden del procónsul, al no hacerlo, no desprecias la autoridad del primero, sino que optas por servir al mayor. En tal caso, el menor no debe airarse si se ha preferido al mayor. Si a veces el mismo cónsul ordena una cosa y otra el emperador, ¿quién va a dudar en servir a éste, contraponiéndole a aquél? Por tanto, si una cosa manda el emperador y otra Dios, ¿qué pensáis que debe hacerse? "Paga los impuestos, obedéceme". "Es justo, pero no en el templo de los ídolos". En el templo está prohibido. ¿Quién lo prohíbe? Una autoridad mayor. "Perdona, pero tú me amenazas con la cárcel; él, en cambio, con el fuego eterno". Es el momento de asumir tu fe y hacer de ella un escudo en que puedan apagarse todos los dardos encendidos del enemigo.
14. Un poderoso te tiende asechanzas y trama algo contra ti; afila la navaja para rasurar tus cabellos, no para cortarte la cabeza. Lo que acabo de decir lo habéis oído en el salmo: Como navaja afilada urdiste un engaño. ¿Por qué comparó con una navaja al engaño de un malvado poderoso? Porque no se aplica sino a lo que tenemos de superfluo. Como en nuestro cuerpo los cabellos parecen cosa superflua y se rasuran sin detrimento de la carne, de igual modo considera como cosa superflua lo que pueda hacerte el poderoso airado. Te quita tu pobreza, ¿acaso te quita tus riquezas? Tu pobreza y tus riquezas están en tu corazón. Pudo quitarte tus riquezas, pudo causarte daño; quizá llegó a tener licencia para lesionar el cuerpo. También esta vida, para los que piensan en la otra; también esta vida, digo, hay que considerarla entre las cosas superfluas. También la despreciaron los mártires. No perdieron la vida; al contrario, la conquistaron.
15. Estad seguros, hermanos; a los enemigos no se les permite actuar contra los fieles más allá de cuanto es útil para ser puestos a prueba. Estad seguros de ello, hermanos; nadie diga otra cosa. Descargad sobre el Señor todos vuestros cuidados; arrojaos a sus brazos con todo vuestro ser. No se retirará para que caigáis 124. El que nos creó nos dio garantías aun sobre nuestros propios cabellos. En verdad os digo, afirma él: todos los cabellos de vuestra cabeza están contados. Si Dios cuenta nuestros cabellos, ¡cuánto más contará nuestras costumbres el que conoce nuestros cabellos! Ved que Dios no desprecia ni siquiera vuestras cosas más insignificantes. Si las despreciase no las crearía. En efecto, él creó estos nuestros cabellos que tiene contados. "Ciertamente existen, dirás, pero quizá perecerán". Escucha también su palabra al respecto: En verdad os digo: ni un solo cabello de vuestra cabeza perecerá. ¿Por qué temes a un hombre, tú, hombre, que te hallas en el seno de Dios? Procura no salir de tal seno; cualquier cosa que sufras allí dentro te será de salvación, no de perdición. Soportaron los mártires el despedazamiento de su cuerpo, y ¿temen los cristianos las dificultades de los tiempos cristianos? Quien ahora te hace una ofensa, la hace con temor. No te dice a las claras: "Ven al templo de los ídolos". No te dice abiertamente: "Ven a mis altares, banquetea allí". Y si, tras habértelo dicho, no quieres ir, laméntese de ello. Formule una acusación, presente una queja: "No quiso llegarse a mi altar, no quiso venir al templo que yo venero". Dígalo. No se atreve, pero trama alevosamente otras cosas. Prepara tus cabellos, porque él afila la navaja. Te va a quitar lo que tienes de superfluo, te va a rasurar todo lo que habrás de dejar. Si puede, que te quite lo que ha de permanecer. ¿Qué te llevó el poderoso que te dañó? ¿Qué te llevó de valor? Lo mismo que el ladronzuelo; lo mismo que el descerrajador; poniendo mucho, lo mismo que el salteador. Y aunque le fuera permitido dar muerte al mismo cuerpo, ¿qué te quita sino lo que el salteador? Al llamarle "salteador" le he honrado. En efecto, todo salteador es un hombre. Te quitó lo mismo que una fiebre, un escorpión, una seta venenosa. Todo el poder de quienes se ensañan contra ti consiste en eso: hacer lo que hace una seta. Come un hombre una seta venenosa y se muere. Mirad qué fragilidad la de la vida humana. Puesto que has de abandonarla alguna vez, no luches por ella con tanto empeño que seas abandonado tú.
16. Nuestra vida es Cristo. Centra en él tu atención. Vino a sufrir, pero también a ser glorificado; a ser despreciado, pero también a ser exaltado; a morir, pero también a resucitar. Te espera la tarea, mira la recompensa. ¿Cómo quieres llegar con las manos finas allí adonde sólo se llega tras mucho trabajo? Temes perder tu plata porque la adquiriste con mucha fatiga. Si esa plata que alguna vez has de perder, al menos cuando mueras, no la conseguiste sin esfuerzo, ¿quieres alcanzar la vida eterna sin fatiga alguna? Encaríñate con ella, ya que, una vez alcanzada después de muchos sudores, nunca la perderás. Si tienes afecto a lo que adquiriste tras mucho esfuerzo, pero que alguna vez has de perder, ¿cuánto más han de desearse aquellas otras cosas de duración perpetua?
17. No creáis a las palabras de aquéllos ni les tengáis miedo. Nos llaman enemigos de sus ídolos. Concédanos Dios y ponga en nuestro poder todo, como ha puesto esos ídolos que han sido hechos ya pedazos. A vuestra caridad decimos: "No hagáis tales cosas si no tenéis autorización para hacerlas". Es propio de fanáticos, de los furiosos circunceliones 125.Cuando no pueden ensañarse contra alguien se apresuran a buscar la muerte sin causa que la justifique. Quienes poco ha estuvisteis en Mapal 126 oísteis lo que os leímos. Cuando se os haya dado la tierra en dominio-dice primero en dominio, y de este modo dijo lo que había de hacerse- destruiréis sus altares, haréis astillas sus bosques y quebrantaréis todas sus lápidas dedicatorias. Cuando hayáis recibido autorización, hacedlo. Mientras no se nos haya concedido, no lo hagamos 127. Cuando se nos haya dado, no dejaremos de hacerlo. Son muchos los paganos que tienen estas abominaciones en sus posesiones; ¿acaso hemos de acercarnos y hacerlas pedazos? Nuestra primera obra sea romper los ídolos de su corazón. Una vez que se hayan hecho cristianos ellos también, o nos invitarán a participar en tan buena obra o se anticiparán a nosotros. Ahora es el momento de orar por ellos, no de airarse contra ellos. Si nos mueve un gran dolor, ese dolor tiene por objeto a los cristianos, a nuestros hermanos que quieren entrar a la Iglesia teniendo allí el cuerpo, pero en otro lado el corazón. Todo debe estar dentro. Si está dentro lo que ve el hombre, ¿por qué está fuera lo que ve Dios?
18. Sabed, amadísimos, que las murmuraciones de los paganos se aúnan con las de los herejes y con las de los judíos. Herejes, judíos y paganos se hicieron unidad para luchar contra la unidad. Si acontece que los judíos reciben correctivos en algunos lugares por sus maldades, acusan, sospechan o fingen que tales cosas son atribuciones nuestras a su cargo. Si acontece que en otro lugar los herejes son castigados por la ley a causa de la maldad y el furor de sus violencias, luego dicen que constantemente buscamos causarles incomodidades para lograr su exterminio. Más aún, piensan que nosotros andamos siempre y en todas partes a la caza de ídolos y que, una vez hallados, son destrozados sin que importe el dónde. Todo ello porque quiso Dios que se promulgasen leyes contra los paganos; mejor, a favor de ellos, si lo comprendiesen. Pasa con ellos lo mismo que con niños sin mucho juicio que están jugando con el barro y manchándose las manos. Cuando llega el pedagogo con aire severo, les quita el barro y les pone en ellas el códice. Del mismo modo quiso Dios atemorizar, por medio de los príncipes sometidos a él, los corazones insensatos e infantiles, para que arrojen de sus manos el barro y hagan algo útil. ¿Qué significa hacer algo útil con las manos? Reparte tu pan con el hambriento e introduce en tu casa al necesitado carente de techo. Con todo, los niños burlan la presencia del pedagogo, vuelven furtivamente al barro y, cuando son cogidos con las manos en la masa, las esconden para que él no las vea. ¿Por qué dicen que rompemos por doquier sus ídolos? ¿No existen lugares, visibles a nuestros ojos, en que hay ídolos? ¿Ignoramos, acaso, dónde se hallan? Pero no los destrozamos, porque Dios no nos ha otorgado la potestad. ¿Cuándo la otorgará? Cuando sea cristiano el propietario de aquellos lugares. En nuestro caso concreto, así quiso que se hiciera su dueño. Si, pongamos por caso, el dueño no quisiera entregar tal lugar a la Iglesia y se limitase a ordenar que en su posesión no hubiera ídolos, pienso que entonces los cristianos, con exquisita delicadeza, deberían ayudar a esa alma cristiana ausente que quiere dar gracias a Dios en su tierra y no desea que en ella haya nada que ofenda a Dios. Pero en este caso hay algo más: él entregó a la Iglesia aquellos lugares. ¿Iba a haber ídolos en la misma posesión de la Iglesia? He aquí, hermanos, lo que desagrada a los paganos. Les parece poco que no quitamos los ídolos de sus villas, que no los destrozamos y hasta quieren que los conservemos en las nuestras. Predicamos contra los ídolos; los eliminamos de los corazones. Somos perseguidores de los ídolos, lo confesamos. ¿Somos, acaso, sus conservadores? No lo hago-el destrozarlos-donde no puedo. No lo hago donde se quejaría su propietario; donde, en cambio, quiere él que se haga y lo agradece, sería culpable si no lo hiciere.
SERMON 62 A (=Morin 6)
La fe del centurión y de la hemorroísa (Mt 8, 5-13; Lc 8, 43-48).
Lugar: Cartago.
Fecha: En torno al año 399.
1. La fe de este centurión anuncia la fe de los gentiles, fe humilde y ferviente, como el grano de mostaza. Como habéis escuchado, su hijo estaba enfermo y yacía en casa paralítico. El centurión rogó al Salvador por la salud de su hijo. El Señor prometió que iría él en persona a salvarlo. Pero él, como dije, con ferviente humildad y con humilde fervor, replicó: Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Se declaraba indigno de que el Señor entrase bajo su techo. Y, sin embargo, no habría dicho estas palabras si el Señor no hubiese entrado ya en su corazón. Luego añadió: Mas di una sola palabra y mi hijo quedará sano. Sé a quién hablo; diga una palabra, y se realizará lo que deseo. Y añadió una comparación en extremo grata y verdadera. Pues también yo, dice, soy un hombre, mientras tú eres Dios; estoy bajo autoridad, mientras tú estás sobre toda autoridad; tengo bajo mi mando soldados, mientras tú tienes también a los ángeles, y le digo a éste "Vete" y se va; y a aquél "Ven" y viene; y a mi siervo "Haz esto" y lo hace. Sierva tuya es toda criatura; sólo es preciso que mandes, para que se haga lo que mandas.
2. Y advirtió el Señor: En verdad os digo: no he hallado tanta fe en Israel. Sabéis que el Señor tomó carne de Israel, del linaje de David, del cual era la Virgen María, que dio a luz a Cristo. A los judíos vino, les mostró su rostro de carne, su boca de carne se dirigió a sus oídos, la forma de su cuerpo apareció ante sus ojos. Con su presencia se había cumplido la promesa hecha a los judíos. Había sido prometida a los padres, se cumplía en los hijos. Este centurión, sin embargo, era extraño, pertenecía al pueblo romano, ejercía allí el oficio de soldado y su fe aventajó a la de los israelitas, de modo que el Señor hubo de decir: En verdad os digo: no he hallado tanta fe en Israel. ¿Qué cosa, pensáis, alabó en la fe de este hombre? La humildad. No soy digno de que entres bajo mi techo. Eso alabó y, porque eso alabó, ésa fue la puerta por la que entró. La humildad del centurión era la puerta para el Señor que entraba para poseer más plenamente a quien ya poseía.
3. Gran esperanza dio el Señor a los gentiles en esta ocasión. Aún no existíamos y ya éramos previstos, conocidos de antemano, prometidos. ¿Qué dice? Por esto os digo que muchos vendrán de oriente y de occidente. ¿A dónde vendrán? A la fe. Hacia ella vienen; venir significa creer 128.Creyó: vino; apostató: se alejó. Vendrán, pues, de oriente y de occidente: no al templo de Jerusalén, no a parte alguna céntrica de la tierra, no para ascender a monte alguno. Y, sin embargo, vienen al templo de Jerusalén, a una parte céntrica y a cierto monte. El templo de Jerusalén es ahora el cuerpo de Cristo; por este motivo había dicho: Destruid este templo y en tres días lo levantaré. El lugar céntrico adonde vienen es Cristo mismo: está en el centro porque es igual para todos; lo que se pone en el centro es común para todos. Vienen al monte del que dice Isaías: En los últimos días será manifiesto el monte del Señor, dispuesto en la cima de los montes y será exaltado sobre todas las colinas y vendrán a él todos los pueblos. Este monte fue una piedra pequeña que al crecer llenó el mundo. Así lo describe Daniel. Acercaos al monte, subid a él, y quienes hayáis subido no descendáis. Allí estaréis seguros y protegidos. El monte que os sirve de refugio es Cristo. ¿Y dónde está Cristo? A la derecha del Padre, pues ascendió al cielo. Muy distante se halla; ¿quién subió allí?, ¿quién lo ha tocado? Si está lejos de vosotros, ¿cómo decimos con verdad: El Señor esté con vosotros? Al mismo tiempo que está a la derecha del Padre, no se aleja de vuestros corazones.
4. Volviéndose al centurión le dice: Vete, acontézcate según has creído; y en aquella hora quedó sano el niño. Como creyó, así se hizo. Di una palabra y quedará sano: dijo una palabra y quedó sano. Como creíste, así te acontezca: se alejó de los miembros del niño la pésima enfermedad. ¡Admirable la facilidad con la que el Señor de toda criatura le da órdenes! No le es trabajoso mandar. ¿O es tal el Señor de la criatura que dé órdenes a los ángeles y no se digne dárselas a los hombres? ¡Ojalá los hombres quisieran obedecerle! Dichoso aquel a quien da órdenes, pero no al oído carnal, sino al oído del corazón, y allí le corrige y le dirige. Deducid que el Señor da órdenes a todas las cosas del hecho de que no se sustraen a su imperio ni los gusanillos. Dio órdenes a un gusano y royó la raíz de la calabaza, y pereció lo que proporcionaba sombra al profeta. Dio órdenes, dice el profeta, al gusano de la mañana: éste royó la raíz de la calabaza y desapareció la sombra. El gusano matutino es Cristo 129.El salmo 21, que se refiere a su pasión, dice así: En favor de la recepción matutina. En hora matutina resucitó y royó la sombra judía. Por esto dice con ternura a su esposa en el Cantar de los Cantares: Hasta que respire el día y se alejen las sombras. ¿Acaso observáis carnalmente el sábado? ¿Os abstenéis, acaso, de las carnes de los animales que no rumian o que tienen la pezuña hendida? Nada de esto hacéis. ¿Por qué? Porque fue roída la calabaza, porque cesó la sombra y apareció el sol. Pedid un refresco para que no os fatiguéis bajo el calor de los mandatos.
SERMON 63
La tempestad calmada (Mt 8, 23-27).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.
1. Con la gracia del Señor, os voy a hablar de la lectura del santo Evangelio que acabamos de oír. En nombre del Señor os exhorto a que vuestra fe no se duerma en vuestros corazones en medio de las tempestades y oleajes de este mundo. No se puede aceptar que el Señor tuviera dominio sobre su muerte y no lo tuviera sobre su sueño, ni cabe la sospecha de que el sueño se apoderase del navegante Omnipotente sin quererlo él. Si esto creyerais, él duerme en vosotros; si, por el contrario, Cristo está despierto en vosotros, despierta está vuestra fe. Lo dice el Apóstol: Por la fe habita Cristo en vuestros corazones. Por tanto, también el sueño de Cristo es signo de algún misterio 130.Los navegantes son las almas que pasan este mundo en un madero. También la nave aquélla figuraba a la Iglesia. Cada uno, en efecto, es templo de Dios y cada uno navega en su corazón. Si sus pensamientos son rectos, no naufragará.
2. Oíste una afrenta, he ahí el viento. Te airaste, he ahí el oleaje. Soplando el viento y encrespándose el oleaje, se halla en peligro la nave, peligra tu corazón, fluctúa tu corazón. Oída la afrenta, deseas vengarte. Te vengaste y, cediendo a la injuria ajena, naufragaste. ¿Cuál es la causa? Porque duerme en ti Cristo. ¿Qué significa: duerme en ti Cristo? Te olvidaste de Cristo. Despierta, pues, a Cristo, acuérdate de él, esté despierto en ti: piensa en él. ¿Qué querías? Vengarte. ¿Se te ha pasado de la memoria que él, cuando fue crucificado, dijo: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen? Quien dormía en tu corazón no quiso vengarse. Despiértale, acuérdate de él. Recordarle es recordar su palabra. Recordarle es recordar su precepto. Si Cristo está despierto en ti, ¿qué dices en tu interior? ¿Quién soy yo para querer vengarme? ¿Quién soy yo para proferir amenazas contra un hombre? Moriré quizá antes de vengarme. Y si saliere de este mundo inflamado de ira, anhelando y sediento de venganza, no me recibirá aquel que no quiso vengarse. No me recibirá aquel que dijo: Dad y se os dará, perdonad y se os perdonará. Por lo tanto, calmaré mi ira y volveré a la quietud de mi corazón. Dio órdenes Cristo al mar y se produjo la bonanza.
3. Lo que dije respecto a la ira, aplicadlo regularmente en todas vuestras tentaciones. Surgió la tentación, es el viento; te turbaste, es el oleaje. Despierta a Cristo; hable él contigo. ¿Quién es este a quien obedecen el viento y el mar? ¿Quién es este a quien obedece el mar? Suyo es el mar; él lo hizo. Todo ha sido hecho por él. Con mayor motivo, imita a los vientos y al mar; obedece al Creador. Escucha el mar la orden de Cristo, ¿y tú permaneces sordo? Oye el mar, amaina el viento, ¿y tú soplas? ¿Qué? Lo digo, lo hago, lo finjo. ¿Qué, sino soplar, es el no querer cesar bajo la orden de Cristo? No os venza el oleaje cuando se perturbe vuestro corazón. Pero, puesto que somos hombres, si el viento nos impulsa, si nos mueve el afecto de nuestra alma, no perdamos la esperanza; despertemos a Cristo para navegar en la bonanza y llegar a la patria. Vueltos al Señor...
SERMON 63 A (=Mai 25)
Curación de la hemorroísa (Mt 9, 18-22).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Antes del año 405.
1. ... la Iglesia de Dios, la Iglesia santa, cuya Cabeza es él. Si él es la Cabeza, nosotros somos el cuerpo; pero sólo si somos tales que soportamos la opresión de la muchedumbre y no la causamos al Señor. Grande es la multitud que confluye a la Iglesia extendida por toda la tierra; creen todos los pueblos. Pero, entre ellos, una parte oprime, otra es oprimida; la parte que es oprimida, tolera; la que tolera, recibirá la recompensa logrando el fruto de la tolerancia; de ella dice el Señor en el Evangelio: Dará fruto con la tolerancia. Tal es la parte de los santos, difundida por doquier, porque es trigo y convenía que el trigo fuera sembrado en todo el campo, es decir, en todo el mundo. El Señor dijo que el campo era el mundo. Todos sus fieles, los que se acercan a Dios con el corazón, no con los labios, dice que son trigo. En cambio, a los que se acercan, pero no con el corazón, los cuenta entre la paja y la cizaña. En todo el campo y en toda la era hay una cosa y otra: trigo y paja. La parte de la paja es mayor, y la del trigo menor, pero más sólida; menor, pero más pesada; menor, pero de más valor. Por ella se trabaja, por ella se toman precauciones. A ella se le prepara el hórreo, no el fuego. Que nadie sin más, por tanto, se felicite por el hecho de entrar al interior de estas paredes; examine su intención, interrogue su corazón; sea para sí mismo un juez severísimo para experimentar la misericordia del Padre; no se halague, no tenga consideración con su propia persona, siéntese en el tribunal de su mente, muestre a su conciencia los temores como verdugos, confiese ante Dios qué cosa es: si se ve como trigo, sea oprimido, triturado, aguante, no se preocupe de hallarse mezclado con la paja. Puede ser que esté con él en la era, en el hórreo no estará.
2. Por lo que hemos dicho, hermanos amadísimos, seamos miembros de aquella de quien tal mujer era figura. Espera vuestra caridad que os diga de quién era figura. Decimos que era figura de la Iglesia que procede de los gentiles 131, pues el Señor iba a resucitar a la hija del jefe de la sinagoga. La hija del jefe de la sinagoga significa al pueblo judío. El Señor no vino más que al pueblo judío, según dijo: No he sido enviado más que a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. Vino él como a la hija del jefe de la sinagoga. Entonces, viniendo de no sé dónde, se interpuso aquella mujer, desconocida, porque ignoraba, y tocó al Señor con fe diciendo: Si tocare la orla de su vestido, quedaré sana. La tocó y fue sanada. Sufría una enfermedad detestable: flujo de sangre. Todos aborrecen tanto el oír como el padecer esto. Aborrecen el flujo de sangre en el cuerpo; no lo sufran, por tanto, en el corazón. Esa enfermedad ha de evitarse con mayor motivo en el corazón. Ignoro de qué manera se alejó de ella la maldad del alma, pasando a la morada que habita. El señor, es decir, el alma, quiere que se cure su flujo corporal, o sea, su cuerpo, y no prefiere que sea curado quien habita la casa, es decir, ella misma. ¿Quién saca provecho de una casa de mármol y artesonados si el padre de familia no está sano? ¿Qué he dicho? ¿Qué aprovecha un cuerpo sano e incólume donde enferma el alma, que es quien habita el cuerpo? Traspasado al alma, el flujo de sangre es la lujuria. Como los avaros son semejantes a los hidrópicos 132 -tienen ansias de beber-, así los lujuriosos son semejantes al flujo de sangre. Los avaros, en efecto, se fatigan apeteciendo; los lujuriosos, gastando. Allí hay apetito, aquí flujo; pero ambas cosas matan. Es necesario tener al médico que vino a sanar las enfermedades de las almas. Por esto mismo quiso sanar las enfermedades corporales: para manifestarse como salvador del alma, porque de ambas cosas es creador. En efecto, él es creador del alma tanto como del cuerpo. El quiso, por tanto. llamar la atención del alma para que sanase interiormente. Por este motivo curó el cuerpo: en el cuerpo se significaba el alma, de manera que lo que ésta veía que Jesús obraba exteriormente, había de desear que lo obrase interiormente 133.¿Cuál fue la obra de Dios? Curó el flujo de sangre, curó al leproso, curó al paralítico. Todas éstas son enfermedades del alma. La cojera y la ceguera: pues todo el que no camina de forma recta por el camino de la vida, cojea. Es ciego asimismo quien no se confía a Dios. El lujurioso padece flujo de sangre, y todo el que es inconstante y mendaz tiene manchas de lepra. Es necesario que le sane por dentro aquel que sanó exteriormente, para que se desee la sanación interior.
3. Esta mujer, pues, padecía flujo de sangre y quedó curada de la enfermedad carnal por la que perdía todas sus fuerzas. Del mismo modo el alma, buscando los deseos carnales, gasta todas sus energías. Esta mujer consumió en médicos todos sus haberes-así está escrito de ella-. Del mismo modo, la desdichada Iglesia de los gentiles, buscando la felicidad, buscando poseer más fuerzas o buscando la medicina, ¿cuánto no había gastado en médicos falsos: matemáticos, echadores de suertes, poseídos del espíritu maligno y adivinos de los templos? Todos prometen la salud, pero no pueden otorgarla. Ni ellos la tienen para poder darla. Había gastado todos sus bienes y no se había curado. Dijo para sí: "Tocaré su orla". La tocó y fue curada. Investiguemos qué es la orla del vestido. Esté atenta vuestra caridad. En el vestido del Señor están significados los Apóstoles adheridos a él. Averiguad qué Apóstol fue enviado a los gentiles. Hallaréis que el enviado fue el apóstol Pablo, pues la mayor parte de su actividad fue el apostolado de los gentiles. Por tanto, la orla del vestido es el apóstol Pablo 134, el enviado a los gentiles, porque él fue el último de los Apóstoles. ¿No es la orla del vestido lo último y lo más bajo? Una y otra cosa dice de sí mismo el Apóstol: Yo soy el último de los Apóstoles y yo soy el menor de los Apóstoles. Es el último, el menor. Tal es la orla del vestido. Y la Iglesia de los gentiles, al igual que la mujer que tocó la orla, padecía flujo de sangre. La tocó y quedó sana. Toquemos también nosotros, es decir, creamos 135, para poder ser sanados. Concluye el sermón sobre la mujer que padecía flujo de sangre.
SERMON 63 B (=Morin 7)
Curación de la hija de Jairo y de la hemorroísa (Mt 9, 18-26).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.
1. Los hechos pasados, al ser narrados, son luz para la mente y encienden la esperanza en las cosas futuras. Iba Jesús a resucitar a la hija del jefe de la sinagoga, cuya muerte le había sido ya anunciada. Y, estando él de camino, como de través, se cruza una mujer aquejada de enfermedad, llena de fe, con flujos de sangre, que había de ser redimida de la sangre. Dijo en su corazón: Si tocare aunque sólo fuera la orla de su vestido, quedaré sana. Cuando lo dijo, tocó. A Cristo se le toca con la fe. Se acercó, tocó y se hizo lo que creyó. El Señor, sin embargo, preguntó diciendo: ¿Quién me ha tocado? Algo desea saber aquel a quien nada se le oculta; investiga quién es el autor de aquella acción, cosa que ya sabía desde antes de que se hiciera. Existe, pues, un misterio 136. Veamos y, en la medida del don de Dios, comprendámoslo.
2. La hija del jefe de la sinagoga significa al pueblo judío; esta mujer, en cambio, significa la Iglesia de los gentiles. Cristo, el Señor, nació de los judíos según la carne, a ellos se presentó en la carne; a los gentiles envió a otros, no fue él personalmente. Su vida corporal y visible se desarrolló en Judea. Por esto dice el Apóstol: Digo que Cristo fue ministro de la circuncisión al servicio de la veracidad de Dios para confirmar las promesas hechas a los padres (en efecto, a Abrahán se le dijo: En tu linaje serán benditos todos los pueblos); que los gentiles, en cambio, glorifican a Dios por su misericordia. Cristo, por tanto, fue enviado a los judíos. Iba a resucitar a la hija del jefe de la sinagoga. Se cruza la mujer, y queda curada. Primeramente es curada mediante la fe, y parece ser ignorada por el Salvador. ¿Por qué, si no, dijo: ¿Quién me ha tocado? La ignorancia de Dios nos afianza en la existencia de un misterio. Algo quiere indicarnos, cuando ignora algo quien nada puede ignorar 137. ¿Qué significa, pues? Significa la curación de la Iglesia de los gentiles que Cristo no visitó con su presencia corporal. Suya es aquella voz del salmo: El pueblo que no conocí me sirvió, con la obediencia del oído me obedeció. Oyóle el orbe de la tierra y creyó; le vio el pueblo judío y primeramente le crucificó, pero después también se llegó a él. Creerán también los judíos, pero al final de los tiempos.
3. Mientras esto llega, sálvese esta mujer, toque la orla del vestido. En el vestido entended al coro de los Apóstoles. De él formaba parte el apóstol Pablo, el último y el menor, a modo de orla. El fue enviado a los gentiles, él que dice: Yo soy el menor de los Apóstoles, y no soy digno de ser llamado Apóstol. Dice también: Yo soy el último de los Apóstoles. Esta orla, lo último y lo menor, es necesaria a aquella mujer no sana, pero que ha de ser sanada. Lo que hemos oído se ha realizado ya; lo que hemos oído se está realizando ahora. Todos los días toca esta mujer la orla, todos los días es curada. El flujo de la sangre no es otra cosa que el flujo carnal. Cuando se oye al Apóstol, cuando se escucha aquella orla, la última y la menor, que dice: Mortificad vuestros miembros terrenos, se contiene el flujo de la sangre, se contienen la fornicación, la embriaguez, los placeres del mundo temporal, se contienen todas las obras de la carne. No te cause maravilla: ha sido tocada la orla. Cuando el Señor dijo: ¿Quién me ha tocado?, conociéndola, no la conoció: significaba y designaba a la Iglesia, que él no vio con el cuerpo, pero que redimió con su sangre.
SERMON 64 (= Lambot 12)
La simplicidad de las palomas y la prudencia de las serpientes (Mt 10, 16).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Una fiesta de mártires.
1. Celebramos la memoria de los mártires. Admiremos pues, sus alabanzas e imitemos sus hechos. Todo lo que habéis oído, al leerse el santo Evangelio, acontece a buenos y malos: Os entregarán a sus asambleas y en sus reuniones os flagelarán. Y lo que se dijo a continuación: Entregará a la muerte el hermano al hermano, el padre al hijo y los enemigos del hombre serán sus domésticos. Los males que padecen los hombres en esta tierra son comunes a buenos y malos, del mismo modo que los bienes son comunes a buenos y malos. Viendo, pues, el coro de los mártires que muchos malos padecen en esta tierra abundantes males, clamaron a Dios a una sola voz: Júzgame, ¡oh Dios!, y separa mi causa de la de la gente no santa. Si tanto el bueno como el malo son castigados, ¿qué se hace del hombre bueno, si su causa no se separa? El bueno es castigado aquí; en cambio, será coronado por Dios. El malo es castigado aquí, y en el juicio eterno será atormentado. Por tanto, si amamos a los santos mártires, elijamos nuestra causa para agradar a Dios.
Ved cómo nuestro Señor Jesucristo modela a sus mártires con su disciplina. Os envío, dice, como ovejas en medio de lobos. Ved lo que hace un solo lobo que venga en medio de muchas ovejas. Por muchos millares de ovejas que sean, enviado un lobo en medio de ellas, se espantan y, si no todas son degolladas, todas al menos se aterrorizan. ¿Qué razón había, qué intención, qué poder o divinidad, para no enviar el lobo a las ovejas, sino las ovejas en medio de los lobos? Os envío, dijo, como ovejas en medio de los lobos. No dijo al confín con los lobos, sino en medio de los lobos. Había, pues, un rebaño de lobos: las ovejas eran pocas, para que fueran muchos los lobos a dar muerte a pocas ovejas. Los lobos se convirtieron y se transformaron en ovejas.
A todos, tanto a quienes entonces escuchaban personalmente al Señor como a quienes a través de ellos iban a creer en él y con su nacimiento sucederían a los que alejaba la muerte, y así hasta nosotros y, después de nosotros, hasta el fin del mundo; a todos, repito, se les dice: Seréis odiados por todos los pueblos a causa de mi nombre. Se predijo para el futuro una Iglesia extendida por todos los pueblos. Como leemos que fue prometida, así la vemos realizada. Todos los pueblos son cristianos y al mismo tiempo no cristianos. El trigo, al igual que la cizaña, se halla extendido por todo el campo. Por tanto, cuando escucháis de boca de nuestro Señor Jesucristo: Seréis odiados por todos los pueblos a causa de mi nombre, escuchadlo como trigo que sois, pues está dicho para el trigo. Reflexionad conmigo, no sea que alguien diga en su ánimo: "Esto se dijo a los discípulos cuando nuestro Señor Jesucristo les envió a predicar su palabra a las naciones. A causa de su nombre los odiaban todos los pueblos. Ahora, por el contrario, todos glorifican su nombre. No pensemos que van a odiarnos todos los pueblos; más bien vamos a ser amados por ellos". ¡Oh pueblos todos cristianos, oh semillas católicas extendidas por todo el orbe, pensad en vosotros mismos y veréis que todos los pueblos os odian por el nombre de Cristo! ¿Acaso no nos odian a causa del nombre de Cristo quienes permanecieron siendo paganos, quienes permanecieron judíos, quienes apartándose del camino se hicieron herejes? Imaginad un hombre pésimo, que sea noble, poderoso, distinguido por su dignidad, ilustre por su cargo, que quiere el mal, que puede mucho: también él es odiado por los hombres, pero no a causa de Cristo. Se dice lo mismo de él, pero el motivo es distinto. Por esto el Señor Jesús, que sabía que también acontecía a los pésimos el ser odiados por todos, cuando dijo: Seréis odiados por todos, añadió por causa de mi nombre, escuchando así a quienes dicen: Júzgame, ¡oh Dios!, y separa mi causa de la gente no santa.
2. Oigamos, pues, qué nos advirtió quien prometió las coronas y exigió antes el combate; quien se constituye en espectador de los que luchan y ayudador de quienes pasan apuros. ¿Qué combate decretó? Sed, dijo, astutos como las serpientes y sencillos como las palomas. La muerte de quien entienda esto y lo cumpla será tranquila, porque no morirá. La muerte para nadie debe ser tranquila, a no ser para quien sepa que muere de tal modo que en él muere la muerte y la vida es coronada.
3. Por tanto, amadísimos, aunque ya lo haya dicho desde aquí con frecuencia, tengo que exponeros en qué consiste ser simples como las palomas y astutos como las serpientes. Si se nos ha prescrito ya la simplicidad de las palomas, ¿qué representa la astucia de la serpiente en medio de la simplicidad de la paloma? En la paloma me agrada que no tiene hiel; en la serpiente me causa temor el que tiene veneno. No sientas horror ante todo lo que se refiere a la serpiente: tiene algo que odiar y algo que imitar. En efecto, cuando la serpiente está cargada de años y siente el peso de la vejez, pasa por un agujero estrecho y deja su túnica vieja, y se renueva gozosa 138. Imítale, ¡oh cristiano! , tú que oyes a Cristo que dice: Entrad por la puerta estrecha. Y el apóstol Pablo te exhorta: Despojaos del hombre viejo con todos sus actos y revestíos del nuevo. Tienes, pues, algo que imitar en la serpiente. No mueras por vejez, sino por la verdad. Muere por vejez quien muere por la comodidad temporal. Cuando te hayas despojado de toda esta vetustez, habrás imitado la astucia de la serpiente. Imítala también en esto otro: protege tu cabeza. ¿Qué quiere decir esto? Ten contigo a Cristo. Quizá alguno de vosotros ha advertido alguna vez, cuando ha querido dar muerte a una culebra, cómo en defensa de su cabeza ofrece todo su cuerpo a los golpes de quien la hiere, I No quiere ser herida allí donde sabe que reside su vida. Cristo es nuestra vida. El mismo dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Escucha también al Apóstol: Cristo es la cabeza del varón. Quien conserva a Cristo en sí, conserva su cabeza para sí.
4. ¿Qué necesidad hay ya de encareceros con muchas pa, labras la simplicidad de las palomas? Había que tomar precauciones ante el veneno de las serpientes; el imitarlas ofrecía cierto peligro, pues había algo que infundía temor. A la paloma imítala con tranquilidad. Contempla cómo las palomas gozan de estar en sociedad: por doquier vuelan juntas, juntas se alimentan, no quieren estar solas, disfrutan de la comunión, mantienen la caridad, murmuran gemidos de amor, engendran a sus hijos con besos. Cuando las palomas, como observamos frecuentemente, disputan entre sí por sus nichos, en cierto modo libran una disputa pacífica. ¿Acaso se separan tras haber disputado?', Vuelan juntas, se alimentan juntas y sus disputas son pacíficas, l Ved la disputa de las palomas. Dice el Apóstol: Si alguno no' obedece a nuestra palabra manifestada en esta carta, apuntadle con el dedo y no os mezcléis con él. Mira la disputa, pero anota que es una disputa propia de palomas, no de lobos. A continuación añadió: Pero no le tengáis por enemigo, sino corregidle como a un hermano. La paloma ama aun cuando disputa; el lobo odia aun cuando halaga. Poseyendo, pues, la simplicidad de las palomas y la astucia de las serpientes, celebrad la solemnidad de los mártires con sobriedad de la mente, no con ebriedad del vientre 139.Proclamad las alabanzas de Dios. Nuestro Dios y Señor es el mismo Dios de los mártires; él es nuestro coronador 140. Si hemos luchado bien, seremos coronados por aquel que coronó a quienes contemplamos como objeto de imitación.
SERMON 64 A (=Mai 20)
Comentario a Mt 10, 16.
Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.
1. La solemnidad de los mártires, en la que celebramos el recuerdo de su pasión, se nos propone, amadísimos, para que, si tal vez nos sobreviniere alguna prueba dura, perseveremos hasta el final, para poder ser salvados según lo leído en el Evangelio, que hemos escuchado todos juntos: Quien persevere hasta el final, ése se salvará. El final de este mundo temporal quizá esté lejos o quizá esté cerca 141.El Señor quiso que permaneciese oculto cuándo iba a tener lugar, para que los hombres esperen siempre preparados aquello que no saben cuándo va a venir. Pero, esté cercano o esté lejano, como dije, el final de este mundo temporal, el fin de cada hombre en particular, por el que se ve obligado a pasar de esta vida a otra adecuada a sus méritos, pensando en la brevedad de esta nuestra mortalidad, no puede estar lejos. Cada uno de nosotros debe prepararse para cuando llegue su fin. El último día, en efecto, no acarreará mal alguno a quien, pensando que cada día es el último para él, vive en forma de morir tranquilo; a aquel que muere día a día para no morir eternamente. Pensando en estas cosas, ¡cómo oyeron los santos mártires la palabra del Señor que decía: He aquí que os envío como ovejas en medio de lobos! ¡Cuán firmemente habían sido robustecidos para que no sintiesen temor ante esto! De donde resulta cuán numerosos eran los lobos y cuán pocas las ovejas, pues no fueron enviados los lobos en medio de las ovejas, sino las ovejas en medio de los lobos. No dice el Señor: "Mirad que os envío como leones en medio de jumentos". Al hablar de ovejas en medio de lobos mostró suficientemente el pequeño número de ovejas y los rebaños de lobos. Y aunque un solo lobo acostumbra a espantar a un rebaño por grande que sea, las ovejas enviadas en medio de innumerables lobos iban sin temor, porque quien las enviaba no las abandonaba. ¿Por qué iban a temer el ir en medio de lobos aquellos con quienes estaba el Cordero que venció al lobo?
2. En la misma lectura escuchamos: Cuando os hayan entregado, no penséis lo que vais a decir; no seréis vosotros quienes habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros. Por esto dice en otro lugar: Mirad que estoy con vosotros hasta la consumación del mundo. ¿Acaso iban a permanecer aquí hasta la consumación del mundo quienes escuchaban entonces estas palabras del Señor? El Señor pensaba no sólo en aquellos que iban a abandonar este mundo, sino también en los demás, y en nosotros mismos, y en quienes nos han de suceder a nosotros en esta vida: a todos nos veía dentro de su único Cuerpo. Estas palabras: Yo estoy con vosotros hasta la consumación del mundo, no sólo las oyeron ellos, también nosotros las oímos. Y si no las oíamos entonces en nuestra ciencia, las oíamos en su presciencia. Por tanto, para vivir seguros como ovejas en medio de lobos, guardemos los mandamientos de quien nos exhorta a ser simples como las palomas y astutos como las serpientes. Simples como palomas: a nadie hagamos daño; astutos como serpientes: cuidémonos de que nadie nos dañe. Pero no podrás tomar precauciones para no ser dañado, a no ser que conozcas en qué puedes recibir daño. Hay quienes luchan con gran resistencia por cosas temporales. Y si les reprochan el que ofrecen demasiada resistencia, siendo así que, como el mismo Señor ordenó, más bien deben no ofrecer resistencia al malo, responden que ellos cumplen lo dicho: Sed astutos como serpientes. Pongan, pues, atención a lo que hace la serpiente: cómo en lugar de la cabeza presenta su cuerpo enroscado a los golpes de quienes lo hieren para defender aquélla, en la que la experiencia les dice que reside su vida; cómo menosprecia lo restante de su largo cuerpo para que su cabeza no sea herida por quien la persigue. Por tanto, si quieres imitar la astucia de la serpiente, protege tu cabeza. Está escrito: La cabeza del varón es Cristo. Mira dónde tienes a Cristo, puesto que por la fe habita en ti: Cristo, dice el Apóstol, habita por la fe en vuestros corazones. Para que tu fe permanezca íntegra, a quien te persigue opón todo lo demás para que se mantenga incólume aquello de donde traes la vida. Pues Cristo mismo, nuestro Señor, el Salvador, la Cabeza de toda la Iglesia, que está sentado a la derecha del Padre, ya no puede ser herido por quienes le persiguen; no obstante, asociándose a nuestros padecimientos y demostrando que él vive en nosotros, desde el cielo llamó a aquél Saulo, que luego se convirtió en el apóstol Pablo, con estas palabras: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? A él en persona nadie le tocaba, pero en cuanto cabeza clamó desde el cielo en favor de sus miembros pisoteados en la tierra. Si Cristo habita por la fe en el corazón cristiano, para que la fe quede a salvo, es decir, para que Cristo permanezca en el creyente, ha de despreciarse cualquier cosa que el perseguidor pueda herir o quitar, de modo que ella perezca en favor de la fe y no la fe en beneficio de ella.
3. Los mártires, imitando esta astucia de la serpiente, dado que Cristo es la cabeza del varón, ofrecieron cuanto de mortal poseían a los perseguidores, en beneficio de Cristo, considerado por ellos como su cabeza, para no encontrar la muerte allí de donde les venía la vida. Cumplieron el precepto del Señor que les exhortaba a ser astutos como serpientes, para que no creyesen, cuando se les condenaba a ser decapitados, que entonces perdían la cabeza; antes bien, cortada la cabeza de carne, mantuviesen íntegra la Cabeza: Cristo. Cualquiera que sea el modo como el verdugo se ensañe contra los miembros del cuerpo; cualquiera que sea la crueldad con que, una vez rasgados los costados y despedazadas las entrañas, llegue a las partes más internas del cuerpo, no puede llegar a nuestra Cabeza, que ni siquiera se le permite ver. Puede acercarse a ella, si quiere; pero no ensañándose contra nosotros, sino creyendo lo mismo que nosotros. ¿Cómo pudieron imitar las mujeres esta astucia de la serpiente, hasta alcanzar la corona del martirio? 142 Cristo, en efecto, fue denominado cabeza del varón y el varón cabeza de la mujer. No sufrieron lo que sufrieron por sus maridos, ellas que, para padecerlo, hasta tuvieron que vencer los halagos de los mismos, que las invitaban a apostatar. También ellas son miembros de Cristo por la misma fe. En consecuencia, Cristo, que es Cabeza de la Iglesia entera, es Cabeza de todos sus miembros. A la Iglesia en su totalidad se la denomina tanto mujer como varón. Es mujer, pues se la llama virgen. El Apóstol dice: Os he entregado a un solo varón para presentaros a Cristo como virgen casta. Entendemos que es varón por lo que dice el mismo Apóstol: Hasta que lleguemos todos a la unidad de la le, al conocimiento del Hijo de Dios, al varón perfecto, a la medida de la edad de la plenitud de Cristo. Si es mujer, Cristo es su varón; si es varón, Cristo es su cabeza. Si, pues, el varón es cabeza de la mujer, y Cristo es el varón de la Iglesia, puesto que también las mujeres sufrieron por Cristo, lucharon por su Cabeza con la astucia de la serpiente. Protejamos, pues, nuestra cabeza contra los perseguidores, imitemos la astucia de la serpiente. Gimamos ante Dios también por nuestros perseguidores, para tener la inocencia de las palomas. Concluye el sermón sobre aquellas palabras: Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos.
SERMON 65
Temer a los que matan el alma Mt 10, 28).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.
1. Las palabras divinas que nos han leído nos animan a no temer temiendo y a temer no temiendo. Cuando se leyó el Evangelio, advertisteis que Dios nuestro Señor, antes de morir por nosotros, quiso que nos mantuviéramos firmes; pero animándonos a no temer y exhortándonos a temer. Dijo, pues: No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Ahí nos animó a no temer. Ved ahora dónde nos exhortó a temer: Pero temed a aquel, dijo, que puede matar el alma y el cuerpo en la gehena. Por ende, temamos para no temer. Parece que el temor corresponde a la cobardía; el temor parece ser propio de débiles, no de fuertes. Pero ved lo que dice la Escritura: El temor del Señor es la esperanza de la fortaleza. Temamos para no temer, esto es, temamos prudentemente, para no temer infructuosamente. Los santos mártires, en cuya solemnidad se ha recitado este Evangelio, temiendo no temieron: temiendo a Dios, desdeñaron a los hombres.
2. ¿Qué ha de temer el hombre de los hombres? ¿Y con qué puede aterrar un hombre a otro hombre? Le aterra diciendo: te mato. Y no teme que quizá muera él primero, mientras amenaza. El dice "te mato"; pero ¿quién lo dice y a quién lo dice? Escucho a dos, a uno que amenaza y a otro que teme; uno de ellos es poderoso y el otro débil, pero ambos son mortales. ¿Por qué se excede en el honor la hinchada potestad, que en la carne es igual debilidad? Intime con seguridad la muerte quien no teme la muerte. Pero, si teme esa muerte con que amenaza, reflexione y compárese con aquel a quien amenaza. Descubra en él una común condición; y juntamente con él pida al Señor misericordia. Porque es un hombre y amenaza a un hombre, una criatura a una criatura; la una que se hincha ante su Creador y la otra que huye hacia el Creador.
3. Diga, pues, el fortísimo mártir, como hombre que está ante otro hombre: "No temo, porque temo". Tú no ejecutarás lo que intimas, si él no quiere. En cambio, nadie impedirá que él ejecute lo que intima. Y al cabo, si él lo permite, con eso que amenazas, ¿qué harás? Puedes ensañarte en la carne pero el alma está segura. No matarás lo que ni ves, pues como visible aterras a otro visible. Ambos tenemos un Creador in. visible, a quien juntos debemos temer. El creó al hombre de un elemento visible y otro invisible: hizo el visible de tierra, y animó el invisible con su aliento. Por ende, la invisible sustancia, es decir, el alma que levantó de la tierra la tierra pos, trada, no teme cuando hieres la tierra. Puedes herir la morada, pero ¿herirás al morador? Este está atado, y si rompes su atadura, huye y en lo oculto será coronado. ¿Por qué amenazas, si nada puedes hacer al alma? Por el mérito del alma, a la que nada puedes hacer, resucitará ese cuerpo al que puedes dañar. Por mérito del alma, resucitará también la carne. Esta será devuelta a su morador, no para caerse, sino para mantenerse. Estoy repitiendo las palabras del mártir: "Mira, ni siquiera por la carne temo tus amenazas". La carne pende de una autorización, pero hasta los cabellos de la cabeza están contados para el Creador. ¿Por qué he de temer perder la carne, pues no pierdo ni un cabello? Cómo no atenderá a mi carne quien así conoce lo más vil que tengo? El cuerpo mismo, que puede ser herido y muerto, será ceniza algún tiempo, y en la eternidad será inmortal. ¿Y para quién será? ¿A quién se devolverá para la vida eterna ese cuerpo muerto, magullado, destrozado? ¿A quién se devolverá? A aquel que no temió entregar su vida, y no teme cuando matan su carne.
4. Hermanos, el alma es presentada como inmortal, y es inmortal a su propio modo 143: porque es una cierta vida, que con su presencia puede vivificar la carne, ya que por el alma vive la carne. Esa vida no puede morir y por eso es inmortal el alma. ¿Y por qué dije "según su propio modo"? Oíd el porqué. Hay una cierta inmortalidad auténtica, inmortalidad que es inmutabilidad total: de ella dice el Apóstol, hablando de Dios: Sólo él tiene la inmortalidad, y habita en una luz inaccesible; a quien ningún hombre vio, ni puede verlo; a él el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén. Si sólo Dios posee la inmortalidad, el alma es ciertamente mortal. He ahí por qué dije que el alma es inmortal a su propio modo. En efecto, no puede morir. Entienda vuestra caridad y no quedará ningún interrogante. Yo me atrevo a decir que el alma puede morir y puede ser muerta. Sin duda es inmortal, pero me atrevo a decir que es inmortal y que puede ser muerta; y por eso dije que tiene una cierta inmortalidad, esto es, no la total inmutabilidad que es propia de solo Dios, de quien se dijo: Sólo él tiene la inmortalidad. Pues si el alma no puede ser muerta, ¿cómo el Señor mismo, amenazándonos, dijo: Temed a aquel que tiene poder de matar el alma y el cuerpo en la gehena.
5. He confirmado el problema, pero en lugar de resolverlo no lo he resuelto. He mostrado que el alma puede ser muerta. Y sólo un alma impía puede contradecir al Evangelio. Pero aquí aparece y me viene a las mientes lo que diré. Sólo un alma muerta puede contradecir a la vida. El Evangelio es vida, y la impiedad o infidelidad es la muerte del alma. He ahí cómo puede morir, aun siendo inmortal. Pues ¿cómo es inmortal? Porque siempre hay una vida que en ella nunca se extingue. ¿Y cómo muere? No dejando de ser vida, sino perdiendo la vida. Porque el alma es vida para otro elemento y ella misma tiene su vida. Considera el orden de las criaturas. Vida del cuerpo es el alma; vida del alma es Dios. Así como el cuerpo tiene una vida, esto es, un alma, para no morir, así el alma ha de tener una vida, es decir, Dios, para no morir. ¿Cómo muere el cuerpo? Al ausentarse el alma. Ausentándose el alma, repito, muere el cuerpo, y queda un cadáver, antes apetecible, ahora despreciable. Tiene miembros, ojos, oídos; pero son ventanas de la casa, el morador se ha ausentado. Quien lamenta al muerto, en vano clama a las ventanas de la morada: dentro no hay nadie que oiga. ¿Cuántas cosas dice la pasión del que lamenta, cuántas cosas enumera, cuántas conmemora, y con cuánto transporte de dolor, por decirlo así, habla como si el muerto sintiera, cuando habla a un ausente? Enumera las costumbres y los indicios de benevolencia que le mostraba: tú eres quien me diste aquello, quien me ofreciste esto y lo otro, quien me amabas así y así. Pero si atiendes, si entiendes, si dominas tu transporte de dolor, el que te amaba se fue; en vano insistes llamando a la casa, en la que no hallarás al morador.
6. Volvamos al asunto que poco ha planteé. Ha muerto el cuerpo. ¿Por qué? Porque se fue su vida, esto es, su alma. Vive el cuerpo, pero es impío, infiel, duro para creer, férreo para corregir sus costumbres; viviendo el cuerpo ha muerto el alma, por la que el cuerpo vive. Tan gran cosa es el alma, que, aun muerta, es capaz de dar vida al cuerpo. Repito, tan gran cosa es el alma, tan excelente criatura, que, aun muerta, es capaz de vivificar la carne. Porque el alma misma de un impío, el alma de un infiel, perverso y duro, está muerta; y, no obstante, por esa muerta vive el cuerpo. Por eso está ahí: mueve las manos para obrar, los pies para andar, dirige la mirada para ver, orienta los oídos para oír; juzga los sabores, rechaza los dolores, apetece los placeres. Todos éstos son indicios de un cuerpo vivo, mas por la presencia del alma. Pregunto al cuerpo si vive, y me responde: Me ves andar, trabajar, hablar, apetecer y rechazar, y ¿no entiendes que el cuerpo vive? Por esas obras de un alma que está dentro, entiendo que el cuerpo vive. Y pregunto al alma misma si vive. También ella tiene obras propias, en las que revela su vida. Si andan los pies, entiendo que el cuerpo vive, mas por la presencia del alma. Y yo pregunto si el alma vive. Estos pies caminan. Pero en una dirección. Pregunto al cuerpo y al alma acerca de la vida. Caminan los pies, y entiendo que el cuerpo vive. ¿Pero adónde caminan? Dice que al adulterio. Entonces está muerta el alma. Así lo dijo la veracísima Escritura: Muerta está la viuda que vive en delicias. Y ya que hay tanta diferencia entre delicias y adulterio, ¿cómo puede un alma, que en las delicias ya está muerta, vivir en el adulterio? Está muerta. Aunque siga obrando, está muerta. Oigo que habla, su cuerpo vive. No se movería la lengua en la boca, ni dirigiría esos sonidos articulados a distintos puntos, si no estuviese dentro el morador; es para ese órgano como un músico que utilizase su lengua. Lo entiendo perfectamente. De ese modo habla el cuerpo, el cuerpo vive. Pero yo pregunto si el alma vive. Habla el cuerpo, es que vive. ¿Y qué dice? Antes me referí a los pies: caminan, es que vive el cuerpo; y preguntaba yo: ¿Adónde caminan?, para saber si el alma estaba viva. Así ahora, al oír que habla, veo que el cuerpo vive y pregunto qué dice para saber si el alma vive. Dice una mentira. Si dice una mentira, el alma está muerta. ¿Cómo lo pruebo? Preguntemos a la misma Verdad; ésta dice: La boca que miente, mata al alma. Pregunto ahora: ¿Por qué está muerta el alma? Poco ha me preguntaba por qué estaba muerto el cuerpo. Porque se ha ido el alma, su vida. ¿Por qué está muerta el alma? Porque la ha abandonado su vida, Dios.
7. Al reconocer esto brevemente, sabed y tened por cierto que el cuerpo está muerto sin el alma, y que el alma está muerta sin Dios. Todo hombre sin Dios tiene muerta el alma. ¿Lloras a un muerto? Llora mejor al pecador, llora al impío, llora al infiel. Escrito está: El luto de un muerto, siete días; el del fatuo e impío, todos los días de su vida. ¿No tienes acaso vísceras de cristiana misericordia, y lloras a un cuerpo del que se ausentó el alma, y no lloras a un alma de la que se retiró Dios? Firme en esto, el mártir replica al verdugo: ¿Por qué me obligas a negar a Cristo? ¿Quieres obligarme a negar la Verdad? Y si me niego, ¿qué me harás? Hieres mi cuerpo, para que se retire de él el alma; pero esa alma mía tiene consigo el cuerpo. No es imprudente, no es tonta. Tú quieres herir mi cuerpo: ¿Quieres, que al temer que hieras mi cuerpo, y se retire de él mi alma, hiera yo mi alma y se retire de ella mi Dios? Por lo tanto, ¡oh mártir! , no temas la espada del sayón. Teme a tu lengua, no sea que te hieras a ti mismo, y mates no la carne, sino el alma. Teme al alma, no sea que muera en la gehena de fuego.
8. Por eso dijo el Señor: Quien tiene potestad de matar el cuerpo y el alma en la gehena de fuego. ¿Cómo? Cuando el impío sea arrojado a la gehena, ¿arderán allí el cuerpo y el alma? La muerte del cuerpo es la pena eterna; la muerte del alma es la ausencia de Dios. ¿Deseas saber cuál es la muerte del alma? Escucha al profeta que dice: Sea arrebatado el impío, para que no vea la claridad del Señor. Tema, pues, el alma su muerte y no tema la muerte de su cuerpo. Pues si teme su muerte y vive en su Dios, no ofendiéndole ni alejándole de ella, merecerá al final recobrar su cuerpo; y no para una pena eterna, como el impío, sino para una vida eterna, como el justo. Los mártires, temiendo esa muerte, amando esa vida, esperando las promesas de Dios, despreciando las amenazas de los perseguidores, merecieron ser ellos coronados ante Dios, y a nosotros nos dejaron estas solemnidades que celebramos.
SERMON 65 A (=Etaix 1)
El amor a los padres (Mt 10, 37).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Quizá en los años 414-418.
1. Al exhortarnos el Señor a su amor, comenzó citando a aquellas personas que con razón amamos, diciendo: Quien amare a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí. Pues si no es digno de Cristo quien antepone su padre a Cristo, ¿cómo será digno de Cristo un solo adarme quien antepone el oro a Cristo? Hay en el mundo cosas que son malamente amadas, y al ser mal amadas en el mundo, hacen al amador inmundo. Gran inmundicia del alma es el amor ilícito, ese peso que agrava a quien desea volar. Porque cuanto levanta al alma al cielo un amor justo y santo, tanto la abate al fondo un amor injusto e inmundo. Hay un peso propio que lleva a cada uno adonde debe, y es su amor. No le lleva adonde no debe, sino adonde debe. Y así, quien bien ama es llevado a lo que ama, y ¿adónde, sino adonde está ese bien que ama? ¿Con qué premio, por tanto, nos exhorta el Señor Cristo a que le amemos, sino con el cumplimiento de lo que pide al Padre: Quiero que donde esté yo, estén también éstos conmigo? ¿Quieres estar donde está Cristo? Ama a Cristo y con ese peso serás arrebatado al lugar de Cristo. No te dejará caer al fondo una fuerza que tira y arrebata hacia arriba. No busques otros andamios para subir hacia arriba: amando te esforzarás, amando serás arrebatado y amando llegarás. Te esfuerzas cuando peleas con un amor inmundo; eres arrebatado cuando vences; llegas cuando eres coronado. ¿Quién me dará, dijo cierto amador, alas como de paloma y volaré y descansaré? Aún buscaba alas, aún no las tenía, y por eso gemía; aún no se regocijaba, aún peleaba, aún no era arrebatado.
2. Nos circunda el murmullo de los inicuos amores. Por doquier solicitan y retienen al que quiere volar, por doquier las cosas visibles como que nos obligan a que las amemos. No nos obliguen, sin embargo; si las entendemos, las vencemos. Hermoso es el mundo; nos halaga con la variedad de su multíplice hermosura. No es posible contar cuántas cosas sugiere cada día el amor ilícito. Y ¡cuán simple es el amor con que es superada tanta multiplicidad! Para que tantos amores sean superados necesitamos un solo amor: uno bueno contra todos los malos. Porque la unidad supera a la variedad, y la caridad a la concupiscencia. Decía aquél: quién me dará alas, pues quería tener con qué volar al sosiego; ni en los que en este mundo se llaman bienes encontraba reposo quien amaba otra cosa. A un amador de la patria le sabe amargo un delicioso destierro entre tantas cosas que le incitan a amarlas. Gran pena es no tener lo que amas. Y no tienes lo que amas; tienes lo que puedes amar, pero aún no tienes lo que ya comenzaste a amar. ¿Qué tienes que puedas amar si falta lo que se ama? Tormento del corazón es amar y no tener. Por ejemplo, ama alguien a la patria, y tiene dinero. Que no ame el dinero por amor a la patria. Si en la peregrinación amase el dinero para tenerlo en abundancia, quizá el mismo dinero retardara e impidiera el regreso. Di lo que quieras, impide el regreso. Si sólo esto se consigue, es suficiente y se considera superfluo todo lo demás, que no ayuda a alcanzar aquello que se ama. Y si le dijeran: el dinero te ayuda para que puedas llegar a la patria, lo tomaría, lo cuidaría, lo apetecería; pero no por él. ¿Le ayuda la nave? Le apetecería, pero no por la nave. Ayudan los marineros, ayuda el timonel, ayuda quien aprovisiona la alforja; todo eso se acepta, se apetece, pero no por ello; una cosa sola se ama, lo demás se acepta. Y se acepta para poder llegar a aquello que se ama.
3. ¿Pensamos poder decir: Una sola cosa pedí al Señor? Digámoslo, digámoslo si podemos, como podamos, en cuanto podamos. Mirad cuán feliz es el corazón que usa esa fórmula interiormente, allí donde oye sólo aquel a quien se dice; pues muchos dicen fuera lo que no tienen dentro; se glorían en la cara y no en el corazón. Vea, pues, cada cual cuán feliz es el corazón que dice interiormente, allí donde sabe lo que dice: Una sola cosa pedí al Señor, ésta recabaré. ¿Y cuál es ella? Dice que es una sola cosa o petición. ¿Cuál es? Habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida y contemplar la delectación del Señor. Esta es la única cosa, pero ¡qué buena! Pondérala frente a muchas otras. Si ya tienes algún gusto, si ya te intriga ella algo, si ya aprendiste a calentarte con un santo deseo, pésala frente a muchas otras cosas, instala la balanza de la justicia, pon en un platillo el oro, la plata, las piedras preciosas, honores, dignidades, potestades, noblezas, alabanzas humanas (¿cuándo mencionaré todas?), coloca todo el mundo; mira si tienes alguna contemplación, mira si puedes colocar esas dos realidades, aunque sólo sea para el examen: todo el mundo, y el Creador del mundo.
4. ¿Qué me dice el oro? Amame. Pero ¿qué me dice Dios? Usaré de ti, y usaré de tal modo que no me poseas ni me separes de ti. ¿Qué otra cosa me dice? Amame, es una criatura. Yo amo al Creador. Bueno es lo que hizo, pero ¡cuánto mejor es quien lo hizo! Aún no veo la hermosura del Creador, sino la ínfima hermosura de las criaturas. Pero creo lo que no veo, y creyendo amo, y amando veo. Callen, pues, los halagos de las cosas muertas, calle la voz del oro y de la plata, el brillo de las joyas y, en fin, el atractivo de esta luz; calle todo. Tengo una voz más clara a la que he de seguir, que me mueve más, que me excita más, que me quema más estrechamente. No escucho el estrépito de las cosas terrenas. ¿Qué diré? Calle el oro, calle la plata, calle todo lo demás de este mundo.
5. Diga el padre: ámame. Diga la madre: ámame. A esas voces replicaré: callad. ¿Acaso es justo lo que exigen? ¿No devuelvo lo que recibí? El padre dice: "Yo engendré". La madre dice: "Yo di a luz". El padre dice: "Te eduqué". La madre dice: "Te alimenté". Son quizá justas sus voces cuando dicen: quieres ser llevado en sus alas, pero no vueles con deudas, devuelve lo que te dimos. Respondamos al padre y a la madre, que dicen justamente: "Amanos"; respondamos: "Os amo en Cristo, no en lugar de Cristo. Estad conmigo en él, yo no estaré con vosotros sin él". Pero dirán: "No queremos a Cristo". "Yo, en cambio, quiero más a Cristo que a vosotros. ¿Perderé a quien me creó por atender a quien me engendró?" Respondo, pues, al padre: "Llevado por el placer me engendraste, él por sola bondad nos creó a mí y a ti. ¿Despreciaremos, porque ya somos, al que nos amó antes de que fuéramos?" Digamos a la madre: "Pudiste concebir, pero ¿acaso formar? Pudiste aumentar el vientre con mi carne, pero ¿acaso infundir el alma en la carne? Cuando me llevabas encerrado, ignorabas si iba a ser varón o mujer. ¿Acaso era Dios desconocedor de su obra, como lo eras tú de tu carga? ¿Osas decir: `No vayamos a él', tú que no me escuchas cuando digo 'vayamos juntos'? Yo oigo, temo y amo más. No me diste más que el que me creó en ti ( ...) sino porque fue creado por mí". En efecto, aquel por quien fueron creadas todas las cosas, fue creado por nosotros entre ellas. ¿Por amor a la madre despreciaré a Cristo, que siendo Dios quiso por mí tener madre? Quiza quiso tener madre precisamente para enseñarme en ella a desdeñar al padre y a la madre por el reino de los cielos.
6. Hablando a los discípulos, dice: No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra. Vuestro único Padre es Dios. Por ello, al enseñarnos a orar nos ordenó que dijéramos: Padre nuestro que estás en los cielos. Al padre que tuve en la tierra lo deposité en el sepulcro, pero tengo siempre un Padre en el cielo. No llaméis a nadie padre vuestro en la tierra, dice, pues vuestro único Padre es Dios. Parecía duro que impusiera el precepto y no diera el ejemplo. Mientras trataba algunas cosas acerca del reino de los cielos con sus discípulos, la madre estaba fuera, y se le dijo que estaba allí. Digo que le anunciaron que su madre con sus hermanos, esto es, con sus parientes, estaba fuera. ¿Qué madre? Aquella madre que le concibió por la fe, aquella madre que permaneciendo virgen le dio a luz, aquella madre fiel y santa, estaba fuera y se lo anunciaron. Si él hubiese interrumpido las cosas que trataba y hubiese salido a su encuentro, habría edificado en su corazón un afecto humano, no divino. Para que tú no escucharas a tu madre cuando te retrae del reino de los cielos, él por hablar del reino de los cielos desdeñó hasta a la buena María. Si Santa María, queriendo ver a Cristo, es desdeñada, ¿qué madre habrá de ser oída cuando impide ver a Cristo? Recordemos lo que entonces respondió cuando le anunciaron que su madre y sus hermanos, esto es, los parientes de su familia, estaban fuera. ¿Qué respondió? ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo la mano hacia sus discípulos, éstos son, dijo, nais hermanos. Quien hace la voluntad de mi Padre, que me envió, es para mí un hermano, hermana y madre. Rechazó la sinagoga' de la que fue engendrado, y encontró a los que él engendró. Y si los que hacen la voluntad del que le envió son su madre hermano y hermana, queda comprendida su madre María.
7. Quien hace la voluntad del que me envió es para mi un hermano, hermana y madre. Tienes cómo hacerte hermano de Cristo; ama con él la misma herencia. Tienes cómo hacerte madre de Cristo, si concibes en tu corazón lo que ella concibió en su seno. Al nombrar estas necesidades, el sentimiento humano queda corto; en la propagación carnal nadie puede ser el hermano y madre de un hombre. ¿Quién ignora que eso no es posible? Pero la caridad no tiene tales límites. Sin duda, la Iglesia es esposa de Cristo, pero es también novia de Cristo. Sabemos con qué misterio, en la primera profecía del primer hombre, se dijo: serán dos en una carne. Sabemos cómo explica eso el Apóstol diciendo: pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia. Por ende, si la Iglesia es, sin duda, esposa de Cristo, puede ser madre de Cristo aunque de otro modo, con otra sana explicación. Si de cualquiera puede decirse: Quien hace la voluntad del que me envió es hermano, hermana y madre, ¿cuánto más podrá decirse eso de la Iglesia universal, que en sus catecúmenos concibe cada día a los miembros de Cristo, y de esos infieles da a la luz miembros de Cristo? Porque vosotros, dijo el Apóstol, sois cuerpo y miembros de Cristo. A vosotros pregunto, miembros de Cristo: ¿Quién os dio a luz? Responderéis: "La madre Iglesia". Pues ¿cómo no será madre de Cristo la iglesia, que da a luz a los miembros de Cristo? Esta es la casa en que prefirió habitar aquel que pedía una sola cosa. ¿Cómo no renunciará a la esposa quien desea habitar en la esposa de Cristo? ¿Cómo no desdeñará a la madre quien quiere habitar en la madre de Cristo? ¿Cómo no desdeñará al padre quien quiere tener por padre al Padre de Cristo? No se irriten los padres. Mucho se los estima cuando se les antepone sólo Dios. Si no quieren que se les anteponga Dios, ¿qué quieren o qué reclaman? Escuchémosles. Pienso que no osarán decirnos: ¡Prefiérenos a Dios! No lo dicen. Eso no lo dice nadie, ni un loco. No se lo dice a su hijo ni siquiera aquel que dice en su corazón: No hay Dios. De ningún modo se atreverán el padre o la madre a decir eso: que se les prefiera a Dios. No digo que se les anteponga, pero ni siquiera que se les compare. ¿Qué dicen entonces? Dios te ha dicho. ¿Qué me ha dicho Dios? Honra a tu padre y a tu madre. Lo reconozco, Dios me lo dijo. No te irrites cuando, frente a ti, sólo prefiero a aquel que lo dijo. Yo amo, amo decididamente y te amo también a ti. Pero el que me enseñó a amarte a ti es mejor que tú. Basta que no me lleves contra él y que ames conmigo al que me enseñó a amarte a ti, pero no más que a él.
8. Quien ama al padre o a la madre más que a mi, no es digno de mí. Así añade: Más que a mí. Ama, dice, a los padres, pero no más que a mí. Su esposa te grita: Ordenad en mí la caridad. Ama ordenadamente para que seas ordenado. Distribuye a las cosas sus pesos e importancia. Ama al padre y a la madre, aunque tienes algo que has de amar más que al padre y a la madre. Si los amas más, serás condenado, y si no los amas serás condenado. Ofrezcamos el honor a los padres, pero prefiramos a nuestro Creador, al que amamos más en el temor, amor, obediencia, honor, fe y deseo. Quien ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí. Retírense, pues, un poco del medio los padres, no humillados, sino ordenadamente honrados.
9. Alguien tiene esposa; alguien tiene hijos. Y le gritan: " ¡Amanos! " Responde: "Os amo". Di a la esposa: "Si no te amase, no me hubiese casado contigo". Di a los hijos: "Si no os amase, no os hubiera engendrado y educado". Pero ¿qué es lo que queréis? ¿Queréis desviar a un mártir que marcha hacia Cristo y no para abandonaros, y envidiáis la corona de ese a quien amáis? Corresponded. El os ama, amadle vosotros también a él. ¿Por qué habéis de odiarle cuando os ama? Mira, si niega a Cristo, es condenado. Ved lo que hicisteis. ¿Quisierais que un juez terreno condenase a ese a guíen amáis? Si lo quisierais, no le amáis. Y como le amáis, no queréis que sea condenado por el juez terreno. Si negare a Cristo, no es condenado en la tierra, pero es condenado por aquel que hizo el cielo y la tierra. ¿Por qué no teméis que ese a quien amáis sea condenado por un juez superior? El juez terreno se ensaña hasta la muerte; se ensaña hasta la muerte; ¡pero el juez superior va más allá de la muerte! ¿Qué es lo que hacéis cuando causáis la ruina de aquel a quien amáis? ¿De qué apartáis a ese a quien amáis? Irá a la gehena y no tendrá corona. ¡Y eso es amar! Pero los que no queréis que padezca estas cosas por Cristo no tenéis fe. Si la tuvierais, no le apartaríais de la pasión, sino que querríais padecer con él.
10. Es fácil satisfacer a los hijos. Mas urge la esposa: No me abandones, dice. Te irás y quedaré viuda. Dios nos unió, no nos separe el hombre. Responde a tales voces. Que ellas no te quiebren, que no te corrompan: son injustas, hay que discutirlas. Te cita el Evangelio: Lo que Dios unió, no lo separe el hombre. Pero eso no debe asustarte, de modo que te separes de Dios al querer unirte a tu esposa. Si has de temer la separación de tu esposa, ¿cuánto más la del Creador? Dios unió, el hombre no separe. Pero ni siquiera de la esposa te separarás, cuando por el nombre de Cristo la precedas en busca de la corona. Eres el abogado de esta viuda que dejas, pues ni has dejado a la que en bien de ella misma has abandonado. Si no se tratase de padecer por Cristo y, tal como son las cosas humanas, hubieses muerto, ¿se llamaría separación? Muere primero el marido, y ¿no hay separación? Mala mujer, eso no es mirar por ti, sino envidiar al marido. Pero ¿has de quedarte viuda? Más feliz serás si permaneces viuda. ¿O estás preocupada, no sea que te encapriches con segundas nupcias? Lícitas son las segundas nupcias, pero quizá te sientes segura en ese punto. Te ruborizas de casarte siendo esposa de un mártir.
11. Nadie ame, pues, al padre, madre, hijos, esposa, más que a Cristo. Esas mismas cosas que se aman rectamente, que se aman piadosamente, en las que se peca si no son amadas, nadie las ame más que a Cristo, nadie las ame como a Cristo. Si ama así, se dirá que ama según el modo de amor, no según la intensidad. ¿Qué significa según el modo del amor, no según la intensidad? Significa: no carnalmente, sino espiritualmente. No ames así, esto es, con la misma intensidad e igualdad. Porque es pecado no sólo el amar a alguien más que a Cristo, sino también no amar a Cristo más que a cualquier otro. No amo más a nadie, dice él; no pecas, pero tengo que oír la segunda parte. ¿Cuánto amas? Respondes: tanto como amo a los padres, a la esposa, a los hijos, otro tanto amo a Cristo. Todavía pecas. Si pecarías prefiriendo, pecas comparando. ¿Te parece recto el amar a Cristo tanto cuanto al padre, a la madre, a la esposa? ¿Es para ti recto el igualar a la criatura con el Creador? ¿Es recto? ¿Dónde queda aquel clamor: Ordenad en mí el amor? No han muerto por ti ni tu padre, ni tu madre, ni tus hijos. Si te sobreviene un accidente, quieren que vivas, pero quieren más sobrevivirte. Si tuviéramos que decir al padre: has de morir tú o tu hijo, ¿piensas que hallaremos alguno que diga: "Yo, antes que mi hijo?" ¿Hallaremos tal padre, tal anciano, que no elija más bien una vida que acabará pronto, que el darla por el hijo? Le restan pocos días a un anciano, viejo decrépito, cansado, encorvado, y no quiere dar esos pocos días por los muchos de su hijo. Bajo la pesadumbre de la senectud está cerca de la sepultura, y por el deseo de la luz elige verse solo antes que muerto. ¿Y cuál será esa luz tras el funeral del hijo? ¡Cuán molesta, cuán luctuosa, cuán amarga! Y, sin embargo, es amada la luz y es sepultado el hijo.
12. Cristo te amó antes de que existieras, te creó; antes de crear el mundo te predestinó; después de creado te nutrió por medio del padre y la madre. Porque lo que te dan los padres no es de lo suyo. Te amó, te creó, te nutrió, se entregó a sí mismo por ti, oyó los insultos por ti, aceptó las heridas por ti, te redimió con su sangre. ¿No tiemblas? y dices: ¿Qué devolveré al Señor por todo lo que me dio? ¿Y qué devolverás al Señor por todo lo que te dio? Escucha qué te dice: Quien ama a su padre o madre más que a mí, no es digno de mí. Oye al que habla, teme al que intima, ama al que promete. ¿Qué devolviste al Señor por todo lo que te dio? Supón que ya lo devolviste. ¿Y qué devolviste? ¿Le diste la salud, como te la dio él? ¿Le introdujiste en la vida eterna, como él a ti? ¿Le creaste, como él a ti? ¿Le hiciste Señor, como él te hizo hombre? ¿Qué le devolviste sino cosas que revierten a ti? Si piensas verdad, no le diste, sino que a ti te proveíste. Y ni siquiera eso lo tenías de ti mismo Pues ¿qué tienes que no lo hayas recibido? ¿Por qué no encuentras qué dar al Señor? Devuélvele a ti mismo, devuélvele lo que hizo. Devuélvele a ti mismo, no tus cosas, criatura suya, no la iniquidad tuya.
13. Así aleccionado, así instruido, así educado por la ley de Dios, pídele esa sola cosa, reclámasela. Nada fallará, no privaré de bienes a los que caminan en la inocencia. Pero no es inocente quien es para sí mismo nocivo. ¿Cómo esperas ser compasivo con otro, si quizá no aprendiste a serlo contigo mismo? Compadécete de tu alma, agradando a Dios. Quieres que Dios te agrade a ti y no quieres agradar tú a Dios, pues eres tal que Dios no puede agradarte. ¡Pues sólo te agradará si favoreces tus iniquidades! Pensaste, dice, una iniquidad: que soy semejante a ti. Compadécete de tu alma, agradando a Dios. No es bueno que, siendo tú perverso, te agrade Dios. Corrígete. No pretendas doblegar a Dios. Agrada a Dios y Dios te agradará a ti. Sé recto tú, no sea que quieras la perversidad, no sólo para ti, sino también para Dios. Yaces ocioso, y compones un Dios según tus apetencias. Dices: ¡Si Dios hiciera esto! ¡Oh, si lo hiciera! No hará sino el bien. Pero a los malos desagrada Dios. Cuán bueno es el Dios de Israel para los rectos de corazón. Pidamos, pues, a Dios, hermanos, la cosa única. Cuando lo digo a vosotros, me incluyo a mí. Pidamos todos la cosa única. Que todos lo oigamos de cada uno. Pidamos al Señor la sola cosa, ésta reclamemos: habitar en la casa del Señor todos los días de nuestra vida. Todos esos días son un día eterno. Cuando oyes por todos los días de mi vida, no temas que tales días se acaben. Esos días nunca terminan en realidad, ya que ni siquiera mientras duran apetecemos el día humano. No queda con nosotros un solo día; ni un solo día queda con nosotros, todos huyen. Antes de venir, se va. Cuando nos detenemos a hablar de este día, ya huyó. No retenemos ni la hora en que estamos. También ella huye, viene otra que tampoco se detendrá, sino que huirá también. ¿Qué amas? Agarra lo que amas, retén lo que amas, mantén lo que amas. Ni permanece ni deja permanecer. Toda carne es heno, y toda nobleza del hombre es como flor del heno. Se marchitó el heno, cayó la flor. Todas esas cosas huyen. ¿Quieres permanecer? Pero la palabra del Señor permanece para siempre. Mantente, pues, en esa su Palabra que permanece para siempre y escúchala, y con ella permanecerás para siempre.
SERMON 66
Testimonio recíproco de Juan y Jesús (Mt 11, 2-11).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.
1. La lectura del santo Evangelio nos planteó el problema de Juan Bautista. Ayúdeme el Señor a que os lo resuelva como él me lo resuelve a mí. Juan es loado por el testimonio de Cristo, como oísteis; y hasta tal punto que entre los nacidos de mujer nadie es mayor. Pero mayor que él era quien nació de la Virgen. ¿Cuánto mayor? Diga el pregonero cuánto dista él del juez, cuyo pregonero es. Porque Juan se adelantó a Cristo en el nacimiento y en la predicación; pero se adelantó obedeciendo, no anteponiéndose. Porque el tribunal entero 144 camina delante del juez, pero los que van delante son posteriores a él. ¿Y qué testimonio dio Juan de Cristo? Dijo que no era digno de desatar la correa de su calzado. ¿Más todavía? De su plenitud, añadió, recibimos. Confesó ser una candela encendida en él, y por eso recurrió a sus pies, para no apagarse con el viento de la soberbia si subía a lo alto. Era tan grande que podía ser creído Cristo.' Y si no hubiese sido su propio testimonio de que no era Cristo hubiese quedado el error y se hubiese creído que lo era. ¿Hasta qué punto era humilde? El pueblo le ofrecía el honor, y él lo rechazaba. Esperaban los hombres, al creerle tan grande, y él se humillaba. No quería crecer con palabras de hombres, porque había comprendido la Palabra de Dios.
2. Eso dijo Juan de Cristo. ¿Y qué dijo Cristo de Juan? Acabamos de oírlo: Comenzó a decir a las turbas acerca de Juan: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña movida por el viento? No por cierto: Juan no giraba según todo viento de doctrina. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vertido de holandas? No, Juan lleva un vestido áspero: tenía un vestido de pelos de camello, no de plumas. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿un profeta? Eso es, y más que un profeta. ¿Por qué más que un profeta? Porque los profetas anunciaron al Señor, a quien deseaban ver y no vieron, y a éste se concedió lo que ellos codiciaron. Juan vio al Señor; lo vio. Tendió el índice hacia él y dijo: He ahí el cordero de Dios, he ahí quien quita los pecados del mundo. Helo ahí. Ya había venido y no lo reconocían; por eso se engañaban con el mismo Juan. Y ahí está aquel a quien desearon ver los patriarcas, a quien anunciaron los profetas, a quien anticipó la Ley. He ahí el cordero de Dios, he ahí quien quita los pecados del mundo. Y él dio excelente testimonio del Señor y el Señor de él, al decir: Entre los nacidos de mujer, nadie fue mayor que Juan Bautista: pero el menor en el reino de los cielos es mayor que él; menor por el tiempo, mayor por la majestad. Al decir eso, se refería a sí mismo. Muy grande ha de ser Juan entre los hombres, cuando sólo Cristo es mayor que él entre ellos. También puede distinguirse y resolverse el problema de este modo: Entre los nacidos de mujer, nadie fue mayor que Juan Bautista; pero el menor en el reino de los cielos es mayor que él. Es solución diferente de la que antes dije. Quien es menor en el reino de los cielos es mayor que él. Llama reino de los cielos al lugar en que están los ángeles; el que es menor entre los ángeles es mayor que Juan. Recomendó ese reino que hemos de desear; presentó la ciudad cuyos ciudadanos debemos desear ser. ¿Qué ciudadanos hay allí? ¡Grandes ciudadanos! El menor de ellos es mayor que Juan. ¿Qué Juan? Al que no igualó ninguno entre los nacidos de mujer.
3. Hemos oído un verdadero y buen testimonio tanto de Juan sobre Cristo como de Cristo sobre Juan. ¿Qué significa entonces el que le enviase sus discípulos Juan, encerrado en la cárcel y ya próximo a la muerte, y dijese a los mismos discípulos: Id y preguntadle: ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro? ¿A eso se reduce toda la alabanza? ¿Qué dices, Juan? ¿A quién hablas? ¿Qué hablas? Hablas al juez y hablas como pregonero. Tú extendiste el dedo, tú lo mostraste, tú dijiste: He ahí el cordero de Dios, he ahí el que quita los pecados del mundo. Tú dijiste: Todos nosotros recibimos de su plenitud. Tú dijiste: No soy digno de desatar la correa de su calzado. ¿Y ahora dices: Eres tú el que vienes o esperamos a otro? ¿No es el mismo? ¿Y tú quién eres? ¿No eres tú su precursor? ¿No eres tú aquel de quien se profetizó: He ahí que envío mi ángel ante tu faz, y preparará tu camino? ¿Cómo preparas el camino si te desvías? Llegaron, pues, los discípulos de Juan y el Señor les dijo: Id y decid a Juan: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos andan, los leprosos curan, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. ¿Y preguntas si soy yo? Mis palabras, dice, son mis obras. Id y contestad. Y ellos se marcharon. Para que nadie diga quizá: Juan era antes bueno, pero el Espíritu de Dios lo abandonó; por eso dijo esto cuando marcharon los discípulos que había enviado Juan. Después de haberse marchado, Cristo alabó a Juan.
4. ¿Qué significa entonces ese oscuro problema? Que nos alumbre el sol en que se encendió aquella candela. De ese modo la solución es una solución evidente. Juan tenía sus propios discípulos; no estaba separado, pero era testigo preparado. Convenía, pues, que ante ellos diese testimonio de Cristo, el cual reunía también discípulos: podían sentir celos si no podían ver. Y como los discípulos de Juan estimaban tanto a su maestro Juan, oían el testimonio de Juan sobre Cristo y se maravillaban; por eso, antes de morir, quiso que él los confirmara. Sin duda decían ellos dentro de sí: éste dice de él tan grandes cosas, pero él no las dice de sí mismo. Id y decidle, no porque yo dude, sino para que vosotros os instruyáis. Id y decidle; lo que yo suelo decir, oídselo a él; habéis oído al pregonero, oíd ahora al juez la confirmación. Id y decidle: ¿Eres tú el que vienes o esperamos a otro? Fueron y lo dijeron; por ellos, no por Juan. Y por ellos dijo Cristo: Los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos curan, los muertos resucitan, los pobres son evangelizados. Ya me veis, reconocedme. Veis los hechos, reconoced al hacedor. Y bienaventurado quien no se escandalizare de mí. Y me refiero a vosotros, no a Juan. Por eso, para que viéramos que no se refería a Juan, dijo: Habiéndose marchado ellos, comenzó a decir a las turbas acerca de Juan. Y cantó sus alabanzas verdaderas el veraz, la Verdad.
5. Pienso que ha quedado suficientemente resuelta la dificultad. Basta, pues, haber prolongado el discurso hasta la solución. Pero parad mientes en los pobres; hacedlo los que aún no lo hicisteis; creedme, no perderéis; o mejor, eso sólo perdéis: lo que no lleváis al vagón. Hay que entregar ya a los pobres lo que habéis reunido, los que lo reunisteis; y esta vez tenemos mucho menos para la suma que soléis ofrecer; sacudid la pereza. Yo soy ahora mendigo de los mendigos; pero ¿qué me importa? Sea yo mendigo de los mendigos, para que vosotros seáis contados en el número de los hijos.
SERMON 67
El reino revelado a los pequeños (Mt 11, 25; Lc 10, 21).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Después del año 400.
1. Al leer el santo Evangelio hemos oído que el Señor Jesús exultó en el Espíritu y dijo: Te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra, porque escondiste esto a los sabios y prudentes y lo revelaste a los pequeñuelos. Consideremos piadosamente lo que está primero. Vemos, ante todo, que cuando la Escritura dice confesión, no siempre debemos suponer la voz de un pecador. Era de la mayor importancia decir esto para amonestar a vuestra caridad. Porque, en cuanto esa palabra sonó en la boca del lector, se siguió el rumor de los golpes 145 de vuestro pecho, mientras se oía lo que dijo el Señor: Te confieso, Padre. En cuanto sonó confieso, os golpeasteis el pecho. ¿Y qué es golpear el pecho sino indicar que el pecado late en el pecho, y que hay que castigar al oculto con un golpe evidente? ¿Por qué hicisteis eso sino porque oísteis Te confieso, Padre? Confieso, habéis oído, pero no habéis reparado en quién confiesa. Reparad, pues, ahora. Si Cristo dijo confieso, y está lejos de él todo pecado, tal palabra no es exclusiva del pecador, sino que pertenece también al enaltecedor 146.Confesamos, pues, ya cuando alabamos a Dios, ya cuando nos acusamos a nosotros. Piadosas son ambas confesiones, ya cuando te reprendes tú que no estás sin pecado, ya cuando alabas a aquel que no puede tener pecado.
2. Si pensamos bien, la reprensión tuya es alabanza suya. Pues ¿por qué confiesas ya en la acusación de tu pecado? ¿Por qué confiesas, al acusarte a ti mismo, sino porque estabas muerto y estás vivo? Así dice la Escritura: Perece la confesión en el muerto, como si no existiera. Si en el muerto perece la confesión, quien confiesa vive, y si confiesa el pecado, sin duda revivió de la muerte. Y si el confesor del pecado revivió de la muerte, ¿quién le resucitó? Ningún muerto es resucitador de sí mismo. Sólo pudo resucitarse quien no murió al morir su carne. Así resucitó lo que había muerto. Se despertó, pues, aquel que vivía en sí mismo y había muerto en su carne para resucitarla. No resucitó al Hijo sólo el Padre, del que dice el Apóstol: Por lo cual Dios lo exaltó. También el Señor se resucitó a sí mismo, esto es, su cuerpo, y por eso dice: Derribad este templo, y en tres días lo levantaré. El pecador por su parte es un muerto, máxime aquel a quien oprime la mole de la costumbre y está como un Lázaro sepultado. Poco era el estar muerto y estar también sepultado. Quien está oprimido por la mole de la costumbre mala, de la vida mala, esto es, de las concupiscencias terrenas, ve ya realizado en sí lo que dice lamentablemente un salmo: Dijo en su corazón el necio: No hay Dios. De él precisamente se dijo: En el muerto, como si no existiera, perece la confesión. ¿Quién lo resucitó sino quien retiró la losa y exclamó: ¡Lázaro, sal afuera!? ¿Y qué es salir afuera sino manifestar fuera lo que estaba oculto? Quien confiesa sale afuera, y no podría salir afuera si no viviera, y no viviría si no hubiese sido resucitado. Luego, en la confesión, el acusarse a sí mismo es alabar a Dios.
3. Dirá quizá alguno: ¿De qué sirve la Iglesia si ya sale el confesor resucitado por la voz del Señor? ¿Qué aprovecha al que se confiesa la Iglesia, a la que dijo el Señor: Lo que desatares en la tierra, será desatado en el cielo? Observa al mismo Lázaro cuando sale con sus ataduras. Ya vivía confesando, pero aún no caminaba libre, constreñido por las mismas ataduras. ¿Qué hace, pues, la Iglesia, a la que se dijo: Lo que desatares será desatado, sino lo que a continuación dijo el Señor a los discípulos: Desatadlo y dejadlo marchar? 147
4. Ya nos acusemos, ya alabemos a Dios, doblemente le alabamos. Si nos acusamos piadosamente, sin duda alabamos a Dios. Cuando alabamos a Dios, le proclamamos como carente de pecado. Y cuando nos acusamos a nosotros mismos, damos gloria a aquel que nos ha resucitado. Si esto hicieres, el enemigo no halla ocasión alguna para arrastrarte ante el juez. Pues si tú eres tu acusador y Dios tu libertador, ¿qué será aquél sino calumniador? Por eso, con razón Pablo se procuró tutela contra los enemigos, no los manifiestos, la carne y la sangre, que son más bien dignas de compasión que de defensa, sino contra aquellos otros frente a los cuales nos manda el Apóstol armarnos: No tenemos pelea contra la carne y la sangre, esto es, contra los hombres que abiertamente se ensañan con vosotros. Son vasos y los utiliza otro; son instrumentos y los maneja otro. Así dice: Se introdujo el diablo en el corazón de judas para que entregara al Señor. Y dirá alguno: ¿Qué hice yo entonces? Escucha al Apóstol: No deis lugar al diablo; con tu mala voluntad le diste lugar: entró, te poseyó, te manipula. Si no le dieras lugar, no te poseería.
5. Por eso nos amonesta diciendo: No tenemos pelea contra la carne y la sangre, sino contra los príncipes y potestades. Podría alguien pensar que son los reyes de la tierra, las autoridades del siglo. ¿Por qué? ¿No son carne y sangre? Ya se dijo: No contra la carne y la sangre. No pienses, pues, en hombre alguno. ¿Qué enemigos quedan? Contra los príncipes y potestades de la maldad espiritual, rectores del mundo. Como si diera más al diablo y a sus ángeles. Les dio más, les llamó rectores del mundo. Mas, para que no lo entiendas mal, explicó qué mundo es ese del que ellos son rectores. Rectores del mundo, de estas tinieblas. El mundo está lleno de esos que él rige, sus amadores e infieles. El Apóstol las llama tinieblas, y sus rectores son el diablo y sus ángeles. Estas tinieblas no son naturales, no son inmutables: cambian y se convierten en luz; creen y al creer son iluminadas. Cuando eso aconteciere, oirán: Antes fuisteis tinieblas, mas ahora luz en el Señor. Cuando eras tinieblas, no estabas en el Señor; mas cuando eres luz, no estás en ti, sino en el Señor. Pues ¿qué tienes que no hayas recibido? Y, pues, son enemigos invisibles, han de ser combatidos invisiblemente. Al enemigo visible le vences hiriéndole; al invisible le vences creyendo. Visible es el hombre enemigo; visible es el herir; invisible es el diablo enemigo; invisible es también el creer. Hay, pues, pelea invisible contra los enemigos invisibles.
6. ¿Cómo afirma alguien estar seguro contra estos enemigos? Había comenzado yo a explicarlo, y me sentí obligado a hablar con algún detenimiento de estos enemigos. Conocidos ya los enemigos, veamos la defensa. Alabando invocaré al Señor y quedaré a salvo de mis enemigos. Ahí está lo que puedes hacer: invoca alabando. Pero al Señor. Si te alabas a ti, no quedarás a salvo de tus enemigos. Alabando invoca al Señor y estarás a salvo de tus enemigos. Pues ¿qué dijo el mismo Señor? Un sacrificio de alabanza me glorificará; y ése es el camino en que le mostraré mi salvación.¿Dónde está el camino? En el sacrificio de alabanza. No pongas los pies fuera de ese camino. Mantente en el camino, no te separes del camino; de la alabanza del Señor no retires el pie, ni siquiera la uña. Porque si pretendieres desviarte de este camino y alabarte a ti en lugar del Señor, no te librarás de aquellos enemigos, ya que de ellos se dijo: Junto a la senda me colocaron piedras de tropiezo. Si crees que tienes de tu cosecha cualquier partícula de bien, ya te desviaste de la alabanza de Dios. ¿Por qué admirarse si te seduce el enemigo, cuando tú eres seductor de ti mismo? Escucha al Apóstol: Quien piensa ser algo, no siendo nada, se seduce a sí mismo.
7. Escucha, pues, al Señor que confiesa: Te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra. Te confieso, te alabo. Te alabo a ti, no me acuso a mí. En lo que toca a la asunción del hombre por el Verbo, hay gracia total, gracia singular, gracia perfecta. ¿Qué mereció aquel hombre, que es Cristo, si quitas la gracia, y una gracia tal como corresponde a ese único Cristo, para que sea ese hombre que conocemos? 148 Quita esa gracia, y ¿qué es Cristo sino un hombre? ¿Qué es sino lo mismo que tú? Tomó el alma, tomó el cuerpo, tomó el hombre entero, lo asume y el Señor constituye con el siervo una sola persona. ¡Cuán grande es esta gracia! Cristo en el cielo, Cristo en la tierra, Cristo a la vez en el cielo y en la tierra. Cristo con el Padre, Cristo en el seno de la Virgen, Cristo en la cruz, Cristo en los infiernos para socorrer a algunos; y en el mismo día, Cristo en el paraíso con el ladrón confesor. ¿Y cómo lo mereció el ladrón sino porque retuvo aquel camino en que se manifestó su salvación? No apartes tú los pies de ese camino, pues el ladrón, al acusarse, alabó a Dios e hizo feliz su vida. Confió en el Señor y le dijo: Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino. Consideraba sus fechorías, y creía ya mucho, si se le perdonaba al final. Mas como él dijo: Acuérdate de mí; pero ¿cuándo?: Cuando estuvieres en tu reino, el Señor le replicó en seguida: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso. La misericordia logró lo que la miseria pospuso.
8. Escucha, pues, al Señor que confiesa: Te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra. Y ¿qué confieso? ¿En qué te alabo? Como he dicho, esta confesión implica alabanza. Porque escondiste esto a los sabios y prudentes y lo revelaste a los pequeños. ¿Qué significa esto, hermanos? Entended el sentido de esta oposición. Lo escondiste, dice, a los sabios y prudentes; pero no dice: y lo revelaste a los necios e imprudentes, sino que dijo: Lo escondiste a los sabios y prudentes y lo revelaste a los pequeños. A los ridículos sabios y prudentes, a los arrogantes, en apariencia grandes y en realidad hinchados, opuso no los insipientes, no los imprudentes, sino los pequeños. ¿Quiénes son estos pequeños? Los humildes. Por ende, lo escondiste a los sabios y prudentes. El mismo explicó que bajo el nombre de sabios y prudentes había que entender los soberbios, al decir: Lo revelaste a los pequeños. Luego lo escondiste a los no pequeños. ¿Qué significa no pequeños? No humildes. ¿Y qué significa no humildes sino soberbios? ¡Oh, camino del Señor! O no existía o estaba oculto, para que se nos revelase a nosotros. ¿Y por qué exultaba el Señor? Porque el camino fue revelado a los pequeños. Debemos ser pequeños; pues si pretendemos ser grandes, como sabios y prudentes, no se nos revelará ese camino. ¿Quiénes son grandes? Los sabios y prudentes. Diciendo que son sabios, se hicieron necios. Pero tienes el remedio por contraste. Si diciendo que eres sabio te haces necio, di que eres necio y serás sabio. Pero dilo. Dilo, y dilo interiormente. Porque es así como lo dices. Si lo dices, no lo digas ante los hombres y lo calles ante Dios. En cuanto se trata de ti y de tus cosas, eres tenebroso. ¿Qué significa ser necio sino ser tenebroso en el corazón? Y de éstos dijo así: Se oscureció su insipiente corazón. Di que tú no eres luz para ti mismo. Como mucho, eres un ojo, no eres luz. ¿Qué aprovecha un ojo abierto y sano si no hay luz? Di, pues, que no eres luz para ti mismo, y proclama lo que está escrito: Tú iluminarás mi lámpara, Señor. Con tu luz, Señor, iluminarás mis tinieblas. Nada tengo sino tinieblas; pero Tú eres la luz que disipa las tinieblas al iluminarme. La luz que tengo no viene de mí, sino que es luz participada de ti.
9. Así Juan, amigo del esposo, era tenido por Cristo, era tenido por luz. No era él la luz, sino que daba testimonio de la luz. ¿Cuál era entonces la luz? Existía la luz verdadera. ¿Qué significa verdadera? La que ilumina a todo hombre. Si es verdadera la luz que ilumina a todo hombre, ilumina también a Juan, que decía verdad y confesaba verdad: Nosotros recibimos de su plenitud. Mira si dijo otra cosa que Tú iluminarás mi lámpara, Señor. Una vez iluminado, daba testimonio. Por razón de los ciegos, la lámpara daba testimonio del día. Ve cómo era lámpara: Mandasteis una embajada a Juan, y quisisteis gloriaros un momento en su luz: él era una lámpara encendida y ardiente. Era una lámpara, esto es, una realidad iluminada, encendida para lucir. Y lo que puede encenderse, puede asimismo extinguirse. Para que no se extinga, que no le dé el viento de la soberbia. Por eso Te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra, porque escondiste esto a los sabios y prudentes, a los que se creían luz y eran tinieblas. Como eran tinieblas y se creían luz, no podían ser iluminados. En cambio, los que eran tinieblas, pero confesaban ser tinieblas, eran pequeños, no grandes; eran humildes, no soberbios. Decían, pues, rectamente: Tú iluminarás mi lámpara, Señor. Se conocían, alababan al Señor, no se apartaban del camino salvador. Alabando, invocaban al Señor y se liberaban de sus enemigos.
10. Vueltos hacia el Señor, Dios Padre omnipotente, démosle las más expresivas y abundantes gracias con puro corazón cuanto lo permita nuestra parvedad, pidiendo con todo encarecimiento a su singular mansedumbre que se digne recibir nuestras preces en su beneplácito; que con su poder ahuyente de nuestros actos y pensamientos al enemigo; que nos multiplique la fe, gobierne la mente, conceda pensamientos espirituales y nos lleve a su bienaventuranza, por Jesucristo, su Hijo, Amén.
SERMON 68 (=Mai 126)
El reino revelado a los pequeños (Mt 11, 25-27).
Lugar: ¿Hipona?
Fecha: A partir del año 425.
1. Ya ayer, domingo, como recordáis, hemos oído esta lectura del santo Evangelio. Pero hemos querido que se repitiera hoy, ya que ayer la muchedumbre, molesta por las apreturas y un tanto inquieta, no daba facilidades a mi voz. Mi voz es sólo suficiente con un gran silencio. Hoy, con ayuda del Señor, pienso discutir lo que omití ayer y tratarlo según la medida de mí pequeñez: no es que ayer me molestase la muchedumbre sino porque no podía satisfacerla por la debilídad de mi voz 149. Ahora, pues, con vuestra atención ayudadme ante el Señor Dios nuestro, para que me dé lo que he de decir y a vosotros el que lo oigáis saludablemente.
2. El Hijo de Dios, Unigénito del Padre, Dios siempre, hombre por nosotros, hecho lo que hizo -hecho hombre quien hizo al hombre-, dice al Padre: Te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra. Es para mí, Padre, el Señor de cielo y tierra, Padre de aquel por quien todo fue creado. Porque toda la creación se encierra en estos dos vocablos: cuando se dice cielo y tierra. Por eso el primer libro de la Escritura de Dios dice: En el principio hizo Dios el cielo y la tierra; y también el auxilio me viene de parte del Señor, que hizo el cielo y la tierra. Con el nombre de cielo se entiende todo lo que hay en el cielo, y con el nombre de tierra se entiende todo lo que hay en ella; así, al nombrar estas dos partes de la creación, nada de ella se omite. Todo está en una u otra parte. El Hijo dice al Padre: Confieso; y así nos enseña que se debe a Dios la confesión y no sólo en los pecados. Casi siempre, cuando las Escrituras adelantan: Confesad al Señor, muchos de los oyentes se golpean el pecho; les parece que confesión sólo puede significar la que ejercitan los penitentes al confesar sus pecados, esperando de Dios sus méritos, no los que debían padecer, sino los que él misericordiosamente se digna otorgar. Pero si la alabanza no implicase confesión, no diría: Te confieso, Padre, quien ningún pecado tenía que confesar. Se dice también en cierto libro de la Escritura: Confesad al Señor y esto diréis en la confesión: todas las obras del Señor son muy buenas. También aquí tenemos confesión de alabanza, no de culpa. Luego cuando alabas a Dios, confiesas a Dios; y cuando acusas tus pecados ante Dios, confiesas a Dios. Y todo esto corresponde a la alabanza del Creador, ya que le ponderas, ya que te acusas.
3. Nadie duda de que pertenece a la alabanza de Dios lo que ponderas en él; pero quizá preguntas cómo pertenece también a su alabanza lo que acusas en ti. Esto es lo que con brevedad puede decirse y entenderse: cuando en el pecado te acusas a ti, alabas al que sin pecado te hizo a ti. Pues si él te hubiese creado con pecado, no te acusarías a ti pecador, sino a él creador. Luego en tu predicación de Dios hay alabanza y tu acusación es alabanza de Dios: ambas cosas corresponden a la confesión. Hemos oído' al Hijo de Dios que dice: Te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra. ¿Qué le confiesa? ¿En qué le alaba? Porque escondiste esto, dice, a los sabios y prudentes y se lo revelaste a los pequeños. ¿Quiénes son los sabios y prudentes? ¿Quiénes los pequeños? ¿Qué es lo que ocultó a los sabios y prudentes y reveló a los pequeños? Llama sabios y prudentes a aquellos de los que Pablo dice: ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el investigador de este siglo? ¿No hizo Dios insensata la sabiduría de este mundo? Quizá todavía preguntes a quiénes se refiere este texto. Quizá a aquellos que, discutiendo muchas cosas acerca de Dios, dijeron falsedades; inflados con sus doctrinas, no pudieron encontrar y conocer a Dios. Quizá alguien diga que a éstos se refiere el apóstol Pablo, al decir: ¿Dónde está el sabio, dónde el escriba, dónde el investigador de este siglo? Sean también éstos: entiéndase también a los que no pudieron conocer a Dios y en lugar de Dios, cuya sustancia es incomprensible e invisible, pensaron que era aire, éter, sol, algo que destaca sensiblemente en la creación. Contemplando la grandeza, la hermosura y la fortaleza de las criaturas, se quedaron en ellas y no encontraron al Creador, admirando sus obras. Nada se opone a que digamos que también éstos son indicados.
4. Sin embargo, carísimos, más admirable es que en cierto lugar de la santa Escritura encontramos que se reprende a los que lo conocieron y se zahiere y acusa su estulticia y falsa sabiduría. En efecto, a los que por la criatura no conocieron al Creador arguye el libro de la Sabiduría diciendo: Pensaron que era Dios la órbita de las estrellas, el sol, la luna, los rectores del orbe de las tierras. Y se dice de ellos que, aunque sean preferidos a los que dieron culto a los ídolos, y pensaron que eran dioses las obras no de Dios, sino de los hombres, sin embargo se les acusa también diciendo: Tampoco éstos merecen perdón. En comparación con los que tienen por dioses a las obras de los hombres, sin duda son mejores los que tienen por dioses a las obras de Dios. El ídolo lo ha hecho un carpintero, el sol lo hizo Dios: en comparación del que tiene por dios lo que hizo el carpintero, mejor es quien tiene por dios lo que Dios hizo. Pero ved cómo también éstos son rechazados y rectamente acusados: Tampoco éstos merecen perdón; pues si llegaron a alcanzar el poder calcular el siglo, ¿cómo no hallaron más fácilmente al Señor del siglo? Acusa a los que consumieron su tiempo y las ocupaciones de sus discusiones en estudiar y en cierto modo medir las criaturas: investigaron las órbitas de los astros, los intervalos de las estrellas, los caminos de los cuerpos celestes; hasta tal punto que, con ciertos cálculos lograron la ciencia de predecir los eclipses del sol, de la luna, y, según predecían, se realizaban en el día y la hora, en la intensidad y parte anunciada por ellos. ¡Gran habilidad! ¡Gran talento! Pero cuando buscaron al Creador, que no estaba lejos de ellos, no lo hallaron. Si lo hubiesen hallado, lo tendrían consigo. Como si alguien entrando en esta basílica contase las columnas, midiese cuántos codos tienes, calculase la altura del techo, la anchura del pavimento y la altura de las paredes y te diese de todo el número que tú ignoras; pero si tú conocieras quién edificó la basílica y él lo ignorara, y en su incertidumbre real y profunda no creyese que la fábrica fue edificada por alguien, sino que estimara que estas columnas, este techo, estas paredes, están ahí por su propia virtud y naturaleza, sin hacerlas nadie; o bien atribuyese a algún elemento de esta fábrica tal poder, que estimase que ese elemento construyó todo lo demás. Y si al decirle tú: "un hombre hizo esta fábrica", él dijera: "¿qué hombre? ¿Cómo pudo un hombre levantar esta fábrica? Ese techo que ves tan alto, ese techo fabricó todo esto que ves debajo", digo que te parecería no un lerdo, sino un loco. ¿Qué le aprovecharía el haber computado la medida de las columnas todas, y los números de toda la fábrica y decirte lo que tú ignoras? Tú, dotado de mejor ciencia, conocerías al hacedor de esta fábrica. Porque el saber que la hizo un hombre, que la hizo con la razón, que la construyó con una mente racional, que una decisión precedió a esta mole, es mejor que el saber cuántos codos tiene la columna, o cuántas son las columnas, o cuán anchos el pavimento y el techo.
5. Pienso que vuestra caridad discierne estas ciencias. En este punto no sabes gran cosa, cuando sabes que la edificó un hombre, aun si atribuyes esta fábrica al mismo cuerpo del hombre. Pero sabes ya algo grande si sabes que la hizo con una decisión, con una mente racional, en la cual estuvo la fábrica antes de que apareciera a la vista. Precedió la decisión de fabricar y luego se siguió el efecto. Precedió lo que tú no puedes ver, para que existiese lo que ves. Ahora ves la fábrica, alabas la decisión; atiendes lo que ves y alabas lo que no ves; y lo que no ves es más que lo que ves. Por ende, óptima y rectísimamente son denunciados los que pudieron contar los números de las estrellas, los intervalos de tiempo y conocer y predecir los eclipses; rectamente son acusados, pues no hallaron quien hizo y ordenó estas cosas, porque fueron negligentes en investigarlo. Y tú no te preocupes mucho si ignoras el curso de los astros y de los cuerpos celestes o terrenos; contempla la hermosura del mundo y alaba la decisión del Creador: mira lo que hizo y ama al que lo hizo. Y retén principalmente esto: ama al que lo hizo; porque te hizo también a ti mismo, su amador, a su imagen. No es maravilla si a estos sabios ocupados en las criaturas, y que por negligencia se negaron a buscar al Creador, y no pudieron hallarlo, quedaron escondidas esas cosas que dijo Cristo: Las escondiste a los sabios y prudentes. Más maravilla es lo que vais a oír: que se reprenda a los sabios y prudentes que pudieron conocer. Se revela, dice, la ira de Dios desde el cielo sobre toda injusticia e impiedad de los hombres que retienen la verdad en la iniquidad. Quizá preguntéis: ¿Qué verdad retienen en la iniquidad? Pues lo que es conocido de Dios, está manifiesto en ellas. ¿Cómo manifiesto? Sigue diciendo: Dios se lo manifestó a ellos. ¿Preguntas aún cómo se les manifestó, pues no les dio la ley? ¿Cómo? Las cosas invisibles de Dios desde la creación del mundo, entendidas, se descubren mediante las cosas que fueron creadas. Así lo manifestó, pues las cosas invisibles de Dios, entendidas, son percibidas por medio de las cosas creadas desde la creación del mundo.
6. Alguien, para encontrar a Dios, lee el libro. Es, sin duda, un gran libro la misma hermosura de la creación. Contempla la superior y la inferior, atiende, lee. No hizo Dios letras de tinta, por donde le conocieras: puso ante tus ojos esas mismas cosas que hizo. ¿Por qué buscas mayor voz? A ti claman el cielo y la tierra: "Dios me hizo". Lees lo que escribió Moisés. ¿Qué lee el hombre temporal, para que lo escribiera el mismo Moisés? Contempla piadosamente el cielo y la tierra. Hubo algunos no como Moisés, siervo de Dios; no como muchos profetas, que contemplaron y entendieron estas cosas con la ayuda del Espíritu de Dios; sorbieron con fe el Espíritu, bebieron con las fauces de la piedad y eructaron con la boca del hombre interior. Esos hombres no eran de éstos, sino muy diferentes. Por esta creación, pudieron llegar a entender al Creador y hablar de las cosas que hizo Dios: he ahí lo que hizo, gobierna y contiene; él mismo, que lo hizo, llena con su presencia eso que hizo. Pudieron decir eso. En los Hechos de los Apóstoles los mencionó el apóstol Pablo, al decir de Dios: En él vivimos, nos movemos y somos. Hablaba ante los atenienses, entre los que se dieron esos sabios, y añadió al punto: como algunos de entre vosotros dijeron. No es poco lo que dijeron: que en Dios vivimos, nos' movemos y somos. ¿Por qué entonces son desemejantes? ¿Por qué vituperados? ¿Por qué rectamente denunciados? Escucha las palabras del Apóstol que yo había comenzado a citar: La ira de Dios, dice, se revela desde el cielo sobre toda impiedad, a saber, la de aquellos que no recibieron la ley. Sobre toda impiedad e injusticia de los hombres que retienen la verdad en la injusticia. ¿Qué verdad? Porque lo que es conocido de Dios, está manifiesto en ellas. ¿Quién lo manifestó? Pues Dios se lo manifestó. ¿Cómo se lo manifestó? Porque las cosas invisibles de Dios desde la creación del mundo, entendidas, son percibidas por medio de las cosas que fueron hechas también su sempiterna virtud y divinidad. ¿Para qué lo manifestó? Para que sean inexcusables. Si lo manifestó para que sean inexcusables, ¿por qué son culpables? Porque, conociendo a Dios, no lo glorificaron como a Dios. ¿Qué es lo que dices, que no lo glorificaron como a Dios? Ni le dieron gracias. Entonces, glorificar a Dios es darle gracias. Sin duda. ¿Hay cosa peor que, hecho a su imagen y conociéndolo, ser ingrato? Eso es, por cierto, eso es glorificar a Dios, dar gracias a Dios. Los bautizados saben dónde y cuándo se dice: "Demos gracias a Dios nuestro Señor". ¿Y quién da gracias al Señor sino quien tiene el corazón elevado al Señor?
7. Entre vosotros los hay que oyen y que no oyen. No se irriten contra nosotros si ellos se diferencian. Aquellos, pues, son culpables; son inexcusables, pues, conociendo a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias. ¿Qué hicieron? Se desvanecieron en sus pensamientos. ¿Y por qué se desvanecieron sino porque fueron soberbios? También el humo se disipa cuando sube a lo alto; en cambio, el fuego brilla y se enardece, manteniéndose más humilde. Se desvanecieron en sus pensamientos y se oscureció su insipiente corazón. También es oscuro el humo, aunque está sobre el fuego. Atiende, en fin, a lo que sigue y observa de qué pendía todo el pleito: Llamándose a sí mismos sabios, se hicieron necios. Al arrogarse lo que les había prestado Dios, Dios les retiró lo que les diera. Es que se esconde de los soberbios, ya que a los que buscan con diligencia, por las criaturas, al Creador no les sugiere sino a sí mismo. Así dijo bien el Señor: Escondiste esto a los sabios y prudentes: ya a los que con múltiples discusiones y aguda investigación llegaron al conocimiento de la creación, pero no conocieron al Creador; ya a los que conocieron a Dios, pero no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, y no pudieron verle perfecta y saludablemente, ya que eran soberbios. Escondiste esto a los sabios y prudentes y lo revelaste a los pequeños. ¿A qué pequeños? A los humildes, pues dice: ¿Sobre quién reposa mi Espíritu? Sobre el humilde, sereno y temeroso de mis palabras. Estas palabras temió Pedro, no las temió Platón. Recoja el pescador lo que perdió el nobilísimo discutidor. Escondiste esto a los sabios y prudentes y lo revelaste a los pequeños: lo escondiste a los soberbios y lo revelaste a los humildes. ¿Qué es lo que somos, por mucho que seamos? Si somos humildes, mereceremos gozar de la plena visión de Dios si merecemos ser contados entre los pequeños. Así, Padre, dijo el Señor exultando en el Espíritu Santo; lo aprobó, le plugo, alabó que así hubiera sido: Así, Padre, pues así fue acepto ante ti.
8. Hemos oído que dijo: Escondiste esto a los sabios y prudentes y lo revelaste a los pequeños, y vimos quiénes son los sabios y prudentes y quiénes esos pequeños a quienes lo revelaste. ¿Y qué reveló? Al decir: Escondiste esto a los sabios y prudentes y lo revelaste a los pequeños, ¿no se refería al cielo y a la tierra, y como si lo mostrase con la mano, diciendo: Esto? ¿Quién no lo ve? Lo ven los buenos, lo ven los malos, pues Hizo salir su sol sobre buenos y malos. ¿Qué es entonces esto, de lo que dice que lo escondió a los sabios y prudentes y lo reveló a los pequeños? ¿Qué ha de ser sino lo que indica a continuación, diciendo: Así, Padre, pues así fue acepto ante ti? Lo alabó, le plugo. ¿Y qué es ello? Todo me ha sido entregado por mi Padre. Esta gracia cristiana, según la cual todas las cosas le fueron entregadas por su Padre, fue ignorada por todos los sabios de este mundo; y no sólo de aquellos que, ocupados con excesiva e intensa curiosidad en las criaturas celestes o terrestres, descuidaron buscar y no lograron encontrar al Creador, sino también por aquellos que por las criaturas y por las cosas que veían, esto es, por las cosas visibles, pudieron llegar con el pensamiento a aquel que las hizo: ni unos ni otros conocieron lo que se dijo: Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre. Moisés lo vio, lo vieron los profetas, lo vieron los patriarcas; aquellos grandes sabios, agudos discutidores, investigadores, malgastadores tonantes del lenguaje, lo ignoraron del todo. Este es el misterio escondido desde la eternidad en Dios, y ahora revelado a sus santos, a sus pequeños, a sus humildes, sobre los que reposa su Espíritu, tranquilos y temerosos de sus palabras: Todas las cosas, dice, me han sido entregadas por mi Padre.
9. Pero entre todas estas cosas queremos y anhelamos con vehemencia ver al mismo Dios, y tanto más lo deseamos cuanto somos mejores, más piadosos, más fieles, mejor instruidos en el progreso de la mente, más firmes: este deseo domina a todos los otros. Por eso, a sus pequeños, a los que permitió conocer su gracia: el que todas las cosas hayan sido entregadas a Cristo por su Padre, parece que les habla con cariño, para que no se impacienten porque ahora no le ven, para que soporten la espera medicinal, preparándose para aquella visión. Todas las cosas, dice, me han sido entregadas por mi Padre. Iban a decir los pequeños: queremos ver al mismo Padre, como dijo Felipe: Muéstranos al Padre y nos basta. Como si dijera: Sé lo que estáis deseando y que sois muy pequeños para tan gran bien: Nadie conoce al Hijo sino el Padre. Pensabais que ya me conocíais a mí: Nadie conoce al Hijo sino el Padre. Como sí, una vez que me conocéis a mí, buscaseis ver y conocer al Padre. Y nadie conoce al Padre sino el Hijo. Pero vosotros no vais a quedar excluidos de esta visión, pues continúa: y a quien el Hijo lo quiera revelar. ¿Y a quién querrá el Hijo revelarlo sino a los que mencionó: Y lo revelaste a los pequeños? Seamos, pues, pequeños: recabémoslo y aprendámoslo del gran Maestro. Ya que nada eres, ¿no querrás ser pequeño, cuando por ti el Inmenso se hizo pequeño? El Padre revela al Hijo a los que quiere. Porque si el Hijo revela al Padre, ¿no va el Padre a revelar al Hijo? Aquí oímos, aquí leímos: Y al Padre nadie lo conoce sino el Hijo y a quien el Hijo quisiere revelarlo. Llamamos al Hijo revelador del Padre. ¿Y cómo sabemos que el Padre es revelador del Hijo? Escucha al mismo Hijo. Cuando Pedro dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, recibió esta respuesta: Bienaventurado eres, Simón Bariona, porque no te lo reveló la carne y la sangre, sino mi Padre, que está' en los cielos. Luego el Padre revela al Hijo y el Hijo revela también al Padre. Pues ¿cómo reconoces al Hijo si no reconoces que tiene Padre? ¿O cómo reconoces al Padre si no reconoces que tiene un Hijo? No se le puede llamar Padre si no tiene hijo; ni puede llamársele Hijo si no tiene Padre. Luego, si no es Padre sino en cuanto tiene un Hijo, el Padre revela al Hijo. Por el hecho de reconocer la paternidad, se busca la prole; si es Padre, buscas a quien engendró; y ése es Cristo Dios. Y si Cristo es Hijo, preguntas por quién fue engendrado; y ése es Dios Padre. Así, cuando diriges el ojo de la mente, el ojo de la fe al Hijo, en cuanto es Hijo, reconoces que es engendrado para ser Hijo; de ese modo, el Hijo revela al Padre. Pero ¿a quiénes sino a los pequeños?
10. ¿Por qué entonces no vemos a Dios? Porque nuestros pecados se interponen entre nosotros y Dios. Si pues no vemos porque los pecados se interponen entre Dios y nosotros, y por nuestros pecados retira él su rostro de nosotros mientras sudamos bajo la pesadumbre de nuestros pecados, oigamos ya al que clama: Venid a mí todos los que os fatigáis. ¿Por qué sudáis en vano bajo los pecados? Venid a mí todos los que os fatigáis. ¿Y cómo te fatigas, sino deseando lo que no está en el poder de quien lo desea? Deseaste oro, amaste el oro: ¿acaso por amarlo tienes oro? ¿Qué es eso, qué es lo que amas? Amando deseas, deseando buscas, encontrando te atormentas. Observa: antes de que halles lo que deseas poseer, antes de que lo alcances, antes de que lo tengas, antes de que lo poseas, ardes de ansia: ese verdugo vulnera tu corazón, esa ansia te lastima. ¿Hasta cuándo? Hasta que lo consigas. Mira, ya lo conseguiste. Ardías de codicia cuando querías alcanzar esa posesión: ya tienes lo que temes perder. No sigue a la codicia la seguridad, sino que a la codicia la sigue el temor como un sayón a otro sayón. Antes de que tuvieses nada, te atormentaba sólo la codicia; cuando comienzas a tener, te atormenta el temor. He hablado mal de sucesión, pues es más bien una agregación; había antes codicia de tener, y queda como ansia de aumentar. Pues cuando se puso a tu alcance lo que buscabas, no se puso límite a la codicia. ¿No ves que cuanto más tienes más deseas? Cuando nada tenías te contentabas con poco; y, pues, te hiciste rico, las herencias ya no sacian tus apetencias. Deseas tener lo que no tienes, temes perder lo que tienes, y estos dos sayones te atormentan. Por lo menos entre los tormentos confiesa a tu Dios; oye al que te llama, siente al que se ofrece, para que huyan los sayones. Escucha al que dice: Venid a mí todos los que os' fatigáis. Os fatigáis con diversas e hirientes impresiones del mundo y os aprietan pesadas cargas. Yo os recrearé. Vagando libres por precipicios, rodabais: Tomad sobre vosotros mi yugo. Por vuestra codicia y la dificultad de adquirir erais ásperos, y por el éxito vano en los negocios andabais inflados; contra la amargura y contra la fatuidad: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. No pretendáis, añade, arreglaros entre vosotros y compartir vuestra fatuidad.
11. Dirá alguno: ¿Y si yo quiero poseer? ¡Oh, si yo poseyera! Dios, dame posesiones. Mira, mi vecino tiene lo que no tengo yo: no saluda a nadie y él es saludado; no saluda y vuelven a saludarlo. Dios, concédeme eso. Pero si ese tal te desagrada, ¿por qué quieres ser como él? El dice: vuelvo a saludarle y no me responde al saludo; y desea ser eso que condena. Pero yo, advierte, cuando alcance eso, no sólo responderé al saludo, sino que me adelantaré a saludar. Te sometes, por la codicia de lograrlo; pero mejor te conoce quien te hizo; más te favorece quien rehúsa darte lo que pides y no te conviene. Deseas tener, porque piensas que te conducirás bien, que usarás bien, que gobernarás piadosamente; para tener riquezas temes el trabajo, la pobreza. ¿Deseas ser feliz? Ven al que clama: Yo os recrearé. Bastará que aprendas lo que dice: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Observas a tu vecino rico, adinerado, soberbio; observándolo y envidiándolo, serás soberbio; no serás humilde si no atiendes a aquel que por ti se hizo humilde. Aprende de Cristo lo que no aprendes del hombre. En aquél está la norma de la humildad; quien se acerca a él, primero se forma en la misma humildad, para ser premiado con la exaltación. Porque ¿cuál es su hermosura? Quien, existiendo en la forma de Dios, no estimó como un botín el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo aceptando la forma de siervo, hecho a semejanza de los hombres, revestido de atuendo de hombre: se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Tras decir tantas cosas, no determinara el modo de su humildad si no añadiera: Y muerte de cruz. Porque este linaje de muerte significaba un gran oprobio entre los judíos. Aceptó lo que significaba un gran oprobio para otorgar un premio a los que no se avergüenzan de la misma humildad. ¿Hasta dónde llegó para sajar tu tumor? Hasta el oprobio de la cruz.
12. ¿Es que era pequeño? Quien existiendo en la forma de Dios. Escucha: ¿cuándo exististe tú en la forma de Dios? ¿Y te avergüenzas de humillarte, cuando por ti se humilló la forma de Dios? Aprended, dice, de mí. Quizá no sabéis por quién aprendisteis un fundamento tan grande para vuestra exaltación: Aprended, dice, de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis reposo para vuestras almas. En todos vuestros deseos buscáis reposo; por eso estáis inquietos mientras buscáis, para que, al encontrar lo que buscáis, al fin halléis reposo. Pero pensáis en vano: hallando lo que tan mal buscáis, quedaréis más inquietos. Aprended, dice, de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis reposo para vuestras almas; porque mi yugo es leve. ¿Temías la cadena? Mi yugo es suave, blando. Si temías quedar atado, desea ser recreado. ¿No veis aun en los cuerpos que buscan lo humano y desean lo temporal, que hay ciertas ligaduras de las que se complacen los hombres? ¡Cuán difícil es que permitan el desatarse! Quien tiene un collar, se complace en el collar, aunque la codicia le descabella. ¿Y tú piensas que el yugo de Cristo te va a estrangular? No temas, acéptalo: es blando; sujeta la mísera libertad, pero no ofrece aspereza alguna. Y mi carga es ligera. Si eres ganado mío, no pienses que dejaré de imponerte algo -te dice tu Señor-; también yo te impondré mi carga. Pero no temas, es ligera; no te oprime, sino que te robustece; no es onerosa, sino honrosa. No es tan liviana, aunque tampoco muy pesada. Es como las cargas pequeñas, que hacen decir al que las lleva: es ligera. Sin embargo, aunque sea liviana, tiene su peso, aunque no mucho. La carga de Cristo es tan leve que levanta; no serás oprimido por ella o con ella, pero no te levantarás sin ella. Piensa que esta carga sea para ti tal cual es el peso de las alas para las aves; si las aves tienen el peso de las alas, se elevan; si lo pierden, quedarán en tierra 150.¿Hay cosa grave para un amante? Omitiendo mil cosas que agitan y agobian al género humano, ¿no vernos cuánto trabaja el aficionado a la caza, cuánto aguanta, cuántos calores en verano y fríos en invierno, cuánta maleza tupida, cuántas dificultades de caminos, cuánta escabrosidad en la montaña? Con todo, el amor hace todo eso no sólo tolerable, sino también agradable; y tan agradable, que, si se prohíbe la caza, entonces se siente fatiga y se padece un horrendo tedio; no se soporta la inacción. Tanto se tolera para acercarse a un jabalí, y ¿se soporta difícilmente el acercarse a Dios?
13. Por eso habló Cristo. Cuando oísteis: Mi carga es ligera, no penséis en lo que padecieron los mártires y os digáis: ¿Cómo es ligera la carga de Cristo? Le confesaron algunos varones y padecieron tanto; le confesaron niños y muchachas, el sexo fuerte y el débil, la edad mayor y menor, todos merecieron confesar y ser coronados. Yo pienso que no hallaron fatiga. ¿Por qué no? Porque todo lo soportaron por amor. Así es la carga que Cristo se digna imponernos; se llama amor, se llama caridad, se llama dilección. Por ella te será fácil lo que antes fue muy laborioso; por ella será leve lo que creías pesado. Acepta esa carga, no te oprimirá y te levantará; tendrás alas. Y antes de que las tengas, clama al que te llama: ¿Quién me dará alas como de paloma -no como de cuervo, sino como de paloma- y volaré? Y como si preguntarás ¿para qué? Y descanseré. Luego por esa carga encontraréis descanso para vuestras almas. Aceptad esta carga, estas alas y, si ya comenzasteis a tenerlas, cuidadlas: lleguen esas alas a tanta perfección, que podáis volar. Un ala es: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Pero no te quedes con un ala; pues si crees tener un ala sola, no tienes ninguna. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Si no amas a tu hermano, a quien ves, ¿cómo puedes amar a Dios, a quien no ves? Busca, pues, otra ala y así volarás, así despegarás la codicia de lo terreno y fijarás el amor en lo celeste. Y, mientras te apoyes en ambas alas, tendrás arriba el corazón; para que el corazón elevado arrastre arriba a su carne a su debido tiempo. Y no pienses que tardarás mucho en tener todas las plumas. Has de buscar en las santas Escrituras múltiples preceptos de esta dilección, con los que se ejercite el lector y el que escucha; pues de estos dos preceptos penden la ley y los profetas.
SERMON 69
La revelación hecha a los pequeños y el yugo de Cristo (Mt 11, 25-29).
Lugar: Cartago.
Fecha: En el año 413.
1. Hemos oído en el Evangelio que el Señor, regocijado en el Espíritu, dijo a Dios Padre: Te confieso, Padre, Señor de cielo y tierra, porque escondiste esto a los sabios y prudentes y se lo revelaste a los pequeños. Así, Padre, pues así fue acepto ante ti. Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre. Y nadie conoce al Hijo, sino el Padre, y nadie conoce al Padre, sino el Hijo y a quien quisiere el Hijo revelarlo. Yo me fatigo declamando, vosotros os fatigáis escuchando. Oigamos, pues, a él, que continúa diciendo: Venid a mí todos los que os fatigáis. ¿Y por qué nos fatigamos todos sino porque somos hombres mortales, frágiles, débiles, portadores de vasos de barro, que recíprocamente se producen roces? Pero si se encogen los vasos de carne, dilátense los espacios del amor. ¿Por qué dice Venid a mí todos los que os fatigáis sino para que os fatiguéis? En fin, su promesa está ahí: ya que llama a los que trabajan, preguntarán quizá qué salario se les ofrece: Y yo, dice, os recrearé.
2. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, no a fabricar el mundo, no a crear todo lo invisible e invisible, no a hacer milagros en el mismo mundo y a resucitar a los muertos, sino que soy manso y humilde de corazón. ¿Quieres ser grande? Comienza por lo ínfimo. ¿Piensas construir una gran fábrica en altura? Piensa primero en el cimiento de la humildad. Y cuanta mayor mole pretende alguien imponer al edificio, cuanto más elevado sea el edificio, tanto más profundo cava el cimiento. Cuando la fábrica se construye, sube a lo alto; pero quien cava fundamentos se hunde en la zanja. Luego la fábrica se humilla antes de elevarse y después de la humillación se remonta hasta el remate.
3. ¿Cuál es el remate de la fábrica que intentamos construir? ¿Adónde ha de llegar la crestería del edificio? Pronto lo digo, hasta la presencia de Dios. Ya veis cuán excelso es, cuán gran cosa es ver a Dios. Quien lo desea, entiende lo que yo digo y lo que él oye. Se nos promete la visión de Dios, del Dios verdadero, del Dios sumo. Y esto es lo bueno, ver a quien ve. Los que dan culto a falsos dioses, fácilmente los ven; pero ven a los que tienen ojos y no ven. En cambio, a nosotros se nos promete la visión de un Dios que vive y ve, para que codiciemos ver a aquel Dios, del que dice la Escritura: ¿El que plantó el oído, no oirá? ¿Quien creó el ojo, no verá? ¿No oirá quien te hizo el órgano con que oyes? ¿Y no verá quien te dio con que vieras? Bien habla en el mismo salmo y dice: Entended, pues, los que sois necios en el pueblo; y vosotros, insensatos, aprended algún día. Hay muchos que obran mal, porque piensan que no son vistos por Dios. Es difícil que crean que él no puede ver; pero se imaginan que no quiere. Se hallan pocos impíos tan grandes, que se cumpla en ellos lo que está escrito: Dijo el insensato en su corazón: no hay Dios. Pocos tienen tamaña locura. Así como pocos tienen una gran piedad, así pocos tienen una gran impiedad. Pero lo que estoy diciendo lo dice la turba: ¿Es que ahora va a pensar Dios, para saber qué hago en mi casa, o se interesa por lo que hago en mi cama? ¿Quién lo dice? Entended los que sois necios en el pueblo; y vosotros, insensatos, aprended de una vez. Puesto que tú, como hombre, te fatigas averiguando todo lo que ocurre en tu casa, todas las palabras y todas las obras de tus esclavos, ¿piensas que también Dios se fatiga al mirarte a ti cuando no se fatigó al crearte a ti? ¿No dirigirá hacia ti su ojo quien hizo el tuyo? No eras, y te hizo para que fueras; ¿no te mirará, cuando ya eres, el que llama a las cosas que no son como si fuesen? No te lisonjees con tales cosas. Quieras o no, te ve; y no hay donde te escondas de sus ojos. Porque si subes al cielo, allí está, y si desciendes al infierno, allí aparece. Te fatigas negándote a dejar tus malas obras y pretendiendo que no te vea Dios. ¡Duro trabajo! Cada día intentas hacer maldades, y ¿sospechas que no te ve? Escucha a la Escritura que dice: El que plantó el oído, ¿no oirá? Quien creó el ojo, ¿no verá? ¿Dónde escondes tus malas acciones de los ojos de Dios? Si no quieres renunciar a ellas, trabajo te buscas.
4. Escucha al que dice: Venid a mí todos los que os fatigáis. No acabarás rehuyendo el trabajo. ¿Eliges huir de él y no a él? Encuentra adónde y huye. Y si no puedes huir de él, porque está doquier presente, huye a Dios de inmediato, pues está presente donde tú estás. Huye. He ahí que huyendo escalaste los cielos; allí está; descendiste a los infiernos, allí está. En cualesquiera soledades terrenas que elijas, está el que dijo Yo lleno el cielo y la tierra. Si él llena el cielo y la tierra, y no hay adónde puedas huir de él, no te fatigues; huye a su presencia, y no tienes que sentirle venir. Supón que le verás viviendo bien, ya que él te ve cuando vives mal. Viviendo mal, puedes ser visto, no puedes ver; pero viviendo bien, eres visto y ves. ¿Con cuánta mayor familiaridad te verá quien corona al digno, pues vio misericordiosamente para llamar al indigno? Natanael dijo al Señor, a quien aún no conocía: ¿De qué me conoces? Y el Señor le dijo: Cuando estabas bajo la higuera, te vi. Cristo te ve en tu tiniebla, y ¿no te verá en su luz? ¿Qué significa entonces cuando estabas bajo la higuera te vi? ¿Qué quiere decir eso o qué significa? Recuerda el pecado original de Adán, en quien todos morimos. Nada más pecar se hizo una faja de hojas de higuera, significando en tales hojas el prurito de la libido, producido por su pecado. De él nacemos, así nacemos, nacemos en carne de pecado, que sólo encuentra cura en la imagen de carne de pecado. Por eso envió Dios a su Hijo en esa semejanza de carne de pecado. Vino de ahí, pero no vino así. Porque la Virgen no lo concibió en la libido, sino en la fe 151 . Vino a la Virgen quien existía antes que la Virgen. Eligió a la que había creado, creó a la que había de elegir. Ofreció a la Virgen la fecundidad, no le quitó la integridad. Por ende, quien sin el prurito de las hojas de higuera vino a ti, cuando estabas bajo la higuera te vio. Prepárate para ver en sublimidad a quien te vio en misericordia. Mas como se trata de una cúspide muy alta, piensa en el cimiento. Y dirás: ¿En qué cimiento? Aprended de él que es manso y humilde de corazón. Cava en ti ese cimiento de humildad y llegarás a la cúspide de la caridad. Vueltos hacia el Señor...
SERMON 70
El yugo de Cristo (Mt 11, 28-30).
Lugar: Cartago.
Fecha: En el año 413.
1. A algunos, hermanos míos, les parece extraño oír al Señor, que dice: Venid a mí todos los que os fatigáis y estáis cargados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis reposo para vuestras almas. Porque mi yugo es blando y mi carga ligera. Observan que los que aceptaron ese yugo con cerviz intrépida y aceptaron esa carga con hombros mansísimos, se ven agitados y ejercitados por tantas dificultades de este siglo, que no parecen llamados del trabajo al descanso, sino del descanso al trabajo; y el Apóstol dice: Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo, padecerán persecución. Dirá, pues, alguno: ¿Cómo es blando el yugo y la carga leve, puesto que el llevar ese yugo y esa carga no es otra cosa que vivir piadosamente en Cristo? ¿Y cómo se dice Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, y yo os aliviaré, y no se dice más bien: Venid los parados y trabajaréis? Porque encontró parados a los que contrató para su viña, para que soportaran el bochorno del día. Y bajo ese yugo blando y esa carga leve, oímos decir al Apóstol: En todo nos recomendamos, como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, necesidades, angustias, golpes, etc. Y en otro lugar de la misma epístola: De los judíos recibí cinco veces los cuarenta azotes menos uno, tres veces fui azotado con varas, una vez apedreado, tres veces padecí naufragio, un día y una noche pasé en lo profundo del mar, y los demás peligros que pueden contarse, pero no tolerarse sino con auxilio del Espíritu Santo.
2. Todas esas asperezas y quebrantos que citó, los padeció con frecuencia y abundancia, pero le asistía el Espíritu Santo; éste, en la corrupción del hombre exterior, renovaba al interior de día en día, y dándole a gustar el reposo espiritual en la abundancia de las delicias de Dios, suavizaba todo lo presente en la esperanza de la bienaventuranza futura, y aligeraba todo lo pesado. He ahí cómo llevaba el blando yugo de Cristo y la carga leve. Así llama leve tribulación a todas esas cosas duras y terribles que espantan a cualquier lector: miraba con ojos interiores y fieles que, por alto que sea el precio temporal que hay que pagar por la vida futura, se evitan los eternos trabajos de los impíos y se goza sin solicitud la eterna felicidad de los justos. Toleran los hombres ser cortados y quemados para evitar el precio de agudos dolores; no otros dolores eternos, sino los de una úlcera algo duradera. Para lograr un último retiro, una vida lánguida e incierta de vacación muy breve, soporta el soldado guerras crueles; vive inquieto quizá durante muchos años en el trabajo, mejor que esperando descansar en su retiro. ¡A qué tempestades y tormentas, a qué horrible y tremendo furor del cielo y del mar se exponen los mercaderes, para adquirir unas riquezas de aire, llenas de peligros y tempestades mayores que aquellos con que fueron adquiridas! ¡Qué calores, qué fríos, qué peligros de caballos, de hoyas, de precipicios, de ríos, de fieras, afrontan los cazadores! ¡Qué escasez de comida y bebida, qué angustias de comidas y bebidas, viles y sucias, para capturar una bestia! Y a veces ni siquiera es necesaria para comer la carne de esa bestia, por la que se toleran tantas cosas. Aunque se haya cazado un jabalí o un ciervo, más agradable es para la afición de cazador el haberlo cazado que para el paladar del glotón el haberlo comido. ¡A qué castigos de agrios azotes no se condena a la tierna edad de los niños! ¡Con cuantas molestias de vigilias y abstinencias se les ejercita no para aprender la sabiduría, sino por el dinero y los honores de la vanidad, para que aprendan a contar, a leer y a pronunciar elocuentes falacias! 152.
3. En todo esto, los que no aman, padecen esas mismas cosas pesadas; los que aman, padecen lo mismo, al parecer, pero no son pesadas. Porque todas esas cosas feroces y atroces las hace fáciles v casi nulas el amor. Pues ¿con cuánta mayor certidumbre y facilidad, cuando se trata de la auténtica felicidad, hará la caridad lo que, cuando se trataba de la miseria, hizo, en cuanto pudo, la cupididad? ¡Cuán fácilmente se tolera cualquier adversidad temporal para evitar la pena eterna, para lograr la paz eterna! Con razón el Vaso de Elección dijo con inmensa alegría: No corresponden los padecimientos temporales a la gloria futura que se revelará en nosotros. Ya ves por qué es suave aquel yugo, y la carga ligera. Si es difícil para los pocos que la eligen, es fácil para todos los que la aman. Dice el salmista: Por las palabras de tus labios, he guardado los caminos duros. Esos caminos que son duros para los trabajadores, son suaves para los amadores. Por eso la dispensación de la divina providencia hizo de modo que el hombre interior, que se renueva de día en día, ya no viva bajo la ley, sino bajo la gracia; liberado de las cargas de innumerables observancias que constituían un yugo pesado, pero muy conveniente para domar una dura cerviz, tiene ahora la facilidad de la fe simple, de la esperanza buena y de la santa caridad; todas las molestias que exteriormente impuso al hombre exterior aquel príncipe que fue arrojado afuera, se hacen ligeras por el gozo interior. Nada es tan fácil para una buena voluntad como ella misma; y esto basta para Dios. Por mucho que se ensañe este mundo, al nacer en carne el Señor, cantaron los ángeles con toda razón: Gloria en las alturas a Dios y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. Porque era suave el yugo y ligera la carga del que acababa de nacer. Y, como dice el Apóstol, fiel es Dios', que no permite una tentación superior a lo que podemos soportar; sino que con la tentación da el éxito para que podamos aguantar.
SERMON 70 A (=Mai 127)
La humildad (Mt 11, 28-30).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.
1. La lengua del Señor, trompeta de justicia y verdad, elevándose como en un concurso del género humano, llama y dice: Venid a mí todos los que os fatigáis y estáis cargados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera. Quien no esté fatigado, no escuche; quien, en cambio, esté fatigado del trabajo, escuche: Venid a mí todos los que os fatigáis y estáis cargados. Quien no vaya cargado, no escuche; pero quien va cargado, escuche: Venid a mí todos los que trabajáis y vais cargados. ¿Para qué? Y yo os aliviaré. Todo el que trabaja y va cargado, busca alivio, desea el descanso. ¿Y quién no se fatiga en este siglo? Que me digan quién no trabaja, ya de obra, ya de pensamiento. Trabaja de obra el pobre y trabaja de pensamiento el rico; el pobre quiere tener lo que no tiene, y trabaja; el rico teme perder lo que tiene, y queriendo aumentar lo que tiene, trabaja más. Además, todos llevan sus cargas, todos sus pecados, que gravitan sobre la cerviz soberbia. Con todo, la soberbia se yergue bajo tan gran mole y aun abrumada de pecados se infla. Por eso, ¿qué dijo el Señor? Yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí. ¿Qué, Señor, qué aprendemos de Ti? Sabemos que eres Verbo en el principio, Verbo en Dios y Dios Verbo. Sabemos que fueron creadas por Ti todas las cosas, visibles e invisibles. ¿Qué aprendemos de Ti? ¿A suspender el cielo, a consolidar la tierra, a extender el mar, a difundir el aire, a distribuir todos los elementos apropiados a los animales, a ordenar los siglos, a gobernar los tiempos? ¿Qué aprendemos de Ti? ¿Acaso quieres que aprendamos esas mismas cosas que hiciste en la tierra? ¿Quieres enseñarnos eso? ¿Aprendemos de Ti a curar a los leprosos, a arrojar los demonios, a cortar la fiebre, a mandar en el mar y en las olas, a resucitar muertos? No es eso, dice. Entonces, ¿qué? Que soy manso y humilde de corazón. ¡Avergüénzate ante Dios, soberbia humana! El Verbo de Dios dice, lo dice Dios, lo dice el Unigénito, lo dice el Altísimo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. Tan gran excelsitud descendió a la humildad, y ¿el hombre se yergue? Recógete, refrénate, hombre, conforme al humilde Cristo, no sea que, al estirarte, te rompas.
2. Poco ha se cantaba un salmo, se cantaba el aleluya: ¿Quién como el Señor Dios nuestro, que habita en las alturas y contempla las cosas humildes? Que, al mirarte, te halle humilde, para que no te condene. El lo dijo, él lo proclamó, él llamó al género humano a esta salvación: Aprended de mí, dijo, no a crear el mundo, aprended que soy manso y humilde de corazón. Existía en el principio; ¿hay algo más excelso? El Verbo se hizo carne; ¿hay algo más humilde? Manda en el mundo; ¿hay algo superior? Cuelga de un madero; ¿hay algo más humilde? Si él sufre por ti estas cosas, ¿por qué tú te yergues, te hinchas, fuelle inflado? Dios es humilde, y ¿tú eres soberbio? Quizá, ya que dijo Excelso es el Señor y mira las cosas humildes, dirás tú: a mí no me mira. ¿Habría mayor desgracia, si no te mira, sino que te desprecia? La mirada implica compasión, el desprecio desdén. O quizá, como el Señor mira las cosas humildes, piensas que pasas inadvertido, pues no eres humilde, eres grande, eres soberbio. Pero no te escondes a los ojos de Dios. Mira lo que dice allí: Excelso es el Señor. Sin duda es excelso. ¿Buscas escaleras para subir hasta El? Busca el madero de la humildad y ya llegaste. Excelso es el Señor y mira las cosas humildes. Y para que no pienses que pasas inadvertido porque eres soberbio, añade: y conoce desde lejos las cosas excelsas. Las conoce, pero de lejos. Lejos de los pecadores está la salvación. ¿Cómo conoce las humildes? De cerca. ¡Maravillosa industria del Omnipotente! Es excelso y mira las cosas humildes de cerca; los soberbios están altos y, sin embargo, el Excelso los conoce de lejos. Cerca está el Señor de aquellos que afligieron su corazón, y dará la salvación a los humildes de espíritu. Por lo tanto, hermanos, que la soberbia no quede en vosotros hinchada, sino podada. Sentid horror de ella y desterradla. Cristo busca al cristiano humilde. Cristo está en el cielo, está con nosotros, está en los infiernos, no aherrojado, sino liberador. Ese capitán tenemos. Está sentado a la diestra del Padre, pero nos recoge de la tierra, a uno de un modo y a otro de otro; al uno con una dádiva, al otro con un castigo; al uno con la alegría, al otro con la tribulación. Recoja el que recoge. Recoja, para que no perezcamos. Recójanos allá donde ya no hay perdición, en aquella región de los vivos en la que los méritos son reconocidos y la justicia es coronada.
SERMON 71
El pecado contra el Espíritu (Mt 12, 31-32).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Probablemente en el año 417 o 418.
1. Un gran problema nos plantea la reciente lectura evangélica. Para resolverlo somos incapaces por nuestra parte; pero nuestra suficiencia viene de Dios, en cuanto podemos recibir o captar su ayuda. Advertid ante todo la dificultad del problema; para que al ver la carga que abruma nuestros hombros, oréis por nuestros trabajos y en el auxilio que se nos presta encontréis edificación para nuestra mente. Fue presentado al Señor un ciego y mudo, que tenía demonio, y lo curó de modo que habló y vio, y quedaron estupefactas las turbas, diciendo: ¿Será éste el hijo de David? Al oírlo los fariseos, dijeron: Este no arroja los demonios sino mediante Belcebú, príncipe de los demonios. Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, les dijo: Todo reino contra sí mismo dividido, será desolado, y ninguna ciudad o casa, contra sí divididas, pueden mantenerse; si Satanás arroja a Satanás, está contra sí mismo dividido: ¿cómo podrá mantenerse su reino? Hablando así, quería dar entender por la confesión de ellos mismos que, al no creer en él, preferían estar en el reino del diablo, el cual, dividido contra sí, no podía mantenerse. Elijan, pues, los fariseos lo que quieran. Si Satanás no puede arrojar a Satanás, nada pudieron hallar para alegarlo contra el Señor; y si pueden, cuídense más de sí mismos y salgan de su reino, que, dividido contra sí, no puede mantenerse.
2. ¿Por medio de quién arroja los demonios Cristo, el Señor? Para que no piensen que es mediante el príncipe de los demonios, vean lo que sigue: Y si yo, dice, arrojo los demonios mediante Belcebú, ¿mediante quién los arrojan vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces. Decía esto de sus discípulos, hijos de aquel pueblo, los cuales, siendo discípulos del Señor Jesucristo, sabían bien que no habían aprendido de su buen maestro nada de malas artes, para arrojar los demonios mediante el príncipe de los demonios. Por eso, dice, ellos serán vuestros jueces. "Estos, dice, que son lo innoble y despreciable de este mundo, en los que no hay artificiosa malignidad, sino que aparece la santa simplicidad de mi poder; éstos, que son mis testigos, serán vuestros jueces". Luego añade: Pero, si yo arrojo los demonios mediante el espíritu de Dios, ha llegado a vosotros el reino de Dios. ¿Qué significa esto? "Sí yo, dice, arrojo los demonios mediante el espíritu de Dios, y de otro modo no podrían arrojarlos vuestros hijos, a los que di, no una doctrina maligna, sino una fe simple, sin duda llegó a vosotros el reino de Dios, mediante el cual se destruye el reino del diablo; y mediante el cual también vosotros quedáis destruidos si no cambiáis".
3. Había dicho: ¿Mediante quién los arrojan vuestros hijos?, para mostrar en ellos su gracia y no el mérito de ellos. Añade, pues: ¿O cómo puede alguien entrar en casa del fuerte y destruir su ajuar, si no ata primero al fuerte, para poder destruir su casa? Vuestros hijos, dice, los que ya creyeron en mí o los que han de creer y arrojar demonios, no mediante el príncipe de los demonios, sino con simple santidad; que fueron, sin duda, o todavía son lo mismo que vosotros, esto es, pecadores e impíos y, por ende, están en casa del diablo o son muebles del diablo; ¿cómo podrían ser liberados de él, pues los retenía rudamente con la victoria de la iniquidad, si el diablo no hubiera sido atado con los lazos de mi justicia, para quitarle esos vasos que eran vasos de ira y hacer de ellos mis vasos de misericordia? Esto mismo es lo que el bienaventurado Apóstol, increpando, dice a los soberbios y envanecidos de sus propios méritos: ¿Quién te discierne?; esto es, "de la masa de perdición originada en Adán y de los vasos de ira, ¿quién te separa?".Y para que nadie responda: "mi justicia", añade: ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y así dice de sí mismo: También nosotros, antaño, fuimos naturalmente hijos de ira, como los demás. También él fue vaso en casa de aquel mal forzudo, cuando era perseguidor de la Iglesia, blasfemo, insolente, movido de malicia y celos, como él mismo confiesa. Mas quien ató al fuerte, le arrebató el vaso de perdición e hizo de él un vaso de elección.
4. Y para que no creyeran los incrédulos e impíos, enemigos del nombre cristiano, por esos diversos cismas y herejías que con nombre cristiano reúnen grupos de perdidos, que también el reino de Cristo está contra sí mismo dividido, añade en consecuencia: Quien no está conmigo, está contra mí; y quien no congrega conmigo, desparrama. Por ende, no está contra sí mismo dividido el reino de Cristo, aunque los hombres se empeñen en dividir lo que fue comprado al precio de la sangre de Cristo. Porque el Señor sabe quiénes son los suyos, y dice: Que se aparte de la iniquidad todo el que invoca el nombre del Señor. Si no se aparta de la iniquidad, no pertenece al reino de Cristo, aunque cite el nombre de Cristo. Voy a recordar algunas cosas a manera de ejemplo: el espíritu de avaricia y el espíritu de lujuria, puesto que el uno retrae y el otro prodiga, están divididos contra sí, y ambos pertenecen al reino del diablo. Entre los adoradores de ídolos, el espíritu de Juno y el espíritu de Hércules están divididos contra sí, y ambos pertenecen al reino del diablo. El pagano enemigo de Cristo y el judío enemigo de Cristo están contra sí divididos y ambos pertenecen al reino del diablo. El arriano y el fotiniano 153, ambos herejes, están contra sí divididos. El donatista y el maximianista 154, ambos herejes, están contra sí divididos; todos los vicios errores de los mortales que son entre sí contrarios, están contra sí divididos; y todos pertenecen al reino del diablo. Por eso no se mantendrá su reino. En cambio, el justo y el impío, el fiel y el incrédulo, el católico y el hereje, están entre sí divididos, pero no pertenecen ambos al reino de Cristo. El Señor sabe quiénes son los suyos. Nadie se lisonjee con el título. Si quiere que le aproveche el nombre del Señor, apártese de la iniquidad al invocar el nombre del Señor.
5. Estas palabras evangélicas, aunque parecían algo oscuras, creo que con la ayuda de Dios quedan explicadas; pero no eran tan oscuras como parecen ser las que siguen: Por eso os digo: a los hombres se les perdonará todo pecado o blasfemia; pero el espíritu de blasfemia no será perdonado. Quien dijere algo contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero a quien lo dijere contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este siglo ni en el futuro. ¿Qué será de aquellos que pretende recuperar la Iglesia? ¿Acaso a los arrepentidos, que vienen a ella desde cualquier error, se les ofrece una falsa esperanza de perdón de todos sus pecados? ¿Quién no será convencido de haber dicho algo contra el Espíritu Santo, antes de hacerse cristiano o católico? En primer lugar, esos que llamamos paganos, que veneran a muchos dioses falsos y dan culto a los ídolos, cuando dicen que el Señor Cristo hizo milagros por artes mágicas 155, ¿no son semejantes a los que decían que arrojaba los demonios mediante el príncipe de los mismos? Y en segundo lugar, cuando blasfeman cotidianamente nuestra santificación, ¿contra quién blasfeman sino contra el Espíritu Santo? ¿Y qué hacen los judíos que dijeron contra el Señor las palabras que son objeto de este sermón? ¿Acaso no hablan hasta hoy contra el Espíritu Santo, negando que habita en los cristianos, como aquellos negaban que habitara en Cristo? Tampoco aquéllos maldecían al Espíritu Santo, o dijeron que no existía; o que existía, pero que no era Dios, sino una criatura 156;o que no tenía poder para arrojar los demonios. ¿No hablaron tales indignidades u otras semejantes contra el Espíritu Santo? Los saduceos negaban el espíritu; en cambio, los fariseos defendían su existencia contra los saduceos herejes, pero negaban que habitara en el Señor Jesucristo, quien, según ellos, arrojaba los demonios mediante el príncipe de los mismos, cuando los arrojaba mediante el Espíritu Santo. Por eso, los judíos y todos los herejes que confiesan la existencia del Espíritu Santo, niegan que habite en el cuerpo de Cristo, que es su única Iglesia, que es su única Católica. Por cierto, son semejantes a los fariseos; éstos confesaban que hay Espíritu Santo, pero negaban que habitara en Cristo, cuyo éxito en arrojar demonios atribuían al príncipe de los demonios. Omito decir que hay herejes para los que el Espíritu Santo no es creador, sino criatura, como los arrianos, eunomianos y macedonianos; o le niegan, afirmando que Dios no es Trinidad, sino solamente Padre, aunque a veces es llamado Hijo y a veces Espíritu Santo, como los sabelianos, a los que llaman patripasianos, pues dicen que el Padre fue crucificado; al negar que tenga hijo, niegan sin duda la existencia del Espíritu Santo. Los fotiníanos dicen también que sólo el Padre es Dios, que el Hijo es tan sólo hombre, y niegan la existencia de una tercera persona, el Espíritu Santo.
6. Es, pues, manifiesto que tanto los paganos como los judíos y herejes blasfeman contra el Espíritu Santo. ¿Habrá que abandonarlos y condenarlos a la desesperación, manteniendo fija la cláusula: quien dijere una palabra contra el Espíritu Santo, no será perdonado ni en este siglo ni en el futuro? ¿Pensaremos que sólo están libres de ese pecado gravísimo los que son católicos desde su infancia? Todos los que creyeron en la palabra de Dios y se hicieron católicos, vinieron sin duda a la gracia y paz de Cristo desde el paganismo, judaísmo o herejía. Si no se les perdona el haber hablado contra el Espíritu Santo, en vano se promete y se predica a los hombres que se conviertan a Dios y reciban la remisión de los pecados ya por el bautismo, ya en la paz de la Iglesia. Porque no se dice "No se le perdonará sino en el bautismo", sino no se le perdonará ni en este siglo ni en el futuro.
7. Piensan algunos que sólo pecan contra el Espíritu Santo aquellos que, después de purificados en el lavatorio de la regeneración en la Iglesia, y recibido el Espíritu Santo, son ingratos a tan gran don del Salvador y recaen en algún pecado mortífero, cuales son el adulterio, el homicidio y la apostasía, ya la abjuración total del nombre cristiano, ya de la Iglesia católica. Pero no sé cómo puede demostrarse ese sentido, pues en la Iglesia no se niega lugar de penitencia a ningún crimen y el Apóstol dice que hay que corregir a los mismos herejes: Pues quizá les dé Dios penitencia para conocer la verdad, y se liberen de los lazos del diablo, el cual los tiene prisioneros a su capricho. ¿Cuál sería el fruto de la corrección si no hay esperanza de remisión? En fin, el Señor no dijo "el fiel católico que diga algo contra el Espíritu Santo", sino quien dijere, es decir, "cualquiera que dijere", "quienquiera que dijere", no será perdonado ni en este siglo ni en el futuro. Sea, pues, pagano, judío o cristiano, o hereje entre los judíos o cristianos, o tenga cualquiera otro título de error, no es designado como "éste" o "el otro", sino quien dijere algo contra el Espíritu Santo, esto es, "blasfemare contra el Espíritu Santo", no será perdonado ni en este siglo ni en el futuro. Si, pues, todo error, contrario a la verdad y enemigo de la paz católica, como hemos mostrado, dice algo contra el Espíritu Santo, y, sin embargo, la Iglesia no cesa de corregir y de llamar a los que del error vienen a recibir el perdón de los pecados y ese mismo Espíritu Santo contra quien blasfemaron, pienso haber mostrado el gran misterio de este tan gran problema. Pidamos, pues, al Señor luz para explicarlo.
8. Afinad, hermanos, los oídos hacia mí y la mente hacia Dios. Digo a vuestra caridad; quizá en todas las santas Escrituras no hay problema mayor, no se halla otro más difícil. Por eso, para confesaros algo de mí mismo, en los sermones al pueblo evité siempre la dificultad y la molestia de este problema 157.Y no porque no tuviere alguna idea sobre ello, pues no podía ser negligente en pedir, buscar y llamar tratándose de un punto tan grave, sino porque creía que las palabras que se me ocurrían de momento no eran suficientes para explicar la solución que de algún modo yo percibía. Pero hoy, al escuchar la lectura de lo que os tenía que predicar, ha sido tocado mi corazón de modo que he creído que Dios quiere que oigáis algo sobre este tema por medio de mi ministerio.
9. Ante todo, os ruego que advirtáis y entendáis que el Señor no dijo "no será perdonado todo espíritu de blasfemia", o "quien dijere cualquiera palabra contra el Espíritu Santo", no sede perdonará, etc., sino Quien dijere palabra. Si hubiera dicho lo primero, ya no habría razón de discutir: si toda blasfemia o toda palabra que se diga contra el Espíritu Santo no se perdona a los hombres, la Iglesia no puede ya ganar a nadie, afectado por cualquiera linaje de impiedad, que contradiga al don de Cristo o a la santificación de la Iglesia, ya sea pagano, judío o hereje, ya sea poco instruido en la Iglesia católica. Pero Dios nos libre de pensar que el Señor dijera eso, que la Verdad dijera que toda blasfemia o toda palabra dicha contra el Espíritu Santo no tiene remisión ni en este siglo ni en el futuro.
10. Quiso ejercitarnos con la dificultad del problema, no engañarnos con la falsedad de la cláusula. Por ende, no es necesario que toda blasfemia o toda palabra que se diga contra el Espíritu Santo, quede privada de remisión; pero es necesario que haya alguna palabra o blasfemia que, si se pronuncia contra el Espíritu Santo, merezca una negación de perdón y remisión. Si la universalizamos, ¿quién podría salvarse? Y si negamos que exista, contradecimos al Salvador. Por consiguiente, hay una blasfemia o palabra que, si se dice contra el Espíritu Santo, no tiene perdón. Y lo que el Señor nos pide es que averigüemos cuál es esa palabra; por eso no la expresó. Quiso que la busquemos, no que la neguemos. Porque las Escrituras suelen hablar de tal modo que, cuando se dice algo que no queda definido ni total ni parcialmente, no se considere necesario que se realice totalmente, y parcialmente pueda entenderse. Esta cláusula se pronunciaría en general, esto es, universalmente, si se dijera: "Al que dijere cualquiera palabra contra el Espíritu Santo, no se le perdonará ni en este siglo ni en el venidero". Se pronunciaría en parte, esto es, particularmente, si se dijera "alguna blasfemia de espíritu no se perdonará". Mas la cláusula no ha sido enunciada ni universal ni particularmente, puesto que no se dijo "toda blasfemia de espíritu" ni "alguna blasfemia", sino que se enunció de un modo indefinido la blasfemia de espíritu no se perdonará; tampoco se dijo "quien dijere cualquiera palabra" o "quien dijere determinada palabra", sino indefinidamente: Quien dijere palabra; no es necesario que pensemos en toda blasfemia o palabra, pero es necesario que el Señor haya querido dar a entender alguna blasfemia o palabra. Por lo demás, no quiso expresarlo, para que pidiendo, buscando y llamando, si recibimos una luz de recta inteligencia, no la tengamos en poco.
11. Para que veáis esto con mayor claridad, atended lo que el Señor dijo de los judíos: Si yo no hubiese venido y les hubiese hablado, no tendrían pecado. No quiere decir que si El no hubiese venido y les hubiese hablado los judíos no iban a cometer pecado alguno. Porque los halló llenos y cargados de pecados, y por eso dice: Venid a mí todos los que os fatigáis y estáis cargados. ¿De qué sino de la carga de los pecados, por las transgresiones de la ley? Porque la ley entró para que sobreabundara el delito. El mismo Señor lo dijo: No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores. ¿Cómo entenderemos que los judíos no tendrían pecado si él no hubiese venido, sino porque esa cláusula no se enuncia ni universal ni particularmente? Se enuncia de un modo indefinido y así no abraza todos los pecados. Del mismo modo, si no aceptamos que hay un pecado que los judíos no hubieran cometido, si Cristo no hubiese venido y les hubiese hablado, la proposición sería falsa, y líbrenos Dios de pensarlo. No dijo "si yo no hubiese venido y les hubiese hablado, no tendrían ningún pecado", para que la Verdad no mienta. Tampoco dijo definidamente "si yo no hubiese venido y les hubiese hablado, no tendrían este determinado pecado", porque así no hubiera ejercitado nuestro piadoso afán de buscar. En toda la abundancia de las sagradas Escrituras se nos apacienta con las cosas claras y se nos intriga con las oscuras. En un caso se nos quita el hambre y en otra el fastidio. Al no decir "no tendrían ningún pecado", seguimos tranquilos reconociendo que los judíos eran pecadores, aunque el Señor no hubiera venido. Pero al decir si yo no hubiese venido no tendrían pecado, se sigue necesariamente que con la venida del Señor contrajeron, no todos, pero sí un determinado pecado, que no tenían. Y el pecado fue que, aun estando presente y hablándoles, no le creyeron, y juzgándole enemigo porque les decía la verdad, lo mataron. Y no hubieran tenido ese pecado tan grande y horrendo si él no hubiera venido y les hubiera hablado. Pues del mismo modo que, al oír no tendrían pecado, no entendemos pecado en general, sino uno determinado, así al oír en la lectura de hoy la blasfemia de espíritu, no entendemos toda blasfemia, sino una determinada. Y al oír Quien dijere palabra contra el Espíritu Santo, no recibirá perdón, no entenderemos cualquier palabra, sino una determinada. 12. Eso mismo que dice la blasfemia de espíritu no será perdonada no se refiere a todo espíritu, sino que es necesario entender blasfemia contra el Espíritu Santo. Aunque no lo dijera más claro en otros lugares, ¿quién sería tan insensato que no lo entienda? Según ese modo de hablar se entenderá también aquello: Si alguien no renaciere del agua y del Espíritu; tampoco se dice ahí "del Espíritu Santo", pero ya se entiende. Y aunque dice del agua y del Espíritu, nadie se sentirá obligado a entenderlo de todo espíritu. En suma, cuando oyes la blasfemia del Espíritu no será perdonada, no deberás aplicarlo ni a todo espíritu ni a la blasfemia de todo espíritu.
13. Veo que ya queréis oír cuál es esa blasfemia del espíritu-ya que no son todas-que no se perdonará, y cuál es la palabra-pues no son todas-que, al ser dirigida contra el Espíritu Santo, no merecerá perdón ni en este siglo ni en el futuro. También yo querría decir lo que con tanta atención esperáis oír. Pero tenéis que tolerar alguna pausa para mayor diligencia hasta que con el auxilio de Dios explique todo lo que se me ocurre. Y la razón es que los otros dos evangelistas, Marcos y Lucas, al hablar de este punto, no dicen "blasfemia" o "palabra", para que no entendamos toda blasfemia, sino alguna, ni toda palabra, sino alguna. ¿Pues qué dicen? En Marcos está escrito: En verdad os digo que a los hijos de los hombres les serán perdonados todos los pecados y blasfemias con que hayan blasfemado, mas quien blasfemare contra el Espíritu Santo, no tendrá remisión eternamente, sino que será reo de un delito eterno. Y en Lucas se dice: A todo el que dice palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará. Pero a quien blasfemare contra el Espíritu Santo, no se le perdonará. ¿Acaso por esa pequeña diversidad de palabras se separan de la verdad de la misma cláusula? Hay una elevada razón, por la que los evangelistas dicen lo mismo, pero no del mismo modo: para que aprendamos a anteponer las realidades a las palabras, no las palabras a las realidades, y no busquemos en el que habla sino la intención para cuya expresión se pronuncian palabras. ¿Qué interesa en este asunto decir La blasfemia de espíritu no será perdonada o decir "a quien blasfemare contra el Espíritu Santo no se le perdonará"? A no ser quizá que la misma cosa se diga en el segundo caso con mayor claridad que en el primero y uno de los evangelistas, lejos de destruir, explique al otro. Blasfemia de espíritu es cláusula más lacónica, pues no se expresa de qué espíritu. El Espíritu Santo no es un espíritu cualquiera. Del mismo modo puede decirse espíritu de blasfemia cuando alguien blasfema con espíritu, así puede decirse "oración de espíritu" cuando alguien ora con el espíritu, y por ello dice el Apóstol: Oraré con el espíritu (imaginación), oraré también con la mente. Cuando se dice Quien blasfemare contra el Espíritu Santo, se eliminan esas ambigüedades. Está escrito también: No tendrá remisión eternamente, sino que será reo de un delito eterno. ¿Es otra cosa que lo que dice Mateo: No se le perdonará ni en este siglo ni en el futuro? Con otras palabras y otro modo de hablar se expresa la misma sentencia. Mateo dice: Quien dijere palabra contra el Espíritu Santo, y para que no entendamos otra cosa sino "blasfemia", dijeron los otros dos más claramente: Quien blasfemare contra el Espíritu Santo. Los tres dicen la misma cosa, y ninguno de ellos se apartó de la intención que anima al lenguaje, para cuya revelación se dicen, escriben, leen y se oyen las palabras.
14. Pero dirá alguno: Acepto y entiendo que al decir blasfemia, sin añadir "toda" o "alguna", se puede entender "toda", aunque no es necesario; y si no se sobrentiende "alguna", será falso lo que se dice. Lo mismo cuando se dice "palabra", sin añadir "toda" o "alguna": no es necesario entender "toda", pero si no se sobrentiende "alguna", no puede ser verdadero lo que se dice: Pero al decir Quien blasfemare, ¿cómo puedo entender "una cierta blasfemia", pues no se lee "blasfemia", o "una cierta palabra", cuando no se lee "palabra", sino que se dice simplemente y en general Quien blasfemare? A esa contradicción respondemos: Si se dijere: "Quien blasfemare cualquier blasfemia contra el Espíritu Santo", no habría motivo para buscar una determinada blasfemia, pues deberíamos entender "toda blasfemia". Pero no podemos entender "toda blasfemia" para no quitar toda esperanza de perdón, aunque se corrijan, a los paganos, judíos, herejes y a todo el género humano, que con sus diferentes errores y contradicciones blasfeman contra el Espíritu Santo. Sólo nos queda, pues, que, al escribir Quien blasfemare contra el Espíritu Santo no tendrá perdón eternamente, se aplique a aquel que no blasfema de cualquier modo, sino de un modo tal que no tiene perdón nunca.
15. Así se dijo Dios no tienta a nadie; pero hay que entender que Dios no tienta a nadie con un cierto modo de tentación, no universalmente, pues de otro modo sería falso lo que está escrito El Señor Dios vuestro os tienta y negaríamos que Cristo es Dios o diríamos que es falso el Evangelio, pues leemos que preguntaba a un discípulo tentándolo, aunque El sabía lo que iba a hacer. Hay, pues, una tentación que implica pecado, y con ella Dios no tienta a nadie; y hay otra tentación que prueba la fe, y con ella Dios se digna tentarnos. Así, cuando oímos quien blasfemare contra el Espíritu Santo, no debemos aplicarlo a todo modo de blasfemar, como tampoco aquí a todo modo de tentar.
16. Asimismo, cuando oímos Quien creyere y fuere bautizado, se salvará, no lo aplicamos a aquel que cree como los demonios, que creen y tiemblan, o a los que son bautizados en el número que comprendía a Simón Mago, el cual pudo bautizarse, pero no salvarse. Al decir Quien creyere y fuere bautizado se salvará, no incluimos a todos los que creen y se bautizan, sino a algunos, esto es, a los que poseen aquella fe que, según la distinción del Apóstol, obra por la caridad. Pues del mismo modo, al decir: Quien blasfemare contra el Espíritu Santo no tendrá remisión eternamente, no incluía todo reato, sino tan sólo aquel que, al blasfemar contra el Espíritu Santo, queda ligado de modo que ya no puede desligarse por el perdón.
17. Igualmente, al decir: Quien come mi carne y bebe mi sangre, en mí permanece y yo en él, ¿cómo lo entenderemos? ¿Aceptaremos también a aquellos de quienes dice el Apóstol que comen y beben su propio juicio cuando comen esa carne y beben esa sangre? ¿Acaso también judas, que vendió al maestro y le traicionó impíamente, permaneció en Cristo y Cristo en él, aunque comió y bebió con los demás discípulos el sacramento de su carne y sangre, confeccionado por primera vez con sus manos, como lo declara abiertamente el evangelista Lucas? Hay muchos que con corazón fingido comen esa carne y beben la sangre, o bien después de comer y beber se hacen apóstatas. ¿Acaso permanecen en Cristo y Cristo en ellos? Hay, pues, un cierto modo de comer esa carne y de beber esa sangre, y quien comiere y bebiere así, en Cristo permanece y Cristo en él. Por lo tanto, no es el que comiere de cualquier modo la carne de Cristo o bebiere la sangre de Cristo el que permanece en Cristo y Cristo en él, sino quien lo hace de un cierto modo. Y a ese modo se refería al hablar así. Pues del mismo modo, al decir Quien blasfemare contra el Espíritu Santo no tiene perdón eternamente, no afirma que cualquiera que blasfemare de cualquier modo, será reo de ese delito irremisible, sino el que blasfemare de cierta manera, que él quiere que busquemos y entendamos. Así lo indica con esta cláusula verdadera y terrible.
18. El orden pide ya, a mi juicio, que digamos cuál es este modo de blasfemar, cuál es esta blasfemia, o cuál es esa palabra contra el Espíritu Santo. No prolonguemos más ya esa expectación vuestra que hemos detenido tanto, aunque por necesidad. Sabéis, hermanos, que en la invisible e incorruptible Trinidad, que mantienen y predican la fe verdadera y la Iglesia católica, Dios Padre no es "padre" del Espíritu Santo, sino del Hijo; y Dios Hijo no es "hijo" del Espíritu Santo, sino del Padre; y Dios Espíritu Santo no es "espíritu" de sólo el Padre o de sólo el Hijo, sino del Padre y del Hijo 158; y esta Trinidad, aun mantenida la propiedad y sustancia de las personas singulares, no es tres dioses, sino un solo Dios por la esencia o naturaleza individida e inseparable de eternidad, verdad, bondad. Por eso, según nuestra capacidad, y en cuanto se nos permite ver estas cosas por espejo y en enigma, especialmente a unos hombres como nosotros, se nos presenta en el Padre el origen, en el Hijo la natividad, en el Espíritu Santo del Padre y del Hijo la comunidad, y en los tres la igualdad. Así, lo que es común al Padre y al Hijo, quisieron que estableciera la comunión entre nosotros y con ellos; por ese "don" nos recogen en uno, pues ambos tienen ese uno, esto es, el Espíritu Santo, Dios y don de Dios. Mediante él nos reconciliamos con la divinidad y gozamos de ella. ¿De qué nos serviría conocer algún bien si no lo amásemos? Así como entendemos mediante la verdad, amamos mediante la caridad, para conocer más perfectamente y gozar felices de lo conocido. Y la caridad se ha difundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha donado. Y ya que por los pecados estábamos alejados de poseer los auténticos bienes, la caridad cubrió la muchedumbre de los pecados. El Padre es, pues, para el Hijo verdad, origen veraz; el Hijo es la verdad, nacida del Padre veraz; y el Espíritu Santo es la bondad, emanada del Padre bueno y del Hijo bueno; y los tres son una divinidad igual, inseparable unidad.
19. En consecuencia y por lo que toca a nosotros, para recibir la vida eterna, que se dará al final, procede de la bondad de Dios, en el principio de nuestra fe, ese don que es la remisión de los pecados. Mientras ellos subsistan, subsiste en cierto modo nuestra enemistad contra Dios, nuestra separación de él, que proviene de nuestro mal, ya que no miente la Escritura cuando dice: Vuestros pecados os separan entre vosotros y de Dios. Por eso él no nos infunde sus bienes sin quitarnos nuestros males. Y tanto más crecen aquéllos cuanto disminuyen éstos; y sólo son perfectos aquéllos cuando desaparecen éstos. Y ya que Cristo el Señor perdona los pecados en el Espíritu Santo, como arroja los demonios en el Espíritu Santo, podemos entender que, cuando resucitó de entre los muertos y dijo a sus discípulos Recibid el Espíritu Santo, añadió a continuación: Si perdonáis los pecados a alguien, les serán perdonados; y si los retenéis, serán retenidos. Así esa regeneración, en que se realiza el perdón de todos los pecados pasados, se verifica en el Espíritu Santo, pues dice el Señor: Si alguien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar al reino de Dios. Pero una cosa es nacer del espíritu y otra nutrirse del espíritu; como una cosa es nacer de la carne, que se verifica en el parto de la madre, y otra cosa es nutrirse de la carne, que se verifica cuando la madre da de mamar al niño; pues del mismo modo, quien se convierte tiene que beber con deleite del principio de que nació para vivir, de modo que reciba el alimento para vivir del mismo principio de que nació. El primer beneficio de los creyentes, debido a la benignidad de Dios, es la remisión de los pecados mediante el Espíritu Santo. Así comenzó la predicación de Juan Bautista, enviado como precursor del Señor. Así está escrito: En aquellos días vino Juan Bautista, predicando en el desierto de Judea, y diciendo: haced penitencia, pues se acerca el reino de los cielos. Y también la predicación del mismo Señor, pues se lee: Entonces comenzó Jesús a predicar y decir: haced penitencia, pues se acerca el reino de los cielos. Entre las otras cosas que Juan dijo a los que vinieron a ser bautizados por él, está ésta: Cierto, yo os bautizo con agua para arrepentimiento; mas quien vendrá detrás de mí es más poderoso que yo, y no soy digno de llevar su calzado; El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. También dijo el Señor: Juan bautizó con agua; mas vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo, al que recibiréis dentro de pocos días, en Pentecostés. Cuando Juan dice y fuego, podría significar la tribulación que iban a padecer los creyentes por el nombre de Cristo; pero no es extraño que el Espíritu Santo mismo aparezca designado con el nombre de fuego. Y por eso, en su venida se dijo: Aparecieron lenguas distintas, como de fuego, y se posaron sobre cada uno de ellos. Por eso dijo también el Señor: Fuego vine a traer al mundo. También el Apóstol dice: Hirviendo en el Espíritu, pues por eso hierve la caridad: porque se derrama en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha donado. A ese hervor se opone lo que dijo el Señor: Se enfriará la caridad de muchos. En cambio, la caridad perfecta es el don perfecto del Espíritu Santo. Pero ante todo está lo que atañe al perdón de los pecados; por este beneficio somos sacados del poder de las tinieblas, y el príncipe de este mundo es arrojado fuera por nuestra fe, pues no obra en los hijos de la infidelidad con ninguna otra fuerza sino por la unión y ligadura del pecado. Y en ese Espíritu Santo, por el que el pueblo de Dios es congregado en unidad, es arrojado el príncipe de este mundo, que contra sí mismo se divide.
20. Contra este don gratuito, contra esta gracia de Dios habla el corazón impenitente. Y esa misma impenitencia es el espíritu de blasfemia, que no se perdona ni en este siglo ni en el futuro. Porque pronuncia una palabra muy mala y demasiado impía contra el Espíritu Santo, en que son bautizados aquellos cuyos pecados son todos perdonados, ese espíritu que recibe la Iglesia para que le sean perdonados los pecados a aquel a quien ella los perdonare; y la pronuncia ya con el pensamiento, ya también con la lengua; aunque la paciencia de Dios llama a penitencia, él por la dureza de su corazón, por su corazón impenitente, atesora ira para el día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno según sus obras. Con este especial nombre de impenitencia podemos designar de algún modo a la blasfemia y palabra contra el Espíritu Santo, que nunca será perdonada. Contra esta impenitencia clamaba el pregonero y el juez diciendo: Haced penitencia, pues se acerca el reino de los cielos; contra ella abrió el Señor la boca de la predicación evangélica, contra ella anunció que se predicaría el Evangelio en toda la tierra, al decir a sus discípulos, después de resucitar de entre los muertos: Convenía que Cristo muriera y resucitase de entre los muertos al tercer día y que se predicase en su nombre la penitencia y el perdón de los pecados por todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Tal impenitencia no admite remisión ni en este siglo ni en el futuro, pues es la penitencia la que recaba en este siglo el perdón que vale en el futuro.
21. Esta impenitencia o corazón impenitente no puede ser juzgada mientras un sujeto vive en esta carne. De nadie hay que desesperar mientras la paciencia de Dios invita a penitencia; no arrebata de esta vida al impío, ya que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Hoy es pagano; ¿cómo sabes si mañana no será cristiano? Hoy es judío infiel, ¿y si mañana creyera en Cristo? Hoy es hereje, ¿y si mañana se atiene a la verdad católica? Hoy es cismático, ¿y si mañana abraza la paz católica? ¿Y si estos a los que apuntas en cualquiera clase de error y que condenas como casos desesperados, hacen penitencia antes de acabar esta vida y encuentran la vida verdadera? Por lo tanto, hermanos, sírvaos de aviso lo que dice el Apóstol: No juzguéis nada antes de tiempo. Esta blasfemia del espíritu, que no admite perdón y que hemos dicho que no es universal, sino determinada, y que hemos caracterizado, o descubierto, o mostrado, a mi juicio, como perseverante dureza de un corazón impenitente, no puede verificarse en ningún sujeto en esta vida, según hemos dicho.
22. Y no os parezca absurdo el que, mientras un sujeto persevera hasta el fin de su vida en dura impenitencia y no cesa de hablar contra esta gracia del Espíritu Santo, el Evangelio se contente con llamar "palabra", como si fuese cosa pasajera, a esa larga contradicción del corazón impenitente: Quien dijere una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; mas quien hablare contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón ni en este siglo ni en el futuro. Aunque esta blasfemia sea prolija y alargada con muchas palabras, la Escritura suele llamar también "palabra" a esas muchas palabras. Ningún profeta habló sólo una palabra y, sin embargo, se lee así: Palabra que fue dirigida a éste o al otro profeta. Y el Apóstol dice: Los presbíteros sean honrados con un doble honor, especialmente los que trabajan en la palabra y la doctrina. No dice "en las palabras", sino en la palabra. Y Santiago dice: Sed realizadores de la palabra y no sólo oyentes. Tampoco él dice "de las palabras", sino de la palabra, aunque sean tantas las palabras de la Escritura santa que en la Iglesia se recitan, se leen, se oyen pública y solemnemente. Por mucho tiempo que uno de nosotros emplee en predicar el Evangelio y por mucho tiempo que uno de vosotros escuche con diligencia y fervor nuestra predicación, no se dice "predicador de las palabras", sino de la palabra, o diligente oidor de las palabras, sino de la palabra. Según ese modo de hablar de la Escritura, conocido por la costumbre eclesiástica, quien durante toda la vida que pasa en esta carne, por mucho que se prolongue; cualesquiera que sean las palabras que diga con el pensamiento o también con la boca, con corazón impenitente y contra el perdón de los pecados que se otorga en la Iglesia, habla contra el Espíritu Santo.
23. Por eso, no sólo la palabra que se diga contra el Hijo del hombre, sino todo pecado o blasfemia se perdonará a los hombres, pues mientras no exista ese pecado del corazón impenitente contra el Espíritu Santo, mediante quien se perdonan los pecados en la Iglesia, todos los demás se perdonan. ¿Pero cómo va a perdonarse ese que impide el perdón de los otros también? Se les perdonan, pues, todos, mientras no esté entre ellos ese que nunca será perdonado. Si está entre ellos, ya que no es perdonado, tampoco lo son los demás, pues la remisión de todos es impedida por el vínculo de éste. No se diga, pues, que quien diga palabra contra el Hijo del hombre es perdonado, y que el que la diga contra el Espíritu Santo no es perdonado, porque en la Trinidad el Espíritu Santo es mayor que el Hijo: ninguno de los herejes dijo eso jamás; lo que ocurre es que quien resiste a la verdad y blasfema contra la misma, que es Cristo, aun después de tan larga predicación entre los hombres, ya que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y éste es el Hijo del hombre, el mismo Cristo, no pronuncia esa palabra del corazón impenitente contra el Espíritu Santo, del que se dijo: Quien no renaciere del agua y del Espíritu Santo, y del que se dijo también: Recibid el Espíritu Santo; a quien perdonareis los pecados les serán perdonados. Esto significa que, si se arrepiente, recibirá mediante este don la remisión de todos los pecados, y también de la palabra que haya dicho contra el Hijo del hombre. Porque al pecado de ignorancia o de contumacia o de otra cualquiera blasfemia, no añadió el pecado de impenitencia contra el don de Dios y la gracia de la regeneración y reconciliación, que se verifica en la Iglesia mediante el Espíritu Santo.
24. Tampoco hay que aceptar lo que algunos piensan, a saber, que se perdona la palabra contra el Hijo del hombre, pero no la que se dice contra el Espíritu Santo, porque Cristo se hizo Hijo del hombre al asumir la carne, y mayor que ésta es sin duda el Espíritu Santo, el cual por su propia sustancia es igual al Padre y al Hijo Unigénito según su divinidad, pues según ésta también el Hijo Unigénito es igual al Padre y al Espíritu Santo. Si el texto se refiriese a eso, no mencionaría ninguna otra blasfemia, y sería perdonable tan sólo la que se dice contra el Hijo del hombre, como pensando que sólo es hombre. Pero comenzó diciendo: Todo pecado o blasfemia se perdonará a los hombres, lo que confirma el otro evangelista, que dice: Todos los pecados y blasfemias que pronuncien, se perdonarán a los hijos de los hombres. Queda así incluida en esa generalidad la blasfemia que se diga contra el Padre; y sólo se niega el perdón a la que se dice contra el Espíritu Santo. ¿Acaso el Padre asumió la forma de siervo, en la que sería inferior al Espíritu Santo? En modo alguno. Por ende, tras la mención general de todos los pecados y de toda blasfemia, quiso anunciar con fuerza la blasfemia que se dice contra el Hijo del hombre. De ese pecado quedan reos los hombres, y lo mencionó al decir: Si yo no hubiere venido, y les hubiere hablado, ellos no tendrían pecado; el Evangelio según Juan muestra que ese pecado es muy grave; al hablar del Espíritu Santo que prometía enviar: El argüirá al mundo de pecado, de justicia y de juicio; de pecado, porque no creyeron en mí. Y, con todo, si no ha dicho la "palabra contra el Espíritu Santo" esa dureza del corazón impenitente, también le quedará perdonado lo que dijere contra el Hijo del hombre.
25. Quizá alguno pregunte si quien perdona es sólo el Espíritu Santo, y no el Padre y el Hijo. Respondemos que también perdonan el Padre y el Hijo, ya que el Hijo dice del Padre: Si perdonáis los pecados a los hombres, vuestro Padre os perdonará los vuestros. Y nosotros en la oración dominical le decimos: Padre nuestro, que estás en los cielos, y entre otras cosas le pedimos eso diciendo: Perdónanos nuestras deudas. Y él dijo de sí mísmo: Y para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad para perdonar los pecados en la tierra. Pero me dirás: "Si el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo perdonan los pecados, ¿por qué se dice que esa impenitencia, que nunca se perdona, pertenece tan sólo a la blasfemia del Espíritu, como si quien contrae ese pecado de impenitencia resistiera al don del Espíritu Santo, porque mediante ese don se verifica la remisión de los pecados?" Pero yo pregunto a mi vez si Cristo no arrojaba los demonios o también el Padre y el Espíritu Santo. Si sólo Cristo, ¿por qué dice él mismo: El Padre, que habita en mí, hace las obras? Dice El hace las obras, como si el Hijo no las hiciera, sino el Padre que habita en él. ¿Y por qué dice en otro lugar: Mi Padre obra hasta ahora y yo obro? Y poco después: Todo lo que él hiciere, lo hace también el Hijo. En cambio, en otro lugar dice: Si no hubiese realizado entre ellos obras que ningún otro hace, como si las hiciera él solo. Si, al decir tales cosas, son inseparables las obras del Padre y del Hijo, ¿qué vamos a creer acerca del Espíritu Santo sino que también él obra? En ese mismo texto en que ha surgido este problema que discutimos, el Hijo, que arroja los demonios, dice: Si yo arrojo los demonios mediante el Espíritu Santo, luego ha llegado a vosotros el reino de Dios.
26. Y quizá diga otro que el Espíritu Santo, en lugar de realizar algo por su propia voluntad, es más bien dado por el Padre o por el Hijo y que se dijo Mediante el Espíritu Santo arrojo los demonios, porque no los arroja el Espíritu, sino Cristo mediante el Espíritu; y se entendería Arrojo en el Espíritu Santo, como si se dijera: "Arrojo con el Espíritu Santo". Porque las Escrituras suelen hablar así: Le mataron en espada, esto es, "con la espada"; Quemaron en fuego, esto es, con fuego; Tomó Jesús cuchillos de piedra, en los que circuncidaría a los hijos de Israel, esto es, con los que circuncidaría a los hijos de Israel. Mas los que pretenden quitar al Espíritu Santo la propia iniciativa, atiendan a lo que leemos como dicho por el Señor: El Espíritu sopla donde quiere. En cuanto a lo que dice el Apóstol: Todo esto lo obra un único y mismo Espíritu, hay que temer no sea que alguien crea que eso no lo hacen el Padre y el Hijo, pues entre esas obras cita el don de curación y la operación de prodigios, en que hay que incluir el expulsar los demonios. Al decir a continuación Repartiendo a cada uno lo suyo, según su voluntad, ¿no manifiesta el poder del Espíritu Santo, pero distinto del del Padre y del Hijo? Se habla así, pero manteniendo inseparable la operación de la Trinidad, de modo que, cuando se dice operación del Padre, se entiende que no obra sin el Hijo y el Espíritu Santo; y cuando se dice operación del Hijo, no se da sin el Padre y el Espíritu Santo; y cuando se dice operación del Espíritu Santo, se incluye al Padre y al Hijo. Saben muy bien los que poseen la recta fe y los que en cuanto pueden la comprenden, que se dice del Padre El hace las obras, porque él es el origen de las obras, en cuanto es origen de la existencia de las Personas colaboradoras, pues el Hijo nació de El y el Espíritu Santo procede principalmente de aquél, de quien nació el Hijo y con quien tiene en común el Espíritu. Al decir el Señor: Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro hizo, no se refería al Padre y al Espíritu, como si no hubiesen cooperado en ellas, sino a los hombres que leen esos muchos milagros, y que ninguno de ellos los hace sino el Hijo; del mismo modo, al decir el Apóstol acerca del Espíritu Santo: Todas estas cosas las hace un único y mismo Espíritu, no habla como si no cooperasen el Padre y el Hijo, sino porque en tales obras no son muchos los Espíritus, sino uno sólo, y en esas sus diversas operaciones no es diverso de sí mismo.
27. No por eso se dijo en vano, sino racional y verazmente, que fue el Padre, no el Hijo o el Espíritu Santo, quien dijo: Tú eres mi Hijo dilecto, en quien me he complacido. Pero tampoco negamos que ese milagro de la palabra que sonaba desde el cielo, aunque pertenecía sólo a la persona del Padre, se verificaba cooperando el Hijo y el Espíritu Santo. No porque el Hijo, asumida la carne, se hallase viviendo con los hombres en la tierra, dejaba de estar en el seno del Padre como Verbo Unigénito, cuando se produjo aquella voz de la nube. No se puede creer sabia y espiritualmente que Dios Padre haya separado de la cooperación de su Sabiduría y Espíritu la operación de sus palabras sonantes y transeúntes. Del mismo modo, cuando decimos con toda rectitud que el Hijo, no el Padre ni el Espíritu Santo, caminó sobre el mar, pues sólo de él eran la carne y los pies que andaban sobre las olas, ¿quién duda que el Padre y el Espíritu Santo cooperaban en la realización de tan gran milagro? Así decimos con toda verdad que sólo el Hijo tomó la carne, no el Padre ni el Espíritu Santo; sin embargo, no juzga rectamente quien niegue que el Padre y el Espíritu Santo cooperaron en esa misma encarnación que pertenece a sólo el Hijo. Y del mismo modo decimos que el Espíritu Santo, no el Padre o el Hijo, apareció en figura de paloma y en lenguas como de fuego y concedió a aquellos sobre los que vino proclamar en muchas y variadas lenguas las maravillas de Dios; pero en este milagro, aunque pertenece sólo al Espíritu Santo, no podemos separar la cooperación del Padre y del Verbo Unigénito. Así, en la Trinidad, la Trinidad obra las obras de cada persona; cuando obra una, cooperan las otras dos, por una conveniente concordia operativa en las tres, aunque en ninguna sea deficiente la eficacia operativa. Siendo esto así, se explica la frase de que el Señor Jesús arroja los demonios en el Espíritu Santo. No es que no pudiera realizarlo él solo, como si, no bastándose a sí mismo para tal empresa, buscase tal ayuda del Espíritu; sino que convenía que el espíritu dividido en sí mismo fuese expulsado mediante aquel Espíritu que tienen comúnmente entre sí el Padre y el Hijo no divididos en sí mismos.
28. Del mismo modo, ya que los pecados no son perdonados fuera de la Iglesia, convenía que lo fueran mediante aquel Espíritu que congrega en unidad la Iglesia. Finalmente, si alguno se arrepiente de sus pecados fuera de la Iglesia, pero tiene un corazón impenitente respecto a ese gran pecado por el que es extraño a la Iglesia de Dios, ¿de qué le servirá aquel arrepentimiento? Sólo con eso pronuncia palabra contra el Espíritu Santo, por la que se hace extraño a la Iglesia que recibió ese don, para que en ella se realice mediante el Espíritu Santo la remisión de los pecados. Tal remisión la realiza la Trinidad, pero se entiende que propiamente pertenece al Espíritu Santo. Porque él es el Espíritu de adopción de los hijos, en el que clamamos Abba, ¡oh Padre!, para que podamos decirle Perdónanos nuestras deudas, y también En esto conocemos, como dice el apóstol Juan, que Cristo permanece en nosotros por el espíritu que nos dio. El mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Porque a él pertenece la unión por la que nos constituimos en el único cuerpo del único Hijo de Dios. Por eso está escrito: Si hay alguna exhortación en Cristo, si algún consuelo de caridad, si alguna unión de espíritu. Por esa unión, aquellos sobre los que vino por primera vez hablaron las lenguas de todas las naciones. Pues por el idioma se afirma la asociación del género humano, y así convenía que por los idiomas de todas las naciones se significase esta unión de los hijos de Dios y miembros de Cristo que iba a haber en todas las naciones.. Como entonces quien hablaba el idioma de todas las naciones parecía haber recibido el Espíritu Santo, así ahora crea que ha recibido el Espíritu Santo aquel que mantiene el vínculo de la paz de la Iglesia, que se difunde por todas las naciones. Por lo que dice el Apóstol: Cuidando de conservar la unidad de espíritu en el vínculo de la paz.
29. Que él sea Espíritu del Padre, lo dice el mismo Hijo: Del Padre procede; y en otro lugar: No sois vosotros los que habláis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Y que sea también Espíritu del Hijo, lo dice el Apóstol: Envió Dios el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones, el que clama Abba, ¡oh Padre!, esto es, que "hace clamar". Clamamos nosotros, pero en El, es decir, porque él difunde la caridad en nuestros corazones, sin la cual clamaría en vano todo aquel que clama. Y por eso dice: Pero quien no tiene el espíritu de Cristo, no le pertenece. ¿A quién pertenecerá dentro de la Trinidad la comunión de esta sociedad, sino a aquel espíritu que es común al Padre y al Hijo?
30. Que están privados de este espíritu los que viven separados de la Iglesia, lo declara con toda claridad el apóstol judas, diciendo: Los que a sí mismos se segregan son animales que no tienen espíritu. Por eso, a los que aun dentro de la Iglesia organizaban ciertos cismas con nombres de hombres, aunque reunidos en su unidad, los arguye el apóstol Pablo diciendo entre otras cosas: El hombre animal no percibe las cosas que son del espíritu de Dios; para él son estulticia y no puede conocerlas porque se disciernen espiritualmente. Muestra por qué dice No percibe, esto es, "no capta palabra de ciencia". Dice que son párvulos dentro de la Iglesia, no espirituales, sino carnales, a los que hay que alimentar con leche, no con alimento sólido: Como a niños en Cristo, os di a beber leche, no alimento sólido; pues no lo soportabais ni todavía lo soportáis. Al decir todavía no, no se pierde la esperanza; si se tiende a que llegue alguna vez lo que todavía no se da. Todavía, dice, sois carnales. Y muestra por qué son carnales, diciendo: Puesto que entre vosotros hay celos y reyertas, ¿no sois carnales y camináis según el hombre? Y lo declara más abiertamente: Puesto que uno dice "Yo soy de Pablo", y otro "Yo de Apolo", ¿no sois hombres? ¿Qué es Apolo? ¿Qué es Pablo? Ministros por los que habéis creído. Estos, Pablo y Apolo, vivían concordes en la unidad de espíritu y en el vínculo de la paz; mas como ellos pretendían dividirlos entre sí y habían comenzado a jactarse del uno contra el otro, son llamados hombres, carnales, animales, incapaces de percibir las cosas del espíritu de Dios. Con todo, ya que no están separados de la Iglesia, son llamados párvulos en Cristo. Deseaba Pablo que fueran ángeles o dioses, pues les reprochaba que eran hombres, esto es, que en sus reyertas no respiraban las cosas de Dios, sino las de los hombres. En cambio, de los que están separados de la Iglesia no se dijo que "no perciben las cosas que son del espíritu", para no referirlos a la percepción de la ciencia, sino No tienen el Espíritu. No es necesario que quien lo tiene, tenga consciencia de que lo tiene.
31. Tienen, pues, este espíritu los párvulos en Cristo que están dentro de la Iglesia, aunque sean animales y carnales, incapaces de percibir lo que tienen, esto es, de entenderlo o saberlo. Porque ¿cómo serían párvulos en Cristo si no hubieran renacido del Espíritu Santo? No debe causar asombro el que alguien tenga una cosa e ignore que la tiene. Aun sin hablar de la divinidad del Omnipotente, y de la unidad de la inmutable Trinidad, ¿quién percibe fácil y conscientemente qué es el alma? ¿Y quién no tiene alma? En fin, para que veamos con certeza que los párvulos en Cristo, incapaces de percibir las cosas del espíritu de Dios, tienen, sin embargo, el Espíritu de Dios, veamos cómo el Apóstol los increpa algo más adelante, diciendo: ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Nunca diría esto a los separados de la Iglesia, pues dijo que no tienen el Espíritu.
32. Pero no hay que decir que está en la Iglesia y pertenece a esta unión en el espíritu aquel que se reúne con las ovejas de Cristo con la sola presencia corporal, pero con fingido corazón. Porque el Espíritu Santo de disciplina huirá del que finge. Por ende, los que son bautizados en las congregaciones, o más bien segregaciones, cismáticas o heréticas, aunque no hayan renacido en el Espíritu, son semejantes a Ismael, el cual nació de Abrahán según la carne; no son como Isaac, que nació según el espíritu, es decir, según la promesa. Por eso, cuando vienen a la católica y se agregan a la unión en el Espíritu del que carecían cuando estaban fuera, no se les repite el bautismo visible. Porque cuando estaban fuera no les faltaba esta forma de piedad; lo que se les da es lo que no podrían recibir si no estuvieran dentro, a saber, la unidad del espíritu en el vínculo de la paz. Antes de ser católicos, eran como aquellos de los que dice el Apóstol: Tienen la forma de piedad, pero niegan su virtualidad. Puede darse la forma visible del sarmiento aun fuera de la parra, pero la vida invisible no puede tener raíces sino en la parra. Así, los sacramentos corporales, que llevan y celebran también los que se han separado de la unidad del Cuerpo de Cristo, pueden mostrar una forma de piedad; pero la virtualidad de la piedad invisible y espiritual no puede darse en ellos, como la sensación ya no acompaña al órgano humano cuando ha sido amputado del cuerpo.
33. Siendo esto así, puesto que la remisión de los pecados no se da sino en el Espíritu Santo, sólo puede darse en aquella Iglesia que tiene el Espíritu Santo. Eso se verifica en la remisión de los pecados, para que el príncipe del pecado, ese espíritu que está dividido contra sí mismo, no reine en nosotros, para que, liberados de la potestad del espíritu inmundo, nos convirtamos luego en templos del Espíritu Santo, que nos limpia dándonos el perdón, y recibamos a ese huésped para actuar, aumentar y perfeccionar la justicia. En su primera venida, cuando los que le recibieron hablaron todas las lenguas de las naciones, y el apóstol Pedro habló a los curiosos estupefactos que habían acudido, quedaron compungidos y dijeron a Pedro y a los apóstoles: ¿Qué haremos, pues, hermanos? Decidnos. Y Pedro les dijo: Haced penitencia y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo para remisión de los pecados y recibiréis el don del Espíritu Santo. En la iglesia se realizaron ambas cosas, esto es, la remisión de los pecados y la recepción de ese don; en ella se daba el Espíritu Santo. Y se bautizaban en el nombre de Jesucristo, pues había prometido ese Espíritu Santo, diciendo: A quien enviará el Padre en mi nombre. Pues no habita en nadie el Espíritu Santo sin el Padre y el Hijo, como tampoco el Hijo sin el Padre y el Espíritu Santo, ni el Padre sin los otros dos. La inhabitación es inseparable, pues es inseparable su operación. Pero, por lo general, aparecen separadas, en razón de la forma de significar de las criaturas, no en su sustancia. Así se pronuncian las palabras, y las sílabas van ocupando separadamente sus espacios temporales, sin que se separen de sí mismas por intervalos o momentos de tiempo. No pueden pronunciarse todas a la vez, pero no pueden existir sino todas juntas. Como hemos repetido ya, puesto que en la remisión de los pecados se destruye y elimina el reino del espíritu dividido en sí mismo, la sociedad de unidad de la Iglesia de Dios, fuera de la cual no se da la remisión de los pecados, es como obra propia del Espíritu Santo; pero cooperan el Padre y el Hijo, puesto que el Espíritu Santo es en cierto modo la sociedad del Padre y del Hijo. El Hijo y el Espíritu Santo no tienen en común al Padre, pues no es Padre de ambos; el Padre y el Espíritu Santo no tienen en común al Hijo, pues no es hijo de ambos; en cambio, el Padre y el Hijo tienen en común al Espíritu Santo, pues es Espíritu único de ambos.
34. Por consiguiente, quien fuere reo de impenitencia contra el Espíritu en el que se congrega la unidad y sociedad de comunión de la Iglesia, nunca obtendrá perdón; porque se ha excluido del lugar de remisión; con razón será condenado con el espíritu dividido contra sí mismo, estando él dividido contra el Espíritu Santo, el cual no está dividido contra sí. Eso nos advierten los testimonios evangélicos, si los estudiamos con atención. Según Lucas, eso no se dice allí donde el Señor responde a los que dijeron que arrojaba los demonios por el príncipe de los demonios, a saber, que no se perdona a quien blasfeme contra el Espíritu Santo. Por donde se ve que el Señor habló varias veces de esto. Aunque tampoco en ese texto se deja de anotar en qué lugar se dijo eso. Así, al hablar de los que le habían de confesar o negar delante de los hombres, dice: Os digo que a quien me confesare delante de los hombres, también el Hijo del hombre le confesará delante de los ángeles de Dios. Y para no deducir de ahí la eliminación de la salvación del apóstol Pedro, quien le negó tres veces delante de los hombres, añadió a continuación: Y a todo el que diga palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero quien blasfemare contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón: se trata de aquella blasfemia del corazón impenitente por la que se resiste a la remisión de los pecados, que se realiza en la Iglesia por el Espíritu Santo. No tenía esa blasfemia Pedro, pues pronto se arrepintió cuando lloró amargamente; venciendo al espíritu que está dividido contra sí mismo, que había pedido licencia para atormentarle, y contra el cual el Señor había intercedido por él para que no flaquease su fe, recibió ese Espíritu Santo, al que no resistió; de modo que no sólo se le perdonó la falta, sino que por su medio se predicó y dio la remisión de los pecados.
35. Lo que se narra en los otros dos evangelistas, aplicando esta sentencia a la blasfemia contra el espíritu, se explica por la mención del espíritu inmundo que está dividido contra sí mismo. Se había dicho del Señor que arrojaba los demonios por el príncipe de los demonios; y el Señor dice que arroja los demonios por el Espíritu Santo, de modo que el Espíritu, que no está dividido contra sí mismo venza y expulse al espíritu dividido contra sí; se queda, pues, en su perdición aquel sujeto que por la impenitencia se niega a entrar en la paz del Espíritu que no está dividido contra sí. Marcos lo cuenta así: En verdad os digo que a los hombres se les perdonarán todos los pecados y blasfemias que hubieran pronunciado; mas quien blasfemare contra el Espíritu Santo, no tiene remisión eternamente, sino que será reo de un eterno delito. Después de citar esas palabras del Señor, las une con las suyas, diciendo: Porque ellos decían: tiene espíritu inmundo. Así mostraba la causa por la que había dicho eso, a saber: decían que arrojaba los demonios por Belcebub, príncipe de los demonios. No dice que sea una blasfemia sin perdón, ya que es perdonada si se sigue una recta penitencia; sólo dice que la causa de que el Señor profiriese esa cláusula fue el que se hizo mención del espíritu inmundo, y el Señor mostraba que está dividido contra sí mismo; por eso mencionaba al Espíritu Santo, el cual no sólo no está dividido contra sí, sino que a los que reúne los hace indivisos, perdonándoles los pecados divididos entre sí y habitando en ellos después de purificarlos, para que haya, como está escrito en los Hechos de los Apóstoles, en la muchedumbre de los creyentes un solo corazón y una sola alma. A ese don de la remisión no resiste sino aquel que tiene la dureza del corazón impenitente. En otro lugar los judíos dijeron del Señor que tenía un demonio; y, sin embargo, ahí nada dijo sobre la blasfemia contra el Espíritu Santo, porque no presentaban el espíritu inmundo como dividido contra sí, según la opinión de ellos, como Belcebú, del que decían que podía arrojar los demonios.
36. En este texto según Mateo, el Señor dijo con mayor claridad lo que quería dar a entender, a saber: que dice palabra contra el Espíritu Santo aquel que resiste con un corazón impenitente a la unidad de la Iglesia, en la cual se da el perdón de los pecados en el Espíritu Santo. Como hemos dicho, no tienen ese Espíritu los que mantienen y celebran los sacramentos de Cristo, pero viven separados de su congregación 159. Cuando habló de la división de Satanás contra Satanás y de que él arrojaba los demonios en el Espíritu Santo, esto es, en el Espíritu que no está dividido contra sí, como Satanás, continúa diciendo que no se piense que también el reino de Cristo está dividido contra sí mismo, puesto que algunos bajo el nombre de Cristo forman sus conventículos fuera del redil. Dice, pues: Quien no está conmigo, está contra mí, y quien no amontona conmigo, desparrama. Muestra así que no pertenecen a él aquellos que, al congregar fuera, no quieren congregar, sino desparramar. Y añade: Por eso os digo: todo pecado y blasfemia Se perdonará a los hombres; pero la blasfemia contra el Espíritu Santo no se perdonará. ¿Qué significa eso? ¿Acaso queda sólo sin perdonar la blasfemia contra el Espíritu, porque quien no es de Cristo está contra él, y quien no recoge con él, desparrama? Sin duda. Porque quien no congrega con él, aunque congregue de cualquier modo bajo su nombre, no tiene el Espíritu Santo.
37. Aquí precisamente, aquí y no en otra parte, nos obliga a entender que sólo es posible la remisión de todo pecado y de toda blasfemia en la congregación de Cristo, la cual no desparrama. Porque es congregada en el Espíritu Santo, que no está dividido contra sí, como aquel espíritu inmundo. Y por eso todas las congregaciones, o más bien dispersiones, que se llaman Iglesias de Cristo y aparecen divididas entre sí y contrarias, y son enemigas de la congregación de la unidad que es su verdadera Iglesia, no porque ostenten su nombre, ya por eso pertenecen a su congregación. Pertenecerían si estuviese dividido contra sí el Espíritu Santo, en el que se asocia esta congregación. Y puesto que eso no ocurre, ya que quien no está con Cristo, está contra él, y quien no congrega con él, desparrama, por eso todo pecado y toda blasfemia serán perdonados a los hombres en esta congregación que Cristo reúne en Espíritu Santo, nunca dividido contra sí mismo. Pero si la blasfemia contra el Espíritu, que se pronuncia en el corazón impenitente y se opone a este tan gran don de Dios, se mantiene hasta el final de la vida, no será perdonada. Si alguien es tan contrario a la unidad, que se opone a Dios que habla, no en profecía, sino en su único Hijo-ya que quiso que por nosotros fuera Hijo del hombre, para hablarnos en él-, se le perdonará; basta que por la penitencia se convierta a la benignidad de Dios, el cual, no queriendo la muerte del impío, sino que se convierta y viva, dio a su Iglesia el Espíritu Santo, para que a cualquiera a quien perdone en él los pecados, le queden perdonados. En cambio, quien se declara enemigo de este don de modo que no lo pide con su penitencia, sino que lo contradice con su impenitencia, mantiene insolvente no cualquier pecado, sino la misma remisión de los pecados desdeñada o combatida. Así, se pronuncia palabra contra el Espíritu Santo cuando no se viene de la dispersión a la congregación, que para perdonar los pecados recibió el Espíritu Santo. Si alguien viene con corazón sincero a esta congregación, aunque tope con un clérigo malo, réprobo y falso, con tal que sea ministro católico, recibe la remisión de los pecados en el Espíritu Santo. Este Espíritu obra en la santa Iglesia, aun en este tiempo en el que, como en una era, es triturada con la paja, de manera que no desdeña una auténtica confesión de nadie, no se engaña con la simulación de nadie y elimina a los réprobos, mientras por el ministerio de ellos reúne a los probos. El único remedio para que la blasfemia no sea irremisible es evitar el corazón impenitente. Y creamos que la penitencia sólo es provechosa cuando se acepta la Iglesia, en que se da la remisión de los pecados y se mantiene la sociedad del espíritu en el vínculo de la paz.
38. He expuesto como he podido, si es que he podido, una dificilísima cuestión por la misericordia y ayuda del Señor. Lo que en tal dificultad no he podido explicar, no se impute a la misma verdad, que sirve saludablemente de ejercicio a los piadosos incluso cuando se oculta, sino a mi deficiencia, si no he podido ver lo que era necesario o explicar lo que he visto. Y de lo que he podido investigar pensando, o explicar hablando, demos gracias a Aquel de quien buscamos, a quien pedimos y a quien llamamos para tener con qué alimentarnos nosotros meditando y serviros a vosotros hablando.
SERMON 72
El árbol y su fruto (Mt 12, 33).
Lugar: Cartago.
Fecha: Entre el 17 de julio y el 10 de agosto del año 397.
1. Nos encargó nuestro Señor Jesucristo que seamos árboles buenos para que podamos dar frutos buenos, al decir: Haced o un árbol bueno y su fruto será bueno, o un árbol malo y su fruto será malo; porque por el fruto se conoce el árbol. Cuando dice haced un árbol bueno y su fruto será bueno, no da un consejo, sino un precepto saludable, al que se debe obediencia necesaria. Y cuando dice haced un árbol malo y su fruto será malo, no da un precepto para que lo hagas, sino una advertencia para que lo evites. Porque hablaba contra aquellos que, siendo malos, creían poder decir o hacer cosas buenas. Eso, dice el Señor Jesús, no es posible. Primero hay que cambiar al hombre, para que se cambien las obras. Si el hombre permanece siendo malo, no puede producir obras buenas, y si continúa siendo bueno, no puede producir obras malas.
2. Pero ¿qué hombre fue encontrado bueno por Dios, cuando Cristo murió por los impíos? Halló, pues, malos todos los árboles. Pero otorgó el poder de hacerse hijos de Dios a los que creyeran en su nombre. Quien hoy es hombre bueno, esto es, árbol bueno, fue hallado malo y convertido en bueno. Si cuando vino hubiese querido arrancar los árboles malos, ¿cuál hubiera quedado que no fuera merecedor de ser arrancado? Pero vino a otorgar misericordia, para ejercitar más tarde el juicio aquel a quien se dice: Misericordia y juicio te cantaré, Señor. Dio a los creyentes el perdón de los pecados; no quiso ajustar cuentas acerca de las letras atrasadas. Otorgó la remisión de los pecados: hizo bueno el árbol. Retiró la segur y dio seguridad.
3. De esta segur habla Juan, diciendo: Ya está puesta la segur a la raíz del árbol. Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. También el padre de familia amenaza con esta segur en el Evangelio, diciendo: Hace ya tres años que vengo a este árbol y no encuentro fruto en él; ahora tengo que dejar sitio; por ende, hay que cortarlo. Y el colono intercede: Señor, déjalo y este año lo excavaré y le echaré abono; si da fruto, bien; si no, vendrás y lo cortarás. Como por un trienio visitó el Señor al género humano; esto es, en tres tiempos. El primer tiempo, antes de la Ley; el segundo, en la Ley; el tercero es el actual, tiempo de gracia. Si no hubiera visitado al género humano antes de la Ley, ¿de dónde salió Abel? ¿De dónde Enoch? ¿De dónde Noé, Abrahán, Isaac, Jacob? Siendo suyas todas las naciones, quiso llamarse Señor de ellos, como si fuera Dios de tres hombres, al decir: Yo soy el Dios de Abrahán, Isaac y Jacob. Si no hubiese venido en la ley, no hubiese dado la Ley. Después de la Ley vino el mismo Padre de familia, padeció, murió y resucitó, envió al Espíritu Santo, hizo predicar el Evangelio por todo el orbe. Y todavía quedó algún árbol infructuoso. Queda todavía una parte del género humano; todavía no se corrige y por ella intercede el colono; por el pueblo oraba el Apóstol, diciendo: Doblo mis rodillas por vosotros ante el Padre, para que, arraigados y fundamentados en la caridad, podáis entender con todos los santos cuál sea la anchura y longitud, altura y profundidad; conocer también la supereminente ciencia de la caridad de Cristo, para que seáis llenados de la plenitud de Dios. Doblando las rodillas intercede por nosotros ante el Padre de familia, para que no nos arranque. Y ya que necesariamente tiene que venir, procuremos que nos encuentre fructíferos. La excavación del árbol significa la humildad de la penitencia, ya que toda hoya es humilde. El abono del estiércol es también la suciedad de la penitencia. ¿Hay algo más sucio que el estiércol? Y, sin embargo, ¿hay cosa más fructuosa, si la utilizas bien?
4. Sea, pues, cada uno un árbol bueno. No se imagine tener frutos buenos si sigue siendo árbol malo. No será bueno el fruto sino el del árbol bueno. Cambia el corazón y cambiará su obra. Extirpa la cupididad y planta la caridad. Porque así como la raíz de todos los males es la cupidídad, así la raíz de todos los bienes es la caridad. ¿Por qué murmuran y discuten los hombres entre sí diciendo qué es el bien? ¡Oh, si supieras qué es el bien! Lo que deseas tener no es gran bien. ¡Lo que no quieres ser, eso es el bien! Porque quieres tener salud de cuerpo; es un bien, pero no pienses que es tan gran bien, pues lo tiene también el que es malo. Quieres tener oro y plata; y también digo que es un bien; con tal de que lo uses bien; pero no lo utilizarás bien si tú eres malo. Por eso el oro y la plata son malos para los malos, y buenos para los buenos; pero no porque a éstos los hagan buenos el oro y la plata, sino porque, al encontrarlos a ellos buenos, cobran un uso bueno. Quieres tener honor; es un bien, pero sólo si usas bien de él. ¡Para cuántos fue ocasión de ruina el honor! ¡Y para cuántos ese honor fue ministerio de obras buenas!
5. Discernamos, pues, estos bienes, si podemos, pues hablamos de árboles buenos. Y en este punto nada hay en que el hombre deba pensar a no ser en sí mismo: vuelva los ojos a sí mismo, aprenda en sí mismo, discútase a sí mismo, inspecciónese, escudríñese, búsquese y encuéntrese; arranque lo desagradable, adapte y plante lo agradable. Pues si el hombre se encuentra vacío de bienes superiores, ¿para qué ambiciona bienes exteriores? Considera: ¿de qué sirve un arca llena de bienes si la conciencia está vacía? ¿Quieres tener bienes, y no quieres ser bueno? ¿No ves que deberías avergonzarte de tus bienes si tu casa está llena de ellos y sólo te tiene a ti malo? ¿Hay algo malo que tú quieras tener? Dímelo. Nada en absoluto: ni la mujer, ni el hijo, ni la hija, ni el esclavo, ni la esclava, ni la finca, ni la túnica, ni siquiera el calzado. Y, sin embargo, quieres llevar una vida mala. Por favor, antepón tu vida a tu calzado. Todas las cosas elegantes y pulcras que tienes a la vista, te son caras. ¡Y tú eres para ti vil y feo! Si pudieran responderte esos bienes de que está llena tu casa, que deseaste tener, que temiste perder, te dirían: "Como tú quieres que seamos buenos, también nosotros queremos tener un amo bueno". Tácitamente interpelan contra ti a tu Señor: " ¡A éste le diste tantos bienes, y él es malo! ¿De qué le sirve lo que tiene, cuando no tiene a quien todo se lo dio?"
6. Quizá alguno, amonestado y hasta compungido por estas palabras mías, pregunta qué es el bien, cuál es el bien y
de dónde viene el bien. Has entendido bien que eso es lo que debes preguntar. Voy a responder y decir al que pregunta: "El bien es aquello que no pueden quitarte contra tu voluntad. Puedes perder el oro aunque no quieras; puedes perder la casa, los honores, la misma salud corporal; pero ni recibes ni pierdes contra tu voluntad el bien que es realmente bien". Ahora pregunto cuál es ese bien. Gran cosa, quizá esa que buscamos, nos advierte el Salmo, pues dice: Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo sois pesados de corazón? ¿Hasta cuándo, el árbol del trienio? Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo sois pesados de corazón? ¿Qué significa "pesados de corazón"? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira? Como de revés, responde a lo que preguntamos: Sabed que él engrandeció a su santo. Ya vino Cristo, ya fue engrandecido, ya resucitó y subió al cielo, ya es predicado por todo el mundo su nombre. ¿Hasta cuándo seréis pesados de corazón? Bástaos el tiempo pasado; ya ha sido engrandecido aquel Santo. ¿Hasta cuándo seréis pesados de corazón? ¿Qué queda después del trienio sino la segur? ¿Hasta cuándo seréis pesados de corazón? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira? Así, después de magnificado Cristo, el santo, ¡todavía son buscadas las cosas inútiles, vanas, pomposas y volanderas! Ya clama la Verdad y todavía se busca la vanidad. ¿Hasta cuándo seréis pesados de corazón?
7. Con razón es azotado duramente este mundo, pues ya ha conocido las palabras del Señor, que dice: El siervo que ignora la voluntad de su Señor y hace cosas dignas de castigo, recibirá pocos azotes. ¿Para qué? Para que indague la voluntad de su Señor. Y eso era el mundo: un siervo que ignoraba la voluntad de su Señor, antes de que el Señor engrandeciese a su Santo; ignoraba la voluntad de su Señor, y por eso recibía pocos azotes. Pero ahora es ya un siervo que conoce la voluntad de su Señor, desde que la divinidad engrandeció a su Santo; y como no hace su voluntad, es castigado con muchos azotes. ¿Qué extraño es que el mundo sea muy castigado? Es un siervo que conoce la voluntad de su Señor, pero hace cosas dignas de castigo. Que no rehúse, pues, el dejarse castigar: si injustamente no quiere escuchar al preceptor, justamente habrá de sufrir al castigador; por lo menos, no proteste contra el castigador, reconociéndose digno del castigo, para alcanzar misericordia.
SERMON 72 A (=Denis 25)
El signo de Jesús, el espíritu inmundo, la familia de Jesús (Mt 12, 38-50).
Lugar: Desconocido.
Fecha: En el año 417 o 418.
1. Se nos ha leído, hermanos míos, un texto del santo Evangelio. Si queremos explicarlo todo, apenas bastará el tiempo para cada punto; ¡cuánto menos para todos! El mismo Salvador mostró que el profeta Jonás, arrojado al mar y engullido en el vientre por un monstruo marino y vomitado vivo al tercer día, es figura del mismo Salvador. Era denunciado el pueblo judío por comparación con los ninivitas, pues cuando fue enviado a ellos para fustigarlos el profeta Jonás, hicieron penitencia, aplacaron la cólera de Dios y merecieron la misericordia. Dijo, pues: Y he aquí uno que es más que Jonás, refiriéndose a sí mismo. Los ninivitas oyeron al siervo y corrigieron sus caminos; los judíos oyeron al Señor, y no sólo no se corrigieron, sino que además le asesinaron. Por eso dijo: La reina del sur se alzará en juicio contra esta generación y la condenará; porque vino desde los confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí uno que es más que Salomón. No era mucho para Cristo ser mayor que Jonás y que Salomón; él era Señor y ellos eran siervos. ¿Pero cómo serían los que despreciaron al Señor presente, cuando los extraños escucharon a sus siervos?
2. Después continúa: Cuando un espíritu inmundo sale de un hombre, vaga por lugares áridos en busca de refugio y no lo encuentra. Entonces dice: volveré a mi casa, de la que salí; y llegando, la encuentra libre, limpia de estorbos y aderezada; entonces va y tomando consigo otros siete espíritus peores que él, entran y se acomodan en ella: y las postrimerías del hombre son peores que los antecedentes; así le ocurrirá a esta generación pésima. Para entender esto, habrá que demorarse mucho, si se explica suficientemente. Con todo, lo tocaré con brevedad, en cuanto el Señor me permita, para no dejaros en ayunas sobre la inteligencia del texto. Cuando en los sacramentos se da la remisión de los pecados, se limpia la casa; pero es necesario que habite el Espíritu Santo, el cual no habita sino en los humildes de corazón. Dice el Señor: ¿Sobre quién descansará mi Espíritu? Y responde al propósito: Sobre el humilde y tranquilo, y quien teme mis palabras. Cuando el Espíritu habita, llena, rige, obra, frena para el mal, excita para el bien, hace suave la justicia, para que el hombre obre el bien por amor a la rectitud, no por el temor del suplicio. El hombre por sí mismo no es totalmente idóneo para ejecutar todo eso que he dicho. Pero si tiene al Espíritu Santo como huésped, lo halla como auxiliar en toda obra buena. En cambio, los soberbios, si cuando se les perdonan los pecados presumen que para vivir bien les basta el libre albedrío de la voluntad humana, por su soberbia arrojan de sí al Espíritu Santo: la casa quedó limpia de pecados, pero vacía de todo bien. Se te perdonaron los pecados, careciste del mal; pero sólo el Espíritu Santo te llenará de bienes, y tu soberbia lo rechaza. Presumes de ti y él te deja; confías en ti, te entregas a ti mismo. Mas la cupididad, por la que eras malo, y que fue expulsada del hombre, de tu mente, cuando se te perdonaron los pecados, vaga por los yermos buscando refugio; al no encontrar refugio, vuelve la cupididad a la casa, la encuentra limpia, y trae consigo otros siete espíritus peores que ella; y las consecuencias de ese hombre son peores que sus antecedentes. Trae consigo otros siete. ¿Qué quiere decir Otros siete? ¿Acaso también el espíritu inmundo es septenario? ¿Qué significa eso? Por el número siete se indica lo universal. Entero se había ido, entero vuelve, y ¡ojalá viniera solo! ¿Qué significa Trae otros siete consigo? Los que no tenía cuando era malo, los tendrá cuando es falsamente bueno. Atended, y me ayudaréis, en cuanto puedo, a explicar lo que estoy diciendo. El Espíritu Santo se recomienda por su operación septenaria, ya que es en nosotros espíritu de sabiduría y entendimiento, consejo y fortaleza, ciencia y piedad y temor de Dios. A este septenario bien puedes oponer un septenario mal contrario: espíritu de estulticia y error, espíritu de temeridad y cobardía, espíritu de ignorancia e impiedad, y espíritu de soberbia contra el temor de Dios. Estos son los siete malhechores. ¿Cuáles los siete aún peores? Les encontramos en la hipocresía; uno malo es el espíritu de estulticia, pero otro peor es la simulación de la verdad; uno malo es el espíritu de temeridad, otro peor es la simulación de consejo; uno malo es el espíritu de cobardía, otro peor es la simulación de fortaleza; mal espíritu es el espíritu de ignorancia, pero otro peor es la simulación de ciencia; espíritu malo es el espíritu de impiedad, otro peor es la simulación de la piedad; espíritu malo es el espíritu de engreimiento, otro peor es la simulación del temor de Dios. Si no se toleraban siete, ¿cómo se tolerarán catorce? Es, pues, necesario que, al añadirse a la malicia la simulación de la verdad, las consecuencias sean para el hombre peores que los antecedentes.
3. Mientras hablaba a las turbas, sigue el Evangelio, su madre y sus hermanos estaban fuera, queriendo hablar con él. Alguien se lo indicó diciendo: Mira, tu madre y tus hermanos están fuera, quieren hablar contigo. Y él dijo: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo la mano a sus discípulos dijo: Estos son mi madre y mis hermanos, y quien hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, es mi hermano, hermana y mi madre. Sólo quería hablar de esto; mas como no quise pasar por alto lo anterior, creo que he consumido una parte no pequeña de tiempo. Y el punto que acabo de presentar es un problema con muchos entresijos y conexiones. ¿Cómo Cristo, el Señor, desdeñó piadosamente a su madre, no a cualquier madre, sino a su madre virgen, y por ello más madre, pues le ofreció la fecundidad sin quitarle la integridad, su madre virgen al concebir, al parir, virgen perpetuamente? A una madre tal desdeñó él para que el afecto materno no interviniera y le impidiera la obra que estaba realizando. ¿Qué realizaba? Hablaba a los pueblos, destruía hombres viejos, construía nuevos, libertaba a las almas, desataba a los presos, iluminaba las mentes ciegas, realizaba una buena empresa, estaba ferviente de obra y palabra en la santa empresa. Y en ese momento le anunciaron el afecto carnal. Ya oísteis lo que respondió, ¿para qué voy a repetirlo? Oigan las madres, para que con su afecto carnal no impidan las buenas obras de sus hijos. Y si pretenden impedirlo y asaltan a los que obran de ese modo, para retrasar a lo menos lo que no pueden diferir, sean desdeñadas por sus hijos; oso decir que sean desdeñadas, desdeñadas por piedad. Si fue desdeñada la Virgen María, ¿cómo pretenderá encolerizarse la mujer, casada o viuda, con un hijo suyo que se apresta a realizar la buena obra y por eso desdeña a su madre que se interpone? Pero me vas a decir: Entonces ¿comparas a mi hijo con Cristo? No le comparo a él con Cristo ni a ti con María. Cristo el Señor no condenó el afecto materno, sino que con su propio ejemplo magnífico mostró cómo se deja a una madre por la obra de Dios. Era doctor hablando, pero era también doctor desdeñando; por eso se dignó desdeñar a la madre, para enseñarte que por la obra de Dios has de desdeñar al padre.
4. ¿No podía Cristo, el Señor, hacerse hombre sin madre, como pudo prescindir del padre? Para que veáis si convenía, o mejor, que convenía que se hiciese hombre por el hombre, ya que él hizo al hombre, considerad y recordad de dónde hizo al mismo primer hombre. El primer hombre fue hecho sin padre ni madre. Si pudo entonces disponer para fundar las cosas humanas, ¿no pudo luego prepararse algo para reparar esas cosas humanas? ¿Era difícil para la Sabiduría de Dios, para el Verbo de Dios, Poder de Dios, unigénito Hijo de Dios, era difícil hacer como quisiera al hombre que iba a asumir? Los ángeles se mostraron como hombres a los hombres. Abrahán dio de comer a los santos ángeles y los invitó como a hombres; no sólo los vio, sino que los tocó y les lavó los pies. ¿Acaso tales apariencias, como fantásticas, fueron realizadas por los ángeles? Si pudo un ángel adoptar una verdadera apariencia humana cuando quiso, ¿no podría el Señor de los ángeles hacer un verdadero hombre a quien asumir como hubiese querido? Sin embargo, no quiso que ese hombre tuviese padre, para no venir a los hombres por medio de la concupiscencia carnal; pero aceptó a la madre para tener entre ellos una madre, para poder enseñar a esos hombres cómo hay que desdeñarla por la obra de Dios. Quiso asumir en sí el sexo viril y honrar al sexo femenino en su madre, porque antiguamente la mujer había pecado y había hecho pecar al varón, y ambos cónyuges fueron engañados por el fraude del diablo. Sí Cristo viniera como varón, pero sin honrar al sexo femenino, las mujeres perderían la esperanza, máxime cuando por ellas cayó el varón. Por eso honró a ambos, recomendó a ambos, aceptó a ambos. Nació de mujer. No desesperéis, varones, pues Cristo se dignó ser varón; no desesperéis, mujeres, pues Cristo se dignó nacer de mujer. Ambos sexos concurran a la salvación traída por Cristo: venga el varón, venga la mujer; en la fe no hay varón ni mujer. Cristo te enseña a desdeñar a tus padres y a amar a tus padres. Porque entonces los amas ordenada y piadosamente, cuando no los antepones a Dios. Son palabras del Señor: Quien ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí. Parece como si con estas palabras te animara a que no los ames; pero, si atiendes, te exhorta a que los ames. Podía haber dicho: quien ama a su padre o a su madre no es digno de mí. Pero no dijo eso para no hablar contra la ley que dio, pues él la dio por medio de su siervo Moisés, y en ella está escrito: Honra a tu padre y a tu madre. No promulga, pues, ahora una ley contraria, sino que recomienda la antigua; te indica el orden, no te quita la piedad, al decir: Quien ama a su padre o a su madre, pero más que a mí. Amelos, pues, pero no más que a mí. Dios es Dios y el hombre es hombre. Ama a los padres, respétalos, hónralos; pero si Dios te llama a una empresa más alta, en que el afecto de los padres pueda ser un impedimento, guarda el orden, no quebrantes la caridad.
5. Ante tanta verdad de doctrina del Señor y Salvador Jesucristo, ¿quién creerá que los maniqueos osaran buscar calumnia, tratando de afirmar que el Señor Jesucristo no tuvo madre? Eso saben, o más bien resabian: que el Señor Jesús no tuvo madre humana, contra el Evangelio, contra la luz de la misma verdad. Y ved cómo argumentan: ¿No lo dijo él mismo? ¿Pues qué dijo? ¿Quién es mi madre o quiénes son mis hermanos? El niega, dicen, y tú quieres imponernos lo que él niega. El dice: ¿Quién es mi madre o quiénes son mis hermanos? Niegas que Cristo tuvo madre y tratas de demostrar lo que pretendes, porque dijo: ¿Quién es mi madre o quiénes son mis hermanos? Si viene alguien y te dice que el Señor Cristo no dijo eso en absoluto, ¿cómo le convencerás? Responde, si puedes, al hombre que niega que Cristo dijo eso. Con lo que tú le convenzas serás convencido tú. ¿Acaso el mismo Cristo te ha dicho al oído que él dijo eso? Responde para que quede convencido con tu respuesta, responde y muestra que Cristo lo dijo. Sé lo que vas a decir: Voy a tomar el códice, abriré el Evangelio, te recitaré las palabras escritas en el santo Evangelio. Bien, bien; con ese Evangelio te cogeré, con ese Evangelio te ataré y con ese Evangelio te estrangularé. Recita lo que a tu juicio te favorece, abre, lee: ¿Quién es mi madre? Lee antes por qué dijo eso; le anunció alguien: He ahí que tu madre y tus hermanos están litera. Todavía no te aprieto, aún no te tengo, aún no te estrangulo; todavía puedes decir que el mensaje era falso y no verdadero; y que decía mentira y que por eso el Señor refutó un mensaje falso. En efecto, al darle el mensaje, respondió: ¿Quién es mi madre? Como si dijera: dices que mi madre está fuera y yo digo, ¿quién es mi madre? Y me dirás: ¿A quién hemos de creer: al mensaje falso, o a Cristo que rechaza lo que le anuncian? Escucha, pues; todavía pregunto yo: mantén tan gran Evangelio; no tires a tu espalda el códice; consérvalo, da autoridad al Evangelio; si no se la das, no tendrás cómo demostrar que el Señor dijo: ¿Quién es mi madre? Pero, sí das al Evangelio una autoridad digna, escucha lo que pregunto. Antes te pregunté cómo sabías si Cristo dijo ¿Quién es mi madre? ¿Qué decía antes? Un mensajero anunció a Cristo: tu madre está fuera. Pero antes de que hablase el mensajero, o para que pudiera hablar el mensajero, ¿qué pasaba? Te obligo a que leas. Veo que ya temes leer Respondió el Señor y dijo. ¿Quién lo dijo? No pregunto quién dijo: ¿Quién es mi madre? Me dirás: Lo dijo el Señor. Respondió el Señor. ¿Y quién afirma esto? Me dirás: Lo afirma el evangelista. ¿Y ese evangelista dice la verdad o una falsedad? Me dirás: ¿Qué es eso en que dijo la verdad o falsedad? Respondió el Señor y le dijo. Cuando dice eso el evangelista, ¿dice la verdad o una falsedad? Si dices que es lo falso lo que el evangelista dice, a saber, que el Señor respondió, ¿cómo sabes que el Señor dijo: ¿Quién es mi madre? Si pretendes convencerme de que el Señor dijo: ¿Quién es mi madre? porque el evangelista afirma que lo dijo, no me convencerás de que el Señor lo dijo, si no crees al evangelista. Si no das crédito al evangelista-nada podrás afirmar si no se lo das-, lee los antecedentes que pone el mismo evangelista.
6. ¡Cuántas dilaciones te presento! ¡Cuánto tiempo te tengo en suspenso! Pero es un beneficio, para que te convenzas pronto. Atiende, mira y lee. Veo que no quieres. Trae el códice; yo leo: Mientras él hablaba a las turbas. ¿Quién afirma eso? El evangelista; y si tú no lo crees, Cristo nada dijo. Y si Cristo nada dijo, no dijo: ¿Quién es mi madre? Si Cristo o: ¿Quién es mi madre?, es verdad lo que el evangelista escribió. Y antes había dicho: Mientras él hablaba a las turbas, su madre y sus hermanos estaban fuera, queriendo hablar con él. Todavía no había dicho nada el mensajero, que tú puedes decir que mintió. Mira lo que anunció, pero atiende a lo que el evangelista antepuso: Mientras el Señor hablaba a las turbas, su madre y sus hermanos estaban fuera. ¿Quién dice eso? El evangelista, al cual crees que el Señor dijo: ¿Quién es mi madre? Si no crees lo uno ni lo otro, el Señor no dijo: ¿Quién es mi madre? Pero ¿dijo realmente el Señor Quién es mi madre? ¿Crees al que afirma que el Señor dijo Quién es mi madre? Pues el que afirma que el Señor dijo: ¿Quién es mi madre?, es el que afirma: Mientras El hablaba, estaba fuera su madre. ¿Cómo entonces negó a su madre? ¡De ningún modo! Entiende: no negó, sino que antepuso a su madre algo que estaba haciendo. En fin, el pleito único es buscar por qué dijo el Señor: ¿Quién es mi madre? El primer punto será ver si había un motivo para decir: ¿Quién es mi madre? Lo había: su madre estaba fuera y quería hablar con El. Dime, ¿cómo lo sabes? Lo afirma el evangelista, y si no le creo, nada dijo el Señor. Luego tenía madre. ¿Qué significa entonces Quién es mi madre? También yo hago esa pregunta. ¿Quién es mi madre? Suponte que a uno que corre peligro y tiene padre, le dices: ¡Que te libre tu padre! , cuando él sabe que su padre no está en condiciones de librarlo; ¿no te replicará con suma piedad e íntegra verdad: Quién es mi padre? Para esto que quiero, para esto que siento serme necesario, ¿qué tiene que ver mi padre? Pues bien, para aquello que estaba haciendo Cristo: soltar a los prisioneros, iluminar las mentes ciegas, edificar hombres interiores, fabricarse un templo espiritual, ¿qué significaba su madre? Si estimas que Cristo no tuvo madre en la tierra porque dijo: ¿Quién es mi madre?, entonces tampoco los discípulos tuvieron padres, pues el mismo Señor les dijo: No llaméis a nadie padre en la tierra, pues uno es vuestro padre, Dios. Son palabras del Señor. Tenían padres. Pero cuando se trata de la regeneración, hay que buscar un padre de la regeneración; no condenemos al padre de la generación, pero hemos de anteponerle el Padre de la regeneración.
7. Preocupaos más, hermanos míos, preocupaos más, por favor, de lo que dijo el Señor, extendiendo la mano sobre sus discípulos: Esta es mi madre y mis hermanos; y quien hiciere la voluntad de mi Padre, que me envió, es para mí un hermano, hermana y madre. ¿Acaso no hacía la voluntad del Padre la Virgen María, que en la fe creyó, en la fe concibió, elegida para que de ella nos naciera la salvación entre los hombres, creada por Cristo antes de que Cristo fuese en ella creado? Hizo sin duda Santa María la voluntad del Padre; por eso más es para María ser discípula de Cristo que haber sido madre de Cristo. Más dicha le aporta el haber sido discípula de Cristo que el haber sido su madre. Por eso era María bienaventurada, pues antes de dar a luz llevó en su seno al maestro. Mira si no es cierto lo que digo. Mientras caminaba el Señor con las turbas que le seguían, haciendo divinos milagros, una mujer gritó: ¡Bienaventurado el vientre que te llevó! Bienaventurado el vientre que te llevó. Mas, para que no se buscase la felicidad en la carne, ¿qué replicó el Señor? Más bien, bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan. Por eso era bienaventurada María, porque oyó la palabra de Dios y la guardó: guardó la verdad en la mente mejor que la carne en su seno 160. Verdad es Cristo, carne es Cristo; Cristo Verdad estaba en la mente de María, Cristo carne estaba en el seno de María: más es lo que está en la mente que lo que es llevado en el vientre. Santa es María, bienaventurada es María, pero mejor es la Iglesia que la Virgen María. ¿Por qué? Porque María es una porción de Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente, un miembro supereminente, pero al fin miembro de un cuerpo entero. Si es parte del cuerpo entero, más es el cuerpo que uno de sus miembros. El Señor es Cabeza y el Cristo total es cabeza y cuerpo. ¿Qué diré? Tenemos una Cabeza divina, tenemos a Dios como Cabeza.
8. Por lo tanto, carísimos, miraos a vosotros mismos. También vosotros sois miembros de Cristo, sois cuerpo de Cristo. Ved cómo sois lo que él dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. ¿Cómo seréis madre de Cristo? Y todo el que escucha y todo el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, es para mí un hermano a• hermana y madre. Mirad, entiendo lo de hermanos, entienda lo de hermanas: única es la herencia; y por eso también la misericordia de Cristo, el cual, siendo el Único, no quiso ser él solo, quiso que fuésemos herederos del Padre, coherederos con él. Aquella herencia es tal, que no puede menoscabarse por la muchedumbre de los herederos. Entiendo, pues, que somos hermanos de Cristo, que hermanas de Cristo son las mujeres santas y fieles. ¿Pero cómo podremos entender eso de madres de Cristo? ¿Qué diré? ¿Me atreveré a decir que somos madres de Cristo? Sí, me atrevo a decir que somos madres de Cristo. Si dije que vosotros erais hermanos de Cristo, ¿no me iba a atrever a decir que sois su madre? Mucho menos me atreveré a negar lo que Cristo afirmó. Ea, carísimos, mirad cómo la Iglesia es esposa de Cristo, lo que es manifiesto. Y aunque sea más difícil de entender, sin embargo, es verdad que es madre de Cristo. La Virgen María se adelantó como tipo de la Iglesia. ¿Por qué-os pregunto-es María madre de Cristo, sino porque dio a luz a los miembros de Cristo? Y a vosotros, a quienes estoy hablando, que sois miembros de Cristo, ¿quién os ha dado a luz? Oigo la voz de vuestro corazón: la Madre Iglesia. Esta Madre santa, honorable, semejante a María, da a luz y es virgen 161. Que da a luz, lo pruebo por vosotros mismos: habéis nacido de ella; y da a luz a Cristo, pues sois miembros de Cristo. He demostrado que da a luz y voy a demostrar que es virgen. No me faltará un testimonio divino, no me faltará. Adelántate al pueblo, bienaventurado Pablo, y sirve de testigo a mi afirmación; alza la voz y di lo que quiero decir: Os he desposado a un varón, presentándoos como virgen casta a Cristo. ¿Dónde está esa virginidad? ¿Dónde se teme la violación? Dígalo el mismo que la llamó virgen. Os desposé a un varón, presentándoos como virgen casta a Cristo; pero temo, no sea que así como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así pierdan vuestras mentes la castidad que es en Cristo Jesús. Mantened en vuestras mentes la virginidad; la virginidad de la mente es la integridad de la fe católica. Allí donde Eva fue violada por la palabra de la serpiente, allí debe ser virgen la Iglesia con el don del Omnipotente. Por lo tanto, los miembros de Cristo den a luz en la mente, como María dio a luz a Cristo en el vientre, sin dejar de ser virgen, y de ese modo seréis madre de Cristo. No es para vosotros cosa extraña, no es cosa desproporcionada, ni cosa que repugne: fuisteis hijos, sed también madres. Cuando fuisteis bautizados, entonces nacisteis los hijos de la madre, miembros de Cristo. Traed ahora al lavatorio del bautismo a los que podáis; de ese modo, como fuisteis hijos cuando nacisteis, así ahora, conduciendo a los que van a nacer, podéis ser madres de Cristo.
SERMON 73
La parábola del sembrador y de la cizaña (Mt 13, 4-30).
Lugar: Probablemente Hipona.
Fecha: Después del año 425 (según otros, en el 410).
1. Tanto ayer como hoy hemos oído la parábola del sembrador en boca de nuestro Señor Jesucristo. Los que ayer vinisteis, recordadla hoy. Ayer se leyó el texto de aquel sembrador que esparció su semilla, y parte cayó en el camino y las aves la comieron; parte cayó en terreno pedregoso y se secó con el calor; parte cayó entre zarzas y fue ahogada y no pudo ser fecundada; y parte cayó en tierra buena y dio fruto de ciento, sesenta y treinta, por uno. Y hoy narró el Señor nuevamente otra parábola del sembrador, que sembró semilla buena en su campo; se durmieron los hombres, vino el enemigo y sembró encima cizaña. Mientras era hierba, no se notaba; mas, cuando comenzó a aparecer el fruto de la buena semilla, apareció también el de la cizaña entre la buena semilla y quisieron arrancar la cizaña, pero no obtuvieron licencia, pues se les dijo: Dejad que ambos crezcan hasta la siega. El mismo Señor Jesucristo expuso esta parábola; dijo que él era el sembrador de la buena semilla; indicó que el enemigo sembrador de la cizaña era el diablo; que el tiempo de la mies era el fin del siglo y que el campo era todo el mundo. ¿Y qué dijo? Al tiempo de la siega, diré a los segadores: recoged primero la cizaña para quemarla, pero mi trigo guardadlo en el granero. ¿Qué prisa tenéis, siervos llenos de celo? Veis la cizaña entre el trigo, veis a los cristianos malos entre los buenos; queréis eliminar a los malos; estaos quietos, aún no es el tiempo de la siega. Ya llegará y ojalá os halle siendo trigo. ¿Por qué os indignáis? ¿Por qué toleráis tan mal a los malos mezclados con los buenos? 162 En el campo pueden estar con vosotros, pero en el granero no entrarán.
2. Sabéis que tres cosas se mencionaron ayer, al tratar de la semilla que no tuvo éxito: el camino, el pedregal y el zarzal. Eso es la cizaña. En una metáfora diferente recibieron nombres diferentes. Porque cuando se habla en metáfora, no se expresa la propiedad, no se nos da la verdad, sino una semejanza de la verdad. Veo que pocos han entendido lo que he dicho, pero yo hablo para todos. En las cosas visibles un camino es un camino, un pedregal es un pedregal y un zarzal es un zarzal; son lo que son, porque son nombradas con propiedad. Pero en las parábolas y semejanzas, una cosa puede designarse con varios nombres 163. Por lo mismo, no es incongruente que yo os diga que aquel camino, aquel pedregal, aquel zarzal son los malos cristianos y también que son la cizaña. ¿No es Cristo un cordero? ¿Y no es un león? Entre las fieras y rebaños, un cordero es un cordero y un león es un león. Pero Cristo es ambas cosas. En el primer caso se habla con propiedad; en el segundo, en metáfora. Incluso puede ocurrir que, en virtud de una semejanza, se llamen con un mismo nombre cosas muy distantes entre sí. ¿Hay cosas más distantes entre sí que Cristo y el diablo? Sin embargo, tanto Cristo como el diablo son llamados león. Cristo: Venció el león de la tribu de Judá; el diablo: ¿No sabéis que vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, merodea buscando a quién devorar? Son, pues, león el uno y el otro; aquél por su fortaleza, éste por su ferocidad; aquél para vencer, éste para dañar. El diablo es también culebra, serpiente antigua. ¿Acaso nos manda que la imitemos cuando nuestro pastor nos dice sed simples como palomas, y astutos como serpientes?
3. Ayer me refería al camino, me dirigí a los pedregales, me dirigí a los zarzales y dije: cambiad, mientras podéis; romped la dureza con el arado, sacad las piedras del campo, arrancad las zarzas de la tierra. No tengáis el corazón duro, en el que pronto muera la palabra de Dios. No tengáis tan delgada capa de tierra, que la raíz de la caridad no pueda cobrar profundidad. No queráis ahogar con las codicias y cuidados seculares la buena semilla que nuestro ministerio va esparciendo en vosotros. Siembra el Señor, pero nosotros somos sus obreros. Sed tierra buena. Lo dijimos ayer 164 , y hoy lo repetimos a todos. Que el uno produzca ciento, el otro sesenta, el otro treinta. El fruto es mayor en uno y menor en otro, pero todos entrarán al granero. Ayer dijimos_ todo eso. Hoy me dirijo a la cizaña; también hay ovejas que son cizaña. ¡Oh cristianos malos! Con vuestro número y mala vida oprimís a la Iglesia. Corregíos, antes de que llegue la siega. No digáis pequé y ¿qué me ha sucedido? Dios no ha perdido su potencia, pero exige de ti la penitencia. Esto digo a los malos, aunque son cristianos; esto digo a la cizaña. En el campo están, y puede acontecer que los que hoy son cizaña, mañana sean trigo. Por eso me dirijo al trigo.
4. ¡Oh vosotros, cristianos que vivís bien; sois pocos y suspiráis entre los muchos; sois pocos y gemís entre los muchos! Pasará el invierno, llegará el verano, y sobrevendrá la siega. Vendrán los ángeles, que pueden separar y no pueden errar. En este entretiempo somos semejantes a aquellos siervos de los que se dijo: ¿Quieres que vayamos y la recojamos? Querríamos, si fuese posible, que entre los buenos no quedase ninguno malo. Pero se nos dijo: Dejad que ambos crezcan hasta la siega. ¿Por qué? Porque sois tales, que podéis equivocaros. Por eso oye: No sea que cuando queráis arrancar la cizaña, arranquéis también el trigo. ¿Qué bien hacéis? ¿No estropearéis mi cosecha con vuestra diligencia? Ya vendrán los segadores. Y aclaró quiénes son los segadores. Los segadores son los ángeles. También nosotros, si concluimos nuestra carrera, seremos iguales a los ángeles de Dios. Mas ahora, cuando nos indignamos contra los malos, somos aún hombres. Debemos escuchar; por ende, quien cree estar en pie, mire que no caiga. ¿Pensáis, hermanos, que la cizaña no sube a los presbiterios? ¿Pensáis que va hacia abajo y no hacia arriba? Ojalá no seamos cizaña. Pero poco me importa ser juzgado por vosotros. Digo a vuestra caridad que en los presbiterios hay trigo y hay cizaña; y entre el pueblo hay trigo y hay cizaña. Los buenos toleren a los malos; los malos cambien e imiten a los buenos. Pertenezcamos todos, si puede ser, a Dios; salvémonos todos de la malicia de este siglo en su misericordia. Busquemos días buenos, ya que vivimos en días malos 165; pero no blasfememos, en estos días malos, para que podamos llegar a los días buenos.
SERMON 73 A (= Caillau II, 5)
La buena semilla y la cizaña (Mt 13, 24-30).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Entre el año 400 y el 410.
1. Acabamos de oír el santo Evangelio, y a Cristo el Señor que habla en él. Hablaremos de ello lo que él nos otorgue. Podría yo fatigarme, hermanos, en exponeros esta parábola; pero nos ahorró el trabajo, ya que la expuso el mismo que la compuso. Quien leyó el Evangelio, leyó hasta el lugar en que el Señor dice: Recoged primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla; y guardad el trigo en el granero. Pero luego, como está escrito, se acercaron a él sus discípulos y le dijeron: Explícanos la parábola de la cizaña. Y el que está en el seno del Padre, él la expuso, diciendo: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre, refiriéndose a sí mismo. El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino; la cizaña son los hijos del maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la siega es el fin del siglo; los segadores son los ángeles. Y cuando viniere el Hijo del hombre, enviará a sus ángeles y recogerán de su reino todos los escándalos, y los arrojarán al horno de fuego ardiente; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces refulgirán los justos como el sol en el reino de su Padre. Recito palabras del Señor Cristo, que no han sido leídas, pero están escritas. Así nos expuso él lo que nos propuso. Ved lo que preferimos ser en su campo; considerad cuáles nos hallará la siega. El campo, que es el mundo, es la Iglesia difundida por el mundo. Quien es trigo, persevere hasta la siega; los que son cizaña, háganse trigo. Porque entre los hombres y las espigas de verdad o la cizaña real hay esta diferencia: cuando nos referimos a la agricultura, la espiga es espiga y la cizaña es cizaña. Pero en el campo del Señor, esto es, la Iglesia, a veces, lo que era trigo se hace cizaña y lo que era cizaña se convierte en trigo; y nadie sabe lo que será mañana. Por eso los obreros, indignados con el padre de familia, querían ir a arrancar la cizaña, pero no se lo consintió; quisieron arrancar la cizaña y no se les permitió separar esa cizaña. Hicieron aquello para lo que servían, y dejaron la separación a los ángeles. No querían reservar a los ángeles la separación de la cizaña; mas el padre de familia, que conocía a todos y sabía que era menester dejar para más tarde la separación, les mandó tolerarla, no separarla. Ellos preguntaron: ¿Quieres que vayamos y la recojamos? El respondió: No, no sea que al querer arrancar la cizaña arranquéis' también el trigo. ¿Entonces, Señor, la cizaña estará también con nosotros en el granero? Al tiempo de la siega diré a los segadores: Recoged la cizaña y atad los haces para quemarla. Tolerad en el campo lo que no tendréis con vosotros en el granero.
2. Escuchad, carísimos granos de Cristo; escuchad, carísimas espigas de Cristo; escuchad, carísima mies de Cristo; reflexionad sobre vosotros mismos, mirad a vuestra conciencia, interrogad a vuestra fe, preguntad a vuestra caridad, despertad vuestra conciencia; y si os reconocéis mies de Cristo, traed a vuestra mente: Quien perseverare hasta el fin, ése será salvo. Pero quien, al escudriñar su conciencia, se encontrare entre la cizaña, no tema cambiarse. Todavía no hay orden de cortar, aún no llegó la siega; no seas hoy lo que eras ayer, o no seas mañana lo que eres hoy. ¿De qué te sirve lo que dices, sino en cuanto cambies? Dios promete indulgencia si cambias tú, pero no te promete el día de mañana. Tal como seas al salir del cuerpo, tal llegarás a la siega. Muere alguien, no sé quién y era cizaña; ¿acaso podrá allá hacerse trigo? Es aquí en el campo donde el trigo puede hacerse cizaña y la cizaña trigo; aquí eso es posible; pero allá, es decir, después de esta vida, es tiempo de recoger lo que se hizo, no de hacer lo que no se hizo. Y quien fuere como cizaña y quisiere separarse del campo del Señor Cristo, ya no será trigo, pues si lo fuese seguiría siéndolo. ¿Por qué teme el trigo a la cizaña? Dejad que ambos crezcan hasta la siega, dice el padre de familia. Crezcan juntos, los segadores no yerran y saben cómo hacer los haces y arrojarlos al fuego. Con el trigo no pueden hacerse haces y ser enviados al fuego. Los haces significan separación. Arrio tiene su haz allí, Eunomio tiene su haz allí, Fotino tiene allí su haz, Donato tiene allí su haz 166. Maniqueo tiene allí su haz, Prisciliano tiene allí su haz'. Todos estos haces serán arrojados al fuego; esté tranquilo el trigo, se gozará puro en el granero.
3. ¿Y dónde no ha sembrado cizaña aquel enemigo? ¿Qué clase, qué lugar de mieses halló, y no esparció cizaña? ¿Acaso la sembró entre los laicos y no entre los clérigos, o entre los obispos? ¿O la sembró entre los casados, pero no entre los que profesan castidad? ¿O la sembró entre las casadas y no entre las monjas? 167¿0 la sembró entre las casas de los laicos y no en las congregaciones de monjes? Por doquier la esparció, por doquier la sembró. ¿Qué respetó sin mezcla? Pero demos gracias a Dios, ya que quien se dignará separar, no sabe errar. No se oculta a vuestra caridad que la cizaña se encuentra también en la mies más excelsa y honorable. Y entre los profesos se halla cizaña 168.Y decís: En tal lugar se vio que había malos; en tal congregación se vio que había malos; en todas partes se vio que había malos, pero no siempre reinarán los malos con los buenos. ¿Por qué te asombras de haber descubierto malos en un lugar santo? ¿No sabes que el primer pecado de desobediencia ocurrió en el paraíso y por ella cayó el ángel? ¿Acaso manchó el cielo? Cayó Adán; ¿acaso infeccionó el paraíso? Cayó uno de los hijos de Noé; ¿acaso contaminó la casa del justo? Cayó judas; ¿acaso contaminó al coro de los Apóstoles? A veces, según la estimación humana, se cree que es trigo lo que es cizaña; o se cree cizaña lo que en realidad es trigo. Por estas apariencias dice el Apóstol: No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, e iluminará los escondrijos de las tinieblas, y manifestará los pensamientos del corazón, y entonces cada uno recibirá de Dios su alabanza. Pasa la alabanza humana; a veces un hombre alaba al malo sin saberlo; a veces el hombre acusa al santo sin saberlo. ¡Dios perdone a los que no saben y socorra a los que sufren por esta ignorancia!
SERMON 74
El escriba que hace fructificar su tesoro (Mt 13, 52).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.
1. La lectura evangélica nos propone investigar y explicar a vuestra caridad, en cuanto nos ilumine el Señor, quién es el escriba erudito en el reino de Dios, semejante a un padre de familia, que saca de su tesoro cosas nuevas y añejas. Así terminaba la lectura misma: con las cosas nuevas y añejas del escriba erudito. Sabido es a quiénes llamaban escribas los antiguos, según la costumbre de nuestras Escrituras; a saber, a los que profesaban la ciencia de la Ley. Esos eran llamados escribas en aquel pueblo, y no estos que hallamos en las oficinas de los jueces o en la costumbre de las ciudades. Debemos iniciarnos provechosamente en la escuela y saber con qué significado tomamos las palabras de la Escritura. Quizá al oír en la Escritura algo que en el uso secular tiene otro significado, yerra el que escucha, y pensando según su costumbre, no entiende lo que oyó 169. Escribas eran, pues, los que profesaban la ciencia de la Ley; a ellos tocaba guardar, estudiar, escribir o entender los libros de la Ley.
2. Nuestro Señor Jesucristo los reprendió, porque guardan las llaves del reino de los cielos y no entran ni permiten entrar a los demás; así reprendió a los fariseos y escribas, doctores de la Ley de los judíos. De ellos dijo en otro lugar: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen, pues dicen y no hacen. ¿Por qué se os dice Dicen y no hacen, sino porque hay algunos en los que aparece lo que dice el Apóstol: Tú que predicas que no hay que robar, robas; tú que dices que no hay que cometer adulterio, lo cometes; tú que aborreces los ídolos, cometes sacrilegio; te glorías en la Ley y deshonras a Dios por la prevaricación de la Ley. Pues por culpa vuestra es blasfemado el nombre de Dios entre los gentiles? Sin duda es claro que a ellos se refiere el Señor al afirmar Dicen y no hacen. Son escribas, pero no eruditos en el reino de Dios.
3. Quizá diga alguno de vosotros: ¿Cómo puede un mal hombre decir cosas buenas, pues dice el mismo Señor, según está escrito: El buen hombre del tesoro de su corazón saca cosas buenas, y el malo saca del tesoro de su corazón cosas malas? Hipócritas, ¿cómo podéis hablar bien, siendo malos? Por eso dice: ¿Cómo podéis hablar bien, siendo malos? Por eso dice: Haced lo que dicen, no hagáis lo que hacen, pues dicen y no hacen. Si dicen y no hacen, son malos. Y si son malos, no pueden hablar bien; ¿cómo haremos lo que les oímos decir, pues no podremos oírles decir cosas buenas? Vea vuestra santidad cómo se resuelve ese problema. Lo que el hombre malo saca de sí mismo, es malo; lo que el hombre malo saca de su corazón, es malo, pues el tesoro es malo. Lo que el hombre bueno saca de su corazón es bueno, pues el tesoro es bueno. ¿Pues de dónde sacaban aquellos malos las cosas buenas? Porque se sentaban en la cátedra de Moisés. Si no hubiese dicho antes que se sientan en la cátedra de Moisés, nunca hubiese ordenado escuchar a los malos. Una cosa es la que sacaban del arca mala de su corazón, y otra la que sacaban de la cátedra de Moisés, como pregoneros del juez. Lo que dice el pregonero, no se atribuye al pregonero si lo dice ante el juez. Una cosa es la que el pregonero dice en su casa, y otra cuando repite lo que le dice el juez. Lo quiera o no, el pregonero tiene que anunciar el castigo, aunque se trate de su amigo. Lo quiera o no, tiene que anunciar la sentencia de absolución, aunque sea de su enemigo. Cuando saca la voz de su corazón, absuelve al amigo y castiga al enemigo. Cuando la recoge de la silla del juez, castiga al amigo y absuelve al enemigo. Dame la voz de los escribas extraída del corazón de ellos; oirás comamos y bebamos, que mañana moriremos. Dame la de la cátedra de Moisés, oirás no matarás', no adulterarás, no robarás, no levantarás falso testimonio; honra al padre y a la madre; o bien amarás a tu prójimo como a ti mismo. Tú haz lo que se toma de la cátedra por boca de los escribas, y no lo que sale del corazón de los mismos. Así complementarás ambas sentencias del Señor y no serás obediente en una y reo en otra; ya entiendes que ambas concuerdan, y ves que es verdad, que el buen hombre de la buena arca de su corazón saca cosas buenas, y el malo saca del arca mala malas cosas, pero también, que aquellos escribas no hablan cosas buenas del tesoro de su corazón, pero pueden hablarlas del tesoro de la cátedra de Moisés.
4. Así no te turbarán aquellas palabras del Señor, que dice: Todo árbol es conocido por el fruto. ¿Acaso se recogen uvas de la zarza o higos del abrojo? Los escribas y fariseos de los judíos eran, pues, zarzas y abrojos, y, sin embargo, Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen. Se recogen entonces uvas de la zarza e higos del abrojo, como podrías entender según lo que antes discutimos 170.A veces en un seto de zarzas se entrelazan los sarmientos de la parra y de la zarza penden los racimos. Al oír que se habla de zarzas, quizá desprecias la uva. Busca la raíz de la zarza y mira lo que encuentras. Sigue la raíz del racimo que cuelga y mira dónde lo encuentras. Y entiende que lo uno pertenece al corazón del fariseo y lo otro a la cátedra de Moisés.
5. ¿Por qué son así ellos? Porque ha caído un velo sobre su corazón. Y no ven que lo antiguo pasó y que todo ha sido hecho nuevo. Por eso eran así como son todavía hoy. ¿Por qué decimos antiguo? Porque se predica hace ya mucho tiempo. ¿Y por qué nuevo? Porque pertenece al reino de Dios. El mismo Apóstol dice cómo se levanta el velo: Cuando pases al Señor, se arrancará el velo. Por ende, el judío que no pasa al Señor, no alarga la mirada de la mente hasta el fin. Así en aquel tiempo y en esta figura, los hijos de Israel no tendían la mirada de sus ojos hasta el fin, esto es, al rostro de Moisés. Porque el rostro de Moisés, iluminado, era figura de la Verdad. Y hubo de ponerse un velo, ya que los hijos de Israel no podían todavía resistir el resplandor de su rostro. Esa figura terminó. Así lo dice el Apóstol: Eso terminó. ¿Por qué terminó? Porque al llegar el emperador, se retiran del medio las imágenes. Sólo se contempla la imagen allí donde el emperador no está presente. Pero cuando está él, a quien representa la imagen, se retira la imagen. Se adelantaban, pues, las imágenes, antes de que llegara el emperador, nuestro Señor Jesucristo. Retiradas las imágenes, brilla la presencia del emperador. Cuando alguien pasa al Señor, se le retira el velo. Sonaba la voz de Moisés al través del velo, pero no aparecía su rostro. Así, ahora la voz de Cristo les suena a los judíos en la voz de las Escrituras antiguas: oyen su voz, pero no ven el rostro del que habla. ¿Quieren que se retire el velo? Pasen al Señor. Y entonces las cosas antiguas no serán arrinconadas, sino que se guardarán en el arca, y así se logra un escriba erudito en el reino de Dios capaz de sacar de su arca cosas viejas y nuevas. Si las dice y no las hace, las saca de la cátedra, no del arca de su corazón. Y decimos la verdad a vuestra santidad: las cosas que sacamos del Antiguo Testamento se ilustran por el Nuevo.. Y para eso se pasa al Señor, para retirar el velo.
SERMON 75
Pedro camina sobre las aguas (Mt 14, 24-33).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Antes del año 400.
1. La lectura evangélica que acabamos de oír amonesta a la humildad de todos nosotros a ver y reconocer dónde vivimos y a dónde tenemos que tender y apresurarnos. Porque algo quiere decir aquella barca, que lleva a los discípulos, y zozobra ante el viento contrario. No sin motivo el Señor, despedida la muchedumbre, subió al monte para orar en soledad; luego, volviendo al lado de sus discípulos, los halló en peligro, caminó sobre el mar, los reanimó subiendo a la barca y apaciguó las olas. ¿Qué tiene de maravilloso el que pueda aplacarlo todo el que lo creó todo? 171 Con todo, luego que subió a la barca, los que iban en ella vinieron diciendo: De veras, tú eres el hijo de Dios. Antes de esa evidencia se habían turbado, al verlo sobre el mar. Dijeron: Es un fantasma. Al subir él a la barca, quitó la fluctuación mental de sus corazones, pues peligraban en la mente por las dudas más que en el cuerpo por las olas.
2. Mas en todas las cosas que hizo el Señor nos enseña cómo hemos de vivir acá 172. Porque en este siglo no hay nadie que no sea peregrino, aunque no todos deseen regresar a la patria. Y el mismo camino nos proporciona oleajes y tempestades; pero es menester que vayamos en la barca. Porque si en la barca hay peligro, fuera de ella hay desastre seguro 173.Por mucha fuerza que tenga en sus brazadas el que nada en el piélago, al fin será engullido y sumergido por la inmensidad del mar. Es, pues, necesario que vayamos en la barca, esto es, que nos acojamos a un madero, para poder atravesar este mar. Y este madero, que sustenta nuestra debilidad, es la cruz del Señor, con la que nos signamos y nos defendemos de los embates de este mundo. Afrontamos el oleaje; pero quien nos sostiene es el mismo Dios.
3. Sube el Señor a orar a solas en el monte, dejando a las turbas. Ese monte significa la altura de los cielos. Dejando las turbas, subió solo el Señor después de su resurrección al cielo, y allí interpela por nosotros, como dice el Apóstol. Eso es lo que significa el dejar a las turbas y subir al monte para orar a solas. Porque todavía está solo el primogénito entre los muertos, después de su resurrección, a la derecha del Padre, pontífice y abogado de nuestras preces. La Cabeza de la Iglesia está ya arriba, para que los demás miembros le sigan al fin. Y si interpela por nosotros, como en la cúspide del monte, sobre la excelsitud de todas las criaturas, es que está solo.
4. Entre tanto, la barca que llevaba a los discípulos, esto es, la Iglesia, fluctúa y es sacudida por tempestades de tentaciones. Y no cesa el viento contrario, el diablo que la combate y trata de impedir que llegue al descanso. Pero es aún mayor el que interpela por nosotros. Porque en esa fluctuación en que nos debatimos nos da confianza, viniendo a nosotros y confortándonos; basta que en nuestra turbación no saltemos de la nave y nos arrojemos al mar. Porque aunque la barca fluctúe, es una barca: sola ella lleva a los discípulos y recibe a Cristo. Ella peligra en el mar; pero sin ella, la perdición es inmediata. Mantente, pues, en la barquilla y ruega a Dios. Cuando fallan todas las decisiones, cuando no basta el gobernalle y la misma extensión del velamen causa mayor peligro que utilidad, dejando a un lado todos los auxilios y fuerzas humanos, sólo queda a los nautas la intención de orar y elevar la voz a Dios. Quien ayuda a los navegantes para que lleguen al puerto, ¿abandonará a su Iglesia y no la llevará más bien al descanso?
5. Sin embargo, hermanos, la perturbación no es muy grande en la barca sino cuando se ausenta el Señor. Estando él en la Iglesia, ¿cómo puede estar ausente? ¿Cuándo siente la ausencia del Señor? Cuando es vencida por alguna cupididad. Así vemos que en cierto lugar se dice en figura: El sol no se ponga sobre vuestra iracundia; ni deis lugar al diablo. No ha de entenderse de este sol, que tiene la supremacía entre los cuerpos celestes, y que podemos ver en común tanto nosotros como las bestias; se entiende de aquella luz que no ven sino los corazones puros de los fieles, como está escrito: Era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Esta luz del sol visible ilumina también a los animales más pequeños y efímeros. Luz verdadera es, por consiguiente, la justicia y la sabiduría; la mente deja de verla cuando queda cubierta como con un velo por la turbación de la cólera. Y entonces es como si se pusiera el sol sobre la iracundia del hombre. Así en esta nave, cuando Cristo está ausente, cada cual es sacudido por sus tempestades, iniquidades y codicias. La Ley, por ejemplo: te dice: No levantarás falso testimonio. Sí comprendes la veracidad del testimonio, tienes luz en la mente; pero si, vencido por la codicia del torpe lucro, tienes intención de alegar un testimonio falso, ya comienza a turbarte la tempestad en ausencia de Cristo. Fluctuarás en el oleaje de tu avaricia, peligrarás en la tempestad de tus concupiscencias y quedarás casi sumergido en ausencia de Cristo.
6. ¡Cuánto hay que temer que la nave se desvíe y mire atrás! Eso acontece cuando, abandonada la esperanza de los premios celestes, alguien se vuelve hacia las cosas que se ven y deslizan, bajo el impulso de la cupididad. Quien es perturbado con las tentaciones de sus liviandades y, sin embargo, mira a las cosas de dentro, no se halla tan desamparado que, solicitando perdón para sus delitos y tratando de vencer, no pueda superar el furor del mar encrespado. En cambio, quien se distrae de sí mismo, hasta decir en su corazón: "Dios no me ve; no va a pensar en mí y a mirar si peco", ése vuelve la proa, se deja llevar por la tormenta y es arrojado allí de donde venía. Porque son muchos los pensamientos del corazón humano, y la barquilla fluctúa con el oleaje de este siglo y las muchas tempestades, en ausencia de Cristo.
7. La cuarta vigilia de la noche es el fin de la noche, ya que cada vigilia consta de tres horas. Significa, pues, que ya al fin del siglo ayuda el Señor y parece caminar sobre las aguas. Aunque la barca vacile por la marejada de las tentaciones, ve, sin embargo, a Dios glorificado, caminando sobre toda la hinchazón del mar, esto es, sobre todos los principados de este siglo. Antes de su pasión, cuando, con referencia a la misma, da ejemplo de humildad según la carne, se enarcaron contra él las olas del mar y a ellas cedió de grado por nosotros, para que se cumpliese la profecía, se dijo: Llegué a la profundidad del mar, y la tempestad me sumergió. No repudió los testigos falsos ni el clamor tumultuoso de los que gritaban: Sea crucificado. No reprimió con su poder, sino que toleró con su paciencia los corazones rabiosos y las bocas de los furiosos. Le hicieron cuanto quisieron, pues se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Mas cuando resucitó de entre los muertos tenía que orar a solas por los discípulos recogidos en la iglesia como en una barquilla, sostenidos por la fe en su cruz como en un madero, sacudidos por las tentaciones de este siglo como por el oleaje del mar. Y entonces comenzó a ser honrado su nombre también en este siglo, en el que fue despreciado, acusado y asesinado. Y así, quien había venido a la profundidad del mar, según la pasión de la carne, y había sido sumergido por la tempestad, pisoteó con el honor de su nombre la cerviz de los soberbios, espuma de las olas. Y así ahora vemos como que camina sobre el mar el Señor, bajo cuyos pies vemos humillada toda la rabia de este siglo.
8. Mas a los peligros de las tempestades se añaden los errores de los herejes. Y no faltan los que tientan la voluntad de los que van en la nave, diciendo que Cristo no nació de la Virgen, ni tuvo un cuerpo real, sino que aparecía ante los ojos lo que no era realidad 174. Tales opiniones heréticas aparecen ahora cuando el nombre de Cristo es honrado en todas las naciones, como si Cristo ya caminase sobre el mar. Ante la tentación dijeron los discípulos: Es un fantasma. Pero él nos estimula con su voz contra estas pestes diciendo: Confiad, soy yo, no temáis. Por un vano temor concibieron los hombres estas cosas acerca de Cristo buscando su honor y majestad; no piensan que pudo nacer de este modo quien mereció ser honrado de este modo, como espantados de que caminara sobre el mar. Por eso, por la excelencia de su honor lo convierten en figura, y así estiman que es un fantasma. Mas, cuando él dice Soy yo, ¿qué otra cosa dice sino que no es lo que no es? Si nos muestra carne, es carne; si huesos, son huesos; si cicatrices, son cicatrices. Porque no hay en él Sí y No, sino que, como dice el Apóstol, en él sólo hay Sí. Y de ahí su voz: Confiad, soy yo, no temáis; esto es, no os espante tanto mi dignidad que queráis quitarme mi verdad; aunque camino sobre el mar, aunque tengo bajo los pies el orgullo y ostentación seculares, como oleaje rabioso, aparecí como hombre verdadero, mí Evangelio dice de mí la verdad, al afirmar que nací de una virgen y que el Verbo se hizo carne. Verdad es lo que dije: Palpad y ved, que el espíritu no tiene huesos, como véis que yo tengo; y que las manos del que dudó tocaron las verdaderas cicatrices de mis llagas. Por ende, Soy yo, no temáis.
9. Pero este punto no designa tan sólo a los discípulos que pensaron que era un fantasma; no sólo designa a los que niegan que el Señor tuvo carne verdadera y perturban a veces a los que van en la barca con su ciega maldad; designa también a aquellos que piensan que el Señor mintió de algún modo, y no creen que se realice lo que amenazó a los impíos. Como sí en parte fuera veraz y en parte mentiroso, como un fantasma que aparece en las palabras, como un Sí y un No. Mas los que entienden la voz del que dice: Soy Yo, no temáis, creen todas las palabras del Señor, y como esperan los premios que promete, temen las penas que conmina. Como es verdad lo que dirá a los que están a la derecha: Venid, benditos de mi Padre, a recibir el reino que tenéis preparado desde el principio del mundo, así es también verdad lo que oirán los que están a la izquierda: Id al fuego eterno, que está preparado para el diablo y sus ángeles. Esa opinión por la que la gente piensa que Cristo no intimó cosas reales a los inicuos y perdidos se ha originado porque se ve que muchos pueblos e innumerables muchedumbres se han sometido a su nombre; por eso les parece a muchos que Cristo es un fantasma que caminaba sobre el mar; dicho de otro modo, les parece que mintió al intimar las penas, pues no puede perder pueblos tan innumerables, que se han sometido a su nombre y honor. Pero escuchen al que dice: Soy yo. Y los que creen que Cristo es veraz en todo, no teman; no sólo desean lo que prometió, sino que evitan lo que amenazó; porque, aunque camina sobre el mar, es decir, aunque le están sometidos todos los hombres en este siglo, no es un fantasma, y por eso no miente cuando dice: No todo el que me dice Señor, Señor, entrará al reino de los cielos.
10. ¿Y qué significa también el que Pedro osara llegar hasta él sobre las aguas? Con frecuencia representa Pedro el papel de la Iglesia 175.Al decir: Señor, si eres Tú, mándame venir a Ti sobre las aguas, ¿qué otra cosa dice sino: "Señor, si eres veraz y no mientes en nada, sea honrada también tu Iglesia en este siglo, pues eso predicó de ti la profecía"? Camine, pues, sobre las aguas y así venga hasta ti aquella de quien se dijo: Desearán ver tu rostro los magnates del pueblo. Pero la alabanza humana no tienta al Señor, y, en cambio, los hombres en la Iglesia son con frecuencia perturbados por las alabanzas y honores de los hombres, y casi naufragan; por eso, Pedro tembló en el mar, aterrado por la fuerte violencia de la tempestad. ¿Pues quién no temerá aquella voz: Los que os llaman felices os inducen a error y dificultan las sendas de vuestros pies? Y pues el espíritu lucha contra la concupiscencia de la alabanza humana, bueno es que en tal peligro recurra a la oración y a la súplica; no sea que quien se ablanda con la alabanza se vea sorprendido y anegado por la vituperación. En el oleaje grite el vacilante Pedro y diga: Señor, sálvame. El Señor extiende la mano y parece increparle, diciendo: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? ¿Por qué no caminaste derechamente, mirando a Aquel a quien tendías, y gloriándote sólo en el Señor? Sin embargo, le saca del oleaje y no le deja perecer, pues confiesa su debilidad y solicita el auxilio divino. Una vez que el Señor es recibido en la barca, confirmada la fe, eliminada toda vacilación, calmada la tempestad del mar, para llegar a la estabilidad y seguridad de la tierra, todos le adoran diciendo: En verdad, tú eres Hijo de Dios. Y ése es el gozo eterno, con el que es conocida y amada la verdad desnuda, el Verbo de Dios, la Sabiduría por la que fueron creadas todas las cosas y la eminencia de su misericordia.
SERMON 76
Pedro camina sobre las aguas (Mt 14, 24-33).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Entre el año 41.0 y el 412.
1. Acaban de recitarnos el Evangelio del Señor Cristo, que camina sobre las aguas del mar, y del apóstol Pedro, que también caminaba, pero temió y vaciló, y por miedo a verse sumergido, confesó y volvió a salir; ese Evangelio nos advierte que el mar es el presente siglo y Pedro apóstol es tipo de la única Iglesia 176. Este Pedro, primero en el coro de los Apóstoles, siempre pronto en el amor de Cristo, con frecuencia responde él solo en nombre de todos. En fin, cuando el Señor Jesucristo preguntó quién decía la gente que él era, y los discípulos recogieron varias opiniones de los hombres, el Señor volvió a preguntar diciendo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pedro contestó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Uno dio la respuesta por muchos, la unidad en la muchedumbre. Entonces le dijo el Señor: Bienaventurado eres, Simón Bar-lona, porque no te lo reveló la carne y la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Luego añadió: Y yo te digo, como si dijera: ya que tú me has dicho: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, también yo te digo: Tú eres Pedro. Porque antes se llamaba Simón; ese nombre, por el que le llamamos Pedro, le fue impuesto por el Señor, y eso para que en figura significase la Iglesia. Si Cristo es la piedra 177, Pedro es el pueblo cristiano. Piedra es el nombre principal; por eso Pedro viene de piedra, no piedra de Pedro, como Cristo no viene de cristiano, sino que el cristiano es llamado así por razón de Cristo. Por eso dijo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra, que tú has confesado, sobre esta piedra, que has conocido, al decir: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, edificaré mi Iglesia, esto es, sobre mí, el mismo Hijo de Dios vivo, edificaré mi Iglesia. Sobre mí te edificaré a ti, no me edificaré a mí sobre ti.
2. No queriendo los hombres edificar sobre hombres, decían: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Ce fas, esto es, Pedro. Y otros, que no querían ser edificados sobre Pedro, sino sobre la piedra, decían: Yo soy de Cristo. Cuando el apóstol Pablo vio que él era elegido y Cristo postergado, dijo: ¿Acaso se ha dividido Cristo? ¿Acaso ha sido Pablo crucificado por vosotros? ¿O habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? Si no lo fuisteis en el nombre de Pablo, tampoco en el de Pedro, sino en el de Cristo; para que Pedro fuese edificado sobre la piedra, no la piedra sobre Pedro.
3. Pedro fue llamado así por la piedra, representando el papel de la Iglesia, manteniendo el primado del apostolado 178. Pero a continuación, después de oír que era bienaventurado, que era Pedro, que iba a ser edificado sobre la piedra, al mencionarle la futura pasión del Señor, pues ya la presentaba como inminente a sus discípulos, le desagradó. Temió perder al que iba a morir, al que había confesado como fuente de la vida. Turbado, dijo: Lejos de ti, Señor; no ocurrirá eso. Ten piedad de ti, Dios, no quiero que mueras. Pedro decía a Cristo: "No quiero que mueras", pero mejor decía Cristo a Pedro: "Quiero morir por ti". Luego el Señor reprendió al que antes alabó, y al que había llamado bienaventurado, le llama Satanás, diciendo: Echate atrás, Satanás, pues me sirves de escándalo, puesto que no gustas las cosas que son de Dios, sino las que son de los hombres. ¿Qué quiere que hagamos con lo que somos, ya que nos culpa por ser hombres? ¿Queréis saber qué quiere que hagamos? Escuchad el salmo: Yo dije "dioses sois", todos hijos del Excelso. Pero si gustáis las cosas humanas, como hombres moriréis. El mismo Pedro fue primero bienaventurado y luego Satanás, en un momento, con el intervalo de unas pocas palabras. Si te asombra la diferencia de apelativos, atiende a la diferencia de las causas. ¿Por qué te admiras de que antes fuera bienaventurado y después Satanás? Mira la causa por que era bienaventurado: Porque no te lo reveló la carne y la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Site lo hubieran revelado la carne y la sangre, hubieras expresado lo tuyo; y como no te lo reveló la carne y la sangre, sino mi Padre que está en los cielos, diste de lo mío, no de lo tuyo. ¿Por qué de lo mío? Porque todo lo que tiene el Padre es mío. Ya has oído la causa por qué era bienaventurado y por qué era Pedro. ¿Y por qué era lo que nos aterra y no queremos repetir? ¿Por qué, sino porque daba de lo suyo? No gustas las cosas que son de Dios, sino las de los hombres.
4. Al considerar esto nosotros, miembros de la Iglesia, discernamos lo que es de Dios y lo que es nuestro. Así ya no titubearemos, nos fundamentaremos en la piedra, nos mantendremos firmes y estables frente a los vientos, lluvias, ríos; es decir, a las tentaciones del presente siglo. Pero mirad a aquel Pedro que entonces nos representaba; ya confía, ya vacila; ya confiesa al inmortal, ya teme que muera. La Iglesia de Cristo tiene hombres fuertes y débiles; no puede mantenerse sin los fuertes y sin los débiles, y por eso dice el Apóstol: Nosotros los fuertes debemos llevar la carga de los débiles. En el decir: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, significa a los fuertes; pero en el temblar y titubear, no querer que Cristo padezca, temiendo la muerte, no reconociendo a la vida, significa a los débiles en la iglesia, En un solo apóstol, en Pedro, primero y principal en el orden de los Apóstoles y que representaba a la Iglesia, había que significar los dos grupos, esto es, los fuertes y los débiles; porque sin ambos no hay Iglesia.
5. Y de ahí viene lo que se acaba de leer: Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas. Si eres tú, mándame: porque no puede hacerlo por mí, sino por ti 179. Reconoció lo que era de por sí y lo que era por Aquel por cuya voluntad creía poder lo que no podría ninguna debilidad humana. Por eso, si eres tú, mándame, pues nada más mandarlo, se hará; lo que no puedo yo presumiendo, lo puedes tu mandando. Y el Señor dijo: Ven. Y bajo la palabra del que mandaba, bajo la presencia del que sostenía, bajo la presencia del que disponía, Pedro sin vacilar y sin demora saltó al agua y comenzó a caminar. Pudo lo mismo que el Señor, no por sí, sino por el Señor. Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas, mas ahora sois luz; pero en el Señor. Lo que nadie puede hacer en Pablo, o en Pedro, o en cualquiera otro de los Apóstoles, puede hacerlo en el Señor. Por eso Pablo, rebajándose útilmente, exalta al Señor diciendo muy bien: ¿Acaso Pablo ha sido crucificado por vosotros? ¿O fuisteis bautizados en el nombre de Pablo? No, pues, en mí, sino conmigo; no bajo mí poder, sino bajo el suyo.
6. Pedro caminó, pues, sobre las aguas por mandato del Señor, sabiendo que por sí mismo no podría hacerlo. Por la fe pudo lo que la debilidad humana no podría. Estos son los fuertes en la Iglesia. Atended, escuchad, entended, obrad. Porque no hay que tratar aquí con los fuertes para que sean débiles, sino con los débiles para que sean fuertes. A muchos les impide ser firmes su presunción de firmeza. Nadie logra de Dios la firmeza, sino quien en sí mismo reconoce su flaqueza. El Señor derrama lluvia voluntaria en su heredad. ¿Por qué os adelantáis, los que sabéis lo que voy a decir? Templad la velocidad para que nos sigan los más lentos. Esto dije y esto digo: oíd, comprended, obrad. Nadie logra de Dios la firmeza si no reconoce en sí mismo su flaqueza. Como dice el salmo, es lluvia voluntaria; no fruto de nuestros méritos, sino voluntaria. Dios otorga lluvia voluntaria a su heredad; se había debilitado, pero tú la perfeccionaste. Derramaste lluvia voluntaria, no atendiendo a los méritos humanos, sino a tu gracia y misericordia 180.Se había menoscabado la misma heredad, y reconoció el menoscabo en sí misma, para ser engrandecida en ti. No habría sido fortalecida si no hubiera flaqueado, para ser perfeccionada en ti.
7. Contempla a Pablo, una partecita de esa heredad, mírale enflaquecido, diciendo: No soy digno de ser llamado apóstol, pues perseguí a la Iglesia de Dios. ¿Por qué es entonces apóstol? Por la gracia de Dios soy lo que soy. No soy digno, pero, por la gracia de Dios soy lo que soy. Enflaqueció Pablo, pero tú le perfeccionaste. Y pues es lo que es por la gracia de Dios, mira lo que sigue: Y su gracia en mí no fue vana, sino que trabajé más que todos ellos. ¿Comienzas a atribuirte lo que antes atribuías a Dios? Atiende y sigue: Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Bien, ¡oh flaco! Serás en la fortaleza engrandecido ya que eres agradecido. Eres el mismo Pablo, pequeño en ti, grande en el Señor. Tú eres quien rogaste tres veces al Señor que retirase de ti el aguijón de la carne, el ángel de Satanás, que te abofeteaba. Y ¿qué se te dijo? ¿Qué oíste cuando eso pediste? Te basta mi gracia, pues la virtud se perfecciona en la enfermedad. Enflaqueció, pero tú le perfeccionaste.
8. Así también dice Pedro: Mándame ir a ti sobre las aguas. Me atrevo como hombre, pero no acudo a un hombre. Mandé un Dios-hombre, para que pueda lo que no puede el hombre. Y él dijo: ¡Ven! Se bajó y comenzó a caminar sobre las aguas; y pudo Pedro, porque mandaba la piedra. Eso es lo que podía Pedro en el Señor. ¿Y qué podía en sí mismo? Sintiendo un viento fuerte, 'temió y comenzó a hundirse y exclamó: ¡Señor, perezco, líbrame! Presumió del Señor y pudo por el Señor; pero titubeó como hombre y se volvió al Señor: Si decía "se ha movido mi pie". Habla un salmo, es voz de un santo cántico; y si la reconocemos es también voz nuestra; más aún, si queremos es nuestra. Sí decía "se ha movido mi pie". ¿Por qué se ha movido, sino porque es mío? ¿Y qué sigue? Tu misericordia, Señor, me ayudaba. No mi poder, sino tu misericordia. ¿Acaso el Señor abandonó al que titubeaba, si le oyó cuando llamaba? ¿Dónde queda aquello: Quién invocó al Señor, y fue abandonado por él? Y aquello: Todo el que invocare el nombre del Señor será salvo. Concediendo al momento el auxilio de su diestra, alzó al que se hundía y reprendió al que desconfiaba: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? Presumiste de mí y dudaste de mí.
9. Ea, hermanos, hay que acabar el sermón. Contemplad el siglo como un mar; el viento es fuerte, y la tempestad violenta. Para cada uno su cupididad es una tempestad. Amas a Dios: caminas sobre el mar, la hinchazón del siglo cae bajo tus pies. Amas al siglo, te engullirá. Sabe devorar a sus amadores, no soportarlos. Pero cuando tu corazón fluctúa con la cupididad, invoca la divinidad de Cristo. ¿Pensáis que el viento es contrario, cuando surge la adversidad de este siglo? Cuando hay guerras, tumultos, hambre, peste; cuando aun a cada hombre privado le sobreviene una calamidad, entonces se piensa que el viento es adverso y se estima que entonces hay que invocar a Dios. En cambio, cuando el siglo sonríe con la felicidad temporal, se estima que el viento no es contrario. Pero tú no consultes a la tranquilidad temporal. Consulta, pero a tu cupididad. Mira si reina en ti la tranquilidad; mira si no te dobla un viento interior; mira eso. Gran virtud es luchar con la felicidad, para que no domine, para que no corrompa, para que no sumerja. Gran virtud es, repito, luchar con la felicidad. Gran felicidad es no dejarse vencer por la felicidad. Aprende a conculcar el siglo; acuérdate de confiar en Cristo. Y si tu pie se moviere, si vacilas, si no logras superar algo, si comienzas a hundirte, di: ¡Señor, perezco, sálvame! Di: Perezco, para que no perezcas. Porque sólo te libera de la muerte de la carne quien murió por ti en la carne. Vueltos hacia el Señor...
SERMON 77
La fe de la cananea (Mt 15, 21-28).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.
1. Esta mujer cananea, que la lectura evangélica acaba de recomendarnos, nos ofrece un ejemplo de humildad y un camino de piedad. Nos enseña a subir desde la humildad a la altura. Al parecer, no pertenecía al pueblo de Israel, al que pertenecían los patriarcas, los profetas, los padres de nuestro Señor Jesucristo según la carne, y también la misma Virgen María, que dio a luz a Cristo. La cananea no pertenecía a este pueblo, sino a los gentiles. Según hemos oído, el Señor se retiró a la parte de Tiro y Sidón, y la mujer cananea, saliendo de aquellos contornos, solicitaba con calor el beneficio de que curase a su hija, que era maltratada por el demonio. Tiro y Sidón no eran ciudades del pueblo de Israel, sino de los gentiles, aunque vecinas de Israel. Ella gritaba, ansiosa de obtener el beneficio, y llamaba con fuerza; él disimulaba, no para negar la misericordia, sino para estimular el deseo 181, y no sólo para acrecentar el deseo, sino también, como antes dije, para recomendar la humildad. Clamaba, pues, ella al Señor, que no escuchaba, pero que planeaba en silencio lo que iba a ejecutar. Los discípulos rogaron por ella al Señor y le dijeron: Despáchala, pues grita detrás de nosotros. Pero él replicó: No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel.
2. Aquí se plantea el problema de estas palabras. ¿Cómo hemos venido nosotros desde los gentiles al redil de Cristo, si él no ha sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel? ¿Qué significa la manifestación tan profunda de este secreto? El Señor sabía por qué había venido, esto es, para tener una Iglesia en todas las naciones. ¿Por qué dice que no ha sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel? Entendemos que tenía que manifestar en aquel pueblo la presencia de su cuerpo, su nacimiento, la exhibición de sus milagros y la virtud de su resurrección; entendemos que así había sido planeado, propuesto desde el principio, predicho y realizado; entendemos que Cristo Jesús debía venir al pueblo de los judíos para ser visto, asesinado y para recobrar de entre ellos a los que preestableció. Porque el pueblo aquel no fue condenado, sino beldado. Había allí muchedumbre de paja, pero también una oculta dignidad de los granos; había material de hoguera, y también para llenar el granero. ¿De dónde salieron los Apóstoles sino de ahí? ¿De dónde salió Pedro? ¿De dónde salieron los demás?
3. ¿Y de dónde salió Pablo, antes Saulo, es decir, primero soberbio y después humilde? Cuando era Saulo, su nombre venía de Saúl 182.Y Saúl fue un rey soberbio; en su reino perseguía al humilde David. Cuando era Saulo, el que luego fue Pablo, era soberbio, perseguidor de inocentes, devastador de la Iglesia. Recogió cartas de los sacerdotes, como ardiendo de celo por la sinagoga y persiguiendo el nombre cristiano, para arrastrar a todos los cristianos que pudiera hallar a sufrir el suplicio. Y cuando caminaba, cuando ansiaba matar, cuando olfateaba la sangre, fue postrado por la voz celeste de Dios el perseguidor y se alzó como predicador. En él se cumplió lo que está escrito en el profeta: Yo heriré y yo sanaré. Dios hiere lo que en el hombre se levanta contra Dios. No es cruel el médico cuando abre un tumor, cuando corta o quema lo podrido. Produce dolor, interviene, pero para llevar a la salud. Es molesto; pero, si no lo fuese, tampoco sería útil. Así Cristo con una voz postró a Saulo y erigió a Pablo. ¿Cuál fue la razón del cambio de nombre, ya que antes se llamaba Saulo y después Pablo, sino el que reconocía el nombre de Saulo en sí mismo, nombre de soberbia, cuando era perseguidor? Eligió, pues, un nombre humilde, llamándose Pablo, esto es, mínimo. Paulo significa pequeño. Gloriándose ya de este nombre y recomendando la humildad, dijo: Soy el mínimo de los Apóstoles. ¿Y de dónde era, de dónde era éste, sino del pueblo de los judíos? De él eran los otros apóstoles, de él era Pablo, de él eran los que el mismo Pablo recomienda, porque habían visto al Señor después de la resurrección. Dice que le habían visto casi quinientos hermanos juntos, de los cuales muchos viven aún y algunos han muerto.
4. Eran también de aquel pueblo aquellos que, al hablar Pedro, exaltando la pasión, resurrección y divinidad de Cristo, al recibir el Espíritu Santo, cuando todos aquellos sobre los que descendió el Espíritu Santo hablaron los idiomas de todas las naciones, quedaron apesadumbrados de espíritu: eran oyentes del pueblo de los judíos y pedían consejo para su salvación, entendiendo que eran reos de la sangre de Cristo; ellos le habían crucificado y matado, pero veían que en el nombre del muerto se hacían tantos milagros y veían la presencia del Espíritu Santo.
Pidiendo consejo recibieron la respuesta: Haced penitencia, y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y os serán perdonados vuestros pecados. ¿Quién perderá la esperanza de que se le perdonen los pecados, cuando se perdonó el crimen de matar a Cristo? Eran del mismo pueblo de los judíos y se convirtieron; se convirtieron y fueron bautizados. Se acercaron a la mesa del Señor y bebieron con fe la sangre que habían derramado con furor. Y cómo se convirtieron, cuán total y perfectamente, lo indican los Hechos de los Apóstoles. Porque vendieron todo lo que poseían y depositaron el precio de la venta a los pies de los Apóstoles; y se distribuía a cada uno según lo que necesitaba; y nadie llamaba propio a nada, sino que todas las cosas les eran comunes. Como está escrito: Tenían una sola alma y un solo corazón dirigido a Dios. Estas son las ovejas de las que dijo: No he venido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. A ellas manifestó su presencia, y al ser crucificado, oró por ellas, que se ensañaban, diciendo: Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen. El médico veía a los frenéticos que mataban al médico, perdida la razón, y al matar al médico sin saberlo, se propinaban una medicina. Pues con ese Señor muerto nos hemos curado todos, redimidos con su sangre, liberados del hambre con el pan de su cuerpo. Esa presencia manifestó Cristo a los judíos. Y por eso dijo: No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. Quería, pues, manifestarles la presencia de su cuerpo, pero no desdeñar o marginar a las ovejas que tenía entre los gentiles.
5. El no fue a los gentiles por sí mismo, pero envió a sus discípulos. Y entonces se cumplió lo que dijo el profeta: Un pueblo, al que no conocía, me sirvió. ¡Vez cuán alta, evidente y clara profecía! Un pueblo, al que no conocía, me sirvió, esto es, un pueblo al que no manifesté mi presencia, me sirvió. ¿Cómo? Continúa: Con el oído de la oreja me escuchó, esto es, creyeron, no por la vista, sino por el oído. Por eso es mayor la alabanza de los gentiles. Los judíos vieron y asesinaron; los gentiles oyeron y creyeron. Y ese Pablo apóstol fue enviado a llamar y reunir a los gentiles, para que se cumpliera lo que acabamos de cantar: Congréganos de entre los gentiles, para que confesemos tu nombre y nos gloriemos en tu alabanza. El mínimo fue engrandecido, no por sí mismo, sino por aquel a quien perseguía y fue enviado ese apóstol mínimo, trabajó mucho entre los gentiles y por él creyeron. Sirven de testimonio sus epístolas.
6. Esto lo expresa una figura sagrada que tienes en el Evangelio. Cierta hija de un archisinagogo había muerto y su padre rogaba al Señor que fuera a visitarla, pues la había dejado enferma y en peligro de muerte. Iba el Señor a visitar y curar a la enferma; pero en el camino se le anunció al padre que había muerto y se le dijo: La niña ha muerto, no molestes ya al maestro. Mas el Señor, que sabía que podía resucitar a los muertos, no quitó la esperanza al padre desesperado y le dijo: No temas, basta que creas. Iba hacia la niña; pero en el camino, entre las turbas, como pudo se deslizó una mujer que padecía flujo de sangre y en su ya larga enfermedad había gastado en médicos y en vano todo lo que tenía. Al tocar la orla de su vestido, se curó. Y el Señor dijo: ¿Quién me tocó? Se admiraron los discípulos, ignorando lo sucedido; le veían oprimido por las turbas y que se preocupaba por una que le había tocado ligeramente; le respondieron: La turba te oprime y dices: "¿Quién me tocó?" Pero él replicó: Alguien me tocó. Los demás oprimen, ésta tocó.Son muchos los que oprimen molestamente el Cuerpo de Cristo, pocos los que lo tocan saludablemente. Alguien me ha tocado, pues sentí que salía de mí una energía. Cuando ella se vio descubierta, se arrojó a sus pies y confesó lo sucedido. Después de esto, el Señor siguió, llegó adonde iba y resucitó a la niña, hija del archisinagogo, que estaba muerta.
7. Tal es el suceso, realizado según se cuenta 183. Con todo, las mismas cosas que el Señor hizo tenían alguna significación; eran como palabras visibles, si podemos hablar así, y significaban algo. Eso se muestra principalmente cuando busca fruto en el árbol fuera de tiempo y, al no encontrarlo, lo maldice y lo esteriliza. Si este suceso no se interpreta como simbólico, parecerá necio; primero, porque se busca fruto en el árbol cuando no es tiempo de que los árboles den fruto; y luego, aunque hubiese sido tiempo de él, ¿qué culpa tenía el árbol de no tener fruto? Pero se daba a entender que se buscan no sólo hojas, sino fruto, esto es, no sólo palabras, sino hechos, de los hombres. Al esterilizar al árbol en que sólo halló hojas, da a entender la pena de los que pueden hablar cosas buenas, pero no quieren realizarlas. Así también aquí; pues también hay misterio. El que todo lo sabe de antemano, dice: ¿Quién me tocó? El Creador se hace semejante al ignorante y pregunta el que no sólo sabía esto, sino también todo lo demás de antemano. Algo es, sin duda, lo que Cristo nos dice mediante un símbolo significativo.
8. La hija del archisinagogo significaba al pueblo de los judíos, por el que había venido Cristo, quien dijo: No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. Y la mujer que padecía flujo de sangre representaba a la Iglesia de los gentiles, a la que Cristo no había sido enviado en cuanto a su presencia corporal. Iba a visitar a la primera, buscando su salud; pero la segunda se interpuso, tocó la orla como si él no se diese cuenta, esto es, queda curada como por un ausente. Mas él dice: ¿Quién me tocó?, como si dijera: No conozco a ese pueblo. Un pueblo, al que no conocía, me sirvió. Alguien me tocó, pues he sentido que de mí salía una energía, es decir, que el Evangelio emitido ha llenado todo el mundo. Es tocada la orla, parte pequeña y extrema del vestido. Haz de los apóstoles como un vestido de Cristo. Pablo era la orla, es decir, el último y mínimo, pues lo dijo él: Soy el mínimo de los apóstoles. Fue llamado después de todos, creyó después de todos y curó más que todos. No había sido enviado el Señor sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. Mas ya que el pueblo al que no conocía le iba a servir, y por el oído de la oreja le iba a escuchar, no calló cuando se encontró con él. Por eso dice en otro lugar el mismo Señor: Tengo otras ovejas que no son de este redil; conviene que también traiga a éstas, para que haya un solo rebaño y un solo pastor.
9. A éstas pertenecía la mujer y, por eso, no era desdeñada, sino postergada. No he sido enviado, dijo, sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. Ella gritando insistía, perseveraba, llamaba, como si hubiese oído: "Pide y recibirás, busca y encontrarás, llama y te abrirán". Reiteró, llamó. Cuando el Señor dijo tales palabras: Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y os abrirán, había dicho antes: No deis lo santo a los perros, ni arrojéis vuestras perlas ante los puercos, no sea que las pisoteen con sus pezuñas y revolviéndose os destrocen, es decir, quizá después de despreciar vuestras perlas os causen molestias. No les ofrezcáis, pues, lo que desprecian.
10. Y por si ellos preguntasen: ¿Cómo sabemos quiénes son perros o puercos?, se da la respuesta a la mujer; pues cuando ella insistía, respondió el Señor: No está bien quitar el pan a los hijos y darlo a los perros. Tú eres perro, uno de los gentiles, adoras a los ídolos. ¿Hay para los perros cosa más familiar que lamer las piedras? 184 No está bien quitar el pan a los hijos y darlo a los perros. Si ella se hubiese retirado ante esa respuesta, hubiese venido siendo perro y se hubiese vuelto siendo perro; pero llamando, de perro se convirtió en hombre 185. Reiteró su petición y, con lo que parecía un insulto, demostró su humildad y alcanzó misericordia. No se alteró, ni se enojó porque, al pedir un beneficio y demandar misericordia, la llamaran perro, sino que dijo: Así es, Señor. Me has llamado perro; reconozco que lo soy, acepto mi nombre; habla la Verdad. Pero no por eso he de ser eliminada del beneficio. Aunque soy perro, también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores. Deseo un pequeño beneficio; no invado la mesa, sino que recojo las migas.
11. Ved cómo se recomendó la humildad. El Señor la había llamado perro y ella no replicó "no lo soy", sino que dijo "lo soy". Pero el Señor, como ella se reconoció perro, le dijo: ¡Oh mujer, qué grande es tu fe! Sea como lo pediste. Tú te reconociste perro, y yo ya te reconozco hombre'. ¡Oh mujer, qué grande es tu fe! Pediste, buscaste, llamaste; recibe, encuentra, que te abran. Mirad, hermanos, cómo en esta mujer que era cananea, esto es, que venía de la gentilidad y mantenía el tipo, esto es, la figura de la Iglesia, se recomienda ante todo la humildad. Precisamente el pueblo judío fue rechazado del Evangelio al haberse inflado de soberbia porque había merecido recíbir la Ley, porque de su linaje procedían los patriarcas y profetas, porque Moisés, siervo de Dios, había realizado en Egipto esos grandes milagros que hemos escuchado en el salmo, porque había conducido al pueblo por el mar Rojo, retirándose las aguas, y había recibido la Ley que dio al mismo pueblo. Tenía de qué vanagloriarse el pueblo judío; pero por esa soberbia sucedió que no quiso humillarse ante Cristo, autor de la humildad, cortador del tumor, Dios médico, que por eso se hizo hombre siendo Dios, para que el hombre se reconociese hombre. ¡Qué gran medicina! Si con esta medicina no se cura la soberbia, no sé qué podrá curarla 186.Es Dios y se hace hombre; margina la divinidad, la secuestra en cierto modo, esto es, oculta lo que era suyo y aparece lo que ha recibido. Se hace hombre, siendo Dios, y el hombre no se reconoce hombre, esto es, no se reconoce mortal, frágil; no se reconoce pecador y enfermo, para buscar, ya que está enfermo, al médico. ¡Y lo que es más peligroso, todavía se cree sano!
12. Aquel pueblo no se acercó por eso, esto es, por la soberbia. Se convirtieron en ramos naturales, pero tronchados del olivo, es decir, del pueblo creado por los patriarcas; así se hicieron estériles en virtud de su soberbia; y en el olivo fue injertado el acebuche. El acebuche es el pueblo gentil. Así dice el Apóstol que el acebuche fue injertado en el olivo, mientras que los ramos naturales fueron tronchados. Fueron cortados por la soberbia, e injertado el acebuche por la humildad. Y esa humildad mostraba la cananea, diciendo: "Eso es, Señor, perro soy, migas deseo". Por esa humildad agradó también al Señor el centurión: deseaba que el Señor curara a su hijo y el Señor le dijo: Iré y lo curaré. Pero él respondió: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; pero dilo de palabra y curará mi hijo. No soy digno de que entres bajo mi techo. No le recibía bajo el techo y ya le había recibido en el corazón. Cuanto más humilde era, tanto era más capaz y se hallaba más lleno. Los collados dejan correr el agua, los valles la recogen. Y cuando él dijo: Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, ¿qué advirtió el Señor a los que le seguían? En verdad os digo, no encontré tanta fe en Israel. ¿Qué significa tanta? Tan grande. ¿De dónde procede esa magnitud? De la pequeñez, es decir, lo grande procede de la humildad. No encontré tanta fe. Era semejante al grano de mostaza, cuanto más pequeño, tanto más activo. Así injertaba ya el Señor el acebuche en el olivo. Lo realizaba al decir: En verdad os digo, no encontré tanta fe en Israel.
13. En fin, atiende a lo que sigue. Puesto que no encontré tanta fe en Israel, esto es, tanta humildad con fe, por eso os digo, que muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Dice se sentarán, esto es, descansarán. No debemos imagínar manjares carnales, o desear cosas semejantes en el reino, no sea que sustituyamos a las virtudes por vicios, en lugar de suprimirlos. Una cosa es desear el reino de los cielos por la sabiduría y la vida eterna, y otra desearlo por una felicidad terrena, como sí allí la tuviéramos más abundante y ampliada. Si piensas que en aquel reino vas a ser rico, no amputas, sino que permutas la cupididad. Cierto que serás rico, y que sólo allí serás rico, puesto que aquí es tu indigencia la que recoge cosas. Una mayor pobreza reúne tesoros que parecen mayores. Allí, en cambio, morirá la misma indigencia. Y serás verdadero rico cuando en nada serás indigente. Porque ahora no eres tú rico y el ángel pobre porque no tiene jumentos, coches y familias. ¿Y por qué? Porque no los necesita; porque cuanto más fuerte es, tanto es menos menesteroso. Allí hay riquezas, auténticas riquezas. No pienses en los manjares de esta tierra. Los manjares de esta tierra son medicinas cotidianas; son necesarios para una cierta enfermedad con la que nacemos 187.Todos sienten esa enfermedad cuando pasa la hora de comer. ¿Quieres ver qué enfermedad sea esta que, como una fiebre aguda, mata en sólo siete días? No te creas sano. La sanidad es la inmortalidad. Esta es sólo una larga enfermedad. Con las medicinas cotidianas templas tu enfermedad; te crees sano, pero quita las medicinas y verás lo que puedes.
14. Desde que nacemos es ya necesario que. Es necesario que esta enfermedad lleve a la muerte. Cuando los médicos visitan a los enfermos, dicen eso. Por ejemplo, este hidrópico muere; la enfermedad no tiene curación; tiene elefantiasis, y esa enfermedad es incurable; está tísico, ¿quién puede curarle? Necesariamente perecerá, necesariamente morirá. Mira, ya lo dijo el médico, está tísico y tiene que morir. Y aun algunas veces el hidrópico, el elefantíaco y el tísico no mueren de su enfermedad, pero es necesario que quien nace muera de esta enfermedad. Muere de ella, no puede ser de otro modo. Esto lo dicen el médico y el ignorante. Y aunque tarde en morir, ¿dejará de morir? ¿Cuándo, pues, hay auténtica sanidad, sino cuando hay auténtica inmortalidad? Si hay verdadera inmortalidad, no hay corrupción, no hay defección, y para qué servirían los alimentos. Por ende, cuando oyes: Se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob, no prepares el vientre, sino la mente. Quedarás satisfecho, pues el vientre interior tiene también sus manjares. Por razón de ese vientre, se dice: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán satisfechos. Tan satisfechos quedarán, que ya no hambrearán.
15. Ya injertaba al acebuche el Señor cuando decía: Muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, es decir, serán injertados en el olivo. Porque las raíces de este olivo son Abrahán, Isaac y Jacob. ¡Pero los hijos del reino, esto es, los judíos incrédulos, irán a las tinieblas exteriores! Serán cortadas las ramas naturales para injertar el acebuche. ¿Y cómo merecieron ser cortadas las ramas naturales sino por la soberbia? ¿Y por qué se injertó el acebuche sino por la humildad? Por eso dijo la cananea: Así es, Señor, pues los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus señores. Y por eso oyó: Oh mujer, ¡qué grande es tu fe! También el otro centurión dijo: No soy digno de que entres bajo mi techo. Y oyó: En verdad os digo, no hallé tan grande fe en Israel. Aprendamos o, mejor, tengamos la humildad. Si aún no la tenemos, aprendámosla. Si la tenemos, no la perdamos. Si no la tenemos, cobrémosla para ser injertados; si la tenemos, retengámosla, para no ser amputados.
SERMON 77 A (=Guelf. 33)
La fe de la cananea (Mt 15, 22-28).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Entre el año 414 y el 416.
1. Ya oísteis cómo aquella mujer que gritaba tras el Señor buscó, pidió, llamó, y cómo le abrieron. Así nos enseña a buscar para que encontremos; a pedir, para que recibamos; a llamar, para que nos abran. ¿Por qué entonces el Señor se negaba a dar lo que le pedían? ¿Acaso carecía de misericordia? No, pero quien difería el conceder, sabía cuándo había que conceder; no negaba su propio beneficio, sino que ejercitaba el deseo del orante'. Clamemos, pues, a El, como acabamos de cantar: Compadécete de mí, Señor, compadécete de mí, pues en ti ha confiado mi alma. Dice: Compadécete de mí, ¡oh Dios! ¿Por qué? Porque en ti ha confiado mi alma. Este es el sacrificio que te ofrezco para que me escuches: que en ti ha confiado mi alma. ¿Quién esperó en el Señor y quedó abandonado? También los grandes sufren tentación 188. Y por mucho que progresemos en Dios, vivimos de misericordia. ¿Acaso el Señor Jesús enseñaba a orar a los corderos pequeños y no a los carneros? Eran sus discípulos, pastores del rebaño de los que somos hijos, y de los que se dijo: Traed al Señor los hijos de los carneros. A esos mismos carneros enseñaba a orar cuando les mandó decir: Perdónanos nuestras deudas. Si esta oración es cotidiana, del perdón vivimos. En el bautismo se nos perdonaron todos los pecados, pero vivimos del perdón. Progresamos, si nuestra esperanza se nutre y fortifica en Dios, auxiliándonos El., para que frenemos toda concupiscencia. Luchemos: conoce nuestro combate el que sabe contemplarlo y ayudar.
2. Habéis oído cuando se leía al Apóstol: Sabemos que la ley es espiritual; pero yo soy carnal. Mirad quién lo dice y qué dice: La ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido bajo el pecado; pues ignoro lo que hago. ¿Qué quiere decir ignoro? No acepto, no apruebo. Pues no hago lo que quiero, sino que lo que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, voy de acuerdo con la ley, que es buena. ¿Qué significa voy de acuerdo con la ley? Que lo que yo no quiero tampoco lo quiere la ley. Por ende, cuando hago lo que no quiero, y no quiero lo que no quiere tampoco la ley, concedo que la ley es buena. Pero ella es espiritual y yo soy carnal. ¿Qué sucederá? Hacemos lo que no queremos; y si hacemos todos los males, ¿quedaremos impunes? De ningún modo, no te prometas tanto, hombre, y escucha lo que sigue: Y si lo que no quiero, eso hago, ya no lo hago yo, sino el pecado que habita en mí. ¿A qué llama aquí pecado sino a la concupiscencia de la carne? Para que no digas que eso a ti no te atañe, dijo: El pecado que habita en mí. ¿Qué significa entonces no lo obro yo? Deseo con la carne, pero no consiento con la mente. Desea la carne, no consiente la mente. He ahí el conflicto. Mantente, ¡oh mente! , en tu pelea, y pide el auxilio del Señor tu Dios. Mantente, ¡oh mente! , en tu pelea y grita lo que aquella mujer: ¡Señor, ayúdame! Mantente, ¡oh mente! , en tu pelea y grita lo que cantaste: ¡Compadécete de mí, Señor, compadécete de mí! He ahí el sacrificio: En ti ha confiado mi alma. En el bautismo se borra la iniquidad, pero queda la debilidad 189;en cambio, en la resurrección ya no habrá iniquidad y se eliminará la debilidad. Cuando esto mortal se revista de inmortalidad y esto corruptible se revista de incorrupción, se realizará el suceso que está escrito: la muerte fue absorbida en la victoria. ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? Si la contienda de la muerte es nuestra pelea, ya no soy yo el que lo hago, sino el pecado que habita en mí. Llama pecado a la concupiscencia de la carne. Codicio, mas no consiento con la mente, pero la concupiscencia no cesa de empujarme al mal. Esta es la contienda de la muerte. El diablo, enemigo exterior, será pisoteado cuando la concupiscencia, enemigo interior, quede curada y vivamos en paz. ¿Cuál paz? La que ni el ojo vio, ni el oído oyó. ¿Cuál paz? La que ningún corazón pensó, la que no admite discordia alguna. ¿Cuál paz? Aquella de la que dijo el Apóstol: Y la paz de Dios, que supera todo entendimiento, guarde vuestros corazones. De esa paz dice el profeta Isaías: Señor Dios nuestro, danos la paz. Pues nos has dado todo. Prometiste a Cristo y lo diste; prometiste su cruz, la sangre que se derrama para perdón de los pecados, y la diste; prometiste su ascensión y el Espíritu Santo enviado desde el cielo, y los diste; prometiste la Iglesia, difundida por toda la redondez de la tierra, y la diste; prometiste herejes futuros para nuestra ejercitación y probación y la victoria de la Iglesia sobre los errores de ellos, y los diste 190;prometiste la supresión de los ídolos de los gentiles, y la diste 191.Señor Dios nuestro, danos la paz, pues todo nos lo diste tú.
3. Entre tanto, mientras llegamos a aquella paz, en que no tendremos enemigo alguno, peleemos larga, fiel y valientemente, para merecer ser coronados por el Señor Dios. El apóstol Santiago dice: Nadie, cuando es tentado, diga que es tentado por Dios. Llama aquí tentación a la que implica seducción. Dios ni es tentado por el mal, ni tienta a nadie; cada uno es tentado por su concupiscencia, que le arrastra y seduce. Luego la concupiscencia, cuando concibe, da a luz al pecado; y el pecado, cuando queda consumado, engendra la muerte. Luego cada uno es tentado por su concupiscencia. Por ende, pelee, resista, no consienta, no se deje llevar, no le permita concebir lo que tendría que dar a luz. He ahí que la concupiscencia solicita, estimula, insiste, exige, para que hagas algo malo; no consientas y ella no concebirá. Si piensas en ello con agrado, concebirá, dará a luz y tú morirás. Mira lo que dice el Apóstol: El pecado, cuando queda consumado, engendra la muerte. El pecado es dulce, pero la muerte es amarga. Rehúye la concupiscencia, si no en los hechos, a lo menos en las palabras. Oyes con gusto algo que no debes oír, dices algo que no debes decir, piensas lo que no debes pensar. Nada hay más veloz que el pensamiento; tiene alas increíbles; se despega del corazón y sube a la lengua; el mal, antes de ser dicho, es pensado. No te detengas ahí. Se ha deslizado el pensamiento: evádete, salta de ahí, no te quedes ahí. La mala acción no está en tu poder, mas ¿por qué piensas con gusto lo que no quieres realizar? Hermanos míos, si para alguien estos pecados no son grandes, quizá no cree que se halla entre esos a los que se refiere el Señor con estas palabras: Decid, Señor, perdónanos nuestras deudas. Por mucho que progreséis, tenéis en vosotros aquella concupiscencia. Por ende, antes de que la muerte sea eliminada en la victoria, decid: Perdónanos nuestras deudas. No alcéis la cabeza con orgullo, temed a Dios, pues vivimos de misericordia. Decid de todo corazón: Perdónanos nuestras deudas. Esto se refiere al pasado, a las obras, dichos y pensamientos. ¿Y del futuro, qué? Oíd y repetid lo que sigue: No nos metas en la tentación. Vigilad y orad, para que no entréis en la tentación. ¿Qué significa entrar en la tentación? Consentir en la mala concupiscencia. ¿Consentiste? Ya entraste. Por lo menos sal pronto. Antes de llegar al pecado, retira tu consentimiento. Alégrate de no haber obrado, arrepiéntete de haber pensado.
4. Hermanos, tengamos un corazón sabio; temamos a Dios, que promete grandes cosas e intima terribles amenazas. Esta vida ha de acabar un día. Veis que cada día mueren hombres; la muerte puede diferirse, pero no suprimirse. Lo queramos o no, esta vida se acabará. Deseemos aquella que no tiene fin. A esa vida no puedes pasar si no es por la muerte. No temamos, pues, aquello que tiene que ocurrir un día; temamos aquello que, si viene y nos encuentra en pecado, nos arrastrará, no a la muerte temporal, sino a la eterna; que Dios nos libre de ello a todos, a nosotros y a vosotros. ¡Oh hombre! , ¿no temes la muerte eterna? Te conduces de modo que serás castigado y morirás eternamente. El temor de esta muerte debe enseñarte cuánto hay que temer la muerte futura. Temes a la muerte, pero ¿puedes evitarla? Lo quieras o no, es necesario que venga. Si temes la muerte, más debes temer el pecado: por el pecado muere el alma; el pecado es el enemigo de tu alma. Un día quedarás libre del pecado; pero mira, no sea que al liberarte de los grillos corruptibles de la carne, caigas en los grillos de la gehena. Debes ser libre, independiente, no esclavo. Evita los fraudes por esa concupiscencia que se llama avaricia. Evita el torpe lucro por esa concupiscencia que se llama avaricia; porque esa avaricia es raíz de todos los males, como dice la Escritura. Evitad la embriaguez, evitad el adulterio, el robo, la mentira, el falso testimonio. Evitad las blasfemias, los amuletos, los encantamientos, las diversas supersticiones. Evitad la usura, el interés abusivo; no tengáis tratos con los usureros, evitadlos. Llegará día en que se les dirá: Vuestro dinero perezca con vosotros. Llegará el día del juicio; los usureros, por ese dinero y con ese dinero, arderán en un fuego eterno, y allí será el llanto y rechinar de dientes. Ese dinero será un testimonio contra ellos. No deis ni recibáis de ese modo, no sea que ya comencéis a dar a Dios mala cuenta de vosotros en el día del juicio. ¿Qué provecho sacan, puesto que por ese dinero que pierden en vida o dejan al morir, pierden su alma, y no pueden redimirla? Como dice el santo Evangelio: ¿Qué le aprovecha al hombre si gana todo el mundo, pero padece detrimento en su alma? ¿O qué cambio dará el hombre por su alma? Evitad, pues, hermanos, la usura y el abusivo interés y no digáis: ¿Y de qué viviremos? Eso no es buscar la vida, sino la muerte. No digáis: ¿De qué viviremos? Hay muchos otros medios con los que los hombres se sustentan. Pero lo que Dios prohíbe, no lo hagáis, no viváis de ello. ¡Oh mísero, miserable e infeliz! Atiendes a que vives de eso, y no atiendes a que de eso mueres. ¿De qué viviré, dices? Eso puede decírmelo el alcahuete, me lo puede decir el bandido. ¿Acaso hay que cometer latrocinios y alcahueterías, porque los que los cometen viven de ellos? ¡Ay de esos míseros, que de ello viven y por ello mueren! Mejor es vivir de limosna que de vicio. Finalmente, mejor es que el hombre muera, que al vivir del vicio se haga tal que haya de ser atormentado con una muerte eterna. Esta muerte termina el dolor; mas aquélla permanece en dolor eterno. Creed, entended, temed, absteneos de toda obra mala; informaos en la palabra de Dios, amad que os digan lo que quiere Dios y qué promete a los que cumplen su voluntad. Y para que se realice lo que El manda, roguemos a Dios y Dios ayudará. Termina el tratado sobre la mujer cananea, según Mateo.
SERMON 77 B (=Morin 16)
La fe de la cananea (Mt 15, 22-28).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.
1. Ya conocéis por el Evangelio, hermanos, cómo la mujer cananea con su perseverancia alcanzó lo que no pudo lograr al pedirlo una vez. El Señor, al diferir, ejercitaba su deseo, no negaba el beneficio 192. Sabía hasta dónde llegaría ella pidiendo, pues él mismo la instruía para eso. Primero la llamó perro, y después dijo: ¡Oh mujer, qué grande es tu fe! Recibido el beneficio, se marchó gozosa; primero fue cambiada y después alegrada. ¿Hasta qué punto cambiada? De perro pasó a ser mujer 193. ¿Y qué clase de mujer? Mujer de gran fe. Paso de gigante el suyo; ¡cuánto progresó en un momento! Por eso se hacía rogar el Señor, quien mandó orar siempre y no desfallecer. Esa sentencia es del Señor que nos exhorta a la oración. A diario oran los hombres, los piadosos no interrumpen las horas de sus oraciones. En efecto, dijo el Apóstol: Siempre alegres, orando sin interrupción, esto es, conviene orar siempre y no desfallecer. En otro lugar dice el mismo Señor: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y os abrirán. Eso hizo la cananea: pidió, buscó, llamó, recibió. Ella lo hacía para que su hija fuese liberada del demonio, y lo logró: la hija quedó curada desde aquel punto. ¿Acaso, una vez curada la hija, iba a volver a pedir? Buscaba, pedía, llamaba hasta recibir: recibió, se regocijó y se marchó. Y no sé lo que es, o mejor, sé que es gran cosa aquello por lo que es necesario orar siempre sin desfallecer. Más que la salud de una hija es la inmortalidad de la vida. Esto es lo que conviene pedir siempre hasta el fin, mientras se vive aquí, hasta que se viva sin fin allí donde ya no hay petición, sino exultación.
2. Luego ahora es menester orar siempre y no desfallecer. Uno pide esto, otro aquello; diversas son vuestras oraciones, porque son diversos vuestros deseos. Todos gimen como por igual; pero distribuye los quereres Aquel que los atiende. Uno pide a Dios, como aquella mujer cananea, que sane su hijo enfermo; la mujer ora por el marido, el marido por la mujer; por los enfermos oran todos; y no hay que reprender tales oraciones. Otros oran, gimen, interpelan, buscan, piden, llaman para hacerse ricos; y cuanto mayor es la cupididad, tanto es más ardiente y frecuente su oración. Y algunos piensan que también por eso dijo el Señor: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y os abrirán; pues todo el que pide recibe y el que busca encuentra y al que llama le abren. Oye eso el hombre avaro, y día a día no pide otra cosa sino hacerse rico. Y dejando aparte al avaro, lo oye también el hombre pobre:ora, pide, busca, llama para ser rico. Y a veces emplea mucho tiempo, y no encuentra el momento de recibir, entonces se dice: ¿Qué quiso el Señor decir con las palabras: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y os abrirán, ya que todo el que pide recibe, y el que busca encuentra y al que llama le abren? ¿Qué hice yo, mísero, para pedir y no recibir? ¿Qué diremos a ese tal? ¿Mintió el Señor? De ningún modo. Ni siquiera la avaricia osa decir eso. Y lo que no dice la cupididad, ¿lo dirá la piedad?
3. ¿Qué le diremos a ese hombre? Pide todavía, insiste más, llama aún, pues no sin causa se dijo: Todo el que pide recibe. Ora cuanto puedas, pide, llama, persevera y serás rico. Se pasa el tiempo orando, muere en la pobreza: nada recibió, nada encontró que dejar a sus hijos. ¿Se ha perdido entonces toda la fatiga de pedir, buscar y llamar? No se ha perdido. Luego a ese hombre que aún... vive, qué hay que decirle sino: ¡Cambia las preces! ¿Por qué pides, buscas y llamas, para hacerte de pobre rico? ¿No has oído al Apóstol que dice: Los que quieren hacerse ricos caen en tentación y en múltiples deseos, necios y dañinos, que sumergen al hombre en la ruina y en la perdición? Eso es lo que pedías. Pero tu padre, a quien pedías, te negaba misericordiosamente lo que pedías para que no cayeras en la ruina y en la perdición. Cambia las preces. Tú mismo no le das a tu hijo lo que te pide. Si tu hijo te pide un cuchillo, con el que pueda herirse, o llora y se golpea para que lo montes en el caballo, ¿acaso lo haces? ¿Te atreverás? ¿No es mejor que llore sano, que el que llore herido? 194 Si pues tú, siendo malo, sabes dar a tu hijo lo que es bueno, cuánto más el padre, que siempre es bueno, te favorece cuando no te da, aunque tú lo ignores? Es menester que seas hijo: no te desdeña, estás seguro siendo hijo. Cuando el apóstol Pablo era abofeteado por el ángel de Satanás, para que no se ensoberbeciera, como él mismo lo confiesa-ya que ¿cuándo osaríamos nosotros decir eso del Apóstol?-, dijo del ángel de Satanás: Por lo cual tres veces rogué al Señor que lo retirase de mí; pero me dijo: te basta mi gracia, pues la virtud se perfecciona en la debilidad. ¿Por qué ruegas, Pablo? ¿Para que te vaya bien? Deja al artífice hacer lo que tú no sabes, para que te vaya bien. ¿Te molesta el emplasto cuando pica? Es por tu bien, porque sana. Si, pues, el apóstol Pablo pidió y no recibió, ¿por qué te entristeces cuando no eres escuchado? Quizá estás pidiendo lo que no te conviene recibir.
4. Cosa admirable, hermanos míos; pidió el Apóstol y no fue oído; pidió el diablo y recibió; no fue escuchado el Apóstol y fue escuchado el diablo 195. ¡Oh justicia! O, más bien, ¡qué gran justicia! ¿Y dónde consta que fue escuchado el diablo? ¿No habéis leído u oído que fueron escuchados los demonios cuando pidieron entrar en los puercos? ¿O no habéis leído u oído que el diablo pidió a Dios tentar a su siervo Job y lo consiguió? ¡Cosa admirable! Lo pide el diablo, y Job le es entregado. Es entregado, pero para ser probado; es entregado, pero para ser tentado; es entregado, pero para ser examinado y luego ser puesto como ejemplo para la posteridad. Y lo consiguió el diablo, mas para su confusión. Ya veis que no siempre es bueno recibir lo que se pide. Cambiad, pues, las preces, para estar seguros de recibir lo que es bueno; cambiad las preces, enmendad vuestras apetencias; me refiero a los que codician cosas temporales para hacerse ricos.
5. Mirad lo que pedía Idito, cuyas palabras hemos cantado: Escucha mi oración, recibe en tus oídos mis lágrimas. ¿Acaso pedía riquezas? ¿Acaso tenía heridas en el cuerpo y pedía su curación? ¿Y dónde consta lo que pedía, o en qué deseos ejercitaba sus preces, o por qué anhelos derramaba esas lágrimas, que deseaba fueran escuchadas? ¿Dónde encontramos su deseo; dónde, sino en sus mismas palabras? Mi sustancia es como nada ante ti. Con todo, completa vanidad es todo hombre viviente. Y ahora, ¿cuál es mi esperanza sino tú, Señor? Y mi sustancia está siempre delante de Ti. Poco antes dice: Y mi sustancia es como nada ante ti. La sustancia mortal es como nada ante Ti; mas ya que después de esta vida he de recibir la inmortalidad, la sustancia inmortal estará siempre delante de Ti y por eso quiero que escuches mis lágrimas. He ahí el deseo, he ahí lo que pide, lo que desea, lo que ora; eso es lo que conviene orar siempre, hasta que salgamos de aquí, sin desfallecer.
7. Quizá alguno de vosotros diga: ¿qué quiso decir Idito con esta expresión, recibe en tus oídos mis lágrimas? Las lágrimas se ven, no se oyen; las lágrimas fluyen, no suenan. Pero tienen su voz, como la sangre de Abel tenía su voz. Si la sangre de un muerto tenía voz para el Señor, la tienen también las lágrimas del que ora, la tienen por cierto. Las lágrimas son sangre del corazón. Por eso, cuando pides la vida eterna, cuando dices venga a nosotros tu reino, en que vivas seguro, en que vivas siempre, en que nunca lamentes al amigo ni temas al enemigo; cuando eso pides, llora, derrama la sangre interior, inmola a tu Dios tu corazón. Eso significa el conviene siempre orar y no desfallecer; lo que enseña la oración dominical: Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad como en el cielo también en la tierra, para que seamos semejantes a tus ángeles. ¡Oh deseo! ¿Qué hombre osaría desear si Dios no se hubiese dignado prometer? Ora: gran cosa es la que oras, pero mayor es quien prometió. Difícil es lo que prometió, a saber, que el hombre sea ángel; nada hay más difícil, pero todo es posible para Dios. Piensas que es algo muy grande y difícil que el hombre sea ángel 196. ¿Y no te parece difícil, mucho más difícil, mucho más increíble, que el Unico de Dios se hiciese hombre? ¡Y el hombre, por quien Dios se hizo hombre, duda de que el hombre llegue a ser ángel! ¿Dudas de que recibirás lo que pides, teniendo semejante prenda, el mismo que se dignó constituirse gratuitamente en deudor tuyo? No diste préstamo, u ofreciste alguna cantidad, o prestaste beneficio alguno a tu Dios. ¿No es de él todo lo que tienes, y no recibirás de El cuanto recibas? Se ha dignado constituirse en deudor y ¡qué deudor! Firmó la escritura, adelantó la prenda. Su escritura es la Escritura divina; su prenda es la muerte de Cristo, su promesa es la muerte de Cristo. Y quien ofreció a los impíos la muerte de su Hijo, ¿negará a los piadosos y fieles la muerte de su Hijo?
8. Estad seguros, hermanos, de que recibiréis. Pedid, buscad, llamad; recibiréis, encontraréis, se os abrirá. Pero no sólo pidáis, busquéis, llaméis con la voz, sino también con las costumbres; realizad obras buenas, sin las cuales no debe en absoluto transcurrir esta vida. Borrad los pecados con las buenas obras de cada día. No desdeñéis los mismos pecados veniales. Porque aunque no son grandes, se acumulan, constituyen mole; se acumulan y hacen masa. No los desdeñéis porque son menudos, sino temed cuando son muchos. ¿Hay cosa más menuda que las gotas de lluvia? Y con ellas se inundan los campos y se llenan los ríos. No desdeñéis vuestros pecados menudos y leves, no sea que con su mole os opriman. Mirad cómo el agua del mar se filtra por las rendijas de la nave y, sin embargo, llena las bodegas; si no se achica, sumerge la nave. Una ola, si es ingente, llega como una montaña, cubre la nave y la hunde. Así son los homicidios, esto es, los pecados graves, los adulterios, fornicaciones, blasfemias, perjurios. Son grandes pecados, de una vez arruinan. En cambio, esos pecados menudos, sin los cuales no se da la vida humana, se filtran insensible y paulatinamente por las rendijas de la fragilidad humana y se reúnen en la bodega. Imitad a los marineros, cuyas manos están siempre activas para que nada quede en la bodega. Digo que no ceséis, pero de hacer obras buenas. Otra vez se carga la bodega porque subsisten las rendijas de la fragilidad humana; por eso hay que volver a achicar el agua. Sí tus manos no cesan de achicar con buenas obras, aquel último día te encontrará limpio; y llegarás seguro a aquella vida que deseaba Idito cuando decía: Recibe en tus oídos mis lágrimas.-Termina el sermón sobre la mujer cananea.
SERMON 77 C
El seguimiento de Jesús (Mt 16, 24).
Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.
Corregid a los inquietos, consolad a los pusilánimes, etc. Cuando el hombre ve a alguien que vive mal y prestando tal vez algún servicio a la Iglesia, y no lo corrige, huye en espíritu. ¿Qué significa huir en espíritu? Temer. El miedo es una fuga interior. ¿Por qué teme? Porque es mercenario. Quizá el otro reciba mal la corrección y deje de prestar el beneficio. Ve al lobo que viene, esto es, al diablo que estrangula el cuello del que vive mal, y huye en espíritu, se abstiene de una corrección útil, porque tiene miedo. Pero quien es pastor, quien cuida de las ovejas, no omita la corrección, haciendo así lo que dice el Apóstol: Corregid a los inquietos, consolad a los pusilánimes, etc. No se crea, pues, pastor piadoso, o que se dice pastor piadoso, al que no devuelve mal por mal, cuando está devolviendo mal por bien. Porque el otro, aunque pecador y malvado, da de sus bienes a la Iglesia; y el pastor le devuelve mal por ese bien, pues le priva de la corrección. Mas como todo esto hay que ejecutarlo dentro de la dilección, y a veces los hombres creen enemigos a los que corrigen, al decir: Corregid a los inquietos, añadió: Consolad a los pusilánimes. Quizá por la corrección comenzaban a desanimarse y perturbarse; conviene entonces que los consueles. Sustentad a los débiles para que no caígan por debilidad; si le hizo vacilar la debilidad, recíbale en su seno la caridad. Y después de eso, añade al final: Mirad no sea que alguien devuelva mal por mal. Luego no es mala la corrección, si se da. La oveja buena, cuando es corregida por su pastor, ¿qué dice? El justo me enmendará con misericordia.
Notas
1 No es ésta la única ocasión en que Agustín habla de diferir una cuestión para otro día por el simple hecho de una asistencia multitudinaria y ocasional que iba a soportar mal una larga permanencia en el templo. En el Tratado 8, 13 al Evangelio de San Juan dice así: "Si place a vuestra caridad diferiremos para mañana lo que atañe al misterio de este hecho milagroso, para no fatigar demasiado vuestra flaqueza y la mía. Hoy tal vez hay aquí muchos por la solemnidad del día, no por oír el sermón. Mañana, quienes acudan, que vengan a oír. De este modo no se defraudará a los diligentes ni seremos pesados para los otros". Véase también el sermón 68, 1 (= Mai 126).
2 Los munera son los juegos del anfiteatro: Espectáculos públicos vol.VII p.753.
3 Era normal que en las fiestas de los mártires se leyese la respectiva passio o relato del martirio si se poseía, cosa no frecuente, como recuerda el mismo Agustín (sermón 315, 1). De estas lecturas tenemos amplios testimonios en los sermones agustinianos: Sermones 229 D, 7 (= DENrs 16), sobre los mártires escilitanos; 273, 2-3, sobre San Fructuoso; 313 A, 3 (= DENIS 14), sobre San Cipriano; 313 D, 2 (GUELFERBYTANO 27) también sobre San Cipriano; 325, 1, sobre los mártires de Hipona, etc. Esta práctica fue expresamente permitida por el canon 36 del concilio IIIde Cartago (véase MANSI, Sacrorum conciliorum nova et amplissima collectio 111 924).
4 Es una forma de expresar que ya eran cristianos. Uno de los primeros ritos de la iniciación cristiana consistía precisamente en la "imposición" del signo de la cruz en la frente del candidato al bautismo. Por otra parte, hacer la señal de la cruz debía de ser una costumbre muy arraigada (véase, entre otros, el sermón 32, 13).
5 Es ésta una idea constantemente repetida por el Santo. Lo que ante todo interesa a Agustín del relato de las tentaciones del Señor es mostrar a Cristo como maestro del cristiano; si quiso ser tentado fue para dar a sus futuros discípulos una lección de cómo comportarse en la tentación. Pueden verse al respecto Tratados sobre el Evangelio de San Juan 52, 3; Enarración al salmo 30, 11, s.1, 10; 90, Ií, 7; Sermones 210, 3; 313 E, 4 (=GUELF. 28).
6 El maniqueo, contra quien va dirigido todo el sermón,
7 Veáse el sermón 12, 12.
8 Es ésta una idea también frecuentemente repetida; pueden verse los sermones 12, 12; 184, 2; 190, 2; 336, 6, etc,
9 La auctoritas es uno de los argumentos a los que, según los rhetores de la antigüedad, se debía recurrir para probar la propia posición (QUINTILIANO, Institutio oratoria V, 11, 36-64). Por otra parte, Agustín recurre con mucha frecuencia a la auctoritas que representa todo el orbe de la tierra ya presente en Cristo Para probar la verdad de la fe cristiana. Al respecto pueden verse, entre otros, los siguientes textos: Las costumbres de la Iglesia I, 12; La utilidad de creer 17.31; La verdadera religión 47; Contra Fausto III, 2; XXIII, 9; XVIII, 4; Cartas 118, 32; 102, 14; Tratados sobre el Evangelio de San Juan 7, 5; Sermón 116, 3.
10 Agustín parte siempre de que Dios actúa con sana y preconcebida pedagogía. A partir de aquí no es difícil de comprender que Dios, que fácilmente hubiera podido manifestar todo con claridad, haya permitido tales oscuridades, causa de todas las herejías. El porqué de estas oscuridades puede verse más detenidamente en La doctrina cristiana II 6, 7-8.
11 Bella y expresiva imagen que descubre su situación personal de otros tiempos. Véase Confesiones 111 5, 9.
12 Véase la Nota complementaria 1: Los maniqueos y la Escritura p.883.
13 En la obra La doctrina cristiana II 12, 17 Agustín aconseja cotejar diversos códices como medio para aclarar ciertos textos oscuros. El Santo lleva a la práctica aquí lo que había ordenado allí.
14 La misma idea en el sermón 225, 2: su marido fue el testigo de su virginidad para que nadie pensase que se hallaba encinta por adulterio. San Jerónimo es más pródigo en enumerar motivos por los que San José fue asociado a la obra: para mostrar la estirpe de María; para que no fuese lapidada como adúltera; para que tuviese compañía en el destierro a Egipto y para engañar al diablo, que ignoraba la concepción virginal (Comentario a Mateo I 72-79).
15 La palabra salvator no pertenece al latín clásico. Agustín se lo recuerda en alguna ocasión a sus oyentes: "Los términos salvare y salvator no fueron latinos antes de la venida del Salvador" (Sermón 299, 6). Es, pues, un término forjado por los cristianos a imitación del griego sotér. En el sermón citado Agustín menciona también los reparos que los gramáticos ponían a su uso, reparos que no fueron extraños al mismo predicador de Nipona en sus primeros tiempos de cristiano. De hecho, en un primer momento utilizaba sólo términos más clásicos, aunque fuesen paganos: en La vida feliz 36, por ejemplo, emplea liberator, y en La fe y el símbolo 6 se sirve de reparator.
16 El deleite que produce hallar algo que está oculto es uno de los motivos por los que Dios optó por ciertas oscuridades en la Escritura. Es, por tanto, uno de los aspectos positivos de la interpretación alegórica. Otros pueden formularse así: la alegoría valoriza la verdad; excluye de ella a los indignos; excita el deseo de buscar, al mismo tiempo que ejercita en la búsqueda (véase J. PEPIN, Saint Angustie et la fonction protreptique de l'allégorie: Recherches Augustiniennes 1 1958 244-257).
17 Véase la Nota complementaria 6: El significado espiritual del Antiguo Testamento vol.VII p.745.
18 Porque el Verbo es Palabra y la palabra es lo opuesto al silencio. Si el Verbo callase se negaría a sí mismo.
19 Obviamente Agustín no compartía las ideas de igualdad que hoy son comúnmente aceptadas. Para él no cabe duda de que es orden de la naturaleza (ordo paturalis) el que las rrauieres sirvan a los maridos como los hijos a los padres, porque es justo que "lo más débil sirva a lo más fuerte" (Cuestiones sobre el Pentateuco 1, 153). Partiendo del relato del Génesis, le resultaba claro que el varón era primero y la mujer segunda en cuanto sacada de sus costillas. Pero en el Libro inacabado contra Juliano VI 26, esta dominación del varón sobre la mujer resulta no ya de la creación, sino del pecado.
20 Este razonamiento es constante en Agustín, Véase la nota al sermón 49ª.
21 De las tablas matrimoniales habla Agustín en numerosos sermones además del presente: 37, 7; 183, 11; 238, 1; 268, 4; también en Las bodas y la concupiscencia I 4, 5; Ciudad de Dios XIV 18; Confesiones IX 9, 19. etc. Es propio del lenguaje cristiano, pues los paganos hablaban de tablas nupciales. También es cristiana la cláusula en ellas establecida: para engendrar hijos. Véase la Nota complementaria 27: Las "tablas" matrimoniales vol.VII p.753.
22 Un desarrollo más amplio de esta doctrina puede verse en El bien del matrimonio 6, 6ss y El bien de la viudez 3, 5. Por otra parte, Agustín mismo escribe que en sus coloquios con gente casada nunca ha escuchado a nadie asegurar que sólo se han unido a sus esposas con el fin de procrear (El bien del matrimonio 13, 15).
23 En efecto, la palabra proviene de ad-alter, por ad-alter como ya atestiguan los antiguos (Festo).
24 El mismo pensamiento, tan extraño para la mentalidad actual, en El bien de la viudez 7, 10.
25 Véase la Nota complementaria 23: La temporalidad según Agustín vol. VII P-751.
26 Es decir, usar del matrimonio sin la finalidad inmediata de procrear hijos.
27 Agustín vivía en una cultura distinta de la nuestra, de la que proceden afirmaciones como ésta, tan lejana del sentir de los hombres de nuestra época, que se esfuerza por valorizar al máximo todo lo corporal y terreno, huyendo de todo tipo de espiritualismo, sea de tipo religioso, sea de tipo filosófico.
28 La adopción en cuanto medio para obtener la patria potestas sobre un sujeto alieni iuris antiguamente sólo podía ser practicada por los hombres y servía, en el caso de falta de hijos (varones) naturales, para que la familia tuviese un heredero que habría heredado todo el patrimonio familiar. Posteriormente se permitió también a las mujeres.
La forma clásica de la adopción daba al adoptado la condición de hijo (filius familias) de la nueva familia con todos los deberes y derechos relativos, en especial en lo referente a la herencia; recibía el nombre y el rango del padre adoptivo: un plebeyo adoptado por un patricio pasaba a ser patricio, y al revés. También en esto se dio una evolución posterior.
29 La ley romana, además del matrimonio auténtico (iustae nuptiae), admitía el concubinato, una forma de vida en común entre el hombre y la mujer que se distinguía del matrimonio propiamente dicho en que no se celebraba o bien porque no era posible (por ejemplo, por distinta condición social), o bien porque no querían las personas implicadas. En el último caso, sólo la voluntad de los interesados hacía que no fuese matrimonio auténtico. Por supuesto, este concubinato no podía coexistir con el matrimonio auténtico, ni con dos mujeres a la vez. Los hijos de esta unión eran llamados espurios o naturales; tomaban el nombre y la condición de la madre, pues el padre no tenía frente a ellos la Patria potestas. Es obvio, pues, que se les antepongan los hijos conyugales o nacidos del legítimo matrimonio.
30 En los tiempos de Agustín las mujeres no poseían capacidad legal para adoptar por carecer de patria potestas, aunque sí podían hacerlo por concesión del emperador en atención a los hijos que hubieran perdido, ya desde tiempos de Diocleciano (Código Justinianeo VIII 48, 5).
31 Véase la nota 19.
32 Aquí Agustín comete el mismo equívoco que había cometido en El consenso de los evangelistas II 412, es decir, confundir a Natán el profeta con Natán hijo de David. En las Retractaciones II 16 advertirá del error.
33 De ellos tratará más ampliamente en el sermón siguiente.
34 De preguntas como éstas surgieron, según confesión del santo, algunas obras agustinianas (véase Retractaciones 1 23, 1; 26).
35 Es decir, en el símbolo de la fe.
36 Esta herejía floreció en los siglos II y III. Sus más conocidos representantes fueron Noeto de Esmirna, Sabelio y Práxeas.
37 Agustín traspasa los procedimientos del foro a la predicación y exposición de la Palabra divina: hay una causa, un juez, testigos, un jurisperito, etc.
38 El jurisperito era el intérprete del Derecho civil, cuya respuesta, en Derecho romano, tenía fuerza de ley.
39 Véase la nota al sermón 49 A.
40 Véase la nota al sermón 19, 4.
41 Nótese el lenguaje procedente de la retórica clásica: probare, propositiones, firmissima documenta, testimonia. Agustín no se apeó nunca de la retórica bien aprendida y durante varios años enseñada.
42 El regreso a la propia interioridad es uno de los pilares de la espiritualidad agustiniana. Véase la Nota complementaria 38: La interioridad agustiniana vol.VII p.757,
43 La misma idea, a propósito del ojo en los sermones 126, 3 y 241, 2.
44 Un amplio desarrollo de todo esto puede verse en la obra agustiniana La Trinidad, especialmente los libros X y XIV-XV.
45 Véase la nota al sermón 19, 4.
46 Verdaderamente sorprende la altura o profundidad de muchos sermones del Santo, teniendo en cuenta sobre todo la escasa formación de sus oyentes. La fácil comprensión era favorecida por el hecho de que el Santo se repite mucho en sus sermones. A un oyente asiduo le bastaba una alusión para captar luego la idea que el predicador tenía en su mente. No obstante, no faltaban los tardos o lentos en entender que aparecen con tanta frecuencia en su predicación.
47 Con toda seguridad se refiere a Santa Inés, cuya fiesta se celebraba el 21 de enero, fecha en que se predicó el sermón, pues el 277, predicado el día 22 de enero, habla del sermón predicado "ayer", que no es otro que el presente,
48 Idea constantemente repetida por el Santo.
49 Véase en Confesiones X 31 el desarrollo de esta idea de la comida come medicamento. También aparece en la Enarración al salmo 37, 5 y 102, 6.
50 Este pensamiento es muy frecuente; véanse además los sermones 61, 4; 83, 2; 123, 5, etc. Para él, es mendigo quien no posea a Dios, aunque abunde en toda otra clase de bienes (Enarración al salmo 144, 22).
51 Bajo distintas formulaciones la misma idea se repite en los sermones 53 A, 4 (= MORIN 11); 125 A, 4 (= Mai 128), etc.
52 Se refiere probablemente al sermón 23, que habla sobre la visión de Dios.
53 Agustín se detiene muy frecuentemente a reflexionar sobre el hecho de que dos acciones idénticas en una persona encuentran alabanza y en otra condenación. La respuesta a esta cuestión la halla siempre acudiendo a la intención, al cor. El caso más típico lo encontramos en la entrega de Jesús a la muerte por parte del Padre y por parte de Judas, además de la propia autoentrega. Véase la Nota complementaria 29: El hecho y la intención vol.VII p.754.
54 San Agustín estudió el griego, como todo estudiante de la época, pero nunca llegó a agradarle tal lengua (Confesiones 1 13-14) y sus conocimientos no fueron demasiado amplios. Aunque en sus obras aparezcan referencias constantes a términos griegos, no se ha de pensar que dominaba la lengua; más bien el conocimiento que tenía de ella era exiguo, quizá el suficiente para un texto.
55 Entre las acusaciones de los maniqueos a los católicos estaba la de pensar a Dios en forma humana. La razón para ello la encontraban en el texto de Gen 1, 27: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, lo cual significaba para ellos: Dios es a imagen del hombre y, por tanto, corporal y con miembros. Véase Confesiones III 7, 10.
56 Los detalles a que desciende el predicador no dejan de ser curiosos.
57 Se refiere a la introducción al- prefacio de la misa.
58 Véase la misma explicación, con mínimas variantes, en la Carta 140, 26, 64 y Tratados sobre el Evangelio de San Juan 118, 5; también el sermón 165, 4, 4.
59 Posiblemente, San Agustín mencionaba aquí todas las bienaventuranzas y un copista posterior las sustituyó por el et reliqua. Así piensa D. Moxiz en Miscellanea Agostiniana 1, 627.
60 Esta matización textual no es rara en Agustín. Véanse también los sermones 25 A, 2 (=Monta 12); 61, 10; 177, 6; &narración al salmo 136, 14,
61 Pensamiento muy repetido por el santo. Véase la Nota complementaria 34: La soberbia y las riquezas vol.VII p.756.
62 Véase la nota al sermón 53, 6.
63 El pensamiento aparece también, entre otros, en los sermones 18, 3; 39, 6; 60, 8; 345, 3 (Frang. 3).
64 Este término es de uso muy frecuente en el santo; pueden verse los sermones 18, 4; 25 A, 4 (= MORIN 12); 38, 9; 60, 8; 114 A, 4 (= Frang. 9).
65 Véase la nota al sermón 38, 9.
66 Véanse los sermones 61, 12 y 164, 9.
67 La misma idea la vimos aparecer en el nº 5 del sermón anterior.
68 En idéntico contexto lo expone en el sermón del Señor en la montaña I 2, 9,
69 Pensamiento muy frecuente, sobre todo en la controversia antidonatista (véanse Sermones 275, 1; 285, 2; 327, 1; 328, 4; 325, 2; Enarraciones a los SalTos 68, 1, 9; 34, 11, 15; Cartas 108, 14; 204, 4, etc.). Con él rebatía a los fanáticos circunceliones (véase la Nota al sermón 47, 17), que se buscaban la muerte de múltiples maneras para ser considerados como mártires.
70 La misma idea la encontramos en los sermones 331, 2; 327, 2; 335, 2; Tratados sobre el Evangelio de San Juan 31, 11.
71 En las Cuestiones sobre el Heptaleuco V 38 lo dice claramente también: En latín reciben el nombre de jumenta porque ayudan (a iuvando).
72 Se refiere al Padrenuestro y al Símbolo de la fe. Véasela nota al sermón 5, 3: Los competentes.
73 Es decir, en la fuente bautismal.
74 A sus monjes decía: "Cuando alabéis a Dios con salmos e himnos, sienta el corazón lo que dice la boca" (Regla 2, 12).
75 Cuando San Agustín predicaba este sermón, los ídolos habían desaparecido ya de los lugares oficiales, pero el paganismo seguía aún en el corazón de muchos cristianos. Véase en F. VAN DER MEEN (San Agustín, pastor de almas) el capítulo intitulado: "La herencia del paganismo" p, 82ss,
76 Es decir, la exclusión de la Eucaristía.
77 Desconocemos la derivación.
78 Estos sermones estaban dirigidos a los competentes, es decir, a aquellos que se disponían a recibir de inmediato el bautismo. Véase la Nota complementaria 14: Los competentes vol.VII p.747.
79 Es decir, al bautismo.
80 Esta forma de argumentar es frecuentísima en Agustín; los elementos de que se sirve cambian de un texto a otro, pero siempre aparece la villa. Véase más adelante el sermón 58, 9.
81 Aquí, Agustín trabaja de forma espontánea con esquemas retóricos. Para demostrar un hecho, lo primero que se preguntaba siempre era si el sujeto pudo realizarlo, es decir, por la posibilidad; luego, si quiso, esto es, por la voluntad.
82 Véase la Nota complementaria 40: La Iglesia madre vol.VII p.757.
83 Sobre el modo de combinar el perdón y la corrección o disciplina, véase el sermón 1, 14 A5-6 (= Frangipane 9).
84 Debe leerse, creemos, "eterna" en vez de "humana", para que tenga sentido la frase. Además, así aparece en el mismo contexto, en los sermones 57, 6 y 58, 12.
85 Véase la Nota complementaria 14: Los competentes vol.VII p.747.
86 Véase la Nota complementaria 22: Las edades del mundo vol.VII p.751.
87 Véase el sermón 56, 8.
88 Idea repetida frecuentemente. Véase Enarraciones a los Salmos 5, 4; 6, 1; 52, 5; Tratados sobre el Evangelio de San Juan 43, 6, etc.
89 Otra mención de la risa inmoderada como pecado aparece en el sermón 9, 18.
90 Véanse los dos sermones anteriores.
91 Quizá contra los donatistas. Véase la Nota complementaria 46: La reiteración del bautismo vol.VIl p.759.
92 Es decir, el corazón, aludiendo a la introducción al prefacio de la misa.
93 Debe de haber aquí un error del copista, que en vez de invenit puso inveniens (así G. MORIN, en Miscellanea Agostiniana I 320). La traducción presupone el invenit.
94 Con casi las mismas palabras lo hemos visto en el sermón 4, 18,
95 Lo mismo en el sermón 77, 11.
96 Aunque Migne y Verbraken colocan el presente entre los sermones sobre San Mateo, en realidad habría que colocarlo entre los lucanos, pues el versillo sobre el huevo y el escorpión es propio de Lucas (11, 9-13) y no de Mateo.
97 Los pelagíanos.
98 Las riquezas en sí, en cuanto creación de Dios, son buenas, aunque el hombre use mal de ellas. Véase la Nota complementaria 34: La soberbia y las riquezas vol.VII p.756.
99 Es frecuente esta equiparación del santo, Véanse los sermones 63 A, 2 (= Mai 25), 177, 6, etc.,
100 Este pensamiento es constante. Véanse, por ejemplo, los comentarlos a la escena de la cananea en los sermones 77ss.
101 Nótese la gradatio, tres términos de los cuales cada tino recoge el anterior y le añade más fuerza.
102 Véase la nota al sermón 53 A, 3 (= MORIN 11).
103 Véase la nota 3.
104 Véase la Nota complementaria 48; Usa y gozar vol.VIl p.760,
105 Véase la Nota complementaria 53: San Agustín y las riquezas vol.VII p.762.
106 Feliz expresión, digna de Agustín.
107 Léase en la Regla 3, 16 el mismo pensamiento: "Si los que se hallan débiles por una inveterada enfermedad reciben trato distinto en la comida, no debe ser molesto ni parecer injusto a quienes otra naturaleza hizo más fuertes. Y no les crean más felices porque reciben lo que a ellos no se les da; antes bien, alégrense porque pueden lo que no pueden ellos".
108 Véase el sermón 53 A, 6 (= MORIN 11).
109 Nótese la figura retórica de la gradatio también aquí.
110 Bonita estampa de la vida de cada día en Nipona. Los pobres fueron preocupación constante del santo. Para poder socorrerles llegó hasta a vender los vasos sagrados, como nos informa su biógrafo y amigo San Posidio (Vida de Agustín 24).
111 Un texto del sermón 339, 1 (= Frangipane 2) puede servir de comentario a estas palabras del santo: "No quiero que me alaben hombres que viven mal, lo aborrezco y lo detesto; me produce dolor no placer. Pero mentiría si dijera que no quiero las alabanzas de los que viven bien; pero si digo que las quiero, temo ser apetecedor de vaciedad antes que de solidez. ¿Qué decir, pues? Pues que ni la quiero del todo, ni del todo la rechazo. Lo uno para que la alabanza humana no me sirva de caída; lo otro para que no sean ingratos aquellos a quienes predico." En la Enarración al salmo 141, 8 nos dice que no faltan quienes pregonan que él predica sólo para ser alabado o aplaudido.
112 El pensamiento es muy frecuente en la predicación. Véanse los sermones 77 B, 3-4 (=MORIN 16); 306 C, 7 (= MORIN 15); Enarraciones a los salmos 71 II, 4; 144, 19, etc
113 En el sermón 354, 7 dirá: "No tengáis por gran cosa el ser escuchados en lo que deseáis; considerad, en cambio, un gran bien el ser escuchados en lo que es útil."
114 Nótese la figura retórica del oximoron: sentencia aguda e ingeniosa en que lo afirmado parece contradictorio,
115 Véase la Nota complementaria 2: San Agustín y los milagros p.883.
116 Idea siempre presente cuando Agustín habla del centurión; véanse los sermones 62 A, 1 (= MORIN 6); 77, 12; Enarración al salmo 38, 18.
117 Es ésta la interpretación constante del santo. Véanse los sermones 63 B, 1 247). 7); 229 K, 2 (Guelf. 13); 229 L, 2 (= Guelf. 14); 229 C, 5 (= Guelf. 24).
118 La traducción supone en el texto latino nunc en lugar de tunc, porque así lo pide el sentido y está en los maurinos. El tunc de Mime es sin duda, una errata de imprenta.
119 Véase la Enarración al salmo 39, 10: los mismos que llenan los teatros llenan después las iglesias o al revés.
120 Nótese la condicional. Quizá recordaba su infancia con un padre pagano Y una madre católica.
121 Esto recuerda aquel texto de Cicerón: "Queridos son los padres, queridos los hijos, los parientes, los familiares, pero todas estas querencias las abarca la patria. ¿Quién, si es bueno, dudará en darse a la muerte si ha de serle de provecho (a la patria)?" (Los deberes 1 57).
122 El genium era un ser divino tutelar de algún lugar, o cosa o persona.
123 El paganismo había perdido la supremacía numérica a partir de la nueva Política que se inició con el decreto de tolerancia de Constantino y Licinio en el 313 y que se concluyó con Teodosio haciendo de la religión católica la religión oficial del Imperio, después de haber proscrito el paganismo. Ciertamente, no todas las conversiones fueron tan sinceras como era de desear.
124 Véase en las Confesiones VIII 11, 27 el mismo pensamiento y casi idéntica expresión: "¿Por qué te apoyas en ti, que no puedes tenerte en pie? Arrójate en El, no temas, que no se apartará para que caigas; arrójate seguro, que El te recibirá y sanará." Son reflexiones con las que Agustín se animaba a sí mismo a entregarse totalmente a Dios. Este sermón y las Confesiones son contemporáneos.
125 Véase la Nota complementaria 63: Los circunceliones vol.VII p.766.
126 Lugar en que reposaba el cuerpo de San Cipriano.
127 Es, por tanto, anterior a las leyes emanadas en el año 399 por el emperador Honorio (véase el Código Teodosiano XVI, 10, 16).
128 Véase Contra las dos cartas de los pelagianos I, 3, 6; 19, 37; La gracia y el libre albedrío 5, 18.
129 La misma interpretación la da en la Carta 102, 6, 36: "Es gusano por la humildad de la carne; quizá también por el parto de la virgen, ya que ese animalito nace, por lo general, de la carne o de cualquier otra cosa, pero sin previo ayuntamiento carnal".
130 Véase la Nota complementaria 52: El sueño de Jesús en la barca vol.VII P.762.
131 Esta interpretación es frecuente en Agustín. Véanse los sermones 63 13, 2 (= MORIN 7) y 77, 8.
132 Véase el sermón 61, 3.
133 En esta expresión se halla brevemente formulada la concepción agustiniana de los milagros de Jesús.
134 La idea se repite muy frecuentemente. Véanse los sermones 63 B, 3 (=MoRIN 7); 77, 8; 299 B, 5 (= Guelf. 23); 229 C, 5 (= Guelf, 24).
135 Véase el sermón 62, 5.
136 Aparece claro el proceder exegético de Agustín: ante una dificultad del texto, real o ficticia, se eleva inmediatamente a la búsqueda del misterio. a Véase el sermón 229 C, 5 (= Gue1f. 24).
137 Véase el sermón 63 A, 3.
138 Las costumbres de las serpientes, reales o creídas, son tema constante en la predicación agustiniana, como primer escalón para impulsar a los cristianos a imitarlas: renueva su piel (Enarración al salmo 51, 10); defiende antes que nada la cabeza (Enarración al salmo 57, 10; La doctrina cristiana II 16, 24; Sermón 64 A, 2); se arrastra (Enarración al salmo 139, 6); come tierra (Tratados sobre el Evangelio de San Juan 38, 4), etc.
139 Se refiere San Agustín a la costumbre tradicional entonces de celebrar banquetes funerarios, ya en honor de los familiares difuntos, ya en honor de mártires, junto a sus memorias. No era raro que tales comidas acabasen en borracheras. Todo ello indujo a Agustín a prohibirlas en Hipona, como ya había acontecido en otras partes del orbe católico como en Milán, por obra de san Ambrosio (Confesiones VI, 2, 2). La opinión y comportamiento de Agustín al respecto puede leerse en las cartas 22 y 29. Sobre lo mismo puede verse en F. VAN DER MEER, San Agustín, pastor de almas, el capítulo: "Banquetes funerarios" p. 633ss.
140 El término latino coronator aparece por primera vez en Agustín. Lo encontraremos también en el sermón 116, 7
141 Ante la cuestión sobre el- fin del mundo, Agustín fue prudente; prefería cohfesar uña cauta ignorancia a profesar una falsa ciencia (Carta 197, 1.5). Además de esta carta puede verse la 199 y la Nota complementaria 22: Las edades del mundo vol.VII p.751.
142 Desconocemos a qué mártires se refiere en concreto.
143 Es habitual en él esta forma de hablar. Cómo el alma es mortal e inmoral al mismo tiempo, puede verse en las Cartas 166, 2, 3; 143, 7 y 202 A, 8, 17.
144 El of/icium se refiere a todo el cortejo o todos los oficiales menores. Agustín hace alusión a la praxis judiciaria.
145 Tunsio es- -un neologismo-agustiniano
146 Véase.la nota .1 al sermón 29.
147 Esta asociación de textos bíblicos e ideas es constante en el santo. Véanse los sermones 98, 6 y 139' A, 2 (= Mai 125).
148 Véase la Nota complementaria 3: La gracia de Jesús p.884.
149 Esta invitación a guardar silencio no es rara en los sermones agustinianos. Véase la Nota complementaria 49: La salud de Agustín vol VII p.760.
150 Idénticas reflexiones y expresiones pueden verse en el sermón 112 A, 6 (= Caillau II, 11).
151 Este pensamiento es frecuentemente repetido por el santo bajo formulaciones ligeramente diferentes. Véanse los sermones 214, 6; 215, 4; 291, 5: Contra Fausto 29, 4, etc.
152 En la Ciudad de Dios 21, 14 recuerda lo mismo: "El mismo estudio a que se constriñe a los niños con castigos, les es tan duro, que a veces prefieren aguantar las penas a estudiar." Y- con notable exageración retórica, continúa: a`Quién no sentirá borrar y si se le propone la disyuntiva: morir o volver a la infancia, no elegirá la muerte?" Para su amarga experiencia, consúltese Confesiones 1, 9, 14.
153 Sobre Fotino véase la nota 14 al sermón 37.
154 Véase la Nota complementaria 11: Los cisuras donatistas vol.V1I p.746.
155 La misma acusación la vemos aparecer en El consenso de los evangelistas I, 14, 22, y Tratados sobre el Evangelio de San Juan 35, 8.
156 El problema en torno al Espíritu Santo fue una derivación de la controversia arriana. En sus inicios el Espíritu Santo no estuvo al centro de la discusión, que giró únicamente en torno a la persona del Hijo; pero no tardaron en sacarse las consecuencias: Si el Hijo no era Dios, tampoco lo era el Espíritu Santo; más aún, éste no era otra cesa que la primera creatura producida por el Hijo. Históricamente, el problema se hace acuciante a mediados del siglo tv por obra de los llamados pneumatomajoi (= los que luchan contra el Espíritu). Por parte ortodoxa la respuesta vino de San Atanasio en primer lugar y luego de los Padres Capadocios, sobre todo de San Basilio, y culminó en el II Concilio ecuménico de Constantinopla del año 381, que declaró Dios al Espíritu, aunque sólo indirectamente: "que con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado".
157 Fuera de la predicación puede verse la Exposición incoada de la Carta a los Romanos, en que trata casi exclusivamente este tema, tema que por otra parte le asustó tanto, que prefirió dejar para mejores tiempos el comentario a la totalidad de la carta (Retractaciones I, 25). Tal comentario nunca llegó a ser realidad.
158 Claramente, Agustín es un defensor de la procesión del Espíritu Santo, del Padre y del Hijo, el célebre Filioque, que enfrenta a la Iglesia católica con la ortodoxa.
159 Sin duda, está pensando en los donatistas.
160 El pensamiento aparece con bastante frecuencia. Véase Tratados sobre el Evangelio de San Juan 103, y La santa virginidad 3, 3.
161 La virginidad y maternidad de la Iglesia es una de las ideas centrales de la eclesiología agustiniana. En los sermones aparece muy frecuentemente. Véanse, entre otros, los siguientes textos: Sermones 139, 9; 188, 4; 191, 3; 192, 2; 195, 2; 213, 7 (= Guelf. 1).
162 Parece que va dirigido contra los donatistas.
163 La idea es constante, con mayor o menor desarrollo, según los casos. Véase los sermones 2, 25; 260 C, 2 (=Mai 94); Tratados sobre el Evangelio de San Juan 49, 12; La doctrina cristiana III, 25, 35-37.
164 No se conserva tal sermón.
165 Según la fecha de su predicación puede referirse o bien a la caída de Roma bajo Alarico (410) o a la perspectiva de las invasiones vandálicas, al final de la vida del santo.
166 El lector habrá observado la ausencia de Pelagio en esta lista de heresiarcas. De ello puede concluirse que fue predicado con anterioridad al 410, aunque el criterio no es muy seguro. El mismo Agustín nos dice que en los primeros tiempos de la controversia evitaba mencionar los nombres (Retractaciones 2, 23).
167 El término sanctimoniales aparece por primera vez en Agustín significando "virgen", "monja", "religiosa", pero la expresión debía ser ordinaria. Así aparece en el sermón 93, 1: "las cuales reciben en la Iglesia, por su propia Y más excelsa santidad, el nombre de vírgenes; a las que hemos acostumbrado a llamar también, con un término más frecuente, sanctimoniales". En el sermón 213, 8 (= Guelf. 1) une los dos términos: virgines sanctimoniales. En la Enarración al salmo 75, 16 las denomina castimoniales.
168 Del contexto resulta claro que se trata de la profesión de "vida religiosa"; de aquí la extrañeza de que también en esa congregación en que se profesa servir a Dios haya malos. Poco antes ha hablado de la congregación de monjes. Por estas fechas, Agustín había conocido ya fracasos entre sus monjesDe ello nos informa la Carta 60, en que el santo aparece preocupado por la fama de los mismos. Véanse también las cartas 77, 78 y 85.
169 Breves y óptimos principios exegéticos que el santo desarrolla con más amplitud en los libros II y III de La doctrina cristiana,
170 Lo mismo, aunque más ampliamente considerado, puede hallarse en el sermón 137, 13.
171 Agustín acostumbra dar poca importancia al milagro en cuanto hecho extraordinario; lo que le interesa es su interpretación alegórica o espiritual.
172 Que Jesús, con sus hechos, fue para nosotros una admonitio, una llamada de atención, es una constante en los textos agustinianos.
173 Hay que pensar en las condiciones de navegación de aquellos tiempos. La inseguridad de la misma es algo que el santo repite una y otra vez. Ni siquiera en el puerto se tiene la total seguridad, dirá en la enarración al salmo 99, 10. Sobre lo peligroso que Agustín consideraba al mar, léase La ciudad de Dios XX, 15, 16. Puede leerse también en la enarración al salmo 106, 12 la descripción de una tempestad en alta mar.
174 Los maniqueos afirmaban que el cuerpo de Jesús había sido solamente aparente y negaban, por tanto, que hubiera nacido de María. Sobre la cristología maniquea, véase la Nota complementaria 3: Cristología maniquea vol.VII P.743.
175 Esta tipología es constante en Agustín. Véanse también Sermón 76, 1; Enarraciones a los Salmos 30, íI, 2, 5; 108, 1, 18; 118XIII, 3; Tratados sobre el Evangelio de San Juan 7, 14; 50, 12; Las palabras del Señor en la montaña 2, etc.
176 Véase la nota 5 del sermón anterior.
177 Véase la Nota complementaria 4: Agustín y Mt 16, 18 p.884,
178 Véase la Nota complementaria 4: Agustín y Mt 16, 18 p.884.
179 Apostilla antipelagiana.
180 También contra los pelagianos.
181 Véase cl mismo pensamiento en los sermones 77 A, 1 (= Guelf. 33); 154, 5 (= MORIN 4); 306 C, 8 (= MORIN 15).
182 Sobre las etimologías véase la Nota complementaria 12: Las etimologías vol.VII p.747.
183 La verdad histórica de cuanto narra la Escritura es algo indiscutido para Agustín, y la razón de ello es obvia: desde el momento en que se concede que algo es o pueda ser falso, ya nada puede ser considerado como verdadero. Como dice el santo, "entra el gusano de la podredumbre que no deja nada sano" (Enarración al salmo 93, 19). La realidad histórica, por otra parte, no es obstáculo para que en los hechos se dé un significado espiritual; más aún, es el fundamento del mismo. Lo contrario sería "edificar sobre el aire" (Sermón 2, 7; Frangipane 1, 2).
184 Una vez más Agustín se nos muestra atento observador de cuanto ocurre a su lado.
185 En latín, como en castellano, la palabra homo (hombre) significa tanto el varón como la mujer, es decir, la persona humana. De aquí que Agustín pueda decir de Jesús que "nació de hombre", o de la cananea que de perro se convirtió en hombre, como en el caso presente.
186 Posiblemente, alusiones antipelagianas,
187 El pensamiento es frecuente. Véase el desarrollo de la idea, aplicada a su vida, en Confesiones X, 31, 43-47. También Enarraciones a los Salmos 102, 6; 37, 5.
188 La traducción supone un texto latino distinto del trascrito. Hemos seguido la sugerencia de MORIN: tentatio en vez de tentationibus, error del copista, que se explicaría sencillamente: la presencia de magnis le induciría a poner la palabra siguiente en el mismo caso.
189 Es doctrina frecuente contra los pelagianos. Véase, por ejemplo, Contra las dos cartas de los pelagianos III, 3, 5; Contra el pelagiano juliano II, 5, 12,
190 Muy probablemente, Agustín está pensando en la victoria de los católicos contra los donatistas en 11 conferencia de Cartago del año 411,
191 En el edicto de Constantinopla del 8 de noviembre del 392 del emperador Teodosio se prohíbe el culto pagano (Código Teodosiano XVI, 10, 12). Más tarde, en el 399, el emperador Arcadio prescribe la demolición de los templos (ibíd. XVI, 10, 16).
192 Véase la nota 1 del sermón 77.
193 n el sermón 77 decía homo (hombre).
194 El mismo ejemplo apareció ya en el sermón 21, 8; véase también el sermón 80, 7.
195 Esta contraposición es frecuente en el santo. Véanse los Sermones 306 C, 7 (= MORIN 15); 354, 7; Enarración el salmo 21, 11, 5; Carta 130, 26,
196 Por la Enarración al salmo 137, 4 se puede deducir el sentido: se trata de ser iguales a los ángeles.