Padres de la Iglesia

AGUSTÍN

Sermones sobre los evangelios sinopticos II

Sermones 51-77C, 78-116

SERMON 78
La transfiguración (Mt 17, 1-9).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.

1. Hermanos amadísimos, debemos contemplar y comentar esta visión que el Señor hizo manifiesta en la montaña. En efecto, a ella se refería al decir: En verdad os digo que hay aquí algunos de los presentes que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su reino. Con estas palabras comenzó la lectura que ha sido proclamada. Después de seis días, mientras decía esto, tomó a tres discípulos, Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña. Estos tres eran de los que había dicho hay aquí algunos que no gustarán la muerte hasta que no vean al Hijo del hombre en su reino. No es una cuestión sencilla. Pues no ha de tomarse la montaña como si fuese el reino. ¿Qué es una montaña para quien posee el cielo? Esto no solamente lo leemos, sino que en cierto modo lo vemos con los ojos del corazón. Llama reino suyo a lo que en muchos pasajes denomina reino de los cielos. El reino de los cielos es el reino de los santos. Los cielos, en efecto, proclaman la gloria de Dios. De esos cielos se dice a continuación en el salmo: No hay discurso ni palabra de ellos que no se oiga. A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los confines de la tierra su lenguaje. ¿De quiénes, sino de los cielos? Por tanto, de los apóstoles y de todos los fieles predicadores de la palabra de Dios. Reinarán los cielos con aquel que hizo los cielos. Ved lo que hizo para manifestar esto.
2. El mismo Señor Jesús resplandeció como el sol; sus vestidos se volvieron blancos como la nieve y hablaban con él Moisés y Elías. El mismo Jesús resplandeció como el sol, para significar que él es la luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Lo que es este sol para los ojos de la carne, es aquél para los del corazón; y lo que es éste para la carne, lo es aquél para el corazón. Sus vestidos, en cambio, son su Iglesia. Los vestidos, si no tienen dentro a quienes los llevan, caen. Pablo fue como la última orla de estos vestidos. El mismo dice: Yo, ciertamente, soy el más pequeño de los Apóstoles, y en otro lugar: Yo soy el último de los Apóstoles. La orla es la parte última y más baja de un vestido. Por eso, como aquella mujer que padecía flujo de sangre y al tocar la orla del Señor quedó salvada, así la Iglesia procedente de los gentiles se salvó por la predicación de Pablo. ¿Qué tiene de extraño señalar a la Iglesia en los vestidos blancos, oyendo al profeta Isaías que dice: Y si vuestros pecados fueran como escarlata, los blanquearé como nieve? ¿Qué valen Moisés y Elías, es decir, la ley y los profetas, si no hablan con el Señor? Si no da testimonio del Señor, ¿quién leerá la ley? ¿Quién los profetas? Ved cuán brevemente dice el Apóstol: Por la ley, pues, el conocimiento del pecado; pero ahora sin la ley se manifestó la justicia de Dios: he aquí el sol. Atestiguada por la ley y los profetas: he aquí su resplandor.
3. Ve esto Pedro y, juzgando de lo humano a lo humano, dice: Señor, es bueno estarnos aquí. Sufría el tedio de la turba, había encontrado 1_a soledad de la monta, a. Allí tenía a Cristo, pan del alma. ¿Para qué salir de allí hacia las fatigas y los dolores, teniendo los santos amores de Dios y, por tanto, las buenas costumbres? Quería que le fuera bien, por lo que añadió: Si quieres, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Nada respondió a esto el Señor, pero Pedro recibió, sí, una respuesta. Pues mientras decía esto, vino una nube refulgente y los cubrió. El buscaba tres tiendas. La respuesta del cielo manifestó que para nosotros es una sola cosa lo que el sentido humano quería dividir. Cristo es el Verbo de Dios, Verbo de Dios en la ley, Verbo de Dios en los profetas. ¿Por qué quieres dividir, Pedro? Más te conviene unir. Busca tres, pero comprende también la unidad.
4. Al cubrirlos a todos la nube y hacer en cierto modo una sola tienda, sonó desde ella una voz que decía: Este es mi Hijo amado. Allí estaba Moisés, allí Elías. No se dijo: «Estos son mis hijos amados». Una cosa es, en efecto, el Único, y otra los adoptados. Se recomendaba a aquél de donde procedía la gloria a la ley y los profetas. Este es, dice, mi hijo amado, en quien me he complacido; escuchadle, puesto que en los profetas a él escuchasteis y lo mismo en la ley. Y ¿dónde no le oísteis a él? Oído esto, cayeron a tierra. Ya se nos manifiesta en la Iglesia el reino de Dios. En ella está el Señor, la ley y los profetas; pero el Señor como Señor; la ley en Moisés, la profecía en Elías, en condición de servidores, de ministros. Ellos, como vasos; él, como fuente. Moisés y los profetas hablaban y escribían, pero cuanto fluía de ellos, de él lo tomaban.
5. El Señor extendió su mano y levantó a los caídos. A continuación no vieron a nadie más que a Jesús solo. ¿Qué significa esto? Oísteis, cuando se leía al Apóstol, que ahora vemos en un espejo, en misterio, pero entonces veremos cara a cara. Hasta las lenguas desaparecerán cuando venga lo que ahora esperamos y creemos. En el caer a tierra simbolizaron la mortalidad, puesto que se dijo a la carne: Eres tierra y a la tierra irás. Y cuando el Señor los levantó, indicaba la resurrección. Después de ésta, ¿para qué la ley, para qué la profecía? Por esto no aparecen ya ni Elías ni Moisés. Te queda el que en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Te queda el que Dios es todo en todo. Allí estará Moisés, pero no ya la ley. Veremos allí a Elías, pero no ya al profeta. La ley y los profetas dieron testimonio de Cristo, de que convenía que padeciese, resucitase al tercer día de entre los muertos y entrase en su gloria. Allí se realiza lo que Dios prometió a los que lo aman: El que me ama será amado por mi Padre y yo también lo amaré. Y como si le preguntase: «Dado que le amas, ¿qué le vas a dar?» Y me mostraré a él. ¡Gran don y gran promesa! El premio que Dios te reserva no es algo suyo, sino él mismo. ¿Por qué no te basta, ¡oh avaro! , lo que Cristo prometió? Te crees rico; pero si no tienes a Dios, ¿qué tienes? Otro puede ser pobre, pero si tiene a Dios, ¿qué no tiene?
6. Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende, predica la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por el candor y la belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor. Cuando se lee al Apóstol, oímos en elogio de la caridad: No busca lo propio. No busca lo propio, porque entrega lo que tiene. Y en otro lugar dijo algo que, si no lo entiendes bien, puede ser peligroso; siempre con referencia a la caridad, el Apóstol ordena a los fieles miembros de Cristo: Nadie busque lo suyo, sino lo ajeno. Oído esto, la avaricia, como buscando lo ajeno a modo de negocio, maquina fraudes para embaucar a alguien y conseguir, no lo propio, sino lo ajeno. Reprímase la avaricia y salga adelante la justicia; escuchemos y comprendamos. Se dijo a la caridad: Nadie busque lo propio, sino lo ajeno. Pero a ti, avaro, que ofreces resistencia y te amparas en este precepto para desear lo ajeno, hay que decirte: «Pierde lo tuyo». En la medida en que te conozco, quieres poseer lo tuyo y lo ajeno. Cometes fraudes para obtener lo ajeno; sufre un robo que te haga perder lo tuyo tú que no quieres buscar lo tuyo, sino que quitas lo ajeno. Si haces esto, no obras bien. Oye, ¡oh avaro! ; escucha. En otro lugar te expone el Apóstol con más claridad estas palabras: Nadie busque lo suyo, sino lo ajeno. Dice de sí mismo: Pues no busco mi utilidad, sino la de muchos, para que se salven. Pedro aún no entendía esto cuando deseaba vivir con Cristo en el monte. Esto, ¡oh Pedro! , te lo reservaba para después de su muerte. Ahora, no obstante, dice: «Desciende a trabajar a la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la tierra. Descendió la vida para encontrar la muerte; bajó el pan para sentir hambre; bajó el camino para cansarse en el camino; descendió el manantial para tener sed, y ¿rehúsas trabajar tu? No busques tus cosas. Ten caridad, predica la verdad; entonces llegarás a la eternidad, donde encontrarás seguridad».

SERMON 79
La transfiguración de Jesús (Mt 17, 1-9).

Lugar: Probablemente Hipona,
Fecha: No antes del año 425.

Al leer el santo Evangelio hemos escuchado la gran visión que tuvo lugar en la montaña, cuando Jesús se transfiguró ante tres de sus discípulos: Pedro, Santiago y Juan. Su rostro resplandeció como el sol significa el resplandor del Evangelio. Sus vestidos se volvieron blancos como la nieve significa la purificación de la Iglesia, a la que se referían estas palabras del profeta: Y aunque vuestros pecados fueran como escarlata, los haré blancos como la nieve. Elías y Moisés coloquiaban con él, porque la gracia del Evangelio tiene el testimonio de la ley y los profetas. La ley, en Moisés, y los profetas, en Elías, para decirlo en pocas palabras. Están presentes los beneficios de Dios realizados mediante el santo mártir y van a ser leídos 197 . Escuchemos. Plugo a Pedro hacer tres tiendas, una para Moisés, otra para Elías y otra para Cristo. Le deleitaba la soledad del monte y sufría el tedio del tumulto de las cosas humanas 198.Mas ¿por qué buscaba tres tiendas sino porque no conocía todavía la unidad entre la ley, la profecía y el Evangelio? Inmediatamente le corrigió la nube. Hablando estas cosas, dice, una nube esplendente los cubrió. Ved que la nube hizo una sola tienda; ¿por qué buscabas tres? Y una voz desde la nube: «Este es mi hijo amado, en quien me he complacido; escuchadle». Habla Moisés, pero escuchadle a él. Habla Elías, pero escuchadle a él. Hablan los profetas, habla la ley, pero escuchadle a él, voz de la ley y lengua de los profetas. El habla en ellos; él se apareció personalmente cuando lo tuvo a bien. Escuchadle a él, escuchémosle. Pensad que cuando hablaba el Evangelio era como si hablase la nube. De allí nos llegó la voz. Escuchémosle; hagamos lo que nos manda y esperemos lo que nos prometió.

SERMON 79 A (= Lambot 17)
La transfiguración de Jesús (Mt 17, 1-8).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.

Antes de manifestarse el Señor en la montaña, como hemos escuchado en la lectura del santo Evangelio, había dicho: Hay aquí algunos de los presentes que no probarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su reino. Sabemos, en efecto, que al final del mundo vendrá Jesucristo el Señor y dará el reino a los de su derecha y el tormento a los de su izquierda, él que, según creemos y profesamos, ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Todos aquellos que le rodeaban cuando hablaba, a causa de su condición mortal, se durmieron; pero sólo cuando llegue el tiempo de la resurrección verán al Señor como juez en su reino. ¿Qué significa, pues, lo que dice: Hay algunos de los aquí presentes que no probarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su reino? Sin duda el santo Evangelio planteó una cuestión que se refiere a lo que sigue. Llevó consigo a la montaña a tres: a Pedro, a Santiago y a Juan, y se transfiguró en presencia de ellos, hasta el punto de que su rostro resplandecía como el fulgor del sol. Eran, pues, de aquellos de los presentes que no habían de experimentar la muerte antes de ver al Hijo del hombre en su reino. Al fin de los tiempos resplandeceremos todos con el fulgor que el Señor mostró en sí mismo. Resplandecerán los miembros como resplandeció la cabeza, pues está escrito: Transformará nuestro cuerpo humilde a imagen de su cuerpo glorioso. Ved que él resplandeció como el sol en la montaña, aun antes de resucitar. Todavía no había probado la muerte, pero era Dios encarnado y con su divino poder hacía lo que quería de su carne aún no resucitada. Así, pues, para que veáis que no tiene nada de soberbio el esperar lo mismo para nosotros, escuchadle y no dudéis. Al exponer la parábola de la cizaña, dice: El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre. El campo es el mundo. La buena semilla, los hijos del reino. La cizaña son los hijos del maligno. El enemigo que la sembró es el diablo. La siega es el fin del mundo; los segadores, los ángeles. Cuando venga, pues, el fin del mundo, entonces enviará el Hijo del hombre a sus ángeles y reunirán todos los grupos separados de su reino, y los enviará al fuego ardiente, donde habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Qué dice del trigo? Escucha lo que sigue: Entonces los justos resplandecerán en su reino como el sol. Y porque así serán en el reino, por eso dijo el Señor: Hay aquí algunos de los presentes que no probarán la muerte hasta que no vean el Hijo del hombre en su reino.
Así, pues, hermanos, ¿qué significa esto? Se aparecieron Moisés y Elías, pusieron al Señor en medio y hablaban con él. San Pedro encontró deleite en la soledad, hastiado de la turbulencia del género humano'. Vio la montaña, vio al Señor, vio a Moisés, vio a Elías. Sólo estaban allí quienes no lo hacían en interés personal. Deleitándose en la vida tranquila, contemplativa, dichosa, dice al Señor: Señor, buena cosa es estarnos aquí. ¿Por qué descender del monte con la agitación que lleva consigo? ¿Por qué no elegimos más bien el gozarnos aquí? Buena cosa es estarnos aquí. Hagamos aquí tres' tiendas, si quieres; una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pedro, desconociendo todavía cómo debía hablar, intentaba dividir. Pensaba que era cosa buena lo que decía. Pero ¿qué hizo el Señor? Envió una nube del cielo y los cubrió a todos, como diciendo a Pedro: «¿Por qué quieres hacer tres tiendas? Esta es la única tienda». Entonces oyeron una voz desde la nube: Este es mi Hijo amado, para que no lo comparasen con Moisés y Elías y pensasen que el Señor había de ser considerado como uno de los profetas, siendo el señor de los profetas. Este es mi Hijo amado; escuchadle. Aterrados por esta voz, cayeron a tierra. Se acercó el Señor y los levantó, y no vieron más que a Jesús. Este gran misterio lo expondré ahora, si el Señor me lo concede. Hablan con el Señor Moisés y Elías. En Moisés está indicada la ley, en Elías, los profetas. Cuando proponemos alguna cuestión sobre el Evangelio, la probamos con argumentos tomados de la ley y los profetas. Hablan ciertamente con el Señor Moisés y Elías, pero como servidores están a los lados, mientras que en el medio está quien reina. ¿Qué significa este hablar Moisés y Elías con el Señor? Escucha al Apóstol: Por la ley, dice, se llega al conocimiento del pecado; ahora, en cambio, se ha manifestado la justicia de Dios sin la ley. Observa al Señor con Moisés y con Elías, recibiendo el testimonio de la ley y los profetas. En el tiempo presente es necesario el testimonio de la ley y los profetas, pero cuando hayamos resucitado, ¿qué necesidad habrá de la ley y los profetas? No buscaremos testimonios, porque le veremos a él mismo. Pero ¿cuándo será esto? Después de la resurrección. Esta es la razón por la que aquellos que cayeron se levantaron y sólo vieron al Señor.

SERMON 80
El poder de la oración (Mt 17, 18-20).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Hacia el año 410.
1. Nuestro Señor Jesucristo, como acabamos de escuchar en la lectura del Evangelio, reprochó la infidelidad hasta en sus propios discípulos. Habiéndole preguntado: ¿Por qué no pudimos expulsarlo nosotros?, les respondió: Por vuestra incredulidad. Si los Apóstoles eran incrédulos, ¿quién puede llamarse creyente? ¿Qué harán los corderos si titubean los carneros? No obstante, ni siquiera cuando eran incrédulos los abandonó la misericordia del Señor, sino que los censuró, los nutrió, perfecciono y coronó. Pues también ellos, conscientes de su debilidad, le dijeron como leímos en cierto lugar del Evangelio: Señor, auméntanos la fe. Señor, dicen, auméntanos la fe. La primera cosa útil era la ciencia, saber de qué estaban escasos; la gran felicidad, saber a quién lo pedían. Señor, dicen, auméntanos la fe. Ved si no llevaban sus corazones como a la fuente y llamaban para que se les abriera y los llenara. Quiso que se llamase a su puerta, no para rechazar a quienes lo hicieran, sino para ejercitar a los deseosos.
2. ¿Pensáis, hermanos, que no sabe Dios lo que os es necesario? Lo sabe y se adelanta a nuestros deseos, él que conoce nuestra pobreza. Por eso, al enseñar la oración y exhortar a sus discípulos a que no hablen demasiado en la oración, les dijo: No empleéis muchas palabras, pues sabe vuestro Padre celestial lo que os es necesario antes de que se lo pidáis. Otra cosa ha dicho, además, el Señor. ¿Qué? No queriendo que gastemos muchas palabras en la oración, nos dijo: No habléis mucho cuando oráis, pues sabe vuestro Padre lo que os es necesario antes de que se lo pidáis. Si sabe nuestro Padre lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, ¿para qué las palabras, aunque sean pocas? ¿Qué motivo hay para orar, si ya sabe nuestro Padre lo que necesitamos? Dice a alguien: «No me pidas más; sé lo que necesitas». «Si lo sabes, Señor, ¿por qué pedir? No quieres que mi súplica sea larga; más aún, quieres que sea mínima». ¿Y cómo combinarlo con lo que dice en otro lugar? El mismo que dice: No habléis mucho en la oración, dice en otro lugar: Pedid y se os dará. Y para que no pienses que se trata de algo incidentalmente dicho, añadió: Buscad y hallaréis. Y para que ni siquiera esto lo consideres como dicho de paso, advierte lo que añadió, ve cómo concluyó: Llamad y se os abrirá. Considera, pues, lo que añadió. Quiso que pidieras para recibir; que buscaras para hallar y que llamaras para entrar. Por tanto, si nuestro Padre sabe ya lo que necesitamos, ¿para qué pedir? ¿Para qué buscar? ¿Para qué llamar? ¿Para qué fatigarnos en pedir, buscar y llamar, para instruir a quien ya sabe? Son también palabras del Señor, dichas en otro lugar: Conviene orar siempre y no desfallecer. Sí conviene orar siempre, ¿cómo dice: No habléis mucho? ¿Cómo voy a orar siempre, si me callo luego? En un lado me mandas que acabe luego, en otro me ordenas orar siempre y no desfallecer; ¿qué es esto? Pide, busca, llama también para entender esto. Si está oscuro, no es un desprecio, sino una ejercitación. Por tanto, hermanos, debemos exhortarnos mutuamente a la oración, tanto yo como vosotros. En medio de la multitud de los males del mundo actual no nos queda otra esperanza que llamar en la misma oración, creer y mantener fijo en el corazón que lo que tu Padre no te da es porque sabe que no te conviene. Tú sabes lo que deseas; él sabe lo que te es provechoso. Suponte que estás en el médico y que estás enfermo, como es en verdad, pues toda esta nuestra vida no es otra cosa que una enfermedad, y una larga vida no es otra cosa que una larga enfermedad'; suponte, pues, que estás enfermo en casa del médico. Te apetece algo fresco, te apetece tomar un vaso de vino; pídeselo al médico. No se te prohíbe pedirlo, puede ser que no te haga daño y hasta te convenga tomarlo. No dudes en pedirlo; pide sin vacilar; pero si no lo recibes, no te entristezcas. Si esto se da con el médico corporal, ¿cuánto más con Dios médico, creador y reparador de tu cuerpo y de tu alma?
3. Por tanto, puesto que al decir: Por vuestra incredulidad no pudisteis expulsar este demonio, trataba el Señor de exhortarnos a la oración, concluyó así: A este género no se le arroja sino con el ayuno y la oración. Si ora el hombre para arrojar un demonio ajeno, ¡cuánto más ha de orar para expulsar su propia avaricia! ¡Cuánto más para expulsar su violencia! ¡Cuánto más para expulsar su lujuria y su impureza! ¡Cuántas cosas hay en un hombre que, de perseverar en él, le cerrarán las puertas del reino de los cielos! Ved, hermanos, cómo se busca un médico para la salud corporal; cómo, si alguien enferma hasta perder la esperanza, pierde la vergüenza y no siente reparos en arrojarse a los pies de un médico muy experto y lavar con las lágrimas sus huellas. Y si le dijera el médico: «No puedo sanarte más que vendando, cauterizando y sajando», ¿qué dirá? Su respuesta será: «Haz lo que quieras; lo único que te pido es que me sanes». ¡Con qué ardor desea la salud pasajera de unos pocos días, hasta el punto de que por ella quiere ser vendado, sajado, cauterizado y privarse de comer lo que le agrada, de beber lo que le agrada cuando le guste! Se sufre todo esto para morir más tarde, ¡y no quiere sufrir un poco para nunca morir! Si te dijera Dios, que es el médico celeste que cuida de nosotros: «¿Quieres sanar?», ¿qué le dirías tú sino: «Quiero»? Quizá no lo dices creyéndote sano. He aquí la peor enfermedad.
4. Imagínate ahora dos enfermos: uno que con lágrimas pida el médico y otro que en su enfermedad, perdida la mente, se ría de él. El médico, a la vez que da esperanza a quien llora, llora por el que se ríe. ¿Por qué, sino porque su enfermedad es tanto más peligrosa cuanto que se considera sano? De este estilo eran los judíos. Cristo vino a los enfermos; los halló a todos enfermos. Nadie blasone de su salud, no sea que el médico lo abandone. A todos los encontró enfermos; es afirmación del Apóstol: Todos, en efecto, pecaron y están privados de la gloria de Dios. Halló a todos enfermos, pero eran dos las clases de enfermos. Unos se acercaban al médico, se adherían a Cristo, le escuchaban, le honraban, le seguían y se convertían. El recibía a todos, sin repugnancia, para sanarlos, porque los sanaba gratuitamente, los sanaba con su omnipotencia. Y al recibirlos y asociarlos a sí para sanarlos, ellos saltaron de gozo. En cambio, el otro género de enfermos que habían perdido ya la razón a causa de la enfermedad e ignoraban que estaban enfermos, le insultaron porque recibía a los enfermos y dijeron a sus discípulos: Ved qué maestro tenéis, que come con pecadores y publicanos. Pero él, que sabía lo que eran y quiénes eran, les respondió: No necesitan de médico los sanos, sino los enfermos. Y les manifestó quiénes eran los sanos y quiénes los enfermos. No vine, dijo, a llamar a los justos, sino a los pecadores. «Si los pecadores no se acercan a mí, dijo, ¿para qué he venido? ¿Quiénes fueron causa de mi venida?» Si todos están sanos, ¿por qué bajó del cielo tan gran médico? ¿Por qué nos preparó una medicina de su sangre y no de su alacena? Por tanto, el grupo de enfermos de enfermedades más ligeras, pero que sentían la enfermedad, se adherían al médico para curarse. Pero los más graves insultaban al médico y calumniaban a los enfermos. ¿A qué extremo llegó su delirio? Hasta detener, esposar, flagelar, coronar de espinas, colgar de la cruz y dar muerte en ella al mismo médico. ¿De qué te admiras? El enfermo dio muerte al médico, pero el mismo médico, muerto, devolvió la salud al trastornado.
5. En primer lugar, no olvidándose ni siquiera en la cruz de quién era, nos demostró su paciencia y nos dio un ejemplo de amor a los enemigos; viéndolos rugir a su alrededor, él, que en cuanto médico conocía su enfermedad, conocía la locura que les había hecho perder la razón, acto seguido dijo al Padre: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. ¿O pensáis que aquellos judíos no eran malignos, inhumanos, crueles, belicosos y enemigos del Hijo de Dios? ¿Pensáis que estuvo de más o que fue inútil aquel grito: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen? Veía a todos, pero entre ellos reconocía a quienes iban a ser de los suyos. Finalmente murió, porque así convenía, para dar muerte a la muerte con su muerte. Murió Dios, para establecer un cierto equilibrio en este comercio celeste, con el fin de que el hombre no viera la muerte. Cristo, en efecto, es Dios, pero no murió Dios en él. El mismo es Dios, él mismo es hombre, pero uno sólo es Cristo, Dios y hombre. Fue asumido el hombre, para ser transformados en algo mejor, sin conducir a Dios a lo inferior. Asumió, pues, lo que no era, no perdió lo que era. Siendo Dios y hombre, quiso que viviéramos de lo suyo y murió en lo nuestro. No tenía en qué morir, como nosotros con qué vivir. ¿Qué era él para no tener en qué morir? En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios y el Verbo era Dios. Busca donde pueda morir Dios y no lo hallarás. Morimos nosotros, que somos carne, hombres pujando por la carne de pecado. Busca de qué puede vivir el pecado; no tiene. Ni él pudo tener la muerte de lo suyo ni nosotros la vida de lo nuestro. Pero nosotros tenemos la vida de él y él tuvo la muerte de lo nuestro- ¡Qué comercio! ¿Qué dio y qué recibió? Los mercaderes vienen a las ferias a intercambiar cosas. Antiguamente, en efecto, el comercio fue intercambio de cosas: daba uno lo que tenía y recibía lo que no tenía. Un ejemplo: tenía trigo, pero no tenía cebada; otro tenía cebada, pero carecía de trigo; daba aquél el trigo que tenía y recibía la cebada de que carecía. La mayor cantidad compensaba la peor calidad. Supón que uno da cebada para recibir trigo; o, un caso extremo, uno da plomo para recibir plata: da mucho plomo por poca plata. Otro da lana, para recibir un vestido. ¿Quién puede enumerar todo? Sin embargo, nadie da la vida para recibir la muerte. Por tanto, no fue inútil el grito del médico pendiente de la cruz. Dado que el Verbo no podía morir, para hacerlo por nosotros, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Colgó de la cruz, pero en la carne. En ella radicaba la cosa vil que despreciaron los judíos; allí la cosa cara por la que fueron liberados los judíos. En favor de ellos se dijo: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen. No estuvo de más aquella voz. Murió, fue sepultado, resucitó; pasados cuarenta días con sus discípulos, subió al cielo, envió el Espíritu Santo sobre aquellos que lo esperaban tras la promesa. Ellos, recibido el Espíritu Santo, se llenaron de él y comenzaron a hablar las lenguas de todos los pueblos. Entonces los judíos presentes, asustados de que hablasen en el nombre de Cristo en todas las lenguas hombres ignorantes, sin preparación y conocidos por ellos como educados en una sola lengua, se llenaron de pavor, y al hablar Pedro descubrieron de dónde procedía aquel don. Lo había donado el que pendió de la cruz. Lo había donado quien fue objeto de irrisión cuando colgaba del madero, para dar el Espíritu Santo cuando estuviese sentado en el cielo. Le escucharon y creyeron aquellos de quienes había dicho: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Creyeron, se bautizaron y tuvo lugar la conversión. ¿Qué conversión? Bebieron como creyentes la sangre de Cristo que enfurecidos habían derramado.
6. Por tanto, para concluir nuestro sermón por donde lo hemos comenzado, oremos y presumamos de Dios. Vivamos como él manda y, cuando vacilemos en esta vida, invoquémosle como le invocaron los discípulos, diciendo: Señor, auméntanos la fe. También Pedro presumió y titubeó, pero ni siquiera menospreciado se hundió, sino que fue elevado y levantado. En efecto, ¿de dónde procedía el hecho de que presumía? No de sí mismo, sino del Señor. ¿Cómo? Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua, pues caminaba entonces el Señor sobre el agua. Si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua. Sé ciertamente que, si eres tú, lo ordenas y se hace. Y él le dice: Ven. Bajó por mandato de aquél y sintió miedo por su propia inseguridad. Pero cuando sintió miedo, gritó a él, diciendo: Señor, líbrame. Entonces el Señor le tomó de la mano y le dijo: (Hombre) de poca le, ¿por qué has dudado? El lo invitó y él lo libró cuando vacilaba y titubeaba, para que se cumpliese lo dicho en el salmo: Si decía «se ha conmovido mi pie», tu misericordia, Señor, me aseguraba.
7. Hay dos clases de bienes, los temporales y los eternos 199. Los temporales son la salud, las riquezas, el honor, los amigos, la casa, los hijos, la esposa y las demás cosas de esta vida por la que peregrinamos. Situémonos en la mansión de esta vida como peregrinos de paso, no como propietarios que han de permanecer. En cambio, los bienes eternos son, ante todo, la misma vida eterna, la incorrupción y la inmortalidad de la carne y del alma, la compañía de los ángeles, la ciudad celeste, la dignidad indefectible, el Padre y la patria, él sin muerte, ella sin enemigos. Deseemos estos bienes con todo el ardor, pidámoslos con toda perseverancia, no con palabras largas, sino con el gemido como testigo. El deseo ora siempre, aunque calle la lengua. Si siempre deseas, siempre oras 200.¿Cuándo se adormece la oración? Cuando se enfría el deseo. Pidamos, por tanto, con toda avidez aquellos bienes eternos, busquémoslos con toda atención; pidamos confiados aquellos bienes. A quien los tiene, aquellos bienes le son de provecho, no pueden dañarle. Estos bienes temporales, en cambio, a veces aprovechan, a veces dañan. A muchos les fue provechosa la pobreza y les dañaron las riquezas; a muchos aprovechó la vida privada y les dañó la alta dignidad. E igualmente a muchos les benefició el dinero y les favoreció la dignidad. Fue de utilidad para quienes lo usaron bien; en cambio, el no habérselo quitado dañó a quienes usaron mal. Por tanto, hermanos, pidamos también estos bienes temporales, pero con moderación, con la seguridad de que, si los recibimos, los da quien sabe lo que nos conviene. ¿Pediste y no se te concedió lo que solicitabas? Cree que, si te hubiese convenido, te lo hubiese dado el Padre. Ponte tú mismo como ejemplo. Como es tu hijo respecto de ti, es decir, desconocedor de las cosas humanas, así eres tú ante el Señor, es decir, desconocedor de las cosas divinas. Suponte que tu hijo pasa todo el día llorando ante ti para que le des el cuchillo, esto es, la espada; te niegas a dárselo, no se lo das; no te preocupa el que llore, para no tener que llorarlo al verlo morir. Llore, aflíjase, golpéese para que lo subas al caballo; no lo haces, porque no puede dominarlo; lo echará al suelo y lo matará. A quien le niegas una parte, le reservas la totalidad. Mas para que crezca, para que posea todo sin peligro, le niegas esa cosa pequeña, pero peligrosa.
8. Por tanto, hermanos, os decimos que oréis cuanto podáis. Abundan los males, y Dios lo quiso. ¡Ojalá no abundaran los malos y no abundarían los males! «Malos tiempos, tiempos fatigosos», así dicen los hombres 201. Vivamos bien, y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros; cuales somos nosotros, así son los tiempos. Pero ¿qué hacemos? ¿No podemos convertir a la vida recta a la muchedumbre de los hombres? Vivan bien los pocos que me oyen; los pocos que viven bien soporten a los muchos que viven mal. Son granos, están en la era. En la era pueden tener a su lado la paja, pero no en el hórreo. Soporten lo que no quieren para llegar a lo que quieren. ¿Por qué nos entristecernos y encausamos a Dios? Si abundan reales en el mundo es para que no lo amemos. Grandes varones, fieles santos quienes despreciaron un mundo hermoso; nosotros no somos capaces de despreciarlo ni aun siendo feo. El mundo es malo; he aquí que es malo y se le ama como si fuera bueno. ¿Qué mundo es el malo? No es malo el cielo, ni la tierra, ni las aguas y cuanto hay en ellos, los peces, las aves, los árboles. Todas estas cosas son buenas, pero el mundo malo lo constituyen los hombres malos. Mas, puesto que no podemos carecer de hombres malos, como dije, gimamos a nuestro Dios mientras vivimos y soportemos los males hasta llegar a los bienes. Nada reprochemos al padre de familia, pues es cariñoso. Es él quien nos soporta, no nosotros a él. Sabe cómo gobernar lo que él hizo; haz lo que mandó y espera lo que prometió.

SERMON 81
Evitar los escándalos (Mt 18, 7-9).

Lugar: Hípona.
Fecha: En el año 410 o 411.

1. Las divinas lecturas que hemos escuchado hace poco cuando se leyeron, nos invitan a conseguir la fortaleza de las virtudes y a fortificar el corazón cristiano frente a los escándalos que han sido predichos. Todo ello fruto de la misericordia de Dios. En efecto, ¿qué es el hombre, dice, si no te acuerdas de él? ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Son palabras del Señor, palabras de la Verdad; nos amedrenta y amonesta y no quiere que seamos incautos, pues no nos ha hecho hombres sin esperanza. Contra este Ay, es decir, contra este mal temible, tremendo y del que se debe huir, nos consuela, nos exhorta y nos instruye la Escritura en aquel lugar en que dice: Paz abundante a los que aman tu ley y no hay en ellos escándalo. Mostró el enemigo del que se debe huir, pero no cesó de mostrar el muro fortificado. Al escuchar ¡Ay del mundo a causa de los escándalos!, pensabas en el lugar a donde ir fuera del mundo para no sufrir los escándalos. Por tanto, en orden a evitar esos escándalos, ¿a dónde irás fuera del mundo, si no huyes hacia quien hizo el mundo? ¿Cómo podemos refugiarnos en quien hizo el mundo si no escuchamos su ley que se predica por doquier? Poca cosa es oírla si no se la ama. No dice la Escritura, ofreciendo seguridad frente a los escándalos: «Paz abundante para los que oyen tu ley». No son justos ante Dios los oyentes de la ley. Mas puesto que serán justificados los realizadores de la misma, y dado que la fe obra por el amor, dijo: Paz abundante para quienes aman tu ley y no hay en ellos escándalo. Va también de acuerdo con esta frase lo que hemos cantado al escuchar y responder: Los mansos, en cambio, poseerán la tierra en heredad y se deleitarán en la abundancia de la paz, porque paz abundante a los que aman tu ley. Los mansos son, en efecto, los que aman la ley de Dios. Dichoso el varón a quien tú instruyeres, Señor, y le adoctrinares con tu ley, para mitigarle los malos días, mientras se cava la fosa para el pecador. ¡Qué diversas parecen las palabras de la Escritura y, sin embargo, de tal manera concuerdan y confluyen en un solo parecer, que, sea lo que sea lo que puedas oír de aquella fuente abundantísima, te hallas de acuerdo también tú, amigo, concorde con la verdad, lleno de paz, fervoroso en el amor y fortalecido contra los escándalos!
2. Se nos ha propuesto, pues, ver o buscar o aprender cómo debemos ser mansos; y en lo que he recordado hace poco de las Escrituras se nos amonesta a encontrar lo que buscamos. Preste vuestra caridad un poco de atención; se trata de una cosa importante: del ser mansos; cosa necesaria ante la adversidad. Pero no se da el nombre de escándalos a las adversidades de este mundo; advertid qué son los escándalos. Por ejemplo: un cierto señor se encuentra bajo la presión de una necesidad urgente. No radica el escándalo en estar cercado por las presiones. También los mártires fueron presionados por algún aprieto, pero no oprimidos. Cuídate del escándalo, pero no de la presión. La presión te aprieta, el escándalo te oprime. ¿Qué diferencia existe entre la presión y el escándalo? En el primer caso te preparas a mantener la paciencia, a tener constancia, a no abandonar la fe, a no consentir al pecado. Si lo haces ahora o en el futuro, ninguna presión te conducirá a la ruina; al contrario, tendrá en ti la misma función que tiene en el lagar: no se busca machacar la aceituna, sino destilar el aceite. Finalmente, si en esa tribulación alabas a Dios, ¡cuán útil es esta prensa, mediante la cual mana de ti ese licor! Estaban sentados y atados los Apóstoles como en una prensa y en ella cantaban un himno a Dios. ¿Qué se estrujaba? ¿Qué destilaba? Estaba bajo una gran prensa Job en medio de estiércol, necesitado, sin ayuda, sin riquezas, sin hijos; lleno, pero de gusanos, lo cual pertenece ciertamente al hombre exterior. Mas puesto que interiormente estaba lleno de Dios, le alababa y aquella situación no le servía de escándalo. ¿Dónde, pues, está el escándalo? Cuando se le acerca la mujer y le dice: Di algo contra Dios y muérete. En efecto, después de haberle quitado todas las cosas el diablo, ya ejercitado, se le dejó a Eva, no para consuelo, sino para tentación del varón 202.He ahí el escándalo. Exageró sus miserias, sumadas las suyas a las de él, y comenzó a persuadirle que blasfemase. Pero él, que era manso, porque Dios le había adoctrinado con su ley y había suavizado sus días malos, en cuanto amante de la ley de Dios, tenía gran paz en su corazón y no había para él escándalo. Ella sí era escándalo, pero no para él. Por tanto, observa a este hombre manso; obsérvale instruido en la ley de Dios, y me refiero a la ley eterna, pues la ley dada a los judíos en las tablas aún no existía entonces, pero permanecía todavía en los corazones de los piadosos la ley eterna, en la que se inspiró la otra ley dada al pueblo. Puesto que la ley de Dios le había suavizado los días malos y en cuanto amante de esa misma ley gozaba de gran paz en su corazón, pon atención a su mansedumbre y a su respuesta. Aprende aquí lo que te propuse, a saber, quiénes son los mansos. Has hablado, dijo, como una mujer insensata. Si recibimos de la mano de Dios las cosas buenas, ¿no vamos a soportar las malas?
3. Hemos escuchado con un ejemplo quiénes son los mansos; definámoslos con palabras, si podemos. Son mansos los que en todas las acciones buenas, en cuanto de bien hacen, lo único que les agrada es Dios y en los males que sufren no les desagrada. ¡Ea, hermanos! ; considerad esta regla, esta norma; midámonos por ella, busquemos crecer hasta llenarla cumplidamente. ¿De qué sirve el que plantemos y reguemos, si Dios no da el incremento? Ni quien planta, ni quien riega es algo, sino Dios que da el crecimiento. Escucha tú que quieres ser manso, que quieres ver suavizados los días malos, que amas la ley de Dios; para que no haya en ti escándalo, y te llenes de paz abundante; para poseer la tierra y deleitarte en la abundancia de la paz, escucha tú que quieres ser manso. No te complazcas en cuanto de bueno haces, pues Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Por tanto, en cualquier cosa buena que hagas, sea Dios lo único en agradarte; en cualquier mal que sufras, no te desagrade. ¿Qué más? Haz esto y vivirás. No te engullirán los días malos y evitarás lo dicho: ¡Ay del mundo por los escándalos! ¿A qué mundo se refiere sino a aquel del que se dijo: Y el mundo no lo conoció? No se trata del mundo del que se dijo: Dios estaba reconciliando consigo el mundo en Cristo. Hay un mundo malo y un mundo bueno. El mundo malo son todos los malos del mundo; el bueno, todos los buenos. De idéntica forma solemos hablar respecto al campo. «Este campo está repleto». ¿De qué fruto? De trigo. De igual manera decimos, y con idéntica verdad: «Este campo está lleno de paja». Ante un árbol uno dice: «Está lleno de fruto»; otro, en cambio: «Está lleno de hojas». Y tanto el que dice que está lleno de fruto como quien afirma que está lleno de hojas dicen la verdad. Ni la multitud de hojas quitó su lugar al fruto, ni la plenitud del fruto quitó su lugar a las hojas. De ambas cosas está lleno; pero una cosa es lo que busca el viento y otra lo que el agricultor recoge. Por tanto, cuando escuchas: ¡Ay del mundo por los escándalo!, no te asustes; ama la ley de Dios y no habrá escándalo para tí.
4. Pero se acerca la mujer sugiriendo no sé qué mal. La amas como debe amarse a la esposa, como miembro tuyo que es. Mas si tu ojo te escandaliza, si tu mano te escandaliza, si tu pie te escandaliza, como oíste en el Evangelio, córtalos y arrójalos lejos de ti. Quien te es muy querido, aquel a quien tienes en mucho aprecio considéralo grande, considéralo como miembro tuyo querido mientras no comience a escandalizarte, es decir, a persuadirte algún mal. Oíd que esto es el escándalo. Hemos puesto como ejemplo a Job y a su esposa; pero allí no aparece la palabra escándalo. Escucha el Evangelio: Cuando el Señor se puso a hablar de su pasión, Pedro comenzó a disuadirle de padecer. Retírate, Satanás, porque eres para mí escándalo. De esta forma el Señor, que te dio ejemplo de cómo vivir, te enseñó en qué consiste el escándalo y el modo de precaverse de él. Habiéndole dicho antes: Dichoso eres, Simón Bar Jona, había manifestado que era miembro suyo. Pero cuando comenzó a servirle de escándalo, cortó el miembro; luego lo rehízo y lo repuso. Por tanto, será escándalo para ti quien comience a persuadirte algún mal. Y entiéndalo bien vuestra caridad: esto acontece la mayor parte de las veces no por malignidad, sino por una perversa benevolencia. Por ejemplo, te ve tu amigo, que te ama y a quien amas, tu padre, tu hermano, tu hijo, tu esposa; te ve, digo, en el mal y quiere hacerte malo. ¿Qué es verte en el mal? Verte en alguna tribulación. Quizá la sufres por causa de la justicia; quizá la sufres porque no quieres proferir un falso testimonio, Lo he dicho a modo de ejemplo. Estos abundan, puesto que ¡ay del mundo a causa de los escándalos! Por ejemplo: un hombre poderoso, para alcanzar su botín y lograr su rapiña, te pide el servicio del falso testimonio.Tú te niegas; niegas la falsedad, para no negar la verdad. Para no perder tiempo, él se enfurece y, siendo poderoso, te apremia. Se acerca tu amigo que no desea verte en tal aprieto con estas palabras: «Te lo suplico, haz lo que te dice: ¿qué importancia tiene?» Quizá se repite lo de Satanás al Señor: Está escrito de ti que te enviará a sus ángeles para que tu pie no tropiece. Quizá también este amigo tuyo, como ve que eres cristiano, quiere persuadirte con testimonios de la ley a que hagas lo que él piensa que debes hacer. «Haz lo que dice». «¿Qué?» «Lo que él desea». «Pero se trata de una mentira, de una falsedad». «¿No has leído que todo hombre es mentiroso?» He aquí ya el escándalo. Se trata de tu amigo; ¿qué has de hacer? Es tu mano, tu ojo: Arráncalo y arrójalo lejos de ti. ¿Qué significa arráncalo y arrójalo lejos de ti? No consientas. Arráncalo y arrójalo lejos de ti significa no consentir. Los miembros de nuestro cuerpo, por la cohesión, forman una unidad, por la cohesión viven, y por la cohesión se unen entre sí. Donde hay disensión hay enfermedad o herida. Por tanto, dado que es tu miembro, lo amas; pero si te escandaliza, arráncalo y arrójalo lejos de ti. No consientas; aléjalo de tus oídos, acaso corregido vuelva.
5. ¿Cómo hacer lo que digo de cortar, arrojar y, tal vez, corregir? ¿Cómo lo has de hacer? Responde. Con palabras de la ley quiso persuadirte a que mintieras. El te dice: «Dilo». Quizá ni se ha atrevido a decir: «Di una mentira», sino sólo: «Di lo que quiere». Tú replicas: «Pero es una mentira». Y él, como excusa, replica a su vez: «Todo hombre es mentiroso». Y tú: «Hermano, la boca que miente da muerte al alma». Pon atención; no es cosa leve lo que oíste: La boca que miente da muerte al alma. «¿Qué me hace este hombre poderoso que me pone en aprietos, para que te compadezcas de mí y sientas lástima de mi condición, y no quieras verme en ese mal, al mismo tiempo que quieres que sea malo? ¿Qué me hace ese poderoso? ¿Qué pone en aprietos? La carne. Tú dices que pone en aprietos la carne; yo digo más: le da muerte. Con todo, ¡cuánto más mansamente se comporta éste conmigo que yo, si llegara a mentir! El da muerte a mí carne; yo, en cambio, a mi alma. El poderoso airado da muerte al cuerpo; La boca que miente da muerte al alma. Da muerte al cuerpo, que tenía que morir, aunque nadie le matase; el alma, en cambio, si no la mata la iniquidad, se adueña de la verdad para siempre. Guarda, pues, lo que puedes guardar y perezca lo que alguna vez tenía que perecer. Respondiste y, sin embargo, no solucionaste lo de Todo hombre es mentiroso. Respóndele también respecto a eso, para que no crea que para persuadir a la mentira cuenta con un testimonio de la ley, arguyéndote con la ley contra la ley. En la ley está escrito: No profieras falso testimonio, y en la ley está escrito también: Todo hombre es mentiroso. Vuelve la atención a lo que dije poco antes cuando definí al hombre manso con las palabras que pude. Es manso aquel a quien en todo lo bueno que hace no le agrada más que Dios, y en todo el mal que sufre no le desagrada. Respóndele, pues, a quien te dice que mientas apoyándose en que está escrito: Todo hombre es mentiroso, lo siguiente: «No miento porque está escrito: La boca que miente da muerte al alma. No miento porque está escrito: Perderás a todos los que dicen mentira. No miento porque está escrito: No proferirás falso testimonio. Aunque apure mi carne con apremios aquel a quien no complazco por amor a la verdad, escucho a mi Señor: No temáis a quienes dan muerte al cuerpo.
6. «¿Cómo, pues, todo hombre es mentiroso? ¿O acaso no eres hombre?» Responde pronto y con verdad: « ¡Ojalá no fuera hombre, para no ser mentiroso! » Ved, pues: Dios miró desde el cielo a los hijos de los hombres, para ver si hay quien entienda y quien busque a Dios; todos se apartaron haciéndose igualmente inútiles; no hay quien haga el bien, no hay ni uno. ¿Cómo así? Porque quisieron ser hijos de los hombres. Para sacar de estas iniquidades, redimir, curar, sanar y cambiar a los hijos de los hombres, les dio el poder hacerse hijos de Dios. ¿Qué tiene de extraño? Erais hombres, si erais hijos de los hombres; todos erais hombres, erais mentirosos, pues todo hombre es mentiroso. Os llegó la gracia de Dios y os dio el poder haceros hijos de Dios, Escuchad la voz de mi Padre que dice: Yo dije: «Todos sois dioses e hijos del Altísimo». Puesto que los hijos de los hombres son hombres, si no son hijos del Altísimo, son mentirosos, pues todo hombre es mentiroso. Si son hijos de Dios, si han sido redimidos por la gracia del Salvador, comprados con su preciosa sangre, renacidos del agua y del Espíritu y predestinados a la heredad de los cielos, son ciertamente hijos de Dios. Por tanto, ya dioses. ¿Qué tiene que ver contigo la mentira? Adán era, en efecto, puro hombre; Cristo Dios-hombre, el Dios creador de toda criatura. Adán era hombre, Cristo hombre mediador ante Dios, Hijo único del Padre, Dios-hombre. Tú eres hombre lejos de Dios y Dios está arriba lejos del hombre: en el medio se puso el Dios-hombre. Reconoce a Cristo y, por el hombre, sube hasta Dios.
7. Corregidos, pues, va y, si algo hemos hecho, amansados, mantengamos la confesión inamovible. Amemos la ley de Dios para huir de lo dicho: ¡Ay del mundo a causa de los escándalos! Hablemos algo de los escándalos de que está lleno el mundo y de cómo al aumentar esos escándalos abundarán los apremios. Se devasta el mundo, se pisa el lagar. ¡Ea, cristiano, germen celestial, peregrino en la tierra, que buscas la ciudad en el cielo, que deseas unirte a los santos ángeles, comprende que has venido para marcharte! Pasáis por el mundo esforzándoos por alcanzar a quien creó el mundo. No os turben los amantes del mundo, los que quieren permanecer en él y, quiéranlo o no, han de partir de él. No os engañen, no os seduzcan. Estos apremios no son escándalos. Sed justos y no pasarán de ejercitaciones. Llega la tribulación; será lo que tú quieras, ejercitación o condenación. Lo que sea dependerá de cómo te encuentre. La tribulación es un fuego que, si te encuentra siendo oro, te quitará la maleza; y si te encuentra siendo paja, te reduce a cenizas. Por tanto, los apremios que abundan no son escándalos. ¿Cuáles son, pues, los escándalos? Aquellas expresiones, aquellas palabras con que se nos dice: «Ved el resultado de los tiempos cristianos». Estos son los escándalos. Se te dice esto para que tú, si amas el mundo, blasfemes contra Cristo. Y esto te lo dice tu amigo, tu consejero; es decir, tu ojo. Te lo dice tu servidor, tu colaborador; es decir, tu mano. Te lo dice, quizá, quien te sustenta, quien te eleva de esta bajeza terrena; es decir, tu pie. Arrójalo, córtalo, lánzalo lejos de ti, no consientas. Responde a los tales lo mismo que respondía aquel a quien se le persuadía a proferir falso testimonio. Respóndele también tú; a quien te dice: «Ve cuántos aprietos coinciden con los tiempos cristianos; el mundo es devastado», respóndele tú: «Antes de que aconteciera, ya lo había predicho Cristo».
8. ¿Por qué, pues, te turbas? Tu corazón se turba por los aprietos del mundo, al igual que aquella nave en que dormía Cristo. Advierte, hombre cuerdo, cuál es la causa de que se turbe tu corazón; advierte cuál es la causa. La nave en que duerme Cristo es tu corazón en que duerme tu fe. ¿Qué se te dice de nuevo, oh cristiano? ¿Qué se te dice de nuevo? «En los tiempos cristianos se devasta el mundo, perece el mundo». ¿No te dijo tu Señor que sería devastado el mundo? ¿No te dijo tu Señor que perecería el mundo? ¿Por qué lo creías cuando se prometía y te turbas cuando se cumple? La tempestad se ensaña contra tu corazón; huye del naufragio, despierta a Cristo. Cristo habita por la fe en nuestros corazones, dijo el Apóstol. Por la fe Cristo habita en ti. Si está presente la fe, está presente Cristo; si la fe vigila, vigila Cristo; si la fe está olvidada, Cristo duerme 203.Despiértale, sacúdele, dile: «¡Señor, que perecemos! Mira lo que nos dicen los paganos, lo que nos dicen –y esto es peor– los malos cristianos. Despierta, Señor, que perecemos». Despierte tu fe, comienza a hablarte Cristo: «¿Por qué te turbas? Todo esto te lo predije. Te lo predije para que, cuando llegasen los males, esperases los bienes, para que no sucumbieras en medio de los males». ¿Te admiras de que perece el mundo? Admírate de la vejez del mundo. Es como un hombre: nace, crece, envejece. Múltiples son los achaques de la vejez: catarros, flemas, pitañas, angustia y fatigas. Todo eso hay. Envejece el hombre y se llena de achaques; envejece el mundo y se llena de tribulaciones. ¿Es poco lo que te concedió Dios, quien en la vejez del mundo 204 te envió a Cristo para fortalecerte precisamente cuando todo decae? ¿Ignoras que esto lo significó en el linaje de Abrahán? Pues el linaje de Abrahán, dice el Apóstol, es Cristo. No dice: «Y a tus linajes», como si fuesen muchos, sino, como hablando de uno solo: «Y a tu linaje», que es Cristo. Sí le nació un hijo a Abrahán en su ancianidad fue porque Cristo había de venir en la senectud del mundo. Vino cuando todo envejecía y te hizo nuevo. Como cosa hecha, creada, perecedera, ya se inclinaba hacia el ocaso. Era de necesidad que abundasen las fatigas; vino él a consolarte en medio de ellas y a prometerte el descanso sempiterno. No te adhieras a este mundo envejecido y anhela rejuvenecer en Cristo, que te dice: «El mundo perece, el mundo envejece, el mundo decae y se agota con la fatiga de la senectud. No temas; tu juventud se renovará como la del águila».
9. «Observa, dice, que Roma perece en los tiempos cristianos». Quizá no perezca; quizá sólo ha sido flagelada, pero no hasta la muerte; quizá ha sido castigada, pero no destruida 205.Es posible que no perezca Roma si no perecen los romanos. No perecerán si alaban a Dios; perecerán si le blasfeman. ¿Qué otra cosa es Roma sino los romanos? No se trata aquí de las piedras y de las maderas, ni de las altas manzanas de casas o de las enormes murallas. Estaba hecha de forma que alguna vez había de perecer. Un hombre, al edificar, puso piedra sobre piedra; otro hombre, al destruir, separó una piedra de otra piedra. Un hombre hizo aquello, otro hombre lo destruyó. ¿Se hace una injuria a Roma porque se dice que cae? No a Roma; en todo caso a su constructor. ¿Hacernos una injuria a su fundador al decir que cae Roma, la ciudad fundada por Rómulo? El mundo que creó Dios ha de arder. Pero ni siquiera lo que hizo Dios se derrumba sino cuando lo quiere Dios; ni tampoco lo que hizo Dios se derrumba más que cuando lo quiere él. Si, pues, la obra del hombre no cae sin el consentimiento de Dios, ¿cómo puede caer la obra de Dios por voluntad del hombre? Con todo, incluso el mundo que hizo Dios ha de caer y por eso te creó mortal. El hombre mismo, adorno de la ciudad 206; el que la habita, la rige, la gobierna, vino para marcharse, nació para morir, entró para emigrar. El cielo y la tierra pasarán, ¿qué tiene de extraño que llegue alguna vez el fin a la ciudad? Y quizá este fin no ha llegado todavía, pero llegará alguna vez. Mas ¿por qué perece Roma en medio de los sacrificios de los cristianos? ¿Y por qué ardió su madre Troya entre los sacrificios de los paganos? Los dioses en quienes pusieron su esperanza los romanos, sin género de duda los dioses romanos, en quienes pusieron su esperanza los paganos romanos, emigraron de Troya incendiada para fundar Roma. Los mismos dioses romanos fueron antes dioses troyanos. Al arder Troya tomó Eneas a los dioses fugitivos; más aún, huyendo él tomó consigo a los dioses incapaces. Pudieron ser transportados por quien huía; ellos solos, en cambio, no pudieron huir. Y llegando a Italia con esos dioses, con falsos dioses, fundó Roma. Es largo continuar con el resto; no obstante, recordaré brevemente lo que contienen sus escritos. Su autor, conocido de todos, dice así: «La ciudad de Roma, según yo he recibido, la fundaron y tuvo su comienzo con los troyanos, los cuales, en su fuga, con Eneas al frente, vagaban por lugares desconocidos» 207. Tenían, pues, consigo a los dioses, fundaron la ciudad de Roma en el Lacio, colocaron allí, para adorarlos, los dioses que adoraban en Troya. Su poeta introduce a Juno, airada contra Eneas y los troyanos que huían, diciendo: «Un pueblo enemigo mío navega por la llanura del Tirreno trayendo a Italia los dioses vencidos de los troyanos» 208.O sea, que traían consigo a Italia los dioses vencidos. Y ahora, ¿el traer a Italia dioses vencidos era un buen o un mal augurio? Amad, por tanto, la ley de Dios; no se convierta para vosotros en escándalo. Os lo rogamos, os lo pedimos, os exhortamos a que seáis mansos, a que os compadezcáis de los que sufren, a que recibáis a los enfermos. Y en estas circunstancias en que abundan los peregrinos, los necesitados, los fatigados, abunde también vuestra hospitalidad, abunden vuestras buenas obras. Hagan los cristianos lo que manda Cristo, y la blasfemia de los paganos revertirá exclusivamente en mal para ellos.

SERMON 82
La corrección fraterna (Mt 18, 15-18).

Lugar: Probablemente Milevi.
Fecha: Entre el año 408 y el 409.

1. Es consejo de nuestro Señor que no nos despreocupemos recíprocamente de nuestros pecados; no que busquemos qué reprender, sino que veamos lo que ha de corregirse. Dijo, en efecto, que solamente quien no tiene una viga en su ojo, lo tiene capacitado para quitar la paja del de su hermano. Qué sea esto lo voy a indicar brevemente a vuestra caridad. La paja en el ojo es la ira; la viga, el odio. Cuando reprende al airado quien siente odio, quiere quitar la paja del ojo de su hermano, pero se lo impide la viga que lleva en el suyo. La paja es el comienzo de la viga, pues cuando la viga se forma, al comienzo es como una paja. Regando la paja, la conviertes en viga; alimentando la ira con malas sospechas, la conduces al odio.
2. Grande es la diferencia entre el pecado del que se aira y la crueldad del que odia. Aunque nos airamos hasta con nuestros hijos, ¿dónde se encuentra uno que los odie? Incluso entre las mismas bestias, a veces, la madre airada aleja con su cabeza al ternerillo que mama y le causa cierta molestia 209 , pero lo envuelve en sus entrañas de madre. Parece que le causa fastidio cuando lo arroja; pero sí le falta, lo busca. Ni es otra la forma como castigamos a nuestros hijos, es decir, airados e indignados; pero no los castigaríamos si no los amáramos. No todo el que se aíra odia; hasta tal punto es cierto, que a veces el no airarse aparece como prueba de que existe odio. Suponte que un niño quiere jugar en el agua de un río, en cuya corriente puede perecer; si tú lo ves y lo toleras pacientemente, lo odias; tu paciencia significa para él la muerte. ¡Cuánto mejor sería que te airases y lo corrigieses, que no el dejarlo perecer sin indignarte! Ante todo, pues, ha de evitarse el odio; ha de arrojarse la viga del ojo. Cosas muy distintas son el que uno, airado, se exceda en alguna palabra, que borra después con la penitencia, y el guardar encerradas en el corazón las insidias. Grande es, finalmente, la distancia entre las palabras de la Escritura: Mi ojo está turbado a causa de la ira. De lo otro, ¿qué se dijo? Quien odia a su hermano es un homicida. Grande es la diferencia entre el ojo turbado y el apagado. La paja turba; la viga apaga.
3. Persuadámonos, pues, en primer lugar de esto para que podamos realizar bien y cumplir lo que se nos ha aconsejado hoy: ante todo, no odiemos. Sólo entonces, cuando en tu ojo no hay viga alguna, ves con claridad cualquier cosa que exista en el ojo de tu hermano, y sufrirás violencia hasta que arrojes de él lo que ves que le daña. La luz que hay en ti no te permite descuidar la luz de tu hermano. Pues si odias y deseas corregir, ¿cómo corriges la luz tú que la perdiste? Dice también esto con claridad la misma Escritura allí donde escribe: Quien odia a su hermano es un homicida. Quien odia, dice, a su hermano, está en tinieblas hasta ahora. El odio son las tinieblas. No puede suceder que quien odia a otro no se dañe a sí mismo antes. Intenta dañarle a él exteriormente y se asola en su interior. Cuanto nuestra alma es superior a nuestro cuerpo, tanto más debemos procurar que no sufra daño. Daña a su alma quien odia a otro. ¿Y qué puede hacer al que odia? ¿Qué ha de hacerle? Le quita el dinero; ¿acaso también la fe? Lesiona su fama, ¿acaso también su conciencia? Cualquier daño es exterior. Considera ahora el daño que se hace a sí mismo. Quien odia a otro, en su interior es enemigo de sí mismo. Mas como no es consciente del mal que se hace, se ensaña contra otro, viviendo tanto más peligrosamente cuanto menos siente el mal que se hace, pues con su crueldad perdió incluso la sensibilidad. Te ensañaste contra tu enemigo; con tu crueldad él quedó desnudo, pero tú eres un malvado. Grande es la diferencia entre uno desnudo y un malvado. Aquel perdió el dinero, tú la inocencia. Examina quién sufrió mayor daño. El perdió una cosa perecedera, y tú te hiciste perecedero.
4. Por tanto, debemos reprender con amor; no con deseo de dañar, sino con afán de corregir. Si fuéramos así, cumpliríamos con exactitud lo que hoy se nos ha aconsejado: Si tu hermano pecare contra ti, corrígele a solas. ¿Por qué le corriges? ¿Porque te duele el que haya pecado contra tí? En ningún modo. Si lo haces por amor propio, nada haces. Si lo haces por amor hacia él, obras excelentemente. Considera en las mismas palabras por amor de quien debes hacerlo, si por el tuyo o por el de él. Si te escuchare, dijo, has ganado a tu hermano. Hazlo, pues, por él, para ganarlo a él. Si haciéndolo lo ganas, no haciéndolo se pierde. ¿Cuál es la razón por la que muchos hombres desprecian estos pecados y dicen: «Qué he hecho de grande; he pecado contra un hombre»? No los desprecies. Pecaste contra un hombre; ¿quieres saber que pecando contra un hombre pereciste? Si aquel contra quien pecaste te hubiese corregido a solas y lo hubieres escuchado, te habría ganado. ¿Qué quiere decir que te habría ganado, sino que hubieras perecido si no te hubiera ganado? Pues si no hubieses perecido, ¿cómo te hubiera ganado? Que nadie, pues, desprecie el pecado contra el hermano. Dice en cierto lugar el Apóstol: Así los que pecáis contra los hermanos y herís su débil conciencia pecáis contra Cristo, precisamente porque todos hemos sido hechos miembros de Cristo. ¿Cómo no vas a pecar contra Cristo si pecas contra un miembro de Cristo?
5. Nadie diga: «No pequé contra Dios, sino contra un hermano, contra un hombre; pecado leve o casi nulo». Quizá dices que es leve porque se cura rápidamente. Pecaste contra el hermano; repáralo y quedarás sano. Con rapidez cometiste la acción mortal y con rapidez también encontraste el remedio. ¿Quién de nosotros, hermanos míos, va a esperar el reino de los cielos, diciendo el Evangelio: Quien llamare a su hermano «Necio» será reo del fuego de la gehenna? Pánico grande; pero advierte allí mismo el remedio: Si presentares tu ofrenda ante el altar y allí mismo te acordaras de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda ante el altar. No se aíra Dios porque tardas en presentar tu ofrenda; Dios te quiere a ti más que a tu ofrenda. Pues si te presentares con la ofrenda ante tu Dios con malos sentimientos hacia tu hermano, te responderá: «Perdido tú, ¿qué me has ofrecido?» Presentas tu ofrenda y no eres tú mismo ofrenda para Dios. Cristo busca más a quien redimió con su sangre que lo que tú hallaste en tu hórreo. Por tanto, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete a reconciliarte antes con tu hermano, y cuando vengas presenta la ofrenda. Mira cuán pronto se desató aquel reato de la gehena. Antes de reconciliarte, eras reo de la gehena; una vez reconciliado, presentas confiado tu ofrenda ante el altar.
6. Los hombres tienen facilidad para propinar injurias y dificultad para buscar la concordia. «Pide perdón, dijo, al hombre que ofendiste, al hombre que heriste». Responde: «No me humillaré». Si desprecias a tu hermano, escucha al menos a tu Dios: Quien se humilla, será exaltado. ¿No quieres humillarte tú que caíste? Hay gran diferencia entre el que se humilla y el que yace. Yaces ya en el suelo, ¿y no quieres humillarte? Con razón dirías: «No bajes», si no hubieses querido ya derrumbarte.
7. Esto es, pues, lo que debe hacer quien cometió una injuria. ¿Qué debe hacer quien la sufrió? Lo que hemos escuchado hoy: Si tu hermano pecare contra ti, corrígele a solas. Si descuidas el hacerlo, peor eres tú. El hizo la injuria y con ella se hirió con grave herida; tú, ¿desprecias la herida de tu hermano? Le ves perecer o que ha perecido, ¿y lo descuidas? Peor eres tú callando que él injuriando. Por tanto, cuando alguien peca contra nosotros, sintamos gran preocupación, mas no por nosotros, pues es algo digno de gloria el olvidar las injurias; pero olvida la injuria que te hizo, no la herida de tu hermano. Corrígele, pues, a solas, con la vista puesta en la corrección, respetando su vergüenza. Quizá a causa de ella comience a defender su pecado y al que querías hacer mejor lo haces peor. Corrígele, pues, a solas. Si te escuchare, has ganado a un hermano, pues hubiera perecido de no haberlo hecho. Si, en cambio, no te escuchare, es decir, si defendiera su pecado como algo justo, lleva contigo a dos o tres, porque en el testimonio de dos o tres testigos se mantiene toda palabra. Si ni a ellos escuchare, dilo a la Iglesia; si ni a la Iglesia escuchare, sea para ti como un pagano y un publicano.No le cuentes ya en el número de tus hermanos. Mas no por eso ha de descuidarse su salvación. Pues aunque no contamos entre los hermanos a los étnicos, es decir, a los gentiles y a los paganos 210, sin embargo, siempre buscamos su salvación. Esto lo escuchamos de boca del Señor, que así nos aconsejaba y con tanto esmero nos mandaba que, a continuación, añadió esto: En verdad os digo, todo lo que atéis en la tierra quedará atado también en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado también en el cielo. Comenzaste a considerar a tu hermano como a un publicano: le atas en la tierra; pero atento a atarle con justicia, pues los lazos injustos los rompe la justicia. Una vez que le hayas corregido y te hayas puesto de acuerdo con tu hermano, le desataste en la tierra. Una vez que le hayas desatado en la tierra, quedará desatado también en el cielo. Mucho concedes no a ti, sino a él, porque mucho dañó, no a ti, sino a él.
8. Estando así las cosas, ¿qué significa lo que dice Salomón, según hemos escuchado hoy en la primera lectura: Quien dolosamente hace señales con los ojos, acumula tristeza para los hombres; quien, en cambio, censura abiertamente, engendra la paz? Si, pues, quien censura abiertamente engendra la paz, ¿cómo manda: Corrígele a solas? Hay que temer que los preceptos divinos se contradigan. Hemos de advertir, sin embargo, la suma concordia que existe allí y no pensar como cierta gente vana 211 que en su error opina que los dos Testamentos de la Escritura, el Antiguo y el Nuevo, están en contradicción, de forma que juzguemos que son contrarios porque un testimonio está en el libro de Salomón y otro en el Evangelio. Por tanto, si algún ignorante y calumniador de las Sagradas Escrituras dijere: «He aquí que los dos Testamentos se oponen; dice el Señor: Corrígele a solas; y Salomón: Quien censura abiertamente, engendra la paz... » Entonces, ¿no sabe el Señor lo que mandó? Salomón quiere golpear la frente del pecador; Cristo tiene consideración con el pudor de quien se avergüenza. Allí está escrito: Quien censura abiertamente, engendra paz; aquí, en cambio: Corrígele a solas, no en público, sino en secreto y ocultamente. Tú que tales cosas piensas, ¿quieres conocer que los dos Testamentos no se contradicen aunque en el libro de Salomón se encuentre aquello y en el Evangelio esto? Escucha al Apóstol. Ciertamente el Apóstol es ministro del Nuevo Testamento. Escucha, pues, al apóstol Pablo que manda y dice: Censura a los pecadores en presencia de todos para que los demás sientan también temor. No es ya el libro de Salomón, sino la carta del apóstol Pablo la que parece estar en lucha con el Evangelio. Sin hacerle injuria, dejemos un poco de lado a Salomón; escuchemos a Cristo el Señor y a su siervo Pablo. ¿Qué dices, Señor? Si un hermano tuyo pecare contra ti, corrígele a solas. ¿Qué dices, oh Apóstol? Censura a los pecadores en presencia de todos para que los demás sientan también temor. ¿Qué hacer? ¿Escuchamos esta controversia en calidad de jueces? En ningún modo; más aún, puestos bajo el juez, llamemos y pidamos que nos abra; huyamos bajo las alas del Señor Dios nuestro. No dijo nada contrario a su Apóstol, porque era él mismo quien hablabla en éste, según demuestran estas palabras: ¿O queréis tener una prueba de que Cristo habla en mí? Es Cristo quien habla en el Evangelio y en el Apóstol; Cristo dijo lo uno y lo otro; una cosa por su propia boca, la otra por la de su pregonero. En efecto, cuando un pregonero dice algo sobre un tribunal, no se escribe en las actas: «Dijo el pregonero», sino que se escribe que lo dijo aquel que mandó al pregonero decirlo.
9. Escuchemos, hermanos, estos dos preceptos en forma de comprenderlos y situarnos en plan de paz entre uno y otro. Pongámonos de acuerdo con nuestro corazón, y la Escritura santa no aparecerá discorde en ninguna de sus partes. Son totalmente ciertas; una y otra cosa son verdaderas, pero debemos discernir cuándo hemos de hacer una cosa y cuándo otra; a veces hay que corregir al hermano a solas, y otras veces hay que corregirlo en presencia de todos para que los demás sientan también temor. Si una vez hemos de hacer esto y otra aquello, tenemos la concordia de las Escrituras y, llevándolo a la práctica y obedeciendo a los preceptos, no erraremos. Pero me dirá alguien: «¿Cuándo he de comportarme de una manera y cuándo de otra, no sea que corrija a solas cuando tenga que corregir en público, o que corrija en público cuando deba corregir en secreto?»
10. Pronto verá vuestra caridad cuándo ha de hacer una cosa y cuándo otra; pero ¡ojalá no seamos perezosos en el obrar! Poned atención y ved: Si un hermano tuyo, dijo, pecara contra ti, corrígele a solas. ¿Porque pecó contra ti. ¿Qué significa «pecó contra ti»? Sólo tú sabes que pecó; puesto que fue en secreto cuando pecó, busca en secreto el momento de corregir ese pecado. Pues si sólo tú sabes que pecó contra ti y quieres censurarle en presencia de todos, no eres ya un corrector, sino un traidor. Advierte cómo un varón justo, sospechando en su mujer tan gran pecado, lleno de benignidad, la perdonó, antes de saber de quién había concebido, pues la había visto embarazada y sabía que no se había acercado a ella. Quedaba en pie cierta sospecha de adulterio, y, sin embargo, dado que sólo él lo había notado, que sólo él lo sabía, ¿qué dice de él el Evangelio? José, sin embargo, siendo varón justo y no queriendo delatarla. Su dolor de marido no buscó venganza; quiso ser provechoso a la pecadora, no castigarla. No queriendo, dijo, delatarla, quiso abandonarla ocultamente. Cuando estaba pensando estas cosas, se le apareció en sueños el ángel del Señor y le indicó de qué se trataba, que no había violado el lecho del marido, puesto que había concebido del Espíritu Santo al Señor de ambos. Pecó, pues, tu hermano contra ti; si sólo tú lo sabes, entonces pecó verdaderamente sólo contra ti. Si te hizo una injuria oyéndola muchos, también pecó contra ellos, a los que hizo testigos de su maldad 212. Digo, hermanos amadísimos, algo que podéis reconocer también vosotros en vosotros mismos. Cuando en mi presencia alguien hace una injuria a mi hermano, lejos de mí el considerar ajena a mi persona aquella injuria. Sin duda alguna me la hizo también a mí; más aún, es mayor la hecha a mí, a quien pensó que agradaba lo que hacía. Por tanto, se han de corregir en presencia de todos los pecados cometidos en presencia de todos. Han de corregirse más en secreto los que se cometen más en secreto. Diversificad los momentos y concuerda la Escritura.
11. Obremos así; de ese modo se ha de obrar no sólo cuando se peca contra nosotros, sino también cuando peca cualquier hombre, en forma que su pecado sea desconocido a los demás. Debemos corregir y censurar en secreto, no sea que queriendo hacerlo en público delatemos al hombre. Nuestra intención es censurar y corregir; ¿y si el enemigo desea escuchar algo que le lleve al castigo? Suponeos que el obispo, y sólo él, sabe que alguien es un homicida. Yo quiero corregirlo públicamente, pero lo que tú buscas es ponerle en la lista de los acusados. Ni lo delato, ni me desentiendo de él en ningún modo; lo corrijo en secreto, le pongo ante los ojos el juicio de Dios; lo aterrorizo con la conciencia manchada de sangre; le persuado a que haga penitencia. De esta caridad hemos de estar imbuidos. Por lo cual, a veces nos echan en cara los hombres el que apenas corregimos; o juzgan que no sabemos lo que en realidad sabemos, o piensan que callamos lo que sabemos. Pero quizás lo que tú sabes lo sé yo también, aunque la corrección no la hago ante ti, porque quiero sanar, no acusar. Los hombres se convierten en adúlteros en sus casas, pecan en secreto; con frecuencia nos informan de ello sus esposas, casi siempre por celos, pero a veces buscando la salvación de sus maridos. Nosotros no los delatamos en público, pero los censuramos en secreto 213. El mal debe morir donde se cometió. No descuidamos, pues, aquella herida; como primera cosa mostramos al hombre enredado en tal pecado y cargado con una conciencia manchada, que aquella herida es mortal; cosa que, a veces, llevados de no sé qué perversidad, desprecian quienes lo cometen. E ignoro también a donde van a buscar testimonios vanos y sin autoridad, para decir: «Dios no se preocupa de los pecados de la carne». ¿Dónde queda lo que hemos escuchado hoy: Dios juzga a los fornicarios y adúlteros? Pon atención, por tanto, quienquiera que seas el que sufres tal enfermedad. Escucha lo que dice Dios, no lo que te dice tu alma alimentando tus pecados, o tu amigo atado como tú con la misma cadena de la maldad o, mejor, enemigo tuyo y suyo. Escucha, pues, lo que dice el Apóstol: Sea honrado el matrimonio en todos, e igualmente el lecho inmaculado, pues Dios juzga a los fornicarios y adúlteros.
12. Ea, pues, hermano; corrígete. ¿Temes caer en la lista de tu enemigo y no temes el juicio de Dios? ¿Dónde queda la fe? Teme mientras hay tiempo para temer. El día del juicio está ciertamente lejano, pero el día último de cada hombre en concreto no puede estar muy lejano, puesto que la vida es breve. Y como la misma brevedad es incierta, desconoces cuándo te ha de llegar tu último día. Corrígete hoy, pensando en el mañana. Séate de provecho, incluso para ahora, la corrección que recibes en secreto. Hablo en público, pero censuro en secreto. Llamo a los oídos de todos, pero llamo a juicio a las conciencias de algunos. Si dijera: «Tú, adúltero, corrígete», quizá comenzase hablando sin conocimiento de causa; quizá se tratase de una sospecha, de algo creído temerariamente. No digo: «Tú, adúltero, corrígete», sino: «Quienquiera que en este pueblo sea adúltero, corríjase». La corrección es pública, pero la enmienda secreta. Estoy seguro de que quien sienta temor se corregirá.
13. No diga en su corazón: «Dios no se preocupa de los pecados de la carne». ¿No sabéis, dice el Apóstol, que sois templos del Espíritu Santo y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? A quien violare su templo, Dios lo destruirá. Que nadie se lleve a engaño. Pero quizá diga alguien: «Templo de Dios es mi alma, no mi cuerpo, pues añadió también este testimonio: Toda carne es heno y todo el esplendor de la carne, como flor del heno». ¡Desdichada interpretación! ¡Pensamiento digno de castigo! Se compara a la carne con el heno porque muere; pero ¡cuídese de resucitar manchado con crímenes lo que muere en el tiempo! ¿Quieres ver explicada allí mismo esa sentencia? ¿No sabéis, dice el mismo Apóstol, que vuestros cuerpos son en vosotros templo del Espíritu Santo que recibís de Dios? Despreciabas el pecado corporal; ¿desprecias el pecado contra el templo? Tu mismo cuerpo es el templo del Espíritu Santo en ti. Mira ya qué has de hacer con el templo de Dios. Si eligieses cometer un adulterio en la iglesia, dentro de estas paredes 214, ¿quién habría más criminal que tú? Ahora bien, tú mismo eres templo de Dios. Cuando entras, cuando sales, cuando estás en tu casa, cuando te levantas, eres templo. Mira lo que haces; procura no ofender al que mora en él, no sea que te abandone y te conviertas en ruinas. ¿No sabéis, dijo, que vuestros cuerpos-y hablaba de la fornicación, para que no despreciasen los pecados corporales-son en vosotros templo del Espíritu Santo, que recibís de Dios, y que no os pertenecéis? Habéis sido comprados a gran precio. Si desprecias tu cuerpo, considera tu precio.
14. Yo sé, y conmigo lo sabe todo hombre que lo haya considerado con un poco más de atención, que, entre los que temen a Dios, sólo quien piensa que ha de vivir más todavía no se corrige bajo el peso de sus palabras. Eso es lo que mata a muchos; mientras dicen: «Mañana, mañana» su boca se cierra repentinamente. Permaneció fuera con voz de cuervo, porque no tuvo el gemido de la paloma. «Cras, cras» (mañana, mañana), es la voz del cuervo 215. Gime como una paloma y golpea tu pecho; herido con esos golpes, corrígete, para no dar la impresión de que no hieres tu conciencia, sino que con los puños pavimentas tu mala conciencia y la haces más sólida, no más correcta. Gime, pero no con un vano gemido. Quizá te dices a ti mismo: «Dios me ha prometido el perdón para cuando me corrija; estoy tranquilo; leo en la divina Escritura: En el día en que se convierta de todas sus maldades y obre con justicia, yo olvidaré todas las maldades del malvado. Estoy tranquilo; cuando me corrija, Dios me perdonará todos mis males». ¿Qué puedo decir yo? ¿He de reclamar contra Dios? ¿Voy a decirle: «No le concedas el perdón»? ¿Podré decir que no se halla escrito eso, que Dios no prometió el perdón? Si esto dijera, diría una falsedad. Dices bien, dices la verdad; Dios prometió el perdón a tu corrección; no lo puedo negar. Pero dime, te lo suplico; estoy de acuerdo contigo, te lo concedo; reconozco que Dios te prometió el perdón, pero ¿quién te ha prometido el día de mañana? En el texto en que lees que has de recibir el perdón si te corriges, léeme cuánto tiempo has vivir. «No lo leo», dices. Ignoras, por tanto, cuánto has de vivir. Corrígete y estáte siempre preparado. No temas al último día como a un ladrón que, mientras tú duermes, abre un boquete en tu pared; al contrario, estáte en vela y corrígete ya hoy. ¿Por qué lo difieres para mañana? Supón que la vida sea larga; sea buena, aunque larga. Nadie difiere una comida larga y buena, ¿y quieres tener tú una vida larga y mala? Ciertamente, si es larga, mejor que sea buena; si es breve, cosa buena ha sido el hacerla buena. Así pasa con los hombres; descuidan su vida y sólo a ella la quieren tener mala. Si compras una villa, la quieres buena; si quieres tomar esposa, la eliges buena; si quieres que te nazcan hijos, los deseas buenos; si tomas prestadas una cáligas, no las quieres malas; ¡y amas una vida mala! ¿En qué te ha ofendido tu vida para que sólo a ella la quieras mala, de forma que entre todos tus bienes sólo tú seas malo?
15. Por tanto, hermanos míos, si quisiera corregir a alguno por separado, quizá me hiciese caso; a muchos de vosotros corrijo en público; todos me alaban; ¡que alguno me haga caso! No amo al que me alaba con la boca y me desprecia en el corazón. Si me alabas y no te corriges, te conviertes en testigo contra ti mismo. Si eres malo y te agrada lo que digo, desagrádate a ti mismo, porque, si siendo malo estás a disgusto contigo, una vez corregido te agradarás a ti mismo, cosa que dije, si no me engaño, anteayer 216. En todas mis palabras presento un espejo. Y no son mías, sino que hablo por mandato del Señor, por cuyo temor no callo. Pues ¿quién no elegiría callar y no dar cuenta de vosotros? Pero ya aceptamos la carga que ni podemos ni debemos sacudir de nuestros hombros 217.Escuchasteis, hermanos, cuando se leía la carta a los Hebreos: Obedeced a vuestros superiores y estadles sometidos, porque ellos vigilan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta de vosotros, para que lo hagan con gozo y no con tristeza, pues no os conviene a vosotros. ¿Cuándo hacemos esto con gozo? Cuando vemos a los hombres progresar por el camino de la palabra de Dios. ¿Cuándo trabaja con alegría el labrador en su campo? Cuando mira al árbol y ve el fruto; cuando mira la cosecha y ve la abundancia de fruto en la era. No fue vano su trabajo, no dobló los riñones en vano, no fue inútil el que sus manos estén encalladas; no resultó inútil el frío y el calor soportado. Esto es lo que dice: Para que lo hagan con gozo y no con tristeza, pues no os conviene a vosotros. ¿Dijo acaso: «No les conviene a ellos»? No, sino que dijo: No os conviene a vosotros. Pues a los superiores les conviene entristecerse a causa de vuestras maldades; la misma tristeza les resulta provechosa; pero no os conviene a vosotros. No queremos nada que nos convenga a nosotros si no os conviene también a vosotros. Por tanto, hermanos, hagamos el bien al mismo tiempo en el campo del Señor, para que disfrutemos juntos de la recompensa.

SERMON 83
El perdón de las ofensas (Mt 18, 21-35).

Lugar: Probablemente en Milevi.
Fecha: Hacia el año 409.

1. Ayer nos advirtió el Señor que no nos despreocupáramos de los pecados de nuestros hermanos: Si pecare tu hermano contra ti, corrígele a solas. Si te escucha, has ganado a tu hermano; si, en cambio, te desprecia, lleva contigo dos o tres, para que con el testimonio de dos o tres testigos adquiera firmeza toda palabra. Si también los desprecia a ellos, comunícalo a la Iglesia. Y si desprecia a la Iglesia, sea para ti como un pagano y publicano. El capítulo siguiente que hemos escuchado cuando se leyó hoy trata del mismo tema. Habiendo dicho eso el Señor Jesús a Pedro, inmediatamente preguntó al Maestro cuántas veces debía perdonar al hermano que hubiera pecado contra él; y quiso saber si bastaba con siete veces. El Señor le respondió: No sólo siete veces, sino setenta y siete. A continuación le puso una parábola terrible en extremo: El reino de los cielos es semejante a un padre de familia que se puso a pedir cuentas a sus siervos, entre los cuales halló uno que le debía diez mil talentos. Y habiendo ordenado que se vendieran todos sus bienes e incluso él y su familia, cayendo de rodillas en presencia de su señor, le pedía un plazo de tiempo, y obtuvo la remisión de todo. Como hemos escuchado, se compadeció su señor y le perdonó la deuda en su totalidad. Pero él, libre de la deuda, pero siervo de la maldad, después que salió de la presencia de su señor, encontró también a un deudor suyo, quien le debía, no diez mil talentos-ésta era su propia deuda-, sino cien denarios; comenzó a arrastrarlo medio ahogándolo y a decirle: Restituye lo que me debes. Aquel rogaba a su consiervo, del mismo modo que éste había rogado a su señor, pero no halló a su consiervo como éste había hallado a su señor. No sólo no quiso perdonarle la deuda; ni siquiera le concedió el plazo de tiempo. Libre ya de la deuda a su señor, le estrujaba para que le pagase. Esto desagradó a los consiervos, quienes comunicaron a su señor lo que había sucedido. El señor mandó presentarse al siervo y le dijo: Siervo malvado, aunque tanto me debías, me apiadé de ti y te lo perdoné todo; ¿no convenía, por tanto, que también tú te apiadases de tu consiervo como lo hice yo contigo? Y ordenó que se le exigiese todo lo que le había perdonado.
2. Propuso, pues, esta parábola para nuestra instrucción y quiso que con su amonestación no pereciésemos. Así, dijo, hará con vosotros vuestro Padre celestial si cada uno de vosotros no perdona de corazón a su hermano. Ved, hermanos, que la cosa está clara y que la amonestación es útil. Se debe, pues, la obediencia realmente salutífera para cumplir lo mandado. En efecto, todo hombre, al mismo tiempo que es deudor ante Dios, tiene a su hermano por deudor. ¿Quién hay que no sea deudor ante Dios, a no ser aquel en quien no puede hallarse pecado alguno? ¿Quién no tiene por deudor a su hermano, a no ser aquel contra quien nadie ha pecado? ¿Piensas que puede encontrarse en el género humano alguien que no esté encadenado a su hermano por algún pecado? Todo hombre, por tanto, es deudor, teniendo también sus deudores. Por esto el Dios justo te estableció la norma cómo comportarte con tu deudor, norma que él aplicará con el suyo. Dos son las obras de misericordia que nos liberan; el Señor las expuso brevemente en el Evangelio: Perdonad y se os perdonará; dad y se os dará. El perdonad y se os perdonará, mira al perdón; el dad y se os dará se refiere al prestar un favor. Referente al perdón, tú no sólo quieres que se te perdone tu pecado, sino que también tienes a quien poder perdonar. Por lo que se refiere al prestar un favor, a ti te pide un mendigo, y también tú eres mendigo de Dios. Pues cuando oramos, somos todos mendigos de Dios; estamos en pie a la puerta del padre de familia; más aún, nos postramos y gemimos suplicantes, queriendo recibir algo, y este algo es Dios mismo. ¿Qué te pide el mendigo? Pan. ¿Y qué es lo que pides tú a Dios sino a Cristo que dice: Yo soy el pan vivo que he bajado del cielo? ¿Queréis que se os perdone? Perdonad: Perdonad y se os perdonará. ¿Queréis recibir? Dad y se os dará.
3. Pero escuchad algo que en este precepto tan claro puede crear dificultad. Respecto a la remisión en la que se pide y se debe conceder el perdón, puede causar dificultad lo mismo que la causó a Pedro. ¿Cuántas veces, dijo, debo perdonar? ¿Basta con siete? No basta, dijo el Señor: No te digo: Siete, sino: Setenta y siete. Comienza ya a contar cuántas veces ha pecado contra ti tu hermano. Si pudieras llegar hasta setenta y ocho, es decir, pasar de las setenta y siete, entonces maquina ya tu venganza. ¿Es tan cierto eso que dice? ¿Están las cosas así, de forma que, si pecare setenta y siete veces, has de perdonarle; si, por el contrario, pecare setenta y ocho, ya te es lícito no perdonarle? Me atrevo a decir, sí, me atrevo, que aunque pecare setenta y ocho, has de perdonarle. He dicho que, aunque pecare setenta y ocho veces, debes perdonarle. Y lo mismo si pecare cien veces. ¿Para qué estar dando cifras? Cuantas veces pecare, absolutamente todas esas veces has de perdonarle. Entonces, ¿me he atrevido a sobrepasar la medida del Señor? El puso el límite para el perdón en el número setenta y siete; ¿presumiré de sobrepasar ese número? No es cierto; no he osado añadir nada. He escuchado a mi mismo Señor que habla por el Apóstol, en un lugar en que no está prefijado ni la medida ni el número: Perdonándoos unos a otros, si alguno tiene una queja contra otro, como Dios os perdonó en Cristo. Habéis visto el modelo. Si Cristo te perdonó los pecados setenta y siete veces y sólo hasta ese número, y negó el perdón una vez superado, pon también tú un límite, pasado el cual no perdones. Si, en cambio, Cristo encontró en los pecadores millares de pecados y los perdonó todos, no rebajes la misericordia; pide más bien que se te resuelva el enigma de aquel número. No en vano habló el Señor de setenta y siete, puesto que no existe culpa alguna a la que debas negar el perdón. Fíjate en aquel siervo que, aunque tenía un deudor, debía él diez mil talentos. Pienso que los diez mil talentos equivalen, como mínimo, a diez mil pecados. Y no quiero entrar en si el talento encierra todos los pecados. Aquel su consiervo, ¿cuánto le debía? Cien denarios. ¿No es esto ya más de setenta y siete? Sin embargo, se airó el Señor porque no se los perdonó. No es sólo el número cien el que es superior a setenta y siete, pues cien denarios equivalen tal vez a mil ases. Pero ¿qué es eso en comparación de los diez mil talentos?
4. Por tanto, si queremos que se nos perdone a nosotros, hemos de estar dispuestos a perdonar todas las culpas que se cometen contra nosotros. Si repasamos nuestros pecados y contamos los cometidos de obra, con el ojo, con el oído, con el pensamiento y con otros innumerables movimientos, ignoro si dormiríamos sin el talento. Por esto, cada día en la oración pedimos y llamamos a los oídos divinos, cada día nos postramos y le decimos: Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores. ¿Qué deudas? ¿Todas, o sólo una parte? Responderás que todas. Haz lo mismo con tu deudor. Esta es la norma a la que te has de ajustar, esta la condición que pones. Al orar y decir: Perdónanos como nosotros perdonamos a nuestros deudores, haces referencia a ese pacto y convenio.
5. En conclusión, ¿qué significa setenta y siete? Escuchad, hermanos, un gran misterio, un admirable sacramento. Cuando el Señor fue bautizado, el santo evangelista Lucas mencionó su genealogía por el orden, sucesión y rama que conducía a la generación de la que nació Cristo. Mateo comenzó por Abrahán y, en orden descendente, llegó hasta José; Lucas, en cambio, comenzó a contar en orden ascendente. ¿Por qué uno en dirección descendente y otro en dirección ascendente? Porque Mateo nos recomendaba la generación de Cristo en cuanto que descendió hasta nosotros; por eso en el nacimiento de Cristo comenzó a contar de arriba a abajo. Lucas, por el contrario, comenzó a contar en el bautismo de Cristo; a partir de éste comienza su cuenta ascendente. Comenzó a contar en orden ascendente hasta completar setenta y siete generaciones. ¿A partir de quién empezó a contar? Prestad atención a esto. El punto de partida fue Cristo y el de llegada Adán, el primero en pecar, quien nos engendró a nosotros con el vínculo del pecado. Contando setenta y siete generaciones llegó hasta Adán; es decir, desde Cristo hasta Adán hay las setenta y siete generaciones mencionadas y otras tantas, en consecuencia, desde Adán hasta Cristo. Si, pues, no se pasó por alto ninguna generación, ninguna culpa se pasó tampoco por alto a la que no se deba el perdón. El contar setenta y siete generaciones del Señor, número que el Señor recomendó al hablar del perdón de los pecados, tiene el mismo significado que el haber comenzado a enumerarlas desde el bautismo, en el que se perdonan todos.
6. Respecto a esto, recibid, hermanos, un misterio mayor todavía. En el número setenta y siete se encierra el misterio del perdón de los pecados. Todas esas generaciones se encuentran desde Cristo hasta Adán. Por tanto, pregunta con mayor diligencia por el secreto encerrado en ese número e investiga sus oscuridades; llama con mayor solicitud para que se te abra. La justicia radica en la ley de Dios; no admite duda, pues la ley se encierra en los diez mandamientos. Esta es la razón por la que aquel debía diez mil talentos. Es aquel memorable decálogo, escrito con el dedo de Dios y entregado al pueblo a través de su siervo Moisés. Aquel debía diez mil talentos; en ellos están significados todos los pecados por su relación con el número de la ley. El otro debía cien denarios, cifra simbólicamente no menor, pues cien veces cien hacen diez mil, y diez veces diez, cien. No nos hemos salido del número de la ley y en ambos encontrarás todos los pecados. Ambos eran deudores y ambos lo deploraban y pedían perdón; pero aquel siervo malo, ingrato, malvado, no quiso pagar con la misma moneda, no quiso prestar lo que a él, indigno, se le había prestado.
7. Ved, pues, hermanos; quien comienza con el bautismo, sale libre, se le han perdonado los diez mil talentos; y al salir ha de encontrarse con el consiervo, su deudor. Centre su atención en el mismo pecado, pues el número undécimo significa la transgresión de la ley. La ley es el número diez, el pecado el once. La ley pasa por el diez, el pecado por el once. ¿Por qué el pecado por el once? Porque para llegar al número once has de pasar el diez. En la ley está fijada la medida; la transgresión de la misma es el pecado. En el mismo momento en que pases el número diez vienes a dar en el once. Por tanto, grande es el misterio simbolizado cuando se ordenó fabricar el tabernáculo. Muchas son las cosas que allí se dijeron en forma de misterio. Entre otras cosas se mandó que se hicieran once, no diez, cortinas de pelo de cabra, puesto que en el pelo de cabra se simboliza la confesión de los pecados. ¿Buscas algo más? ¿Quieres convencerte de que en este número de setenta y siete se contienen todos los pecados? El número siete se suele tomar por la totalidad, pues el tiempo se desarrolla en el sucederse de siete días, y, acabados esos siete días, se comienza de nuevo para volver a lo mismo una y otra vez. Lo mismo sucede con los siglos; del número siete no se sale nunca. Cuando dijo setenta y siete indicó todos los pecados, porque once por siete resultan setenta y siete. Quiso, pues, que se perdonasen todos los pecados quien los significó en el número setenta y siete. Que ninguno los retenga en contra suya negando el perdón, para no tener en contra a aquél cuando ora. Dice Dios, en efecto: Perdona y se te perdonará. Dado que yo perdoné primero, perdona tú aunque sea después. Pero si no perdonas, me echaré atrás y te exigiré todo lo que te había perdonado. La verdad no miente; no engaña ni es engañado Cristo, quien añadió estas palabras: Así hará vuestro Padre celestial que está en los cielos. Te encuentras con el Padre, imítale, pues, si rehúsas imitarle, te expones a ser desheredado: Así hará con vosotros vuestro Padre celestial si cada uno no perdonáis de corazón a vuestros hermanos. Pero no digas sólo de boca: «Le perdono», difiriendo el perdón del corazón. Dios te mostró el castigo y te amenazó con la venganza. Dios sabe cómo lo dices. El hombre sólo oye tu voz, pero Dios examina tu conciencia. Si dices: «Perdono», perdona. Es mejor levantar la voz y perdonar de corazón que ser blando de palabra y cruel en el corazón.
8. Ya estoy viendo a los niños indisciplinados pidiendo perdón; no quieren ser azotados y, cuando queremos darles algún correctivo, nos ponen delante estas palabras. «Pequé, perdóname». Le perdono y vuelve a pecar. «Perdóname». Le perdono. Peca por tercera vez. «Perdóname». Por tercera vez le perdono. A la cuarta ya lo azoto y él replica: «Te he molestado acaso ya setenta y siete veces?» Si apoyándose en este precepto se echa a dormir el rigor de la disciplina, suprimida ésta, se ensaña la maldad impune. ¿Qué ha de hacerse, pues? Corrijamos de palabra y, si fuera necesario, con azotes 218, pero perdonemos el delito, arrojemos del corazón la culpa. Por eso añadió el Señor de corazón, para que, si por caridad se impone la disciplina, no se aleje la suavidad del corazón. ¿Hay algo más piadoso que un médico con el bisturí? Llora quien va a ser sajado y se le saja, no obstante; llora aquel a quien se le va a aplicar el fuego y se le aplica. No hay crueldad alguna. ¡Lejos de nosotros el hablar de crueldad en el médico! Es cruel con la herida, para que el hombre sane, porque, si anda con contemplaciones con la herida, perece el hombre. Hermanos míos, éste es, por tanto, mi consejo: amemos a nuestros hermanos que hayan pecado de cualquier forma; no les neguemos la caridad de nuestro corazón y, cuando sea necesario, apliquemos la disciplina, no sea que abandonándola crezca la malicia y comencemos a ser acusados por Dios, puesto que se nos ha leído: Corrige a los pecadores en presencia de todos, para que los demás' sientan temor. Así, pues, si alguno distingue los momentos, resuelve la cuestión; es decir, todo es verdad, todo está bien dicho. Si el pecado es secreto, corrígele en secreto; si el pecado es público y manifiesto, corrígele públicamente para que él se enmiende y los demás sientan temor.


SERMON 84
El joven rico (Mt 19, 17).

Lugar: Cartago.
Fecha: Año 411.

1. Dijo el Señor a cierto joven: Si quieres llegar a la vida, guarda los mandamientos. No dijo: «Si quieres llegar a la vida eterna», sino: Si quieres llegar a la vida, llamando simplemente vida a la vida eterna. Recomendemos ante todo el amor a esa vida. En efecto, es objeto de amor esta vida, cualquiera que sea; sea como sea, aunque esté llena de tribulaciones y miserias, los hombres tienen miedo a acabarla y se llenan de pavor. Desde aquí se puede ver y considerar cuánto ha de amarse la vida eterna, dado que es tal el amor a esta vida miserable y que ha de acabar alguna vez. Considerad, hermanos, cuánto ha de amarse la vida que nunca acaba. Amas esta vida en la que tanto te fatigas, corres, te preocupas y anhelas; apenas pueden contarse las cosas necesarias en esta mísera vida: sembrar, arar, replantar, navegar, moler, cocer, tejer; y después de todo esto te encuentras con una vida que se acaba. Mira cuánto tienes que sufrir en esta vida miserable que tanto amas;¿y piensas que has de vivir siempre, sin morir nunca? Los templos hechos a base de piedra y mármol, reforzados con hierro y plomo, caerán, no obstante; ¿y piensa el hombre que nunca ha de morir? Aprended, por tanto, hermanos, a buscar la vida eterna, en la que no tendréis que soportar estas cosas, sino que reinaréis por siempre con Dios. Pues quien quiere la vida, como dice el profeta, ama el ver días buenos. En efecto, cuando los días son malos se desea más bien la muerte que la vida. ¿No vemos y oímos a hombres que, cuando se hallan envueltos en algunas tribulaciones y estrecheces, maltrechos y enfermos, y ven que tienen que fatigarse, no dicen otra cosa sino: «Oh Dios, envíame la muerte, acelera el fin de mis días»? Pero si alguna vez llega la enfermedad, se corre, se traen médicos, se prometen dinero y regalos. Entonces te dice la muerte: «Aquí estoy yo, como hace poco lo pedías al Señor; ¿por qué quieres ahora que me vaya? He visto que eres un farsante y amante de esta vida miserable».
2. Refiriéndose a estos días de los que estamos hablando, dice el Apóstol: Rescatando el tiempo, porque los días son malos. ¿No son, en efecto, malos estos días que pasamos en la corrupción de esta carne, en y bajo el gran peso del cuerpo corruptible, entre tantas tentaciones, entre tantas dificultades; cuando el placer es falso, ninguna la seguridad en el gozo, el temor un tormento, la codicia ávida y la tristeza árida? Ved cuán malos son los días 219; y, sin embargo, nadie quiere que lleguen a su fin y mucho es lo que los hombres suplican a Dios para vivir más tiempo. Vivir más tiempo, ¿qué otra cosa es sino atormentarse más tiempo? Vivir más tiempo, ¿qué es sino añadir días malos a otros días malos? Cuando los niños crecen, parece como si se les añadiesen días, pero no advierten que les disminuyen; hasta la forma de contar es falsa. A medida que crecen, los días más bien les disminuyen que les aumentan. Ponle, por ejemplo, ochenta años a un hombre cualquiera. Lo que ha vivido, eso se le resta del conjunto. ¡Y los hombres ingenuos se alegran de los muchos cumpleaños, tanto de los suyos como de los de sus hijos! ¡Oh varón prudente, te entristeces si disminuye el vino de tu cuba; pierdes días y te alegras! Son estos días malos, y tanto peores cuanto más se aman. Tanto halaga el mundo, que nadie quiere concluir esta vida azarosa. La vida auténticamente verdadera y dichosa tendrá lugar cuando hayamos resucitado y reinemos con Cristo. Pues también los malvados han de resucitar, pero irán al fuego. Por tanto, no existe vida si no es dichosa. Y no puede haber vida dichosa si no es eterna, en la que los días son buenos; ni siquiera son muchos, sino uno solo. Sólo por la costumbre se llaman días los de esta vida. Aquel día no conoce ni principio ni ocaso. A aquel día no le sucede el mañana, puesto que no le precede el ayer. Este día, o estos días, y esta vida, vida verdadera, nos ha sido prometida. Es la recompensa de alguna obra. Si, pues, amamos la recompensa, no decaigamos en la obra y reinaremos por siempre con Cristo.


SERMON 85
Llamada a los ricos a la perfección (Mt 19, 17-25).

Lugar: Probablemente Hipona.
Fecha: Después del año 425.
1. La lectura evangélica, hermanos, que hace poco golpeó nuestros oídos, pide, más que un expositor, un oyente que la ponga en práctica. ¿Qué hay más claro que esta luz: Si quieres venir a la vida, guarda los mandamientos? ¿Qué más voy a decir? Si quieres venir a la vida, guarda los mandamientos. ¿Quién hay que no quiera la vida? Y, sin embargo, ¿quién hay que quiera guardar los mandamientos? Si no quieres guardar los mandamientos, ¿por qué buscas la vida? Si eres perezoso para trabajar, ¿por qué te apresuras a recibir la recompensa? Aquel joven rico dijo que había cumplido los mandamientos; escuchó otros preceptos mayores: Si quieres ser perfecto, una sola cosa te falta: vete, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y no lo perderás, sino que tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme. En efecto, ¿de qué te aprovecharía el hacerlo si no me sigues? Como habéis oído, se alejó triste y cabizbajo, pues tenía muchas riquezas. Lo que escuchó él, lo hemos escuchado también nosotros. El Evangelio es la boca de Cristo; está sentado en el cielo, pero no cesa de hablar en la tierra. No seamos, pues, sordos, dado que él clama. No seamos muertos, pues él atruena. Si no quieres hacer lo más, haz lo menos. Si es excesivo para ti el peso de lo mayor, toma lo menor al menos. ¿Por qué eres perezoso para lo uno y lo otro? ¿Por qué te opones a ambas cosas? Las mayores son: Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres y sígueme. Las menores: No matarás, no adulterarás, no buscarás un falso testimonio, no robarás, honra a tu padre y a tu madre, amarás a tu prójimo como a ti mismo. Haz esto. ¿Qué sentido tiene invitarte a vender tus cosas si no consigo librarte de robar las ajenas? Escuchaste: No robarás, y las arrebatas. En la presencia de tan gran juez ya no te tengo por ladrón, sino por raptor. Perdónate a ti, ten compasión de ti mismo. Esta vida es para ti una dilación todavía, no rechaces la corrección. Fuiste ladrón ayer, no lo seas también hoy. Quizá hasta lo fuiste incluso hoy; no lo seas mañana. Acaba de una vez con el mal y exige el bien como recompensa. Quieres tener buenas cosas, pero no quieres ser bueno; tu vida es lo opuesto a lo que deseas. Si poseer una villa buena es un gran bien, ¡cuán grande mal es tener un alma mala!
2. El rico marchó entristecido, y dijo el Señor: ¡Qué difícil es que entre en el reino de los cielos quien tiene riquezas! Y por la comparación que propuso para demostrarlo, mostró que ese ser difícil equivale a ser completamente imposible. Todo lo que es imposible es difícil, pero no todo lo difícil es imposible. Para ver cuán difícil es, pon atención a la semejanza: En verdad os digo, es más fácil a un camello entrar por el hondón de una aguja que a un rico entrar en el reino de los cielos. ¡Entrar un camello por el hondón de una aguja! Aunque hubiere dicho una pulga, ya sería imposible. Por ello, habiendo oído esto, se entristecieron los discípulos y dijeron: Si esto es así, ¿quién podrá salvarse? ¿Quién de los ricos? Pobres, escuchad a Cristo; hablo al pueblo de Dios. Sois muchos los pobres; alcanzadlo al menos vosotros; pero, con todo, oíd. Vosotros, los que os gloriáis de vuestra pobreza, evitad la soberbia, no sea que os superen los ricos humildes; evitad la impiedad, no sea que os superen los ricos piadosos; evitad las borracheras, no sea que os venzan los ricos sobrios. No os gloriéis de vuestra pobreza, si es que no deben ellos gloriarse de sus riquezas 220.
3. Escuchen los ricos, si es que hay alguno; escuchen al Apóstol: Ordena a los ricos de este mundo; señal de que existen ricos de otro mundo. Los ricos del otro mundo son los pobres, los apóstoles, que decían: Como no teniendo nada, y poseyéndolo todo. Para que supierais de qué ricos hablaba, añadió: de este mundo. Escuchen, pues, al Apóstol los ricos de este mundo: Ordena, dijo, a los ricos de este mundo que no se comporten soberbiamente. El primer gusano de las riquezas es la soberbia'. Como mala polilla, todo lo roe y lo reduce a cenizas. Ordénales, pues, que no se comporten soberbiamente ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, no sea que te acuestes rico y te levantes pobre. Ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas -son palabras del Apóstol-, sino en el Dios vivo. El ladrón te arrebata el oro, pero ¿quién te arrebatará a Dios? ¿Qué es lo que tiene el rico si no tiene a Dios? ¿Qué no tiene el pobre si tiene a Dios? Por tanto, no pongan su esperanza en las riquezas, dice, sino en el Dios que nos otorga abundantemente todas las cosas para disfrutarlas, entre las cuales también él mismo.
4. Si, pues, no deben poner la esperanza en las riquezas ni confiar en ellas, sino en el Dios vivo, ¿qué han de hacer con las mismas? Escucha qué: Sean ricos en buenas obras. ¿Qué quiere decir esto? Expónnoslo, Apóstol. Muchos no quieren entenderlo porque no quieren emprenderlo. Expónnoslo, Apóstol; no des ocasión al mal obrar con la oscuridad de tu palabra. Dinos qué indicabas en estas palabras: Sean ricos en buenas obras. Escuchen, compréndalo; no se les permita buscar excusas; antes bien, comiencen a acusarse y a decir lo que hace poco escuchamos en el salmo: Pues yo reconozco mi pecado. Dinos tú qué significa: Sean ricos en buenas obras. ¿Qué quiere decir: Den con facilidad? ¿Acaso también esto es de difícil comprensión? Den con facilidad, repartan. Tienes tú y no tiene aquel otro, reparte para que repartan contigo. Da aquí y te darán allí. Reparte aquí pan y te repartirán allí pan. ¿Qué pan? El de aquí: el que recoges con tu sudor y fatiga a consecuencia de la maldición que cayó sobre el primer hombre; el de allí: Aquel que dijo: Yo soy el pan vivo que he bajado del cielo. Aquí eres rico, allí serás pobre. Tienes oro, pero aún no tienes a Cristo presente. Da de lo que tienes para recibir lo que no tienes. Sean ricos en buenas obras, den con facilidad, repartan.
5. Entonces, ¿han de perder sus bienes? Dijo: Repartan, no «Denlo todo». Reserven para sí lo suficiente o más de lo suficiente. De esto demos una cierta parte. ¿Qué parte? ¿Una décima parte? Los diezmos los daban los escribas y los fariseos. Avergoncémonos, hermanos; la décima parte la daban aquellos por quienes Cristo aún no había derramado su sangre. Por si piensas que haces algo grande porque partes tu pan con el pobre, cosa que apenas significa una milésima parte de tus posibilidades 221, sábete que los escribas y fariseos daban la décima parte. Con todo, no te reprendo; haz al menos eso. Tal es mi sed, tal es mi hambre, que me regocijo con estas migajas. Pero no callaré lo que dijo cuando estaba vivo quien murió por nosotros. Si vuestra justicia, dijo, no es superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. El no nos hace caricias; como médico va a lo vivo de la herida. Si vuestra justicia no es superior a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Los escribas y los fariseos pagaban los diezmos. ¿Qué significa esto? Haceos esta pregunta. Ved lo que hacéis, con cuánto contáis; lo que dais y lo que os reserváis; lo que empleáis en obras de misericordia y lo que dejáis para la lujuria. Por tanto, den con facilidad, repartan, atesórense un buen fundamento para el futuro, para alcanzar la vida verdadera.
6. He aconsejado a los ricos; oíd ahora los pobres. Los primeros, dad; los segundos, no robéis. Los unos dad de vuestra riquezas; los otros frenad vuestras apetencias. Escuchad los pobres al mismo Apóstol: Es una gran ganancia. La ganancia es la adquisición de alguna riqueza. Es una gran ganancia la piedad con lo suficiente. Tenéis en común con los ricos el mundo, pero no la casa. Tenéis en común con ellos el cielo y la luz 222. Buscad lo que basta; buscad eso, nada más. Las demás cosas oprimen, no elevan; cargan, no honran 223. Gran ganancia la piedad con lo suficiente. Ante todo la piedad. Piedad que es el culto de Dios. La piedad con lo que basta. Nada trajimos a este mundo. ¿O trajiste algo? Ni siquiera vosotros, los ricos, trajisteis nada. Aquí encontrasteis todo; nacisteis desnudos como los pobres. A ambos es común la debilidad del cuerpo, común el llanto, testigo de la miseria. Nada trajimos a este mundo -hablo a los pobres-; pero tampoco podemos sacar nada de él. Teniendo alimento y techo, démonos por contentos, pues quienes quieren hacerse ricos... Quienes quieren hacerse ricos, no quienes lo son. Quienes lo son, séanlo. Escucharon lo que se refiere a ellos: sean ricos en buenas obras, den con facilidad, repartan. Ellos ya lo oyeron. Oídlo vosotros que aún no lo sois. Quienes quieren hacerse ricos caen en tentaciones y lazos y en muchos y dañinos deseos. ¿No sentís miedo? Escuchad lo que sigue: Que sumergen a los hombres en la perdición y en la muerte. ¿No temes aún? La avaricia es, en efecto, la raíz de todos los males. La avaricia consiste no en ser rico, sino en querer serlo. Eso es la avaricia. ¿No temes sumergirte en la muerte y la perdición? ¿No temes a la avaricia, raíz de todos los males? Arrancas las raíces de las zarzas de tu finca, ¿y no extirpas de tu corazón la raíz de todas las ambiciones? Limpias tu campo del que obtienes el fruto que sacia tu vientre, ¿y no purificas tu corazón para que lo habite tu Dios? La avaricia es, en efecto, la raíz de todos los males; siguiendo la cual algunos se extraviaron de la fe y vinieron a dar en muchos dolores.
7. Oísteis qué habéis de hacer, qué habéis de temer; escuchasteis con qué se compra el reino de los cielos y con qué se gasta. Ponéos todos de acuerdo en la palabra de Dios. Dios hizo tanto al rico como al pobre. Habla la Escritura: El rico y el pobre se encontraron; a ambos los hizo el Señor. El rico y el pobre se encontraron. ¿Dónde sino en este mundo? Nació el rico, nació el pobre. Os encontrasteis caminando al mismo tiempo por un camino. Tú no oprimas; tú no engañes. Este necesita, aquél tiene. A ambos los hizo el Señor. A través del que tiene socorre al necesitado; a través de quien no tiene, prueba al que tiene. Lo hemos escuchado, lo hemos dicho; temamos, precavámonos, oremos, lleguemos.

SERMON 86
El joven rico (Mt 19, 21).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.

1. La lectura del Evangelio de hoy es una invitación a que hable a vuestra caridad del tesoro en el cielo. Pues, contra lo que piensan los infieles avaros, Dios no quiso que perdiéramos nuestras cosas. Si se entiende bien, se cree piadosamente y se acepta devotamente lo que se nos ha mandado, no se nos ordenó que las perdiésemos, sino que nos indicó el lugar donde colocarlas. Nadie puede evitar el pensar en su tesoro y seguir a sus riquezas por cierto camino del corazón. Si se entierran, el corazón se dirige hacia abajo; si, en cambio, se guardan en el cielo, el corazón estará arriba. Si, pues, quieren hacer los cristianos lo que saben que también ellos profesan...-y no todos los que lo oyen lo conocen, y ¡ojalá no lo conozcan en vano los que lo conocen!- Por tanto, quien quiera tener el corazón arriba, ponga allí, allí, lo que ama; y aunque corporalmente esté en la tierra, habite con Cristo en el corazón; como a la Iglesia le precedió su cabeza, así al cristiano ha de precederle su corazón. Como los miembros han de ir al lugar donde les precedió la cabeza, Cristo, del mismo modo al resucitar ha de ir otra vez al lugar a donde ahora le ha precedido el corazón del hombre. Salgamos, pues, de aquí con la parte en que nos es posible; todo nuestro ser seguirá a donde haya ido alguna de nuestras partes. La casa terrena está en ruinas; la casa celeste es eterna. Adonde nos hemos propuesto llegar, emigremos ya con antelación.
2. Escuchamos que cierto rico pidió un consejo al maestro bueno sobre cómo conseguir la vida eterna. Gran cosa era la que amaba y cosa vil la que no quería despreciar. De esta forma, escuchando con perverso corazón a aquel a quien había llamado maestro bueno, por un amor mayor a lo vil, perdió la posesión de la caridad. Si no hubiera querido alcanzar la vida eterna no hubiese pedido consejo sobre cómo lograrla. ¿Cómo se explica, hermanos, el que rechazase las palabras de aquel a quien él mismo había llamado maestro bueno, palabras tomadas de su fiel doctrina? ¿Es maestro bueno antes de enseñar y malo después de haberlo hecho? Se le llamó bueno antes de enseñar. No escuchó lo que deseaba, sino lo que debía escuchar; venía lleno de deseos, pero se retiró triste. ¿Qué hubiese pasado si se le hubiera dicho: «Pierde lo que tienes», siendo así que marchó triste porque se le dijo: «Guarda bien lo que posees»? Vete, le dijo, vende lo que tienes y dalo a los pobres. ¿Temes, acaso, perderlo? Escucha lo que sigue: Y tendrás un tesoro en el cielo. Quizá consiguieras tener un siervo como guardián de tus tesoros; guardián de tu oro será tu Dios. Quien lo dio en la tierra, él mismo lo guarda en el cielo. Quizá no hubiese dudado en confiar a Cristo lo que tenía y se entristeció porque se le dijo: Dalo a los pobres, como pensando en su corazón: «Si me hubieras dicho: Dámelo y yo te lo guardaré en el cielo, no hubiese dudado en confiarlo a mi señor y maestro bueno; pero ahora has dicho: Dalo a los pobres».
3. Nadie tema darlo a los pobres; no piense nadie que quien recibe es aquel cuya mano ve. Quien recibe es el que te mandó dar. Y no decimos esto porque así nos parece por conjetura humana; escúchale a él que te aconseja y te da seguridad en la Escritura: Tuve hambre, dijo, y me disteis de comer. Y al responderle después de enumerados los servicios: ¿Cuándo te vimos hambriento?, replicó: Cuando lo hicisteis con uno de los míos más pequeños, conmigo lo hicisteis. Mendiga el pobre, pero recibe el rico; das a quien lo ha de consumir y recibe quien lo ha de devolver. Y no ha de devolver lo que recibió; quiso tomar prestado a interés, prometió devolver más de lo que le das. Pon ahora en movimiento tu avaricia, considérate un usurero. Si lo fueres en verdad, serías recriminado por la Iglesia, condenado por la palabra de Dios, te execrarían todos tus hermanos como a un usurero cruel que desea explotar las lágrimas ajenas. Sé usurero, nadie te lo prohíbe. Quieres dar a un pobre que llorará a la hora de devolver; da a la persona idónea, es decir, a quien hasta te exhorta a que recibas lo que prometió.
4. Da a Dios y llámale a juicio. Más aún, da a Dios y serás llamado a juicio para recibir. Sin duda buscabas en la tierra a tu deudor; buscaba también él, pero el lugar donde esconderse de tu presencia. Te presentaste ante el juez a decirle: «Ordena que cierto deudor mío se presente a juicio». El, tras escuchar esto, se marcha y ni siquiera desea saludarte, a ti que tal vez, cuando estaba necesitado, con tu préstamo fuiste su salvación. Tienes, pues, a quien dar. Da a Cristo; él te lleva a juicio para que recibas, a ti que te extrañas de que haya recibido algo de tus manos. En efecto, a los que se hallen a su derecha gustosamente les dirá: Venid, benditos de mi padre. ¿A dónde? Venid, recibid el reino que está preparado para vosotros desde el comienzo del mundo. ¿Por qué esto? Tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; estaba desnudo y me vestisteis; fui peregrino y me llevasteis a casa; enfermo y en la cárcel y me visitasteis. Y ellos: Señor, ¿cuándo te vimos? ¿Qué significa esto? Llama a juicio el deudor y se excusan los acreedores. El deudor fiel no quiere engañarlos. ¿Dudáis de que vais a recibir? Yo recibí y ¿lo ignoráis vosotros? Y explica cuando recibió: Cuando lo hicisteis con uno de mis pequeños, conmigo lo hicisteis. No recibí directamente, sino a través de los míos. Lo que les disteis a ellos, llegó hasta mí; estad seguros, no lo habéis perdido. En la tierra poníais los ojos en los idóneos; al realmente idóneo lo tenéis en el cíelo. Yo, dijo, recibí; yo devolveré.
5. ¿Qué recibí? ¿Qué devuelvo? Tuve hambre, dijo, y me disteis de comer, y todo lo demás. Recibí tierra, devolveré cielo; recibí cosas temporales, restituiré cosas eternas; recibí pan, devolveré vida. Más aún, recibí pan y devolveré pan; recibí bebida y daré bebida; recibí hospitalidad y daré casa; estando enfermo fui visitado y daré salud; fui visto en la cárcel y devolveré libertad. El pan que diste a mis pobres se consumió; el pan que yo daré alimenta y no se agota. Denos, pues, de ese pan, el pan aquel que bajó del cielo. Al dar el pan, se dará a si mismo. ¿Qué era lo que querías cuando prestabas a interés? Dar monedas y recibir también monedas; pero dar pocas y recibir más de las dadas. «Yo -dice Dios- transformaré en algo mejor todo lo que me diste». ¿Cuál no sería tu alegría si dando una libra de plata recibieras una de oro? Examínate e interroga a la avaricia: «Entregué una libra de plata y recibo una de oro». ¿En qué se parecen la plata y el oro? Más aún, ¿en qué se parecen la tierra y el cielo? Tanto el oro como la plata tendrías que dejarlo aquí; tú, en cambio, no permanecerás aquí por siempre. Te daré otra cosa, te la daré en mayor cantidad, te la daré mejor y te la daré para siempre. Así se calma nuestra avaricia, hermanos, para que se encienda la otra, la que es santa. La que os prohíbe de todo punto que hagáis el bien, os habla de forma perversa; queréis servir a una mala señora y no reconocer al Señor bueno. Y a veces son dos las señoras que se adueñan del corazón y desgarran en varias partes al mal siervo, digno de servirlas a ellas.
6. A veces se apoderan de un hombre dos señoras opuestas entre sí, la avaricia y la lujuria. La avaricia dice: «Guarda»; la lujuria: «Gasta» 224.Sometido a dos señoras que mandan y exigen cosas diversas, ¿qué vas a hacer? Una y otra tienen sus formas de hablar. Cuando empiezas a no querer obedecer y a recobrar tu libertad, dado que no pueden mandar, halagan. Y más han de temerse sus halagos que sus mandatos. ¿Qué dice la avaricia? «Guarda para ti, guarda para tus hijos. Si llegaras a sentirte en necesidad, nadie te dará. No vivas al día; mira por tu futuro». Por el contrario, dice la lujuria: «Vive mientras estás en vida; trata bien a tu alma. Has de morir y no sabes cuándo. No sabes a quién lo has de dejar o si lo ha de poseer.. Tú te privas y se lo quitas a tu gula; cuando hayas muerto, quizá él no te ponga un cáliz sobre tu tumba 225, o si te lo pone, se emborrachará él y a ti no te llegará ni una gota. Trata, por tanto, bien a tu alma cuando y mientras puedes». Una cosa mandaba la avaricia: «Guarda para ti; mira por tu futuro». Otra distinta la lujuria: «Gasta; trata bien a tu alma».
7. Hastíate, ¡oh hombre libre llamado a la libertad! ; hastíate de la servidumbre de tales señoras. Reconoce a tu redentor, a tu manumisor. Sírvele a él; manda cosas más fáciles, no cosas contrarias. Me atrevo a decir más. La avaricia y la lujuria ordenaban cosas contrarias de forma que no podías obedecerlas a las dos. Te decía una: «Guarda para ti y mira por tu futuro», y la otra: «Gasta, trata bien a tu alma». Preséntese tu Señor diciendo las mismas cosas y tu Redentor no diciendo lo contrario. Si no quieres, no es necesario en su casa quien sirve de mala gana. Pon atención a tu Redentor, pon atención a tu precio. Vino para redimirte; derramó la sangre. Te estimó en mucho quien te compró a precio tan alto. Reconoces quién te ha comprado; considera con qué te redimió. Paso por alto los restantes vicios que soberbiamente te dominaban; en efecto, eras siervo de innumerables y perversas señoras. Me refiero ahora a aquellas dos que mandaban cosas contrarias, que te arrastraban a lugares distintos, la avaricia y la lujuria. Libérate de ellas, pasa a tu Dios. Si eras siervo de la iniquidad, sé siervo de la justicia. Las palabras que te dirigían, que ordenaban cosas contrarias, esas mismas las escuchas de boca de tu Señor, quien, en cambio, no manda nada contrario entre sí. No elimina sus palabras, pero les quita potestad. ¿Qué te decía la avaricia? «Guarda para ti; mira por tu futuro». No cambia la palabra, cambia el hombre. Si te place, compara ya a las consejeras. Por un lado la avaricia; por otro, la justicia.
8. Examina esas cosas contrarias. «Guarda para ti», dice la avaricia. Suponte que quieres obedecer; pregúntale donde has de guardarlo. Ella te mostrará un lugar protegido, un recinto amurallado, un arca de hierro. Fortifica todas las cosas; quizá un ladrón de casa penetra incluso hasta el interior y, mientras te preocupas de tu dinero, temes por tu vida. Quizá, puesto que guardas mucho, quien piensa en robártelo, piensa también en darte muerte. Por último, aunque protejas con cualquier tipo de defensa tu tesoro y tus vestidos contra los ladrones, ¡protégelos contra la herrumbre y la polilla! ¿Qué has de hacer? Quien lo quita no es el enemigo exterior, sino quien lo consume dentro.
9. En conclusión, no es bueno el consejo dado por la avaricia. En efecto, te mandó guardar sin darte un lugar donde poder hacerlo. Diga también la segunda parte: «Mira por el futuro». ¿Por qué futuro? Por unos días pocos e inciertos. A un hombre que no ha de vivir quizá ni el día de mañana, le dice: «Mira por el futuro». Pero suponte que viva cuanto juzga la avaricia; no cuanto muestra, cuanto enseña, cuanto confía; que viva, envejezca y concluya sus días, cuanto juzga la avaricia. Anciano encorvado, apoyado en el bastón, busca todavía ganancias y escucha a la avaricia, que le dice: «Mira por el futuro». ¿Por qué futuro? Sí le habla cuando ya está expirando, le dice: «Mira por tus hijos». ¡Ojalá no fuesen avaros al menos aquellos ancianos que no tienen hijos! Incluso a ellos, incluso a esos tales que no tienen razón ninguna para excusar su iniquidad, no cesa de decirles: «Mira por el futuro». Pero quizá se ruboricen de repente; consideremos a quienes tienen hijos y veamos si están ciertos de que ellos han de poseer lo que les dejen. Mientras se hallan en vida, presten atención a los hijos de los otros, de los cuales unos perdieron por maldades ajenas lo que habían poseído y otros consumieron por su propia maldad lo que habían tenido; en uno y otro caso se convierten en pobres los hijos de los ricos. Evitad el nacer siervos de la avaricia. «Pero -dicen- esto lo poseerán mis hijos». Es cosa incierta. No digo: «Es cosa falsa»; pero hagas lo que hagas, es cosa incierta. Por último, supón que es cierto: ¿qué les quieres dejar? Lo que adquiriste para ti. Ciertamente lo que adquiriste no te lo habían dejado y, no obstante, lo posees. Si tú pudiste tener algo que no heredaste, también ellos podrán tener aunque tú no se lo dejes.
10. Han sido rebatidos los consejos de la avaricia; diga ahora el Señor las mismas cosas, hable ya la justicia. Las palabras serán las mismas, pero distinto el significado. Te dice tu Señor: «Guarda para ti, mira por tu futuro». Pregúntale también a él; «¿En qué lugar he de guardar?» Tendrás un tesoro en el cielo, donde el ladrón no entrará ni la polilla lo corromperá. ¿Con vistas a qué futuro lo guardarás? Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que está preparado para vosotros desde el comienzo del mundo. La duración de este reino la manifiesta el fin de la frase. Al decir, refiriéndose a los de la izquierda, así ellos irán al fuego eterno, y a los de la derecha: Los justos, en cambio, a la vida eterna. Esto es mirar por el futuro. Un futuro después del cual no hay nada. De aquellos días sin fin se habló en plural y en singular. Dice cierta persona: Para que habite en la casa del Señor en la longitud de los días, hablando de ellos en plural_. También se habló en singular: Hoy te he engendrado. Aquellos días son un solo día, puesto que ya no existe ni tiempo; a aquel día ni le precede el ayer ni es excluido por el mañana. Miremos, pues, por este futuro. No otras eran las palabras que te decía la avaricia y, al mismo tiempo, en ellas fue derribada la misma avaricia.
11. Sólo te queda decir: «¿Y qué hago con mis hijos?» Escucha también allí el consejo de tu Señor'. Si te dijera tu Señor: «Mejor lo sé yo que los creé que tú que los engendraste», quizá no encontraras nada que responder. Pero has de poner los ojos en aquel rico que se alejó triste y que fue reprendido en el Evangelio; quizá te dices: «Aquel rico hizo mal en no vender todos sus bienes y dárselos a los pobres, puesto que no tenía hijos; yo, en cambio, los tengo; tengo para quienes guardarlos». También en esta debilidad te sirve de apoyo tu Señor.
Me atreveré a hablar por su misericordia; me atreveré a decir algo, no fruto de mi presunción, sino de su misericordia. «Guarda también para tus hijos», pero escúchame. Si, como acontece en las cosas humanas, alguien perdiere alguno de sus hijos... -comprended, hermanos, comprended que la avaricia no tiene excusas ni aquí ni en el mundo futuro. Nos hallamos ante cosas humanas; no es que las deseemos, sino que las ponemos como ejemplos-. Se perdió uno que era cristiano, es decir, perdiste un hijo cristiano, y, por tanto, no lo perdiste, sino que lo enviaste delante. Ni siquiera él te abandonó, simplemente te precedió. Pregunta a tu fe; con toda certeza también tú has de ir a donde él te precedió. Digo algo sencillo, a lo cual creo que nadie tenga réplica. «¿Vive tu hijo?» Pregunta a tu fe. Si, pues, vive, ¿por qué sus hermanos se adueñan de la parte de él? Pero dirás: «¿Acaso ha de volver a tomar posesión de ella?» Entonces envíesele allí a donde nos precedió; si él no puede venir a donde están sus bienes, pueden ir sus bienes a donde está él. Advierte en compañía de quién está. Si tu hijo residiera en palacio, se hiciera amigo del emperador y te dijera: «Vende la parte que tengo ahí y envíamela», ¿encontrarías qué responderle? Ahora tu hijo está con el emperador de todos los emperadores y con el rey de todos los reyes y con el señor de todos los señores; envíasela. No te digo: «El tiene lo necesario». El Señor en cuya casa está tu hijo siente necesidad en la tierra. Quiere recibir aquí lo que da en el cielo. Haz el trayecticio, como suelen algunos avaros: da a los peregrinos lo que recibirás en tu patria..
12. Finalmente, ya no hablo de ti, hablo de tu hijo. Dudas en dar lo tuyo, dudas también en devolver lo ajeno: es la prueba evidente de que no lo guardabas para tus hijos. Advierte que no se lo das a tus hijos, pues se lo quitas a ellos mismos. A aquél, ciertamente, se lo quitas. ¿Por qué es indigno de recibir por el hecho de que viva con una persona más digna? Tendrías razón si aquel con quien vive no quisiera recibir, rico ya en tu casa, pero en la divina. Lejos de mí el decirte: «Da lo que tienes»; lo que te digo es: «Devuelve lo que debes». «Pero lo tendrán sus hermanos», dices. ¡Oh doctrina perversa, por la que enseñas a tus hijos a desear la muerte a sus hermanos! Si con los bienes de su hermano muerto se hacen más ricos, mira cómo se observan en tu casa. ¿Qué harás entonces? ¿Divides el patrimonio y enseñas el parricidio?
13. Pero no quiero hablar de un hijo perdido, para que no parezca que amenazo con las adversidades humanas. Hablemos de algo en cierto modo mejor y más deseable. No digo ahora que tienes un hijo menos; piensa que tienes uno más. Reserva un puesto para Cristo en medio de tus hijos, añádase a tu familia tu Señor; súmese a la prole tu creador, cuéntese entre tus hijos tu hermano. Con ser tanta la diferencia, se dignó ser también hermano. Y siendo hijo único del Padre, quiso tener coherederos. ¡Cuán grande su largueza! Tú ¿por qué eres tan estéril? Tienes dos hijos; cuéntale a él como el tercero; tienes tres, cuéntale como el cuarto; si tienes cinco, que él sea el sexto; si tienes diez, sea él el undécimo. No quiero seguir; reserva para tu Señor el lugar de un hijo tuyo. Lo que des a tu Señor te será de provecho a ti y a tus hijos; lo que de mala manera guardas para tus hijos, te dañará a ti y a ellos. Dale una porción, la que juzgaste que correspondería a un hijo. Haz como si tú mismo hubieses engendrado uno más.
14. ¿Qué tiene esto de grande, hermanos míos? Doy un consejo: ¿acaso echo un lazo a la garganta? Como dice el Apóstol: Esto lo digo para vuestra utilidad, no para tenderos un lazo. Pienso, hermanos, que es algo fácil y sencillo el que un padre se haga a la idea de que tiene un hijo más y compre posesiones tales que posea eternamente tanto él como sus hijos. La avaricia no tiene qué responder. Habéis aclamado estas palabras'. Levantad la voz contra ella; que no os venza; que no tenga ella en vuestros corazones más poder que vuestro Redentor. No tenga en vuestro corazón más fuerza que aquel que nos invita a tener en alto los corazones. Deshagámonos ya de ella.
15. ¿Qué dice la lujuria? ¿Qué? «Trata bien a tu alma». Advierte que dice también el Señor: «Trata bien a tu alma». Lo que te decía la lujuria, eso mismo te dice la justicia. Pero pon atención también en este caso a cómo lo dice. Si quieres tratar bien a tu alma, pon la mirada en aquel rico que, aconsejado por la lujuria y la avaricia, quería tratar bien a su alma. Le dio riqueza la tierra y no tenía donde recoger sus frutos; y dijo: ¿Qué haré? No tengo donde recogerlos. He hallado lo que he de hacer: destruiré los almacenes antiguos y construiré otros nuevos, los llenaré y diré a mi alma: «Tienes muchos bienes, gózate». Escucha un consejo contra la lujuria: Necio, tu alma se te quitará esta noche; lo que preparaste, ¿para quién será? ¿Y adónde irá el alma que se le quitará? Esta noche se le quitará y desconoce adónde irá.
16. Pon tu mirada en otro rico lujurioso y soberbio. Banqueteaba a diario espléndidamente y se vestía de púrpura y lino fino, mientras que a su puerta yacía un pobre lleno de úlceras, que en vano deseaba las migajas que caían de la mesa del rico; alimentaba a los perros con sus úlceras y no era alimentado, en cambio, por el rico. Murieron uno y otro. Uno de ellos fue sepultado; ¿qué se dice del otro? Fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Ve el rico al pobre, mejor el ya pobre al ya rico; desea para su lengua una gota de agua del dedo de aquel que había deseado una migaja de su mesa. Sin duda se cambiaron las suertes. En vano expresa su deseo el rico muerto; no lo oigamos en vano los que vivimos. Pues él quiso también ser llevado a los lugares superiores y no se le permitió; quiso que se enviase a alguno de los muertos a casa de sus hermanos, y tampoco esto le fue concedido. ¿Qué fue lo que, en cambio, se le dijo? Allí tienen a Moisés y a los profetas. Y él: No los escucharán a no ser que vaya alguno de los muertos. Y Abrahán a él: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, ni siquiera creerán aunque vaya uno de los muertos.
17. Lo que perversamente dijo la lujuria respecto a hacer limosnas y comprar para el futuro un descanso para el alma, es decir, para tratarla bien, eso mismo lo dijeron Moisés y los profetas. Escuchémosles mientras vivimos, pues en vano deseará escuchar allí quien despreció estas cosas al oírlas. ¿O estamos esperando que resucite alguien de entre los muertos y nos diga que tratemos bien a nuestra alma? También esto se ha realizado ya; no ha resucitado tu padre, pero resucitó tu Señor. Escúchale, acepta su buen consejo. No perdones a tus tesoros, da en la medida en que puedas. Era la voz de la lujuria, pero se ha hecho voz del Señor. Da cuanto puedas, trata bien a tu alma, por si te la quitan esta noche. Habéis escuchado, según pienso, y en el nombre de Cristo, un sermón sobre el dar limosnas. Estas vuestras voces laudatorias serán aceptas al Señor sólo si ve también las manos en acción.

SERMON 87
Los obreros de la undécima hora (Mt 20, 1-16).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.

1. En el santo Evangelio habéis oído una parábola que se adecua a los tiempos actuales a propósito de los obreros de la viña. Es ahora el tiempo de la vendimia corporal; hay, sin embargo, otra vendimia espiritual en la que Dios goza ante el fruto de su viña. Nosotros adoramos (colimus) a Dios, y Dios nos cultiva (colit) a nosotros 226.Pero si adoramos a Dios, no es para hacerle mejor; lo hacemos con la adoración, no con el arado. El, en cambio, nos cultiva como un agricultor a su campo. Al cultivarnos nos hace mejores, porque también el agricultor con el cultivo hace mejor a su campo. Y él busca en nosotros el fruto para que le adoremos. Su campo de cultivo somos nosotros, pues no cesa de extirpar con su palabra la mala semilla de nuestros corazones; de abrir nuestro corazón con su palabra como si fuera un arado; de plantar las semillas de los preceptos y de esperar el fruto de la piedad. Si aceptamos en nuestro corazón este cultivo de forma que le adoramos rectamente, no somos ingratos para con nuestro agricultor, sino que le devolvemos el fruto de sus delicias. Y este nuestro fruto no le enriquece a él, sino que nos hace a nosotros más dichosos.
2. Escuchad, pues, que, como dije, Dios nos cultiva a nosotros. No es necesario demostraros que nosotros adoramos a Dios. Todo hombre tiene en la boca que los hombres adoran a Dios. En cambio, que Dios cultiva a los hombres es algo que casi asusta a quien lo oye, puesto que no es habitual decir que Dios cultiva a los hombres, sino que los hombres adoran a Dios. Debemos, pues, demostraros que también Dios cultiva a los hombres, no sea que se piense que hemos dicho una palabra poco afortunada y alguno internamente discuta conmigo y, desconociendo lo que he dicho, me reprenda. Lo que me he propuesto demostraros a vosotros es esto: que también Dios nos cultiva; pero ya dije: como al campo, para hacernos mejores. Dice el Señor en el Evangelio: Yo soy la vid y vosotros los sarmientos, y mi Padre el agricultor. ¿Qué hace el agricultor? Os lo pregunto a vosotros que sois hombres del campo. ¿Qué hace el agricultor? Pienso que cultiva el campo. Por tanto, si Dios Padre es agricultor, tiene un campo que cultivar del que espera el fruto.
3. Más aún, plantó una viña, como dice el mismo Señor Jesucristo, y la arrendó a unos labradores que habían de darle el fruto a su debido tiempo. Les envió a sus siervos para que exigiesen la cosecha de la viña. Ellos, en cambio, los llenaron de afrentas; a otros hasta les dieron muerte y se negaron a entregar el fruto. Envió a otros que sufrieron cosas parecidas. Y se dijo aquel padre de familia, el cultor de su campo y plantador y arrendador de su viña: Enviaré a mi hijo único; quizá a él le respeten. Y envió, dijo, a su hijo también. Aquéllos se dijeron unos a otros: Este es el heredero; venid, démosle muerte y será nuestra la heredad. Y le dieron muerte y lo arrojaron fuera de la viña. Cuando llegue el señor de la viña, ¿qué hará con aquellos malos colonos? La respuesta: Perderá a los malos de mala manera y arrendará su viña a otros agricultores que le devuelvan el fruto a su tiempo. Se plantó la viña, es decir, la ley dada en los corazones de los judíos. Fueron enviados los profetas a buscar el fruto, o sea, su rectitud de vida. Estos profetas recibieron afrentas y hasta la muerte. Fue enviado también Cristo, el hijo único del padre de familia; y no sólo dieron muerte al heredero, sino que también, por ello, perdieron la heredad. Su perversa decisión les produjo el efecto contrario. Para poseerla, le dieron muerte, y por haberle dado muerte la perdieron.
4. También escuchasteis ahora una comparación tomada del Evangelio: El reino de los cielos es semejante a un padre de familia que salió para llevar obreros a su viña. Salió de mañana y llevó a los que encontró, y convino con ellos en darles un denario por salario. Salió también a la hora tercia, encontró a otros y los condujo al trabajo en la viña. Y lo mismo hizo a la hora sexta y nona. Salió también a la hora undécima; casi al final de la jornada, y encontró a algunos que estaban de pie inactivos, y les dijo: ¿Qué hacéis ahí de pie? ¿Por qué no estáis trabajando en la viña? Respondieron: «Porque nadie nos ha llevado». «Venid también vosotros, les dijo, y os daré lo que sea justo». Le plugo darles un denario. ¿Cómo se iban a atrever a esperar un denario éstos que no trabajarían más de una hora? Ya se alegraban con el simple hecho de recibir algo. Fueron conducidos también éstos para el espacio de una hora. Concluida la jornada mandó que se pagase a cada uno el salario, empezando por los últimos hasta los primeros. Por tanto, comenzó a pagar a aquellos que habían venido a la hora undécima y mandó que se les diese un denario. Los que habían venido a primera hora, viendo que habían recibido un denario, lo mismo que había pactado con ellos, esperaron que recibirían algo más; cuando les llegó el turno, recibieron también un denario. Murmuraron contra el padre de familia, diciendo: «He aquí que a nosotros que soportamos el fuego y el calor del día, nos equiparaste e igualaste con aquellos que sólo trabajaron en la viña una hora». Y el padre de familia, respondiendo con toda justicia a uno de ellos, dice: «Compañero, no te he hecho agravio alguno, es decir, no te he defraudado; te pagué según lo pactado. No te defraudé en nada, porque te di lo convenido. Lo de éste no es paga, sino un regalo. ¿No puedo yo hacer lo que quiero con lo que es mío? ¿Acaso tu ojo es envidioso de que yo sea bueno? Si hubiese quitado algo a alguien, con razón se me reprendería en cuanto defraudador e injusto; si a alguno no devolviese lo que le debía, se me reprendería con razón, como a defraudador y negador de lo debido a otros; pero si pago lo debido y a quien quiero le hago incluso un regalo, ni me puede reprender aquel a quien debía, ni debe alegrarse más aquel a quien hice el regalo». No había nada que responder; todos fueron equiparados y los últimos pasaron a ser los primeros y los primeros los últimos; igualándolos a todos, no invirtiendo el orden. ¿Qué significa que los últimos fueron los primeros y los primeros los últimos? Que lo mismo recibieron los primeros que los últimos.
5. ¿Qué significa el haber comenzado a pagar por los últimos? ¿No leemos que todos han de recibir la recompensa al mismo tiempo? En otro lugar del Evangelio leemos que ha de decir a los que ponga a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino preparado para vosotros desde el inicio del mundo. Si, pues, todos han de recibirla contemporáneamente, ¿cómo vemos aquí que los que trabajaron desde la undécima hora fueron los primeros en recibir y los de la hora primera los últimos? Si logro decirlo en forma que vosotros lo entendáis, gracias sean dadas a Dios. Es a él a quien debéis agradecerlo, a él, que os da por medio nuestro; pues lo que damos no es nuestro. Si, por ejemplo, con referencia a dos personas, preguntas quién recibió primero, si la que recibió después de una hora o la que lo hizo después de doce, todo hombre responderá que recibió antes la primera de las dos. Del mismo modo, aunque todos hayan recibido a la misma hora, no obstante, puesto que unos recibieron después de una hora y otros después de doce, se dice que recibieron antes los que recibieron tras un breve espacio de tiempo. Los primeros justos como Abel, como Noé, llamados en cierto modo a la hora de prima, recibirán la felicidad de la resurrección al mismo tiempo que nosotros. Otros justos posteriores a ellos, como Abrahán, Isaac, Jacob y sus contemporáneos, llamados como a la hora tercia, recibirán la felicidad de la resurrección al mismo tiempo que nosotros. Otros justos, Moisés y Aarón y los que con ellos fueron llamados como a la hora sexta, recibirán la felicidad de la resurrección con nosotros. Después de éstos, los santos profetas, llamados como a la hora nona, recibirán la misma felicidad con nosotros. Al final del mundo, todos los cristianos, como llamados a la hora undécima, han de recibir la felicidad de aquella resurrección con ellos. Todos la han de recibir al mismo tiempo, pero ved después de cuánto tiempo la reciben aquellos primeros. Si, pues, aquellos primeros la recibieron después de mucho tiempo y nosotros después de poco, aunque la recibamos contemporáneamente, parece que nosotros la recibimos los primeros, porque nuestra recompensa no se hará esperar.
6. En aquella recompensa seremos, pues, todos iguales: los últimos como los primeros y los primeros como los últimos, porque aquel denario es la vida eterna y en la vida eterna todos serán iguales. Aunque unos brillarán más, otros menos, según la diversidad de los méritos, por lo que respecta a la vida eterna será igual para todos. No será para uno más largo y para otro más corto lo que en ambos casos será sempiterno; lo que no tiene fin, no lo tendrá ni para ti ni para mí. De un modo estará allí la castidad conyugal y de modo distinto la integridad virginal; de un modo el fruto del bien obrar y de otro la corona del martirio. Una cosa de un modo, otra de otro; sin embargo, por lo que respecta a la vida eterna, ninguno vivirá más que el otro. Vivirán igualmente sin fin, aunque cada uno viva en su propia claridad. Y aquel denario es la vida eterna. No murmure, pues, el que lo recibió después de mucho tiempo contra el otro que lo recibió tras poco. A uno se le da como recompensa, a otro se le regala; pero a uno y a otro la misma cosa.
7. Existe también en esta vida algo semejante. Dejemos de lado la solución de esta parábola, según la cual los llamados a la hora de prima fueron Abel y los justos de su época; a la hora tercia, Abrahán y los justos de su época; a la sexta, Moisés y Aarón y los justos de su época; a la nona, los profetas y los justos contemporáneos suyos, y a la undécima, como al final del mundo, todos los cristianos. Dejando de lado esta explicación de la parábola, también en nuestra vida puede advertirse una semejanza que la explique. Se toman como llamados a la hora de prima quienes empiezan a ser cristianos nada más salir del seno de su madre 227;a la hora tercia, los niños; a la sexta, los jóvenes; a la nona, los que se encaminan a la vejez, y a la hora undécima, los ya totalmente decrépitos. Todos, sin embargo, recibirán el único denario de la vida eterna.
8. Pero prestad atención y comprended, hermanos míos, no sea que alguien difiera el venir a la viña, apoyado en la seguridad de que venga cuando venga ha de recibir el mismo denario. Está seguro de que se le promete el mismo denario, pero no se le manda diferir. Pues aquellos que fueron conducidos a la viña, cuando el padre de familia salió a la hora tercia para llevar a la viña a los que encontrara, al llevarlos ¿le dijo acaso alguno, por ejemplo: «Espera; no iremos allí hasta la hora sexta»? ¿O aquellos a los que encontró a la hora sexta: «No iremos hasta la hora nona»? ¿O los de la hora nona: «No iremos hasta la hora undécima? A todos se va a dar lo mismo, ¿por qué hemos de fatigarnos nosotros más?» Lo que él ha de dar y lo que ha de hacer es decisión suya; tú, cuando te llamen, ven. La recompensa se promete igual para todos, pero lo de la hora del trabajo es una cuestión grande. Si, por ejemplo, los que fueron llamados a la hora sexta, es decir, en la edad corporal en que arden los años juveniles, como también arde la misma hora sexta; si estos jóvenes que han sido llamados dijeran: «Espera; hemos oído en el Evangelio que todos han de recibir una única recompensa; cuando nos hagamos viejos, a la hora undécima, vendremos; habiendo de recibir lo mismo, ¿para qué fatigarse?»; sí dijeran eso se les respondería: «¿No quieres fatigarte, tú que ignoras si has de vivir hasta la senectud? Te llaman a la hora sexta, ven. El padre de familia te prometió ciertamente el denario aunque vinieras a la hora undécima; pero nadie te ha prometido vivir hasta la hora séptima. No digo hasta la undécima, sino hasta la séptima. ¿Por qué, pues, difieres seguir a quien te llama, teniendo la certeza de la recompensa y la incerteza respecto al día? Pon atención no sea que lo que según su promesa él te ha de dar, te lo quites tú mismo con tu dilación». Si esto es válido aplicado a los infantes, como llamados a la hora prima; referido a los niños, como pertenecientes a la hora tercia; a los jóvenes, en cuanto puestos en el ardor de la hora sexta, con cuánta mayor razón ha de decirse a los decrépitos: «Ve que es ya hora undécima y aún estás ahí plantado; ¿eres perezoso para venir?»
9. ¿O acaso no salió el padre de familia a buscarte a ti? Si no salió, ¿qué es lo que estamos diciendo? Es cierto que nosotros somos siervos de su familia y hemos sido enviados a conducir a los obreros. ¿Qué haces ahí plantado? Has concluido el número de tus años, apresúrate a buscar el denario. Esto es salir el padre de familia: darse a conocer, puesto que quien está en casa, está escondido, y no es visto por quienes están fuera; en cambio, cuando sale de casa se ofrece a su mirada. Cristo, cuando no es comprendido ni reconocido, está oculto; cuando, en cambio, es reconocido, sale a llevar obreros. Desde lo oculto sale para hacerse ver: Cristo es conocido, en todas partes se le predica; todo lo que está bajo el cielo proclama su gloria. Cuando estuvo en medio de los judíos, en cierto modo fue digno de risa y de reprensión; se presentó humilde y fue despreciado. En efecto, ocultaba su majestad y tenía manifiesta su debilidad. Recibió el desprecio en aquello que era manifiesto y no se le conoció en lo que era oculto. Si le hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al Señor de la gloria. ¿Acaso hay que despreciarle ahora cuando está sentado en el cielo, dado que fue despreciado cuando colgaba del madero? Quienes le crucificaron agitaron su cabeza y de pie ante la cruz, como recogiendo el fruto de su crueldad, en tono de insulto, le decían: Si es el Hijo de Dios, baje de la cruz. Salvó a otros, ¿y no puede salvarse a sí mismo? Baje de la cruz y creeremos en él. No descendía porque se ocultaba. Con gran facilidad podía bajar de la cruz quien pudo resucitar del sepulcro 228.Para nuestra instrucción, manifestaba la paciencia, difería el mostrar la potencia y no fue reconocido. No había salido entonces a llevar obreros; no había salido, no se había dado a conocer. Al tercer día resucitó, se manifestó a los discípulos, subió al cielo y envió el Espíritu Santo a los cincuenta días, diez después de su ascensión. Enviado el Espíritu Santo, llenó a todos, a los ciento veinte hombres que estaban en una sala. Llenos del Espíritu Santo, comenzaron a hablar las lenguas de todos los pueblos, expresando la llamada: salió a llevar obreros. Comenzó, en efecto, a manifestarse a todos el poder de la verdad. Pues entonces uno solo, tras recibir al Espíritu Santo, uno solo hablaba las lenguas de todos los pueblos. Ahora, en cambio, en la Iglesia, la misma unidad, como una sola persona, habla las lenguas de todos los pueblos. ¿A qué lengua no ha llegado la religión cristiana? ¿A qué confines no se ha extendido? Ya no existe quien se esconda de su calor; ¡y todavía se demora quien se halla en la hora undécima!
10. Está, por tanto, claro, hermanos míos; está del todo claro; retenedlo, estad seguros de que nuestro Señor Jesucristo, cuando uno se convierte a su fe, abandonando su camino o indiferente o lleno de maldad, le perdona todo lo pasado y, perdonadas todas sus dudas, se estipulan con él contratos completamente nuevos 229. Se le perdona absolutamente todo. Nadie sienta preocupación de que le quede algo sin perdonar. Pero al mismo tiempo nadie tenga una falsa seguridad. Estas dos cosas dan muerte al alma: tanto la desesperación como la esperanza perversa. Oíd algo acerca de estos dos males. Pues del mismo modo que la esperanza buena y recta libera, así la perversa engaña. Considerad primero cómo engaña la desesperación. Hay hombres que, comenzando a pensar en el mal que hicieron, piensan que no se les puede perdonar, y mientras piensan eso, entregan ya su alma a la perdición, perecen por su desesperación, diciendo en sus pensamientos: «Ninguna esperanza hay ya para nosotros y no se nos pueden perdonar todos aquellos crímenes que cometimos; ¿por qué, pues, no satisfacemos nuestros deseos? Satisfagamos al menos el placer del tiempo presente, puesto que ninguna recompensa nos queda para el futuro. Hagamos lo que nos agrada, aunque no sea lícito, para tener al menos la dulzura temporal, puesto que no merecemos recibir la eterna». Diciendo esto, perecen por la desesperación, sea antes de creer, sea siendo ya cristianos, pero que viviendo mal han caído en algunos pecados y crímenes. Se acerca a ellos el Señor de la viña y como a gentes sin esperanza que dan la espalda a quien les llama, sacude y grita por medio del profeta Ezequiel: En cualquier día que un hombre se convierta de su camino pésimo, olvidaré todas sus iniquidades. Tras haber escuchado y dado crédito a esta voz, alejados de la desesperación se restablecen y emergen de aquella profundísima vorágine en que estaban sumergidos.
11. Pero en éstos ha de temerse el que vayan a caer en otro torbellino y que esperando perversamente, mueran los que no pudieron morir de desesperación. Cambian, en efecto, los pensamientos, muy distantes unos de otros, pero no menos perniciosos, y de nuevo comienzan a decir en sus corazones: «En cualquier día que me convierta de mi perverso camino, el Dios misericordioso, como prometió verazmente por boca del profeta, olvidará todas mis iniquidades; si esto es así, ¿por qué convertirme hoy y no mañana? ¿Por qué hoy y no mañana? Transcurra el día de hoy como el de ayer; transcurra envuelto en el perversísimo placer, en el abismo de los crímenes; revuélquese en la delectación mortífera; mañana me convertiré y es el fin». Se te responde: «¿El fin de qué?» Dices: «De mis iniquidades». Bien, alégrate, porque el día de mañana será el fin de tus maldades. ¿Y qué, si tu fin llega antes de mañana? Con razón te alegras de que Dios te ha prometido el perdón de tus iniquidades una vez convertido; pero nadie te ha prometido el día de mañana. O si tal vez te lo prometió el astrólogo, es cosa muy distinta a Dios. Muchos astrólogos se engañaron, pues muchas veces se prometieron ganancias y hallaron pérdidas. Así, pues, también a causa de estos que esperan perversamente, sale el padre de familia. Del mismo modo que salió hasta aquellos que sin razón habían perdido la esperanza y desesperándose habían perecido y los recuperó a la esperanza; así sale también hacia estos que con su perversa esperanza quieren perecer, y les dice a través de otro libro: No tardes en convertirte al Señor. A aquéllos les había dicho: En cualquier día que un hombre se convierta de su camino pésimo, olvidaré todas sus iniquidades, y les quitó la desesperación por la que habían entregado su alma a la perdición, al no esperar absolutamente ningún perdón. Del mismo modo se acerca a estos que quieren perecer a base de esperanza y dilación; y les habla y les increpa: No tardes en convertirte al Señor ni lo difieras de un día para otro. Vendrá su ira repentinamente y en el tiempo de la venganza te aniquilará. No lo difieras; no cierres contra ti lo que está abierto. Mira que el dador del perdón te abre la puerta; ¿por qué tardas? Deberías alegrarte de que te abriera si alguna vez hubieras llamado; te abrió sin haber llamado, ¿y te quedas fuera? No lo difieras, pues. Refiriéndose a las obras de misericordia, dice en cierto lugar la Escritura: No digas: «Vete y regresa, que mañana te daré», cuando te sea posible hacer el bien de inmediato; no sabes lo que te va a suceder el próximo día. Escuchaste el precepto de no diferir el ser misericordioso con otro, y ¿eres cruel contigo con tu dilación? No debes diferir el dar el pan, y ¿difieres el recibir el perdón? Si no difieres el compadecerte de otro, apiádate de tu alma agradando a Dios. Da también a tu alma una limosna. No te decimos que le des tú, sino que no rechaces la mano del que da.
12. Pero a veces los hombres se causan un gran daño a sí mismos, mientras temen ofender a los demás. Mucho valen los buenos amigos para el bien y los malos para el mal. Por ello el Señor, para que despreciemos las amistades de los poderosos con vistas a nuestra salvación, no quiso elegir primero a senadores, sino a pescadores 230.¡Gran misericordia la del autor! Sabía, en efecto, que si elegía un senador, iba a decir: «Ha sido elegida mi dignidad». Si hubiera elegido primero a un rico, hubiese dicho: «Ha sido elegida mi riqueza». Si hubiese elegido antes al emperador, hubiese dicho: «Ha sido elegido mi poder». Si el elegido hubiese sido un orador, hubiese dicho: «Ha sido elegida mi elocuencia». Si el elegido hubiese sido un filósofo, hubiera dicho: «Ha sido elegida mi sabiduría». «Esta gente soberbia, dijo, puede sufrir una pequeña dilación; está muy hinchada». Hay diferencia entre la magnitud y la hinchazón; una y otra cosa son algo grande, pero no algo igualmente sano. «Sufran dilación, dijo, estos soberbios; han de ser sanados con algo sólido. Dame en primer lugar este pescador. Tú, pobre, ven y sígueme; nada tienes, nada sabes, sígueme. Sígueme tú, pobre ignorante. Nada hay en ti que se asuste, pero hay mucho para ser llenado». Ha de llevarse el vaso vacío a tan amplia fuente. Dejó sus redes el pescador, recibió la gracia el pecador y se convirtió en divino orador. He aquí lo que hizo el Señor, de quien dice el Apóstol: Dios eligió lo débil del mundo para confundir a lo fuerte; eligió Dios también lo despreciable del mundo y lo que no es como si , fuera, para anular lo que es. Y ahora se leen las palabras de los pescadores y se doblega la cerviz de los oradores. Desaparezcan, pues, de en medio los vientos vacíos; desaparezca de en medio el humo que a medida que crece se esfuma; despréciense totalmente en bien de la salvación.
13. Si en una ciudad enfermare alguien en el cuerpo y hubiese allí un médico muy experimentado, enemigo de poderosos amigos del enfermo; si, repito, en una ciudad enfermase alguien con una enfermedad peligrosa y existiese en la misma ciudad un médico muy experimentado, enemigo, como dije, de poderosos amigos del enfermo, quienes le dijeren: «No recurras a él; no sabe nada» y lo dijeran no con la intención de dar una opinión, sino por envidia, ¿no prescindiría aquél en bien de su salud de las fábulas de sus poderosos amigos y, aunque fuese una ofensa para ellos, no recurriría para vivir unos días más a aquel médico que la fama había celebrado como muy entendido, para que expulsase de su cuerpo la enfermedad? El género humano yace enfermo; no por enfermedad corporal, sino por sus pecados. Yace como un gran enfermo en todo el orbe de la tierra de Oriente a Occidente. Para sanar a este gran enfermo descendió el médico omnipotente. Se humilló hasta tomar carne mortal, es decir, hasta acercarse al lecho del enfermo. Da los preceptos que procuran la salud, y es despreciado; quienes le escuchan son liberados. Es despreciado, pues dicen los amigos poderosos: «Nada sabe». Si no supiera nada, no llenaría los pueblos con su poder; si no supiera nada, no existiría antes de nosotros; si no supiera nada, no hubiera enviado los profetas antes de él. ¿No se cumple ahora lo que antes fue predicho? ¿No demuestra este médico el poder de su arte cumpliendo sus promesas? ¿No caen por tierra en todo el orbe los errores perniciosos y se doman las codicias en la trilla del mundo? Nadie diga: «Antes el mundo estaba mejor que ahora; desde que llegó este médico a ejercer su arte, vemos en él muchas cosas espantosas». No te extrañes. Antes de ponerse a curar a un enfermo, la sala del médico parecía limpia de sangre; ahora que tú ves lo que pasa, sacúdete las vanas delicias, acércate al médico; es el tiempo de buscar la salud, no el placer.
14. Curémonos, pues, hermanos. Sí aún no hemos reconocido al médico, no nos enfurezcamos contra él como locos, ni nos apartemos de él como aletargados. Muchos perecieron enfureciéndose y muchos también durmiendo. Son locos los que pierden sus cabales fuera del sueño. Están aletargados los que están oprimidos por el mucho sueño. Los tales son ciertamente hombres. Unos quieren ser crueles con este médico y, como él ya está sentado en el cielo, persiguen a los fieles, sus miembros, en la tierra. También a éstos los cura. Muchos de ellos se hicieron, por la conversión, de enemigos amigos; de perseguidores se convirtieron en predicadores. Incluso a los judíos, que se habían ensañado contra él cuando estaba aquí en la tierra, los curó como a locos. Por ellos oró cuando pendía de la cruz con estas palabras: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Muchos de ellos, calmado su furor, como reprimida la locura, conocieron a Dios, conocieron a Cristo. Después de la ascensión, enviado el Espíritu Santo, se convirtieron al que crucificaron y, creyendo en el Sacramento, bebieron la sangre que derramaron con crueldad.
15. Tenemos ejemplos. Saulo perseguía a los miembros de quien estaba ya sentado en el cielo; los perseguía en estado de profunda locura, con la mente trastornada, con enfermedad extrema. Pero él con una sola voz que le llamaba desde el cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?, golpeó al loco y le levantó sano; dio muerte al perseguidor y dio vida al predicador. Son muchos también los aletargados sanados. Son semejantes a ellos los que ni se ensañan contra Cristo, ni son maliciosos contra los cristianos, pero tras una y otra dilación languidecen en medio de palabras soñolientas, tienen pereza para dirigir los ojos a la luz y les molestan quienes quieren despertarlos. «Apártate de mí, dice el aletargado, te lo ruego; apártate de mí». ¿Por qué? «Quiero dormir». «Pero te causará la muerte». El, por amor al sueño, responde: «Quiero morir». Pero la caridad añade: «Yo no lo quiero». Este mismo afecto amoroso lo manifiesta con frecuencia el hijo para con su padre anciano que ha de morir pocos días después, habiendo ya acabado los días de su vida. Si le ve aletargado y advierte por el médico que su padre sufre de esa enfermedad, dice para sí: «Despierta a tu padre; si quieres que viva, no le permitas dormirse». Se comporta como un niño con el anciano: le golpea, le pellizca, le pincha, le causa molestias llevado por la piedad y no permite que muera inmediatamente quien ha de morir pronto debido a su ancianidad; y si vive, se alegra el hijo de vivir algunos días más con quien ha de morir y a quien ha de suceder. ¡Con cuánta mayor caridad debemos causar molestias a nuestros amigos con quienes hemos de vivir no unos pocos días en este mundo, sino junto a Dios por toda la eternidad. Amennos, pues, y hagan lo que escuchan de nosotros; adoren al que adoramos nosotros también para recibir lo que esperamos también nosotros. Vueltos al Señor...

SERMON 88
Los dos ciegos de Jericó (Mt 20, 30-34).

Lugar: Desconocido.
Fecha: En torno al año 400.

1. Vuestra santidad sabe como yo que Jesucristo, nuestro Señor y Salvador , es el médico que procura nuestra salvación eterna, y que tomó sobre sí la enfermedad de nuestra naturaleza para que no fuese eterna esa nuestra enfermedad. Asumió un cuerpo mortal en que dar muerte a la muerte. Y aunque fue crucificado en lo que tomó de nuestra debilidad, como dice el Apóstol, vive, no obstante, por el poder de Dios. Del mismo Apóstol son estas palabras: Y puesto que ya no muere, la muerte ya no tendrá poder sobre él. Todo esto es bien conocido por vuestra fe. De donde se sigue también el que sabemos que todos los milagros que realizó en los cuerpos nos sirven de advertencia para que, a partir de aquí, percibamos lo que no ha de pasar ni tener fin. Devolvió a los ciegos los ojos que con toda certeza alguna vez habría de cerrar la muerte; resucitó a Lázaro, que iba a morir otra vez. Todo lo que hizo en beneficio de la salud de los cuerpos no lo hizo para que fuesen eternos; aunque, no obstante, aun al mismo cuerpo ha de dar al final la salud eterna. Mas puesto que no se creía lo que no se percibía por los ojos, mediante estas cosas temporales que se veían, edificaba la fe en aquellas que no se veían 231.
2. Que nadie, por tanto, diga, hermanos, que nuestro Señor Jesucristo no hace ahora estas mismas cosas y, por ello, anteponga los primeros tiempos de la Iglesia a los presentes. Pues en cierto lugar el mismo Señor antepone los que no ven y creen a los que ven y por eso creen. En efecto, hasta en aquellos mismos tiempos fluctuaba la debilidad de sus discípulos de forma que, para creer que había resucitado aquel a quien veían, pensaban que habían de tocarlo. No bastaba a los ojos el ver, a no ser que también las manos se dirigiesen a los miembros y tocasen las cicatrices de las recientes heridas. De forma que aquel discípulo que dudaba, tras haber tocado y reconocido las cicatrices, exclamó: ¡Señor mío y Dios mío! Las cicatrices manifestaban a aquel que había sanado todas las heridas en los otros. ¿No podía, acaso, resucitar el Señor sin las cicatrices? (Sí), pero conocía las heridas existentes en el corazón de sus discípulos, y para sanar éstas había mantenido aquéllas en su cuerpo. ¿Y qué dijo el Señor a quien le había confesado y dicho Señor mío y Dios mío? Porque me has visto, has creído; dichosos quienes no ven y creen. ¿A quién se refería, hermanos, sino a nosotros? No porque íbamos a ser los únicos, sino porque íbamos a venir detrás. Tras un pequeño espacio de tiempo, después que se alejó de los ojos mortales para afianzar la fe en los corazones, cuantos creyeron, creyeron sin ver, y su fe tuvo gran mérito. Para adquirir esa fe tan sólo pusieron en movimiento un corazón piadoso, no la mano dispuesta a tocar.
3. Todo esto lo hizo el Señor para invitar a la fe. Esta fe hierve ahora en la Iglesia, extendida por todo el orbe. También ahora obra curaciones y mayores, pensando en las cuales no desdeñó hacer aquellas menores. Pues como es mejor el alma que el cuerpo, así es mejor también la salud del alma que la del cuerpo. Ahora no abre sus ojos la carne ciega mediante un milagro del Señor, pero sí los abre el corazón por su palabra. No resucita ahora un cadáver mortal; resucita, en cambio, el alma que yacía muerta en un cadáver vivo. No se abren ahora los oídos sordos del cuerpo, pero ¡cuántos son los que tienen cerrados los oídos del corazón, que, sin embargo, se abren al penetrar la palabra de Dios, de forma que creen quienes no creían y viven bien quienes vivían mal y obedecen quienes no obedecían! Decimos: «Aquel es creyente», y nos extrañamos cuando lo oímos referido a personas cuya dureza conocíamos. ¿Por qué te extrañas de que ahora crea, sea inocente y sirva a Dios, sino porque te das cuenta de que ve el que tú conocías ciego; de que vive el que conocías muerto; de que escucha el que conocías sordo? Ved, pues, otra clase de muertos, a los que se refería el Señor al decir a cierta persona que se demoraba en seguirle porque quería dar sepultura a su padre: Deja que los muertos entierren a sus muertos. Ciertamente, los sepultureros muertos no están muertos en el cuerpo, porque, si fuese así, no podrían dar sepultura a cuerpos muertos. No obstante, los llama muertos; ¿dónde lo están sino interiormente, en el alma? Del mismo modo que en el terreno de lo visible se da con frecuencia que en una casa íntegra y en buen estado yace muerto el dueño de la misma, así también en un cuerpo sano muchos tienen interiormente el alma muerta. A ésos los despierta el Apóstol con estas palabras: Levántate, tú que duermes, y sal de entre los muertos y te iluminará Cristo. Es el mismo el que da la luz al cielo y el que resucita al muerto. Con su voz, a través del Apóstol, se grita al muerto: Levántate, tú que duermes. El ciego será iluminado por la luz, una vez que se haya levantado. ¡Cuántos no eran los sordos que el Señor tenía ante sus ojos al decir: Quien tenga oídos para oír, que oiga! ¿Quién estaba en su presencia sin el oído corporal? ¿Qué otros oídos buscaba, pues, sino los del hombre interior?
4. Del mismo modo, ¿qué ojos requería al hablar a quienes ciertamente veían, pero con los ojos de la carne? En efecto, al decirle Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta, bien entendía que podía bastar con mostrar al Padre; pero ¿cómo iba a bastar el Padre a quien no le bastaba el igual al Padre? ¿Por qué no le bastaba? Porque no le veía. ¿Por qué no le veía? Por que aún no estaba sano el ojo con que poder verle. Lo que era visible a estos ojos en la carne del Señor, lo vieron no sólo los discípulos que le honraron, sino también los judíos que le crucificaron. Por tanto, quien quería ser visto de otra manera, requería otros ojos. Y, en consecuencia, a quien le dijo: Muéstranos al Padre, le respondió: ¿Tanto tiempo llevo con vosotros y aún no me habéis conocido? Felipe, quien 'me ve a mí, ve también al Padre. Y para sanar en el entretanto los ojos de la fe, primero es amonestado según la fe, para que pueda llegar a la realidad. Y para que Felipe no pensara que había de pensarse a Dios como veía al Señor Jesucristo en su cuerpo, añadió inmediatamente: ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Ya antes había dicho: Quien me ve a mí, ve al Padre. Pero aún no tenía Felipe sano el ojo con el que ver al Padre y, por tanto, con el que ver al mismo Hijo en cuanto igual al Padre. Así, pues, se dispuso a sanar y fortalecer con el medicamento y lenitivo de la fe la mirada de la mente aún sucia, incapaz de ver tanta luz, y le dijo: ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Por tanto, quien todavía no puede ver lo que ha de mostrar el Señor, no busque el ver antes de creer, sino más bien crea primero para que pueda sanar el ojo con que ha de ver. A estos ojos serviles se manifestaba sólo la forma de siervo, pues si aquel que no juzgó objeto de rapiña el ser igual a Dios, pudiera ser visto ya como igual a Dios por aquellos a los que quiso sanar, no hubiera necesitado anonadarse a sí mismo y tomar la forma de siervo. Y puesto que no existía posibilidad de verle como Dios y sí como hombre, el que era Dios se hizo hombre para que aquello que se veía sanase la causa de que no se viera. El mismo dice en otro lugar: Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Sin duda Felipe podía responder y decir: «He aquí, Señor, que te estoy viendo; ¿es el Padre como yo te veo? Tú has dicho: Quien me ve a mí, ve también al Padre. Antes de que Felipe respondiera así, o quizá antes de que lo pensara, tras haber dicho el Señor: Quien me ve a mí, ve también al Padre, añadió inmediatamente: ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Con aquellos ojos no podía ver aún ni al Padre ni al Hijo igual al Padre; mas para sanar el ojo que le capacitara para ver, había de ser ungido para creer. Por tanto, antes de ver lo que no puedes ver, cree lo que todavía no ves. Camina en la fe para llegar a la realidad. La realidad no alegrará en la patria a aquel a quien no lo consoló la fe en el camino. Pues así dice el Apóstol: Mientras estamos en el cuerpo, somos peregrinos lejos del Señor. Acto seguido añadió, porque aún somos peregrinos a pesar de haber creído ya: Caminamos en la fe, dijo, no en la realidad.
5. Todo nuestro esfuerzo, hermanos, en esta vida ha de consistir en sanar el ojo del corazón con que ver a Dios 232.Con esta finalidad se celebran los sacrosantos misterios; con esta finalidad se predica la palabra de Dios; a eso van dirigidas las exhortaciones morales de la Iglesia, es decir, las que miran a corregir las costumbres, a enmendar las concupiscencias de la carne, a renunciar a este mundo no sólo de palabra, sino también con un cambio de vida; a esta finalidad va encaminado todo el actuar de las Escrituras divinas y santas, para que se purifique nuestro interior de lo que nos impide la contemplación de Dios. Este ojo ha sido hecho para ver esta luz temporal y, aunque celeste, corporal y visible no sólo al hombre, sino también a los animales más viles -para eso fue hecho, para ver esta luz-; sin embargo, si le cayera o le fuese arrojado algo que le estorbe, se aparta de la luz, y aunque ella lo invada con su presencia, él se retira y se hace ausente. No sólo se hace ausente con su perturbación a la luz presente, sino que también le resulta penosa la luz, para ver la cual ha sido hecho. De idéntica manera, el ojo del corazón perturbado y dañado se aparta de la luz de la justicia y ni se atreve ni es capaz de contemplarla.
6. ¿Qué es lo que perturba al ojo del corazón? La codicia, la avaricia, la iniquidad, la concupiscencia del mundo es lo que turba, cierra y ciega el ojo del corazón. ¡Y cómo se busca el médico cuando el ojo de la carne está perturbado; cómo no se difiere el abrir y purgar, para que sane lo que hace que veamos esta luz! Se corre, nadie descansa, nadie se retarda, aunque sólo una pajita caiga en el ojo. Sin duda, fue Dios quien hizo el sol que queremos ver cuando los ojos están sanos. Ciertamente, es mucho más brillante quien lo hizo, pero no es siquiera de este género de luz que corresponde al ojo de la mente. Aquella luz es la sabiduría eterna. Dios te hizo a ti, ¡oh hombre! , a su imagen. Dándote con qué ver el sol que él hizo, ¿no te iba a dar con qué ver a quien te hizo, habiéndote hecho a su imagen? También te dio esto; te dio lo uno y lo otro. Pero si mucho es lo que amas estos ojos exteriores, mucho también lo que descuidas aquel interior; lo llevas cansado y herido. Si quien te fabricó quisiera mostrársete, te causaría dolor; es un tormento para tu ojo, antes de ser sanado y curado. Pues hasta en el paraíso pecó Adán y se escondió de la presencia de Dios. Mientras tenía el corazón sano por la pureza de conciencia, se gozaba con la presencia de Dios; después que, por el pecado, su ojo quedó dañado, comenzó a temer la luz divina, se refugió en las tinieblas y en la densidad del bosque, huyendo de la verdad y ansiando la oscuridad.
7. Por tanto, hermanos míos, puesto que también nosotros hemos nacido de él y, como dice el Apóstol, en Adán mueren todos, todos nosotros fuimos alguna vez dos hombres si no quisimos obedecer al médico para no enfermar; obedezcámosle, para librarnos de la enfermedad. El médico nos dio algunos preceptos cuando estábamos sanos; el médico nos dio preceptos para que no necesitáramos de él. No necesitan del médico, dijo, los sanos, sino los enfermos. Estando sanos despreciamos los preceptos y por experiencia vimos a cuán gran ruina nos condujo tal desprecio. Ya comenzamos a enfermar, nos fatigamos, estamos en el lecho de la enfermedad; pero no perdamos la esperanza. No pudiendo llegar nosotros hasta el médico, él mismo se dignó venir hasta nosotros. No despreció al herido el que había sido despreciado por el sano. No cesó de dar otros preceptos al lánguido, que no quiso guardarlos antes para no caer enfermo, como si le dijera: «Por experiencia has visto que dije la verdad cuando te indicaba: ¡No toques esto! Sana, pues, y vuelve a la vida. He aquí que llevo tu enfermedad; bebe el cáliz amargo. Tú hiciste que te fuesen tan fatigosos aquellos preceptos míos, que se te dieron llenos de dulzura cuando estabas sano. Los despreciaste y comenzaste a fatigarte; no puedes sanar si no bebes el cáliz amargo, el cáliz de las tentaciones en que abunda esta vida, el cáliz de las tribulaciones, de las angustias, de las pasiones. Bebe, dice, bebe para vivir». Y para que el enfermo no le respondiera: «No puedo, no lo soporto, no lo bebo», lo bebió antes el médico sano, para que no dudare en beberlo el enfermo. ¿Qué hay de amargo en tal bebida que no lo bebiera él? Si la afrenta; antes escuchó él, al expulsar a los demonios: Tiene un demonio y en nombre de Beelzebub expulsa los demonios. Por eso, para consolar a los enfermos, dice: Si llamaron Beelzebub al padre de familia, ¿cuánto más a los de su casa? Si son amargos los dolores, él fue atado, flagelado y crucificado. Si es amarga la muerte, también murió. Si la debilidad aborrece cierto género de muerte, nada había en aquel tiempo más ignominioso que la muerte de cruz 233. No en vano el Apóstol, para recomendar su obediencia, añadió: Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz.
8. Mas, puesto que él había de honrar a sus fieles al final de este mundo, antes honró la cruz en sí, de forma que los príncipes terrenos que creen en él prohibieron que se crucificara a nadie aunque fuese culpable 234;y lo que los perseguidores judíos procuraron para el Señor como gran afrenta, lo llevan ahora con gran confianza sus siervos, incluso los reyes, en la frente 235. No se ve ahora la clase de muerte que se dignó sufrir el Señor, hecho maldición por nosotros, como dice el Apóstol. Cuando la ceguera de los judíos le insultaba mientras pendía de la cruz, podía ciertamente descender de ella quien si quisiera no se hallaría en la misma; pues cosa mayor era resucitar del sepulcro que bajar de la cruz'. Por tanto, el Señor, al hacer estos hechos divinos y padecer estas miserias humanas, con los milagros corporales y la paciencia también corporal, nos exhorta a que creamos y sanemos para contemplar aquellas cosas invisibles que desconoce el ojo de la carne. Teniendo esto en la mente curó a los ciegos, cuyo relato hemos leído ahora en el Evangelio. Y en el mismo hecho de curar advertid lo que intimó al enfermo interior.
9. Prestad atención a la conclusión del hecho y al orden de los sucesos. Dos ciegos sentados en el camino, al pasar el Señor gritaban que tuviese compasión de ellos. La muchedumbre, en cambio, que le acompañaba les reprendía para que no gritasen. Y no penséis que no encierra un misterio el que se haya conservado este dato. No obstante la reprensión, ellos vencían con sus gritos perseverantes a la muchedumbre, hasta el punto de que su voz llegó a los oídos del Señor: ¡como si no se hubiese anticipado ya él a sus pensamientos! Gritaron, pues, los dos ciegos para ser oídos por el Señor y no se dejaron amedrentar por la muchedumbre. El Señor pasaba y ellos gritaban. Se detuvo el Señor y fueron sanados. En efecto, se detuvo el Señor Jesús, los llamó y les dijo: «¿Qué queréis que os haga?» Y ellos respondieron: «Que se abran nuestros ojos». Por la fe que tenían, así lo hizo el Señor: restableció sus ojos. Si hemos comprendido ya quién está enfermo interiormente, quién ciego, quién muerto, busquemos también allí al ciego interior. Están cerrados los ojos del corazón; Jesús pasa para que gritemos. ¿Qué significa el que pasa Jesús? Que obra acciones temporales. ¿Qué significa el pasar de Jesús? Su obrar acciones transitorias. Prestad atención y ved cuántas de sus obras han pasado. Nació de la virgen María; ¿acaso nace continuamente? De pequeño fue amamantado; ¿acaso toma el pecho siempre? Pasó por las distintas edades hasta la juventud; ¿acaso crece siempre corporalmente? A la infancia siguió la niñez; a la niñez la adolescencia y a la adolescencia, pasajera y caduca, la juventud. Pasaron hasta los mismos milagros que realizó; los leemos y los creemos. Puesto que fueron escritos para que pudieran leerse, pasaban al mismo tiempo que se realizaban. Finalmente, para no demorarnos más, fue crucificado; ¿pende acaso siempre de . la cruz? Fue sepultado, resucitó, subió al cielo; ya no muere y la muerte ya no tiene poder sobre él; no sólo permanece para siempre su divinidad, sino que tampoco le faltará nunca la inmortalidad corporal. No obstante, todo lo que hizo en el tiempo pasó y se escribió para que se leyese y se predica para que se crea. En todas estas cosas pasa Jesús.
10. ¿Qué son aquellos dos ciegos junto al camino sino los dos pueblos que vino a sanar Jesús? Mostrémoslos en las Escrituras sagradas. En el Evangelio está escrito: Tengo otras ovejas que no son de este redil; conviene que también éstas sean atraídas a él para que haya un solo rebaño y un solo pastor. ¿Cuáles son, pues, estos dos pueblos? Uno el judío y otro el gentil. No he sido enviado, dice, sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. ¿A quiénes dijo estas palabras? A los discípulos cuando aquella cananea gritaba y reconoció ser un perro para merecer las migajas de la mesa de los señores. Y puesto que las mereció, están ya manifestados los dos pueblos a los que había venido: es decir, el judío, al que se refieren estas palabras: No he sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel, y el gentil, al que anticipaba en figura esta mujer a la que en un primer momento había rechazado diciéndole: No está bien echar a los perros el pan de los hijos, y a la que habiéndole respondido: Así es, Señor, pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus señores, contestó él: ¡Oh mujer!, grande es tu fe; hágase según tu voluntad. A este pueblo pertenecía también aquel centurión del cual dijo el mismo Señor: En verdad os digo que no he hallado fe tan grande en Israel, en respuesta a sus palabras: No soy digno de que entres bajo mi techo, pero di una palabra y mi hijo quedará sano. Así, pues, ya antes de su pasión y glorificación señalaba el Señor los dos pueblos; a uno había venido para mantener las promesas hechas a los patriarcas y al otro porque en su misericordia no lo rechazaba, para que se cumpliese así lo prometido a Abrahán: En tu linaje serán bendecidos todos los' pueblos. Esta es la razón por la que también el Apóstol, ya después de la resurrección y ascensión del Señor, tras haber sido despreciado por los judíos, se encaminó a los gentiles. Pero no calló tampoco ante las iglesias formadas por judíos creyentes: Era, dijo, desconocido para las iglesias de Judea, que viven en Cristo. Solamente habían escuchado que quien antes nos perseguía, ahora anuncia la fe que en otro tiempo arrasaba; y en mí glorificaban a Dios. Por esto, por haber hecho de los dos pueblos uno solo, Cristo es llamado piedra angular. El ángulo, en efecto, junta en sí a dos paredes de dirección distinta. ¿Hay cosa más diversa que la circuncisión y el prepucio? He aquí una pared que proviene de Judea y otra que procede de los gentiles; pero se unen en la piedra angular: La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en cabeza de ángulo. En un edificio no existe ángulo más que cuando dos paredes que proceden de distinta dirección confluyen en un punto y se unen en una cierta unidad. Los dos ciegos que gritaban ante el Señor eran, en figura, estos dos pueblos.
11. Poned atención ahora, amadísimos. El Señor pasaba, los ciegos gritaban. ¿Qué significa pasar? Hacer obras transitorias, como ya dijimos. Nuestra fe se edifica en la conformidad con estas obras transitorias. Creemos, en efecto, en el Hijo de Dios, pero no sólo en cuanto es el Verbo por quien fueron hechas todas las cosas; pues si hubiera permanecido siempre en la forma de Dios en la que es igual a Dios, no se hubiera anonadado tomando la forma de siervo; ni le hubieran sentido los ciegos para poder gritarle. Mas al obrar obras transitorias, es decir, al humillarse, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz, gritaron los dos ciegos: Ten compasión de nos. otros, hijo de David. El hecho mismo de que el señor y creador de David quisiera ser también hijo suyo, lo realizó en el tiempo, lo hizo al pasar.
12. ¿Qué es, hermanos, gritar a Cristo sino adecuarse a la gracia de Cristo con las buenas obras? Digo esto, hermanos, no sea que levantemos mucho la voz, pero callen nuestras costumbres. ¿Quién es el que gritaba a Cristo, para que expulsase su ceguera interior al pasar él, es decir, al dispensarnos los sacramentos temporales con los que se nos invita a adquirir los eternos? ¿Quién es el que grita a Cristo? Quien desprecia los placeres del mundo, dama a Cristo; quien dice, no con la lengua, sino con la vida: El mundo está crucificado para mí y yo para el mundo, ése es el que dama a Cristo. Grita a Cristo el que reparte y da a los pobres para que su justicia permanezca por los siglos de los siglos. Quien escucha y no se hace el sordo: Vended vuestras cosas y dadlas a los pobres; procuraos bolsos que no envejecen, un tesoro indefectible en el cielo: como si oyese el sonido de los pasos de Cristo que pasa, grite el ciego por estas cosas, es decir, hágalas realidad. Su voz sean sus hechos. Comience a despreciar al mundo, a distribuir sus cosas al necesitado, a tener en nada lo que los hombres aman; desprecie las injurias, no apetezca la venganza, prepare la otra mejilla al que le hiere, ore por los enemigos; si alguien le quitare lo suyo, no lo exija; si, al contrario, hubiere quitado algo a alguien, devuélvale el cuádruplo.
13. Una vez que ha comenzado a hacer esto, todos sus familiares, parientes y amigos se alborotan. Quienes aman el mundo se le ponen en contra. «¿Es que te has vuelto loco? No te pases; ¿acaso los demás no son cristianos? Esto es una idiotez, una locura». Otras cosas como éstas grita la turba para que los ciegos no clamen. La turba reprendía a los que clamaban, pero no tapaba sus clamores. Comprendan lo que han de hacer quienes desean ser curados. También ahora pasa Jesús; los que se hallan a la vera del camino, griten. Tales son los que le honran con los labios, pero su corazón está alejado de Dios. Están a la vera del camino aquellos de corazón contrito a quienes dio órdenes el Señor. En efecto, siempre que se nos leen las obras transitorias del Señor se nos muestra a Jesús que pasa. Hasta el fin del mundo no faltarán ciegos sentados a la vera del camino. Es necesario que levanten su voz. La muchedumbre que acompañaba al Señor reprendía el clamor de los que buscaban la salud. Hermanos, ¿os dais cuenta de lo que digo? No sé cómo decirlo, pero tampoco sé cómo callar. Esto es lo que digo y lo digo abiertamente: Temo a Jesús en cuanto pasa y en cuanto permanece, y por eso no puedo callar. Los buenos cristianos, los realmente entusiastas y deseosos de cumplir los preceptos de Dios escritos en el Evangelio, se sienten impedidos por los cristianos malos y tibios. La misma muchedumbre de los que están con el Señor les prohíbe clamar, es decir, les prohíbe obrar el bien, no sea que con su perseverancia sean curados. Clamen ellos, no se cansen ni se dejen como arrastrar por la autoridad de la masa; no imiten siquiera a los que, siendo cristianos desde antiguo, viven mal y sienten envidia de las buenas obras. No digan: «Vivamos como vive tan gran multitud». ¿Por qué no como ordena el Evangelio? ¿Por qué quieres vivir conforme a la reprensión de la turba que le impide gritar y no conforme a las huellas de Cristo que pasa? Te insultarán, te vituperarán, te llamarán para que vuelvas atrás; tú grita hasta que tu grito llegue a los oídos de Jesús. Pues quienes perseveren en el hacer lo que ordenó Cristo, sin hacer caso de la muchedumbre que lo prohíbe, y no se sobrevaloren por el hecho de que parecen seguir a Jesús, es decir, por llamarse cristianos, sino que tienen mayor amor a la luz que Cristo les ha de restituir que temor al estrépito de los que lo prohíben, en modo alguno se verán separados; Cristo se detendrá y los sanará.
14. ¿De qué forma serán sanados nuestros ojos? Del mismo modo que por la fe experimentamos a Cristo que pasa en el tiempo de esta dispensación temporal, así hemos de comprender a Cristo que se detiene en la eternidad inmutable. El ojo recibe su curación cuando comprende que Cristo es Dios. Entienda esto vuestra caridad; poned atención al gran misterio que voy a decir. Todo lo realizado en el tiempo por nuestro Señor Jesucristo nos inculca la fe. Creemos en el Hijo de Dios; no sólo en el Verbo por quien fueron hechas todas las cosas, sino también en el Verbo hecho carne para habitar en medio de nosotros, nacido de María la Virgen y las demás cosas contenidas en la fe 236, que se nos han manifestado para que Cristo pasara y para que los ciegos, al oír el ruido de sus pasos, gritaran con sus obras, manifestando con la vida la profesión de su fe. Ya se detiene Jesús para sanar a los que gritan. En efecto, ya ve a Cristo detenido el que dice: Y si habíamos conocido a Cristo según la carne, ahora ya no le conocemos. En la medida en que es posible en esta vida, veía la divinidad de Cristo. Existe la divinidad de Cristo y existe su humanidad. La divinidad se detiene, la humanidad pasa. ¿Qué significa el que la divinidad se detiene? No cambia, no se destruye, no retrocede. Su venida a nosotros no significó separarse del Padre; ni su ascensión el moverse localmente. Tomada la carne, cambió de lugar; Dios, en cambio, ni siquiera cambia de lugar al tomar la carne, porque no reside en lugar alguno. Seamos tocados por Cristo que se detiene y sanen nuestros ojos. ¿Los ojos de quiénes? Los de aquellos que claman cuando él pasa, es decir, los de quienes obran bien mediante aquella fe que se nos ha dispensado en el tiempo para instruirnos a nosotros, párvulos todavía.
15. Una vez sanados los ojos, ¿qué podemos tener de más valor, hermanos? Gozan los que ven esta luz que ha sido hecha, la que refulge desde el cielo o la que procede de una antorcha. ¡Y cuán desgraciados se sienten los que no pueden verla! ¿Por qué hablo yo, por qué digo esto, sino para exhortaros a clamar cuando pasa Jesús? Exhorto a vuestra caridad a amar la luz que quizá no veis. Creed, mientras dura vuestra ceguera, y clamad para llegar a ver. ¡Cuán grande se considera la desdicha de los hombres que no ven esta luz corporal! Si alguien ha perdido los ojos, inmediatamente se dice: «Airó a Dios, algo malo hizo». Esto decía la mujer de Tobías a su esposo. Gritaba él a causa del cabrito, ¡que no procediese de un hurto! ; no quería oír en su casa el sonido siquiera de esta palabra; ella, defendiendo su acción, golpeaba al marido con la afrenta. Al decirle él: «Devuélvelo, si es consecuencia de un hurto», ella le respondía: «¿Dónde está tu justicia?» ¡Cuán ciega estaba la que defendía el hurto; y cuánta luz no veía el que ordenaba restituir lo robado! Ella se hallaba fuera a la luz del sol; él dentro ante la luz de la justicia. ¿Quién de ellos se hallaba en una luz mejor?
16. Hermanos, nuestra exhortación a vuestra dilección va encaminada a que améis esta luz, para que claméis con las obras cuando pasa el Señor. Suene la voz de la fe para que Jesús, deteniéndose, es decir, permaneciendo como sabiduría inmutable de Dios y en cuanto majestad del Verbo divino, por quien fueron hechas todas las cosas, abra vuestros ojos. El mismo Tobías, aconsejando a su hijo, le exhortaba a clamar, es decir, le aconsejaba las buenas obras. Le indicaba que diese a los pobres; le mandaba que diese limosnas a los indigentes y le enseñaba con estas palabras: Hijo, la limosna no permite caer en las tinieblas. Un ciego daba un consejo de cómo conseguir y obtener la luz. La limosna, dijo, no permite caer en las tinieblas. Si, lleno de admiración, le hubiese respondido el hijo: «¿Por qué, pues, padre, no diste tú limosna, para hablar ahora estando ciego? ¿No estás en tinieblas ahora tú que me dices: La limosna no permite caer en las tinieblas?» Sabía él de qué luz hablaba al hijo, conocía lo que veía en el hombre interior. El hijo alargaba la mano al padre para que caminase por la tierra; y el padre al hijo para que habitase en el cielo.
17. En pocas palabras, para concluir este sermón, hermanos, en aquello que tanto nos toca y nos angustia, ved que es la muchedumbre la que reprende a los ciegos que gritan. No os asuste a ninguno de los que os halléis en medio de ella y queréis ser curados. Muchos son cristianos de nombre e impíos por las obras. Que no os aparten de las buenas obras. Gritad en medio de la muchedumbre que os reprende, os llama para que volváis atrás, os insulta y vive perversamente. No sólo con las voces, sino también con las malas obras oprime a los buenos cristianos. Un buen cristiano no quiere asistir a los espectáculos. Por el mismo hecho de frenar su concupiscencia para no ir al teatro, grita en pos de Cristo, grita para que le sane. «Otros van, pero quizá son paganos, quizá judíos». Al contrario, si los cristianos no fueran a los teatros, habría tan poca gente que los demás se retirarían llenos de vergüenza 237.Corren también los cristianos llevando el santo nombre a lo que es su pena. Clama, pues, negándote a ir, reprimiendo en tu corazón la concupiscencia temporal, y mantente en ese clamor fuerte y perseverante ante los oídos del Salvador para que se detenga y te cure. Clama aun en medio de la muchedumbre, no pierdas la confianza en los oídos del Señor. En efecto, no clamaron aquellos ciegos desde el lado en que no estaba la muchedumbre, para ser oídos desde allí sin el estorbo de los que lo prohibían. Gritaron en medio de la muchedumbre, y, no obstante, el Señor los oyó. Hacedlo así también vosotros, en medio de los pecadores y lujuriosos, en medio de los amantes de las vanidades mundanas; clamad ahí para que os sane el Señor. No claméis al Señor desde otra parte, no vayáis a los herejes para clamar desde allí 238.Considerad, hermanos, que en medio de aquella muchedumbre que impedía gritar, allí mismo fueron sanados los que clamaban.
18. Ponga atención vuestra santidad también a esto: qué significa la perseverancia en el clamor. Diré lo que muchos han experimentado ya conmigo en el nombre del Señor 239.La Iglesia no cesa de engendrar a tales hombres. Cuando un cristiano comienza a vivir rectamente, a arder en buenas obras y a despreciar el mundo, al comienzo de sus buenas obras sufre a los cristianos tibios como criticones y contradictores. Si, en cambio, persevera y con su resistencia los vence sin apartarse de sus buenas obras, los mismos que antes se lo prohibían, ahora ya le respetan. Pues les vituperan, les causan molestias y ponen impedimentos sólo mientras juzgan que pueden doblegarse ante ellos. Pero si son vencidos por la perseverancia de los que progresan en las buenas obras, se convierten y comienzan a decir: «Gran hombre, santo varón; feliz aquel a quien Dios se lo concedió». Lo honran, lo felicitan, lo bendicen y alaban; se comportan como la muchedumbre que acompañaba al Señor. Prohibía a los ciegos que gritaran; pero después que gritaron hasta que merecieron ser oídos y solicitaron la misericordia del Señor, aquella misma muchedumbre les dice: Os llama el Señor. Se han convertido en exhortadores los que antes les corregían para que callasen. Sólo está excluido de la llamada del Señor aquel que no se afana en este mundo. Pero ¿quién es el que en esta vida no se afana en medio de sus pecados y maldades? Si, pues, todos se fatigan, a todos se ha dicho: Venid a mí todos los que estáis fatigados. Si se dijo a todos, ¿por qué cargas tu culpa sobre quien te ha invitado? Ven. Su casa no es estrecha para ti; el reino de Dios es posesión común de todos; cada uno los posee en su integridad, ni disminuye al aumentar el número de los posesores, puesto que no se divide. Cada cual posee íntegramente lo que muchos poseen en concordia.
19. Hemos conocido también, hermanos, en el misterio encerrado en esta lectura, lo que aparece clarísimo en otros lugares de los libros sagrados, a saber, que dentro de la Iglesia hay buenos y malos, lo que solemos llamar el trigo y la paja. Nadie abandone la era antes de tiempo; mientras dura la trilla tolere la paja, tolérela en la era. Esto que tolera ahora, no lo tendrá en el hórreo, Llegará el aventador que separará los malos de los buenos. Habrá también una separación corporal, a la que precede ahora una espiritual. Separaos siempre de los malos con el corazón; ocasionalmente, no sin cautela, uníos a ellos corporalmente. Y no seáis negligentes en corregir a los vuestros, es decir, a los que de cualquier modo están bajo vuestra custodia. Aconsejadles, enseñadles, exhortadles, infundidles temor. Obrad de todos los modos que os sea posible. Y no os hagáis perezosos para corregir a los malos porque halléis en las Escrituras y en los ejemplos de los santos, tanto en los que vivieron antes como en los que vivieron después de la venida del Señor, que los malos no contaminan a los buenos que viven con ellos. Hay dos formas de que no te contamine el malo: si no das tu consentimiento y si le corriges, es decir, no comulgar, no consentir. Se comulga con él cuando a un hecho suyo se añade el acuerdo de la voluntad y de la aprobación. Exhortándonos a esto dice el Apóstol: No comulguéis con las obras infructuosas de las tinieblas. Y como era poco el no consentir sí iba acompañado de la negligencia en la disciplina, dijo: Más todavía, corregidlo también. Ved cómo abarca una y otra cosa: No comulguéis; más aún, corregidlo también. ¿Qué significa no comulguéis'? No consintáis, no le alabéis, no le deis aprobación. ¿Qué significa más aún, corregidlo también? Reprendedlo, recriminadlo, coaccionadlo.
20. En la corrección o coerción de los pecados ajenos ha de evitarse el orgullo en quien corrige a otro. Hay que pensar también en aquella sentencia del Apóstol: Por lo tanto, quien piensa que está en pie, procure no caer. Aunque al exterior suene dura la corrección, ha de mantenerse interiormente la suavidad del amor. Como dice el mismo Apóstol: Si un hombre fuese sorprendido en algún delito, vosotros, que sois espirituales, corregidlo con espíritu de mansedumbre, vigilándote a ti mismo, no sea que también tú seas tentado. Llevaos mutuamente las cargas y así cumpliréis la ley de Cristo. Y en otro lugar: A un siervo del Señor no le conviene ser pendenciero, sino manso con todos, que se deja enseñar, paciente, que corrige con modestia a los que piensan diversamente, por si el Señor les diera el arrepentimiento para conocer la verdad y volviendo en sí se liberen de los lazos del diablo en los que están cautivos sujetos a su voluntad. Ni seáis, pues, tan benévolos con los malos que les deis aprobación; ni tan negligentes que no los corrijáis; ni tan soberbios que vuestra corrección sea un insulto.
21. Quien abandona la unidad, viola la caridad, y quien viola la caridad, tenga lo que tenga, nada es 240.Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, aunque conozca todos los misterios, aunque tenga toda la fe hasta trasplantar los montes, aunque distribuya todos sus bienes a los pobres, aunque entregue su cuerpo a las llamas, si no tiene caridad, nada es y de nada le vale. Inútilmente posee cuanto posee quien carece de aquella única cosa que hace útil todo lo demás. Abracémonos, pues, a la caridad esforzándonos en guardar la unidad del espíritu en el vínculo de la paz. No nos seduzcan quienes desde una inteligencia carnal y estableciendo una separación corporal se alejan del trigo de la Iglesia extendido por todo el orbe, culpables de un sacrilegio en el espíritu 241.La buena semilla se ha sembrado por todo el mundo. Aquel buen sembrador, el Hijo del hombre, esparció la buena semilla no sólo en Africa, sino por doquier. El enemigo, en cambio, fue quien sembró encima la cizaña. Pero ¿qué dice el padre de familia? Dejad crecer a ambas hasta la siega 242 .Crecer, ¿dónde? Ciertamente en el campo. ¿Cuál es el campo? ¿El Africa acaso? No, ¿Cuál es, pues? No nos aventuremos nosotros, dígalo el Señor; no permitamos que nadie haga cábalas por cuenta propia. Dijeron los discípulos al Maestro: Explícanos la parábola de la cizaña. Y el Señor la explicó: La semilla buena, dijo, son los hijos del reino; la cizaña, en cambio, los hijos del mal. ¿Quién la sembró? El enemigo que la sembró es el diablo. ¿Cuál es el campo? El campo es este mundo. ¿Cuál es la siega? La siega es el fin del mundo. ¿Quiénes los segadores? Los segadores son los ángeles. ¿Acaso el mundo es Africa?¿Acaso la siega es el tiempo presente? ¿Es acaso Donato el segador? 243 Contemplad la siega en todo el orbe de la tierra; creced por todo el orbe de la tierra hasta la siega; soportad la cizaña en todo el orbe de la tierra hasta la siega. No os seduzcan los malos, paja demasiado ligera que la lleva el viento de la era antes de que llegue el aventador; no os seduzcan. Amarradlos con sola esta parábola de la cizaña y no los dejéis hablar más. «El entregó los códices». «No». «Pero él entregó los códices» 244. Sea quien sea el que los entregó, ¿acaso la infidelidad de los traidores anuló la fidelidad de Dios? ¿Dónde está la fidelidad de Dios? En la promesa hecha a Abrahán al decirle: En tu linaje serán bendecidos todos los pueblos. ¿Dónde está la fidelidad de Dios? Dejad crecer a ambas hasta la siega. Crecer, ¿dónde? En el campo. ¿Qué significa en el campo? En el mundo.
22. Dicen ellos: «Una y otra semilla había crecido efectivamente en el mundo, pero el trigo ha disminuido y se ha concentrado en nuestra región y pequeñez». No te permite el Señor hacer las interpretaciones que te vengan en gana. El mismo al exponer la parábola te tapó la boca, boca sacrílega, impía, profana, contraria a ti mismo, que contradices al testador que a ti incluso te llama a la herencia. ¿Cómo te tapa la boca? Al decir: Dejad crecer a ambas hasta la siega. Si tuvo lugar ya la siega, creamos que el trigo ha disminuido. Aunque ni siquiera entonces disminuirá, sino que se esconderá en el granero. Pues dice así: Recoged primero la cizaña y atadla en fascículos para enviarla al fuego; el trigo, en cambio, recogedlo en mi granero. Si, pues, hasta la siega están en crecimiento, después de ella se recogen; maligno, impío, ¿cuándo disminuyen? Te concedo que en comparación de la cizaña y de la paja al mismo tiempo, el trigo sea menos; pero, con todo, ambas cosas crecen hasta la siega. Cuando abunda la iniquidad, se entibia la caridad de muchos, es decir, crece la cizaña y crece la paja. Mas puesto que en todo el campo no puede faltar el trigo que por la perseverancia se salvará al final, crecen ambas cosas hasta la siega. Y si pensando en la abundancia de los malos se dijo: ¿Crees que cuando venga el Hijo del hombre encontrará fe en la tierra?, y aquí están significados todos los que, en cuanto transgresores de la ley, imitan a aquel a quien se dijo: Tierra eres y a la tierra volverás; sin embargo, pensando en la abundancia de los buenos y en aquel a quien se dijo: Así será tu linaje, como las estrellas del cielo y como la arena del mar, tampoco se omitió aquello otro: Muchos vendrán de oriente y de occidente y se sentarán a la mesa con Abrahán e Isaac en el reino de Dios. Ambas cosas, pues, crecen hasta la siega. Tanto la cizaña y la paja como el trigo tienen frases a su favor en la Escritura. Quienes no las entienden, a la vez que confunden, se confunden y así causan tanto ruido llevados por la ciega ambición, que no quieren acallar ni aun descubierta la verdad.
23. «He aquí, dicen, que afirma el profeta: Apartaos, salid de allí y no toquéis lo inmundo; ¿cómo, pues, hemos de tolerar en bien de la paz a los malos de quienes se nos manda salir y alejarnos para no entrar en contacto con lo inmundo?» Nosotros entendemos esta separación como separación espiritual, ellos como corporal. Pues también yo clamo con el profeta, y siendo vasos, de cualquier clase que seamos, Dios usa de nosotros para vuestro servicio; también nosotros clamamos y os decimos: Apartaos, salid de allí y no toquéis lo inmundo, pero con el contacto del corazón, no con el del cuerpo. ¿Qué es tocar lo inmundo sino consentir al pecado? ¿Qué es salir de allí sino hacer lo correspondiente a la corrección de los malos, en la medida en que cada uno, desde su situación, puede hacerlo salvando siempre la paz? Sentiste disgusto ante el pecado de otro: no tocaste lo inmundo. Recriminaste, corregiste, aconsejaste, aplicaste incluso, si el asunto lo exigía, una disciplina adecuada sin violar la unidad: saliste de allí. Prestad atención a los hechos de los santos para que no os parezca que la interpretación es propia nuestra. Estas palabras han de ser interpretadas como las interpretaron los santos. Salid de allí, dijo el profeta. Primero afirmo la sentencia según el uso habitual del término, y luego demuestro que no es mía. Sucede con frecuencia que se acusa a un hombre y, una vez acusado, se defiende; cuando el acusado se ha defendido de forma racional y correcta, quienes le oyen, dicen: «Salió de allí». ¿De dónde salió? Sin moverse de lugar, salió de allí. ¿Cómo salió de allí? Tras haberse justificado y defendido con toda justicia. Esto es lo que hacían los santos cuando sacudían el polvo de sus pies contra quienes no recibían la paz que les anunciaban. De allí salió aquel centinela al que se le dijo: Te he puesto como centinela en la casa de Israel. A él se le dice: Si avisas al malvado y no se aparta de su iniquidad y mal camino, él morirá en su iniquidad y tú salvarás tu alma. Si esto hace, sale de allí, no por la separación corporal, sino por la justificación de su obrar. Hizo lo que había de hacerse, aunque el otro no obedeciera a lo que debía de haber obedecido. No otra cosa es salid de allí.
24. Así clamaron Moisés, Isaías, Jeremías y Ezequiel. Veamos si ellos hicieron esto, si abandonaron el pueblo de Dios y se marcharon a otros pueblos. ¡Cuán frecuente y cuán vehementemente increpó Jeremías a los pecadores y criminales de su pueblo! Sin embargo, vivía en medio de ellos, con ellos entraba al único templo, celebraba los mismos misterios. Vivía en la misma asamblea de hombres malvados, pero clamando salía de allí. Esto es salir de allí, esto no tocar lo inmundo: no consentir con la voluntad y no perdonar con la boca. ¿Qué decir de Jeremías, de Isaías, de Daniel, de Ezequiel y de los restantes profetas, que no se apartaron de un pueblo malo para no abandonar a los buenos mezclados en aquel pueblo, en el que también éstos pudieron existir? Hermanos, mientras el mismo Moisés recibía en el monte la ley, el pueblo fabricaba abajo un ídolo. El pueblo de Dios, el pueblo conducido tras haberse retirado las olas del mar Rojo, olas que cubrieron a quienes les seguían, después de haber visto tantos prodigios y milagros durante las plagas de los egipcios -portadoras de muerte para éstos y de protección y salvación para ellos-, no obstante todo esto, pidió un ídolo, lo exigió, lo hizo, lo adoró y le ofreció sacrificios. Indica Dios a su siervo lo hecho por el pueblo y promete hacerlo desaparecer de delante de sus ojos. Intercede Moisés pensando en volver al mismo pueblo. Y tuvo ocasión de alejarse y salir de en medio de ellos -tal como éstos lo entienden- para no tocar lo inmundo, para no vivir en compañía de tal gente; sin embargo, no lo hizo. Y para que no pareciese tal vez que lo hizo llevado de la necesidad más que de la caridad, le ofreció Dios otro pueblo: Te haré, dijo, un pueblo grande para destruirlos a ellos. Pero él no lo acepta, se adhiere a los pecadores y pide por ellos. ¿Y cómo pide? ¡Gran prueba de amor, hermanos! ¿Cómo pide? Ved aquella especie de amor materno del que hemos hablado con frecuencia. Cuando Dios amenazaba al pueblo sacrílego, se estremecieron las piadosas entrañas de Moisés y se puso en su lugar ante la ira de Dios. Señor, dijo, si le perdonas el pecado, perdónaselo; de lo contrario, bórrame del libro que has escrito. ¡Con qué entrañas a la vez paternales y maternales; con cuánta seguridad dijo esto confiando en la justicia y misericordia de Dios! ; para que siendo justo no perdiera al justo y siendo misericordioso perdonara a los pecadores.
25. Con toda certeza queda claro ya a vuestra prudencia cómo han de entenderse tales testimonios de las Escrituras. Cuando la Escritura proclama que debemos separarnos de los malos, no se nos pide que entendamos otra cosa sino que nos apartemos con el corazón; no sea que cometamos un mal mayor al separarnos de los buenos que aquel del que huimos en la unión con los malos, como hicieron los donatistas. Los cuales, si en verdad fuesen los buenos a argüir a los malos y no más bien los mismos malos a los buenos, tolerarían por el bien de la paz a cualesquiera, ellos que recibieron como íntegros a los maximianistas, que antes habían condenado como perdidos 245.Con razón dijo claramente el profeta: Apartaos y salid de allí y no toquéis lo inmundo. Yo, para comprender lo que dijo, pongo atención a lo que hizo. Con lo que hizo me explica lo que dijo. Dijo: Apartaos. ¿A quiénes lo dijo? Ciertamente a los justos. ¿De quiénes les dijo que se separasen? Sin duda de los pecadores y malvados. Pregunto ahora si él mismo se apartó de los tales. La respuesta es negativa. Luego quiso decir alguna otra cosa, pues ciertamente él sería el primero en hacer lo que ordenó. Se apartó con el corazón, les corrigió y les arguyó. Evitando consentir no tocó lo inmundo; corrigiéndoles salió libre de culpa ante la presencia de Dios, quien ni le imputa sus pecados porque no los cometió, ni los ajenos porque no los aprobó; ni le acusa de negligencia porque no se calló, ni de soberbia, puesto que permaneció en la unidad. Así, pues, hermanos, quienes tenéis en medio de vosotros hombres que todavía llevan el peso del amor mundano, hombres avaros, perjuros, adúlteros, espectadores de vanidades, consultores de los astrólogos, de los supersticiosos, augures y adivinos; hombres borrachos, lujuriosos y cuantos malos sabéis que existen entre vosotros 246, en la medida de vuestra posibilidad, desaprobadlos, para apartaros con el corazón; corregidlos, para salir de allí, y no consintáis, para no tocar lo inmundo.

SERMON 89
La higuera seca (Mt 21, 18-22).

Lugar: Cartago.
Fecha: En el año 397.

1. La lectura del santo Evangelio que acabamos de escuchar ha sido una advertencia terrorífica para que evitemos el tener hojas sin fruto. En pocas palabras, esto es lo que indica: evitar que haya palabras y falten los hechos. ¡Terror de pánico! ¿Quién no temerá al ver en la lectura con los ojos del corazón el árbol tan seco al que se le dice: Nunca jamás vuelva a nacer fruto de ti. Que el terror cause corrección y la corrección produzca frutos. Sin duda, Cristo el Señor preveía que cierto árbol iba a secarse y con razón, es decir, porque tenía hoja, pero no fruto. Ese árbol es la sinagoga 247; no la parte llamada, sino la reprobada. Pues de ella fue llamado el pueblo de Dios, el que con toda verdad y sinceridad esperaba en los profetas a Jesucristo, la salvación 248 de Dios. Y porque lo esperaba con fe, mereció reconocerle cuando estaba presente. De ella proceden los Apóstoles 249, de ella la multitud entera de los que precedían al jumento en que iba el Señor y decían: Hosanna al hijo de David; bendito quien viene en nombre del Señor. Grande era la muchedumbre de los judíos; grande era la muchedumbre de los creyentes en Cristo antes de que derramase su sangre por ellos. No en vano el mismo Señor había venido solamente a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel. En otros encontró el fruto de la penitencia una vez crucificado y exaltado ya en el cielo. No los volvió áridos, sino que los cultivó en el campo y los regó con su palabra. De ella procedían aquellos cuatro mil judíos que creyeron después que los discípulos fueron llenos del Espíritu Santo, cuando los que estaban con ellos hablaban las lenguas de todos los pueblos, prefigurando en cierto modo, mediante la diversidad de las lenguas, que la Iglesia iba a hacerse presente en todas las naciones. Creyeron entonces; ellos eran las ovejas que habían perecido de la casa de Israel, pero como el Hijo del hombre había venido a buscar y salvar lo que estaba perdido, también los encontró a ellos. Ignoro dónde, pero depredados por los lobos, se hallaban ocultos entre zarzas. Y puesto que estaban entre zarzas, no consiguió encontrarlos sino después de haberse desgarrado con las espinas de la pasión. Pero llegó, los encontró, los redimió. Ellos habían dado muerte, no tanto a él cuanto a sí mismos. Fueron salvados mediante el que murió por ellos. Al hablar los Apóstoles se punzaron los que habían punzado con la lezna; se punzaron con la ciencia; una vez punzados pidieron consejo, aceptaron el que se les dio, hicieron penitencia, hallaron la gracia y con fe bebieron la sangre que con crueldad habían derramado. En cambio, los que permanecieron en la raza mala y estéril hasta el día de hoy y hasta el fin del mundo, están figurados en aquel árbol. Te acercas ahora a ellos y los encuentras en posesión de todos los dichos proféticos. Pero no son más que hojarasca. Cristo tiene hambre y busca el fruto, pero no lo encuentra en ellos porque no se encuentra en ellos. No tiene fruto porque no tiene a Cristo. No tiene a Cristo quien no mantiene la unidad de Cristo, quien no tiene caridad. El resultado de este silogismo es que no tiene fruto quien no tiene caridad. Escucha al Apóstol: El fruto del espíritu, en cambio, es la caridad; decía esto como recomendando el racimo, es decir, el fruto. El fruto del espíritu, dice, es la caridad, el gozo, la paz, la longanimidad. Una vez que ha mencionado la caridad, no te extrañes de las cosas que le siguen.
2. Esa es la razón por la que recomendó la fe a los discípulos que se extrañaban de que el árbol se hubiese secado, y les dijo: Si tuvierais fe y nada discriminaseis, es decir, si creyerais a Dios en todo, no diríais: «Esto lo puede Dios, esto no», sino que presumiríais de la omnipotencia del omnipotente: No sólo haréis esto, sino que sí decís a este monte: «Quítate y tírate al mar», se hará. Y todo lo que pidáis con fe lo recibiréis. Hemos leído milagros hechos por los discípulos, mejor, por el Señor a través de los discípulos, pues sin mí, dijo, nada podéis hacer 250 .Muchas cosas pudo hacer el Señor sin los discípulos, ninguna los discípulos sin el Señor. Quien pudo hacer hasta a los mismos discípulos, en ningún modo recibió ayuda de ellos para crearlos. Leemos los milagros de los Apóstoles, y, sin embargo, no nos consta que hayan secado un árbol o que hayan trasladado un monte al mar. Busquemos, pues, donde se ha realizado esto; las palabras del Señor no han podido resultar vacías de contenido. Si piensas en estos árboles y montes ordinarios y conocidos, no se ha realizado. Pero si consideras aquel árbol y aquel monte mismo del Señor del que dijo el profeta: En los últimos días se manifestará el monte del Señor; si piensas en esto y lo comprendes, se hizo aquello, y por medio de los Apóstoles. El árbol es el pueblo judío, pero, repito, el reprobado, no el llamado. El árbol del que hemos hablado es el pueblo judío. El monte es el mismo Señor, como enseña el testimonio profético. El árbol seco es el pueblo judío sin el honor de Cristo; el mar es, para todos los pueblos, este siglo. Advierte ya a los apóstoles que hablan para secar el árbol y que arrojan el monte al mar. En los Hechos de los Apóstoles se dirigen a los judíos, que contradicen y resisten a la palabra de la verdad, es decir, que tienen hoja y no frutos, y les dicen: Convenía que os anunciáramos a vosotros en primer lugar la palabra de Dios, mas como la rechazasteis -repetís las palabras de los profetas y no reconocéis al que ellos anunciaron; esto es tener hoja-, he aquí que nos dirigimos a los gentiles. Es lo mismo que predijo el profeta: He aquí que te he puesto como luz de los gentiles, para que seas la salvación hasta los confines de la tierra. Ve que el árbol se secó; Cristo que pasa a los gentiles es el monte trasladado al mar. ¿Cómo no iba a secarse el árbol plantado en la viña de la que se dijo: Mandaré a mis nubes que no lluevan gota sobre ella?
3. Son muchas las cosas que nos advierten y nos persuaden, más aún, que nos obligan, aunque no queramos, a creer que el Señor hizo aquello a modo de profecía, es decir, que con este árbol no sólo quiso mostrar un milagro, sino recomendarnos algo futuro en el mismo milagro. En primer lugar, ¿en qué había pecado el árbol al no tener frutos? Incluso si no los hubiese tenido al tiempo debido, es decir, en la época de ellos, ninguna culpa tendría, pues un árbol sin conocimiento carece de culpa. Añádase a esto que, según se lee en otro evangelista que narra también esta escena, No era el tiempo de aquellos frutos. Era la época en la que a la higuera le brotan las hojas tiernas que vemos aparecer antes de los frutos; la prueba de ello es que se acercaba el día de la pasión del Señor, que sabemos cuando cae; aun prescindiendo de esto, deberíamos creer al evangelista, que dice: No era el tiempo de los higos. Por tanto, si se tratase solamente de ponernos a la vista un milagro y no de simbolizar proféticamente algo, el Señor se hubiese comportado con más clemencia y. de una forma más adecuada a su misericordia, si encontrando un árbol seco lo hubiese reverdecido, del mismo modo que curó a los enfermos, limpió a los leprosos y resucitó a los muertos. Aquí, por el contrario, contraviniendo en cierto modo a la norma de su clemencia, lo que encontró fue un árbol verde que aún no tenía fruto porque no era aún el tiempo, no porque lo negase a su agricultor, y lo secó, como diciendo al hombre: «No es que yo hallara complacencia en ver el árbol seco, sino que quise insinuarte que no sin motivo deseé hacer esto. Quise advertirte en qué cosa debías poner más atención». No se trata de una maldición al árbol ni de proporcionar un castigo a un madero que no siente, sino de atemorizarte a ti, si te das cuenta de ello, para que no desprecies a Cristo hambriento y ames más el saciar con el fruto que el dar sombra con las hojas».
4. Lo dicho es la primera cosa que nos insinúa que el Señor quiso significar algo. ¿Hay algo más? Al sentir hambre se acercó al árbol y buscó los frutos. ¿Ignoraba que aún no era el tiempo? ¿Desconocía el creador del árbol lo que sabía su cultivador? Así, pues, busca en el árbol un fruto que no tenía. ¿Busca, o más bien finge buscar? En realidad, si verdaderamente buscó, se equivocó. Pero ¡lejos de nosotros pensar esto! «Luego fingió». Por temor a afirmar que fingió, confiesas que se equivocó. Huyendo de la equivocación caes en la ficción. Ardemos en medio de ambas cosas. Sí ardemos, deseemos la lluvia, de forma que reverdezcamos, no sea que afirmando algo indigno del Señor nos sequemos más bien. Dice el evangelista: Se acercó al árbol y no halló en él fruto. Ciertamente no se diría no halló sino refiriéndose a uno que o buscaba ver 251, o había fingido buscar lo que sabía que no existía. En ningún modo digamos que Cristo se equivocó en aquello de lo que nosotros no dudamos. ¿Decimos, pues, que fingió? ¿O no lo decimos? ¿Cómo salir de aquí? Digámoslo; ¿no nos atreveremos a decir nosotros lo que el evangelista dijo en otro lugar del Señor? Digamos lo mismo que el evangelista escribió y, después de haberlo dicho, comprendámoslo. Mas para comprenderlo, creamos antes. Si no creyereis, no comprenderéis, dice el profeta. Después de su resurrección, Cristo el Señor iba de camino con dos de sus discípulos que aún no le habían conocido, a los cuales se había unido como tercer viandante. Dice el evangelista que, llegados al lugar adonde se dirigían, él fingió ir más adelante. Ellos, en cambio, según la costumbre humanitaria, le retenían diciéndole que ya era tarde y rogándole que se quedase allí con ellos; recibido como huésped, hizo la fracción del pan y, al bendecirlo y fraccionarlo, fue reconocido. Por tanto, no temamos ya decir que fingió buscar si fingió ir más adelante. Pero surge otra cuestión. Ayer empleamos largo tiempo en probar que los apóstoles decían la verdad 252; ¿cómo es que hallamos la ficción en el mismo Señor? En la medida de mis mediocres fuerzas, las que el Señor me otorga para bien vuestro, os voy a decir, indicar y recomendar qué es lo que habéis de mantener siempre referente a las Sagradas Escrituras. Todo lo que en ellas se dice o se hace, o bien se entiende en su significado propio, o bien significa algo figuradamente; o también tiene lo uno y lo otro: tanto el significado propio como el figurado. He presentado tres casos, de cada uno de los cuales he de dar ejemplos; ¿de dónde sino de las Sagradas Escrituras? Un dicho que hemos de entender en sentido propio: «El Señor sufrió, resucitó y subió al cielo; hemos de resucitar al fin del mundo y, si no le despreciamos, hemos de reinar con él eternamente». Esto tómalo como dicho en sentido propio; no busques figuras de otras cosas; como se afirma, así es. Lo mismo acontece con los hechos: «Subió el Apóstol a Jerusalén a ver a Pedro». El Apóstol hizo esto; es un hecho en sentido propio. Se te narra una acción realizada; una acción en sentido propio. Un dicho en sentido figurado: «La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en cabeza de ángulo». Si tomamos esta piedra en su sentido propio, ¿qué piedra rechazada por los constructores se convirtió en cabeza de ángulo? Si tomamos el ángulo en su sentido propio, ¿de qué ángulo se hizo cabeza tal piedra? Si admitimos que está dicho en sentido figurado y lo entiendes así, la piedra angular es Cristo, que es cabeza de ángulo en cuanto cabeza de la Iglesia. ¿Por qué la Iglesia es un ángulo? Porque de un lado llamó a los judíos, de otro a los gentiles y los unió con la gracia de su paz, a imagen de dos paredes que proceden de distinta dirección y confluyen en un punto. El es nuestra paz, que hizo de ambos pueblos uno.
5. Habéis escuchado un dicho en sentido propio, un hecho también en sentido propio y un dicho en sentido figurado; esperáis un hecho en sentido figurado. Hay muchos, pero se me ocurre uno por asociación con la piedra angular. Cuando Jacob ungió la piedra que había puesto como cabecera para dormir, ocasión en la que tuvo un gran sueño, es decir, unas escaleras que llegaban de la tierra al cielo y a unos hombres 253 que bajaban y subían por ellas, apoyándose sobre las mismas el Señor, comprendió que debía simbolizar algo; con el gesto de la unción nos manifiesta que él no fue ajeno a la comprensión de aquella visión y revelación: la piedra simbolizaba a Cristo. No te extrañes de la unción, puesto que Cristo recibió este nombre de ella. En la Escritura se dice que este Jacob era hombre sin engaño. Sabéis también que Jacob recibió asimismo el nombre de Israel. Por esto, cuando el Señor vio a Natanael, dijo, según el Evangelio: He aquí un verdadero israelita en quien no hay engaño. Y aquel israelita, desconociendo a quien estaba hablando con él, le respondió: ¿De qué me conoces? Y el Señor le replica: Te vi cuando estabas bajo la higuera; como si dijera: «Cuando te hallabas a la sombra del pecado, te predestiné». Y aquel, recordando que había estado bajo la higuera, reconoció en él la divinidad y le dijo: «Tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel». El, a pesar de estar bajo la higuera, no se convirtió en higuera seca, pues reconoció a Cristo. Y el Señor le dijo: Crees porque te dije: «Te vi cuando estabas bajo la higuera»; mayores cosas verás. ¿Cuáles son éstas? En verdad os digo -puesto que es aquel israelita en quien no hay engaño. Mira a Jacob, en quien no hay engaño, y recuerda aquello de que hablamos: una piedra de cabecera, una visión en sueños, unas escaleras de la tierra al cielo, gente que sube y baja; advierte también lo que el Señor dice al israelita sin engaño-, en verdad os digo, veréis el cielo abierto. Escucha tú, Natanael sin engaño, lo que vio Jacob en quien no había engaño: veréis el cielo abierto y a los ángeles subir y bajar. ¿Adónde? Al Hijo del hombre. Por tanto, aquel había sido ungido en la cabeza, el Hijo del hombre, puesto que el varón es cabeza de la mujer y Cristo cabeza del varón. Pero no dijo: «Subiendo desde el Hijo del hombre y bajando hasta el Hijo del hombre», como si solamente estuviese arriba, sino subiendo y bajando hasta el Hijo del hombre. Escucha al Hijo del hombre que clama desde arriba: Saulo, Saulo. Escúchalo desde abajo: ¿Por qué me persigues?
6. Escuchaste un dicho en sentido propio: «hemos de resucitar»; un hecho también en sentido propio: «Pablo subió a Jerusalén a ver a Pedro», como se ha dicho. Un dicho en sentido figurado: La piedra que rechazaron los constructores; un hecho también en sentido figurado: la unción de la piedra que hizo de cabecera a Jacob. Debo mostrar ahora a vuestra expectación algo que tenga lo uno y lo otro: sentido propio y sentido figurado. Sabemos que Abrahán tuvo dos hijos: uno de la esclava y otro de la libre. Es algo acaecido realmente; no es sólo una narración, sino también un hecho. ¿Estás esperando el significado simbolizado? Estos son los dos testamentos. Lo que se dice en sentido figurado es en cierto modo una ficción. Mas puesto que va dirigido a un significado y este significado tiene la garantía de la verdad, se evita el crimen de la falsedad. He aquí que salió un sembrador a sembrar, y al hacerlo, una parte cayó en el camino, otra sobre pedregales, otra en medio de espinas y otra en tierra buena. ¿Quién salió a sembrar, o cuándo, o en medio de qué espinas, de qué piedras, en qué camino o en qué campo? Si escuchas que es una ficción, entiéndelo como lleno de significado. En ese sentido está fingido. Si, en efecto, saliera en verdad un sembrador y arrojare su semilla por los diversos lugares que hemos oído, no habría ni ficción ni mentira. Aún no habría ficción, pero tampoco mentira. ¿Por qué? Gracias a su significado, no te engaña lo que es una ficción. Busca quien la entienda, pero no encamina al error. Porque quería manifestarnos esto, por eso buscó los frutos; en ello recomendaba una ficción no engañosa, sino llena de significado, y por esto mismo laudable, no vituperable; no tal que examinándola caigas en falsedad, sino tal que investigándola encuentres la verdad.
7. Preveo lo que vas a decir: «Exponme qué significaba el hecho de que fingió ir más adelante. Si no significaba nada, es un engaño, una mentira» 254.Valiendonos de nuestra exposicion y de ciertas normas, debemos decir lo que significaba cierta simulación de ir más adelante: fingió ir más adelante y se le retiene para que no vaya más lejos. Por lo que respecta a la presencia corporal, se consideraba ausente a Cristo el Señor. Se le consideraba ausente: como si siguiera más adelante. Retenle en la fe; retenle en la fracción del pan. ¿Qué digo? ¿Le habéis reconocido? Si le habéis reconocido, en ese momento habéis hallado a Cristo. No vamos a emplear más tiempo en hablar del sacramento. Cristo se aleja de quienes difieren el conocer ese sacramento 255.Reténganlo, no lo dejen marchar; ofrézcanle hospitalidad y recibirán una invitación para el cielo.


SERMON 90
Parábola del banquete y vestido nupcial (Mt 22, 1-14).

Lugar: Basílica Restituta de Cartago.
Fecha: Entre el año 411 y el 416.

1. Todos los bautizados conocen cuál es la boda del hijo del rey y cuál su banquete. La mesa del Señor está dispuesta para todo el que quiera participar de ella. A nadie se le prohíbe acercarse, pero lo importante es el modo de hacerlo. Las Sagradas Escrituras nos enseñan que son dos los banquetes del Señor: uno al que vienen buenos y malos, y otro al que no tienen acceso los malos. El banquete del que hemos oído hablar en la lectura del Evangelio contiene buenos y malos. Todos los que rechazaron la invitación son malos, pero no todos los que entraron son buenos. Me dirijo a vosotros que, siendo buenos, os sentáis en este banquete, vosotros los que prestáis atención a aquellas palabras: Quien come y bebe indignamente, come y bebe su condenación. Me dirijo a todos los que sois así, es decir, buenos, para que no busquéis buenos fuera del banquete y toleréis a los malos dentro 256.
2. No dudo que vuestra caridad quiere escuchar quiénes son aquellos a los que hablaba al exhortarlos a no buscar buenos fuera y a tolerar a los malos dentro. Si todos los que están dentro son malos, ¿a quiénes he hablado? Si, en cambio, todos son buenos, ¿quiénes son los malos que invité a tolerar? Ante todo, pues, con la ayuda del Señor, y en la medida de lo posible, hemos de salir de esta cuestión. Si estás pensando en la bondad sin más, la bondad perfecta, nadie es bueno sino Dios. Lo tienes claramente en estas palabras del Señor: ¿Por qué me preguntas acerca del bien? Nadie es bueno a no ser el único Dios. Si solamente Dios es bueno, ¿cómo en aquella boda había buenos y malos? Ante todo debéis saber que desde cierto punto de vista todos somos malos. Indiscutiblemente, desde cierto punto de vista somos malos todos; pero desde otro, no todos somos buenos. ¿Podemos nosotros compararnos a los apóstoles, a los que dijo el Señor: Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos? Puestos a considerar la Escritura, entre los doce apóstoles sólo había uno malo, al que se refería el Señor al decir: Y vosotros estáis limpios, pero no todos. Si vosotros siendo malos: esto lo dijo a todos en común. Lo oyó Pedro, lo oyó Juan, lo oyó Andrés y lo oyeron los restantes apóstoles. ¿Qué oyeron? Vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos; ¿cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos, dará cosas buenas a quienes se las pidan? Tras oír que eran malos, perdieron la esperanza; después de oír que el Dios de los cielos era su padre, recobraron el ánimo. Siendo malos, dijo: ¿qué se debe a los malvados sino el suplicio? ¿Cuánto más vuestro Padre, que está en los cielos...?, dijo; ¿qué se debe a los hijos sino el premio? En la palabra malos se encierra el miedo al castigo; en la palabra hijos va incluida la esperanza de la herencia.
3. En cierto modo, pues, eran malos los mismos que desde otro punto de vista eran buenos. A quienes se refiere siendo malos sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, se aplica también lo que sigue a continuación: Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos. Es padre de los malos, sí, pero de malos que no han de ser abandonados, porque es el médico de quienes deben ser amados. En cierto sentido, está claro, eran malos. Y, sin embargo, opino que los comensales presentes en la boda del rey no pertenecían al grupo de aquellos pensando en los cuales se dijo: Invitaron a buenos y malos. No se han de considerar en el número de los malos a los excluidos, representados por aquel que fue encontrado sin poseer el vestido nupcial. En cierto sentido eran malos los que eran buenos; y en cierto sentido también eran buenos los malos. Escucha de la boca de Juan en qué sentido eran malos: Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no reside en nosotros. He aquí en qué sentido eran malos: en cuanto que tenían pecado. ¿En qué sentido eran buenos? Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y limpiarnos de toda mancha. Si, conforme a la exposición que, supongo, habéis oído que he hecho de la Escritura, dijéramos que los mismos hombres son en cierto sentido buenos y en cierto sentido malos; si quisiéramos acomodar a este modo de pensar aquello de invitaron a buenos y malos, es decir, que los mismos son los buenos y los malos; si quisiéramos entenderlo de este modo, se nos pone delante y nos lo prohíbe aquel que fue encontrado sin poseer el vestido nupcial y fue expulsado, no con una expulsión cualquiera que le privase solamente de aquel banquete, sino que le suponía el castigo eterno de las tinieblas.
4. Dirá alguno: ¿Por qué hacer problema de un solo hombre? ¿Qué tiene de extraño, qué de extraordinario el que entre los siervos del padre de familia se introdujese, solapadamente y envuelto entre la muchedumbre, uno sin el vestido de bodas? ¿Acaso esa única persona justificaría el decir: Invitaron a buenos y malos? Poned atención, pues, y comprended, hermanos míos. Aquella persona única era toda una raza, pues eran muchos. Algún oyente atento puede responder y decirnos: «No quiero que me cuentes tus sospechas; quiero que me pruebes que aquella única persona representaba a muchas». Con la ayuda del Señor, lo probaré ciertamente y no necesitaré ir muy lejos para hacerlo. Dios me ayudará con sus mismas palabras y se servirá de mí para hacéroslo ver a vosotros. He aquí que entró el padre de familia para ver a los que se hallaban sentados. Ved, hermanos míos, que la tarea de los siervos consistió sólo en invitar y llevar a buenos y malos; ved que no se dice: «Observaron los siervos a los que se hallaban sentados y encontraron allí a un hombre sin el vestido nupcial, y le dijeron». No es esto lo que está escrito. Fue el padre de familia quien miró, quien encontró, quien distinguió y quien separó. Convenía no pasar por alto esto último 257.Pero es otra cosa lo que nos propusimos probar: cómo aquella única persona eran muchos. Entró, pues, el padre de familia a ver a los que se hallaban sentados a la mesa, y encontró a un hombre que no tenía el traje de bodas. Le dice: «Amigo, ¿cómo entraste aquí sin tener el traje de bodas?» El otro enmudeció. A quien preguntaba, no era posible fingirle nada. El miraba el vestido que se llevaba en el corazón, no el de la carne, pues si se tratase del vestido exterior, no se le hubiese ocultado a los siervos. Dónde hay que poner el vestido nupcial, vedlo en estas palabras: Que tus sacerdotes se revistan de justicia. A ese vestido se refieren estas palabras del Apóstol: Si fuéramos hallados vestidos, y no desnudos. Fue el Señor, pues, quien descubrió al que se ocultaba a los siervos. Cuando se le pregunta, calla; se le ata, se le arroja fuera; uno es condenado por muchos. Señor, había dicho, tú invitas a todos a amonestar a los otros. Considerad conmigo las palabras que habéis oído y luego encontraréis y juzgaréis que en aquella única persona se significaban muchos. Ciertamente el Señor había interrogado a uno solo; a uno solo había dicho: Amigo, ¿cómo entraste aquí? Uno solo había enmudecido, y respecto de uno solo se había dicho: Atadle manos y pies y arrojadlo a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Por qué? Son muchos, en efecto, los llamados; pocos, en cambio, los elegidos. ¿Por qué ha de haber quien contradiga esta afirmación de la verdad? Arrojadle, dijo, a las tinieblas exteriores. Se trata ciertamente de aquel de quien dice el Señor: Muchos son, en efecto, los llamados; pocos, en cambio, los elegidos. Así, pues, a los pocos no se les arroja fuera. Ciertamente era uno solo el que no tenía el vestido nupcial. Arrojadle fuera. ¿Por qué se le arroja? Muchos son, en efecto, los llamados; pocos, en cambio, los elegidos. Dejad a los pocos; arrojad a los muchos. Ciertamente era uno solo. Este único no sólo eran muchos, sino que hasta superaban en número a la muchedumbre de los buenos, También los buenos son muchos; pero en comparación de los malos son pocos. Es mucho el trigo que ha nacido, pero compáralo con la paja y resultará pequeña la cantidad de grano. En sí mismos son muchos; en comparación de los malos, pocos. ¿Cómo probamos que en sí mismos son muchos? Muchos vendrán de oriente y de occidente. ¿Adónde? A aquel banquete al que entran buenos y malos. Refiriéndose a otro, añadió: Y se sentarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Este es el banquete al que no tendrán acceso los malos. Recibamos dignamente el que tenemos ahora para llegar al otro. Los mismos son muchos y pocos. Muchos considerados en su número; pocos en comparación de los malos. ¿Qué dice, pues, el Señor? Encontró a uno solo y dice: «Sean arrojados fuera muchos; queden dentro pocos». Decir muchos son, en efecto, los llamados; pocos, en cambio, los elegidos no es otra cosa que indicar claramente quiénes en este banquete son tales que serán llevados al otro al que no tendrá acceso ningún malo.
5. ¿Qué decir? No quiero que ninguno de los que os acercáis a la mesa del Señor aquí presente os encontréis entre los muchos que serán separados, sino en compañía de los pocos que permanecerán. ¿Cómo os será posible? Recibid el vestido nupcial. «Explícanos, dirás, cuál es el vestido nupcial». Sin duda, es aquel vestido que sólo poseen los buenos, los que han de quedar en el banquete, los que quedarán para el banquete al que ningún malo tendrá acceso, los que han de ser conducidos a él por la gracia del Señor. Esos son los que tienen el vestido nupcial. Busquemos, pues, hermanos míos, quiénes entre los fieles tienen algo que no poseen los malos; eso será el vestido nupcial. ¿Los sacramentos? Veis que son comunes a los buenos y a los malos. ¿El bautismo? Es cierto que nadie llega a Dios sin el bautismo, pero no todo el que tiene el bautismo llega a Dios 258.No puedo comprender que sea el bautismo, es decir, el sacramento, el vestido nupcial: es un vestido que veo en buenos y malos. Tal vez lo es el altar o lo que se recibe en él. Pero vemos que muchos comen, y comen y beben su condenación. ¿Qué cosa es, pues? ¿El ayuno? También los malos ayunan. ¿El venir a la Iglesia? También la frecuentan los malos. Para concluir, ¿el hacer milagros? No sólo los hacen los buenos y los malos, sino que a veces no los hacen los buenos. Por ejemplo, en el antiguo pueblo hacían milagros los magos del faraón y no los hacían los israelitas. Entre éstos sólo Moisés y Aarón los hacían. Los demás no los hacían, pero los veían, temían, creían. ¿Acaso eran mejores los magos del faraón, que hacían milagros, que el pueblo de Israel que no podía hacerlos y como pueblo pertenecía a Dios? Ya dentro de la Iglesia, escucha al Apóstol: ¿Acaso son todos profetas? ¿Acaso tienen todos el don de curaciones? ¿Hablan todos lenguas?
6. ¿Cuál es, pues, aquel vestido nupcial? Este es: El fin del mandamiento, dice el Apóstol, es el amor que procede de un corazón puro, de la conciencia recta y de la fe no fingida. Este es el vestido nupcial. No cualquier amor, pues con frecuencia se ve amarse a hombres partícipes de mala conciencia. Quienes se unen para cometer robos u otras acciones perversas, quienes juntamente aman a los histriones, quienes se unen para aclamar a los aurigas y cazadores, en la mayor parte de los casos se aman entre ellos; pero no existe en ellos el amor que procede de un corazón puro, de una conciencia recta y de una fe no fingida. Tal amor es el vestido nupcial. Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, me he hecho semejante a un bronce que suena o a un címbalo que retiñe. Llegaron las lenguas solas y se les dice: «¿Por qué habéis entrado aquí sin poseer el vestido nupcial? Si tuviera, dice, el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda ciencia; si tuviera fe hasta trasladar los montes, si no tengo amor, nada soy. Lo mismo dígase de los milagros de los hombres que, la mayor parte de las veces, no tienen el vestido nupcial. Sí tuviera todas estas cosas y no tengo a Cristo, nada soy. Nada soy, dijo. Entonces, ¿no es nada la profecía? ¿No es nada el conocimiento de los misterios? No es que estas cosas sean nada; soy yo quien aunque tenga tales cosas, si no tengo amor, nada soy. ¡Cuántos son los bienes que nada aprovechan por faltar el único bien! Sí no tengo amor, aunque reparta limosnas a los pobres, aunque llegue por la confesión del nombre de Cristo hasta la sangre, hasta el fuego-todo esto puede hacerse también por amor de la gloria 259, se trata siempre de cosas vanas. Puesto que es posible realizar cosas vanas por amor de la gloria y no por el amor exuberante de la piedad, menciona también esas cosas. Oyelas: , Si distribuyere todo lo mío para uso de los pobres y si entregare mi cuerpo para que arda, si no tengo amor, nada me aprovecha. Este es el vestido nupcial. Interrogaos a vosotros mismos; si lo poseéis, estáis seguros en el banquete del Señor. En un mismo hombre hay dos amores: la caridad y el amor pasional. Nazca en ti la caridad, si aún no ha nacido; y si ya ha nacido, aliméntala, nútrela, haz que crezca. El amor pasional no puede extinguirse del todo en esta vida, pues si diéramos que no tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no habita en nosotros. En la medida en que reside en nosotros ese amor pasional, en esa misma medida no carecemos de pecado. Crezca la caridad, disminuya el amor pasional. Para que la caridad llegue alguna vez a su perfección, apáguese el otro amor. Poneos el vestido nupcial. Me dirijo a vosotros, los que todavía no lo tenéis. Ya estáis dentro, ya os acercáis al banquete, pero aún no tenéis el vestido digno del esposo. Todavía buscáis vuestros intereses, no los de Jesucristo. El vestido nupcial se lleva como un honor a los casados, es decir, al esposo y a la esposa. Conocéis al esposo: Cristo. Conocéis a la esposa: es la Iglesia. Ofrecédselo a la novia; ofrecédselo al novio. Si lo ofrecéis dignamente a los que se casan, seréis sus hijos. Avanzad, pues, por este camino. Amad al Señor y en él aprended a amaros a vosotros, para que cuando, amando al Señor, os améis a vosotros, tengáis la seguridad de que amáis al prójimo como a vosotros mismos. Cuando encuentro a uno que no se ama a sí mismo, ¿cómo voy a permitirle que ame al prójimo como a sí mismo? ¿Hay alguien, se dirá, que no se ame a sí mismo? Hélo aquí: El que ama la maldad, odia su propia alma. ¿Acaso se ama quien amando su carne odia su propia alma, en perjuicio suyo, en perjuicio de su alma y de su carne? ¿Quién, pues, ama su alma? Quien ama a Dios con todo su corazón y con toda su mente. A ese tal le confío el prójimo. Amad al prójimo como a vosotros mismos.
7. ¿Quién es, dice, mi prójimo? Todo hombre es tu prójimo. ¿Acaso no tuvimos todos dos únicos progenitores? Prójimos son entre sí los animales de cualquier especie: la paloma de la paloma, el tigre del tigre, el áspid del áspid, la oveja de la oveja; ¿no va a ser prójimo un hombre de otro? Pensad en la creación. Lo dijo Dios, y las aguas produjeron los animales que nadan, los grandes cetáceos, los peces, las aves y especies semejantes. ¿Acaso todas las aves proceden de una única ave? ¿Proceden acaso todos los buitres de uno solo? La misma pregunta puede hacerse respecto de las palomas, las culebras, los dorados, las ovejas, por poner algunos ejemplos. Es cierto que la tierra produjo todas estas cosas al mismo tiempo. Cuando se llega al hombre, no es la tierra la que lo produjo. A nosotros Dios nos hizo un padre; uno solo, no dos 260. No hizo siquiera dos: padre y madre. A nosotros, digo, nos hizo Dios un único padre. No hizo siquiera dos: padre y madre, sino que del único padre extrajo una única madre. El único padre no procede de nadie, sino que fue hecho por Dios; la única madre procede del único padre. Considerad nuestra raza humana: todos hemos manado de una única fuente, y puesto que ésta se volvió amarga, todos nos hemos convertido en acebuches de olivos que éramos. Llegó también la gracia. Uno sólo engendró para el pecado y la muerte, pero una única raza, y todos prójimos de los unos para los otros; no sólo semejantes, sino también parientes. Vino uno contra uno; contra uno que dispersó, uno que recoge. Del mismo modo, contra uno que da muerte, uno que vivifica. Como en Adán todos mueren, así en Cristo todos son vivificados. Del mismo modo que todo el que nace de aquél muere, así todo el que cree en Jesucristo es vivificado. Pero solamente si tiene el vestido nupcial, si se le invita para permanecer, no para ser separado.
8. Tened, pues, caridad, hermanos míos. Os he expuesto qué es el vestido nupcial; os he expuesto cuál es el vestido. Se alaba la fe; es cierto que se alaba. Pero ¿qué clase de fe? El Apóstol distingue. El apóstol Santiago dice a quienes se glorían de su fe careciendo de buenas costumbres: Tú crees que hay un solo Dios, y haces bien. También los demonios creen y tiemblan. Recordad conmigo por qué fue alabado Pedro, por qué se le declaró bienaventurado. Porque dijo: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo. Quien lo proclamó bienaventurado no miró al sonido de las palabras, sino al afecto del corazón. ¿Queréis ver cómo la bienaventuranza de Pedro no se halló en sus palabras? Esto mismo dijeron también los demonios: Sabemos quién eres; tú eres el Hijo de Dios. Pedro confesó que Jesús era Hijo de Dios; eso mismo confesaron los demonios. Distingue, Señor, distingue. Distingue con claridad. La confesión de Pedro procede del amor; la de los demonios, del temor. Además, Pedro dice: Estoy contigo hasta la muerte; los demonios: ¿Qué tienes que ver tú con nosotros? Por tanto, tú que has venido al banquete no te gloríes de la fe solamente. Distingue entre fe y fe, y entonces se reconocerá en ti el vestido nupcial. Haga la distinción el Apóstol, instrúyanos él: Ni la circuncisión, dice, ni el prepucio valen algo; sólo la fe tiene valor. Di cuál: ¿acaso no creen también los demonios, y tiemblan? Escucha lo que afirmo, dice; distingo ahora mismo: Sólo tiene valor la fe que obra por la caridad. ¿Qué fe, pues? ¿Cuál? La que obra por la caridad. Aunque tenga toda la ciencia, dice, y toda la fe, de modo que traslade las montañas, si no tengo caridad, nada soy. Que vuestra fe vaya acompañada del amor, pues no podéis tener amor sin fe. Esta es mi amonestación, mi exhortación; esto es lo que enseño a vuestra caridad en el nombre del Señor: que vuestra fe vaya acompañada del amor, porque es posible tener fe y carecer de amor. No os exhorto a que tengáis fe, sino a que tengáis amor. No podéis tener amor sin fe; me refiero al amor a Dios y al prójimo. ¿Cómo puede existir éste sin la fe? ¿Cómo amará a Dios quien no cree en él? ¿Cómo amará a Dios el necio que dice en su corazón: No existe Dios? Puede darse que creas en la venida de Cristo, sin que le ames a él. Pero no es posible que ames a Cristo y no digas que ha venido.
9. Tened, pues, fe acompañada de amor. Ese es el vestido nupcial. Amaos mutuamente quienes amáis a Cristo; amad a los amigos, amad a los enemigos. No tengáis palabras duras. ¿Cuál es vuestra pérdida allí donde la ganancia es grande? ¿Por qué suplicas a Dios que te conceda como gran favor la muerte de tu enemigo? No es éste el vestido nupcial. Dirige tu mirada al mismo esposo, colgado por ti en la cruz, que ruega al Padre por sus enemigos: Padre, dice, perdónalos porque no saben lo que hacen. Después de haber escuchado lo que dice el esposo, pon tus ojos también en el amigo del esposo, invitado y vestido con el traje de bodas. Contemplad al bendito Esteban; ved cómo increpa a los judíos hasta parecer cruel y airado: Vosotros, gente de dura cerviz e incircuncisos de corazón y oídos, vosotros resistís al Espíritu Santo. ¿A cual de los profetas no dieron muerte vuestros padres? Escuchaste cómo se muestra cruel con la lengua. Todavía estás preparado para decir algo contra alguien; ¡ojalá fuera contra quien ofende a Dios, no contra quien te ofende a ti! Ofende a Dios y te callas; te ofende a ti y gritas: ¿Dónde está aquel vestido nupcial? Acabáis de escuchar cómo se ensañaba Esteban; oíd ahora cómo amaba. Ofendió a los que recriminaba y fue lapidado por ellos. Y al sentirse acosado y golpeado por las manos enfurecidas y las pedradas, dijo en primer lugar: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Luego, después de haber orado de pie por sí mismo, lo hizo de rodillas por quienes le lapidaban, con estas palabras: Señor, no les imputes este delito; yo moriré en carne, pero ¡que no mueran ellos en el corazón! Y, dicho esto, se durmió. Después de esas palabras, nada añadió. Las dijo y partió. Su última oración fue por los enemigos. Aprended a llevar el vestido nupcial. Haz también tú así; dobla tus rodillas, abaja tu frente a tierra y, al acercarte a la mesa del Señor, al banquete de las Sagradas Escrituras, no digas: « ¡Ojalá muera mi enemigo! Señor, si algo he merecido ante ti, da muerte a mi enemigo». Si esto dices, ¿no tienes miedo que te responda: «Si quisiera dar muerte a tu enemigo, ya te la hubiera dado a ti»? ¿Acaso te envaneces porque has venido ahora invitado? Piensa: poco antes, ¿qué fuiste? ¿No blasfemaste de mí? ¿No te burlaste de mí? ¿No quisiste borrar mi nombre de la tierra? A pesar de todo, celebras el haber venido como invitado. Si te hubiera dado muerte cuando eras enemigo, ¿a quién hubiese convertido en amigo? ¿Por qué en tu mala oración me invitas a que haga lo que no hice contigo? Más bien voy a ser yo, dice el Señor, quien te enseñe a imitarme. Colgado del madero dije: Perdónalos, porque no saben lo que hacen. Esto enseñé a mi soldado. En la lucha contra el diablo sé imitador mío. No hay otro modo de salir invicto en ella si no es orando por los enemigos. Dilo abiertamente, di también esto, di que persigues a tu enemigo; pero dilo sabiendo lo que dices; distingue en lo que dices. Mira que tu enemigo es un hombre; dime qué es lo que en él te provoca la enemistad. ¿Acaso el hecho de ser hombre? No, sin duda. ¿Entonces, qué? El ser malo. El hecho de ser hombre, obra mía ésta, no te provoca a la enemistad. Dios te dice: «Yo no hice malo al hombre; se hizo él por su desobediencia, al obedecer al diablo 261 antes que a Dios». Provoque tu enemistad lo que él hizo; es tu enemigo por ser malo, no por ser hombre. Escucho dos términos: hombre y malo. El primero va unido a la naturaleza; el segundo, a la culpa. Sano la culpa y conservo la naturaleza. Esto te dice tu Dios: «Mira que te hago justicia: doy muerte a tu enemigo; quito de él el hecho de ser malo y conservo su ser hombre; ¿acaso no he dado muerte a tu enemigo y le he hecho amigo tuyo, al convertir aquel hombre en bueno»? Que tu súplica sea ésta: no que perezcan los hombres, sino que desaparezcan las enemistades. Si, por el contrario, pides que muere el hombre, se da el caso de un malo que ora contra otro malo, y cuando pides: «Da muerte al malo», te responderá: «¿A quién de vosotros?»
10. Alargad vuestro amor, pero no sólo hasta vuestros cónyuges e hijos. Esto se da también en las bestias y en los pájaros. Conocéis bien cómo esos pájaros y golondrinas aman a sus cónyuges, guardan los huevos conjuntamente, en común nutren sus polluelos por una cierta y gratificante bondad natural, sin pensar en ninguna recompensa. Ningún pájaro dice: «Alimentaré a mis hijos para que cuando llegue a viejo me den de comer». Nada de esto piensa: su amor es gratuito, gratuitamente alimenta; manifiesta el afecto paterno, no busca recompensa. También nosotros; lo sé, me consta que así amáis a vuestros hijos. No son los hijos los que deben acumular bienes para los padres, sino los padres para los hijos. De este argumento os valéis para excitar 262 vuestra avaricia: adquirís para vuestros hijos, para ellos lo reserváis. Alargad vuestro amor, crezca aún más: el amar a los hijos y cónyuges no es todavía aquel vestido nupcial. Tened fe en Dios. Pero antes amadle. Alargad el amor hasta Dios, y a cuantos podáis, arrebatadlos hacia Dios. ¿Es un enemigo? Llévalo a Dios. ¿Es el hijo, la esposa, el siervo? Llévalo a Dios. ¿Es un peregrino? Llévalo a Dios. De nuevo, ¿es un enemigo? Llévalo a Dios. Arrebátalo, arrebátalo hacia Dios; arrebatándolo dejará de serlo. Progrese y nútrase la caridad, en modo tal que, nutriéndose, se perfeccione; vístase de este modo el traje nupcial; de este modo también, progresando, reescúlpase la imagen de Dios según la cual hemos sido creados. Por el pecado se había deteriorado, se había desgastado. ¿Cómo se deterioró? ¿Cómo se desgastó? Del restregarse contra la tierra. ¿Qué es ese restregarse contra la tierra? Consumirse por los afanes terrenos. Aunque el hombre camine en imagen, en vano se inquieta. En la imagen de Dios se busca la verdad, no la vanidad. Reesculpamos mediante el amor a la verdad aquella imagen según la cual fuimos creados, y devolvamos a nuestro César su propia imagen 263. Esto habéis escuchado en la respuesta del Señor a los judíos que querían tentarle: ¿Por qué me tentáis, hipócritas? Mostradme la moneda del tributo, es decir, la imagen y la inscripción. Mostradme lo que tributáis, lo que preparáis, lo que se os exige; enseñádmelo. Le presentaron un denario, y preguntó de quién era la imagen y la inscripción. Le respondieron: Del César. También este César busca su imagen. El César no quiere que perezca lo que él ordenó y Dios no quiere que perezca lo que él hizo. El César, hermanos míos, no hizo la moneda, la hacen los acuñadores; se ordena a los artífices que la hagan; lo mandó a sus ministros. La imagen estaba grabada en la moneda; en la moneda se halla la imagen del César. Con todo, busca lo que otros imprimieron: él atesora, él no quiere negarse a sí mismo. La moneda de Cristo es el hombre. En él está la imagen de Cristo, en él el nombre de Cristo, la función de Cristo y los deberes de Cristo,

SERMON 91
Jesús, hijo y Señor de David. La hipocresía de escribas y fariseos (Mt 22, 42-23, 12).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Después del año 400.

1. Como hemos escuchado en el Evangelio que se acaba de leer, se preguntó a los judíos cómo Jesucristo, nuestro Señor, era hijo de David, sí el mismo David le considera su Señor. Pregunta a la que no supieron responder. Del Señor conocían sólo lo que veían. Se les manifestaba, en efecto, como hijo del hombre; ocultamente, en cambio, era también Hijo de Dios. De aquí procede el que creyeran poder vencerle y el que le insultaran, cuando pendía de la cruz, con estas palabras: Si es el Hijo de Dios, baje de la cruz y creeremos en él. Algo veían y algo se les ocultaba. Si le hubiesen conocido, nunca hubiesen crucificado al rey de la gloria. Sabían, sin embargo, que Cristo sería hijo de David, pues todavía ahora esperan su venida. Se les oculta su llegada, mas porque quieren. Si no le reconocieron cuando pendía de la cruz, no por eso no debieron reconocerle ya reinando. ¿En qué nombre han sido convocados y bendecidos todos los pueblos sino en el de aquel que ellos no reconocen como Cristo? El es, en efecto, hijo de David; ciertamente de la estirpe de David, según la carne, e hijo de Abrahán. Si se dijo a Abrahán: En tu estirpe serán benditos todos los pueblos, y están viendo que la promesa es realidad en nuestro Cristo, ¿por qué esperan aún a quien ya vino y no temen su segunda venida? El mismo Jesucristo, nuestro Señor, sirviéndose del testimonio profético para afirmar su persona, dijo que él era piedra. Pero una piedra tal que, si alguien tropieza contra ella, se estrellará, y si cae sobre alguien, lo aplastará. Se tropieza contra él cuando yace en la humildad de la carne; en esta humildad hace estrellarse al que tropieza; cuando venga en la gloria aplastará al soberbio. Los judíos ya han tropezado y se han estrellado; queda todavía el que sean aplastados en su venida gloriosa, a no ser que, mientras viven, lo reconozcan para no morir. Dios es paciente y día a día les invita a creer.
2. Los judíos, pues, no supieron responder a la cuestión que les propuso el Señor sobre la filiación de Cristo, el Mesías. En efecto, al responder ellos que era hijo de David, continuó preguntando: ¿Cómo entonces David, inspirado, le llama Señor, al decir: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos bajo mis pies? Si, pues, David, inspirado, le llama Señor, ¿cómo es hijo suyo? No dijo «No es hijo suyo», sino ¿Cómo es hijo suyo? Al decir ¿cómo?, pregunta, no niega. Es como si les dijera: «Con razón decís que Cristo es hijo de David, mas ¿por qué David le llama Señor? Si le llama su Señor, ¿cómo es hijo suyo? Lo sabrían los judíos si estuviesen instruidos en la fe cristiana que nosotros profesamos. Si no cerrasen sus corazones al Evangelio; sí deseasen poseer la vida del espíritu, tras haberse imbuido de la fe de la Iglesia, responderían con estas palabras: «Porque en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios. He aquí por qué es Señor de David. Mas el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. He aquí cómo es hijo de David». Pero, al desconocer esto, enmudecieron y, manteniendo la boca cerrada, no fueron capaces de abrir sus oídos, para conocer, adoctrinados, la respuesta a la pregunta a la que no supieron responder.
3. Gran misterio es conocer cómo es al mismo tiempo Señor e hijo de David, cómo una persona es hombre y Dios; cómo en la forma humana es menor que el Padre y en la divina igual a él; cómo conjugar estas dos afirmaciones suyas: El Padre es mayor que yo y yo y el Padre somos una sola cosa. Es un gran misterio y, por eso, para poder comprenderlo, hay que acomodar las costumbres. El misterio está cerrado a los indignos y se abre a los que lo merecen. No llamamos a la puerta del Señor ni con piedras, ni con picaportes, ni con los puños ni a patadas. Es la vida la que llama; es a la vida a la que se le abre. Se pide, se busca, se llama con el corazón; al corazón se le abre. Corazón que ha de ser piadoso para que su petición, su búsqueda y su llamada sean adecuadas. La primera condición es arpar a Dios gratuitamente; ésta es la auténtica piedad: no buscar otra recompensa fuera de él, aunque la esperemos de él. Nada hay mejor que él. ¿Qué cosa de valor puede pedir a Dios aquel para quien Dios es cosa vil? Te otorga un trozo de tierra y te gozas, en cuanto amante de la tierra, hecho de tierra. Si te gozas cuando te da tierra, ¡cuánto más debes alegrarte cuando se te da el mismo que hizo el cielo y la tierra! Dios, por tanto, ha de ser amado gratuitamente. En efecto, el diablo, desconocedor del interior del santo Job, le acusa de un gran crimen, al decir: ¿Acaso Job adora a Dios desinteresadamente?
4. Por tanto, si el adversario 264 le echó en cara esto, debemos temer que nos lo reproche a nosotros. Tenemos que vérnoslas con quien es hábil en calumnias. Si pretende fingir lo que no existe, ¡cuánto más nos echará en cara lo que realmente existe! Alegrémonos, no obstante, de que el juez es tal que no puede ser engañado por nuestro acusador. Pues si tuviéremos por juez a un hombre, el enemigo le haría creer cuanto le viniese en gana. ¡Nadie más astuto que el diablo para fingir! Incluso ahora es él quien inventa los falsos crímenes atribuidos a los santos 265. Dado que no puede hacer valer sus acusaciones ante Dios, las esparce en medio de los hombres. ¿Y qué provecho saca de ello, diciendo el Apóstol: Nuestra gloria es el testimonio de nuestra conciencia? ¿O pensáis acaso que él se inventa los crímenes sin malicia alguna? Sabe muy bien el mal que causa si no se le ofrece resistencia con la vigilancia de la fe. Por eso esparce calumnias referidas a los buenos, para que los débiles no piensen que hay gente buena y se entreguen a la sensualidad y a la disipación, diciendo en su interior: «¿Quién hay que cumpla los mandamientos de Dios? O ¿quién hay que guarde la castidad?» De este modo, al pensar que no existe nadie, él mismo se convierte en nadie. Esto es obra del diablo. Job era tal que nada se podía inventar contra él; su vida, en efecto, era conocida y demasiado transparente. Pero, aprovechando que tenía muchas riquezas, le objetó algo que, de haber existido, sólo podía haber existido en su corazón, sin que pueda manifestarse en las costumbres. Rendía culto a Dios, hacía limosnas; pero nadie, ni siquiera el mismo diablo, sabía con qué intención hacía una y otra cosa; sólo Dios lo conocía. Dios testimonia a favor de su siervo, declarando al diablo calumniador. Permite que Job sea tentado; él sufre la prueba, y el diablo queda confundido. Se descubre que Job adora a Dios gratuitamente; que lo ama desinteresadamente; no porque le dio algo, sino porque no se apartó de su lado. Dice, en efecto: Dios me lo dio, Dios me lo quitó; como plugo a Dios, así ha sucedido. Sea bendito el nombre del Señor. Se aplicó el fuego de la tentación, pero encontró oro, no paja; eliminó la basura, pero no lo convirtió en cenizas.
5. Para comprender el misterio de Dios, es decir, cómo Cristo es Dios y hombre al mismo tiempo, hay que purificar el corazón. Y se purifica con las costumbres, con la vida, con la castidad, con la santidad, con el amor y con la fe que obra mediante la caridad. Lo que estoy diciendo, lo entenderéis si pensáis en un árbol que tuviera sus raíces en el corazón; de ningún otro lugar proceden las acciones sino de la raíz del corazón. Si has plantado en él la codicia, brotarán espinas; si, en cambio, has plantado el amor, brotarán frutos. Inmediatamente después de haber propuesto a los judíos esta cuestión que ellos no supieron responder, el Señor pasó a hablar de las costumbres para mostrarles por qué habían sido incapaces de comprender y responder a su pregunta. Al no haber podido responder, ellos, desgraciados y soberbios, deberían haber dicho: «Maestro, lo desconocemos; dínoslo tú». Callaron ante la pregunta y ni para preguntar abrieron la boca. Acto seguido, pensando en su soberbia, dijo el Señor: Precaveos ante los escribas, que aman la presidencia en las sinagogas y el primer puesto en los banquetes. Precaveos ante ellos, no porque tengan esas cosas, sino porque las aman. Aquí les acusó su corazón. Nadie puede ser acusador del corazón sino quien ve en él. Conviene, en efecto, que se otorgue el primer puesto al siervo de Dios que tiene algún cargo en la Iglesia, porque, si no se le otorga, el mal será para quien se niega a ello; ningún bien, en cambio, se deriva para aquel a quien se concede. Es conveniente, por tanto, que en la asamblea de los cristianos los que están al frente de ella se sienten en un lugar más elevado 266, para que mediante la misma sede se distingan de los demás y aparezca con claridad su ministerio; no para que a causa de ella se inflen, sino para que piensen en la carga de la que han de rendir cuentas. ¿Quién conoce si aman o no aman esto? Es cosa del corazón y no puede tener más juez que Dios. El mismo Señor prevenía a los suyos para que no viniesen a dar en tal fermento. Es lo que dice en otro lugar: Precaveos ante el fermento de los fariseos y saduceos. Pensando ellos que había dicho esto porque no habían traído pan, les respondió: ¿Ya os habéis olvidado de cuántos millares fueron saciados con cinco panes? Entonces comprendieron que llamaba fermento a sus doctrinas. Amaban estos bienes temporales; en cambio, ni temían los males, ni amaban los bienes eternos. Teniendo el corazón cerrado, no habían podido comprender lo que el Señor les preguntó.
6. ¿Qué ha de hacer la Iglesia de Dios para poder comprender lo que antes mereció creer? Haga a su alma capaz de recibir lo que se le va a dar. Para que esto sea una realidad, es decir, para que el alma adquiera capacidad, Dios nuestro Señor aplazó, no anuló sus promesas. Las aplazó para que nosotros nos extendamos; nos extendemos para crecer; crecemos para alcanzarlas. Advierte cómo el apóstol Pablo se extiende en esta prórroga: No digo que lo haya alcanzado o que sea perfecto. Hermanos, no pienso haberlo alcanzado; una sola cosa hago: olvidando lo que está detrás y extendido hacia lo que tengo delante, en mi intención persigo la palma de la vocación celeste de Dios en Cristo Jesús. El corría en tierra; la palma pendía del cielo. Por tanto, él corría en la tierra, pero en el Espíritu ascendía. Contémplale extendido; obsérvale colgado de las promesas aplazadas. Persigo, dice, la palma de la vocación celeste de Dios en Cristo Jesús.
7. Hay que caminar, pues; pero no hay que ungirse los pies, ni buscar caballerías ni procurarse navíos. Corre con el afecto; camina con el amor; asciende mediante la caridad. ¿Por qué buscas el camino? Adhiérete a Cristo, que con su encarnación y ascensión se hizo camino. ¿Quieres ascender? Agárrate al que asciende. En efecto, por tus solas fuerzas no puedes elevarte. Porque nadie subió al cielo sino quien bajó del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. Si nadie ascendió sino quien bajó, es decir, el mismo Hijo del hombre, Jesús nuestro Señor, ¿quieres subir también tú? Sé miembro del único que subió. Pues él, la cabeza, con los restantes miembros es un solo hombre. Y puesto que nadie puede subir a no ser quien asociándose a su cuerpo se hiciere miembro suyo, se cumple lo de que nadie subió sino quien bajó. No puedes decir: «Si nadie subió sino quien bajó, ¿cómo es que, por ejemplo, subió Pedro, Pablo y los apóstoles?» Se te responderá: «¿Qué escuchan, de boca del Apóstol, Pedro, Pablo, los restantes apóstoles y todos los fieles? Vosotros sois el cuerpo de Cristo y miembros suyos cada uno». Si, pues, son el cuerpo de Cristo y miembros de una sola persona, no hagas dos. El abandonó padre y madre y se unió a su esposa para ser dos en una sola carne. Abandonó el Padre, porque aquí no se manifestó en su forma igual al Padre, sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo. Abandonó a la madre, la sinagoga, de la que nació según la carne. Se unió a su esposa, es decir, a su Iglesia. Al mencionar este testimonio manifestó la indisolubilidad del matrimonio: ¿No habéis leído, dijo, que ya desde el inicio Dios los hizo macho y hembra? Serán dos en una sola carne. Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. ¿Qué significa dos en una sola carne? A continuación lo dice: Pues no serán dos, sino una sola carne. Ninguno subió sino quien bajó.
8. Mas para que conozcáis que el esposo y la esposa son un solo hombre-y me estoy refiriendo a la carne de Cristo, no a su divinidad, pues nosotros no podemos ser lo que es él según la divinidad: él es el creador, nosotros la creatura; él el hacedor, nosotros los hechos; él el hechor, nosotros la hechura; mas para que fuéramos con él una sola cosa en él, quiso ser nuestra cabeza, recibiendo carne de la nuestra en que morir por nosotros-; para que conozcáis, repito, que esta totalidad forma el único Cristo, dijo por el profeta Isaías: Como a un esposo me ciñó el turbante y como a una esposa me vistió de gala. El mismo es esposa y esposo. Pues-dijo-serán dos en una sola carne; y es una sola carne, no ya dos.
9. Por tanto, hermanos, siendo miembros de su cuerpo, para comprender este misterio, según dije, vivamos piadosamente y amemos a Dios con desinterés. El mismo que muestra a los peregrinos la forma de siervo, reserva para los que lleguen la forma de Dios. Con la forma de siervo pavimentó el camino; en la forma de Dios fundó la patria. Puesto que es mucho para nosotros comprender esto-aunque no lo sea el creerlo, pues si no creyereis, dice Isaías, no lo comprenderéis-, caminemos en la fe mientras dura nuestra peregrinación, hasta que lleguemos a la realidad en que le veremos cara a cara. Caminando en la fe, actuemos el bien. Sea desinteresado el amor a Dios manifestado en las buenas obras; sea constructor del bien el amor al prójimo. Nada tenemos que podamos dar al Señor; mas como tenemos qué dar al prójimo, dando al necesitado mereceremos a quien tiene en abundancia. Por tanto, cada cual dé al otro lo que tiene; otorgue al necesitado lo que tiene de más. Uno tiene dinero: alimente al pobre, vista al desnudo, levante la iglesia, obre con su dinero todo el bien que pueda. Otro posee don de consejo: dirija al prójimo; arroje las tinieblas de la duda con la luz de la piedad. Un tercero tiene ciencia: dé de la despensa del Señor, sirva el alimento a sus consiervos, conforte a los fieles, llame a los que yerran, busque a los perdidos, haga lo que pueda. Hay algo que también los pobres pueden ofrecer: uno puede acomodar sus pies a un cojo; otro conceder la guía de sus ojos a un ciego: uno visite a un enfermo; otro dé sepultura a un muerto. Estas cosas son comunes a todos, de forma que es muy difícil encontrar a uno que no tenga nada que ofrecer a otro. Queda siempre aquello último y grande que dice el Apóstol: Llevad mutuamente vuestras cargas y así cumpliréis la ley de Cristo,

SERMON 92
El Mesías, hijo y Señor de David (Mt 22, 42-46).

Lugar: Hipona o cercanías.
Fecha: Después del año 425. Según otros, entre el año 391 y el 405.

1. Los cristianos deben dar solución a la cuestión propuesta a los judíos. El señor Jesucristo que se la propuso, no se la resolvió a ellos, pero sí a nosotros. Lo recordaré a vuestra caridad y advertiréis que efectivamente lo hizo. Ante todo, ved el núcleo de la cuestión. Preguntó a los judíos su parecer respecto a Cristo, en concreto, de quién era hijo, pues también ellos esperan a Cristo. Lo leyeron en los profetas, esperaron al que había de venir y, presente en medio de ellos, le dieron muerte, pues donde leían que había de venir el Cristo, allí mismo leían que le iban a dar muerte. Pero lo cierto es que, apoyándose en los profetas, esperaban su llegada futura; su crimen también futuro, en cambio, no lo veían. Así, pues, les hizo una pregunta acerca del Cristo, es decir, no de algo desconocido, o de alguien cuyo nombre nunca hubiesen oído o cuya llegada nunca hubiesen esperado. Pues en el hecho de que aún ahora lo esperan, en eso mismo están en el error. Ciertamente también nosotros le esperamos, pero como juez, no como reo. Los santos profetas predijeron lo uno y lo otro: que había de venir primeramente para ser juzgado con injusticia, y que había de venir después para juzgar conforme a justicia. ¿Qué, pues, dijo, pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Respondieron ellos: De David. De todo punto conforme a las Escrituras. Pero él replicó: ¿Cómo es que David, llevado por el espíritu, le llama Señor al decir: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos como escabel de tus pies? Si, pues, David, llevado por el espíritu, le llama Señor, ¿cómo es su hijo?
2. Aquí hay que tomar precauciones y no pensar que Jesús negó ser hijo de David. No negó que fuese hijo de David, sino que preguntó el modo. «Dijisteis que es hijo de David; no lo niego; pero él le llama señor. Decidme cómo es hijo quien es también señor. Decidme cómo». Ellos no se lo dijeron, sino que callaron. Digásmolo nosotros, puesto que lo ha expuesto Cristo. ¿Dónde? Mediante su Apóstol. En primer lugar, ¿cómo probamos que lo expuso el mismo Cristo? Dice el Apóstol: ¿O acaso queréis recibir una prueba de Cristo que habla en mí? Por tanto, mediante el Apóstol, se ha dignado solucionar esta cuestión. Ante todo, ¿qué dijo Cristo, hablando por boca del Apóstol a Tímoteo? Acuérdate de que, según mi evangelio, Jesucristo, del linaje de David, resucitó de entre los muertos. Está probado que Cristo es hijo de David. ¿Cómo es también Señor? Dilo, Apóstol: Quien, existiendo en la forma de Dios, no juzgó objeto de rapiña ser igual a Dios. Reconoce al Señor de David. Si reconoces al Señor de David, Señor nuestro, Señor de cielo y tierra, Señor de los ángeles; si le reconoces igual a Dios en la forma de Dios, ¿dónde está el ser hijo de David? Pon atención a lo que sigue. El Apóstol te muestra que es Señor de David al decir: Quien, existiendo en forma de Dios, no juzgó objeto de rapiña el ser igual a Dios. ¿Cómo es hijo de David? Sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo; hecho a semejanza de los hombres, apareció en el porte como un hombre; se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó. Cristo, del linaje de David, hijo de David que se anonadó a sí mismo, resucitó. ¿Cómo se anonadó? Recibiendo lo que no era, sin perder lo que era. Se anonadó, es decir, se humilló. Siendo Dios, se manifestó como hombre. Caminando por la tierra fue despreciado quien hizo el cielo. Fue despreciado como si fuese hombre, como si no tuviese poder alguno. No sólo despreciado, sino hasta entregado a la muerte. Era una piedra en el suelo; en ella tropezaron los judíos y se hicieron añicos. ¿Qué dice él? Quien tropezare en esta piedra se estrellará, y sobre el que caiga, lo aplastará. Primeramente estuvo en la tierra y tropezaron; vendrá de arriba y los triturará.
3. Habéis visto ya al hijo y Señor de David; Señor de David, desde siempre; hijo de David, temporalmente; Señor de David en cuanto nacido de la sustancia del Padre; hijo de David en cuanto nacido de la Virgen María, concebido por el Espíritu Santo. Afirmemos una y otra cosa. Una será nuestra morada eterna; la otra será para nosotros la liberación del peregrinaje. Si nuestro Señor Jesucristo no se hubiese dignado ser hombre, hubiese perecido el hombre. Se hizo lo que hizo, para que no pereciese aquel a quien hizo. Verdadero hombre, verdadero Dios; Cristo en su totalidad es Dios y hombre. Esta es la fe católica. Quien niega que Cristo es Dios, es fotiniano'; quien niega que Cristo es hombre, es maniqueo. Quien confiesa que Cristo es Dios igual al Padre y hombre verdadero, que sufrió en verdad, que derramó sangre verdadera-no nos hubiese librado la verdad, si hubiese dado por nosotros un precio falso-; quien confiesa una y otra cosa, es católico. Tiene la patria, tiene el camino. La patria: En el principio era el Verbo; existiendo en la forma de Dios, no juzgó objeto de rapiña ser igual a Dios. El camino: El Verbo se hizo carne; se anonadó tomando la forma de siervo. El es la patria a la que nos dirigimos, él es camino por el que vamos 267.Vayamos por él a él y no nos perderemos.

SERMON 93
Parábola de las diez vírgenes (Mt 25, 1-13).

Lugar: ¿Cartago?
Fecha: En el año 410 6 411.
1. Quienes estuvisteis presentes el día de ayer, recordáis nuestra promesa 268. Promesa que, con la ayuda de Dios, he de cumplir hoy, no sólo para vosotros, sino también para la multitud que se ha reunido. No es fácil averiguar quiénes son las diez vírgenes, y quiénes las cinco prudentes y quiénes las cinco necias. A juzgar por el contenido de la lectura que quise que se leyera hoy a vuestra caridad 269, según el Señor me da a entender, no me parece que esta parábola o semejanza se refiera solamente a aquellas que por su santidad particular y más excelente reciben en la Iglesia el nombre de vírgenes, a las que, con término más frecuente, hemos acostumbrado a llamar sanctimoniales 270 .Al contrario, si no me engaño, se aplica a la Iglesia entera. Y aun en el caso de que lo refiriésemos a las llamadas sanctimoniales, ¿por qué se habla de diez? ¡En ningún modo puede reducirse a tan exigua cantidad tan gran multitud de vírgenes! Puede decir alguno: «¿Y si, aunque de nombre son muchas, en realidad son tan pocas que apenas se encuentran diez?» No es éste el caso, pues si quisiera que se comprendiese que solamente hay diez buenas, no presentaría allí las cinco necias. Si, pues, son muchas las vírgenes llamadas, ¿por qué a cinco se les cierran las puertas de la gran casa?
2. Hagámonos a la idea, amadísimos, de que esta parábola mira a todos nosotros, es decir, absolutamente a toda la Iglesia; no sólo a quienes están al frente de ella -de los cuales hablamos ayer-, ni sólo al pueblo cristiano, sino a todos. ¿Por qué, pues, habla de cinco y cinco? Estas cinco y cinco vírgenes son la totalidad de las almas de los cristianos. Mas para comunicaros lo que por inspiración divina sentimos, se trata no de cualesquiera almas, sino de las que poseen la fe católica y parecen tener buenas obras en la Iglesia de Dios. Con todo, de ellas cinco son prudentes y cinco necias. Veamos en primer lugar por qué se habla de cinco y por qué se las llama vírgenes. Luego consideraremos lo demás. Toda alma que vive en un cuerpo se asocia al número cinco, porque se sirve de cinco sentidos. Nada sentimos en el cuerpo que no entre por una de estas cinco puertas: la vista, el oído, el olfato, el gusto o el tacto. Quien se abstiene de ver, oír, oler, gustar o tocar lo que es ilícito, recibe el nombre de virgen por esta su integridad.
3. Mas si es cosa buena abstenerse de todos los movimientos sensoriales ilícitos, razón por la que cada alma cristiana recibe el nombre de virgen, ¿por qué se admiten cinco y se rechaza a otras cinco? Son vírgenes y, no obstante, son rechazadas. Es poco decir que son vírgenes; tienen también sus lámparas. Vírgenes, porque se abstienen de las sensaciones ilícitas; tienen lámparas, que son sus obras buenas. Obras buenas de las que dice el Señor: Brillen vuestras obras delante de los hombres para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. Igualmente dice a los discípulos: Estén vuestros lomos ceñidos y vuestras lámparas encendidas. En los lomos ceñidos se significa la virginidad; en las lámparas encendidas, las buenas obras.
4. No suele hablarse de virginidad con referencia a los casados; sin embargo, también en el matrimonio existe la virginidad de la fe, que engendra la pureza conyugal. Mas para que sepa vuestra santidad que no es inoportuno dar el nombre de virgen a cualquier alma, de hombre o de mujer, basándonos no en el cuerpo, sino en el alma y en la integridad de la fe, fe por la cual se abstiene de las cosas ilícitas y se ejecutan las obras buenas; para que lo sepa vuestra santidad, repito, a toda la Iglesia, que consta de vírgenes y niños, de mujeres y varones casados, se la designa con el único nombre de virgen. ¿Cómo lo probamos? Escucha lo que dice el Apóstol no sólo a las sanctimoniales, sino, al contrarío, a toda la Iglesia: Os he desposado con un único varón para mostraros a Cristo como una virgen casta. Y como han de tomarse precauciones ante el diablo, corruptor de esta virginidad, después de haber dicho: Os he desposado con un único varón para mostraros a Cristo como virgen casta, añadió: Temo, sin embargo, que, como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así vuestros sentidos se corrompan, perdiendo la castidad de Cristo. Pocas son las que tienen la virginidad corporal 271; todas, en cambio, deben tenerla en el corazón. Si es cosa buena abstenerse de lo ilícito, de lo cual recibe el nombre de virgen, y son dignas de alabanza las buenas obras, significadas en las lámparas, ¿por qué se admite a cinco y se rechazan otras cinco? Si es virgen y además lleva las lámparas y, con todo, no es admitida, ¿cómo se verá quién ni guarda la virginidad de las cosas ilícitas y camina en las tinieblas no queriendo tener obras buenas?
5. Sea esto, hermanos míos, sea esto lo que ocupe nuestra discusión. Pensad en uno que no quiere ver nada malo ni quiere oírlo tampoco, que aparta su olfato de los perfumes ilícitos de los sacrificios, que retira su gusto de los alimentos ilícitos de los sacrificios, que huye del abrazo de la mujer ajena, que parte su pan con el hambriento, que acoge en su casa al huésped, viste al desnudo, pacifica al litigante, visita al enfermo y da sepultura a los muertos: ved que es virgen, ved que tiene las lámparas. ¿Qué más buscamos? Busco algo todavía. ¿Qué es lo que buscas?, dice. Busco algo todavía; el Evangelio me hizo poner atención. Entre las mismas vírgenes que llevaban las lámparas, a unas las llamó prudentes, y a otras necias. ¿Dónde lo vemos? ¿Cómo discernir las unas de las otras? Por el aceite. El aceite significa algo grande, realmente grande. A tu juicio, ¿no es la caridad? Lo decimos en plan de búsqueda, sin precipitarnos en afirmarlo. Os diré por qué me parece a mí que en el aceite está significada la caridad. Dice el Apóstol: Os muestro un camino aún más excelente. ¿A cuál se refiere? Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o como címbalo que retiñe. Este es el camino excelente, es decir, la caridad, que con razón se halla significada en el aceite. El aceite es el menos pesado de todos los líquidos. Vierte un poco de agua y echa encima aceite; éste queda encima. Echa ahora aceite, vierte agua encima, y el aceite subirá a la superficie. Si sigues el orden natural, el aceite vence; si lo cambias, él vence igualmente. La caridad nunca cae.
6. ¿Qué diremos ahora, hermanos? Ya hemos hablado de las cinco vírgenes prudentes y de las cinco necias. Unas y otras quisieron salir al encuentro del esposo. ¿Qué significa ir al encuentro del esposo? Ir con el corazón, esperar su venida. Pero él se retardaba. En este retraso se durmieron todas. ¿Qué quiere decir todas? Tanto las prudentes como las necias; les entró el sueño a todas y se durmieron. ¿Hemos de pensar que se trata de un sueño bueno? ¿Qué es este sueño? ¿Quizá que, debido al retraso del esposo y a la abundancia de la maldad, se entibia la caridad de muchos? ¿Es así como debemos entender este sueño? No me agrada esta interpretación y diré por qué. Porque están incluidas también las prudentes, y cuando dijo el Señor: Al rebosar la iniquidad, se entibiará la caridad de muchos, añadió también: En cambio, quien perseverare hasta el final, ése se salvará. ¿Dónde queréis colocar a estas prudentes? ¿Acaso no entre las que perseveraron hasta el final? El único motivo, hermanos, absolutamente el único motivo por el que se les permitió entrar fue el haber perseverado hasta el final. Por tanto, no les sorprendió el enfriamiento de la caridad; no se entibió en ellas la caridad, sino que hierve hasta el final. Gracias a ese hervor hasta el final, se les abrieron las puertas del esposo. Gracias a él se les dijo que entraran como a aquel siervo extraordinario: Entra en el gozo de tu Señor. ¿Qué significa, pues, les entró el sueño a todas? Existe otro sueño del que nadie puede evadirse. ¿No os acordáis de lo que dice el Apóstol: No quiero, hermanos, que ignoréis a propósito de los que duermen, es decir, de los que han muerto? ¿Por qué se les llama durmientes, sino porque en su día resucitarán? Luego se durmieron todas. Sea virgen prudente, sea virgen necia, todas sufren el sueño de la muerte.
7. Algunas veces dicen para sí los hombres: «El día del juicio está a las puertas; tantos son los males y las tribulaciones se multiplican; todo cuanto los profetas predijeron está ya casi cumplido; el día del juicio, por tanto, apremia». Quienes esto dicen y lo dicen con fe, es como si fueran con sus pensamientos al encuentro del esposo. Pero he aquí que se sucede guerra sobre guerra, tribulación sobre tribulación, terremoto sobre terremoto, hambre sobre hambre, pueblo sobre pueblo 272 y aún no llega el esposo. Mientras se espera su llegada, duermen todos los que dicen: «Ya llega y el día del juicio nos encontrará aquí». Mientras dice esto, duerme. Por tanto, esté atento a su sueño y permanezca en la caridad hasta el momento del sueño. Que el sueño le encuentre a la espera. Suponte que se durmió. ¿Acaso el que duerme no se levantará? Se durmieron, pues, todas, tanto las prudentes como las necias.
8. ¿Qué significa a media noche? Cuando menos se espera, cuando en ningún modo se cree. Noche está por ignorancia. Alguien hace sus cálculos: «Desde Adán han pasado ya tantos años; se cumplirán seis mil años y acto seguido, según los cálculos de ciertos comentadores, vendrá el día del juicio». Y llegan, pasan esos años y todavía se retarda la llegada del esposo, y las vírgenes que habían salido a su encuentro están dormidas. Y he aquí que cuando ya no se espera, cuando se dice: «Se esperaba el término de los seis mil años, pero ya pasaron, ¿cómo sabremos cuándo ha de venir?», vendrá a media noche. ¿Qué significa esto? Vendrá en el tiempo de tu ignorancia. ¿Por qué? Escucha al mismo Señor: No os corresponde a vosotros conocer los tiempos, cosa que el Padre ha reservado a su poder. El día del Señor, dice el Apóstol, vendrá como un ladrón en la noche. Por tanto, mantente en vela durante la noche para no sufrir la acción del ladrón. El sueño de la muerte vendrá, quieras o no.
9. Habiéndose producido un clamor a media noche... ¿Qué clamor es éste sino aquel del que habla el Apóstol: En un abrir y cerrar de ojos, al sonido de la última trompeta? Sonará la trompeta; los muertos resucitarán incorruptos y nosotros seremos transformados. Después del clamor de media noche, en el que se decía: He aquí que llega el esposo, ¿qué sigue? Se levantaron todas. ¿Qué significa se levantaron todas? Llegará el momento, dijo el mismo Señor, en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz y saldrán. Por tanto, al sonido de la última trompeta resucitaron todos. Pero aquellas vírgenes prudentes tomaron consigo aceite en sus vasijas; las necias, en cambio, no. ¿Qué quiere decir no tomaron aceite consigo en sus vasijas? ¿Qué es en sus vasijas? En sus corazones.. Por ello dice el Apóstol:. Nuestra gloria es ésta: el testimonio de nuestra conciencia. Allí está el aceite, la gran cosa que es el aceite; este aceite es un don de Dios. Finalmente, los hombres pueden poner dentro el aceite, pero no pueden crear el olivo. Tengo aceite; ¿acaso lo creaste tú? Es un don de Dios. Tienes aceite; llévalo contigo. Algo es, llévalo contigo. Tenlo en tu interior, agrada allí a Dios.
10. En efecto, estas vírgenes necias que no llevaron consigo el aceite, con su abstinencia -por la que reciben el nombre de vírgenes- y con sus buenas obras -cuando parecen llevar las lámparas- buscan agradar a los hombres. Y si buscan agradar a los hombres y por este motivo hacen todas sus obras laudatorias, no llevan el aceite consigo. Tú, por tanto, llévalo contigo, llévalo en tu interior donde ve Dios; lleva allí el testimonio de tu conciencia. Quien camina guiado por el testimonio ajeno, no lleva consigo el aceite. Si te abstienes de las cosas ilícitas y realizas las buenas obras para ser alabado por los hombres, no hay aceite en tu interior. Además, cuando los hombres cesan en su alabanza, se apagan las lámparas. Ponga atención vuestra caridad. Antes de dormirse aquellas vírgenes, nada se dijo de que se apagasen sus lámparas. Las lámparas de las prudentes ardían con el aceite interior, con la seguridad de la conciencia, con la gloria interior, con su amor íntimo. Pero ardían también las de las necias. ¿Cómo es que ardían entonces? Porque no faltaban las alabanzas humanas. En cambio, después que se levantaron, es decir, en la resurrección de los muertos, comenzaron a preparar sus lámparas, es decir, a disponerse a dar cuenta a Dios de sus obras. Y dado que entonces no habrá nadie que alabe, todo hombre estará solo ante su causa; nadie habrá entonces que no se preocupe de sí mismo. No habiendo, por tanto, quienes vendiesen aceite, comenzó a faltar para las lámparas, y las necias se volvieron a las prudentes con estas palabras: Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan. Buscaban lo que había sido su costumbre, es decir, brillar con el aceite ajeno, caminar a la caza de alabanzas ajenas. Dadnos de vuestro aceite, porque nuestras lámparas se apagan.
11. Pero ellas contestaron: Por si acaso no bastase para vosotras y nosotras, id más bien a quienes lo venden y compradlo. Respuesta no de quien da un consejo, sino de quien se mofa. ¿Porque de quién se dice que eran prudentes y en ellas residía la sabiduría? Su sabiduría no procedía de ellas mismas, sino que habitaba en ellas la sabiduría de que se habla en cierto libro, la cual, cuando lleguen los males con que les ha amenazado, dirá a quienes la hayan despreciado: Y yo me reiré de vuestro infortunio. ¿Qué tiene de extraño que las prudentes se rían de las necias? ¿Qué es reírse?
12. Id a quienes lo venden y compráoslo vosotras, que no acostumbrabais vivir bien sino porque os alababan los hombres, quienes os vendían el aceite. ¿Qué significa: os vendían el aceite? Os vendían las alabanzas. ¿Quiénes, sino los aduladores, venden alabanzas? ¡Cuánto mejor os hubiese sido no haber condescendido con ellos, haber llevado aceite interiormente y haber hecho todas las buenas obras con recta conciencia! Entonces diríais: El justo me reprenderá y me argüirá con misericordia, pero el aceite del pecador no ungirá mi cabeza. Es mejor, dice, que me reprenda el justo, que me arguya él, que sea él quien me abofetee y me corrija antes de que el aceite del pecador unja mi cabeza. ¿Qué es el aceite del pecador, sino las caricias del adulador?
13. Id, pues, a quienes lo venden; eso es lo que acostumbrasteis a hacer. Nosotras no os lo damos. ¿Por qué? No sea que no baste para nosotras y vosotras. ¿Qué es: no baste? Esta afirmación no procede de la desesperación, sino de la humildad sobria y piadosa. Pues aunque una persona buena tenga la conciencia tranquila, ¿cómo puede saber cuál será el juicio de aquel a quien nadie engaña? Tiene la conciencia tranquila, no tiene escrúpulos de crímenes perpetrados en su corazón, pero pensando en ciertos pecados cotidianos de la vida humana, aunque la conciencia esté tranquila, dice a Dios, no obstante: Perdónanos nuestras deudas, porque cumplió lo que sigue a continuación: Como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. De corazón partió su pan con el hambriento, de corazón vistió al desnudo; con el aceite interior hizo sus buenas obras y, no obstante, aquella conciencia tranquila tiembla ante el día del juicio.
14. Observa ahora qué significa: Dadnos aceite. Por respuesta escucharon: Id más bien a quienes lo venden. Por haberos acostumbrado a vivir rectamente por las alabanzas humanas, no traéis aceite con vosotras; nosotras, sin embargo, no os lo vamos a dar, no sea que no baste para nosotras y vosotras. Apenas podemos emitir un juicio sobre nosotras, ¡cuánto menos podemos juzgaros a vosotras! ¿Qué quiere decir: Apenas podemos emitir un juicio sobre nosotras? Cuando el rey justo se siente en su trono, ¿quién se gloriará de tener un corazón casto? Quizá tú no halles nada en tu conciencia, pero sí aquel que ve mejor, aquel cuya mirada divina penetra en lo más secreto. Quizá vea algo, quizá encuentre algo. ¡Cuánto mejor será para ti decirle: No entres a juicio con tu siervo! ¡Cuánto mejor te será decir también: Perdónanos nuestras deudas! Porque también a ti se te dice, con referencia a aquellas antorchas, a aquellas lámparas: «Tuve hambre y me diste de comer». ¿Qué decir? ¿Acaso ellas no lo hicieron también? No lo hicieron ante él. ¿Cómo lo hicieron, pues? De la forma que prohíbe el Señor al decir: Procurad no hacer vuestra justicia en presencia de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis la recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. No seáis como los hipócritas cuando hacéis vuestra oración. Aman ponerse en pie en las plazas y orar para ser vistos por los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Compraron el aceite, abonaron el precio; lo compraron, no les engañaron en las alabanzas humanas; las buscaron y las obtuvieron. Pero estas alabanzas no les servirán de ayuda en el día del juicio. Aquellas otras, en cambio, ¿cómo las hicieron? Brillen vuestras buenas obras delante de los hombres para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos. No dijo: «Y os glorifiquen a vosotros». El aceite que tienes no lo tienes de ti mismo. Jáctate 273 diciendo: «Tengo aceite, pero recibido de él». ¿Qué tienes que no hayas recibido? Por tanto, de un modo actuaron unas y de otro las otras.
15. No hay que extrañarse de que cuando van a comprar, cuando buscan quienes las alaben, no hallen; cuando buscan quienes las consuelen, no encuentren. La puerta está abierta, viene el esposo y la esposa, la Iglesia glorificada ya con Cristo, para unir a sí a cada miembro. Y entraron con él a las' bodas y se cerró la puerta. Luego llegaron también las necias; ¿compraron acaso aceite o hallaron quienes se lo vendieran? Por esto encontraron las puertas clausuradas. Comenzaron a llamar, pero era tarde.
16. Se nos dijo, con verdad y sin engaño alguno: Llamad y se os abrirá. Pero ahora, mientras dura el tiempo de la misericordia, no cuando sea el tiempo del juicio. No debemos confundir estos tiempos, puesto que la Iglesia canta la misericordia y el juicio del Señor. Es éste el tiempo de la misericordia: haz penitencia. ¿Tienes en tu poder el hacerla en el tiempo del juicio? Te hallarás entre aquellas vírgenes a las que se les cerró la puerta. Señor, Señor, ábrenos. ¿Acaso no hicieron penitencia al no llevar aceite consigo? ¿Pero qué les aprovechó la penitencia tardía, cuando se reía de ellas la verdadera sabiduría? Por tanto, se les cerró la puerta. Quien conoce todo, ¿no las conoció a ellas? ¿Qué significa, por tanto, no os conozco? Os desapruebo, os repruebo. No os conozco en mi arte; mi arte desconoce los vicios. Cosa grande ésta: desconoce los vicios y, sin embargo, los juzga. Los desconoce porque no los hace; los juzga cuando los reprueba. Así, pues, no os conozco.
17. Fueron y entraron las cinco vírgenes prudentes. ¡Cuán muchos sois, hermanos míos, en el nombre de Cristo! Hállense entre vosotros las cinco vírgenes prudentes, es decir, los que pertenecen a esta prudencia significada en el número cinco. Vendrá, en efecto, la hora; vendrá y en el momento que desconocemos. Vendrá a media noche, estad en vela. Así concluye el relato evangélico: Velad, porque no sabéis ni el día ni la hora. Si, pues, hemos de dormir, ¿cómo estaremos en vela? Vela con el corazón, con la fe, con la esperanza, con la caridad, con las obras. Y una vez que te hayas dormido en el cuerpo, ya llegará el momento de levantarte. Cuando te hayas levantado, prepara las lámparas. Que no se te apaguen entonces, que ardan con el aceite interior de la conciencia; entonces te abrazará aquel esposo con abrazos incorpóreos, entonces te introducirá en la casa en que nunca duermas, en la que tu lámpara nunca pueda apagarse. Hoy, en cambio, nos fatigamos y nuestras lámparas fluctúan en medio de los vientos y tentaciones de este mundo. Pero arda con vigor nuestra llama para que el viento de la tentación más bien acreciente el fuego que lo apague.

SERMON 94
El siervo que oculta su talento (Mt 25, 2.4-30).

Lugar: Hipona.
Fecha: Después del año 425.

Los hermanos, señores 274 y obispos como yo, se han dignado visitarnos y alegrarnos con su presencia; pero ignoro por qué no quieren ayudarme en mi cansancio 275. He dicho esto a vuestra caridad en su presencia, para que vuestra audiencia interceda en cierto modo en favor mío ante ellos, de manera que, cuando se lo pida, prediquen ellos también. Den lo que han recibido; dígnense trabajar antes que buscar excusas. Vosotros recibid de buen grado las pocas cosas que os diga, a causa de mi cansancio y de que apenas puedo hablar. Tenemos, además, el relato de los beneficios concedidos por Dios a través de su mártir 276; escuchémoslo juntos con agrado. ¿De qué se trata? ¿Qué voy a decíros? Habéis escuchado en el Evangelio el premio para los siervos buenos y el castigo para los malos. El único pecado de aquel siervo reprobado y duramente condenado fue el no querer dar. Guardó íntegro lo que había recibido; pero el Señor buscaba los beneficios obtenidos con ello. Dios es avaro de nuestra salvación 277. Si así se condena a quien no lo dio, ¿qué deben esperar quienes lo pierden? Nosotros, pues, somos administradores; nosotros damos, vosotros recibís. Buscamos los beneficios: vivid bien. Tal es el beneficio obtenido de nuestra erogación. Pero no penséis que no es cosa también vuestra el dar. No podéis dar desde este lugar superior, pero os es posible en cualquiera en que os halléis. Donde se recrimina a Cristo, defendedle; responded a quienes murmuran de él; corregid a quienes blasfeman; alejaos de su compañía. Sí ganáis a algunos, eso es vuestro dar. Haced nuestras veces en vuestra casa. El obispo (episcopus) recibe este nombre porque observa desde arriba, porque se preocupa de vigilar 278. A cada uno, pues, en su casa, si es la cabeza de la misma, debe corresponderle el oficio del episcopado, es decir, de vigilar cómo es la fe de los suyos, no sea que alguno de ellos incurra en herejía, ya sea la esposa, o el hijo, o la hija, o incluso el siervo que fue comprado a tan caro precio. La disciplina apostólica puso al señor al frente del siervo y sometió el siervo al señor. Cristo, sin embargo, pagó por ambos el mismo precio. No despreciéis a los más pequeños de los vuestros; procurad con todo cuidado la salvación de los de vuestra casa. Si esto hacéis, estáis dando; no seréis siervos perezosos y no temeréis la condenación tan despreciable.

SERMON 94 A ( = Caillau II, 6 )
El martirio de San Juan Bautista (Mc 6, 17-29).

Lugar: Fuera de Hipona.
Fecha: Después del año 396.

1. Tras leer el presente capítulo del santo Evangelio que el Señor quiso poner ante nuestros ojos, a la Iglesia, amadísimos hermanos, no le queda duda alguna de que Juan es un mártir. Ya antes de la pasión del Señor mereció el martirio; antes nació y antes padeció, pero no como autor de la salvación, sino como precursor del juez. Iba delante del Señor, aceptándolo como humilde obsequio, concediendo la mayor altura al maestro celeste. ¿De dónde deducimos que Juan fue mártir? ¿Acaso fue apresado por los perseguidores de los cristianos, por ellos llevado al tribunal, interrogado, confesando a Cristo y padeciendo la muerte? Esto pueden decirlo los mártires posteriores a la pasión de Cristo. ¿De dónde le viene, pues, la condición de mártir? ¿Del hecho de haber sido degollado? No es la pena, sino la causa lo que hace un mártir 279. ¿Que ofendió a una mujer poderosa? ¿Cómo la ofendió? ¿Con qué motivo? Por decir la verdad al rey convertido en marido de ella, es decir, que no le era lícito tener la mujer de su hermano. La verdad se conquistó el odio y a consecuencia de ello llegó a la pasión y obtuvo la corona. Son estos frutos del siglo futuro. Se entrega a la danza la lujuria y es condenada la inocencia; condenada por los hombres, pero coronada por Dios omnipotente.
2. Que nadie diga: «No puedo ser mártir porque se acabó la persecución de los cristianos». Acabas de escuchar que Juan sufrió el martirio; y si lo consideras atentamente, murió por Cristo. «¿Cómo, dices, murió por Cristo si no se le sometió a un interrogatorio al respecto ni se le obligó a negarle?» Escucha a Cristo mismo que dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Si Cristo es la verdad, por Cristo sufre y es legítimamente coronado quien es condenado por defender la verdad. Que nadie busque excusas; todos los tiempos están abiertos para el martirio. Y nadie diga que los cristianos no padecen persecución. No es posible vaciar de contenido la sentencia del apóstol Pablo, puesto que es verdadera; por él habló Cristo; no mintió, pues. Dice así: Todos los que deseen vivir piadosamente en Cristo, padecerán persecución. Habla de todos, sin excluir ni separar a ninguno. Si quieres probar la verdad de lo que dijo, comienza a vivir piadosamente en Cristo. Verás cuán verdad es. ¿Acaso porque cesó la persecución por parte de los reyes terrenos, ya no ataca el diablo? Aquel antiguo enemigo está siempre alerta contra nosotros; no nos durmamos, pues. Sugiere placeres; mete en asechanzas, malos pensamientos; para incitar a una caída más dañina, pone delante ganancias, amenaza con daños. Se llega al momento preciso y resulta difícil rechazar la mala sugestión y aceptar de buen grado la muerte presente. Comprended, hermanos. Si alguien, por ejemplo una persona noble, que tiene tu vida en su poder, te obliga a proferir un falso testimonio, sin por ello decirte: «Niega a Cristo», ¿qué piensas que harías: elegir la falsedad o morir por la verdad? Y, con todo, no otra cosa sino «Niega a Cristo» es lo que te dice ese perseguidor. Si, como ya dijimos, Cristo es la verdad, efectivamente niega a Cristo quien niega la verdad. Niega la verdad todo el que dice mentira. ¿Por qué profiere el falso testimonio? Porque teme, ciertamente. ¿No sufren persecución todos los cristianos que luchan por la verdad? Actualmente todos están sometidos a prueba y cada uno sufre la tentación en su vida concreta.
3. ¿Qué te iba a hacer quien te amenaza con la muerte, el sediento de sangre, hinchado de poder, elevado como el humo; qué te iba a hacer tu enemigo que te impelía al perjurio y al falso testimonio? ¿Qué te iba a hacer? Responde la debilidad: «Me daría muerte». «No te daría muerte». «Yo sé bien que me mataría». Si es así, también yo te responderé: «Tú, hermano, tú que profieres el falso testimonio eres quien te das muerte». Aquél procuraría la muerte, pero a tu cuerpo; ¿qué haría a tu alma? Derrumbaría la casa, pero sería coronado el que la habitaba. Mira lo que te hubiera hecho tu enemigo si te hubieses mantenido en la verdad y no hubieses dicho falso testimonio: Ciertamente te hubiese procurado la muerte, pero del cuerpo, no del alma. Escucha a tu Señor que presurosamente te ofrece garantías: No temáis, dijo, a los que dan muerte al cuerpo y no pueden hacer más; temed más bien a quien tiene poder de dar muerte a cuerpo y alma y de arrojarlos a la gehena. Temed a éste, pues.' A éste temió Juan; no quiso callar la verdad y sufrió la maldad de los hombres perversos. A causa de aquella mujer se ganó la enemistad del rey y alcanzó el martirio.
4. Así, pues, cuantos quieren vivir piadosamente en Cristo, son sacudidos por idéntica persecución. Pues o sufren persecución por ganancias mundanas o por el temor del daño; o bien por la vida presente, o bien por la amenaza de la muerte. Lo cierto es que por este mundo no pasa sin persecución. Pero hay que discernir la causa por la que cada uno la sufre; y solamente serán verdaderos mártires y serán coronados con toda justicia los que luchan por la verdad, que es Cristo. Pues quienes sufren persecución por causa de este mundo en lo que tiene de malo, pueden soportar un suplicio temporal.
5. En la lectura de hoy hemos aprendido a luchar por la verdad hasta la muerte y a no proferir falso testimonio, a no perjurar y a mantenernos firmes en la justicia en medio de los peligros, pues no es cosa grande hacerlo cuando se vive en seguridad y placeres. En consecuencia, tengamos siempre presente que el diablo, nuestro tentador y perseguidor, esta en vela contra nosotros. Bajo el nombre y la ayuda del Señor nuestro Dios estemos también nosotros en vela, y con más fervor, contra él para que no nos supere en nada mediante la codicia por la que suele tentar. En efecto, ¿a quién no vencen la codicia y el temor, que son los dardos del enemigo? Con ellos, los hombres que tienen su esperanza en este mundo se enredan como con distintos lazos, de forma que no consiguen alcanzar la verdad. Dos son las puertas que tiene el demonio, a las que llama para entrar: la primera es la codicia; la segunda el temor'. Si encuentra cerradas una y otra puerta en el creyente, pasa de largo. «¿Y qué es, preguntas, la codicia? ¿Qué el temor?» Escúchalo para que no desees lo que es pasajero y no temas por lo que con el tiempo se esfuma y perece. Entonces precisamente tu enemigo no hallará nido donde habitar; porque tenemos que vérnoslas con un combate que durará hasta el final de la vida; no solamente nosotros los que estamos de pie o sentados en un lugar superior y os hablamos, sino también la totalidad de los miembros de Cristo. También para ellos hay combate.
6. Respecto a lo cual existe todavía hoy en Numidia la costumbre de conjurar a los siervos de Dios de este modo: « ¡Ojalá venzas! » Comprendes que eso no se diría si no hubiese una lucha. Pues tanto aquí donde estamos hablando como en Cartago, en toda la provincia proconsular y la Bysacena, e incluso en Trípoli, la frase con la que los siervos de Dios suelen conjurarse entre sí es ésta: « ¡Por tu corona! » Tal corona nadie la recibirá si no precede una victoria. También yo os conjuro por vuestra corona a que luchéis de todo corazón contra el diablo; y si juntos vencemos, juntos seremos coronados también. ¿Por qué nos decís: « ¡Por vuestra corona! » y obráis y vivís mal? Vivid bien, obrad bien; tened una vida recta tanto dentro como fuera de casa, y seréis nuestra corona. Cuando instruía al pueblo de Dios que sois vosotros es cuando el Apóstol decía: Sois mi gozo y mi corona, permaneced en el Señor. Si sonríe la prosperidad temporal, permaneced en el Señor; si brama la adversidad, permaneced firmes en el Señor. No caigáis de aquel que siempre se mantiene en pie y de pie contempla al que lucha, y os ayuda para que, manteniéndoos en pie y en lucha, alcancéis la victoria y finalmente os acerquéis a él para que os corone.

SERMON 95
La multiplicación de los panes y el vestido nupcial (Mc 8, 1-9; Mt 22, 11-14).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.

1. Al exponeros la Sagrada Escritura, actúo como si partiese el pan para vosotros. Vosotros, hambrientos, recibidlo y eructad la hartura con la alabanza del corazón. Y quienes tenéis banquetes de ricos, no seáis débiles en buenas obras y acciones. Lo que os sirvo a vosotros, no es mío. De lo que coméis, de eso como; de lo que vivís, de eso vivo. En el cielo tenemos nuestra común despensa: de allí procede la palabra de Dios.
2. Los siete panes significan la septiforme operación del Espíritu Santo 280;los cuatro mil hombres, la iglesia constituida sobre los cuatro evangelios; los siete canastas de restos, la perfección de la Iglesia. Muy frecuentemente se simboliza la perfección mediante este número. ¿Por qué se dijo: Te alabaré siete veces al día? ¿Acaso yerra el hombre que alaba al Señor más a menudo? ¿Qué significa, pues, te alabaré siete veces, sino: Nunca cesaré de alabarte? Quien dice siete veces se refiere a todo el tiempo. Por lo cual, la historia se desarrolla en el ciclo de siete días. ¿Qué es, pues, te alabaré siete veces al día, sino lo que se dice en otro lugar: Su alabanza está siempre en mi boca? Por esa misma perfección simbolizada, el apóstol Juan escribe a siete iglesias. El Apocalipsis 281 es un libro de San Juan evangelista en el que escribe a siete iglesias. Sed veraces, reconoced las canastas. No se perdieron aquellos fragmentos; al contrario, puesto que también vosotros pertenecéis a la Iglesia, os han sido ciertamente de provecho. Al exponeros estas cosas, hago de servidor de Cristo; vosotros, al escucharlas con tranquilidad, estáis como recostados. Aunque con el cuerpo estoy sentado, en el corazón estoy de pie a vuestro lado 282 y con solicitud os sirvo, no sea que a alguno de vosotros le repugne no el alimento, sino el plato. Conocéis el banquete que ofrece Dios; lo habéis escuchado con frecuencia; lo buscan las mentes, no los vientres.
3. Ciertamente, con siete panes se saciaron cuatro mil hombres. ¿Hay cosa más maravillosa? Y, con todo, hubiese sido poco si no se hubiesen llenado también siete canastas con los restos. ¡Grandes misterios! Se hacían y con el mismo ser hechos hablaban. Aquellos hechos, si los comprendes, son palabras .También vosotros estáis entre los cuatro mil, puesto que vivís bajo el cuádruple evangelio. En tal número no se contaron las mujeres y los niños. Así está escrito: Los que comieron eran cuatro mil hombres, exceptuadas las mujeres y los niños. Como si careciesen de número los insensatos y afeminados. Con todo, comen también éstos. Coman, sí; quizá los niños crezcan y dejen de serlo; quizá los afeminados se corrijan y se hagan castos. Coman: nosotros damos, repartimos. Quiénes sean éstos, lo sabe Dios que examina a los participantes en su banquete y, si no se hubieren corregido, quien sabe invitar sabe también apartar.
4. Lo sabéis, hermanos; recordad la parábola evangélica; recordad que el Señor entró a examinar a los sentados en cierto banquete suyo. Como está escrito, el padre de familia que había invitado encontró allí un hombre desprovisto del vestido nupcial. Había invitado a la boda aquel esposo, hermoso en su aspecto más que todos los hijos de los hombres. Aquel esposo se hizo feo porque su esposa era fea, para hacerla hermosa. ¿Cómo se hizo feo quien era hermoso? Si no lo demuestro, soy un blasfemo. El profeta me da un testimonio de su hermosura al decir: Más hermoso por su aspecto que los hijos de los hombres. Otro profeta me aporta el testimonio de su deformidad al afirmar: Le vimos y no tenía hermosura ni decoro; al contrario, su rostro era abyecto y su compostura deforme. ¡Oh profeta que dijiste: Más hermoso por su aspecto que los hijos de los hombres! Eres objeto de contradicción. Otro profeta surge contra ti y dice: «Mientes, nosotros le hemos visto». ¿Cómo dice: Más hermoso en su aspecto que los hijos de los hombres? Le vimos y no tenía hermosura ni decoro. Entonces, ¿se hallan en desacuerdo estos profetas respecto al que es ángulo de paz? Ambos hablaron de Cristo, ambos se referían a la piedra angular. En el ángulo se ponen de acuerdo las paredes. Si esto no sucede así, no hay edificio, sino una ruina. Los profetas van de acuerdo, no los dejemos en discordia. Más aún, conozcamos su paz, pues no saben litigar. ¡O profeta que dijiste: Más hermoso en su aspecto que los hijos de los hombres! ¿Cuándo lo viste? Responde; responde cuándo lo viste. Existiendo en forma divina, no consideró como objeto de rapiña el ser igual a Dios. Entonces le vi. ¿O dudas, acaso, de que quien es igual a Dios es más hermoso que los hijos de los hombres? Tú ya respondiste; responda ahora quien dijo: Le vimos y no tenía hermosura ni decoro. «Eso has dicho; di cuándo lo viste». Comienza con las palabras del otro; donde aquel acabó, allí empieza éste. ¿Dónde acabó aquél? Quien existiendo en forma de Dios, no juzgó objeto de rapiña ser igual a Dios. He aquí cuando lo vio más hermoso en su aspecto que los hijos de los hombres; dinos tú cuándo lo viste sin hermosura ni decoro. Pero se anonadó tomando la forma de siervo; hecho a semejanza de los hombres, fue hallado en su aspecto como un hombre. De su deformidad dice todavía: Se humilló haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz. «He aquí cuando le vi». Están, pues, de acuerdo estos dos pacíficos; uno y otro están en paz. ¿Qué hay más hermoso que Dios? ¿Qué más deforme que un crucificado?
5. Así, pues, este esposo, más hermoso en su aspecto que los hijos de los hombres, se hizo deforme para hacer hermosa a su esposa, a la que se refiere aquél: ¡Oh hermosa entre las mujeres!, y de la que se dice: ¿Quién es esta que sube emblanquecida, radiante de luz y no ennegrecida por el color de la mentira? Este esposo que invitó a la boda halló a un hombre desprovisto del vestido nupcial y le dice: Amigo, ¿cómo entraste aquí sin el vestido nupcial? Y él enmudeció. No halló qué responder. Y el padre de familia que había entrado dice: Atad le de manos y pies y arrojadle a las tinieblas exteriores; allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿A tan pequeña culpa corresponderá tamaña pena? Sí, tan grande. Se considera culpa pequeña no tener el vestido nupcial; pero es pequeña sólo para quienes no entienden. ¿Cómo se iba a enfadar tanto, cómo iba a juzgar tan duramente que, por no tener el vestido nupcial, lo enviase atado de pies y manos a las tinieblas exteriores, lugar del llanto y rechinar de dientes, si no se tratase de una culpa grave? Os digo: habéis sido invitados por mí, y si ha sido él quien lo ha hecho, lo ha hecho por mí. Todos os halláis presentes en el banquete; tened el vestido nupcial. Voy a exponer en qué consiste, para que todos lo tengáis y, si alguien que carece de él no me escucha 283, antes de que llegue el padre de familia a inspeccionar a sus invitados, cambie para mejor, adquiera el vestido nupcial y siéntese sin temor.
6. Amadísimos, no creáis que aquel que fue arrojado fuera significa a un solo hombre. En ningún modo. Son muchos .El mismo Señor que nos propuso esta parábola, el esposo que llama al banquete y da vida a los invitados, él mismo nos indicó que aquel hombre no simboliza a un único personaje, sino a muchos; allí, en el mismo lugar, en la misma parábola. No marcho lejos; ahí lo expongo, ahí parto el pan y lo sirvo para que comáis. Tras haber sido arrojado a las tinieblas exteriores quien no tenía el vestido nupcial, a continuación añadió: Pues muchos son los llamados y pocos los escogidos. ¿Arrojaste fuera a uno solamente, y dices: Muchos son los llamados y pocos los elegidos? Sin duda, a los elegidos no se les expulsó. Y precisamente ellos, los que permanecieron sentados a la mesa, eran los pocos; los muchos estaban simbolizados en aquella única persona, porque ella está en lugar del único cuerpo que componen los malos, los que no tienen el vestido nupcial.
7. ¿Qué cosa es el vestido nupcial? Busquémoslo en la Sagrada Escritura. ¿Qué es el vestido nupcial? Sin duda alguna se trata de algo que no tienen en común los buenos y los malos. Hallando esto, habremos hallado el vestido nupcial. De entre los dones de Dios, ¿cuál es el que no tienen en común los buenos y los malos? El ser hombres y no bestias es un don de Dios, pero lo poseen tanto buenos como malos. El que nos llegue la luz del cielo, el que las nubes descarguen la lluvia, las fuentes manen, los campos den fruto, es don de Dios, pero es común a buenos y malos. Entremos a la boda; dejemos de lado a quienes no vinieron a pesar de haber sido llamados. Centrémonos en los comensales, es decir, en los cristianos. Don de Dios es el bautismo; lo tienen buenos y malos. El sacramento del altar lo reciben tanto los buenos como los malos. Profetizó el inicuo Saúl, enemigo de aquel varón santo y justísimo; profetizó mientras lo perseguía. ¿Acaso se dice que sólo los buenos creen? También los demonios creen, y tiemblan. ¿Qué haré? He tocado todo y aún no he llegado al vestido nupcial. He abierto mi bolso, he revisado todo o casi todo y aún no he llegado a aquel vestido. En cierto lugar el apóstol Pablo me presentó un gran bolso repleto de cosas extraordinarias; las expuso ante mí y yo le dije: «Muéstramelo si es que has hallado aquel vestido nupcial». Comenzó a sacar las cosas una a una y a decir: Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles; si tuviera toda la ciencia y la profecía y toda la le, hasta trasladar los montes; si distribuyere todos mis bienes a los pobres y entregare mi cuerpo a las llamas. Preciosos vestidos; sin embargo, aún no ha aparecido el vestido nupcial. Preséntanoslo ya de una vez. ¿Por qué nos tienes en vilo, oh Apóstol? Quizá es la profecía el don de Dios que no tienen en común los buenos y los malos. Si no tengo caridad, dijo, de nada me sirve. He aquí el vestido nupcial; vestíos con él, ¡oh comensales! , para estar sentados con tranquilidad. No digáis: «Somos pobres para poder tener ese vestido». Vestid y seréis vestidos. Es invierno, vestid a los desnudos; Cristo está desnudo y a quienes no tienen el vestido nupcial, él se lo dará. Corred a él, pedídselo. Sabe santificar a sus fieles, sabe vestir a los desnudos. Para que, teniendo el vestido nupcial, no quepa el miedo a las tinieblas exteriores, a ser atado de miembros, manos y pies, nunca os falten las obras. Si faltan, cuando tenga atadas las manos, ¿qué ha de hacer? ¿Adónde ha de huir con los pies atados? Tened ese vestido nupcial, ponéoslo y sentaos tranquilos, cuando él venga a inspeccionar. Llegará el día del juicio. Se concede ahora un largo plazo; quien se hallaba desnudo, vístase de una vez.

SERMON 96
La renuncia (Mc 8, 34).

Lugar: Desconocido.
Fecha: En el año 416-417.

1. Duro y pesado parece el precepto del Señor, según el cual quien quiera seguirle ha de negarse a sí mismo. Pero no es duro y pesado lo que manda aquel que presta su ayuda para que se haga lo que manda. Pues también es cierto lo que se dice en el salmo: Por las palabras de tus labios he seguido los caminos duros. Y es verdadero también lo que dijo él mismo: Mi yugo es llevadero y mi carga ligera. La caridad hace que sea ligero lo que los preceptos tienen de duro. Sabemos lo que es capaz de hacer el amor. Con frecuencia este amor es perverso y lascivo: ¡cuántas calamidades han sufrido los hombres, por cuántas deshonras han tenido que pasar y tolerar para llegar al objeto de su amor! Es igual que se trate de un amante del dinero, es decir, de un avaro; o de un amante de los honores, es decir, de un ambicioso; o de un amante de los cuerpos hermosos, es decir, de un lascivo. ¿Quién será capaz de enumerar todos los amores? Considerad, sin embargo, cuánto se fatigan todos los amantes y, no obstante, no sienten la fatiga; y mayor es el esfuerzo cuando alguien se lo prohíbe. Si, pues, los hombres son tales cuales son sus amores, de ninguna otra cosa debe uno preocuparse en la vida sino de elegir lo que ha de amar. Estando así las cosas, ¿de qué te extrañas de que aquel que ama a Cristo y quiere seguirlo, por fuerza del mismo amor se niegue a sí mismo? Si amándose a sí mismo el hombre se pierde, negándose a sí mismo se reencuentra al instante.
2. El hombre se perdió por primera vez a causa del amor a sí mismo. Pues si no se hubiese amado y hubiese antepuesto a Dios a sí mismo, hubiese estado siempre sometido a Dios; no se hubiese inclinado a hacer su propia voluntad descuidando la de él. Amarse a uno mismo no es otra cosa que querer hacer la propia voluntad. Antepón la voluntad de Dios; aprende a amarte, no amándote. Pues para que sepáis que es un vicio amarse, dice así el Apóstol: Habrá hombres amantes de sí mismos. Y quien se ama a sí mismo, ¿acaso confía en sí mismo? Tras abandonar a Dios, comienza a amarse a sí mismo, y para amar lo que está fuera de sí, sale de sí mismo; hasta tal punto que, habiendo dicho el Apóstol: Habrá hombres amantes de sí mismos, acto seguido añadió: amantes del dinero. Ya estás viendo que te encuentras fuera. Comenzaste a amarte; si puedes, mantente en ti. ¿Por qué vas fuera? ¿Te has hecho acaso rico con el dinero, tú, amador del dinero? Comenzaste a amar lo que es exterior a ti y te extraviaste. Por tanto, cuando el amor del hombre desde sí mismo se pone en movimiento hacia las cosas que están fuera, comienza a hacerse tan vano como las cosas con las que anda y, en cierto modo, a derrochar sus fuerzas como si fuera un hijo pródigo. Se vuelve vacío, se anonada, se empobrece, apacienta cerdos. Y mientras se fatiga en el pastoreo de los mismos, le acontece que a veces hace memoria y dice: ¡Cuántos mercenarios de mi padre comen pan mientras que yo aquí perezco de hambre! Pero cuando dice esto, ¿qué está escrito del hijo que gastó sus haberes con meretrices, que quiso tener en su poder cuanto el padre guardaba justamente para él? Quiso disponer de ello a su antojo, lo malgastó y se encontró necesitado. ¿Qué se dice de él? Y volviendo a su interior. Si volvió a su interior, es que había salido de sí. Quien había caído fuera de sí y se había alejado de sí, como primera cosa vuelve a sí para volver allí de donde había caído fuera de sí. Del mismo modo que, cayendo fuera de sí, permaneció en sí, así volviendo en sí, no debe permanecer en sí para no volver a salir de sí. ¿Qué dijo al volver en sí para no permanecer en sí? Me levantaré e iré a mi padre. He aquí que el haber caído fuera de sí equivalía a haber caído fuera de su padre; había caído fuera de sí; de sí mismo había salido hacia las cosas que están fuera. Vuelto a sí se dirige hacia el padre, donde encuentra refugio segurísimo. Si, pues, había salido de sí y de aquel que le había dado el ser, al volver a sí para ir al padre, niéguese a sí mismo. ¿Qué es negarse a sí mismo? No presuma de sí; advierta que es hombre y escuche el dicho profético: ¡Maldito todo el que pone su esperanza en el hombre! Sea guía de sí mismo, pero no hacia abajo; sea guía de sí mismo, mas para adherirse a Dios. Cuanto tiene de bueno, atribúyaselo a aquel por quien ha sido hecho; cuanto tiene de malo, es de cosecha propia. No hizo Dios lo que de malo existe en él: pierda lo que hizo, si esto le causó defección. Niéguese a sí mismo, dijo, y tome su cruz y sígame.
3. ¿Adónde hay que seguir al Señor? Sabemos adónde va: hace muy pocos días hemos celebrado su solemnidad. Resucitó y subió al cielo: allí hay que seguirle. No hay motivo alguno para perder la esperanza; no porque el hombre pueda algo, sino por la promesa de Dios. El cielo estaba lejos de nosotros antes de que nuestra cabeza subiese a él. ¿Por qué perder la esperanza si somos miembros de tal cabeza? Allí hemos de seguirle. ¿Y quién hay que no quiera seguirle a tal lugar, sobre todo teniendo en cuenta que en la tierra se trabaja en medio de tantos temores y dolores? ¿Quién no quiere seguir a Cristo a aquel lugar en el que la felicidad es suma, como también la paz y la seguridad perpetua? Cosa buena es seguirle a aquel lugar; pero hay que ver por dónde. En efecto, el Señor Jesús no decía estas cosas después de haber resucitado. Aún no había resucitado; tenía que pasar por la cruz, la deshonra, las afrentas la flagelación, la coronación de espinas, las llagas, los insultos, los aprobios, la muerte. Es un camino para desesperados; te convierte en perezoso y no quieres seguirle. Síguele. Aspero es el camino que el hombre se hizo, pero está ya pisado por Cristo en su regreso al Padre. Pues ¿quién no quiere ir hacia la exaltación? A todos agrada la altura, pero la humildad es el peldaño para alcanzarla. ¿Por qué pones tu pie más allá de ti mismo? Quieres caer, no subir. Comienza por el peldaño y lograrás subir. Este peldaño de la humildad no querían subirlo los dos discípulos, que decían: Señor, ordena que en tu reino uno de nosotros se siente a tu derecha y otro a tu izquierda. Buscaban la altura, mas no veían el peldaño. Pero el Señor se lo mostró. ¿Qué les respondió? ¿Podéis beber el cáliz que he de beber yo? Los que buscáis la cima más alta, ¿podéis beber el cáliz de la humildad? Por eso no dice simplemente: Niéguese a sí mismo y sígame, sino que añade: Tome su cruz y sígame.
4. ¿Qué significa Tome su cruz? Soporte lo que le es molesto. Esta es la forma de seguirme. Cuando comience a seguirme en mis costumbres y preceptos, tendrá muchos contradictores, muchos que le pondrán obstáculos, que le disuadan, y esto de entre los que figuran como compañeros de viaje de Cristo. Al lado de Cristo caminaban quienes prohibían clamar a los ciegos. Si quieres seguirle, pon en la cruz tanto las alabanzas como las caricias o cualquier clase de prohibiciones; toléralos, sopórtalos y no sucumbas. Parece que en estas palabras del Señor se exhorta al martirio. En caso de persecución, ¿no debe despreciarse todo por Cristo? Se ama el mundo, pero antepóngase aquel por quien fue hecho el mundo. Grande es el mundo, pero mayor aquel por quien fue hecho el mundo. Hermoso es el mundo, pero más hermoso aquel por quien fue hecho el mundo. Suave es el mundo, pero más suave aquel por quien fue hecho el mundo. Malo es el mundo, pero bueno aquel por quien fue hecho el mundo. ¿Cómo puedo justificar y explicar lo que acabo de decir? Dios me ayude, ¿Qué he dicho? ¿Qué habéis aplaudido? 284 Tal es la cuestión, pero lo cierto es que ya habéis aplaudido. ¿Cómo es que el mundo es malo siendo bueno quien ha hecho el mundo? ¿No hizo Dios todas las cosas y eran todas buenas? ¿No atestigua la Escritura que Dios hizo buenas cada una de las cosas al decir: Y vio Dios que era bueno? Y abarcando todo, como conclusión, así se dice que hizo Dios todas las cosas: He aquí que eran buenas en extremo.
5. ¿Cómo, pues, es malo el mundo y bueno quien hizo el mundo? ¿Cómo? Porque el mundo fue hecho por él y el mundo no lo conoció. Por él fue hecho el mundo, es decir, el cielo y la tierra y todo cuanto hay en ellos. El mundo no lo conoció, es decir, los amantes del mundo; los amantes del mundo y despreciadores de Dios: éste es el mundo que no lo conoció. Por tanto, el mundo es malo porque son malos los que prefieren el mundo a Dios. Sin embargo, es bueno quien hizo el mundo, es decir, el cielo, la tierra y el mar e incluso a aquellos que aman el mundo. Lo único que no hizo en ellos es esto: amar el mundo y no amar a Dios. A ellos, por lo que respecta a la naturaleza, él mismo los hizo; no, en cambio, por lo que respecta a la culpa. Esto es lo que poco antes he dicho: Destruya el hombre lo que él hizo y agradará a quien lo hizo.
6. Pero aun en los mismos hombres hay un mundo nuevo, pero hecho del mal. Es decir, todo el mundo, si entiendes por mundo a los hombres. No tenemos en cuenta, pues, el mundo como cielo y tierra y todo lo que en ellos se contiene. Si entiendes por mundo a los hombres, el que primero pecó hizo malo a todo el mundo. Toda la masa está viciada en la raíz. Dios hizo bueno al hombre. Así consta en la Escritura: Dios hizo al hombre recto y los mismos hombres encontraron muchos pensamientos. Corre a la unidad desde la multiplicidad; recoge en unidad las cosas dispersas: acude, mantente en defensa, permanece en la unidad, no corras tras la multiplicidad. Allí está la felicidad. Pero nos hemos dejado llevar, nos hemos encaminado hacia la perdición; todos hemos nacido con el pecado y, al hecho de haber nacido, con nuestro mal vivir hemos añadido algo, y así todo el mundo ha pasado a ser malo. Cristo vino y lo que hizo fue fruto de su elección, no de lo que encontró, pues encontró a todos malos y por su gracia los hizo buenos. Y así apareció otro mundo; y un mundo persigue a otro mundo.
7. ¿Cuál es el mundo que persigue? Aquel del que se nos dice: No améis el mundo ni las cosas que están en él. La caridad del Padre no está en quien ama el mundo. Porque cuanto existe en el mundo es concupiscencia de la carne y concupiscencia de los ojos y ambición del mundo, que no procede del Padre, sino del mundo. El mundo pasa y también su concupiscencia. En cambio, quien cumple la voluntad del Padre permanece en eterno del mismo modo que también Dios permanece en eterno. Ved que he mencionado los dos mundos: el que persigue y el perseguido. ¿Cuál es el mundo que persigue? Cuanto existe en el mundo: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la ambición del mundo, que no procede del Padre, sino del mundo, y el mundo pasa. Este es el mundo que persigue. ¿Cuál es el mundo perseguido? Quien hiciere la voluntad de Dios permanece en eterno del mismo modo que también Dios permanece en eterno.
8. Está claro que el que persigue recibe el nombre de mundo; probemos que también lo recibe el que es perseguido. ¿Eres acaso sordo ante la voz de Cristo que dice, o mejor de la Escritura que atestigua: Dios estaba reconciliando consigo el mundo en Cristo? Si el mundo os odia, dice, sabed que antes me odió a mí. Ved que el mundo odia. ¿Qué odia sino al mundo? ¿Qué mundo? Dios estaba reconciliando consigo el mundo en Cristo. Persigue el mundo condenado; sufre persecución el mundo reconciliado. El mundo condenado es cuanto está fuera de la Iglesia; el mundo reconciliado es la Iglesia. No vino, dice, el Hijo del hombre a juzgar el mundo, sino para que el mundo se salve por él.
9. Pero en este mundo santo, bueno, reconciliado, salvado; mejor, necesitado de salvación, aunque ahora esté salvado en esperanza -en esperanza estamos salvados-; en este mundo, pues, es decir, en la Iglesia, que sigue a Cristo en su plenitud, a todos se ha dicho: Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo. No es cosa que deban oír sólo las vírgenes y no las casadas; o sólo las viudas y no las esposas; o sólo los monjes y no los casados; o sólo los clérigos y no los seglares; sino que es toda la Iglesia, la totalidad del cuerpo, todos los miembros con sus funciones propias y distintas, la que ha de seguir a Cristo. Sígale la Iglesia única en su totalidad, sígale la paloma, la esposa, la redimida y la que recibió en dote la sangre de Cristo. Allí encuentra su lugar la integridad virginal; allí la continencia propia de la viuda; allí la castidad conyugal; allí no tiene lugar el adulterio ni la lascivia ilícita y digna de castigo. Sigan a Cristo estos miembros que tienen allí su lugar, cada uno en su género, en su puesto, en su modo propio; niéguense, es decir, no presuman de sí mismos; tomen su cruz, es decir, mientras están en el mundo toleren por Cristo cuantos sufrimientos les procure el mundo. Amén al único que no decepciona, el único que no sufre engaño, el único que no engaña. Amenle porque es verdad lo que promete. Mas como no lo da al instante, la fe titubea. Resiste, persevera, aguanta, soporta la dilación: todo eso es llevar la cruz.
10. No diga la virgen: «Allí estaré sola». No estará allí sólo María, sino que estará también la viuda Ana. No diga la casada: «Allí estará la viuda, no yo». No es cierto que allí esté Ana y no esté Susana. Con todo, quienes han de estar allí examínense de modo que quienes tienen aquí un puesto inferior no envidien, sino que amen el puesto mejor en los otros. Para que os déis cuenta, voy a poneros un ejemplo: uno eligió la vida conyugal y otro la vida de continencia; si el que eligió la vida conyugal deseare el adulterio, echó la vista atrás: deseó lo que es ilícito. Quien, en cambio, desde la vida de continencia, quisiere volver después al matrimonio, echó la vista atrás: eligió una cosa lícita pero echó la vista atrás. ¿Hay que condenar, pues, el matrimonio? No; no hay que condenar el matrimonio. Advierte donde se había introducido el que lo eligió. Ya había ido con anterioridad. Cuando vivía lascivamente en la adolescencia, tenía ante sus ojos el matrimonio, tendía hacia él; en cambio, una vez que eligió la vida de continencia, el matrimonio queda detrás de él. Recordad, dice el Señor, la mujer de Lot. La mujer de Lot quedó inmóvil al mirar atrás. Cada cual, pues, tema el mirar atrás desde el lugar a donde pudo llegar, y vaya por el camino, siga a Cristo. Olvidando lo que está atrás, tendido hacia lo de delante, en su intención interior persiga la palma de la vocación de Dios en Cristo Jesús. Los casados antepongan a sí mismos a los que no lo están; confiesen que éstos son mejores; amen en ellos lo que no poseen personalmente y en ellos amen a Cristo.

SERMON 97
El día del juicio (Mc 13, 32).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.

1. Habéis oído, hermanos, la Escritura que nos exhorta e invita a estar en vela con vistas al último día. Que cada cual piense en el suyo particular, no sea que opinando o juzgando que está lejano el día del fin del mundo, os durmáis respecto al vuestro. Habéis oído lo que dijo a propósito de aquél: que lo desconocen tanto los ángeles como el Hijo y sólo lo conoce el Padre. Esto plantea un problema grande, a saber, que guiados por la carne juzguemos que hay algo que conoce el Padre y desconoce el Hijo. Con toda certeza, cuando dijo «lo conoce el Padre», lo dijo porque también el Hijo lo conoce, aunque en el Padre. ¿Qué hay en aquel día que no se haya hecho en el Verbo por quien fue hecho el día? «Que nadie, dijo, busque el último día, es decir, el cuándo ha de llegar». Pero estemos todos en vela mediante una vida recta para que nuestro último día particular no nos coja desprevenidos, pues de la forma como cada uno haya dejado su último día, así se encontrará en el último del mundo. Nada que no hayas hecho aquí te ayudará entonces. Serán las propias obras las que eleven u opriman a cada uno.
2. ¿Qué hemos cantado al Señor en el salmo? Apiádate de mí, Señor, porque me ha pisoteado un hombre. Llama «hombre» a quien vive según el hombre. Es más, a quienes viven según Dios se les dice: Dioses sois, y todos hijos del Altísimo. A los réprobos, en cambio, a los que fueron llamados a ser hijos de Dios y quisieron ser más bien hombres, es decir, vivir a lo humano: Sin embargo, dijo, vosotros moriréis como hombres y caeréis como cualquiera de los príncipes. En efecto, el hecho de ser mortal debe ser para el hombre motivo de disciplina, no de jactancia. ¿De qué presume el gusano que va a morir mañana? A vuestra caridad lo digo, hermanos: los mortales soberbios deben enrojecer frente al diablo. Pues él, aunque soberbio, es, sin embargo, inmortal; aunque maligno, es un espíritu. El día del castigo definitivo se le reserva para el final. Con todo, él no sufre la muerte que sufrimos nosotros. Escuchó el hombre: Moriréis. Haga buen uso de su pena. ¿Qué quiero decir con eso? No se encamine a la soberbia que le proporcionó la pena; reconózcase mortal y quiebre el ensalzarse. Escuche lo que se le dice: ¿De qué se ensorberbece la tierra y la ceniza? Si el diablo se ensoberbece, al menos no es tierra ni ceniza. Por eso se ha escrito: Vosotros moriréis como hombres y caeréis como cualquiera de los príncipes. No ponéis atención más que al hecho de ser mortales, y sois soberbios como el diablo. Haga, pues, buen uso el hombre de su pena, hermanos; haga buen uso de su mal para progresar en beneficio propio. ¿Quién ignora que es una pena el tener que morir necesariamente y, lo que es peor, sin saber cuándo? La pena es cierta e incierta la hora; y, de las cosas humanas, sólo de esta pena tenemos certeza absoluta.
3. Todo lo demás que poseemos, sea bueno o malo, es incierto. Sólo la muerte es cierta. ¿Qué estoy diciendo? Un niño ha sido concebido: es posible que nazca, es posible que sea abortado. Así de incierto es. Quizá crecerá, quizá no; es posible que llegue a viejo, es posible que no; quizá sea rico, quizá pobre; es posible que alcance honores, es posible que sea despreciado; quizá tendrá hijos, quizá no; es posible que se case y es posible que no. Cualquier otra cosa que puedas nombrar entre los bienes es lo mismo. Mira ahora a los males: es posible que enferme, es posible que no; quizá le pique una serpiente, quizá no; puede ser devorado por una fiera o puede no serlo. Pasa revista a todos los males. Siempre estará presente el «quizá sí, quizá no». En cambio, ¿acaso puedes decir: «Quizá morirá, quizá no»? ¿Por qué los médicos, tras haber examinado la enfermedad y haber visto que es mortal, dicen: «Morirá; no escapará de la muerte»? Ya desde el momento del nacimiento del hombre hay que decir: «No escapará de la muerte». El nacer es comenzar a enfermar; con la muerte llega a su fin la enfermedad, pero se ignora si conduce a otra cosa peor. Había acabado aquel rico con una enfermedad deliciosa y vino a otra tortuosa. Aquel pobre, en cambio, acabó con la enfermedad y llegó a la sanidad. Pero eligió aquí lo que iba a tener después; lo que allí cosechó, aquí lo había sembrado. Por tanto, debemos estar en vela mientras dura nuestra vida y elegir qué hemos de tener en el futuro.
4. No amemos al mundo; él oprime a sus amantes, no los conduce al bien. Hemos de fatigarnos para que no nos aprisione, antes que temer su caída. Suponte que cae el mundo; el cristiano se mantiene en pie, porque no cae Cristo. ¿Por qué, pues, dice el mismo Señor: Alegraos porque yo he vencido al mundo? Respondámosle, si os parece bien: «Alégrate tú. Si tú venciste, alégrate tú. ¿Por qué hemos de hacerlo nosotros?». ¿Por qué nos dice «alegraos», sino porque él venció y luchó en favor nuestro? ¿Cuándo luchó? Al tomar al hombre. Deja de lado su nacimiento virginal, su anonadamiento al recibir la forma de siervo y hacerse a semejanza de los hombres siendo en el porte como un hombre; deja de lado esto: ¿dónde está la lucha? ¿Dónde el combate? ¿Dónde la tentación? ¿Dónde la victoria, a la que no precedió lucha? En el principio existía el Verbo y el Verbo existía junto a Dios y el Verbo era Dios. Este existía al principio junto a Dios. Todo fue hecho por él y sin él nada se hizo. ¿Acaso era capaz el judío de crucificar a este Verbo? ¿Le hubiese insultado el impío? ¿Acaso hubiera sido abofeteado este Verbo? ¿O coronado de espinas? Para sufrir todo esto, el Verbo se hizo carne; y tras haber sufrido estas cosas, venció en la resurrección. Su victoria, por tanto, fue para nosotros, a quienes nos mostró la certeza de la resurrección. Dices, pues, a Dios: Apiádate de mí, Señor, porque me ha pisoteado un hombre. No te pisotees a ti mismo y no te vencerá el hombre. Suponte que un hombre poderoso te aterroriza. ¿Con qué? «Te despojo, te condeno, te atormento, te mato». Y tú clamas: Apiádate de mí, Señor, porque me ha pisoteado un hombre. Si dices la verdad, pones la mirada en ti mismo. Si temes las amenazas de un hombre, te pisa estando muerto; y puesto que no temerías, si no fueras hombre, por eso te pisotea. ¿Cuál es el remedio? Adhiérete, ¡oh hombre!, a Dios, por quien fue hecho el hombre; adhiérete a él; presume de él, invócale, sea él tu fuerza. Dile: En ti, Señor, está mi fuerza. Y, lejos ya de las amenazas de los hombres, cantarás. ¿Qué? Lo dice el mismo salmo: Esperaré en el Señor; no temeré lo que me haga el hombre.

SERMON 97 A (= Bibl. Cas. 2.114)
Comentario a Lc 5, 31-32.

Lugar: Desconocido.
Fecha: Quizá hacia el año 399.

1. No es necesario el médico para los sanos, sino para los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Es la voz del Señor que llama a los pecadores para que dejen de serlo, no sea que piensen los hombres que el Señor amó a los pecadores y opten por estar siempre en pecado para que Cristo los ame. Cristo ama a los pecadores como el médico al enfermo: con vistas a eliminar la fiebre y sanarlo. No es su deseo que esté siempre enfermo, para tener siempre a quien visitar; lo que quiere es sanarlo. Por tanto, el Señor no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores, para justificar al impío. De un idólatra hizo un fiel, de un borracho un sobrio, de un lujurioso un parco; a un avaro lo convirtió en generoso, no para con los cazadores 285, condescendiendo con el diablo, sino para con los pobres. De esta forma será coronado por Cristo y adquiere para sí lo que no puede pasar. ¿No dará el premio al justo? Más difícil fue lo que hizo ya el Señor: convertir un impío en justo. Poned atención, hermanos míos: ¿qué es más increíble, hacer de un impío un justo, o hacer de un justo un ángel? Ser justo y ser impío son cosas contrarias; no así el ser justo y ser ángel. ¿No te llevará a la plenitud angélica desde la cercana condición humana quien te transformó en lo contrario de lo que eras? Por tanto, cuando comiences a ser justo, comienzas ya a imitar la vida angélica, ya que cuando eras impío estabas alejado de la vida de ellos. Presente la fe, te haces justo y te sometes a Dios, tú que le blasfemabas; y, aunque estabas vuelto hacia las creaturas, deseas ya al Creador.
2. Observa lo que te ha dado. Tal como lo prometió, manifestó su Iglesia a todo el mundo. Predijo que la idolatría iba a ser exterminada y desterrada en algún momento. Nuestros mayores lo leyeron, pero no lo vieron; nosotros lo leemos y lo estamos viendo 286. ¿Cree, acaso, el que ve? Cree quien no ve. Una cosa es creer y otra ver. Cree ya que no ves, a fin de que creyendo lo que no ves merezcas ver lo que crees. Lo que merece la visión es la fe; la recompensa de la fe es la visión. ¿Por qué exiges la recompensa antes del trabajo? Cree, por tanto, y camina en la fe: tu salvación está en la esperanza. Ha comenzado ya a curarte el mejor médico, aquel para quien no hay enfermedad incurable. No temas los pecados que quizá cometiste en el pasado, por graves e increíbles que sean; la enfermedad es grande, pero es mayor el médico. No te preocupes de lo pasado; se anulará todo, absolutamente todo, en el sacramento. Oye lo que sobre esto dijo el apóstol a los judíos que crucificaron al Señor: Haced penitencia y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre del Señor Jesucristo, y se os perdonarán vuestros pecados. Y así se realizó: fueron bautizados, creyeron, se acercaron al cuerpo y a la sangre del Señor que habían derramado. A cuantos se han hecho reos concede indulgencia quien perdona, no quien adula a los pecadores, ya que no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores.
3. En pocas palabras, diré a vuestra santidad: que cada cristiano, si todavía es catecúmeno, se preocupe de que le sean perdonados sus pecados. De hecho lleva ya en su frente la señal de Cristo, entra en la iglesia e invoca tan sublime nombre, pero yace todavía bajo el peso de sus pecados; todavía no le han sido perdonados, ya que sólo se borran por el bautismo. Y que no diga: «Temo bautizarme por si peco en lo futuro» 287.El no pecar posteriormente lo tiene en sus manos, pero el no haber pecado, ¿lo tiene también en su poder? Sabe lo que tiene que hacer para no pecar más, pero ¿qué hacer para no haber pecado? Lo hecho, hecho está. Lo realizado con anterioridad no puedes hacer que no esté realizado, no así lo futuro que puedes evitarlo. ¿En fuerza de qué perverso consejo ha sido seducido por el diablo? Teme los pecados futuros que no aprueba, pero no teme los que lleva ya sobre sí. Aquéllos todavía no los has realizado; éstos ya pesan sobre ti. Es posible que aquéllos no los cometas; más aún, así será si tú quieres; éstos, si quieres, puedes borrarlos. «No puedo», dices. Acude, pues, a quien los perdona.
4. Acércate a la gracia 288.Te es posible, pues se ha escrito: Les dio potestad para hacerse hijos de Dios. Comienza a ser hijo, tú que, aunque eras mal siervo, habías empezado a estar en la gran casa. Imagina que eres hijo en la casa donde comenzaste como siervo; basta que se te perdonen los pecados que llevas. ¿Por qué temes los que todavía no has cometido, y no temes los que ya has realizado? Cuando hayas sido renovado por la remisión de los pecados, de todos los pasados, si se te concede una larga vida, vive de tal forma que las buenas obras sigan tu fe, como hijo de la familia de tal padre, sobre el que en cierto modo se invoca el nombre de Dios. Sea ésa tu vida: progresa, menosprecia lo presente, espera lo futuro; sean viles para ti las cosas temporales y resplandezcan las eternas. Sigamos lo mandado por el médico para poder disfrutar de salud eterna, ya que quien hiciere la voluntad de Dios, permanecerá por siempre, como Dios permanece por siempre.



SERMON 98
Resurrección del hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 11-15).

Fecha: No antes del año 418.
Lugar: Desconocido.

1. Los milagros de nuestro Señor y Salvador sorprenden a quienes los escuchan y los creen. Ciertamente, a unos de una manera y a otros de otra. Algunos, impresionados por los milagros corporales, no aciertan a dirigir su mirada a realidades superiores; otros, en cambio, admiran ahora en las almas lo que oyen que fue hecho en los cuerpos. El mismo Señor dice: Así como el Padre resucita y vivifica a los muertos, así el Hijo vivifica a quienes quiere. No que a unos los resucite el Hijo y a otros el Padre; sino que a ambos el Padre y el Hijo, ya que todas las cosas las realiza el Padre por el Hijo. Ningún cristiano dude, por tanto, de que también ahora resucitan muertos. Todo hombre tiene ojos con los cuales puede ver los muertos que resucitan de la forma que resucitó el hijo de la viuda, según acabamos de oír en la lectura del Evangelio. En cambio, no todos los tienen para ver cómo resucitan los muertos en el corazón, a no ser los que ya han resucitado en su propio corazón. Más milagro es resucitar a quien ha de vivir siempre que resucitar a quien volverá a morir.
2. La madre viuda se alegró de la resurrección del joven; la madre Iglesia se alegra diariamente de todos los hombres resucitados en el espíritu. Aquel había muerto en el cuerpo, éstos en el espíritu. La muerte visible del joven se lloraba de forma visible también; la muerte invisible de aquéllos ni se intentaba averiguar ni se veía. La buscó quien conocía a los muertos. Sólo conocía quiénes estaban muertos aquel que podía devolverles la vida. Si no hubiese venido el Señor a resucitar a los muertos, no hubiese dicho el Apóstol: Levántate, tú que duermes; sal de entre los muertos y te iluminará Cristo. Escuchas la palabra «durmiente» al decir: Levántate tú que duermes; pero has de entender bajo ella «muerto», puesto que escuchas: Y sal de entre los muertos. Con frecuencia se llama también durmientes a los que han muerto visiblemente. Ciertamente, para aquel que puede despertarlos, todos están dormidos. El muerto está muerto para ti sólo cuando, por más que le llames, le pellizques o le laceres, no despierta. Para Cristo, en cambio, dormía aquel a quien se dijo Levántate e inmediatamente lo hizo. En efecto, nadie hace salir con tanta facilidad a uno del lecho como Cristo le hizo salir del sepulcro.
3. Encontramos tres resurrecciones efectuadas de forma visible por el Señor y una multitud de ellas invisibles. Pero ¿quién sabe cuántos muertos resucitó visiblemente? Dice Juan: Muchas otras cosas realizó Jesús que, si fuesen escritas, juzgo que todo el mundo no podría contener los libros. Sin duda, fueron muchos los resucitados, pero no en vano se mencionan sólo tres. Nuestro Señor Jesucristo quería que se entendiese hecho en los espíritus lo que hacía en los cuerpos. No hacía milagros por hacerlos, sino para que lo que hacía suscitara la admiración de los que los veían y revelasen la verdad a quienes los entendían. Hay quien ve las letras de un códice admirablemente escrito y, sin saber leer, alaba el pulso del artista admirando la belleza de los caracteres. Pero no sabe qué quieren decir o qué significan, convirtiéndose en elogiador de lo que ve con los ojos sin llegar a comprenderlo con la mente. Otro, en cambio, al mismo tiempo admira la obra de arte y entiende lo significado .Es aquel que no sólo puede ver, lo cual es común a todos, sino también leerlo, lo que no es posible a quien no aprendió a leer. Así también, los que vieron los milagros de Cristo y no entendieron lo que significaban ni lo que insinuaban a quienes eran capaces de comprenderlos, se admiraron del solo hecho; otros admiraron el hecho y, además, comprendieron lo que significaban. Como éstos debemos ser nosotros en la escuela de Cristo. Quien dice que Cristo realizó los milagros por ellos mismos, sin significación alguna, puede decir que tampoco sabía que no era tiempo de frutos cuando fue a buscar higos en la higuera. Según atestigua el evangelista, no era aquel el tiempo de los frutos y, sin embargo, al sentir hambre se acerca a la higuera. ¿Acaso ignoraba Cristo lo que sabía el hortelano? ¿Lo que sabía el cultivador del árbol, no lo conocía quien fue su creador? Por consiguiente, si, al sentir el hambre, buscó frutos en el árbol, quería significar que él sentía hambre de otra cosa y buscaba algo más. Encontrando la higuera llena de hojas, pero sin fruto, la maldijo y se secó. ¿Qué había hecho de malo el árbol no dando fruto? ¿Qué culpa tenía de ser infecundo? Su condición no le permite dar fruto según voluntad. La esterilidad es culpable sólo cuando la fecundidad es voluntaria. Así eran los judíos, que poseían las palabras de la ley, pero no poseían hechos; producían muchas hojas, pero ningún fruto. Os he dicho esto con el fin de persuadiros de que nuestro Señor Jesucristo realizó los milagros para significar algo con ellos de forma que, exceptuando su ser algo admirable, grande y divino, aprendiésemos otra cosa en ellos.
4. Veamos ahora qué quiso que aprendiéramos en los tres muertos que resucitó. Resucitó a la hija del jefe de la sinagoga, cuya curación se le había pedido cuando aún estaba enferma. Hallándose en camino a casa, se le anuncia su muerte. Y como si su fatiga fuese ya vana, se le comunica al padre: La niña ha muerto, ¿por qué molestas todavía al Maestro? Jesús prosiguió su camino y dijo al padre de la joven: No temas, cree solamente. Cuando llegó a casa, lo encontró todo dispuesto para los funerales. No lloréis, les dijo; la joven no está muerta, sino que duerme. Y dijo la verdad: dormía, pero sólo para aquel que tenía el poder de resucitar. Una vez resucitada, se la devuelve viva a sus padres. También resucitó a un joven, hijo de una viuda, sobre el cual acabamos de ser instruidos para poder decir a vuestra caridad lo que el mismo Señor quiera inspirarme. Acabasteis de oír cómo lo resucitó. Se acercaba el Señor a la ciudad cuando sacaban al muerto de la casa. Conmovido de misericordia por las lágrimas de la madre viuda y privada de su único hijo, hizo lo que habéis oído, diciendo: Joven, yo te lo ordeno, levántate. Resucitó el difunto, comenzó a hablar y se lo entregó a su madre. Resucitó igualmente a Lázaro, pero del sepulcro. A los discípulos con quienes hablaba, que sabían que Lázaro, amado con predilección por el Señor, estaba enfermo, les dice: Lázaro, nuestro amigo, duerme. Pensando que era un sueño reparador de la salud, le responden: Señor, si duerme, está curado. Y él, de forma ya más clara: Nuestro amigo Lázaro está muerto. Diciendo la verdad una y otra vez: para vosotros está muerto, mas para mí duerme.
5. Estos tres géneros de muertos corresponden a las tres clases de pecadores que Cristo resucita también hoy. La hija del jefe de la sinagoga se hallaba muerta dentro de casa; aún no la habían sacado al exterior. Allí la resucitó y entregó viva a sus padres. El joven ya no estaba en casa, pero tampoco en el sepulcro; había salido de la casa, pero aún no había sido sepultado. Quien resucitó a la difunta en la casa, resucitó a quien había salido ya de ella, pero aún no había sido sepultado. Sólo faltaba el tercer caso: que fuera resucitado estando en el sepulcro; esto lo realizó en Lázaro.
Hay personas que han pecado ya en su corazón, pero no se ha hecho aún realidad exterior. Un tal se sintió afectado por cierto deseo. El mismo Señor dice: Quien viere a una mujer, deseándola, ya adulteró con ella en su corazón. Todavía no ha habido contacto corporal y ya consintió en su corazón. Tiene el muerto en su interior; aún no lo ha sacado fuera. Pues bien, esto acontece, según sabemos, y a diario lo experimentan en sí los hombres cuando, oyendo en alguna ocasión como que la palabra de Dios les dice: Levántate, se condena el consentimiento al pecado y se respira salud y justicia. Resucita el muerto en la casa y revive el corazón en el secreto de la conciencia. Se produjo esta resurrección del alma muerta en el secreto de la conciencia; caso idéntico a aquel que resucitó dentro de su casa. Hay otros que, después de haber consentido, pasan al hecho; es el caso paralelo a quienes sacan fuera al muerto, para que aparezca a las claras lo que permanecía oculto. ¿Han de perder la esperanza estos que pasaron a la acción? ¿No se le dijo a aquel joven: Yo te lo ordeno, levántate? ¿No fue devuelto a su madre? Luego así también quien pecó de hecho, si amonestado y afectado por la palabra de la verdad se levanta ante la palabra de Cristo, resucita también. Pudo avanzar en el pecado, pero no perecer para siempre.
Quienes a fuerza de obrar mal se enredan en la mala costumbre de forma que la misma mala costumbre no les deja ver el mal, se convierten en defensores de sus malas acciones, comportándose como los sodomitas, que en otro tiempo replicaron al justo que les reprendía su perverso deseo: Tú viniste a vivir con nosotros, no a dar leyes. Tan arraigada estaba allí la costumbre de la nefanda torpeza, que la maldad les parecía justicia hasta reprender antes al que la prohibía que al que la obraba. Los tales, sometidos a tan perversa costumbre, están como sepultados. Pero ¿qué he de decir, hermanos? De tal forma sepultados que se les podría aplicar lo que se dijo de Lázaro: Ya hiede. La piedra colocada sobre el sepulcro es la fuerza oprimente de la costumbre que aprisiona al alma y no le permite ni levantarse ni respirar.
6. De Lázaro se dijo que llevaba cuatro días muerto. En efecto, el alma llega a esta costumbre de la que estoy hablando como en cuatro etapas. La primera consiste en la seducción del placer en el corazón. La segunda en el consentimiento. La tercera es ya la realización y la cuarta la costumbre. Hay quienes rechazan tan radicalmente con sus mismos pensamientos las cosas ilícitas que ni siquiera se deleitan en ellas. Existen quienes se deleitan, pero no consienten; habría de decirse que la muerte no es perfecta, pero que en cierto modo se ha iniciado ya. Si el consentimiento sigue a la delectación, ahí está la condenación. Tras el consentimiento, se procede al hecho y el hecho conduce a la costumbre, provocando una cierta pérdida de esperanza, por lo cual se dice: Lleva cuatro días, ya hiede.
Llega el Señor para quien todo es fácil y te presenta alguna dificultad. Se estremeció en su espíritu y mostró que quienes se han endurecido tienen necesidad del gran grito de la corrección. Sin embargo, ante la simple voz del Señor que llamaba se rompieron los lazos de la necesidad. Tembló el poder del infierno y Lázaro fue devuelto vivo. También libera el Señor a los que por la costumbre llevan cuatro días muertos, pues para él, que quería resucitarle, Lázaro sólo dormía. Pero ¿qué dice? Observad cómo fue la resurrección. Salió vivo del sepulcro, pero no podía caminar. Y Jesús dice a sus discípulos: Desatadlo y dejadlo ir. El resucitó al muerto y los otros lo desataron. Ved que algo es propio de la majestad divina que resucita. Alguien, enfangado en la mala costumbre, es reprendido por la palabra de la verdad. Pero ¡cuántos han sido reprendidos por ella y no la escuchan! ¿Quién actúa en el interior de quien la oye? ¿Quién comunica la vida interior? ¿Quién es el que aleja la muerte secreta y otorga la vida también secreta? ¿No es verdad que después de las reprensiones y recriminaciones quedan los hombres solos con sus pensamientos y comienzan a reflexionar sobre la mala vida que llevan y la opresión que, por la pésima costumbre, soportan? Después, descontentos de sí mismos, deciden cambiar de vida. Resucitaron; revivieron quienes se hallaron descontentos de la vida anterior; mas, no obstante haber revivido, no pueden caminar. Les atan los lazos de sus culpas. Es, pues, necesario que quien ha recobrado la vida sea desatado y se le permita andar. Esta función la otorgó el Señor a sus discípulos cuando les dijo: Lo que desatareis en la tierra, quedará desatado en el cielo.
7. Amadísimos, oigamos esto de forma que quienes están vivos sigan viviendo y quienes se hallan muertos recobren la vida. Si el pecado está en el corazón y aún no ha salido fuera, haga penitencia, corrija su pensamiento y resucite el muerto en el interior de la conciencia. No pierdas la esperanza ni siquiera en el caso de haber consentido a lo pensado. Si no resucitó el muerto dentro, resucite fuera. Arrepiéntase de lo hecho y resucite rápidamente; no vaya al fondo de la sepultura, no reciba sobre él el peso de la costumbre. Quizá estoy hablando a quien se halla oprimido por la dura piedra de su costumbre, quien se ve atenazado por la fuerza de lo habitual, quien quizá ya hiede de cuatro días. Tampoco éste ha de perder la esperanza: es verdad que está muerto en lo profundo, pero profundo es Cristo. Sabe quebrar con su voz los pesos terrenos, sabe vivificar interiormente y entregarlo a los discípulos para que lo desaten. Hagan penitencia también ellos, pues ningún hedor quedó a Lázaro, vuelto a la vida, no obstante haber pasado cuatro días en el sepulcro. Por tanto, los que gozan de vida, sigan viviendo; si alguien se halla muerto, cualquiera que sea la muerte de las tres mencionadas en que se encuentre, haga lo posible para resucitar cuanto antes.

SERMON 99
La pecadora que lava los pies de Jesús (Lc 7, 36-50).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Hacia el año 412.

1. Con la certeza de que Dios quiere que hablemos del tema de la lectura divina hodierna, con su ayuda ofreceré a vuestra caridad un sermón sobre la remisión de los pecados. Oísteis con suma atención el Evangelio cuando se leía y todo lo narrado en él apareció ante los ojos de vuestro corazón. Y habéis visto no con los ojos de la carne, sino con la mente, a Jesucristo el Señor recostado a la mesa en casa del fariseo. Invitado por él, no rehusó la invitación. Visteis también que una mujer, muy famosa en la ciudad, con mala fama ciertamente, pecadora, sin estar invitada, se introdujo en el banquete al que asistía su médico, buscando la salvación con piadosa desvergüenza. Se introdujo intempestivamente en él, aunque muy oportunamente para su provecho, pues conocía la gravedad de su enfermedad y que se acercaba a quien la podía curar. Se acercó no a la cabeza del Señor, sino a sus pies, y la que durante mucho tiempo había andado extraviada, buscaba las huellas auténticas. Primero derramó lágrimas, sangre de su corazón, y lavó los pies del Señor en señal de arrepentimiento. Los secó con sus cabellos, los besó y los ungió. Hablaba en silencio. No pronunciaba palabra alguna, pero mostraba gran veneración.
2. Dado que tocó al Señor regando, besando, secando y ungiendo sus pies, el fariseo que había invitado a nuestro Señor Jesucristo y que pertenecía a aquella clase de hombres soberbios de quienes Isaías había dicho: Que afirman: huye lejos de mí, no me toques, pues estoy limpio. Pensó que el Señor no había conocido a la mujer; pensaba y decía en su interior: Si éste fuese profeta, sabría qué mujer se le ha acercado a los pies. Creyó que no la conocía porque no la rechazó ni le prohibió acercarse y permitió ser tocado por una pecadora. ¿De qué deducía él que Jesús no la había conocido? ¿Qué dirás? ¿Qué iba a pasar en caso de saberlo, oh fariseo que invitaste al Señor y ahora te burlas de él? Alimentas al Señor y no sabes por quién has de ser alimentado tú. ¿De dónde deduces que él no sabía quién era aquella mujer, sino de que toleró que le besara los pies, se los secara y ungiera? Si tal mujer se hubiera acercado a los pies del fariseo, hubiera dicho las palabras de Isaías respecto a esa gente: Apártate, no me toques, que estoy limpio. No obstante, la impura se acercó al Señor para regresar limpia; se acercó enferma, para volver sana; arrepentida, para convertirse en seguidora de Cristo.
3. Oyó el Señor el pensamiento del fariseo. De este hecho pudo comprender ya el fariseo si no podía ver que era pecadora, él que podía oír su pensamiento. Le propuso la parábola de dos personas deudoras de un mismo acreedor. También deseaba curarle a él para no comer gratis su pan. Tenía él mismo hambre de aquel que le alimentaba. Deseaba corregirlo, matarlo, comerlo; quería ingerirlo en su cuerpo. Es lo mismo que dijo a la samaritana: Tengo sed. ¿Qué quiere decir tengo sed? Anhelo tu fe.
Las palabras del Señor en esta parábola van dirigidas a obtener dos efectos: que sane el anfitrión con sus comensales, que al mismo tiempo que lo veían ignoraban al Señor Jesucristo, y que aquella mujer tuviera confianza en su confesión y en adelante no le atormentasen los remordimientos de su conciencia. Y dijo: Uno debía cincuenta denarios y otro quinientos, y a ambos se los perdonó. ¿Quién le amó más? Y aquel a quien propuso la parábola respondió lo que la razón le obligaba a responder: Creo, Señor, que aquel a quien se le perdonó más. Y volviéndose a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para lavarme los pies; en cambio, ella me los lavó con sus lágrimas y enjugó con sus cabellos. No me diste el beso de la paz; ella desde que llegó no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con perfume; ella ha ungido mis pies. Por tanto, te digo: le serán perdonados sus muchos pecados porque amó mucho. A quien se le perdona poco, poco ama.
4. Surge ahora una cuestión que ha de resolverse inmediatamente. Requiere atención por vuestra parte, por si no bastan mis palabras para remover los obstáculos y disipar la oscuridad que encierra, debido al poco tiempo de que disponemos. Sobre todo cuando la carne se halla fatigada por el calor y desea y pide el descanso que se le debe, oponiéndose a la avidez del alma, demostrando ser cierto lo escrito: El espíritu está pronto, pero la carne es flaca.
Se ha de temer y mucho que, por una falsa comprensión de quienes fomentan sus concupiscencias carnales y sienten pereza en salir de ellas hacia la libertad, se introduzca subrepticiamente en estas palabras del Señor aquella sentencia, invención de lenguas maldicientes ya durante la predicación de los Apóstoles, de la cual es testigo el apóstol Pablo: Y como algunos afirman que decimos: hagamos el mal para procurar el bien.
Dirá, pues, alguien: «Si a quien se le perdona poco, ama poco, a quien más se le perdona, más amá. Es mejor amar más que amar menos. Conviene, por tanto, pecar mucho, deber mucho, deseando que se nos perdone, para amar más a quien más nos ha perdonado; pues aquella mujer pecadora, cuanto mayor era su deuda, tanto más amaba a quien se la perdonaba, según pa
labra del mismo Señor: Se le perdonaron sus muchos pecados porque amó mucho. ¿Por qué amó mucho, sino porque debía mucho? Finalmente añadió: A quien, en cambio, se le perdona poco, poco ama. ¿No es preferible, dice, que se me perdone mucho y no poco, a fin de que ame mucho a mi Señor?» Ciertamente, pienso, comprendéis la profundidad del problema. Sé que la veis. Pero también advertís la escasez de tiempo; la veis y la experimentáis.
5. Escuchad mis breves palabras. Si debido a la magnitud de la cuestión ellas no bastaren, retenedlas entre tanto y consideradme deudor para el futuro. Para que con ejemplos más claros podáis reflexionar sobre lo propuesto, imaginaos ahora dos hombres: uno está lleno de pecados, ha vivido muy mal durante largo tiempo: el otro ha pecado poco. Ambos se acercan a la gracia y reciben el bautismo. Entran cargados de deudas y salen libres de ellas. A uno se le ha perdonado más, a otro menos. Ahora pregunto, ¿cuánto ama cada uno? Si veo que ama más aquel a quien más se le perdonó, su pecado fue fructífero y su maldad de más utilidad en relación a la intensidad del amor. Pregunto cuánto ama el otro y encuentro que ama menos, porque si descubro que ama al Señor tanto cuanto aquel a quien se le perdonaron muchos pecados, ¿me pondré en contradicción con las palabras del Señor? ¿Cómo será verdadero lo que dijo la Verdad: A quien poco se le perdona, poco ama? Puede decir alguien: «A mí se me ha perdonado poco y, sin embargo, amo tanto como este a quien se le ha perdonado más». ¿Dices tú verdad, oh Cristo? ¿Se te perdonó tu mentira para imputar el crimen de mentiroso a quien te perdonó la mentira? Si se te ha perdonado poco, amas poco. Si, en cambio, se te ha perdonado poco, pero amas mucho, contradices a quien dijo: A quien poco se le perdona, poco ama. Creo más a quien conoce más que tú. Crees que se te perdonó poco; sin duda amas poco. «¿Qué debí hacer?», te preguntas entonces. «¿Acaso abundar en acciones malas para que, perdonándoseme mucho, pudiera amar mucho? » El Señor nos ha puesto en aprietos; pero él, que nos propuso esta verdad, me librará de ellos.
6. Esto se dijo a causa de aquel fariseo que, en su opinión, no tenía pecado alguno o muy pocos. En efecto, no hubiera invitado al Señor si no hubiera sentido un cierto afecto hacia él. Pero ¡cuán pequeño era! Ni le dio el beso de la paz, ni agua para lavar los pies, ya que no lágrimas. No le agasajó como aquella mujer que sabía quién y de qué la iba a curar. ¡Oh fariseo! Tú amas poco porque piensas que se te perdonó poco. No porque se te perdonó poco, sino porque juzgas ser poco lo que te perdonó. «¿Qué, pues?, dice. Yo, que no he cometido homicidio alguno, ¿he de considerarme un homicida? Yo que no he permitido en mi vida el adulterio, ¿debo ser castigado como adúltero? ¿O se me ha de perdonar todo esto que no he realizado?» Presenta de nuevo dos hombres; hablemos con ellos. Llega uno, pecador suplicante, cubierto de espinas como un erizo y temeroso más que una liebre. Pero la piedra es el refugio de erizos y liebres. Se acerca a la piedra, encuentra refugio y recibe auxilio. El otro no cometió muchos pecados; ¿qué haremos con él para que ame mucho? ¿Cómo le persuadiremos? ¿Contradeciremos las palabras del Señor: A quien poco se le perdona, poco ama? Así de claro, a quien poco se le perdona. Pero, ¡oh tú que afirmas no haber cometido muchos pecados! , ¿por qué no los cometiste? ¿Quién te dirigió para no caer? Demos gracias a Dios porque tanto con el movimiento como con la voz habéis mostrado entender. La cuestión parece resuelta por lo que veo. El primero cometió muchos pecados y de todos ellos se hizo deudor. El segundo, con la ayuda de Dios, cometió pocos. A quien uno atribuye el haberle perdonado, atribuye el otro el no haber pecado. No fuiste adúltero en tu vida pasada llena de ignorancia, antes de ser bautizado, cuando todavía no distinguías el bien del mal ni creías en aquel que sin tú saberlo te guiaba. Esto te dice tu Dios: «Yo te dirigía y te conservaba para mí. Para que no cometieses adulterio, te faltó quien te lo sugiriera; y el que te faltase fue obra mía. Te faltó tiempo y lugar; también esto me lo debes a mí. Si, en cambio, hubo quien te lo sugirió y no te faltó ni tiempo ni lugar, yo te atemoricé para que no consintieses». Reconoce, pues, la gracia del Señor, a quien debes también el no haber consentido. El primero es deudor por lo que hizo y ves que se le perdonó. Pero también tú eres mi deudor por el hecho de no haberlo realizado. No existe pecado que cometa un hombre que no pueda cometerlo otro hombre si le falta como guía quien hizo al hombre.
7. Y ahora ya, una vez resuelta en cuanto pudimos y en tan poco tiempo una cuestión tan profunda -o si no la he resuelto todavía, me considero deudor, según dije-, pasemos a examinar el tema del perdón de los pecados. Cristo era considerado solamente hombre, tanto por quien lo había invitado como por los demás que se hallaban sentados a la mesa. Ignoro qué vio de más en el Señor aquella pecadora. Pero ¿por qué hizo todo aquello sino para que le fueran perdonados los pecados? Ella sabía que él podía perdonar los pecados; los otros, en cambio, sabían que un hombre no puede perdonarlos. Y hay que creer que todos, los que estaban sentados a la mesa y aquella mujer que se acercó a los pies del Señor, todos sabían que un hombre no puede perdonar los pecados. Por consiguiente, sabedores todos de esto, hay que pensar que aquella mujer que le creía capaz de perdonar los pecados comprendió que era más que un hombre. Como última cosa, al decir él a la mujer: Te son perdonados tus pecados, añaden ellos acto seguido: ¿Quién es éste que hasta perdona los pecados? ¿Quién es este a quien ya conoció la mujer pecadora? Tú que te sientas a la mesa como sano no conoces al médico porque quizá, al ser mayor la fiebre, has perdido la cabeza. Pero la risa del frenético es causa de llanto para los sanos. Con todo, lo sabéis bien y lo mantenéis; mantened firme que el hombre no puede perdonar los pecados. Aquella que creyó en el perdón de sus pecados por obra de Cristo, creyó también que Cristo era no sólo hombre, sino también Dios. ¿Quién es éste, dicen, que hasta perdona los pecados? A los que preguntaron ¿Quién es éste? no les respondió el Señor: «Soy el Hijo de Dios, el Verbo de Díos». No les dijo esto, sino que, permitiéndoles permanecer por algún tiempo en su opinión, les solucionó el problema que les agitaba. Mientras los veía sentados a su mesa, oía sus pensamientos. Volviéndose a la mujer, le dice: Tu fe te ha salvado. Quienes preguntan: ¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?; quienes me creen hombre, ténganme por hombre. Tu fe te ha salvado.
8. El médico bueno no sólo curaba los enfermos presentes, sino que tenía también en su mente los futuros. Y futuros eran los hombres que habrían de decir: «Yo perdono los pecados, yo justifico, yo santifico, yo sano a quien bautizo» 289. Del mismo número son los que dicen: No me toques. Hasta tal punto son de ese número, que en la conferencia tenida hace poco, como podéis consultar en las actas mismas 290, al ofrecerles asiento el juez o procurador 291 para que se sentasen con nosotros, se creyeron en el deber de responder: «Para nosotros se escribió: con esos tales no os sentéis, es decir, para que no os sintáis contagiados por el contacto de las sillas». Ved vosotros si no equivale a decir: No me toques, porque soy puro. Otro día, tratando de la Iglesia, puesto que venía a cuento, les recordamos esa deplorable vanidad, diciéndoles que en la Iglesia los malos no contaminan a los buenos, causa ésta por la que no quisieron sentarse con nosotros. A lo cual nos respondieron que la advertencia procedía de la Escritura, en la que está escrito: No tomé asiento en la asamblea de la vanidad. Nosotros les replicamos: «Si efectivamente no quisisteis sentaron con nosotros porque estaba escrito: No tomé asiento en la asamblea de la vanidad, ¿por qué entrasteis con nosotros siendo así que a continuación se escribió también: No entraré con los que maquinan cosas inicuas?»
Por tanto, cuando dicen: No me toques, porque soy puro, se asemejan al fariseo que invitó al Señor y creía que él no había conocido a la mujer porque no le prohibió que tocara sus pies. Pero en otro aspecto era mejor el fariseo, pues juzgando que Cristo era sólo hombre, no creía que pudieran perdonarse los pecados por un hombre. Luego los judíos entendían mejor que los herejes. ¿Qué dijeron los judíos? ¿Quién es éste, que hasta perdona los pecados? ¿Se atreverá el hombre a usurpar para sí ese poder? ¿Qué dice, en cambio, el hereje? «Yo perdono, yo limpio, yo santifico». Respóndele Cristo, no yo. ¡Oh hombre! Cuando los judíos me consideraban sólo hombre, otorgué a la fe el perdón de los pecados. Es Cristo quien te responde, ¡oh hereje! , no yo. «Tú, siendo hombre, dices: "Ven, mujer, yo te salvaré". Y yo, siendo considerado sólo hombre, dije: "Vete en paz, mujer; tu fe te ha salvado"».
9. Estos hablan, como dice el Apóstol, ignorando lo que dicen y lo que afirman. Contestan y dicen: «Si los hombres no perdonan los pecados, es falso lo que dice Cristo: Lo que desatéis en la tierra quedará desatado también en el cielo». No sabes ni cómo ni por qué se dijo esto. El Señor, que iba a dar el Espíritu a los hombres, quería que se entendiese que los pecados se perdonan a los fieles por el Espíritu Santo, no por merecimientos humanos. Porque ¿qué es el hombre sino un enfermo que debe ser curado? ¿Quieres ser tú mi médico? Busca conmigo al médico. Pues para demostrarte con toda la evidencia que los pecados se perdonan por el Espíritu Santo donado a los fieles y no por méritos humanos, dice el Señor en cierta ocasión después de la resurrección de los muertos: Recibid el Espíritu Santo. Y tras haber dicho eso, añadió a continuación: Si perdonareis los pecados a alguien, le serán perdonados. Es decir, perdona el Espíritu Santo, no vosotros. Pues bien, el Espíritu Santo es Dios; luego es Dios quien perdona, no vosotros. Pero ¿qué sois vosotros en relación al Espíritu? ¿Ignoráis que sois templo de Dios y que el Espíritu habita en vosotros? Y también: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son el templo del Espíritu Santo en vosotros, Espíritu que recibisteis de Dios? Por tanto, Dios habita en su templo santo, esto es, en sus fieles, en su Iglesia; y por ser sus templos vivos, perdona los pecados mediante ellos.
10. Pero el que perdona por medio del hombre puede perdonar sin él. Pues quien puede otorgar mediante otro, no es menos capaz de dar él directamente. El dio a algunos a través de Juan; ¿a través de quién dio al mismo Juan? Con razón, pues, queriendo Dios demostrar y testificar esta verdad, algunos, a pesar de haber sido evangelizados y bautizados en Samaria por obra del evangelizador Felipe, uno de los siete primeros diáconos, no recibieron el Espíritu Santo. A pesar, repito, de haber sido bautizados. Anunciado esto a los discípulos que estaban en Jerusalén, vinieron luego a Samaria para que quienes estaban ya bautizados recibieran el Espíritu Santo mediante la imposición de las manos. En efecto, así se hizo. Vinieron, les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo. Entonces se otorgaba el Espíritu Santo de forma tal que incluso externamente se manifestaba que se había dado, pues quienes lo recibían hablaban las lenguas de todos los hombres, para significar que la Iglesia habría de hablar las lenguas de todos los pueblos. Recibieron el Espíritu Santo haciéndose visible en ellos de forma manifiesta. Al ver esto Simón, creyendo fuese cosa de hombres, quiso adquirirla él también. Lo que juzgó cosa de hombres, quiso comprarlo a los hombres, diciéndoles: ¿Cuánto dinero queréis que os dé para que, por la imposición de mis manos, se otorgue el Espíritu Santo? Entonces Pedro, detestándole, le dijo: No hay para ti parte ni heredad en esta fe. ¿Pensaste que el don de Dios ha de comprarse con dinero? Contigo perezca tu dinero, etc., cosas todas oportunamente dichas.
11. Advierta vuestra caridad por qué quise recordar esto. Convenía que Dios mostrase en primer lugar que obraba medíante los hombres, y después que obraba personalmente, para que los hombres no creyesen, como Simón, que aquello era cosa de hombres, no de Dios. Esto ya lo sabían los discípulos, puesto que estando reunidas ciento veinte personas descendió sobre ellas el Espíritu Santo sin imposición de mano alguna. Porque ¿quién les había impuesto las manos en aquella ocasión? Sin embargo, descendió y fueron los primeros en ser repletos. ¿Qué hizo Dios tras la herejía de Simón? Vedle convertido en doctor, enseñando no con palabras, sino con hechos. El mismo Felipe que bautizó a unos hombres sin que sobre ellos viniese el Espíritu Santo más que cuando los apóstoles les impusieron las manos, bautizó a un eunuco, es decir, a cierto favorito de la reina Candace, quien regresando de Jerusalén, a donde había ido a adorar, sentado en su carroza leía sin entenderlo al profeta Isaías. Avisado Felipe, se le acercó, le explicó la lectura, le instruyó en la fe y le anunció la buena noticia de Cristo. El eunuco creyó en Cristo y, al llegar a un lugar en que había agua, dice: Aquí hay agua, ¿quién impide que yo sea bautizado? Y Felipe le pregunta: ¿Crees en Jesucristo? Y le responde: Creo que Jesucristo es el Hijo de Dios. A continuación bajó con él al agua. Una vez realizado el misterio y el sacramento del bautismo, para que no se creyera que la donación del Espíritu Santo era cosa de hombres, no se esperó, como en la vez anterior, a que vinieran los apóstoles, sino que al instante descendió sobre él el Espíritu Santo. Así se esfumó el pensamiento de Simón, para que no tuviese imitadores en esos pensamientos.
12. Hay todavía otro ejemplo más admirable. Fue Pedro a casa del centurión Cornelio, hombre incircunciso y gentil. Comienza su predicación dándole a conocer a Jesucristo a él y a todos los que estaban con él. Todavía estaba Pedro hablando, cuando descendió el Espíritu Santo y se llenó de él Cornelio y sus acompañantes. No digo que aún no le había impuesto las manos; es más, aún no lo había bautizado, pues por aquel entonces los que estaban con Pedro dudaban de si debían ser bautizados los incircuncisos. De hecho se había originado una gran disputa sobre si debían serlo o no, entre los judíos que habían creído y los fieles que procedían de la gentilidad. Este sublime testimonio fue como una voz dirigida a Pedro diciéndole: « ¿Por qué dudas del agua? Yo ya estoy aquí».
13. Con la seguridad de que por la gracia de Dios ha de ser librada de sus muchas iniquidades y, sabiendo que la purificación de su inmunda prostitución se hará realidad en la Iglesia, el alma, cualquier alma, crea, acérquese a los pies del Señor, busque sus huellas, confiese su pecado con las lágrimas y límpielos con sus cabellos. Los pies del Señor son los predicadores del Evangelio. Los cabellos de la mujer son los bienes superfluos. Limpie con los cabellos, límpielos totalmente, obre la misericordia. Y después de limpiárselos, béselos; reciba la paz, para tener la caridad. Se acercó alguien a uno como el apóstol Pablo para ser bautizado por él. Escúchele: Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo. Si fue bautizado por otro que busca sus intereses y no los de Jesucristo, escuche las palabras del Señor: Haced lo que dicen y no hagáis lo que hacen. En un caso y en otro, quede tranquila; tanto si se encuentra con un ministro bueno como si se encuentra con otro que no hace lo que dice. En cualquier caso oirá confiada las palabras del Señor: Vete, mujer; tu fe te ha salvado.

SERMON 100
La renuncia (Lc 9, 57-62).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Hacia el año 417.

1. Escuchad lo que Dios me ha inspirado sobre este capítulo del Evangelio. En él se lee cómo el Señor se comportó distintamente con tres hombres. A uno que se ofreció a seguirlo lo rechazó; a otro que no se atrevía lo animó a ello; por fin, a un tercero que lo difería lo censuró. ¿Quién más dispuesto, más resuelto, más decidido ante un bien tan excelente como es seguir al Señor a donde quiera que vaya que aquel que dijo: Señor, te seguiré adondequiera que vayas? Lleno de admiración, preguntas: ¿Cómo es esto; cómo desagradó al Maestro bueno, nuestro Señor Jesucristo, que va en busca de discípulos para darles el reino de los cielos, hombre tan bien dispuesto? Como se trataba de un maestro que preveía el futuro, entendemos que este hombre, hermanos míos, si hubiera seguido a Cristo, hubiera buscado su propio interés y no el de Jesucristo. Pues el mismo Señor dijo: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos. Este era uno de ellos; no se conocía a sí mismo como lo conocía el médico que lo examinaba. Porque si ya se veía mentiroso, si ya se conocía falaz y doble, no conocía a quien hablaba. Pues él es de quien dice el evangelista: No necesitaba que nadie le informase sobre el hombre, pues él sabía lo que había en el hombre. ¿Y qué le respondió? Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar su cabeza. Pero, ¿dónde no tiene? En tu fe. Las zorras tienen escondites en tu corazón; eres falaz. Las aves del cielo tienen nidos en tu corazón: eres soberbio. Siendo mentiroso y soberbio no puedes seguirme. ¿Cómo puede seguir la doblez a la simplicidad?
2. En cambio, a otro que está siempre callado, que no dice nada y nada promete, le dice: Sígueme. Cuanto era el mal que veía en el otro, tanto era el bien que veía en éste. Al que no quiere le dice Sígueme. Tienes un hombre dispuesto-Te seguiré adondequiera que vayas-y dices Sígueme a quien no quiere seguirte. «A éste, dice, le excluyo porque veo en él madrigueras, veo en él nidos». Pero ¿por qué molestas a este que invitas y se excusa? Mira que le impeles y no viene, le ruegas y no te sigue, pues ¿qué dice? Iré primero a enterrar a mi padre. Mostraba al Señor la fe de su corazón, pero le retenía la piedad. Cuando nuestro Señor Jesucristo destina los hombres al Evangelio, no quiere que se interponga excusa alguna de piedad carnal y temporal. Ciertamente, la ley ordena esta acción piadosa, y el mismo Señor acusó a los judíos de echar abajo este mandato de Dios. También San Pablo dice en su carta: Este es el primer mandamiento de la promesa. ¿Cuál? Honra a tu padre y a tu madre. No hay duda de que es mandato de Dios. Este joven quería, pues, obedecer a Dios dando sepultura a su padre. Pero hay lugares, tiempos y asuntos apropiados a este asunto y a este lugar. Ha de honrarse al padre, pero ha de obedecerse a Dios; ha de amarse al progenitor, pero ha de anteponerse al Creador. Yo, dice Jesús, te llamo al Evangelio; te llamo para otra obra más importante que la que tú quieres hacer. Deja a los muertos que entierren a sus muertos. Tu padre ha muerto. Hay otros muertos que pueden enterrar a los muertos. ¿Quiénes son los muertos que sepultan a los muertos? ¿Puede ser enterrado un muerto por otros muertos? ¿Cómo le amortajarán si están muertos? ¿Cómo transportarán el cadáver si están muertos? ¿Cómo le llorarán si están muertos? Le amortajan, le llevan a enterrar y le lloran a pesar de estar muertos, porque aquí se trata de los infieles.
Aquí nos ordenó el Señor lo que está escrito en el Cantar de los Cantares al decir la Iglesia: Ordenad en mí la caridad. ¿Qué significa Ordenad en mí la caridad? Estableced una jerarquía, un orden y dad a cada uno lo que se le debe. No sometáis lo primario a lo secundario. Amad a los padres, pero anteponed a Dios. Contemplad a la madre de los Macabeos: Hijos, no sé cómo aparecisteis en mi seno. Pude concebiros y daros a luz, pero no pude formaros. Luego oíd a Dios, anteponedle a mí, no os importe el que me quede sin vosotros. Se lo indicó y lo cumplieron. Lo que la madre enseñó a los hijos, eso enseñaba nuestro Señor Jesucristo a aquel a quien decía: Sígueme.
3. Ahora entra en escena otro que quiere ser discípulo, que sin nadie haberle dicho nada confiesa: Te seguiré, Señor, pero antes voy a comunicárselo a los de mi casa. En mi opinión, el sentido de las palabras es el siguiente: «Avisaré a los míos, no sea que, como suele acontecer, me busquen». Pero el Señor le replicó: Nadie que pone las manos en el arado y mira atrás es apto para el reino de los cielos. Te llama el oriente y tú miras al occidente. Esto nos enseña el presente capítulo: que el Señor eligió a los que quiso. Eligió, pues, como dice el Apóstol, según su gracia y conforme a la justicia de ellos. Las palabras del Apóstol suenan así: Atended, pues, a lo que dice Elías: Señor, mataron a tus profetas, destruyeron tus altares y he quedado yo sólo y aún buscan mi alma. Pero ¿qué respondió el oráculo divino? Me reservé siete mil hombres que no doblaron su rodilla ante Baal. Piensas que eres el único siervo que trabajas bien; pero hay más, y no pocos, que me temen, pues tengo siete mil. Y añadió el Apóstol: Así acontece también en este tiempo. Aunque algunos judíos creyeron, muchos fueron reprobados al estilo del que llevaba en el corazón madrigueras de raposas. Así, pues, en este tiempo, dice, el resto se salvó por elección gratuita. Es decir, ahora existe el mismo Cristo que entonces, el que decía a Elías: Me reservé. ¿Qué significa me reservé? Yo los elegí, porque vi que sus pensamientos se apoyaban en mí, no en sí mismos ni en Baal. Son como yo los hice, no han cambiado. Y tú que hablas, ¿dónde te hallarías si no tuvieses mi apoyo? Si no estuvieses lleno de mi gracia, ¿no doblarías también tu rodilla ante Baal? Estás lleno de mi gracia, porque no confiaste en tu propia virtud, sino por entero en mi gracia. No te gloríes, pues, juzgando que en tu servicio no tienes compañeros o consiervos. Los hay elegidos por mí, como tú; también ellos presumen de mí, como lo asegura el Apóstol: También ahora se salvó el resto por elección gratuita.
4. Guárdate, ¡oh cristiano! , guárdate de la soberbia. Aunque imites a los santos, atribuye siempre todo a la gracia, porque el que formes parte de ese resto se debe a la gracia de Dios, no a tu propio mérito. Ya dijo el profeta Isaías recordando a ese resto: Si el Señor Sabaot no nos hubiese dejado un resto de nuestro linaje, seríamos como Sodoma y nos hubiéramos asemejado a Gomorra. Y así dice el Apóstol: Igualmente en este tiempo se salvó un resto por elección gratuita; y si es por gracia, ya no es por las obras. Es decir, no te vanaglories ya de ningún mérito tuyo, pues de otro modo la gracia ya no es gracia. Si presumes de tus obras, se te da la recompensa y ya no es gratuito lo que se te concede. Si, pues, es gracia, se da gratuitamente. Y ahora te pregunto: «¿Crees, ¡oh pecador! , en Cristo?» «Creo», dices. ¿Qué crees? ¿Que por él se te pueden perdonar gratuitamente todos los pecados? Posees lo que creíste. ¡Oh gracia, otorgada gratuitamente! Y tú, ¡oh justo! , ¿por qué crees que sin Dios no puedes mantener la justicia? Atribuye entonces de forma absoluta a su piedad el ser justo, y el ser pecador atribúyelo a tu maldad. Sé tú el acusador y él será tu indultor. Todo crimen, todo delito, todo pecado se debe a nuestra negligencia, y toda virtud, toda santidad, a la divina clemencia. Vueltos al Señor...

SERMON 101
El envío a la misión (Lc 10, 2-6).

Lugar: Cartago, en la basílica de Fausto.
Fecha: Inicio de su episcopado.

1. La lectura del texto evangélico que se ha recitado hace poco nos invita a investigar y, si somos capaces, a indicar qué significa la mies de que habla el Señor: La mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rogad al Señor de la mies que envíe operarios a su mies. Entonces agregó a los doce discípulos, a quienes llamó apóstoles, otros setenta y dos y los envió a todos, como resulta de sus palabras, a la mies ya sazonada. ¿Cuál era aquella mies? No hallándose la mies en los gentiles donde no se había sembrado, resta sólo entender que se encontraba en el pueblo judío. A esta mies vino el dueño de la misma. A esta mies envió a los segadores. A los gentiles, en cambio, envió no segadores, sino sembradores. Nos parece, pues, que la mies fue recogida en el pueblo judío. De ella fueron escogidos los mismos apóstoles. Allí estaba ya madura para la recolección, pues la habían sembrado los profetas. Deleita contemplar la agricultura de Dios, recrearse en sus dones y trabajar en su campo. En él trabajaba quien decía: Yo trabajé más que todos ellos. Mas ¿no le daba fuerzas para ello el Señor de la mies? Por esto añade: Mas no yo, sino la gracia de Dios conmigo. Que estaba bien impuesto en el oficio de la agricultura lo demuestra con suficiencia al decir: Yo planté, Apolo regó. Este apóstol, de Saulo convertido en Pablo, es decir, de soberbio en el más pequeño -Saulo, en efecto, deriva de Saúl y Pablo de paulo (poco) 292 -, interpretando en cierto modo su nombre, dice: Yo soy el más pequeño de todos los apóstoles. Este Pablo, es decir, este pequeño, este mínimo, fue enviado a los gentiles. El mismo dice que fue enviado en primer lugar a la gentilidad. El lo escribe, nosotros lo leemos, creemos y predicamos. Afirma en su carta a los Gálatas que, después de la llamada del Señor Jesús, vino a Jerusalén y cotejó su Evangelio con el de los demás apóstoles, y que se estrecharon las manos en señal de concordia y armonía, porque en nada discrepaba con el que ellos habían aprendido de Jesús. A continuación dice que convinieron él y ellos en ir él a los gentiles y ellos a la circuncisión, él como sembrador y ellos como segadores. Con razón los atenienses, aunque sin saberlo, le impusieron ese nombre, pues, oyéndole hablar, dijeron: ¿Quién es este sembrador de palabras?
2. Prestad atención, pues. Gozaos contemplando conmigo dos clases de mies: la una en sazón y la otra en perspectiva. La madura en el pueblo judío, y la que está en ciernes, en el gentil. Vamos a probarlo. ¿Cómo, sino con la Escritura del dueño de la mies? Contamos con lo escrito en el presente capítulo: La mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a la mies. Y puesto que en aquella mies iban a encontrarse con judíos que habían de contradecirlos y perseguirlos, añadió: Ved que os envío como corderos en medio de lobos.
Tal es la mies; hablemos un poco más sobre ella para evidenciarla más. Junto al pozo donde, según el Evangelio de San Juan, se sentó el Señor fatigado, se obraron grandes misterios que la brevedad del tiempo impide comentar en su totalidad. No obstante, escuchad con atención lo que sea posible decir. Nos propusimos demostrar que la mies estaba en el pueblo en que predicaron los profetas. En efecto, ellos fueron los sembradores para que los apóstoles pudieran ser más tarde los segadores. Conversando el Señor Jesús con la samaritana, al decirle él, entre otras cosas, cómo debía ser adorado, ella contestó: Sabemos que ha de venir el Mesías llamado el Cristo y que él nos enseñará todas las cosas. A lo cual Cristo le repuso: Soy yo, el que está hablando contigo. Da fe a lo que oyes, a lo que ves. Soy yo, el que está hablando contigo. ¿Qué había dicho ella? Sabemos que vendrá el Mesías, a quien anunciaron Moisés y los profetas, el cual se llama Cristo. Ya estaba cargada la mies. Había recibido la virtud de germinar gracias a la siembra de Moisés y los profetas y, ya madura, esperaba a los apóstoles para la siega. Tan pronto como oyó aquellas palabras, creyó y, dejando el cántaro, corrió rápidamente y comenzó a anunciar al Señor. Mientras tanto, los discípulos se habían ido a comprar alimentos. Al regreso se maravillaron de ver al Señor hablando con la mujer samaritana, pero no se atrevieron a decirle ¿Qué o por qué hablas con ella? Aunque extrañados, reprimieron su curiosidad. No era novedad el nombre de Cristo para esta samaritana; ya esperaba su advenimiento; tenía fe en que había de venir. ¿Cómo sería esto posible, si nadie hubiera sembrado? Oíd esto mismo con palabras más claras. Dice el Señor a sus discípulos: Decís que aún está lejos el verano; alzad vuestros ojos y ved los campos blancos para la siega. Y añadió: Otros trabajaron y vosotros os asociasteis a sus tareas. Trabajaron Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés y los profetas. Trabajaron sembrando. A la llegada del Señor la mies estaba madura. Enviados los segadores con la hoz del Evangelio, acarrearon los haces a la era del Señor, en que Esteban había de ser trillado.
3. De aquí recibió Pablo la semilla. Es enviado a la gentilidad y no lo calla al recordar la gracia recibida de modo principal y especial para esta función. Dice en sus escritos que fue enviado a predicar el Evangelio allí donde Cristo aún no había sido anunciado. Pero como aquella otra siega ya tuvo lugar y los judíos que quedaron eran paja, prestemos atención a la mies que somos nosotros. Sembraron los apóstoles y los profetas. Sembró el mismo Señor; él estaba, en efecto, en los apóstoles, pues también él cosechó; nada hicieron ellos sin él; él sin ellos es perfecto, y a ellos les dice: Sin mí nada podéis hacer. ¿Qué dice Cristo, sembrando entre los gentiles? Ved que salió el sembrador a sembrar. Allí se envían segadores a cosechar; aquí sale a sembrar el sembrador no perezoso. Pero ¿qué tuvo que ver con esto el que parte cayera en el camino, parte en tierra pedregosa, parte entre las espinas? Si hubiera temido a esas tierras malas, no hubiera venido tampoco a la tierra buena. Por lo que toca a nosotros, ¿qué nos importa? ¿Qué nos interesa hablar ya de los judíos, de la paja? Lo único que nos atañe es no ser camino, no ser piedras, no ser espinas, sino tierra buena -; oh Dios!, mi corazón está preparado-para dar el treinta, el sesenta, el ciento, el mil por uno. Sea más, sea menos, pero siempre es trigo. No sea camino donde el enemigo, cual ave, arrebate la semilla pisada por los transeúntes; ni pedregal donde la escasez de la tierra haga brotar pronto lo que luego no pueda soportar el calor del sol; ni espinas que son las ambiciones terrenas y los cuidados de una vida viciosa y disoluta. ¿Y qué cosa peor que el que la preocupación por la vida no permita llegar a la vida? ¿Qué cosa más miserable que perder la vida por preocuparse de la vida? ¿Hay algo más desdichado que, por temor a la muerte, caer en la misma muerte? Estírpense las espinas, prepárense el campo, siémbrese la semilla, llegue la hora de la recolección, suspírese por llegar al granero y desaparezca el temor al fuego.
4. Quienesquiera que seamos los obreros que el Señor puso en su campo, a nosotros corresponde exponeros estas cosas: sembrar, regar, cavar alrededor de algunos árboles y echarles algún cesto de abono. Toca a nosotros hacerlo con fidelidad y a vosotros recibirlo con la misma fidelidad; al Señor toca ayudarnos a nosotros a trabajar y a vosotros a crecer, a todos a pelear y a vencer con él al mundo. Dije lo que toca a vosotros; ahora quiero decir lo que a nosotros pertenece. Pero quizá a alguno de vosotros parezca superfluo el que quiera decir yo algo, después de lo expuesto, y hablando en su interior diga: « ¡Oh si nos dejase ya en paz! Ya dijo lo que a nosotros nos concierne; lo que a él toca, ¿qué nos importa? » 293 Mas yo pienso que es mucho mejor que en recíproca y mutua caridad nos pertenezcamos todos. Ciertamente, pertenecéis a una familia y nosotros somos los administradores de esa misma familia; todos pertenecemos a un único Señor. Lo que doy no lo doy de mi propia cosecha, sino de la despensa de Aquel de quien también yo recibo 294.Porque si diere de lo mío, daría mentira. Quien habla mentira habla de lo suyo. Por tanto, debéis oír lo que atañe al administrador, ya sea para congratularos con nosotros, si nos encontráis fieles, o para instruiros en lo que a él corresponde. Pues ¿cuántos de vosotros habrán de ser administradores de este pueblo? También yo estuve donde ahora estáis vosotros 295.Y si ahora me veis repartir los alimentos a mis consíervos desde un lugar más elevado, pocos años ha recibía estos alimentos junto con mis consiervos en un lugar inferior. Hablo como obispo a laicos; pero ¿cómo saber a cuántos futuros obispos estoy hablando?
5. Veamos, pues, cómo entendemos nosotros lo que el Señor ordenó a quienes envió a predicar el Evangelio y a cosechar la mies ya sazonada. Veámoslo. No llevéis ni bolsa, ni alforja, ni calzado, y no saludéis a nadie por el camino. En cualquier casa en que entréis, decid: «Paz en esta casa»; y si en ella hubiere un hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; si no lo hay, volverá a vosotros. Analicemos todo brevemente. No llevéis bolsa alguna. ¿Qué es lo que hacemos? En efecto, cuando vamos de viaje llevamos una bolsa; llevamos bolsos para el camino. Ni alforja. Es posible que no la llevemos. Ni calzado. ¿De qué se trata? ¿Se nos manda caminar con los pies desnudos? Ved que también caminamos calzados. No escondemos los pies cuando hablamos: estamos calzados ante vuestros ojos. Más aún, si alguien nos saluda en el camino y no le devolviéramos el saludo, se nos tacharía de soberbios. Incurrimos en la misma desobediencia al Señor. Saludamos, en efecto, a quien encontramos en el camino. Lo otro es ya más fácil: decir Paz a esta casa cuando entramos a la de alguien. Pero ¿cómo superamos el obstáculo de la bolsa y del calzado? Dirijamos nuestra mirada al Señor por si nos consuela y concede la comprensión de esas palabras, puesto que incluso en lo que dijimos que era sencillo, decir: Paz a esta casa al entrar a ella, más fácil que lo cual nada hay, si al igual que lo que sigue lo tomamos de forma carnal, también ahí se nos presenta un peligro. ¿Qué dice? Decid: Paz a esta casa. Nada más sencillo. Pero ¿cómo sigue? Si hubiere en ella un hijo de la paz, descansará sobre él vuestra paz; si no lo hay, volverá a vosotros. ¿De qué se trata? ¿Cómo puede volver a mí la paz? ¿Quiere decir que sólo la tendré si vuelve, mientras que si descansa sobre él la perdí? ¡Lejos de la mente de los sanos tal idea! Por consiguiente, ni aquello se ha de tomar de forma carnal y, por tanto, quizá, ni el saco, ni el calzado, ni la bolsa; ni esto de no saludar a nadie por el camino, que si lo tomamos como suena, parece que se nos manda ser soberbios.
6. Pongamos la atención en el Señor, nuestro ejemplo y ayuda verdadera 296.Probemos que es nuestra ayuda: Sin mí nada podéis hacer. Probemos también que es nuestro ejemplo: Cristo padeció por nosotros, dice San Pedro, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Pues bien: incluso el mismo Señor tuvo bolsa en el camino de su peregrinación, bolsa que confió a Judas. Aunque era ladrón, lo aguantaba a su lado. Pero yo, con perdón de mi Señor, deseando aprender, le digo: «Señor que soportaste a Judas el ladrón, ¿cómo es que tenías lo que te pudo robar? A mí, hombre miserable y sin fuerzas, me prohíbes hasta llevar bolsa. Tú la llevabas y fue en ella donde tuviste que soportar al ladrón. Si no la hubieses llevado no hubiese él hallado qué robar». ¿Qué resta sino que me diga: «Entiende lo que oyes: No llevéis bolsa»? ¿Qué significa no llevéis bolsa? No seáis sabios para vosotros solos. Recibe el Espíritu. En ti debe haber una fuente, nunca un depósito; de donde se pueda dar algo, no donde se acumule. Dígaselo mismo de la alforja.
7. ¿Y qué son los zapatos? ¿De qué están hechos los que usamos? De cuero de animales muertos. Nos cubrimos los pies con cueros de animales muertos. ¿Qué se nos manda? Renunciar a las obras de muerte. Esto se nos advirtió de forma figurada en Moisés, cuando el Señor le dijo: Descálzate, pues el sitio en que estás es tierra sagrada. ¿Hay tierra más santa que la Iglesia de Dios? Puesto que estamos en ella, descalcémonos, renunciemos a las obras de muerte. Respecto al calzado que llevamos en nuestro caminar, el mismo Señor me ofrece consuelo, pues si no hubiese estado calzado, no hubiese dicho de él el Bautista: No soy digno de desatar la correa de sus zapatos. Obedezcamos, pues, y no se infiltre en nuestro corazón la soberbia empedernida. «Yo-dirá alguno-cumplo el Evangelio, pues camino descalzo». Bien, tú puedes, yo no. Guardemos lo que uno y otro hemos recibido; inflamémonos en la caridad, amémonos unos a otros, y de esta forma yo amo tu fortaleza y tú soportas mi debilidad.
8. ¿Qué opinas tú que no quieres entender en qué sentido se dijeron estas palabras y, por tanto, te ves obligado a censurar al Señor de inconsecuente por haber llevado bolsa y zapatos? ¿Qué te parece? ¿Te agrada que yendo de camino, al encontrarnos con alguno de nuestros seres queridos, no saludemos a quienes son nuestros superiores ni devolvamos el saludo a quienes nos son inferiores? ¿Cumples el Evangelio cuando, al ser saludado, te callas? Si lo hicieres así, serías semejante no al caminante que va de viaje, sino a la piedra miliaria que señala el camino. Depongamos, pues, nuestra estupidez, entendamos las palabras del Señor y no saludemos a nadie en el camino; de lo contrario, diremos que no quiso que hiciésemos lo que mandaba. ¿Qué significa, pues, no saludéis a nadie en el camino? Puede tomarse sencillamente como si ordenase que hagamos con presteza lo mandado. Si dijo: No saludéis a nadie en el camino, ha de pensarse que, con aquel modo de hablar que suele usarse para encarecer una cosa, quería decir: «Dejad a un lado todo hasta que hayáis realizado lo ordenado». Mas no vayamos demasiado lejos. Poco después, en el mismo discurso, dice el Señor: Y tú, Cafarnaúm, que te levantas hasta el cielo, serás abatida hasta el infierno. ¿Qué significa que te levantas hasta el cielo? Te crees demasiado feliz, demasiado poderosa; eres demasiado soberbia. Del mismo modo, por tanto, que con cierta exageración se dijo: Te levantas hasta el cielo a aquella ciudad que no se alzaba o subía hasta el cielo, así se dijo aquello otro para encarecer la presteza. Corred, pues, haced lo que os ordené; que nadie os retarde en vuestra labor; dejando de lado lo restante, apresuraos a llegar al fin propuesto.
9. Existe otro sentido en el que pienso ahora. No oculto que se trata de una forma de comprensión que me atañe más a mí y a todos nosotros los dispensadores, pero no os excluye a vosotros los oyentes. Quien saluda desea salud para el otro. De hecho, los antiguos comenzaban sus cartas de este modo: «Fulano saluda a mengano». Saludo recibe su nombre de salud. ¿Qué significa, pues, no saludéis a nadie en el camino? Quien saluda en el camino lo hace ocasionalmente. Ya veo que habéis entendido inmediatamente; mas no por eso debo concluir ya la exposición, porque no todos han sido tan rápidos 297.Veo las aclamaciones de quienes entendieron; pero veo también el silencio de los no pocos que aún reclaman la explicación.
Dado que hablamos del camino, comportémonos como si fuéramos de camino: los más ligeros, esperad a los más lentos y caminad todos a la par. ¿Qué dije? Quien saluda en el camino saluda ocasionalmente, porque se le presentó la oportunidad, pues no iba precisamente a saludar a aquel a quien de hecho saluda. Traía una cosa entre manos, pero le salió al paso otra. Se ocupaba en una tarea y se le cruzó otro quehacer. ¿Qué és, por tanto, saludar ocasionalmente? Anunciar la salvación por oportunismo. ¿Y qué otra cosa es anunciar la salvación sino anunciar el Evangelio? Luego sí predicas, hazlo por amor, no por oportunismo. Hay hombres que predican el Evangelio buscando otra cosa. De ellos dice el Apóstol lamentándose: Todos buscan su propio interés, no el de Jesucristo. También éstos saludaban, es decir, anunciaban la salud, predicaban el Evangelio, pero buscaban otra cosa, y a eso se llama saludar por oportunismo. ¿Y qué es esto? Si eres de los tales, quienquiera que seas, lo haces; más aún, tú que lo haces, si eres tal, no lo haces tú, sino que se hace en ti. En efecto, no eres tal, quienquiera que seas quien lo haces, sino que quizá ese tal es algún otro.
10. También a éstos los toleró el Apóstol; pero no les ordenó que fuesen así. También ellos hacen algo y son instrumentos de bien. Buscan lo suyo, pero anuncian a Cristo. No te preocupes de lo que busca el predicador; lo que anuncia, eso ten. No mires, ni te interese lo que él pretende. Escucha la salvación de su boca y reténla aunque venga de sus labios. No te constituyas en juez de su corazón. Le ves ir, por ejemplo, detrás de otra cosa; ¿a ti que te va? Escucha sólo la salvación que predica. Haced lo que dicen. Te da seguridad en tu obrar. ¿Y qué es eso? Haced lo que dicen. ¿Obran mal? No hagáis lo que hacen. ¿Obran bien, es decir, no saludan por el camino, no anuncian el Evangelio por oportunismo? Imitadlos como ellos imitan a Cristo. ¿Es bueno el hombre que predica? Toma la uva de la misma vid. ¿Es malo? Coge la uva, aunque penda del seto espinoso. El racimo es fruto del sarmiento, no de las espinas, aunque haya crecido enredado entre ellas. Por tanto, cuando lo ves, si tienes hambre, cógelo, con cuidado, no sea que al meter la mano para coger el racimo te pinches con las espinas'. Esto es lo que te digo: Oye lo bueno y no imites las malas costumbres. Si predica por oportunismo, si saluda en el camino, él será el perjudicado por no haber prestado oídos al precepto de Cristo: No saludéis a nadie en el camino. Nada te dañará a ti el oír la salvación, ya sea de un transeúnte, ya de quien viene a ello expresamente; lo importante es que la posees. Oye al Apóstol que, conforme te lo había anunciado ya, tolera estas cosas: ¿Qué importa, con tal que se haga, que Cristo sea anunciado, ya por oportunismo, ya por la verdad? Por todo ello me gozo y me gozaré. Pues sé que redundará en beneficio de mi salvación, gracias a vuestra oración.
11. Los apóstoles de Cristo, los predicadores del Evangelío, los que no saludan en el camino, es decir, los que no buscan otra cosa, sino que anuncian el Evangelio movidos por el doble amor, éstos vengan a la casa y digan: Paz a esta casa. Estos no lo dicen sólo de boca; derraman aquello de que están llenos. Predican y poseen la paz. No son de aquellos de quienes se dijo: Paz, paz, y no hay paz. ¿Qué significa: Paz, paz, y no hay paz? La predican, pero no la poseen; la alaban, pero no la aman. Dicen y no hacen. Con todo, tú recibe la paz, ya se anuncie a Cristo por oportunismo, ya por la verdad. Si saluda diciendo: Paz a esta casa quien está lleno de paz, si hay en ella algún hijo de la paz, descansará sobre éste la paz de aquél; si, al contrarío, no se halla allí un hijo de la paz, nada perdió quien saludó: Volverá, dice el Señor, a vosotros. Vuelve a ti lo que nunca se separó de ti. Con ello quiso decir: «A tí te aprovecha el haberla anunciado; al que no la recibió nada aprovechará el haberla oído. No porque él quedó vacío perdiste tú la recompensa. Se te pagará por tu buena voluntad; se te pagará por el amor con que lo hiciste. Te pagará quien te dio esa seguridad por la voz del ángel: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.

SERMON 102
«Quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia» (Lc 10, 16).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.

1. Lo que en aquel tiempo habló Jesucristo nuestro Señor, se consignó por escrito para que también fuese escuchado por nosotros. Hemos oído, pues, sus palabras. ¿De qué serviría haberlo visto, si no le hubiésemos escuchado? Al contrario, nada nos daña el no haberlo visto, si lo escuchamos. Dice: Quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia. Si estas palabras las dijo sólo a los apóstoles, despreciadnos a nosotros. Pero si su palabra llegó hasta nosotros, nos llamó y nos puso en lugar de ellos, guardaos de despreciarnos, no sea que llegue a él la injuria que nos hacéis a nosotros. Si no nos teméis a nosotros, temed a quien dijo: Quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia. ¿Qué nos mueve a hablaros a quienes no queremos ser despreciados por vosotros, sino el deseo de alegrarnos de vuestras buenas costumbres? Sean vuestras buenas obras consuelo para nuestros peligros. Vivid bien para no morir mal.
2. Al decir: «Vivid bien para no morir mal», no habéis de pensar en quienes quizá vivieron mal y murieron en sus lechos, se les hicieron exequias pomposas y fueron depositados en sarcófagos de gran valor y en sepulcros labrados con extraordinario trabajo y primor 298. Ni juzguéis que quise decir una banalidad con aquello de vivir bien para no morir mal; es posible que alguno de vosotros piense para sí: «Como ese otro quisiera morir yo». Puede darse el caso contrario: que ante un hombre que vivió bien y, conforme al sentir de los hombres, murió mal por haber muerto en un derrumbamiento o porque pereció en un naufragio o fue devorado por las fieras, diga ese hombre carnal: «¿Para qué vivir bien? Ved que fulano vivió bien y ha muerto mal». Volveos a vuestro interior, y si sois fieles, allí encontraréis a Cristo 299. Es él quien os habla allí. Yo grito, pero él enseña con su silencio más que yo hablando. Yo hablo mediante el sonido de mi palabra; él habla interiormente infundiendo pensamientos de temor. Grabe él, pues, en vuestro interior las palabras que me atreví a deciros: «Vivid bien para no morir mal». Puesto que hay fe en vuestro corazón y, en consecuencia, habita Cristo en él, él os enseñará lo que yo deseo proclamar.
3. Recordad a aquel rico y a aquel pobre de quien se nos habla en el Evangelio. El rico se vestía con púrpura y lino y comía todos los días opíparamente; el pobre, en cambio, yacía, llagado de úlceras que lamían los perros, hambriento y pidiendo unas migajas, a la puerta del rico. Lo recordáis; pero ¿por qué lo recordáis, sino porque Cristo habita en vuestros corazones? Decidme, pues, qué le habéis preguntado ahí dentro y qué os ha respondido? El Evangelio prosigue con estas palabras: Aconteció que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue sepultado en el infierno; y en medio de los tormentos alzó sus ojos y vio a Lázaro descansando en el seno de Abrahán. Entonces clamó diciendo: Padre Abrahán, compadécete de mí y envía a Lázaro para que moje su dedo en agua y destile una gota en mi lengua, porque me consumo de dolor en estas llamas. Quien fue soberbio en el tiempo, es mendigo en el infierno. El pobre llegó a conseguir la migaja deseada, el rico no logró una gota de agua. Pensando en estos dos, decidme: «¿Quién murió bien y quién murió mal?» No preguntéis a los ojos carnales, entrad en el corazón. Si preguntáis a los ojos, os responderán falsamente, porque los funerales del rico fueron sobremanera espléndidos y brillantes a los ojos del mundo. Mas ¿de qué le sirvieron los ejércitos de siervos y siervas que le plañían? ¿De qué el tropel de aduladores? ¿De qué el esplendor de las exequias? ¿De qué el valioso sepulcro? Lo estoy viendo cubierto de perfumes. ¿Qué hemos de decir, pues, hermanos; éste murió bien o mal? Si preguntáis a los ojos del mundo, murió óptimamente; si se lo preguntáis al maestro interior, pésimamente.
4. Si tal es la muerte de quienes se limitan a conservar sus propias riquezas, sin dar nada a los pobres, ¿cuál será la de quienes robaron las ajenas? Con razón dije: «Vivid bien para no morir mal», para que no muráis como aquel rico. Sólo el tiempo después de la muerte dice la verdad sobre ella. Mirad ahora al pobre, pero no con los ojos carnales, que os engañaréis; mire la fe, vea el corazón. Ponéoslo ante vuestros ojos, yaciendo ulceroso en la tierra, rodeado de perros que vienen a lamer sus heridas. Con sólo imaginarlo así, al instante escupís, volvéis la cara, os tapáis las narices. Miradle con los ojos del corazón. Murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Mientras a la familia del rico se la veía llorar, a los ángeles no se les veía gozosos. ¿Qué respondió Abrahán al rico? Acuérdate, hijo, que recibiste bienes en vida. Durante tu vida nada juzgaste bueno fuera de lo que en ella tuviste. Lo recibiste, pero pasaron los días, lo perdiste todo y quedaste tú sólo para ser atormentado en los infiernos.
5. Es útil, hermanos, para vosotros el que os diga estas cosas. Mirad por los pobres, por los impedidos y por quienes pueden caminar. Mirad por los pobres; haced obras buenas. Los que acostumbráis a hacerlas, hacedlas; y los que no acostumbráis, hacedlas también. Aumente el número de los benefactores, puesto que ha aumentado el de los fieles. Aún no veis cuán grande es el bien que hacéis, como tampoco ve el labrador la mies cuando siembra, pero confía en la tierra 300. ¿Por qué no confías tú en Dios? Llegará el día de nuestra mies. Piensa que es el momento del trabajo y que al trabajo sigue la cosecha según está escrito: Iban andando y lloraban al arrojar las semillas; pero a la vuelta vendrán con gozo trayendo las gavillas.

SERMON 103
Marta y María (Lc 10, 38-42).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.

1. Las palabras de nuestro Señor Jesucristo que se nos leyeron en el Evangelio nos advierten que existe algo, único, a lo que debemos tender mientras trabajamos envueltos en las preocupaciones de este mundo. Tendemos porque somos aún caminantes que no hemos llegado al descanso; porque nos hallamos todavía en el camino, no en la patria; tendemos con el deseo, no con el gozo. Con todo, tendamos y hagámoslo sin cesar y sin pereza para que podamos llegar algún día.
2. Marta y María eran dos hermanas no sólo en la carne, sino también en la devoción. Ambas se unieron al Señor, ambas le sirvieron en unidad de corazón cuando vivía en la carne en este mundo. Marta le recibió en su casa como suele recibirse a los peregrinos. La sierva recibe al Señor, la enferma al Salvador, la criatura al Creador. Lo recibió para alimentarlo en la carne, ella que iba a ser alimentada en el espíritu. Quiso el Señor tomar la forma de siervo y en ella ser alimentado por los siervos, mas no por necesidad, sino porque así se dignó. Dignación suya fue el dejarse alimentar por los hombres. Tenía carne en la que sentía hambre y sed; pero ¿ignoráis que en el desierto, cuando tuvo hambre, le alimentaron los ángeles? Luego el querer ser alimentado fue gracia que otorgó al que lo alimentaba. ¿Y qué tiene de extraño, siendo así que concedió a una viuda la gracia de alimentar a Elías, a quien antes alimentaba él por medio de un cuervo? ¿Por ventura le faltaba con qué alimentarlo cuando lo envió a la viuda? De ninguna manera; no le faltaban alimentos, sino que disponía las cosas para bendecir a aquella viuda piadosa en recompensa del servicio que prestaba a su siervo. Así, pues, fue recibido como huésped el Señor que, viniendo a su casa, los suyos no lo recibieron, pero a cuantos lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, adoptando a los siervos y convirtiéndolos en hermanos, redimiendo a los cautivos y haciéndolos coherederos. Que ninguno de vosotros diga: «Bienaventurados los que merecieron recibir a Cristo en su propia casa». No te duela ni te apenes; no te quejes de haber nacido en tiempo en que no es posible ver al Señor en la carne. No te privó de esta gracia quien dijo: Lo que hicisteis a uno de mis pequeños, a mí me lo hicisteis.
3. Debido a la escasez del tiempo, hemos hablado poco sobre el Señor que es alimentado en su carne, pero alimenta el espíritu. Pasemos al tema que propuse: la unidad. Marta, preparando y aderezando el alimento para el Señor, se afanaba en infinidad de quehaceres; María, su hermana, prefirió ser alimentada por el Señor. Abandonando en cierto modo a su hermana entregada a los afanes domésticos, ella se sentó a los pies del Señor y, libre de los ajetreos humanos, escuchaba su palabra. Con suma atención había oído decir: Quedad libres de cuidados y ved que yo soy el Señor. Aquélla se agitaba, ésta se alimentaba; aquélla disponía muchas cosas, ésta atendía sólo a una. Ambas ocupaciones eran buenas; pero ¿cuál era la mejor? ¿He de decirlo yo? Tenemos a quien preguntar. Oigámoslo sin prisas. Ya oímos cuando se leyó qué es mejor. Oigámoslo otra vez, recordándolo yo. Marta interpela al huésped y pone en manos del juez el cargo de sus piadosas querellas: que su hermana la había abandonado y no se preocupaba de ayudarla, estando tan agobiada de trabajo. María, aunque presente, no responde; juzgue el Señor. María, como despreocupada, prefiere poner su causa en manos del juez, y por eso no se molesta en contestar, pues preparar la respuesta le supondría apartar la atención de lo que oía de boca del Señor. Responde por ella el Señor, para quien no suponía esfuerzo preparar palabras, puesto que era la Palabra. Y ¿qué dijo? Marta, Marta. Esta repetición del nombre es indicio de amor, o quizás un modo de recabar su atención. Para que escuchase más atentamente, la llama dos veces: Marta, Marta, escúchame: Tú estás afanada en muchas cosas, y sólo una es necesaria; sólo una. No se dijo escuetamente opus, como tomando el término por un sustantivo en singular, sino opus est, frase que significa conviene, es necesario. Esta única obra necesaria es la que eligió María.
4. Pensad en la unidad, hermanos míos, y ved que, si os agrada una multitud, es por la unidad que existe en ella. ¡Ved cuántos sois vosotros, a Dios gracias! ¿Quién podría gobernaros si no gustaseis una sola y misma cosa? ¿De dónde proviene esta calma en una multitud tan grande? Si hay unidad, hay pueblo; sin ella, una turbamulta. Pues ¿qué es una turbamulta sino una multitud turbada? Escuchad al Apóstol: Os ruego, hermanos-lo dice a una multitud que deseaba ver convertida en unidad-, que digáis todos lo mismo y que no haya entre vosotros cismas, sino que estéis perfectamente unidos en el mismo pensamiento y en el mismo parecer. Y en otro lugar: Sed unánimes, tened un mismo sentimiento; nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria. Y el Señor que ruega al Padre por los suyos: Para que todos sean uno como nosotros somos uno. Lo mismo se lee en los Hechos de los Apóstoles: La multitud de los que habían creído tenían un solo corazón y un alma sola. Por tanto, engrandeced al Señor conmigo y ensalcemos su nombre todos juntos. Una sola cosa es necesaria: aquella unidad celeste, la unidad por la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola cosa. Ved cómo se nos recomienda la unidad 301.Es cierto que nuestro Dios es una Trinidad. El Padre no es el Hijo, y el Hijo no es el Padre, y el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu de ambos 302.Y con todo, estas tres personas no son tres dioses, ni tres omnipotentes, sino un solo Dios omnipotente. La misma Trinidad es un solo Dios, porque una sola cosa es necesaria. Y a la consecución de esta única cosa sólo nos lleva el tener los muchos un solo corazón 303.
5. Buena cosa es servir a los pobres y, sobre todo, a los santos de Dios, como obsequio de piedad. Este servicio más bien se devuelve que se da; es decir, es deuda, no dádiva, en conformidad con las palabras del Apóstol: Si hemos sembrado en vosotros bienes espirituales, ¿es gran cosa que recojamos vuestros bienes carnales? Es cosa buena; os exhortamos a ello, edificándoos con la palabra del Señor; no seáis remisos en hospedar a los santos. Hubo quienes sin saberlo, dando acogida a quienes desconocían, acogieron a ángeles. Es cosa buena ésta, pero es mejor lo que escogió María. Por necesidad aquello arrastra consigo preocupación; esto, dulzura que proviene del amor'. Cuando el hombre sirve, quiere estar a todo, y a veces no puede: busca lo que le falta, prepara lo que tiene, y el alma se llena de preocupaciones. Si Marta se hubiera bastado para este servicio, no hubiera pedido la ayuda de su hermana. Muchos y diversos son estos servicios en cuanto temporales y carnales. Y aunque son cosa buena, son transitorios. ¿Qué dice el Señor a Marta? María escogió la mejor parte. Tú no la elegiste mala, pero ella la eligió mejor. Escucha por qué es mejor: Porque no le será quitada. Algún día se te quitará a ti el peso de la necesidad; la dulzura de la verdad, en cambio, es eterna. Por tanto, no se le quitará lo que eligió. No se le quitará y se le aumentará. En esta vida se aumenta, en la otra alcanzará la perfección, pero jamás se le quitará.
6. Por lo demás, tú, Marta, con tu venia lo digo, tú que fuiste bendecida en tu servicio, buscas una recompensa, el descanso, a tu trabajo. Ahora estás ocupada en multitud de quehaceres, preocupada por alimentar cuerpos mortales, aunque sean de santos. ¿Acaso cuando llegues a la patria hallarás peregrinos a quienes hospedar, hambrientos a quienes ofrecer pan, sedientos a quienes apagar la sed, enfermos a quienes visitar, litigantes a quienes poner en paz o muertos a quienes sepultar? Nada de esto habrá allí. ¿Qué habrá, pues? Lo que eligió María. Allí, en efecto, en lugar de alimentar, seremos alimentados. Allí se hallará la plenitud y perfección de lo que aquí eligió María, migajas solamente de la opulenta mesa de la palabra del Señor. ¿Queréis saber lo que habrá allí? El mismo Señor lo dice a sus siervos: En verdad os digo que los sentará a su mesa, pasará y se pondrá a servirles. ¿Qué significa sentarse, sino estar libre de cuidados? ¿Qué significará, sino descansar? ¿Y cuál es el significado de pasará y se pondrá a servirles`? Que primero pasa y después los sirve. Pero ¿dónde? En aquel convite celestial del cual dice: En verdad os digo que vendrán muchos de oriente y de occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Quien allí alimenta es el Señor, pero antes ha de pasar de aquí. Como sabéis, Pascua significa tránsito .Vino el Señor, obró cosas divinas y padeció cosas humanas. ¿Acaso es escupido o abofeteado todavía? ¿Es acaso coronado de espinas, flagelado, crucificado o herido con la lanza todavía? Son cosas que ya pasaron; pasó él. De idéntica manera habla el evangelista a propósito de la Pascua celebrada con sus discípulos. ¿Qué dice el Evangelio? Habiendo llegado a Jesús la hora de pasar de este mundo al Padre. Luego pasó para alimentar; sigámosle para que nos alimente.

SERMON 104
Marta y María (Lc 10, 38-42).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.

1. Escuchamos, cuando se leyó el Evangelio, que el Señor se hospedó en casa de una piadosa mujer llamada Marta, y que mientras ella se ocupaba de los quehaceres del servicio, su hermana María se hallaba sentada a los pies del Señor, oyendo su palabra. Aquélla trabajaba, ésta holgaba; la primera daba y la segunda se llenaba. Entonces Marta, muy fatigada por las tareas del servicio, interpeló al Señor quejándose de que su hermana no la ayudaba en el trabajo. El Señor respondió a Marta en lugar de a María, constituyéndose en abogado de una parte quien había sido solicitado como juez por la otra: Marta, le dijo, te preocupas de muchas cosas, cuando una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada. Hemos oído la interpelación y la sentencia del juez, sentencia que responde a la interpelante y defiende a la otra. María estaba pendiente de la dulzura de la palabra del Señor. Marta pensaba en cómo alimentar al Señor, María en cómo ser alimentada por él. Marta preparaba un convite para el Señor; María disfrutaba ya del convite del mismo Señor. ¿Cómo pensar que ante la interpelación hecha al Señor por su hermana temiese María que le dijera: «Levántate y ayuda a tu hermana», estando como estaba escuchando su dulce y suavísima palabra, puesta toda su atención en ser alimentada por él? La retenía una extraordinaria suavidad, pues sin duda es superior la dulzura de la mente que la del vientre. Disculpada María, permaneció sentada ya segura. ¿Cómo fue disculpada? Prestemos atención, agudicemos la vista, indaguemos cuanto podamos para ser alimentados también nosotros.
2. Entonces, ¿qué? Hemos de pensar que vituperó la actividad de Marta, ocupada en el ejercicio de la hospitalidad, ella que recibió en su casa al mismo Señor? ¿Cómo iba a ser vituperada con justicia quien se gozaba de albergar a tan notable huésped? Si fuera así, cesen los hombres de socorrer a los necesitados, elijan para sí la mejor parte, que no se les quitará. Dedíquense a la palabra divina, anhelen ardientemente la dulzura de la doctrina, conságrense a la ciencia salvadora; no se preocupen de si hay un peregrino en la aldea, de si alguien necesita pan o vestido; desentiéndanse de visitar a los enfermos, de redimir al cautivo, de enterrar a los muertos; descansen de las obras de misericordia y aplíquense a la única ciencia. Si ésta es la mejor parte, ¿por qué no la hacemos nuestra todos, dado que para ello tenemos al Señor por defensor? No existe aquí temor alguno de ofender su justicia, puesto que sus palabras nos apoyan.
3. Con todo, no es así, sino como dijo el Señor. No es como tú lo entiendes; es como debes entenderlo. Pon atención a estas palabras: Estás ocupada en muchas cosas, y una sola es necesaria. María eligió la mejor parte. No es que tú eligieses la mala, sino que ella eligió la mejor. ¿Por qué la mejor? Porque tú te afanas por muchas cosas, y ella por una sola. Lo uno se antepone a lo múltiple. La unidad no proviene de la multiplicidad, sino la multiplicidad de la unidad 304. Múltiples son las cosas hechas, pero uno solo el autor. El cielo, la tierra, el mar y todas las cosas que en ellos existen, ¡cuán innumerables son! ¿Quién podrá enumerarlas? ¿Quién podrá pensar en su multitud? ¿Y quién las hizo? Y Dios hizo todas las cosas y eran muy buenas. Si tan extraordinariamente buenas son las cosas que hizo, ¡cuánto mejor será quien las hizo! Prestemos atención, pues, a nuestras múltiples ocupaciones. Son necesarios quienes se dedican a alimentar el cuerpo. ¿Por qué? Porque hay hambre y sed. También es necesaria la misericordia para hacer frente a la miseria. Partes el pan con el hambriento, porque te encontraste con uno. Haz desaparecer, si te es posible, el hambre: ¿a quién darás pan? Suprime la peregrinación, ¿a quién hospedarás? Haz desaparecer la desnudez, ¿para quién preparas el vestido? Elimina la enfermedad, ¿a quién visitas? Si desaparece la cautividad, ¿a quién redimirás? Si no hay riñas, ¿a quiénes pondrás de acuerdo? Si deja de existir la muerte, ¿a quién darás sepultura? En la otra vida no habrá estas necesidades y, como consecuencia, tampoco estos servicios.
Por tanto, justamente atendía Marta la necesidad corporal del Señor-o no sé cómo decir, si necesidad o voluntad o libre necesidad-. Servía a la carne mortal. Pero ¿quién existía en carne mortal? En el principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios: He aquí lo que oía María. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros: he aquí a quien servía Marta. Luego María eligió la mejor parte, que no le será quitada. Pues eligió lo que siempre permanecerá y, por tanto, no le será quitado. Quiso ocuparse de una única cosa, que ya poseía: Mi bien es estar unida a Dios. Se hallaba sentada a los pies de nuestra cabeza, y cuanto más abajo sentada, tanto más recibía. El agua afluye a la profundidad del valle, deslizándose desde los encumbrados collados. No vituperó el Señor la obra de Marta, sino que distinguió los menesteres. Estás afanada, le dijo, en muchas cosas, y una sola es necesaria. Esta ya la escogió para sí María. Pasa la preocupación por una multitud de cosas y permanece el amor de la unidad'. Luego no le será quitado lo que eligió; sin embargo, lo que tú elegiste-esto es lo que se deduce, lo que se sobrentiende-, lo que tú elegiste te será quitado. Pero se te quitará para tu bien, para dársete lo que es mejor. Se te quitará el trabajo y se te otorgará el descanso. Tú navegas todavía, mientras que ella está ya en el puerto.
4. En estas dos mujeres, ambas amigas del Señor, ambas dignas de su amor, ambas discípulas suyas, quienes lo habéis comprendido, habéis visto-así me parece-y comprendido algo grande, que debéis ver y conocer aun quienes no lo habéis comprendido: en estas dos mujeres están figuradas dos vidas, la presente y la futura; una laboriosa y otra ociosa; una infeliz y otra dichosa; una temporal y otra eterna .Estas dos vidas son las que os he descrito en cuanto me ha sido posible; ahora vosotros reflexionad sin prisas sobre ellas. Reflexionad y deteneos con más calma de lo que lo hice yo, sobre el contenido de esta vida-y no me refiero a la mala, perversa, lujuriosa o impía, sino a la trabajosa, llena de sinsabores, repleta de temores y agitada por tentaciones, la misma vida inocente que llevaba Marta-. La vida desordenada estaba lejos de aquella casa; no se hallaba ni en Marta ni en María y, si alguna vez existió, se ahuyentó con la llegada del Señor. Quedaron, pues, en aquella casa en que se alojó el Señor dos vidas representadas en las dos mujeres: ambas inocentes, ambas dignas de alabanza; una laboriosa, otra ociosa, ninguna pecaminosa, ninguna perezosa. Repito: ambas inocentes, ambas dignas de encomio; sin embargo, como indiqué, una laboriosa y otra ociosa. Ninguna de las dos pecaminosa (de esto ha de guardarse la laboriosa), ninguna perezosa (de lo que ha de precaverse la ociosa). En aquella casa coexistían estas dos vidas y la fuente misma de la vida. Marta era imagen de las realidades presentes; María, de las futuras. Nosotros estamos ahora en los quehaceres de Marta; esperamos la ocupación de María. Hagamos bien esto de ahora, para conseguir la plenitud de lo de allá. Pero ¿tenemos aquí algo de lo de allí? ¿En qué proporción lo tenemos? ¿Qué poseemos de allí? En efecto, algo hacemos aquí propio de allí. Apartados de los asuntos humanos, depuestos los cuidados familiares, os habéis reunido aquí, estáis en pie 305, escucháis; haciendo esto, os asemejáis a María. Más fácilmente hacéis vosotros el papel de María que yo el de Cristo. Si yo os digo algo propio de Cristo, os alimenta por ser de Cristo, pan común del que vivo yo también si es que vivo. Pues ahora vivimos, hermanos, si vosotros estáis firmes en el Señor; no en vosotros, sino en el Señor. Ya que ni el que planta es algo, ni el que riega, pues quien da el incremento es Dios.
5. Y ahora que habéis oído y entendido esto, ¿cuánto hay en vosotros de aquella vida de la que María era imagen? Pase esta noche del siglo. Al amanecer estaré de pie en tu presencia y te contemplaré. Otorgarás gozo y alegría a mis oídos y se alborozarán los huesos humillados. Huesos humillados, como si fueran miembros de un tullido. Esto hacía María: se humillaba y el Señor la llenaba. Estaba sentada. ¿Qué significaba entonces lo que dije: Al amanecer estaré de pie en tu presencia y te contemplaré? Si el amanecer simboliza el siglo futuro, ¿como está sentada y es semejante a quien está en pie? Pasada la noche del siglo presente, estaré de pie delante de ti, dice, y veré; estaré de pie y contemplaré. No dijo: «Me sentaré». ¿Cómo María, estando sentada, es imagen de cosa tan grande, si estaré de pie en tu presencia y te contemplaré? No os perturbe esto; se debe a la pobreza de la carne, pues al cuerpo no se le puede exigir que esté sentado y de pie al mismo tiempo. Si está sentado, no está de pie, y si está de pie, no está sentado; ambas cosas a la vez no son posibles al cuerpo. Pero si probare que al alma sí es posible, ¿habrá motivo para dudar? Si ahora puede el hombre hacer algo parecido, con muchísima mayor facilidad podrá hacerlo una vez que haya desaparecido ya toda dificultad. He aquí un ejemplo. El mismo San Pablo dice: Ahora vivimos si vosotros estáis firmes en el Señor. El gran Apóstol, mejor, Cristo por él, nos ordena estar firmes, estar de pie. ¿Cómo se entiende lo que dice también el mismo Apóstol, mejor, Cristo por él: Sin embargo, caminemos en aquello a lo que hemos llegado? Aquí tenemos el estar de pie y el caminar; y aún es poco caminar, pues añade: Corred de tal forma que alcancéis el premio. Prestad atención, pues, amadísimos, y entended. Nos manda caminar y estar de pie, no de modo que cuando estemos de pie dejemos de caminar, o que cuando caminemos dejemos de estar de pie, sino que hagamos ambas cosas al mismo tiempo: caminar y estar de pie. ¿Qué significa estar de pie y correr? Que hemos de permanecer y progresar. Muéstrame, Señor, tus caminos. Una vez conocidos los caminos del Señor, ¿qué se nos pide sino que andemos por ellos? Guíame, Señor, en tu camino. ¿Qué deseamos sino andar? En otro texto, al contrario, como queriendo que permanezcamos inmóviles, dice: No permitas que se muevan mis pies. Y en otro lugar, congratulándose y dando gracias a alguien: Y no permitió que se moviesen mis pies. Si al salmista se le dijese: ¿Cómo has deseado que te mostraran los caminos del Señor, que te guiaran por su senda, y no quieres que se muevan tus pies y, más aún, das gracias porque no se movieron? ¿Cómo, pues, anduviste sin mover los pies? Su respuesta sería ésta: «Caminé porque obré al mismo tiempo, y permanecí inmóvil porque no me alejé». No os extrañéis, hermanos; ved que lo que no puede el cuerpo, lo puede el alma. Por lo que se refiere al cuerpo, cuando caminas, no estás inmóvil, y cuando permaneces inmóvil, no andas. Pero, según el alma, según la fe, según la atención de la mente, estate inmóvil y camina, permanece y progresa, porque ahora vivimos, si permanecéis en el Señor, y corred de tal modo que alcancéis el premio. Por tanto, amadísimos, estaréis sentados y estaréis de pie. Estaremos sentados porque contemplaremos humildemente al Señor, y estaremos de pie porque permaneceremos eternamente en él.
6. Y añado más. Nos recostaremos, lo cual no es ni estar sentado ni estar de pie. Nos recostaremos. No me atrevería a afirmarlo si no existiese la promesa del Señor: Los hará recostarse. Como prometiendo a sus siervos un gran premio, les dice: Los hará recostar y pasando los servirá. Esta es la vida que se nos promete: nos hará recostar y pasando nos servirá. Es lo mismo que dijo cuando admiró y alabó la fe del centurión: En verdad os digo que vendrán muchos de Oriente y de Occidente, y se recostarán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Magnífica promesa, dichoso cumplimiento. Obremos para merecerlo; ayúdenos el Señor para que podamos llegar allí donde, recostados, él nos ha de servir. ¿Qué significa recostarse, sino descansar? ¿Y qué significa servir, sino alimentar? ¿Qué alimento es aquél? ¿Qué bebida será aquélla? Sin duda, la misma verdad. Aquel alimento reconstituye y no merma; alimenta y alimentando otorga plenitud. Ni se transforma en aquel a quien alimenta, sino que permaneciendo íntegro da plenitud. ¿No crees que puede Dios alimentar del mismo modo que ahora es alimentado tu ojo mediante esta luz material? Tu ojo se alimenta de la luz. La vean muchos o pocos, su grandeza es la misma; con ella se alimentan los ojos y, sin embargo, no sufre merma. El ojo la recibe sin que ella disminuya; la recoge, pero no una parte sola. Puede la luz hacer esto en los ojos, y ¿no podrá hacerlo el Señor con el hombre transformado? Puede, no hay duda de que puede. ¿Por qué aún no os lo apropiáis? Porque andáis afanados en muchos cuidados, os absorbe, mejor, nos absorbe a todos el quehacer de Marta. ¿Quién está libre de ejercer este servicio? ¿Quién respira libre de estos cuidados? Hagámoslo santamente, hagámoslo con caridad, pues llegará el momento aquel en que, recostados nosotros, pase él y nos sirva. No sería nuestro servidor si no hubiese pasado de aquí al Padre. Aquí estaba cuando hizo la promesa. Y para que no pensáramos que se había de mostrar en la forma de siervo, dice: Pasando les servirá. Refiriéndose también a este tránsito, dice el evangelista: Habiendo llegado la hora de que Jesús pasara de este mundo al Padre. Y también: ¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros y aún no me habéis conocido? Si hubiese entendido Felipe lo que acababa de oír, hubiera respondido: «No he conocido porque aún no has pasado». Por esto se dice también a María después de la resurrección: No me toques, porque aún no he subido al Padre.
7. Por tanto, amadísimos, os suplico, os exhorto, os aconsejo, os mando, os ruego que todos juntos deseemos aquella vida y corramos hacia ella viviendo juntos, para que, perseverando en ella, hallemos descanso. Vendrá el momento, momento que no tendrá fin, en que el Señor nos haga recostar a la mesa y nos servirá. ¿Qué nos servirá sino a sí mismo? ¿Por qué estáis preocupados por lo que comeréis? Tenéis al mismo Señor. ¿Cuál ha de ser nuestro manjar sino en el principio existía el Verbo y el Verbo era Dios? ¿Qué será el recostarnos sino el descansar? ¿Qué será el alimentarnos sino el deleitarse inefablemente con su contemplación. En tu derecha se halla el deleite. Una cosa pedí al Señor, ésa buscaré; no la multitud en las que estoy ocupado, sino una cosa pedí al Señor, ésta buscaré: habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar el deleite del Señor. No se disfrutará de esta felicidad mientras se trabaja. Vacad y ved. ¿Qué? Que yo soy el Señor. Excelente visión, feliz contemplación. ¿Qué otra cosa es, pues, «recostaos y comed», sino vacad y ved. Por tanto, no lo tomemos carnalmente, ni pensemos, por decirlo así, en banquetes licenciosos. Lo presente pasará; ha de tolerarse, pero no amarse. Si quieres realizar el oficio de Marta, haya moderación, haya misericordia. Moderación en el soportar, misericordia en el dar. Pasará el trabajo y llegará el descanso; pero al descanso no se llega sino a través del trabajo. Pasa la nave y llega a la patria, pero a la patria no se llega si no es con la nave. Si consideramos las olas y las tempestades de este mundo, nuestra vida es un viaje por mar. Y no dudo que no nos hundimos porque somos transportados por el leño de la cruz 306.

SERMON 105
El amigo inoportuno (Lc 11, 5-13).

Lugar: Cartago.
Fecha: Año 410 o 411.

1. Hemos oído la exhortación de nuestro Señor, maestro celeste y fidelísimo consejero, exhortador a que pidamos y dador cuando pedimos. Le hemos escuchado en el Evangelio exhortándonos a pedir con insistencia y a llamar hasta parecer impertinentes. Nos propuso un ejemplo en esta dirección. «Sí alguno de vosotros tuviese un amigo, a quien de noche pidiese tres panes por habérsele presentado en casa otro amigo que viene de viaje y hallarse sin nada que ofrecerle, si aquél le respondiera que ya está descansando y con él sus criados y que, por tanto, no le moleste; si, con todo, él insiste y persevera llamando, sin acobardarse por la indelicadeza; al contrario, forzado a hacerlo por la necesidad, el otro se levantará, si no por la amistad, al menos por su tozudez y le dará cuantos panes quisiere». ¿Cuántos quiso? Solamente tres. A la parábola añadió el Señor una exhortación, en que nos estimuló ardientemente a pedir, buscar y llamar hasta conseguir lo que pedimos, lo que buscamos y aquello por lo que llamamos, sirviéndose de un ejemplo por contraste: El del juez que, a pesar de no temer a Dios ni sentir respeto alguno por los hombres, ante la insistencia cotidiana de cierta viuda, vencido por el cansancio, le dio refunfuñando lo que no supo otorgar como favor. Nuestro Señor Jesucristo, que con nosotros pide y con el Padre da, no nos exhortaría tan insistentemente a pedir si no quisiera dar. Avergüéncese la desidia humana: más dispuesto está él a dar que nosotros a recibir; más ganas tiene él de hacernos misericordia que nosotros de vernos libres de nuestras miserias. Y quede bien claro: si no nos liberan de ella, permaneceremos siendo miserables; si nos exhorta, para nuestro bien lo hace.
2. Estemos vigilantes y demos fe a quien nos exhorta; cumplamos con quien promete y alegrémonos con quien da. Quizá también a nosotros se nos presentó un amigo que venia de viaje y no teníamos qué darle; en nuestra necesidad, recibimos para él y para nosotros. Es casi imposible que uno no se haya topado con un amigo que le pregunta algo a lo cual no sabe responder; la necesidad de dar le manifestó su carencia. Se te presenta un amigo que va de viaje, es decir, de viaje por esta vida, por la cual todos pasamos como peregrinos, pues ninguno permanece en ella como dueño, sino que a todo hombre se dice: Reparaste tus fuerzas, sigue, ponte en camino y deja tu sitio al que viene detrás. O quizá es otro amigo tuyo, que viene de un mal viaje, es decir, de una mala vida, fatigado por no haber encontrado la verdad, oída y conocida la cual alcance la felicidad, y cansado y extenuado en medio de toda concupiscencia y carestía del mundo, quien viene a ti y te dice: «Dame razón de tu fe; hazme cristiano». Te pregunta quizá lo que, debido a la simplicidad de tu fe, ignoras; no tienes, por tanto, con qué reparar las fuerzas del hambriento y su demanda te sirvió de toque de atención para conocer tu indigencia. Y por ello, al querer enseñar te ves obligado a aprender, y la confusión en que te pone quien no encontró en ti lo que buscaba, te fuerza a buscar para merecer encontrar.
3. ¿Y dónde buscarás? ¿Dónde sino en los libros del Señor? Quizá lo que te preguntó se halla en el libro, pero está oscuro. Quizá lo dijo el Apóstol en alguna de sus cartas, pero en tal forma que puedes leerlo, aunque no entenderlo; no se te permite pasar, pues, adelante. Pero quien te pregunta sigue urgiendo; a ti, en cambio, no se te permite preguntar directamente a Pablo o a Pedro o a algún profeta. Esta familia descansa con su Señor; la ignorancia de este siglo es fuerte, es decir, es la medianoche y el amigo hambriento apremia. Quizá a ti te bastaba una fe sencilla, pero no a él. ¿Por ventura hay que abandonarlo? ¿Hay que arrojarlo, acaso, de casa?
Llama con tu oración al Señor mismo con quien descansa su familia, pide, insiste. No necesita ser vencido por la importunidad, como el amigo aquel, para levantarse y darte. El quiere dar. Si llamando aún no has recibido nada, sigue llamando, pues desea dar. Difiere el dar lo que desea dar para que al diferirlo lo desees más ardientemente, no sea que, otorgándotelo, luego te parezca cosa vil.
4. Cuando hayas conseguido los tres panes, es decir, el alimento que es el conocimiento de la Trinidad, tendrás con qué vivir tú y con qué alimentar al otro. No tengas miedo de que venga un peregrino de viaje; al contrario, hazle miembro de tu familia recibiéndole. No temas tampoco que se te acaben las provisiones. Ese pan no se termina; antes bien, terminará él con tu indigencia. Es pan, y es pan, y es pan: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Eterno el Padre, coeterno el Hijo y coeterno el Espíritu Santo. Inmutable el Padre, inmutable el Hijo e inmutable el Espíritu Santo. Creador tanto el Padre como el Hijo, como el Espíritu Santo. Pastor y dador de vida tanto el Padre como el Hijo, como el Espíritu Santo. Alimento y pan eterno el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Aprende esto tú y enséñalo. Vive tú de él y alimenta al otro. Dios, que es quien da, no puede darte cosa mejor que a sí mismo. ¡Avaro! ¿Qué otra cosa deseas? Si pides algo más, ¿qué te ha de bastar, si Dios no te basta?
5. Mas para que pueda serte dulce lo que se te da, es necesario que poseas caridad, que tengas fe, que tengas esperanza. También estas cosas son tres: la fe, la esperanza y la caridad. Son dones también de Dios. De él hemos recibido la fe, según la palabra del Apóstol: Cada cual según la medida de la fe que le repartió Dios. También la esperanza la recibimos de aquel de quien se dice: En quien me diste la esperanza. Asimismo la caridad la recibimos del mismo, de quien se dice: La caridad de Dios se difundió en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. Aunque son un tanto diversas, son todas dones de Dios. Ahora subsisten las tres: la fe, la esperanza y la caridad, pero la mayor de ellas es la caridad. De aquellos panes no se dijo que uno fuera mayor que otro, sino simplemente que se pidieron y se obtuvieron tres panes.
6. He aquí otras tres cosas. ¿Quién de vosotros, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O quién de vosotros a quien le pide un pez le da una serpiente? ¿O a quien le pide un huevo le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre celestial, que está en los cielos, dará cosas buenas a los que se las piden! Examinemos, pues, estas tres cosas, por si en ellas estuvieren encerradas aquellas otras tres: la fe, la esperanza y la caridad, la mayor de las cuales es la caridad. Considera estas tres cosas: el pan, el pez y el huevo, la mayor de las cuales es el pan. Justamente podemos poner al pan como símbolo de la caridad. Al pan se opuso la piedra, porque la dureza es contraria a la caridad. El pez simboliza la fe. Dijo un santo -y me agrada repetirlo-: «La fe piadosa es como el pez bueno. Vive entre las olas, sin que le despedacen ni volteen». La fe piadosa vive entre las tentaciones y tempestades de este mundo; el mundo se enfurece, pero ella permanece inquebrantable. Observa ahora cómo la serpiente representa lo contrario de la fe. Gracias a su fe fue tomada por esposa aquella a quien se dice en el Cantar de los Cantares: Ven del Líbano, esposa mía, ven y sal de la fe que fue tu comienzo. Está desposada porque la fe es el inicio de un desposorio, pues el esposo hace una promesa y queda ligado por la fe prometida. El Señor contrapone la serpiente al pez, el diablo a la fe. Por eso dice el Apóstol a esa desposada: Os desposé con un sólo varón para mostraros a Cristo como virgen casta. Y me temo que, como la serpiente con su astucia engañó a Eva, así se corrompan vuestras mentes apartándose de la castidad que se debe a la fe en Cristo. Y en otro lugar: Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones. No corrompa, pues, el diablo vuestra fe, no devore al pez.
7. Queda por examinar la esperanza, que a mi modo de ver puede compararse con el huevo. La esperanza todavía no ha llegado a su objeto, y el huevo, aunque es ya algo, no es aún el pollo. Los cuadrúpedos paren hijos; las aves, esperanza de hijos 307.La esperanza nos induce a despreciar las cosas presentes y a esperar las futuras, a olvidarnos de lo de atrás y a tender, con el Apóstol, a lo de adelante. Dice así: Una cosa hago: olvidándome de lo de atrás y tendiendo a lo de adelante, sigo corriendo, poniendo los ojos en la meta, hacia la palma de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús. Nada hay tan opuesto a la esperanza como el mirar atrás, es decir, poner la confianza en las cosas que se deslizan y pasan. Por tanto, ha de ponerse en lo que todavía no se nos ha dado, pero que ha de dársenos en algún momento y jamás pasará. Sin embargo, cuando se precipitan sobre el mundo las tentaciones como una lluvia de azufre sobre Sodoma, ha de temerse la experiencia de la mujer de Lot. Miró atrás y en aquel mismo lugar quedó convertida en sal para sazonar a los prudentes con su ejemplo. Así habla el apóstol San Pablo de la esperanza: En esperanza hemos sido salvados. La esperanza que se ve no es esperanza. Pues lo que uno ve, ¿cómo lo espera? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos. Lo que uno ve, ¿cómo es que lo espera? Aquí tenemos el huevo. Es, sí, un huevo, pero todavía no es pollo. Está envuelto en la cáscara; no se le ve por estar cubierto. Espéresele, por tanto, con paciencia. Désele calor para que brote la vida. Pon atención; tiende hacia lo de adelante, olvídate de lo de atrás; lo que se ve es temporal. No pongamos la mirada, dice, en lo que se ve, sino en lo que no se ve. Las cosas que se ven son temporales y las que no se ven son eternas. Alarga, pues, la esperanza hasta lo que no se ve, espera, aguanta. No mires atrás. Protege tu huevo contra el escorpión. Advierte que hiere con la cola que tiene detrás. No destruya el escorpión tu huevo, es decir, no mate este mundo tu esperanza con su veneno tanto más dañino cuanto más atrás está. ¡Cuántas cosas no te dice el mundo! ¡Cuánto no alborota a tu espalda para que mires atrás, es decir, para que pongas tu esperanza en lo presente -aunque no debí emplear esta palabra porque no es presente lo que nunca permanece 308 -, apartes tu ánimo de lo que Cristo prometió y aún no dio, pero dará porque es fiel, y pretendas hallar el descanso en un mundo que ha de perecer!
8. Por esto mezcla Dios con amarguras el bienestar y la felicidad terrena: para que se busque otra felicidad cuya dulzura no es engañosa. En estas amarguras se apoya el mundo para intentar apartarte de aquello a lo que, teniéndolo delante, tiendes, y hacerte mirar hacia atrás. Debido a estas amarguras y tribulaciones murmuras y dices: «Ved que nada queda en pie en los tiempos cristianos» 309.¿Por qué alborotas? No consiste la promesa de Dios ni la de Cristo en que no han de perecer estas cosas. El, que es eterno, me prometió cosas eternas; si lo creyere, de mortal me convertiré en eterno. ¿Por qué gritas, oh mundo inmundo? ¿Por qué voceas? ¿Por qué intentas apartarme de él? Quieres sujetarme siendo perecedero. ¿Qué no harías si durases para siempre? ¿A quién no engañarías si fueses dulce, si siendo amargo lo haces, falseando los manjares? Si conservo la esperanza, si la retengo, no ha sido roto mi huevo por el escorpión. Bendeciré al Señor en todo momento; su alabanza está siempre en mi boca. Sea feliz el mundo o se derrumbe, Bendeciré al Señor que hizo el mundo. Le bendeciré, sin duda. Me vaya bien según la carne, o me vaya mal, Bendeciré al Señor en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca. Porque si bendigo cuando me va bien, y maldigo cuando me va mal, ya recibí el aguijón del escorpión, ya herido miré atrás. Lejos de nosotros obrar de esa manera. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; conforme agradó al Señor, así se hizo; bendito sea el nombre del Señor.
9. Aún sigue en pie la ciudad que nos engendró según la carne 310.¡Gracias a Dios! ¡Ojalá sea engendrada también espiritualmente y pase con nosotros a la eternidad! Pero si llegara a perecer la ciudad que nos engendró según la carne, perdura la que nos dio a luz espiritualmente. El Señor edificó a Jerusalén. ¿Acaso perdió su edificación por hallarse dormido o porque entró a ella el enemigo hallándola indefensa? Si el Señor no guarda la ciudad, en vano vigila el centinela. Pero ¿qué ciudad? No duerme ni dormirá el que guarda a Israel. ¿Y quién es Israel sino el linaje de Abrahán? ¿Y quién es el linaje de Abrahán sino Cristo? Y a tu semilla, dijo, que es Cristo. ¿A nosotros qué nos dice? Vosotros sois de Cristo, luego sois linaje de Abrahán, herederos en virtud de la promesa. Y en tu semilla, dice, serán benditos todos los pueblos. La ciudad santa, la ciudad creyente, la ciudad peregrina está fundamentada en el cielo. ¡Oh fiel! , no corrompas la esperanza, no pierdas la caridad; ciñe tus lomos, sube, pon delante tus antorchas, espera al Señor cuando venga de las bodas. ¿Por qué te estremeces porque perecen los reinos terrenos? Se te prometió el celestial para que no perecieses tú junto con los terrenos. Porque se predijo su ruina y en forma que no deja duda. No podemos negar esa predicción. El Señor a quien esperas te dijo: Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Los reinos terrenos cambian, pero llegará aquel de quien se dijo: Y su reino no tendrá fin.
10. Quienes prometieron eternidad a los reinos terrenos, no lo hicieron llevados de la verdad, sino que mintieron por adular. Uno de sus poetas introduce a Júpiter, que se dirige con estas palabras a los romanos: «Yo no establecí para ellos términos espaciales ni límites temporales; les di un imperio eterno» 311. De ninguna forma responde a la verdad. El reino eterno que les diste, ¡oh tú que nada diste! , ¿está en la tierra o en el cielo? Sin duda, en la tierra. Y aunque estuviese en el cielo, El cielo y la tierra pasarán. Pasarán hasta las cosas que hizo el mismo Dios; ¡cuánto más rápidamente las que hizo Rómulo! Si quisiéramos llamar a cuentas a Virgilio y reprocharle el haber dicho tales cosas, quizá nos llevara a un rincón para decirnos: «También yo lo sé, pero para vender mis palabras a los romanos, ¿qué iba a hacer sino prometerles adulatoriamente lo que era falso? 312 Ten en cuenta que al decir `les di un imperio eterno' obré con cautela, pues lo puse en boca de Júpiter. Personalmente no dije falsedad alguna; el papel de mentiroso lo dejé para Júpiter. ¿Queréis comprobar que ya sabía yo eso? En otro lugar en que hablaba en nombre propio, sin introducir ya al Júpiter de piedra, dije: `Ni los propios asuntos de Roma, ni los reinos mismos destinados a perecer 313 '. Ved que dije que los reinos han de perecer. Lo dije; no callé que los reinos han de perecer. `Han de perecer': hablando en verdad no lo callé; `han de pervivir siempre': es promesa que nace de la adulación» 314.
11. No desfallezcamos, por tanto, hermanos. A todos los reinos terrenos les llegará su fin. Si el momento presente representa el fin, Dios lo sabe 315 .Quizá no ha llegado aún y deseamos que no llegue por cierta flaqueza o compasión o miseria nuestra. Pero ¿acaso por esto no ha de llegar? Afianzad la esperanza en Dios, anhelad lo eterno, esperad lo eterno, Sois cristianos; hermanos míos, somos cristianos. No bajó Cristo a la carne para buscar el placer. Más que amar toleremos las cosas presentes. A la vista tenemos la maldad y la ruina de las cosas adversas y los falsos halagos de las prósperas. Teme al mar, aun cuando se halle en bonanza. No escuchemos en vano las palabras: «Arriba el corazón». ¿Por qué ponemos el corazón en la tierra, cuando vemos que se derrumba la tierra? No puedo menos de exhortaros a que acumuléis razones con las que respondáis en defensa de vuestra fe a quienes se mofan y blasfeman del nombre cristiano. Que ninguna persona con sus murmuraciones os aparte de la esperanza del futuro. Todos los que blasfeman de nuestro Cristo apoyándose en las contrariedades presentes son cola de escorpión. Nosotros pongamos nuestro huevo bajo las alas de la gallina evangélica que clama a la falsa y perdida ciudad: Jerusalén, Jerusalén, ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina sus polluelos y no quisiste!
¡Que no tenga que decirnos también a nosotros: Cuántas veces quise yo y no quisisteis vosotros! Aquella gallina es la sabiduría divina, que tomó carne para acomodarse a los polluelos. Ved la gallina con las plumas erizadas, las alas caídas, la voz ronca y débil, fatigada y lánguida, acomodándose a sus polluelos. Pongamos, pues, nuestro huevo, es decir, nuestra esperanza, bajo las alas de aquella gallina.
12. Quizá habéis advertido cómo la gallina mata al escorpión. ¡Ojalá destruya y devore la gallina a estos blasfemos que reptan por tierra, proceden de las cavernas y pican mortalmente! ¡Ojalá los trague y convierta en huevo! No se irriten. Nos encontramos agitados, pero no devolvemos maldición por maldición. Nos maldicen y bendecimos; rogamos por los que nos injurian. « ¡Que no hable de Roma!, me dicen. ¡Oh si dejara en paz a Roma! » 316.Como si fuera yo un ultrajador y no uno que pide al Señor por ella, al mismo tiempo que os exhorta a hacer lo mismo. Lejos de mí el insultar. Aléjelo Dios de mi corazón y de mi apenada conciencia. ¿No tuvimos allí muchos hermanos? 317¿No los tenemos todavía? ¿No mora allí una gran parte de la ciudad peregrina de Jerusalén? ¿No perdió allí los bienes temporales, aunque no los eternos? Cuando no dejo de hablar sobre ella, ¿qué es lo que digo, sino que es falso lo que atribuyen a nuestro Cristo, que él perdió a Roma, la Roma que amparaban los dioses de piedra y madera? Y si los quieres de mayor precio, de bronce. De otro superior todavía, de plata y oro. Los dioses de los gentiles son plata y oro. No habló de madera ni de barro, sino de lo que los hombres estiman tanto: plata y oro. A pesar del oro y la plata, tienen ojos y no ven. Los dioses de oro y los de madera son dispares en cuanto al precio, pero idénticos en cuanto al tener ojos y no ver. Ved a qué guardianes encomendaron la custodia de Roma los hombres doctos: a quienes tienen ojos y no ven. O, si pudieron proteger a Roma, ¿por qué perecieron ellos antes? Pero dicen: «Pereció cuando ellos». Cuando ella, sí, pero perecieron. «No perecieron ellos mismos, dicen, sino sus estatuas». ¿Cómo iban a custodiar vuestros techos quienes fueron incapaces de proteger sus estatuas? Alejandría destruyó tales dioses hace mucho tiempo 318. Y Constantinopla, desde que se convirtió en gran ciudad -fue fundada por un emperador cristiano- perdió los falsos dioses de otros tiempos y, sin embargo, creció, sigue creciendo y aún perdura 319. Y durará hasta que Dios quiera. Con todo, no prometemos la eternidad para esa ciudad. Cartago, de donde en otro tiempo fue destronada la diosa Celeste porque no era celeste, sino terrestre, pervive al amparo del nombre de Cristo 320.
13. No es, pues, verdadera su afirmación de que Roma fue tomada y devastada como acto seguido a la pérdida de los dioses. En ningún modo, porque las estatuas habían sido destruidas ya con anterioridad y, a pesar de ello, fueron vencidos los godos con su jefe Radagaiso. Recordad, hermanos; recordad y traed a la memoria lo acontecido entonces, pues no está lejos; hace pocos años que aconteció 321. Derribados todos los ídolos de la ciudad de Roma, llegó Radagaiso con un ejército enorme, mucho más grande que el de Alarico. Radagaiso era pagano y sacrificaba diariamente a Júpiter. Por todas partes se anunciaba que no dejaría de sacrificar. Todos éstos se decían: «Ved que nosotros no sacrificamos y él sí; por fuerza seremos vencidos por quien sacrifica, nosotros a quienes no se nos permite hacerlo». Pues bien, para demostrar que ni la salud temporal ni los reinos terrenos dependen de estos sacrificios, Dios hizo que Radagaiso fuera vencido. Después llegaron otros godos que no sacrificaban a los ídolos, pues eran enemigos de ellos por ser cristianos, aunque no católicos 322. Vinieron derribando ídolos y tomaron a Roma. Vencieron a quienes presumían de sus ídolos, a quienes los buscaban después de haber sido destruidos y a quienes anhelaban sacrificarles aun después de haberlos perdido. Allí había también hermanos nuestros, y también ellos fueron afligidos, pero sabían decir: Bendeciré al Señor en todo momento. Padecieron tribulaciones en el reino terreno, pero no perdieron el de los cielos; al contrario, en el ejercicio de las tribulaciones se hicieron más aptos para conquistarlo. Y si en medio de ellas no blasfemaron, salieron del horno como vasos perfectos y llenos de la bendición de Dios. Los blasfemadores, en cambio, los que buscan los bienes terrenos, codician las riquezas caducas, ponen la esperanza en las cosas perecederas; perdidas éstas muy a pesar suyo, ¿qué tendrán? ¿Dónde quedarán? Con nada, ni fuera ni dentro; con el arca vacía y con el corazón más vacío todavía. ¿Dónde encontrarán el descanso? ¿Dónde la salvación y la esperanza? Vengan con nosotros; dejen de blasfemar y vengan a adorar. Coma la gallina estos escorpiones punzantes; conviértanse en el cuerpo de quien los devora; ejercítense en la tierra, reciban la corona en el cielo.

SERMON 105 A (=Lambot 1)
La oración (Lc 11, 9 ss).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.

1. El santo Evangelio que acabamos de escuchar nos exhorta a la oración y nos infunde una gran confianza, porque nunca se aparta del Señor con las manos vacías el que pide, llama y busca. No dijo, en efecto, que algunos pedirían y recibirían, sino Todo el que pide recibe y el que busca halla y al que llama se le abre.
Nos propuso una semejanza por contraste: Si se acerca un amigo a otro amigo pidiéndole tres panes, porque ha llegado a su casa un huésped, y esto a una hora en la que es molesto levantarse de la cama para darlos porque está ya acostado y con él en el lecho los niños, si el amigo no cesa de pedir, Os digo, dice, que, no por la amistad, sino por el fastidio que le causa, se levantará y le dará todo lo que necesite. Ahora bien, si no se niega a dar quien es vencido por el hastío, ¿cómo ha de negar algo quien te exhorta a pedir? Con esta finalidad se adujo la semejanza. Si al que pide tres panes no se le niegan porque es amigo y se le conceden no por la amistad, sino para que no siga molestando, Dios, que es Trinidad, ¿no se nos dará a Sí mismo si lo pedimos? No creo que el amigo le diese tres panes de distinta calidad, por ejemplo, uno de trigo blanco, otro de salvado y otro de cebada.
Dado que Jesucristo, Dios, Hijo unigénito de Dios, al exhortarnos a orar infundió gran confianza a nuestra oración, nos conviene saber qué debemos pedir. Pues ¿quién no pide a Dios? Pero conviene saber qué se pide. Quien ha de dar está dispuesto a hacerlo, pero el que pide ha de ser corregido si pide mal.
Te levantas y pides a Dios que te otorgue riquezas. ¿Deben tener por cosa grande los hijos de Dios pedirle eso? El mismo Dios quiso dar riquezas incluso a los hombres perversos, para que los hijos no las pidan al Padre como si fuera algo especial. En cierto modo Dios nos habla por sus obras y nos dice: «¿Por qué me pedís riquezas?» ¿Es eso lo que os he de dar como cosa extraordinaria? Advertid a quienes las da y avergonzaos de pedir tales cosas. ¿Pide el fiel lo que tiene el histrión? ¿Va a pedir la matrona cristiana lo que tiene la meretriz? No pidáis tales cosas en vuestras oraciones. Os las dé si quiere y, si no, no os la dé. Conviene que demos fe a quien nos dice: La vida del hombre no está en la abundancia. ¿Por qué? Porque las riquezas perjudican a muchos. Ignoro si puede encontrarse alguien a quien le hayan aprovechado. Conformémonos con hallar alguien a quien no han perjudicado.
Ignoro, repito, si puede encontrarse alguien a quien hayan aprovechado. Quizá se diga: «¿No fueron de provecho las riquezas para quienes usaron bien de ellas alimentando a los hambrientos, vistiendo a los desnudos, hospedando a los peregrinos, redimiendo a los cautivos?» Todo el que obra así, lo hace para que no le perjudiquen sus riquezas. ¿Qué sucedería si no poseyese esas riquezas con las que hace misericordia, siendo tal que estuviese dispuesto a hacerla si se hallase en posesión de ellas? El Señor no se fija en la grandeza de las riquezas, sino en la piedad de la voluntad. ¿Acaso eran ricos los apóstoles? Abandonaron solamente unas redes y una barquichuela y siguieron al Señor. Mucho abandonó quien se despojó de la esperanza del siglo, como aquella viuda que depositó dos ochavos en el cepillo del templo. Según el Señor, nadie dio más que ella. A pesar de que muchos ofrecieron mayor cantidad porque eran ricos, ninguno, sin embargo, dio tanto como ella en ofrenda a Dios, es decir, en el cepillo del templo. Muchos ricos echaban en abundancia, y él los contemplaba, pero no por que echaban mucho. Esta mujer entró en el templo con sólo dos ochavos. ¿Quién se dignó poner los ojos en ella? Sólo aquel que al verla no miró si la mano estaba llena o no, sino al corazón. La observó, pregonó su acción y al hacerlo proclamó que nadie había dado tanto como ella. Nadie dio tanto como la que no reservó nada para sí.
Das poco, porque tienes poco; pero si tuvieras más, darías también más. Pero ¿acaso, por dar poco a causa de tu pobreza, te encontrarás con menos, o recibirás menos porque diste menos? Si se examinan las cosas que se dan, unas son grandes, otras son pequeñas; unas numerosas, otras escasas. Si, en cambio, se escudriñan los corazones de quienes dan, hallarás con frecuencia en quienes dan mucho un corazón tacaño, y en quienes dan poco, uno generoso. Tú miras a lo mucho dado y no a cuánto se reservó para sí ese que tanto dio, cuánto fue lo que en definitiva otorgó, o cuánto robó quien de ello da algo a los pobres como queriendo corromper con ello a Dios, el juez.
Lo que consigues con tu donación es que no te perjudiquen tus riquezas, no que te aprovechen. Porque, si fueres pobre y desde tu pobreza dieses aunque fuera poco, se te imputaría tanto como al rico que da en abundancia o quizá más, como a aquella mujer.
Pensemos, pues, que el reino de los cielos está en venta al precio de una limosna. Se nos ofrece la posibilidad de comprar una finca fértil y riquísima; supongamos que una vez adquirida y poseída ni siquiera por la muerte la dejaremos a quienes nos sucedan, sino que la disfrutaremos por siempre, no la abandonaremos más y jamás emigraremos de ella. ¡Extraordinaria finca; debe comprarse! Sólo te resta saber su precio, por si acaso no tienes con qué pagar y aunque lo desees no puedes comprarla. Para que no pienses que no está al alcance de tu mano, te indico su precio: vale tanto cuanto tienes. Para tu alegría, supuesto que no seas envidioso, añadiré todavía más: cuando Dios te haya otorgado la posesión de esta finca comprada, no excluirás a otro comprador. La compraron los patriarcas, ¿acaso fueron excluidos de su compra los santos profetas? La compraron los profetas, ¿por ventura no fueron admitidos a su compra los apóstoles? La compraron los apóstoles y con ellos los mártires. En fin, todos éstos la compraron y aún está en venta.
Veamos, pues, si sólo los ricos, y no los pobres, pudieron comprarla. Examinemos los casos más recientes dejando de lado a los antiguos compradores. Zaqueo, jefe de los publicanos 323 , que había acumulado grandes riquezas y era muy rico, la compró dando a los pobres la mitad de sus bienes. Recibían el nombre de publicanos no por ser hombres públicos, sino por recaudar los impuestos. Así lo testimonia el santo Evangelio cuando fue llamado al colegio apostólico cierto hombre del cual está escrito: Vio sentado a la mesa de recaudación a un hombre llamado Mateo. A este hombre llamado desde su asiento en la mesa de recaudación de impuestos se le llama en otro lugar Mateo el publicano. Este Zaqueo deseaba ardientemente ver a Jesús; dado que era pequeño de estatura y, envuelto en la muchedumbre, no podía verlo, subió a un árbol y desde allí lo vio pasar. Para ver a quien por él había de ser suspendido de un madero se subió Zaqueo a un madero. Después que el Señor entró inesperadamente en su casa, lleno de gozo, pues ya antes había hecho ingreso en su corazón, dijo: Doy la mitad de mis bienes. Pero se reservó muchas riquezas. Observa ahora para qué reservó la otra mitad. Y si he defraudado a alguien, dijo, le devolveré cuatro veces más. Se reservó muchas riquezas, no para retenerlas, sino para restituir lo robado. Gran comprador, pagó mucho. El que poco antes era rico, de repente se hace pobre. ¿Acaso porque él compró a tan gran precio, no compró igualmente el pobre Pedro con las redes y la barquichuela? El precio exigido a cada uno era lo que cada uno tenía. Después de éstos, también la compró la viuda. Dio dos ochavos y la compró. ¿Hay cosa más insignificante? Sí, la hay. Encuentro algo más insignificante que los dos ochavos con lo que es posible la consecución de esa inmensa posesión. Escucha al mismo vendedor, nuestro Señor Jesucristo: Si alguno, dice, diere un vaso de agua fría a uno de mis pequeñuelos, en verdad os digo que no perderá su recompensa. ¿Hay cosa de menos valor que un vaso de agua fría, que ni siquiera exige comprar unos palos para calentarla? No sé si a vuestro juicio puede encontrarse algún precio tan exiguo y de poco valor como éste. Y, sin embargo, existe. Si no se posee cuanto Pedro, ni mucho menos cuanto Zaqueo, o ni los dos ochavos de la viuda; más aún, si se carece en el momento oportuno del agua fría, Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. No discutamos más sobre la diversidad de los precios. Si entendemos y pensamos rectamente, el precio de esta posesión es la recta voluntad. Con ella compró Pedro, con ella Zaqueo, con ella la viuda y con ella quien dio el vaso de agua fría. Con sólo ella se compra, si no se tiene otra cosa fuera de ella.
2. ¿Por qué hemos dicho esto? ¿Qué nos habíamos propuesto? Que debemos aprender lo que hemos de pedir, como nos lo enseña el capítulo del Evangelio en que el Señor nos infundió gran confianza al decirnos: Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. Porque otorgó gran confianza, debemos saber qué tenemos que pedir. De ahí procede el amonestaros a que cuando oréis no pidáis ni busquéis ni llaméis a la puerta por riquezas como si fueran un gran bien. Quien llama desea entrar. La puerta por donde entrar es estrecha. ¿Por qué vas cargado con tantas cosas? Debes, pues, enviar delante de ti tu equipaje para poder entrar con facilidad, aligerado de peso, por la puerta estrecha. No pidáis al Señor riquezas como si se tratase de algo extraordinario. ¿Por qué temes que al tener poco no vas a poder comprar aquella posesión? ¿No te dije que su valor es igual a lo que tú tienes? Si nada tuvieres, tú serás su precio; en efecto, aunque tengas mucho, no la comprarás si no te das también tú mismo por ella.
Quizá repliquéis: ¿Qué es, pues, lo que hemos de pedir a Dios? No pidáis tampoco la muerte de vuestros enemigos. Es una petición malvada. Ignoro si serás oído para tu bien cuando te alegras por la muerte de un enemigo. ¿Quién no ha de morir? ¿Quién sabe cuándo ha de morir? ¿Te alegras de la muerte de otro? ¿Cómo sabes que no vas a expirar tú también mientras te alegras de ello? Aprende a orar como enemigo de tí mismo; mueran las enemistades. Tu enemigo es un hombre. Hay dos nombres: hombre y enemigo. Viva el hombre y muera el enemigo. ¿No te acuerdas cómo Cristo el Señor, con la sola voz desde el cielo, hirió, tiró por tierra y dio muerte a su enemigo Saulo, acérrimo perseguidor de sus miembros? No hay duda de que le dio muerte, pues murió en su ser perseguidor y se levantó convertido en predicador. Murió; si no me crees a mí, pregúntaselo a él. Escúchale y léele. Oye su voz en la carta a los Gálatas: Vivo, pero ya no soy yo quien vive. Vivo, dice, pero ya no soy yo. Luego él murió. ¿Y cómo hablaba? Vive en mí Cristo. En la medida de tus fuerzas, ruega, pues, que muera tu enemigo, pero considera en qué forma. Si muriese sin que su alma abandone el cuerpo, tan sólo perdiste un enemigo y a la vez conseguiste un amigo. Por tanto, que vuestra oración no sea para pedir la muerte corporal de vuestros enemigos.
¿Qué es, pues, lo que hemos de pedir? ¿Honores mundanos? Son humo que se esfuma. Tu seguridad era mayor en el estado humilde. ¿Te vas a exponer a la perdición por mantenerte en la cumbre? Es cierto que los honores, como las riquezas, solamente los otorga Dios. En el caso de éstas, para que las despreciaseis, os avisó sobre quiénes son aquellos a quienes se las da. Las da a los buenos para que no pienses que son algún mal; y las da a los malos para que no creas que son un gran bien. Lo mismo pasa con los honores: los reciben los dignos, pero también los indignos, para que no los tengan en gran estima los dignos.
Dinos ya, insistes, qué tenemos que pedir. Dejo de lado los muchos circunloquios, puesto que mencioné el testimonio evangélico: Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Pedid esta buena voluntad. ¿Acaso os harán buenos las riquezas, los honores y cosas semejantes? Son bienes, sí, pero bienes mínimos. De ellos usan bien los buenos y mal, en cambio, los malos. La buena voluntad, por el contrario, te hace bueno. Si esto es así, ¿no te avergüenzas de querer poseer cosas buenas y ser tú malo? Tienes muchos bienes: oro, plata, piedras preciosas, hacienda, servidumbre, grandes rebaños de ganado mayor y menor. Avergüénzate de tus bienes; sé tú bueno. ¿Quién más desdichado que tú si es buena tu quinta, tu túnica, tu oveja e incluso tu gallina? ¿Y tu alma es mala?
Aprende a pedir el bien bonifico, por así decir, esto es, el bien que hace buenos. Si poseéis bienes de los que usan bien los buenos, pedid el bien teniendo el cual seáis buenos. La buena voluntad os hace buenos. Los bienes terrenos son ciertamente bienes, pero no hacen a los hombres buenos. Para que veáis que son bienes, se encuentran entre ellos los que mencionó el Señor: el pan, el pez y el huevo. Para que sepáis que son bienes, el mismo Señor dijo: Si vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos. Sois malos y, sin embargo, dais cosas buenas. Pedid, pues, el ser buenos. El Señor nos lo advirtió y dijo: Si vosotros siendo malos; de esta forma os daba a conocer qué debíamos pedir, a saber: el no ser malos, sino ser buenos.
Sea él, pues, quien nos enseñe qué debemos pedir. Escuchad las palabras que siguen en el mismo capítulo del Evangelio: Si vosotros, dice, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, y a pesar de ello continuaréis siendo malos. Con todo, para que no permanezcáis siendo malos, oíd lo que sigue: Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará el espíritu bueno a los que se lo pidan. ¡He aquí el bien por el que sois buenos! El espíritu bueno de Dios produce en los hombres la buena voluntad. El valor de esta posesión que se llama vida eterna es el mismo Dios.
¿Qué habrá de más valor para nosotros que la vida eterna? ¿Qué habrá, repito, de más valor una vez que nuestra posesión sea Dios? ¿He blasfemado al decir que Dios será nuestra posesión? No. Sé bien lo que dije. Topé con un santo varón que en su oración decía: Señor, tú eres la parte de mi heredad. Ensancha, ¡oh avaro! , el saco de tu codicia y halla otra cosa mayor, algo más precioso o algo mejor que Dios 324.¿Qué no tendrás teniéndole a él? Acumula cuanto oro y plata te sea posible; excluye a tus vecinos; ensancha tu heredad hasta llegar al confín de la tierra. Adquirida la tierra, añade los mares. Es tuyo todo lo que ves y también lo que no ves. Supuesta la posesión de todas estas cosas, ¿a qué se reduce, si no posees a Dios? Si teniendo a Dios el pobre es rico, y no teniéndolo, el rico es un mendigo, no le pidas otra cosa distinta de él. ¿Y qué no te dará cuando él mismo se da?¿Y qué te dará, si él mismo no se da? Pedid, pues, el espíritu bueno. Habite en vosotros y seréis buenos. Los que son conducidos por el espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios. ¿Cómo sigue el Apóstol? Y si sois hijos de Dios, sois también herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo.
¿Qué sentido tenía el desear tan ardientemente las riquezas? ¿Será pobre el heredero de Dios? Eres rico siendo el heredero de un opulentísimo senador, y ¿serás pobre siendo heredero de Dios? ¿Serás pobre siendo coheredero con Cristo? ¿Vas a ser pobre cuando el mismo Padre sea tu herencia? Pide, pues, el espíritu bueno, porque el pedir el espíritu bueno procede del mismo espíritu bueno. Algo posees ya de este espíritu cuando lo pides. Si nada poseyeres de él, no lo pedirías. Pero como no tienes cuanto necesitas, lo tienes y lo pides, hasta que se cumpla lo escrito: El que sacia de bienes tus deseos; hasta que se cumpla lo consignado en otro lugar: Me saciaré cuando se manifieste tu gloria. Por tanto, bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia; hambre no de este pan terreno, sed no de esta agua terrena, no de este vino de la tierra, sino de justicia, porque ellos serán saciados.

SERMON 106
La hipocresía de los fariseos (Lc 11, 39-42).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.

1. Oísteis en el santo Evangelio cómo el Señor Jesús, hablando de los fariseos, advertía a sus discípulos que no creyesen que la justicia se hallaba en la limpieza del cuerpo. Los fariseos se lavaban todos los días antes de cualquier comida, como si el lavado diario pudiera limpiar el corazón. Por último, mostró cómo eran en realidad los fariseos. Lo decía quien veía, quien miraba no sólo los rostros, sino también lo más recóndito de su interior. Podéis verlo en aquel fariseo a quien reprendió Cristo: no pronunció palabra, sólo lo pensó en su corazón y, sin embargo, Jesús le oyó. En su interior reprochó a Cristo el Señor el haber entrado al banquete sin lavarse. El lo pensaba, Jesús le oyó y, en consecuencia, le respondió. ¿Y qué le respondió? Ahora vosotros, fariseos, laváis la parte exterior de los platos, mas por dentro estáis llenos de hipocresía y rapiña. ¡Oh forma de venir a un banquete! ¿Cómo es que no tuvo consideración con el hombre que le invitó? Le respetó, sí, pero reprendiéndole, para que, tras haberse corregido, hallare perdón en el juicio. ¿Y qué quiso además mostrarnos con ello? Que el bautismo, que sólo se confiere una vez, limpia mediante la fe. Fe que está dentro, no fuera de nosotros. De aquí que se lea en los Hechos de los Apóstoles: Purificando sus corazones por la fe. También el apóstol San Pedro habla de ese modo en su primera carta: Dios, dice, os dejó una semejanza en el arca de Noé. donde sólo ocho personas se salvaron del agua. Y añade: De igual manera os salvará el bautismo; no se trata de la purificación de las inmundicias de la carne, sino de pedir una conciencia buena. Este pedir una conciencia buena lo rechazaban los fariseos y por ello lavaban lo exterior, permaneciendo interiormente en la iniquidad.
2. ¿Y qué más les dijo después? No obstante, dad limosna y todas las cosas os serán puras. Se ha alabado la limosna; practicadla y experimentadlo. Pero atended un poquito. Eso lo dijo a los fariseos. Ellos eran judíos, algo así como los más excelentes de todos, pues se llamaba fariseos a los más nobles y doctos. No habían sido lavados con el bautismo de Cristo, ni habían creído en él, Hijo unigénito de Dios; caminaba en medio de ellos sin ser reconocido. ¿Cómo, pues, les dice: Dad limosna y todas las cosas os serán puras? ¿Qué necesidad tenían de creer en él, si siguiendo su consejo hubiesen dado limosna? Según su palabra, todas las cosas les serían puras. Y si no podían ser purificados sin creer en él, que purifica el corazón mediante la fe, ¿qué significa dad limosna y todas las cosas os serán puras? Prestemos atención; quizá el mismo Señor nos lo descubra.
3. Tras estas palabras de Jesús, sin duda pensaron los fariseos en las limosnas que daban. ¿Cómo? Diezmaban todos sus bienes: de todos los frutos apartaban la décima parte y la daban. Cosa que no hace fácilmente un cristiano cualquiera, pero que hacían los judíos. No sólo con el trigo, sino también con el vino y el aceite. Y no sólo con estas cosas, sino también, siguiendo el precepto divino, con otras más despreciables: el comino, la ruda, la menta y el eneldo; de todas estas cosas separaban la décima parte y con ella daban limosna. Creo, pues, que pensaron en esto dentro de sí y creyeron que Cristo el Señor hablaba sin fundamento al dirigirse a ellos como si no hicieran limosna, siendo así que, conocedores de sus obras, sabían que diezmaban los frutos de hasta las cosas más insignificantes y la daban. Y en su interior se mofaron de quien decía tales cosas como si estuviese hablando a hombres que no practicaban la limosna. Sabiendo esto el Señor, añadió a continuación: Con todo, ¡ay de vosotros, escribas y fariseos, que pagáis el diezmo de la menta, del comino, de la ruda y de todas las legumbres! Para que lo sepáis, conozco también vuestras limosnas. Es cierto; ésas son vuestras limosnas, ésos vuestros diezmos. Hasta diezmáis incluso los frutos de vuestros productos más insignificantes; pero habéis abandonado las cosas más importantes de la ley: la justicia y la caridad. Prestad atención. Habéis abandonado la justicia y la caridad y dais el diezmo de las hortalizas. Eso no es hacer limosna. También conviene hacer esto, les dijo; pero no hay que omitir lo otro. ¿Qué hay que hacer? La justicia y la caridad, la equidad y la misericordia, y no omitir lo otro. Haced aquello, pero anteponed esto.
4. Si las cosas están así, ¿qué significa haced limosna y todas las demás cosas os serán puras? ¿Qué quiere decir haced limosna? Practicad la misericordia. ¿Y qué es practicar la misericordia? Si entiendes, comienza por ti. ¿Cómo puedes ser misericordioso con otro, si eres cruel contigo? Dad limosna y todas las cosas os serán puras. Dad la limosna auténtica. ¿Qué es la limosna? La misericordia. Haz limosna, Compadécete de tu alma agradando a Dios. Tu alma mendiga ante tus puertas; entra en tu conciencia. Quienquiera que seas, vives mal, si vives como un infiel, entra en tu conciencia y allí encontrarás a tu alma pidiendo limosna, la encontrarás necesitada, pobre, hecha una piltrafa; quizás la encuentres ya no necesitada, sino muda por exceso de necesidad, pues si mendiga, tiene hambre de justicia. Si encuentras así a tu alma-pues dentro de ti se hallan estas calamidades-, tu primera limosna sea para ella; dale pan. ¿Qué pan? Si el fariseo hubiese preguntado, el Señor le hubiera dicho: «Da limosna a tu alma». El no entendió, pero se lo dijo. Cuando les enumeró las limosnas que hacían y que ellos creían que él desconocía, les habló así: «Conozco lo que hacéis, diezmáis la menta y el eneldo, la ruda y el comino, pero yo me refiero a otras limosnas. Despreciáis la justicia y la caridad» Da a tu alma una limosna de justicia y caridad. ¿Qué es la justicia? Mira y la hallarás. Desagrádate a ti mismo, pronuncia sentencia contra ti. ¿Y qué es la caridad? Ama al Señor Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y ama a tu prójimo como a ti mismo. Así, tu primera misericordia será para con tu alma en tu conciencia. Si omites esta limosna, da lo que quieras, regala cuanto te parezca bien, aparta de tus frutos no la décima parte, sino la mitad; da las nueve partes, reservándote sólo una para ti; nada haces cuando contigo no lo haces y contigo te comportas como un pobre. Alimenta tu alma para que no perezca de hambre. Dale pan. Pero ¿qué pan? El que habla contigo. Si oyeres, entendieres y creyeres al Señor, él mismo te diría: Yo soy el pan vivo que he bajado del cielo. ¿Por ventura no debes dar ante todo a tu alma este pan, otorgándole así una limosna? Por tanto, si crees, lo primero que debes hacer es alimentar tu alma. Cree en Cristo y se limpiará cuanto hay dentro de ti y será purificado lo exterior. Vueltos al Señor...

SERMON 107
El desapego de las riquezas (Lc 13, 13-21).

Lugar: Probablemente Cartago.
Fecha: ¿Año 411?

1. No dudo que quienes teméis a Dios oís con temor su palabra y con gozo la ponéis por obra para esperar ahora y recibir después lo que prometió. Acabamos de oír el mandato de Cristo Jesús, el Hijo de Dios. Quien nos da órdenes es la Verdad, que ni engaña ni es engañada; oigamos, temamos, precavámonos. ¿Qué nos manda? Os digo que os abstengáis de toda avaricia. ¿Qué significa de toda avaricia? ¿Qué quiere decir de toda? ¿Por qué añadió de toda? Hubiera podido decir: «Guardaos de la avaricia». Pero le correspondía a él añadir de toda y proclamar guardaos de toda avaricia.
2. El Evangelio nos indica por qué dijo esto, que fue como la ocasión que dio origen a este sermón. Cierto individuo interpeló al Señor contra un hermano suyo que había huido con todo el patrimonio y se negó a darle la parte que le correspondía. Os dais cuenta de cuán justa era su causa. No pretendía arrebatar lo que no era suyo; sólo pedía los bienes que sus padres le habían dejado. No otra cosa pedía al acudir al Señor como a un juez. Tenía un hermano malvado, pero contra ese hermano injusto había encontrado un juez justo. ¿Debería perder esta ocasión en causa tan buena? Por otra parte, ¿quién iba a decir a su hermano: «Da a tu hermano su parte», si Cristo no lo hacía? ¿Iba a decirlo otro juez a quien el hermano raptor y más rico tal vez hubiera corrompido con dádivas? Este hombre, miserable y despojado de los bienes paternos, habiendo encontrado tan buen juez, se acerca a él, le interpela, le ruega y expone su causa en pocas palabras. ¿Qué necesidad tenía de palabrería cuando hablaba a quien podía ver también el corazón? Señor, dice, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. El Señor no le contesta «Que venga tu hermano»; ni le envió a decirle que se presentase, ni en su presencia dijo a quien le había interpelado: «Prueba lo que has dicho». Pedía la mitad de la herencia; solicitaba la mitad, pero en la tierra, y el Señor se la ofrecía toda en el cielo. Le daba el Señor más de lo que pedía.
3. Di a mi hermano que reparta la herencia conmigo. La causa es justa y su exposición breve. Pero oigamos al juez y maestro. Hombre, le dice; hombre, tú que tienes por cosa grande esta herencia, ¿qué eres sino hombre? Hacerlo algo más que hombre: he aquí lo que deseaba el Señor. ¿Qué pretendía hacer de más a quien deseaba apartarle de la avaricia? ¿Qué más le quería hacer? Os lo diré: Yo dije, sois dioses y todos hijos del Altísimo. He aquí lo que deseaba que fuera: contar entre los dioses a quien no tiene avaricia. Hombre, ¿quién me ha constituido en divisor entre vosotros? Tampoco San Pablo, siervo de Cristo, deseaba para sí este oficio, cuando decía: Os ruego, hermanos, que digáis todos lo mismo y no haya entre vosotros cismas. Y a quienes al amparo de su nombre dividían a Cristo, decía: Cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo. ¿Es que acaso está dividido Cristo? ¿Por ventura fue crucificado Pablo por vosotros? ¿O es que vuestro bautismo fue en el nombre de Pablo? Ved, pues, cuán perversos son los hombres que quieren que exista dividido quien no quiso ser divisor. ¿Quién, dice, me ha constituido a mí en divisor entre vosotros?
4. Pediste un favor, escucha ahora el consejo: Yo os digo: guardaos de toda avaricia. Quizá tú tildes de avaro y codicioso a quien va en busca de lo ajeno; yo te digo más: «No apetezcas codiciosa o avaramente ni siquiera tus propios bienes». Este es el significado de de toda. Guardaos de toda avaricia, dice. ¡Gran peso éste! Si tal vez es a personas débiles a quienes se impone, pídase que quien lo impone se digne otorgar las fuerzas. No ha de tenerse por cosa leve, hermanos míos, el que nuestro Señor, Redentor y Salvador, que murió por nosotros, que dio su sangre como precio de nuestro rescate, que es nuestro abogado y juez, diga: Guardaos. No es cosa ligera. El sabe de qué inmenso mal se trata; nosotros, que no lo sabemos, creámosle, Guardaos, dice. ¿Por qué? ¿De qué? De toda avaricia. «Guardo lo mío, no robo lo ajeno». Guardaos de toda avaricia. No sólo es avaro quien roba lo que no es suyo, sino también quien guarda lo suyo avaramente. Si de esta forma es inculpado quien guarda lo suyo con avaricia, ¿cuál será la condena del que roba lo ajeno? Guardaos, dice, de toda avaricia, porque no consiste la vida del hombre en tener abundancia de las cosas que posee en este mundo. El que almacena mucho, ¿cuánto toma de ello para vivir? Tomando y en cierto modo separando mentalmente lo que necesita para vivir, considere para quién deja lo restante, no sea que, quizá al guardar para tener con qué vivir, acumule con qué morir. Atiende a Cristo, atiende a la Verdad, atiende a la severidad. Guardaos, dice la Verdad. Guardaos, dice la severidad. Si no amas la verdad, teme al menos la severidad. No consiste la vida del hombre en la abundancia de las cosas que tiene. Cree a Cristo, que no te engaña. ¿Dices tú lo contrario? «La vida del hombre consiste en lo que tiene». Te engañas a ti mismo; él no te engaña.
5. Del hecho de haber pedido su parte el interpelante, sin deseo de tocar la ajena, se originó el que en esta frase el Señor no dijera sólo: «Guardaos de la avaricia», sino que añadiese: De toda avaricia. Aun esto era poco. Le propuso un ejemplo tomado de cierto rico a quien sus campos habían producido una gran cosecha. Hubo un hombre rico a quien sus campos habían proporcionado éxito. ¿Qué significa: Le habían proporcionado éxito? Que la finca que poseía le produjo una extraordinaria cosecha. ¿De qué magnitud? Tan abundante que no tenía dónde colocarla. Por la abundancia se convirtió rápidamente en estrecho, siendo ya desde antes avaro. ¡Cuántos años habían transcurido y, no obstante, le habían bastado sus graneros! Pero tanto trigo había cosechado que no le bastaban los graneros que antes eran suficientes. Y el miserable cavilaba no sobre cómo repartir lo que había recogido en exceso, sino sobre cómo guardarlo. Y a fuerza de pensar encontró una solución, que le hizo tenerse por sabio. ¡Cuán prudente fue en pensarlo y cuán sabio en descubrirlo! Pero ¿qué fue lo que le pareció de sabios? Derrumbaré los graneros antiguos y haré otros nuevos más amplios y los llenaré, y diré a mi alma. ¿Qué dirás a tu alma? Alma mía, tienes muchos bienes almacenados para muchos años, descansa, come, bebe y banquetea. Esto dijo a su alma el sabio inventor de esta solución.
6. Y Dios, que no desdeña hablar con los necios, le dijo... Quizá alguno de vosotros diga: «¿Cómo habló Dios con un necio?» ¡Oh hermanos, con cuántos necios no habla ahora cuando se lee el Evangelio! ¿No son necios quienes lo escuchan cuando se lee y no obran en consecuencia? ¿Qué dice el Señor? Al avaro que se había tenido por sabio debido a la invención de tal proyecto le llamó Necio. Necio, que te tienes por sabio; necio, tú que dijiste a tu alma: Tienes abundancia de bienes almacenados para muchos años. Hoy se te exigirá tu alma. Hoy se te reclamará el alma a la que dijiste: Tienes muchos bienes; y se quedará sin bien alguno. Sea buena despreciando estos bienes para que cuando la llamen salga segura. ¿Hay alguien más estúpido que el hombre que desea tener muchos bienes y no quiere ser él bueno? Eres indigno de tenerlo tú que no quieres ser lo que deseas tener. ¿Por ventura quieres tener una finca mala? No, por cierto; la quieres buena. ¿O acaso quieres tener una mujer mala? No, la quieres buena. O, para concluir, ¿quieres poseer una casita mala o zapatos malos? ¿Por qué, pues, sólo quieres tener el alma mala? En esta ocasión no dijo a aquel necio que soñaba vanidades, que construía hórreos, ciego para ver el estómago del pobre; no dijo: «Hoy será arrojada a los infiernos tu alma»; no le dijo nada de esto, sino: Se te exigirá. No digo adónde irá tu alma; lo único cierto es que, quieras o no, saldrá de este lugar donde le reservas tantas cosas.. ¡Oh necio! , pensaste en llenar nuevos y más amplios almacenes, como si no hubiera más que hacer con las riquezas.
7. Quizá aquél no era aún cristiano. Oigámoslo, hermanos, nosotros, a quienes por ser creyentes se nos lee el Evangelio, que adoramos a quien nos dijo estas cosas y llevamos su señal en el corazón y en la frente 325. Interesa sobremanera saber dónde lleva el hombre la señal de Cristo, si sólo en la frente o en la frente y el corazón. Oísteis lo que decía hoy el santo profeta Ezequiel; cómo Dios, antes de enviar al exterminador del pueblo malvado, mandó delante a quien había de sellar diciéndole: Vete y señala en la frente a quienes gimen y se afligen por los pecados de mi pueblo que se cometen en medio de ellos. No dijo que se cometen fuera de ellos, sino en medio de ellos 326 . Pero gimen y se duelen y por ello son señalados en la frente, en la frente del hombre interior, no en la del exterior. Pues hay una frente en el rostro y otra en la conciencia. A veces, cuando se toca la frente interior, se ruboriza la exterior, enrojeciéndose por el pudor o palideciendo por el temor. Luego el hombre tiene una frente interior; en ella fueron sellados los elegidos para evitar el exterminio, pues aunque no corregían los pecados que se cometían en medio de ellos, se dolían y ese mismo dolor los separaba de los culpables. Estaban separados a los ojos de Dios y mezclados a los de los hombres. Son señalados ocultamente para no ser dañados abiertamente. A continuación se envía al exterminador y se le dice: Vete, extermina, no perdones ni a pequeños ni a grandes, ni a mujeres ni a varones; pero no te acerques a quienes tienen la señal en la frente. ¡Cuán gran seguridad se os ha dado, hermanos míos, a vosotros que gemís en este pueblo y os doléis de las iniquidades que se cometen en medio de vosotros, sin cometerlas vosotros!
8. Para no perpetrar esas iniquidades, guardaos de toda avaricia. Os diré más todavía. ¿Qué significa de toda avaricia? Es avaro por lo que respecta a la sensualidad aquel a quien no le basta su mujer. Incluso a la idolatría se llamó avaricia, porque es avaro, en lo que toca a la divinidad, aquel a quien no le basta el único Dios verdadero. Pues ¿quién se procura muchos dioses sino el alma avariciosa? ¿Y quién hace falsos mártires sino también el alma avariciosa? Guardaos de toda avaricia. Amas tus cosas y te jactas porque no vas en pos de las ajenas. Advierte el mal que haces no oyendo a Cristo que dice: Guardaos de toda avaricia. Amas tus bienes; no usurpas lo ajeno; son fruto de tu trabajo; los posees con justicia; resultaste ser heredero; te lo dio alguien porque lo habías merecido. Navegaste, afrontaste peligros, no defraudaste a nadie, no juraste en falso, adquiriste lo que Dios quiso y lo guardas ávidamente, al parecer con buena conciencia porque no lo adquiriste por malos caminos y no te preocupan los bienes ajenos. Pero escucha cuántos males puedes hacer a causa de tus bienes si no obedeces a quien dijo: Guardaos de toda avaricia. Suponte, por ejemplo, que llegas a ser juez. Puesto que no buscas lo ajeno, no te dejas corromper. Nadie te dará un regalo diciéndote al mismo tiempo: «Juzga contra mi enemigo». «No lo haré», sería tu respuesta. ¿Cómo podría convencérsete a hacerlo, a ti, hombre que no buscas lo ajeno? Pero advierte el mal que podrías cometer en defensa de tus bienes. Quien te pide que juzgues mal y que sentencies a su favor y en contra de su enemigo, es quizá un hombre poderoso y con sus calumnias puede hacer que pierdas tus bienes. Contemplas su poder e influencia; piensas en ella y también en tus bienes que guardas y amas; no precisamente en los que poseíste, sino en los que se apoderaron de tu corazón. Atiendes a esta atadura tuya por la que no tienes libres las alas de la virtud y dices en tu interior: «Si ofendo a este hombre tan poderoso en este mundo, levantará contra mí una calumnia, seré desterrado y perderé cuanto tengo». Entonces juzgarás mal, no por buscar lo ajeno, sino por conservar lo tuyo.
9. Preséntame un hombre que escuchó a Cristo, preséntame un hombre que oyó con temor: Guardaos de toda avaricia. Y no me diga: «Yo soy un hombre pobre, plebeyo, mediocre, vulgar, ¿cuándo he de esperar yo llegar a ser juez? No me preocupa esa tentación cuyo peligro has puesto ante mis ojos». Ve que también digo al pobre lo que debe temer. Te llama el rico y todopoderoso para que digas en favor suyo un falso testimonio 327.¿Qué has de hacer en tal circunstancia? Dímelo. Tienes unos buenos ahorros; trabajaste, los adquiriste y los has conservado. El te insta: «Di en mi favor un falso testimonio y te daré tanto y cuanto». Tú que no buscas lo ajeno dices: «Lejos de mí tal cosa; no busco lo que Dios no quiso darme, no lo recibo, apártate de mí». «¿No quieres recibir lo que te doy? Te privo de lo que tienes». Ahora pruébate, examínate. ¿A qué me miras? Entra en tu interior, mírate dentro, examínate interiormente. Siéntate al lado de ti mismo, ponte en tu presencia y extiéndete sobre el potro del precepto de Dios, atorméntate con el temor y no te halagues. Respóndete. ¿Qué harás si alguien te amenaza de esa forma? «Te arrebato lo que con tanto trabajo adquiriste si no profieres un falso testimonio en favor mío». Dale este testimonio: Guardaos de toda avaricia. « ¡Oh siervo mío, a quien redimí e hice libre te dirá el Señor; a quien siendo siervo adopté por hermano, a quien injerté como miembro en mi cuerpo, escúchame: `Que te arrebate lo que adquiriste; no te privará de mí'! ¿Guardas tus bienes para no perecer? ¿No te dije: Guardaos de toda avaricia?»
10. Veo que te turbas, que dudas. Tu corazón, como una nave, es azotado por las tempestades. Cristo duerme; despierta al durmiente y no padecerás la enfurecida tempestad .Despierta a quien nada quiso tener aquí y tendrás íntegramente a quien llegó por ti hasta la cruz y cuyos huesos fueron contados por los burlones cuando, desnudo, pendía del madero, y guárdate de toda avaricia. Poco es guardarse de la avaricia del dinero; guárdate de la avaricia de la vida. ¡Espantosa y temible avaricia! A veces el hombre desprecia lo que tiene y dice: «No proferiré falso testimonio». «¿Te atreves a decirme que no lo proferirás? Te quitaré lo que tienes». «Quítame lo que tengo, pero no me privarás de lo que llevo dentro». En efecto, no había quedado empobrecido quien dijo: El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Como a Dios le agradó, así se hizo; sea, pues, bendito el nombre del Señor. Desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo volveré a la tierra. Desnudo por fuera, vestido, por dentro. Desnudo por fuera de vestidos que se pudren, pero vestido por dentro. ¿Con qué? Vístanse de justicia tus sacerdotes. Pero, una vez despreciado lo que posees, ¿qué harías si te dijese: «Te daré muerte». Si has escuchado a Cristo, respóndele: «¿Darme muerte? Es preferible que tú des muerte a mi carne, antes de que yo la dé a mi alma con la lengua mentirosa. ¿Qué has de hacerme? Matarás mi carne, y mi alma quedará libre y al fin del mundo recibirá la misma carne que despreció. ¿Qué has de hacerme? Sin embargo, si yo dijese un falso testimonio en favor tuyo, con mi misma lengua me daría muerte, pues la boca que miente mata al alma». Tal vez no digas esto. ¿Por qué? Porque quieres vivir. ¿Quieres vivir más de lo que Dios ha fijado para ti? ¿Te guardas en este caso de toda avaricia? Dios ha querido que vivas hasta el momento en que este hombre se acercó a ti. Quizá te va a dar muerte haciendo de ti un mártir. No tengas la avaricia de la vida y no tendrás la eternidad de la muerte. ¿No veis que la avaricia nos hace pecar cuando deseamos más de lo ordinario? Guardémonos de toda avaricia, si queremos gozar de la sabiduría eterna.


SERMON 107 A (=Lambot 5)
Los dos hermanos que se disputan una herencia (Lc 12, 13-21).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.

Jesucristo, nuestro Señor, que otorga el amor, recrimina la codicia. Quiere arrancar el árbol malo y plantar el bueno. Del amor mundano no brota ningún fruto bueno, del divino ninguno malo. Son éstos los dos árboles de los que dijo el Señor: El árbol bueno no produce frutos malos; en cambio, el malo da frutos malos. Nuestra palabra, cuando procede de Dios, el Señor, es la segur puesta a la raíz del árbol malo. La misma palabra del santo Evangelio que fue leído hirió los malos árboles; pero poda, no corta. Sábete que no te conviene lo que no quiere que tengas quien te creó 328.El Señor no quiere que haya en nosotros codicia mundana. Nadie, por tanto, diga: «Busco lo mío, no lo ajeno». Guárdate de toda codicia. No ames demasiado tus bienes que pueden perecer, pues perderás sin duda los que no pueden perecer. «Yo, dices, no quiero perder lo mío ni apropiarme de lo ajeno». Esta excusa o pretexto es signo de cierta codicia, no gloria del amor. Del amor se dijo: No busca las cosas que son suyas, sino lo que interesa a los otros. No busca su comodidad, sino la salvación de los hermanos. Pues si prestasteis atención y os disteis cuenta, también aquel que solicitó apoyo del Señor buscaba su propio interés, no el ajeno. Su hermano le había llevado todo el patrimonio dejándole sin la parte que le correspondía. Vio al Señor justo -no podía haber encontrado mejor juez-y requirió su ayuda diciéndole: Señor, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia. ¿Hay algo más justo? «Que tome él su parte y me deje a mí la mía. Ni todo para mí, ni todo para él, pues somos hermanos». Si, en cambio, viviesen en concordia, tendrían siempre la totalidad de la herencia, pues lo que se divide, disminuye. Si viviesen concordes en su casa, como cuando estaba en vida su padre, cada uno lo poseería todo. Si tuviesen dos fincas, por ejemplo, las dos serían de ambos y a quien preguntasen por ellas responderían que eran suyas. Si preguntares a uno de ellos: ¿«De quién es esta finca»?, respondería: «Nuestra». Y si siguieses preguntando: ¿«De quién es la otra»?, respondería de igual forma: «Nuestra». Si cada uno tomase una, disminuiría la posesión y cambiaría la respuesta. Si entonces preguntases: «¿De quién es esta finca?», te respondería: «Mía». «¿Y la otra?» «De mi hermano». No adquiriste una, sino que perdiste otra, porque dividiste la herencia. Pero como le parecía que era justa su codicia, puesto que reclamaba su parte en la herencia y no deseaba la ajena, como presumiendo de la justicia de su causa, pidió el apoyo del juez justo. Pero ¿qué le dijo éste? Di, ¡oh hombre!----tú que no percibes las cosas que son de Dios, sino las de los hombres-, ¿quién me constituyó divisor de la herencia entre vosotros? Le negó lo que pedía, pero es más lo que le dio que lo que le negó. El le pidió que juzgase sobre la posesión de la herencia, y Jesús le dio un consejo sobre el despojo de la codicia. ¿Por qué reclamas las fincas? ¿Por qué reclamas la tierra? ¿Por qué tu parte en la herencia? Si careces de codicia, lo poseerás todo. Ved lo que dijo quien carecía de ella: Como no teniendo nada y poseyéndolo todo. «Tú, pues, me pides que tu hermano te dé tu parte en la herencia. Yo, respondió, os digo: Guardaos de toda codicia. Tú piensas que te guardas de la codicia del bien ajeno; yo te digo: Guardaos de toda codicia. Tú quieres amar con exceso tus cosas y por tus bienes bajar el corazón del cielo; queriendo atesorar en la tierra, pretendes oprimir a tu alma». El alma tiene sus propias riquezas, como también la carne las suyas.
A continuación presenta a nuestra consideración un cierto rico como ejemplo para que evitemos toda avaricia. ¿Qué significa «toda»? Aun de los bienes que llamas tuyos. Aparece ante nosotros cierto rico al que la región le proporcionó éxito; es decir, sus posesiones en la región le proporcionaron abundantes frutos, pues éxito es lo mismo que prosperidad. En esta situación, pensó en su interior preguntándose lo que oísteis cuando se leía el Evangelio: ¿Qué haré? ¿Dónde almacenaré mis frutos? No tenía dónde, debido a su abundancia. Se angustia no por la escasez, sino por la abundancia. ¡Qué desdichado era aquel a quien turbaba la abundancia, no la escasez! ¡Como si no tuviese donde colocarlos sin perder nada! Le pareció haber encontrado una solución y dijo: He descubierto lo que he de hacer. Destruiré los viejos almacenes y haré otros nuevos más amplios, los llenaré y diré a mi alma: Alma mía, tienes abundancia de bienes para mucho tiempo. Descansa, come, bebe y banquetea. Pero Dios le dijo: Necio. Te pareció que eras un sabio por haber dado con el proyecto de derribar tus pequeños almacenes y construir otros mayores, pero eres un necio en lo mismo en que te crees sabio. ¿Por qué dijiste a tu alma: Tienes abundancia de bienes para muchos años? Esta noche se te exigirá tu alma. ¿Dónde fue a parar ese largo tiempo? Esta noche se te exigirá tu alma. ¿Para quién será lo que almacenaste? ¿No era acaso vana tu turbación? Atesoras sin saber para quien. ¡No tenía sitio donde almacenar! Pero ¿dónde estaban los pobres? Lo que no cabía ya en los graneros debido a su pequeñez, debía haberlo recibido tu hermano, tu Señor que dice: Cuando hicisteis algo a uno de mis pequeñuelos, a mí me lo hicisteis. ¿No lo pierdes si lo entregas a los almacenes? ¿Y lo pierdes si lo transportas al cielo? ¿No tienes dónde colocar tu cosecha? Entrégala y espera que se te devuelva. La pones en la mano del pobre y la recibes de la mano del rico. ¿Quién te dio eso que no tienes dónde colocarlo? Quien te lo dio quiere recibir algo de eso que te dio. Tiene necesidad de ti quien te hizo. Si para tu bien necesita de ti, dale de lo que tienes. Posees bienes terrenos, pero ¿acaso posees la vida eterna? ¡Gran posesión ésta! ¡Y cuán poco cuesta! ¿Quieres saber lo poco que cuesta? ¡Oh necio, que haces cálculos en la tierra y mientras tanto pierdes el cielo! Esa posesión es la vida eterna. Cuando llegues a ella, será tal que ya no podrás emigrar de allí, sino que la poseerás siempre y sin fin. Ves cuán grande es. Considera lo poco que cuesta. Cuesta sólo aquello que no pueden contener tus almacenes, lo que no cabe entre sus paredes, lo que excede y por causa de lo cual quieres ampliar las dimensiones. ¿Qué es, pues, esto? ¿Cuál es el precio de la posesión? ¡Si se diese a los pobres, que son los portaequipajes! Sabes y ves que a quienes das andan en la tierra; pero lo que das lo llevan al cielo y, después de haberlo transportado allí, no recibes lo que das. Pues por los bienes terrenos has de recibir los celestiales; por los caducos los inmortales, por los temporales los eternos. Si los dieses a interés y por una cantidad de plata recibieses la misma cantidad de oro, por ejemplo, por una libra de plata, una libra de oro, ¿qué te sería más ganancioso? ¿Cabrías de gozo si se te hubiese permitido llegar a cobrar tanto interés? ¿Qué ganancia se da en nuestro caso? Considera lo que das y lo que recibes. Das lo que aquí has de fundir y recibes lo que jamás has de perder. Da, pues, aquello que es superfluo en tu vida para recibir lo que te haga vivir siempre. Por eso, si os disteis cuenta, en la misma lectura del Evangelio dice el Señor: No consiste la vida del hombre en la abundancia de las cosas que se poseen. Las riquezas de la carne son el oro, la plata, el pan, el vino, el aceite, las fincas, las posesiones. Estas son las riquezas de la carne. Y una vez lleno el vientre, ¿cuánto tiene de esto la carne? Ves que todo lo restante es superfluo. Si te forzasen a comer cuanto tienes, ¿no sería un forzarte a morir?
Por tanto, hermanos, guardaos de toda avaricia. Con poco se vive en esta tierra y con poco se procura la inmensa vida eterna. ¿Acaso Zaqueo la compró más cara, según parece? Era, en efecto, muy rico, el jefe de los publicanos. Cuando el Señor entró en su casa, de esta manera se efectuó su salvación: Doy, dijo, la mitad de mis bienes a los' pobres. Compró una cosa grande con algo grande. ¿Para qué se reservó la otra mitad? Si en algo he defraudado a alguien, le devuelvo el cuádruplo. Contemplad para qué se reservaba la otra mitad: no para poseerla con codicia, sino para pagar sus deudas. El que tenía grandes riquezas pagó mucho, dando la mitad a los pobres. ¿Qué es cuanto dio? ¿Cuáles o cuántas son las riquezas de cualquier adinerado? ¿Qué es toda la tierra? ¿O qué es la tierra y el mar? Mira al cielo, considera los astros, contempla toda la creación. Si desprecias estas pocas cosas, poseerás en herencia al Creador mismo. Tu Dios te dice: Guardaos de toda codicia. «Guárdate de conseguir bienes terrenos y yo te llenaré». Responde tú y dile: «¿De qué me llenarás?» Cuando despreciabas unos bienes pequeños, buscabas ser llenado con otros mayores. Como diste algo de tus bienes y oíste decir a tu Señor: «Yo te llenaré», tal vez pienses: «Llenará mi casa de oro». «Yo te llenaré. Tú intentas que llene tu casa. Te llenaré si fueres mi casa». Reconoce y ama a quien te hizo, no de algún bien suyo, sino de Sí mismo. Tendrás a Dios. Estarás lleno de Dios. Estas son las riquezas sublimes del alma. Las riquezas del cuerpo son superfluas porque nuestro cuerpo necesita poco para pasar la vida. Las riquezas del alma no son superfluas. Cuanto Dios te dé, cuanta piedad Dios te conceda, cuanta caridad Dios te otorgue, cuanta justicia y castidad te proporcione, cuanto te dé de Sí mismo, no puede ser superfluo. Tus riquezas interiores son grandes. ¿Qué nombre reciben? Dios. ¡Oh hombre pobre! Teniendo a Dios, ¿no tienes nada? ¡Oh hombre rico! , si careces de Dios, ¿tienes en verdad algo? Volviendo de nuevo a las palabras del Señor, guardémonos de toda codicia. ¿«De toda» has dicho? ¡Si se trata de algo mío! El Señor dice «de toda». ¿Se te dijo acaso que no poseyeras bienes? Poséelos, pero sin codicia. Así los poseerás de verdad. Si los codicias en lugar de poseerlos, el poseído serás tú. Si quieres tener dinero, no lo ames. Si no lo amas, lo tendrás. Si lo amas, te poseerá a ti el dinero. No serás señor del dinero, sino que como siervo y esclavo irás a donde te arrastre. ¿Acaso no eres esclavo cuando eres arrastrado por la codicia del mismo? ¿No te quita el sueño el amor a él? Si fueses esclavo de un hombre, quizá te permitiría dormir. Si no tienes dinero y eres avaro, llevado por tu codicia pasas la noche en vela para conseguirlo. Si lo tienes, velas para no perderlo. Además, temes perecer tú también a causa de él. Creo que cuando tenías poco, dormías más tranquilo.
Guardaos de toda codicia. Que vuestro ser pobres os sea de provecho. No queráis ser ricos. Básteos Dios, que no os abandonará. Pensó en vosotros antes de que existieseis, y ¿no pensará para que viváis? Creísteis en él, le alabasteis y esperasteis en él, y ¿va a faltarnos lo que sabe que nos es necesario? Lo que da a los extraños, ¿lo negará a los hijos? ¿Ha de negar a quienes le alaban lo que da a quienes le blasfeman? Pensad que cuando le tenéis a él, tenéis todas las cosas. Sabe vuestro Padre, dice el mismo Señor en el Evangelio, qué os es necesario antes de que se lo pidáis. Respecto a las cosas del cuerpo, habló también y de esta manera: Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todas las cosas se os darán por añadidura. Pero no te extrañes si alguna vez el justo padece hambre mientras se ve al inicuo eructar indigesto. El primero es probado, el segundo condenado. Es probado el que en la indigencia alaba a Dios y es condenado el que en la abundancia le ofende. Dice la Escritura: El rico y el pobre se encontraron; el Señor hizo a uno y a otro. ¿Dónde se encontraron? En cierto camino. ¿Cuál es ese camino? La vida presente. Aquí se encontraron el rico y el pobre, porque nace el rico y nace el pobre. Se encontraron. Se vieron en el camino. Ambos van por el mismo camino, uno cargado, aligerado el otro. Pero el aligerado tiene hambre; el cargado gime bajo el peso. Aligérese el cargado. Dé algo de lo que lleva sobre los hombros al que encontró, y así ni el uno gemirá ni el otro tendrá hambre, y ambos llegarán al final. ¿De dónde procede tu gemido, ¡oh rico!? ¿De que no tienes dónde colocar tu carga? Hay un lugar. No quiero verte gemir. Mira al hambriento y ya tienes dónde colocarla. ¿Temes perderla? Al contrario, es entonces cuando no la pierdes.
Aconteció aquí algo gratísimo y he de narrarlo a vuestra caridad. Cierto hombre piadoso, ni rico ni pobre, vendió una moneda de oro para las necesidades de la casa. Como era piadoso, tomó del total del precio cien folles y las dio a los pobres, pensando en dejar lo restante en casa para hacer frente a las necesidades. Para ser probado, se le introdujo un ladrón y perdió todo el valor de su lingote. A ello contribuyó el diablo para que se arrepintiese de haber dado algo a los pobres y dijese: « ¡Oh Señor, a ti sólo te agradan los malhechores! Los hombres que obran inicuamente consiguen bienes, y yo que hice el bien lo perdí todo». Pero no lo dijo. Era hombre cuadrado y aun tras darle la vuelta permaneció estable. Habiendo perdido todo el precio de su moneda de la que había dado a los pobres cien folles, dijo: «Desdichado de mí que no lo di todo a los pobres. Lo que di no lo perdí; sólo perdí lo que no di». Recordó lo que oyó o leyó en el Evangelio y lo creyó. Este mismo es el consejo de Jesucristo nuestro Señor. Recordadlo y vedlo: No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín los destruyen y en donde los ladrones abren brecha y los roban. Atesorad más bien un tesoro en el cielo, donde el ladrón no tiene acceso, ni la polilla lo consume. Pues donde se halle tu tesoro, allí estará también tu corazón. El ladrón pudo arrebatarle el dinero, pero no pudo quitarle el tesoro que tenía en el cielo.
Retened lo que tenéis, pero de forma que deis a los necesitados. Tras haber dicho nuestro Señor Jesucristo al hombre que no robó lo ajeno, sino que miraba por lo suyo con inmoderada diligencia: Necio, esta noche se te quitará tu alma. Lo que acumulaste, ¿para quién será?, añadió: Tal es todo el que atesora para sí y no es rico en Dios. ¿Quieres ser rico en Dios? Da a Dios. Da no tanto en cantidad cuanto con buena voluntad. Pues no por dar poco de lo poco que posees se considerará como poco cuanto dieres. Dios no pesa la cantidad, sino la voluntad. Recordad, hermanos, aquella viuda. Oísteis decir a Zaqueo: Doy la mitad de mis bienes a los pobres. Dio mucho de lo mucho que tenía y compró la posesión del reino de los cielos a gran precio, según las apariencias. Pero si se considera cuán gran cosa es, todo lo que dio es cosa vil en comparación con el reino de los cielos. Parece que dio mucho, porque era muy rico. Contemplad aquella pobre viuda, que llevaba dos ochavos. Los presentes miraban lo mucho que echaban los ricos en el gazofilacio y observaban sus grandes cantidades. Entró ella al templo y echó dos ochavos. ¿Quién se preocupó ni siquiera de echarle una mirada? Pero el Señor la miró, y de tal manera que sólo la vio a ella y la recomendó a los que no la veían, es decir, les recomendó que mirasen a la que ni siquiera veían. Ved, les dijo, a esta viuda-y entonces ellos se fijaron en ella-; echó mucho más en ofrenda a Dios que aquellos ricos que ofrecieron mucho de lo mucho que poseían. Ellos ponían sus miradas en las grandes ofertas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque luego vieron a la viuda, ¿cuándo vieron aquellos dos ochavos? Ella echó más en ofrenda a Dios, dijo el Señor, que aquellos ricos. Ellos echaron mucho de lo mucho que tenían; ésta echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca. ¿Quién echó más que la viuda que no se reservó nada para sí?
Prestad atención, amadísimos, puesto que estábamos hablando de la compra de aquella heredad celeste. ¿Por ventura fue su valor lo que por ella dio Zaqueo y no lo que dio la viuda? El precio de la misma fue tanto lo que dio Zaqueo como aquellos dos insignificantes ochavos. No existe comparación entre la mitad de los bienes de Zaqueo y los dos ochavos. Compara, en cambio, la voluntad de Zaqueo y la de la viuda y encontrarás que, mientras la primera comparación era desigual, ésta es igual. No se contriste, pues, tu corazón cuando das poco debido a que posees poco. Lo que es poco para el pobre, es mucho para el que conoce al pobre y al rico. Dios conoce con qué ánimo das, con qué voluntad. Guárdate de la codicia y da lo que sea por caridad. ¿Hay algo más insignificante que dos ochavos? Un vaso de agua fría. El que diere, dice, un vaso de agua fría a uno de mis pequeñuelos, en verdad os digo que no perderá su recompensa. ¿Cuánto vale el vaso de agua fría al que ni siquiera se aplica el fuego para que se caliente? Por eso no dijo simplemente un vaso de agua, sino que añadió de agua fría. Veis cuánto es esto y cuán grande aquello que adquirió. Pero hay aún algo más insignificante que un vaso de agua fría. ¿Qué? La nada. Si existe, ¿cómo es que es nada? Existe la nada y no es nada. Existe sólo el querer dar: Paz a los hombres de buena voluntad. A este precio compraron los patriarcas y quedó para ser vendida a los profetas. ¿Y no se reservó para los restantes? La compraron los profetas y la dejaron para ser adquirida por los apóstoles. La compraron los apóstoles y la reservaron para ser comprada por los mártires. La compraron los mártires y está íntegra para que la compremos nosotros. Amémosla y eso es ya comprarla. No tienes que decir: «Cuesta tanto y no lo tengo. Recibiré un préstamo y con ello lo pago», conforme suelen decir los hombres cuando contratan una casa o posesión en venta por un cierto precio. No abras tu arca; dirígete a tu conciencia, donde hallarás el precio de la posesión. Si en ella hay fe, esperanza y caridad, da, y eso es ya comprarla; al dar no perderás lo dado. Pues no diste la fe y la perdiste, o diste la esperanza y la perdiste o una vez que hayas dado la caridad te quedas sin ella. Son fuentes y manando aumentan 329.
Sois pobres y, no obstante, construís la Iglesia 330.¿De dónde procede esto siendo pobres, sino de que sois ricos en el alma? Trabajad, pues, con la ayuda del Señor, para que podáis llevarla a cabo, ya que Dios ama al que da con alegría. Cuando das de buena gana, se te imputa como dádiva. En cambio, cuando das con tristeza, nada tienes fuera, y en tu interior, donde reside la tristeza, hay angustias. Entonces perece el dinero y aquello queda sin comprar, porque es la buena voluntad la que lo compra. Des poco o mucho, ten buena voluntad y la has comprado ya. Cuando con el favor de Dios edificáis la iglesia, para vosotros la edificáis. Cosa distinta es lo que dais a los pobres. Pasan unos y vienen otros. La iglesia en cambio la edificáis para vosotros. Es la casa en que hacéis vuestras oraciones, en que os congregáis, donde celebráis los oficios divinos, donde cantáis los himnos y alabanzas divinas, donde oráis, donde recibís los sacramentos. Veis que es la casa en que hacéis vuestras oraciones. ¿Queréis construirla? Sed vosotros casa de Dios y quedó ya construida 331.Amén.

SERMON 108
Paralelo entre Lc 12, 35-36 y Sal 33, 13-15,

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.

1. Nuestro Señor Jesucristo vino a los hombres, se alejó de ellos y a ellos ha de volver. Con todo, aquí estaba cuando vino y no se alejó cuando se retiró, y ha de volver a aquellos a quienes dijo: He aquí que estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos. Según la forma de siervo que tomó por nosotros, en un determinado tiempo, nació, murió y resucitó y ya no morirá ni la muerte se enseñoreará en adelante de él. Pero según la divinidad por la que es igual al Padre, estaba en este mundo, el mundo fue hecho por él y el mundo no le conoció. Sobre esto acabáis de oír lo que nos advierte el Evangelio precaviéndonos y queriendo que estemos dispuestos y preparados en la espera del último día. De forma que, después de este último día que ha de temerse en este mundo, llegue el descanso que no tiene fin. Bienaventurados quienes los consigan. Entonces estarán seguros quienes ahora carecen de seguridad, y entonces temerán quienes ahora no quieren temer. Este deseo y esta esperanza es lo que nos hace cristianos. ¿Acaso nuestra esperanza es una esperanza mundana? No amemos el mundo. Del amor de este siglo fuimos llamados para amar y esperar otro siglo. En éste debemos abstenernos de todos los deseos ilícitos, es decir, debemos ceñir nuestros lomos y hervir y brillar en buenas obras, que equivale a tener encendidas las lámparas. Pues en otro lugar del Evangelio dijo el Señor a sus discípulos: Nadie enciende una lámpara y la coloca bajo el celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Y para indicar por qué lo decía, añadió estas palabras: Luzca así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
2. Por tanto, quiso que tuviésemos ceñidos nuestros lomos y encendidas las lámparas. ¿Qué significa ceñir los lomos? Apártate del mal. ¿Qué significa lucir? ¿Qué tener encendidas las lámparas? Y haz el bien. ¿Y qué significa lo añadido: Y vosotros sed semejantes a los hombres que esperan a su Señor cuando regrese de las bodas, sino lo que se consigna en el salmo: Busca la paz y persíguela? Estas tres cosas, a saber: el abstenerse del mal, el obrar el bien y el esperar el premio eterno se mencionan en los Hechos de los Apóstoles, donde se escribe que San Pablo les enseñaba la continencia, la justicia y la esperanza de la vida eterna. A la continencia corresponde tener los lomos ceñidos; a la justicia, las lámparas encendidas y a la expectación del Señor la esperanza de la vida eterna. Luego, apártate del mal es la continencia, es decir, tener los lomos ceñidos. Haz el bien es la justicia, o sea, tener las lámparas encendidas. Busca la paz y persíguela es la expectación del siglo futuro. Por tanto, sed semejantes a los hombres que esperan a su Señor cuando regrese de las bodas.
3. Teniendo estos mandatos y promesas, ¿por qué buscamos días buenos en la tierra donde no podemos encontrarlos? Sé que los buscáis al menos cuando estáis enfermos u os halláis en medio de las tribulaciones que abundan en este mundo. Porque cuando la edad toca a su fin, el anciano está lleno de achaques y sin gozo alguno. En medio de las tribulaciones que torturan al género humano, los hombres no hacen otra cosa que buscar días buenos y desear una vida larga que no pueden conseguir aquí. La vida larga del hombre, en efecto, es tan corta en comparación con la duración de aquel siglo universal como una gota de agua lo es en comparación con la inmensidad del mar. Pues ¿qué es la vida del hombre, incluso la que se denomina larga? Llaman vida larga a la que ya en este siglo es breve y a la que, como dije, está llena de gemidos hasta la decrépita vejez. Aquí todo es corto y breve y, sin embargo, ¿con qué afán la buscan los hombres? ¡Con cuánto esmero, con cuánto trabajo, con cuántos cuidados y desvelos, con cuántos esfuerzos buscan los hombres vivir largos años y llegar a viejos! Y el mismo vivir largo tiempo, ¿qué es sino correr hacia el fin de la vida? Viviste el día de ayer y quieres vivir el de mañana. Pero al pasar el de hoy y el de mañana, ésos tendrás de menos. De aquí que cuando deseas que brille un día nuevo, deseas al mismo tiempo que se acerque aquel otro al que no quieres llegar. Invitas a tus amigos a un alegre aniversario y a quienes te felicitan les oyes decir: «Que vivas muchos años». Y tú deseas que acontezca según ellos dijeron. Pero ¿qué deseas? Que se sucedan unos a otros y que, sin embargo, no llegue el último. Tus deseos se contradicen: quieres andar y no quieres llegar.
4. Si, como dije, a pesar de las fatigas diarias, perpetuas y gigantescas, ponen los hombres tanto cuidado en morir lo más tarde posible, ¿cuánto mayor no debe ser el esmero para no morir nunca? Mas en esto nadie quiere pensar. A diario se buscan días buenos en este siglo en que no los hay y nadie quiere vivir de modo adecuado para llegar a donde se encuentran. Por ello nos amonesta la Escritura con estas palabras: ¿Quién es el hombre que ama la vida y quiere ver días buenos? La pregunta la hizo la Escritura, que sabía ya lo que se iba a responder. Sabe, en efecto, que todos los hombres buscan la vida y los días buenos. De la misma manera, vosotros, al hablaros y decir: ¿Quién es el hombre que ama la vida y quiere ver días buenos?, todos respondisteis en vuestro corazón: «Yo». Porque también yo que os hablo amo la vida y los días buenos. Lo que buscáis vosotros, eso busco yo también.
5. Si todos necesitáramos oro y yo quisiera conseguirlo en vuestra compañía; si se hallare en cualquier sitio de vuestro campo, en cualquier posesión vuestra y viéndoos buscarlo os preguntase: «¿Qué buscáis?», me responderíais: «Oro». «Yo también, os diría: ¿Buscáis oro? También yo lo busco. Lo que vosotros buscáis también yo lo busco, pero advertid que no lo buscáis donde podemos encontrarlo. Por tanto, escuchad de mi boca dónde podemos hallarle. Yo no os lo quito; os muestro el yacimiento; más aún, sigamos todos a quien conoce dónde se encuentra lo que buscamos». Así también ahora, puesto que deseáis la vida y los días buenos, no os podemos decir: «No deseéis la vida y los días buenos», sino que os decimos: «No busquéis la vida y los días buenos aquí en este siglo en el que no pueden ser buenos». ¿Por ventura no es semejante esta vida a la muerte? Estos días pasan corriendo, porque el día de hoy echó fuera al de ayer; el de mañana nace para excluir al de hoy; es más, si ni los días permanecen, ¿por qué, entonces, quieres tú permanecer con ellos? Por tanto, no sólo no coarto vuestro deseo de vida y días buenos, sino que lo excito con mayor vehemencia. Buscad, pues, la vida; buscad los días buenos, pero buscadlos donde pueden encontrarse.
6. ¿Queréis oír conmigo el consejo de quien conoce dónde se hallan los días buenos y la vida? Oídlo, no de mi boca, sino en mi compañía. Hay alguien que nos dice: Venid, hijos, oídme. Acudamos juntos, plantémonos en pie, prestemos atención y con el corazón comprendamos lo que dice el Padre: Venid, hijos, oídme; os enseñaré el temor de Dios. Qué pretende enseñarnos y a quién es útil el temor de Dios, lo explica a continuación con estas palabras: ¿Quién es el hombre que ama la vida y quiere ver días buenos? Todos respondemos: «Nosotros». Pero oigamos lo que sigue: Reprime tu lengua del mal y no hablen tus labios mentira. Di ahora: «Yo». Nada más preguntar: ¿Quién es el hombre que ama la vida y quiere ver días buenos?, respondíamos todos al instante: «Yo». ¡Ea, pues! ; que alguien me diga ahora: «Yo». Por tanto, Reprime tu lengua del mal y no digan mentira tus labios. Y ahora di: «Yo». Luego, ¿amas la vida y los días buenos y no quieres reprimir tu lengua del mal y tus labios para que no hablen mentira? ¡Qué diligente eres para el premio y cuán perezoso para el trabajo! ¿A quién se le da el salario sin haber trabajado? ¡Ojalá pagues el jornal a quien trabaja en tu casa! Pues estoy seguro de que a quien no trabaja no se lo pagas. ¿Por qué? Porque al que no trabaja nada le debes. También Dios prometió un salario. ¿Cuál? La vida y los días buenos, que todos deseamos y a los que todos intentamos llegar. Y nos dará la recompensa prometida. ¿Qué recompensa? La vida y los días buenos. ¿Qué son los días buenos? La vida sin fin y el descanso sin trabajo.
7. Prometió un salario altísimo. Veamos lo que exige para conseguirlo. Inflamados de amor por tal promesa dispongamos ya nuestras fuerzas, nuestros hombros y nuestros brazos para cumplir su mandato. Pero ¿qué?, ¿nos ha de mandar llevar una gran carga, quizá tomar pico y pala, o, tal vez, levantar un edificio? Nada difícil te mandó; sólo que reprimas el miembro que entre todos mueves con más rapidez; éste es el que te manda reprimir: Reprime tu lengua del mal. No es trabajo levantar un edificio, y ¿lo es contener la lengua? Reprime tu lengua del mal. No digas mentiras, no recrimines, no calumnies, no profieras falsos testimonios, no blasfemes. Reprime tu lengua del mal. Considera tu enojo cuando alguien habla mal de ti. Como te enojas contra quien habló mal de ti, enójate así contigo mismo cuando hables mal de otro. No hablen mentira tus labios. Lo que hay dentro de tu corazón, eso dígase fuera. Que no se oculte una cosa en el corazón y profiera otra la lengua. Apártate del mal y obra el bien. Pues ¿cómo he de decir «Viste al desnudo» a quien todavía quiere desnudar al vestido? ¿Cómo es posible que reciba a un peregrino quien oprime a un conciudadano? Luego, siguiendo el orden, ante todo apártate del mal y haz el bien; primero ciñe tus lomos y luego enciende la lámpara. Y cuando hayas hecho esto, espera tranquilo la vida y los días buenos. Busca la paz y persíguela y entonces, con la frente levantada, dirás al Señor: «Hice lo que ordenaste; dame lo que prometiste».

SERMON 109
Los signos de los tiempos (Lc 12, 56-59).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida.

1. Hemos oído el Evangelio y en él al Señor que reprende a quienes saben juzgar del aspecto del cielo y no saben descubrir el tiempo de la fe en el reino de los cielos que se acerca. El Señor se dirigía a los judíos, pero sus palabras se extienden también a nosotros. El mismo Jesucristo, nuestro Señor, comenzó la predicación de su Evangelio así: Haced penitencia, pues se acerca el reino de los cielos. Con idénticas palabras comenzó su precursor Juan el Bautista: Haced penitencia, porque se acerca el reino de los cielos. Ahora reprende el Señor a los que se niegan a hacer penitencia al acercarse el reino de los cielos. El reino de los cielos, como dijo, no vendrá con ostentación. Y en otro lugar: El reino de los cielos está dentro de vosotros. Reciba, pues, cada uno con prudencia las amonestaciones del preceptor para no desaprovechar el tiempo de la misericordia del Salvador que se otorga en esta época de perdón para el género humano. Al hombre se le perdona para que se convierta y no haya nadie a quien condenar. Dios verá cuándo ha de llegar el fin del mundo; ahora, por de pronto, es el tiempo de la fe. Ignoro si el fin del mundo encontrará a alguien de nosotros aquí. Quizá no. Pero el fin del tiempo está cerca para cada uno de nosotros, puesto que somos mortales. Caminamos en medio de caídas. Si fuéramos de vidrio, temeríamos menos estas caídas. ¿Qué hay más frágil que un vaso de cristal? Sin embargo, se conserva y dura siglos. Aunque en un vaso de cristal se teme la caída, no se teme en él ni la vejez ni la fiebre. Nosotros somos más débiles y frágiles y, debido a esta nuestra fragilidad, a cada momento tememos los accidentes de que está llena la vida humana 332.Y aunque estas desgracias no hagan acto de presencia, el tiempo corre. El hombre puede evitar un golpe, pero ¿puede evitar acaso la muerte? Evita lo que le amenaza externamente, pero ¿será capaz de arrojar de sí lo que dimana internamente de él? Ora aparecen lombrices en su intestino, ora le acomete de repente cualquier enfermedad. Y finalmente, por mucho que el hombre se guarde de esos contratiempos, cuando llegue la vejez no hay medio de diferir la muerte.
2. Digamos, pues, al Señor y hagamos lo que nos manda. Veamos quién es el adversario con que nos atemorizó al decir: Si vas con tu adversario al magistrado, esfuérzate en el camino para librarte de él, no sea que te entregue al juez, el juez al alguacil y éste te meta en la cárcel, de donde no saldrás hasta haber pagado el último céntimo. ¿Quién es este adversario? Si es el diablo, ya estamos liberados de él. ¿Con qué precio? De él habla el Apóstol refiriéndose a nuestra redención: Que nos sacó del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor. Ya hemos sido rescatados, hemos renunciado al diablo; ¿cómo es que hemos de esforzarnos por librarnos de él a fin de que no nos haga cautivos de nuevo por el pecado? Pero no es éste el adversario del que el Señor nos previene. En otro lugar, otro evangelista lo dijo de modo que, si unimos los textos de uno y otro y comparamos entre sí las palabras de uno y otro, veremos al instante quién es el adversario. He aquí lo que dijo: Mientras vas con tu adversario al magistrado, esfuérzate por librarte de él. El otro evangelista escribió así: Reconcíliate pronto con tu adversario mientras vas de camino con él. Las palabras que siguen son semejantes: No sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al alguacil, y el alguacil te meta en la cárcel. Ambos evangelistas lo expresaron de forma parecida. Uno dijo: Esfuérzate en el camino para librarte de él. Y el otro: Reconcíliate con él. No podrás librarte de él si no te reconcilias con él. `Quieres librarte de él? Reconcíliate con él. ¿Es acaso con el diablo con quien debe reconciliarse el cristiano?
3. Busquemos al adversario con quien hemos de reconciliarnos para que no nos entregue al juez y el juez al alguacil. Busquémosle y reconciliémonos con él. Si pecas, tu adversario es la palabra de Dios .Pongamos un ejemplo: Quizá te gusta emborracharte. Ella te dice: «No lo hagas». Quizá te deleitan los espectáculos y las frivolidades. Ella te dice: «No lo hagas». Quizá te agrada el adulterio. La palabra de Dios te dice: «No lo cometas». En cualesquiera pecados en que pretendas hacer tu voluntad, te dice: «No lo hagas». Ella es el adversario de tu voluntad hasta que llegue a convertirse en autora de tu salvación. ¡Oh buen enemigo! ¡Qué provechoso adversario! No busca nuestra voluntad, sino nuestra utilidad. Es nuestro adversario, mientras lo somos nosotros de nosotros mismos. Mientras tú seas adversario de ti mismo, tendrás adversa la palabra de Dios. Hazte amigo de ti mismo y te habrás reconciliado con ella. No seas homicida: Escúchalo y te reconciliaste. No robes: Escúchalo y te reconciliaste. No forniques: Escúchalo y te reconciliaste. No profieras falso testimonio: Escúchalo y te reconciliaste. No desees la mujer de tu prójimo: Escúchalo y te reconciliaste. No codicies los bienes ajenos: Escúchalo y te reconciliaste. En todas estas cosas te reconciliaste con tu adversario. ¿Perdiste algo? No sólo no perdiste nada, sino que te hallaste a ti mismo que te habías perdido. El camino es esta vida. Si nos reconciliamos con el adversario, si nos ponemos de acuerdo con él, al final del camino no temeremos ni al juez, ni al alguacil, ni la cárcel.
4. ¿Cuándo termina el camino? No acaba para todos a la misma hora. Cada uno tiene su hora para terminarlo. El camino, se dijo, es esta vida. Acabaste la vida, acabaste el camino. Caminamos y el mismo vivir es avanzar, a no ser que penséis que avanza el tiempo y nosotros nos detenemos, cosa imposible. A medida que avanza el tiempo, avanzamos nosotros, y nuestros años no aumentan, sino que se agotan .Se equivocan en gran medida los hombres cuando dicen: «Este niño tiene todavía poco sentido común; avanzando en años, se hará prudente». Considera lo que dices. Dijiste: «Avanzando en años». Yo te demuestro que decrecen, aunque tú digas que crecen. Escucha mi fácil demostración. Supongamos que sabemos los años que ha de vivir en total. Por ejemplo, deseándole muchos, que ha de vivir ochenta, llegando a la vejez. Anota, por tanto, ochenta años. Vivió ya un año, ¿cuántos tienes en la suma? ¿Cuántos tenías? «Ochenta». Resta uno. Vivió diez: quedaron setenta. Es cierto que aumentaban los años, pero ¿qué decir? Vienen los años, mas para marcharse; vienen para alejarse. No vienen para quedarse con nosotros; al contrario, al pasar por nosotros, nos desgastan y nos hacen valer cada día menos. Tal es el camino por el que caminamos. ¿Qué hemos de hacer con este adversario, es decir, con la palabra de Dios? Reconcíliate con ella. No sabes cuándo se acabará tu camino. Una vez que haya terminado, te queda por delante el juez, el alguacil y la cárcel. Pero si llegaste en armonía con tu adversario habiéndote reconciliado con él, en vez de un juez hallarás un padre; en lugar de un cruel alguacil, un ángel que te transporte al seno de Abrahán; y en lugar de la cárcel el paraíso. ¡Qué cambio más rápido de cosas por haberte reconciliado en el camino con tu adversario!

SERMON 110 (=Morin 13)
La higuera estéril (Lc 13, 6-13).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Entre el año 410 y el 412.

1. La higuera es el género humano. Los tres años son los tres tiempos: uno antes de la ley, otro durante la ley y el tercero bajo la gracia. No es desacertado entender simbolizado en la higuera al género humano, pues el primer hombre, al pecar, cubrió sus vergüenzas con hojas de higuera, ocultando de esta manera los miembros de donde nacimos. Los miembros que antes del pecado eran motivo de gloria, después de él se convirtieron en ocasión de vergüenza. En efecto, estaban desnudos y no se avergonzaban, pues no tenían de qué antes de haber cometido el pecado. No podían avergonzarse tampoco de las obras de su creador, porque ningún mal procedente de sus obras había contaminado aún las obras buenas del Creador. De ahí nació, por tanto, el género humano: el hombre del hombre, el culpable del deudor, el mortal del mortal y el pecador del pecador. Este árbol simboliza a aquellos que se negaron siempre a dar fruto. La segur amenazaba las raíces de tal árbol. Intercede el colono, se aplaza el castigo, ofreciendo en cambio una ayuda. El colono que intercede es todo santo que dentro de la Iglesia ruega por cuantos están fuera de ella. ¿Y qué significa: Señor, perdónale también por este año? Es decir, en este tiempo de gracia perdona a los pecadores, perdona a los infieles, perdona a los estériles, perdona a los infructuosos. Cavaré alrededor, le echaré un cesto de abono; y si diere fruto, bien; si no, vendrás y lo cortarás. Vendrás, pero ¿cuándo? En el juicio. Vendrás, pero ¿cuándo? Entonces vendrá a juzgar a vivos y a muertos. En el entretiempo se concede el perdón. ¿Qué significado tiene cavar un hoyo alrededor, sino enseñar la humildad y la penitencia? El hoyo es tierra de abajo. El cesto de abono has de entenderlo en buen sentido. Es estiércol, pero produce fruto. El estiércol del agricultor es el dolor del pecador. Los que hacen penitencia, sí lo entienden bien y la hacen de verdad, la hacen en el estiércol. Así, pues, a este árbol se le dice: Haced penitencia; llegó el reino de los cielos.
2. Qué simboliza la mujer que llevaba dieciocho años enferma? Haced memoria. Dios completó su obra en seis días. Tres veces seis hacen dieciocho. Lo simbolizado en los tres años del árbol, está simbolizado en los dieciocho años de la mujer. Estaba encorvada; no podía mirar hacia arriba, ya que en vano escuchaba arriba el corazón. Pero la enderezó el Señor. Hay esperanza, pero para los hijos. Mucho se promete al hombre en el tiempo de espera hasta el día de juicio. Y ¿qué es el hombre? En cuanto pertenece al mismo hombre, nada hay en él que sea justo. El hombre justo es algo grande, pero el que es justo lo es por la gracia de Dios. ¿Qué es el hombre, si tú no te acuerdas de él? ¿Quieres ver lo que es el hombre? Todo hombre es mentiroso. Hemos cantado: Levántate, Señor; no prevalezca el hombre. ¿Qué quiere decir no prevalezca el hombre? ¿No eran hombres los apóstoles? ¿No lo eran los mártires? El mismo Jesús se dignó hacerse hombre. ¿Qué significa, pues, levántate, Señor; no prevalezca el hombre si todo hombre es mentiroso? Levántate, ¡oh verdad! ; que no prevalezca la mentira. Por tanto, si el hombre quiere ser algo, no lo sea por sí mismo; pues si quisiera serlo de ese modo, sería un mentiroso. Si quiere ser veraz, lo será por Dios, no por sí mismo 333.
3. Luego, Levántate, Señor; no prevalezca el hombre. Antes del diluvio tuvo tanta fuerza la mentira, que después de él sólo quedaron ocho hombres. A partir de ellos se pobló la tierra otra vez de hombres mentirosos. Entonces Dios se escogió un pueblo para sí y ¡cuántos milagros no se obraron! ¡Cuántos beneficios se le dispensaron! Rescatado de la esclavitud de Egipto, fue conducido a la tierra prometida; le fueron enviados santos profetas; recibió el templo, el sacerdocio, el rey y la ley. Pero hijos bastardos me mintieron. Por último fue enviado el prometido. Que no prevalezca el hombre, a no ser porque Dios se hizo hombre. A pesar de haber hecho obras divinas, fue despreciado; a pesar de haber otorgado tantos beneficios, fue apresado, flagelado y colgado. Hasta tal punto prevaleció el hombre que prendió al Hijo de Dios, lo azotó, lo coronó de espinas y lo clavó en la cruz. Hasta que fue bajado de la cruz y colocado en el sepulcro, prevaleció el hombre. Si hubiese permanecido allí, hubiese prevalecido el hombre. Pero esta profecía se refiere a él: «Señor, tú te dignaste venir en carne al mundo, Verbo hecho carne; en cuanto Verbo, por encima de nosotros; en cuanto carne, entre nosotros; en cuanto Verbo-carne, entre Dios y el hombre. Para nacer según la carne, elegiste a una virgen; para ser concebido encontraste una virgen y nacido la dejaste virgen. Pero no eras conocido; te manifestabas y permanecías oculto. Se manifestaba la debilidad y quedaba oculto el poder. Y todo esto se hizo para derramar tu sangre, nuestro precio. Hiciste tantos milagros, diste el beneficio de la salud a los enfermos; recibiste males por los bienes; fuiste insultado; pendiste del madero; los impíos movieron sus cabezas ante ti y te dijeron: Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz. ¿Es cierto que habías perdido tu poder, o más bien demostrabas tu paciencia? Con todo, te insultaron, se mofaron de ti y huyeron como vencedores tras tu muerte. He aquí que yaces en el sepulcro. Levántate, Señor; no prevalezca el hombre. No prevalezca el impío enemigo; no prevalezca el ciego judío. Levántate, Señor; no prevalezca el hombre». Y así aconteció. ¿Qué resta sino que sean juzgados los pueblos en tu presencia? Resucité, como sabéis, subió al cielo y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.
4. ¡Ea, árbol estéril! No te rías porque se te perdone; se aplazó el empleo de la segur, pero no te sientas seguro. Vendrá, te cortará. Cree que ha de llegar. Todo esto que ves, no existía extendido por todo el orbe terráqueo en otro tiempo. Se leía en la profecía, pero no se veía realizado en la tierra. Sin embargo, ahora se lee y se ve. Así se convocó a la Iglesia. No se le dijo: «Ve, hija, y oye», sino oye y ve. Oye lo profetizado, ve lo cumplido. Hermanos amadísimos: Cristo no había nacido aún de una virgen; se prometió y la promesa se cumplió. Aún no había hecho milagros; se prometieron y los hizo. Aún no había padecido; se prometió y se cumplió. No había resucitado; se prometió y se cumplió. No había ascendido al cielo; fue anunciado antes y se cumplió. No se había extendido su nombre por toda la tierra; se profetizó y se cumplió. No habían sido derribados y destruidos los ídolos y se hizo realidad 334. No habían aparecido los herejes impugnando a la Iglesia; se profetizó y se cumplió. Pues de igual modo aún no ha llegado el día del juicio, pero puesto que está profetizado, se cumplirá. Quien se mostró veraz en tantos acontecimientos predichos, ¿resultará mentiroso respecto al día del juicio? Nos dejó un documento autógrafo de sus promesas. Dios se hizo deudor prometiendo, no recibiendo un préstamo'. ¿Podemos decirle: «Dame lo que recibiste»? ¿Quién le dio primero a él, que se le devolverá? No podemos, por tanto, decirle: «Devuelve lo que recibiste», pero sí, y con todo derecho, «Cumple lo que prometiste».
5. Lo prometió a nuestros padres, pero dejó una garantía que pudiéramos leer nosotros. Si nos llama a cuentas quien dejó la garantía y dice: «Leed mis deudas, es decir, mis promesas; contad lo que ya cumplí y contad también lo que aún debo. Ved lo mucho que pagué y lo poco que debo. Porque me falta ese poquito, ¿pensáis que prometo y no cumplo?» Por tanto, el árbol estéril haga penitencia y produzca frutos dignos de ella. Quien está encorvado y mira a la tierra, se alegra con la felicidad terrena y, no creyendo en la otra, piensa que sólo en esta vida se puede ser feliz. Quien esté así de encorvado, levántese; si no puede enderezarse por sí solo, invoque a Dios. ¿Acaso se enderezó por sí misma aquella mujer? ¡Pobre de ella, si Dios no le hubiese tendido la mano!

SERMON 111 (=Lambot 18)
La levadura en la masa y el pequeño número de los elegidos (Lc 13, 21-24).

Lugar: Cartago.
Fecha: En el año 413 o 415.

1. ... a quienes la soberbia comenzaba a envalentonar allí. Pero ahora, dice, conociendo a Dios, mejor dicho, siendo conocidos por Dios. Por tanto, conocisteis, porque primero fuisteis conocidos. ¿Cómo conoció ahora Dios? Predestinó antes de la creación del mundo. ¿Qué significa conoció ahora? Ahora se hizo conocer.
2. Diga, pues, la Iglesia de Cristo, diga la madre católica, diga el cuerpo de aquella cabeza que subió al cielo, el cuerpo santo, grande, extendido por todo el orbe de la tierra; diga aquella mies engendrada por el grano que cayó en la tierra -pues este grano, como sabéis, dice acercándose ya a la pasión: Si el grano no cae en tierra, permanecerá él sólo; pero si cayere en la tierra, producirá mucho fruto. Cayó, pues, en la tierra un grano y produjo fruto, y esta mies ocupa todo el orbe de la tierra-; diga y hable sin vanagloriarse, reconozca de quién recibió el decir lo que ha de decir. ¿Qué ha de decir? Yo conocí que el Señor es grande.
Yo conocí. Cuando mi cabeza fue crucificada, yo era una pequeña grey. A causa de mi pequeñez, me estremecí. Al hablar Cristo, presumió Pedro; detenido Cristo, negó Pedro. Apresada la piedra, vacilaron los pies y en la misma persona de Pedro huyeron los demás. Sólo él le negó, porque sólo él permaneció con aquel a quien negó. ¡Cuánto más fácilmente pudieron haberle negado quienes huyeron antes de que se les preguntara y no fueron detenidos! No se vanagloriaba aún la mies, ya que se estaba sembrando el grano. Se le apresa, se le cubre de ultrajes, se le suspende de un madero y es objeto de mofa para los circunstantes, que se consideraban victoriosos. ¿Dónde está la firmeza de los apóstoles? ¿Dónde los carneros, futuros guías del rebaño? ¿Dónde, en fin, la multitud que precedía y seguía al jumento sobre el que cabalgaba el Señor, llevando ramos de árboles y diciendo: Bendito el que viene en nombre del Señor. En aquel momento, toda esta multitud se hallaba entibiada en el amor y sobrecogida por el temor. Hallándose Cristo pendiendo en la cruz, aún no dice la Iglesia: Yo conocí que el Señor es grande. ¿En dónde encontramos esto? En aquellos dos discípulos a los que se unió Jesús yendo de camino después de la resurrección, con los que comenzó a dialogar como un tercer viandante. Ellos iban por el camino y el Camino iba con ellos y, no obstante, no conocían el Camino. El Camino les preguntaba en el camino 335.¿De qué estáis hablando? Y ellos le contestan: ¿Sólo tú eres peregrino en Jerusalén y no sabes lo que ha sucedido referente a Jesús de Nazaret, que fue un gran profeta en dichos y hechos, que fue apresado por nuestros príncipes, quienes lo crucificaron? Nosotros esperábamos que iba a redimir a Israel. Lo esperabais, ya no lo esperáis 336. ¿Dónde ha quedado lo que erais?
Pero he aquí que entre la turba de los contradictores, de los enfurecidos y sin piedad, del enmudecido rebaño de Cristo y de los que esperaban que aconteciese algo extraordinario, he aquí que se atraviesa uno, no sé quién, que como Cristo pende de un madero, y cree en él. Me refiero al ladrón, hermanos; a aquel que conoció al dispensador de la gracia 337 y no despreció a quien compartía su suplicio. Le niega quien le ha seguido y le confiesa un crucificado. Todos callan; todos pierden la esperanza, y éste Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Confía en que ha de reinar aquel a quien contempla crucificado. He aquí al menos uno que dijo: Yo conocí que el Señor es grande. ¡Gracia sublime! Le consideró excelso cuando los judíos le habían vencido. ¡Qué grandeza, hermanos míos, qué sublimidad la de aquel que pendía de un madero, la de un crucificado! Pendiente con el pendiente, afianzado en el permanente, le reconoció como el grano de mostaza. Aún no le contemplaba hecho árbol, pero ya conocía el vigor de la semilla.
Hágase realidad lo que sigue. Entregue su vida, porque tiene potestad para volverla a tomar. Bájesele de la cruz y colóquesele en el sepulcro. Torne asiento en el cielo; envíe el Espíritu Santo. Llénense de él los pocos congregados en el cenáculo; hablen las lenguas de todos los pueblos, simbolizando que todas las naciones habían de creer en él. Hágase todo esto. Cúmplanse también estas cosas. Predíquese en Jerusalén. Arda Esteban en el fuego de la caridad y... a las turbas de los judíos. Vuélvanse locos; den muerte al médico los delirantes, puesto que lo hicieron ya con su Maestro. Perdone a los enfurecidos, ore por quienes le apedrean y muera. Lleguen otros; confiesen a Cristo y mueran por él. El mismo Pedro, poco antes obstinado negador, hágase confesor mediante el amor. Crean millares de judíos, pongan el precio de sus bienes a los pies de los Apóstoles. Crezca la Iglesia, comenzando por Jerusalén, por toda la Judea y Samaria, y a base de crecer -para ser breve- llegue hasta nosotros. Dése muerte por doquier a los mártires, semillas de las que brote la fértil mies. Conviértanse las naciones; derríbense los templos de los dioses; quiébrense sus estatuas; crean sus adoradores. Clamen las tres medidas fermentadas: Yo conocí que el Señor es grande. Lo conocí gracias al fermento.
Las tres medidas son todo el género humano. Recordad el diluvio a partir del cual se inició la repoblación. Quedaron tres: los tres hijos que tenía Noé. Con ellos se restableció el género humano. La mujer que escondió el fermento es la sabiduría. Ved cómo clama todo el orbe en la Iglesia de Dios: Yo conocí que el Señor es grande.
3. Ciertamente son pocos los que se salvan. Aún recordáis la cuestión que hace poco nos propuso el Evangelio. Se preguntó al Señor: ¿Son pocos los que se salvan? ¿Qué respondió a esto el Señor? No dijo: «No son pocos, sino muchos los que se salvarán». No dijo eso. ¿Qué dijo, pues, al oír son pocos los que se salvarán? Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Habiendo oído el Señor la pregunta: ¿Son pocos los que se salvan?, confirmó lo oído. Por una puerta estrecha entran pocos. El mismo Señor dijo en otro lugar: Estrecho y angosto es el camino que lleva a la vida, y pocos entran por él. Ancho y espacioso es el que conduce a la perdición, y son muchos los que caminan por él?: ¿Por qué sentimos alegría frente a las multitudes? Oídme vosotros los pocos. Sé que sois muchos, pero obedecéis pocos. Veo la era, pero busco el grano. Cuando se trilla en la era, el grano apenas se ve; pero llegará el tiempo de la bielda. Pocos son, pues, los que se salvan en comparación de los muchos que se pierden. Pero estos pocos han de constituir una gran masa. Cuando venga el aventador trayendo en su mano el bieldo, limpiará su era, recogiendo el trigo en el granero, y la paja la quemará en fuego inextinguible. No se burle la paja del trigo. Esto es hablar la verdad y no engañar a nadie. Sed muchos entre los muchos, pero sabiendo que en comparación de cierta clase de muchos sois pocos. Porque de esta era ha de salir tanto grano que llene los graneros del cielo. Pero no puede contradecirse quien dijo que son pocos los que entran por la puerta estrecha y muchos los que perecen por el camino ancho. ¿Puede contradecirse quien en otra ocasión dijo: Muchos vendrán de oriente y de occidente. Vendrán muchos, pero en otro sentido pocos. Pocos y muchos. ¿Unos serán los pocos y otros los muchos? No, sino que los mismos pocos que son muchos, son pocos en comparación con los condenados y muchos en la compañía de los ángeles. Oíd, amadísimos, lo que está escrito: Después de estas cosas, vi una multitud que nadie podía contar, de toda lengua y nación y pueblo, que venían con estolas blancas y palmas en sus manos. Esta es la multitud de los santos. Cuando haya sido aventada la era, cuando haya sido separada la turba de los impuros y de los malos y falsos cristianos y, separada la paja, enviados al fuego eterno estos que oprimen y no tocan -cierta mujer tocaba la orla de Cristo, mientras que la turba le oprimía-; en fin, cuando se haya consumado la separación de todos los réprobos, ¡cuán clara no será la voz con que diga esta multitud de pie a la derecha, purificada, sin temor a que se mezcle algún malo y sin miedo a que se pierda alguno bueno, reinando ya con Cristo; con cuánta confianza ha de decir: Yo conocí que el Señor es grande.
4. Hermanos míos, si hablo a granos, si los predestinados a la vida eterna comprenden lo que digo, hablen con los hechos, no con las bocas. Me veo obligado a hablaros lo que no debía. Pues debía encontrar en vosotros algo que alabar y no preocuparme de qué amonestaros. Con todo, os lo diré en pocas palabras; no me demoraré. Reconoced la hospitalidad; por ella alguien llegó a Dios. Recibes al peregrino de quien también tú eres compañero de viaje, puesto que todos somos peregrinos. Pues cristiano es el que en su propia casa y en su propia patria se reconoce peregrino. Nuestra patria se halla arriba; allí no seremos huéspedes, mientras que aquí todos, incluso en su casa, son huéspedes. Si no es huésped, que no salga de ella; y si ha de salir, entonces es huésped. No se engañe, es huésped. Quiera o no, es huésped. Y si deja la casa a sus hijos, se trata de un huésped que la deja a otros huéspedes. Si te encontrases en una posada, ¿no marcharías al llegar otro a ela? Esto lo haces hasta en tu casa. Tu padre te cedió el sitio; tú lo has de ceder a tus hijos. Ni tú has de permanecer siempre en tu casa, ni tampoco aquellos a quienes se la dejas. Por tanto, si todos pasamos, realicemos algo que no puede pasar, a fin de que, cuando hayamos pasado y llegado al lugar de donde no hemos de pasar, encontremos nuestras buenas obras. Cristo es el guardián; ¿por qué temes, entonces, perder lo que das? Vueltos al Señor...
Después del sermón
Os recordaré lo que ya sabéis. Mañana es el aniversario de la ordenación de nuestro venerable señor Aurelio 338. Por medio de mi humilde persona, ruega y exhorta a vuestra caridad que se digne acudir con fervor a la basílica de Fausto. Gracias a Dios.

SERMON 112
Los invitados que rehúsan asistir (Lc 14, 16-24).

Lugar: Cartago, basílica Restituta.
Fecha: Entre el año 411 y el 420.

1. Se nos han propuesto estas lecturas santas para que vosotros las escuchéis y para que nosotros, con la ayuda del Señor, digamos algo sobre ellas. En la lectura del Apóstol se dan gracias al Señor por la fe de los gentiles, precisamente porque es obra suya. En el salmo dijimos: Dios de las virtudes, conviértenos a ti, muéstranos tu rostro y seremos salvados. En el Evangelio se nos ha invitado a una cena; mejor dicho, llamados fueron otros, nosotros no fuimos llamados, sino conducidos. No sólo conducidos, sino también coaccionados. Así hemos escuchado que cierto hombre preparó una gran cena. ¿Quién es ese hombre sino el mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús? Había enviado a gente para que viniesen los invitados; para que viniesen, puesto que ya era la hora. ¿Quiénes son los invitados sino los llamados por los profetas, que habían sido enviados con anterioridad? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que los profetas fueron enviados e invitaron a la cena de Cristo? Fueron enviados al pueblo de Israel. Fueron enviados con repetida frecuencia y frecuentes fueron sus invitaciones para que se llegase a la cena a la hora oportuna. Recibieron a quienes les invitaban, pero rechazaron la cena. ¿Qué quiere decir que recibieron a quienes les invitaban y, en cambio, rechazaron la cena? Que leyeron a los profetas y mataron a Cristo. Mas cuando le dieron muerte, sin saberlo, nos prepararon la cena. Dispuesta la cena, es decir, inmolado Cristo, recomendada y confirmada por sus manos y boca, después de la resurrección de Cristo, la cena del Señor que conocen los fieles, fueron enviados los apóstoles a los mismos a quienes habían sido enviados los profetas. «Venid a la cena, dijeron los apóstoles, venid a la cena». Estaba ya establecido que Cristo había de ser inmolado.
2. Quienes se negaron a venir presentaron sus excusas. ¿Cómo se excusaron, hermanos? Tres fueron las excusas presentadas. Uno dijo: Compré una granja y voy a verla; dame por excusado. Otro: Compré cinco parejas de bueyes; voy a probarlas. Te ruego me dispenses. El tercero: Me he casado; no puedo acudir; dispénsame. ¿No son éstos los mismos pretextos que retienen a los hombres, a todos los que rehúsan asistir a esta cena? investiguemos estas excusas, examinémoslas y veamos de hallarlas, pero con la finalidad de precavernos de ellas.
En la granja comprada, está indicado el dominio; por tanto, aquí se reprocha la soberbia. Pues tener una granja, poseerla, someter por causa de ella a los hombres a la propia potestad, dominar es algo que agrada. Vicio perverso y capital. El primer hombre, que no quiso tener señor, quiso dominar. Pues ¿qué significa dominar sino gozar de propio poder? Pero existe una potestad mayor: sometámonos a ella para poder estar seguros. Compré una granja, dame por excusado. La soberbia invitada no quiso venir.
3. Otro dijo: Compré cinco yuntas de bueyes. ¿No hubiera bastado decir «compré bueyes»? Sin duda hay algo aquí cuya oscuridad nos instiga a investigarlo y entenderlo, y puesto que está como cerrado, nos invita a llamar. Las cinco yuntas de bueyes son los sentidos corporales. De todos es conocido que los sentidos de la carne son cinco. Si algunos no se han percatado de ello, cuando se les explica luego lo reconocen. Cinco son, pues, los sentidos que hay en el cuerpo: la vista en los ojos; el oído en las orejas; el olfato en las narices; el gusto en el paladar y el tacto en todos los miembros. Con la vista percibimos lo blanco, lo negro, cualquier clase de color, lo claro, lo oscuro. Con el oído percibimos el ruido, tanto el estridente como el armonioso. Con el olfato percibimos lo que huele suave o fuerte. Con el gusto lo amargo y lo dulce. Con el tacto sentimos lo duro y lo blando, lo suave y lo áspero, lo calienta y lo frío, lo pesado y lo ligero. Cinco son los sentidos y son pares. Esto fácilmente se echa de ver en los tres primeros, pues dos son los ojos, dos las orejas y dos los orificios nasales. He ahí tres yuntas. En las fauces, es decir, en el sentido del gusto, se encuentra cierta duplicación, porque nada se percibe por el gusto si la lengua y el paladar no lo tocan. En el placer de la carne que corresponde al tacto es más difícil percibir esa duplicidad: es a la vez interna y externa; luego también hay aquí pareja. ¿Por qué se dice que son yuntas de bueyes? Porque a través de estos sentidos carnales se buscan las cosas terrenas y los bueyes mueven la tierra. Hay hombres alejados de la fe, entregados a menesteres terrenos, ocupados en las cosas de la carne. No quieren creer en nada que no perciban por los cinco sentidos de su cuerpo. Ponen en estos sentidos la regla de toda verdad. «No creo más que lo que veo; eso es lo que conozco, eso es lo que sé. Es blanco, es negro, es redondo, es cuadrado, es de este o de otro color. Esto es lo que conozco, percibo y mantengo; me lo enseña la misma naturaleza. No se me puede obligar a crer lo que no se me puede mostrar. Suena una voz: siento que es una voz, canta bien o mal, es suave o ronca, lo conozco, lo sé, llegó hasta mí. Huele bien, huele mal; lo percibo, lo sé. Esto es dulce, aquello amargo; esto salado, aquello insípido. Cuanto me digas más allá de esto, lo ignoro. Palpando conozco lo que es duro o blando, lo que es suave o áspero, lo que está caliente o frío. ¿Qué otra cosa me puedes demostrar?»
4. Este era el impedimento que mantenía atado a nuestro apóstol Tomás, quien, respecto a Cristo el Señor, es decir, a la resurrección de Cristo, no quiso fiarse ni de sus ojos, pues dijo: Si no meto mis dedos en los agujeros de los clavos y las heridas, y si no meto mi mano en su costado, no creeré. Y el Señor, que pudo haber resucitado sin huellas de heridas, conservó las cicatrices para que las tocase el incrédulo y sanar las heridas de su corazón. Sin embargo, al llamar a la cena, contra quien presentó la excusa de las cinco parejas de bueyes, dijo: Bienaventurados los que no ven y creen. Hermanos míos, nosotros, llamados a esta cena, no nos sentimos impedidos por estas cinco parejas; no hemos deseado ver el rostro corporal del Señor ni hemos anhelado oír con nuestros oídos la palabra procedente de su boca corporal, ni hemos buscado en él aquel aroma que se desprendió del preciosísimo ungüento que derramó sobre Jesús cierta mujer y que llenó de perfume toda la casa. Nosotros no estábamos allí. No le olimos y, sin embargo, creemos. Dio a sus discípulos la cena consagrada con sus manos. No estuvimos sentados a la mesa en aquel convite. Sin embargo, a través de la fe, participamos a diario de la misma cena. Y no tengáis por cosa grande el haber asistido, sin fe, a la cena ofrecida por las manos del Señor, puesto que es mejor la fe posterior que la incredulidad de entonces. Allí no estuvo Pablo, que creyó; sin embargo, estuvo Judas, que lo entregó. ¡Cuántos ahora en la misma cena -aunque no vean la mesa de entonces, ni perciban con sus ojos, ni gusten con su paladar el pan que el Señor tuvo en sus manos-, cuántos aún ahora comen y beben su propia condenación, puesto que la cena que hoy se prepara es idéntica a aquélla!
5. ¿Cómo se presentó al Señor la ocasión para hablar de esta cena? Por haber dicho uno de los que estaban a la mesa pues se hallaba en un banquete al que había sido invitado- estas palabras: Bienaventurado quien coma el pan en el reino de Dios. Como a larga distancia suspiraba éste, siendo así que el mismo pan estaba a la mesa ante él. Pues ¿quién es el pan del reino de Dios sino el que dice: Yo soy el pan vivo que he descendido del cielo? No prepares el paladar, sino el corazón. Allí se recomendó esta cena; he aquí que creemos en Cristo; le recibimos, por tanto, con fe. Al recibirlo, conocemos lo que pensamos. Recibimos poca cosa, pero el corazón queda repleto. No alimenta lo que se ve, sino lo que se cree. Por tanto, no pedimos el testimonio del sentido exterior, ni dijimos: «Está bien que hayan creído quienes vieron con sus ojos y palparon con sus manos al mismo Señor resucitado -si es verdad lo que se dice-; nosotros, que no le hemos tocado, ¿cómo vamos a creer?». Si esto pensáramos, las cinco parejas de bueyes nos estarían impidiendo asistir a la cena. Para que veáis, hermanos, que no se apuntaba al deleite de estos cinco sentidos, que endulza y produce la voluptuosidad, sino a cierta curiosidad, no dijo: Compré cinco yuntas de bueyes y voy a apacentarlas, sino voy a probarlas. Quien quiere probarlas, quiere salir de la duda mediante las yuntas de bueyes, del mismo modo que Santo Tomás quiso salir de ella por idéntico camino. «Veré, tocaré, introduciré mis dedos». Jesús le replica: «Mete tus dedos en mi costado y no seas incrédulo. Fui a la muerte por ti; por el lugar que quieres tocar derramé la sangre que te redimió y, a pesar de ello, ¿dudas todavía de mí siéndote necesario tocarme? Bien, te concedo incluso eso; te lo muestro. Toca y cree. Descubre el lugar de mis llagas y cura la herida de la duda».
6. El tercero dijo: Me he casado. He aquí el placer de la carne. ¡A cuántos no retrae! ¡Ojalá fuese sólo exterior y no interiormente! Hay hombres que dicen: «Sólo le va bien al hombre cuando le acompañan los placeres de la carne». Es a éstos a los que se refiere el Apóstol cuando dice: Comamos y bebamos, que mañana moriremos. Esto decía en sus banquetes aquel rico soberbio: «Comamos y bebamos; mañana moriremos. ¿Quién ha resucitado? ¿Quién nos ha dicho lo que sucede allí? Lo que en este tiempo hayamos disfrutado, eso mismo llevamos por delante». Quien dice esto, tomó esposa; se abraza a la carne, se regodea en sus placeres y se excusa de asistir a la cena. ¡Cuídese; no perezca de hambre interior! Escuchad a Juan, el santo apóstol y evangelista: No améis al mundo, ni las cosas que hay en él. ¡Oh! , quienes venís a la cena del Señor, No améis al mundo ni a las cosas que hay en él. No dijo: «No las tengáis», sino: No las améis. Las tuvisteis, las poseisteis, las amasteis: estáis apegados a ellas. El amor a las cosas terrenas es liga para las espirituales. Las codiciaste. Te has apegado a ellas. ¿Quién te dará alas como de paloma? ¿Cuándo volarás al lugar del descanso verdadero, puesto que aquí, donde has quedado pegado de mala manera, buscaste un descanso desdichado? No améis al mundo: te lo dice la trompeta divina. El sonido de esta trompeta es el orbe de la tierra. A todo el mundo se dice: No améis al mundo, ni las cosas que hay en él. Si alguno ama al mundo, no está en él la caridad del Padre. Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, codicia de los ojos y ambición del siglo. El apóstol comenzó por lo último; es decir, él comenzó por donde terminó el Evangelio, y donde comenzó el Evangelio puso término él: Concupiscencia de la carne: Tomé mujer. Concupiscencia de los ojos: Compré cinco yuntas de bueyes. Ambición del siglo: Compré una granja.
7. Estos sentidos están representados por los ojos solos, tomando la parte por el todo, puesto que el principal de todos es el de la vista. De aquí que, aunque la visión pertenece a los ojos, no obstante, acostumbramos a decir que vemos por los demás sentidos. ¿Cómo? En primer lugar y por lo que se refiere a los mismos ojos, sueles decir: «Ve cuán blanco es esto; fíjate y ve qué blanco». Esto pertenece a los ojos. «Escucha y ve qué sonoro es»; ¿acaso podría decirse a la inversa: «Oye y ve qué blanco es esto»? El «ve» se aplica a los objetos de todos los sentidos. Sin embargo, lo propio de cada uno de ellos, no se aplica a los demás. «Mira y ve qué blanco es; escucha y ve qué sonoro; huele y ve qué suave es; gusta y ve cuán dulce es; toca y ve cuán mórbido». Puesto que se trata de cinco sentidos diferentes, más bien deberíamos decir: «Oye y siente qué sonoro es o huele y siente su suavidad; gusta y siente lo dulce que es; toca y siente cuán cálido es; palpa y siente su morbidez; palpa y siente qué blanco es». Pues bien, no se acostumbra decir esto. El mismo Señor, cuando se apareció a sus discípulos después de la resurrección, a quienes aun viéndole se tambaleaban en su fe creyendo ver un fantasma, les dice: ¿Por qué dudáis y por qué se levantan pensamientos en vuestro corazón? Ved mis manos y mis pies. Y por si fuera poco: Ved y tocad, les dijo. Palpad y ved. «Mirad y ved: Palpad y ved. Ved con los ojos solos; ved con todos los sentidos». Buscando en ellos el asentimiento interior de la fe, se presentaba ante sus sentidos corporales. Nosotros nada hemos percibido del Señor por los sentidos: mediante el oído hemos oído y con el corazón hemos creído. Y el mismo oír no fue de su boca, sino de la de sus predicadores, de la boca de quienes ya estaban cenando y con sus escritos nos invitaban a participar.
8. Dejemos de lado las excusas vanas y perversas y acerquémonos a la cena que nos saciará interiormente. No nos lo impida la soberbia altanera; no nos engría o sujete y aparte de Dios la ilícita curiosidad; la sensualidad de la carne no nos aleje del placer del corazón. Acerquémonos y saciémonos. ¿Quiénes se acercaron sino los mendigos, los débiles, los cojos y los ciegos? No vinieron los ricos sanos, quienes creían que andaban bien y que tenían la vista despierta, es decir, los que presumían mucho de sí y, por lo mismo, casos más desesperados cuanto más soberbios. Vengan, pues, los mendigos, ya que invita el que siendo rico se hizo pobre por nosotros, para que los mendigos nos enriqueciéramos con su pobreza. Vengan los débiles, porque no necesitan del médico los sanos, sino los enfermos. Vengan los cojos diciéndole: Endereza mis pasos conforme a tu palabra. Vengan los ciegos con estas palabras: Ilumina mis ojos para que jamás me duerma en la muerte. Estos vinieron en horario, pues los primeros invitados fueron reprobados debido a sus excusas. Llegaron en horario y entraron procedentes de las plazas y suburbios de la ciudad. Entonces dijo el siervo enviado a buscarles: Señor, está hecho lo que mandaste, pero aún sobra lugar. Bien, dijo el Señor: Sal a los caminos y cercados y a quienes encuentres oblígales a entrar. «No esperes que se dignen venir quienes encuentres, oblígales a entrar. He preparado una gran cena, engalané mi gran casa, no toleraré que quede vacío algún lugar». Vinieron los gentiles desde las plazas y suburbios; vengan los herejes y cismáticos desde los caminos y cercados. Oblígales a entrar. Aquí encuentran la paz. Quienes construyen cercados, buscan separar. Tráigaselos de los cercados, arránqueselos de entre las zarzas. Se enredaron en ellas y no quieren que se les obligue. «Entremos, dicen, por nuestra libre voluntad». El Señor no ordenó esto, pues dijo: Oblígales a entrar. Hállese fuera la coacción; una vez dentro nacerá la voluntad 339.

SERMON 112 A (= Caillau 2, 11)
El hijo pródigo (Lc 15, 11-32).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Diciembre del año 399.

1. No es necesario detenernos en las cosas ya expuestas. Mas, aunque no es necesario demorarnos en ellas, sí conviene recordarlas. No ha olvidado vuestra prudencia 340 que el domingo anterior tomé a mi cargo hablaros en el sermón sobre los dos hijos de qué hablaba el Evangelio de hoy, pero no pude terminar 341. Dios nuestro Señor ha querido que, pasada aquella tribulación, también hoy os pueda hablar 342. He de saldar la deuda del sermón, puesto que hay que mantener la deuda del amor. Quiera el Señor que mí poquedad llene los deseos de vuestro anhelo.
2. El hombre que tuvo dos hijos es Dios, que tiene dos pueblos. El hijo mayor es el pueblo judío; el menor, el gentil. La herencia recibida del padre es la inteligencia, la mente, la memoria, el ingenio y todo aquello que Dios nos dio para que le conociésemos y alabásemos. Tras haber recibido este patrimonio, el hijo menor se marchó a una región lejana. Lejana, es decir, hasta olvidarse de su creador. Disipó su herencia viviendo pródigamente; gastando y no adquiriendo, derrochando lo que poseía y no adquiriendo lo que le faltaba; es decir, consumiendo todo su ingenio en lascivias, en vanidades, en toda clase de perversos deseos a los que la Verdad llamó meretrices.
3. No es de admirar que a este despilfarro siguiese el hambre. Reinaba el hambre en aquella región: no hambre de pan visible, sino hambre de la verdad invisible. Impelido por la necesidad, cayó en manos de cierto príncipe de aquella región. En este príncipe ha de verse el diablo, príncipe de los demonios, en cuyo poder caen todos los curiosos, pues toda curiosidad ilícita no es otra cosa que una pestilente carencia de la verdad. Apartado de Dios por el hambre de su inteligencia, fue reducido a servidumbre y le tocó ponerse a cuidar cerdos; es decir, la servidumbre última e inmunda de que suelen gozarse los demonios. No en vano permitió el Señor a los demonios entrar en la piara de los puercos. Aquí se alimentaba de bellotas, que no le saciaban. Las bellotas son, a nuestro parecer, las doctrinas mundanas, que alborotan, pero no nutren, digno alimento para puercos, pero no para hombres; es decir, con las que se gozan los demonios e incapaces de justificar a los hombres 343.
4. Al fin se dio cuenta en qué estado se encontraba, qué había perdido, a quién había ofendido y en manos de quién había caído. Y volvió en sí; primero el retorno a sí mismo y luego al Padre. Pues quizá se había dicho: Mi corazón me abandonó, por lo cual convenía que ante todo retornase a sí mismo, conociendo de este modo que se hallaba lejos del padre. Esto mismo reprocha la Sagrada Escritura a ciertos hombres diciendo: Volved, prevaricadores, al corazón. Habiendo retornado a sí mismo, se encontró miserable: Encontré la tribulación y el dolor e invoqué el nombre del Señor. ¡Cuántos mercenarios de mi padre, dice, tienen pan de sobra y yo perezco aquí de hambre! ¿Cómo le vino esto a la mente, sino porque ya se anunciaba el nombre de Dios? Ciertamente, algunos tenían pan, pero no como era debido, y buscaban otra cosa. De éstos se dijo: En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. A los tales se les debe considerar como mercenarios, no como hijos, pues a ellos señala el Apóstol cuando escribe: Anúnciese a Cristo, no importa si por oportunismo o por la verdad. Quiere que se vea en ellos a algunos que son mercenarios porque buscan sus intereses y, anunciando a Cristo, abundan en pan.
5. Se levantó y retornó. Había permanecido o bien en tierra, o bien con caídas continuas. Su padre lo ve de lejos y le sale al encuentro. Su voz está en el salmo: Conociste de lejos mis pensamientos. ¿Cuáles? Los que tuvo en su interior: Diré a mi padre: pequé contra el cielo y ante ti; ya no soy digno de llamarme hijo tuyo, hazme como uno de tus mercenarios. Aunque ya pensaba decirlo, no lo decía aún; con todo, el padre lo oía como si lo estuviera diciendo. A veces se halla uno en medio de una tribulación o una tentación y piensa orar; con el mismo pensamiento reflexiona sobre lo que ha de decir a Dios en la oración, como hijo que por serlo solicita la misericordia del padre. Y dice en su corazón: «Diré a mi Dios esto y aquello; no temo que al decirle esto, al gemirle así, tapone sus oídos mi Dios». La mayor parte de las veces ya le está oyendo mientras dice esto, pues el mismo pensamiento no se oculta a los ojos de Dios. Cuando él se disponía a orar, estaba ya presente quien iba a estarlo una vez que empezase la oración. Por eso se dice en otro salmo: Dije, declararé al Señor mi delito. Ved cómo llegó a decir algo en su interior; ved su propósito. Y al momento añadió: Y tú perdonaste la impiedad de mi corazón. ¡Cuán cerca está la misericordia de Dios de quien se confiesa! No está lejos Dios de los contritos de corazón. Así lo tienes escrito: Cerca está el Señor de los que atribularon su corazón. Este ya había atribulado su corazón en la región de la miseria; a él había retornado para quebrantarle. Por soberbia había abandonado su corazón y lleno de ira había retornado a él. Se airó para castigar su propia maldad; había retornado para merecer la bondad del padre. Habló airado conforme a aquellas palabras: Airaos y no pequéis. Todo penitente que se aíra contra sí mismo, precisamente porque está airado, se castiga. De aquí proceden todos aquellos movimientos propios del penitente que se arrepiente y se duele de verdad. De aquí el tirarse de los cabellos, el ceñirse los cilicios y los golpes de pecho. Todas estas cosas son, sin duda, indicio de que el hombre se ensaña y se aíra contra sí mismo. Lo que hace externamente la mano, lo hace internamente la conciencia; se golpea en el pensamiento, se hiere y, para decirlo con verdad, se da muerte. Y dándose muerte ofrece a Dios el sacrificio del espíritu atribulado. Y Dios no desprecia el corazón contrito y humillado. Por tanto, angustiando, humillando e hiriendo su corazón le da muerte.
6. Aunque aún estaba en preparativos para hablar a su padre, diciendo en su interior: Me levantaré, iré y le diré, éste, conociendo de lejos su pensamiento, salió a su encuentro. ¿Qué quiere decir salir a su encuentro sino anticiparse con su misericordia? Estando todavía lejos, dice, le salió al encuentro su padre movido por la misericordia. ¿Por qué se conmovió de misericordia? Porque el hijo había confesado ya su miseria. Y corriendo hacia él se le echó al cuello. Es decir, puso su brazo sobre el cuello de su hijo. El brazo del Padre es el Hijo; diole, por tanto, el llevar a Cristo, carga que no pesa, sino que alivia. Mi yugo es suave, dijo, y mi carga ligera. Se apoyaba sobre el erguido y apoyándose en él no le permitía caer de nuevo. Tan ligera es la carga de Cristo, que no sólo no oprime, sino que alivia. Y no como las cargas que se llaman ligeras: aunque ciertamente son menos pesadas, con todo, tienen su peso. Una cosa es llevar una carga pesada, otra llevarla ligera y otra no llevar carga alguna. A quién lleva una carga pesada se le ve oprimido; quien lleva una ligera, se siente menos oprimido, pero siempre oprimido; a quien, en cambio, no lleva carga alguna se le ve que anda con los hombros desembarazados. No es de este estilo la carga de Cristo. Conviene que la lleves, para sentirte aligerado; si te la quitas de encima te encontrarás oprimido. Y, hermanos, no os parezca esto cosa imposible. Quizá encontremos algún ejemplo que haga palpable lo dicho. Tiene las dos cosas: maravilloso e increíble. Vedlo en las aves. Toda ave lleva sus alas. Mirad y ved cómo las pliega cuando desciende para descansar y cómo en cierto modo las coloca sobre los costados. ¿Crees que le son un peso? Quítaselo y caerán; cuanto menos peso de ese lleve el ave, tanto menos volará. Tú, pensando ser misericordioso, le quitas ese peso; pero si verdaderamente quieres ser misericordioso con ella, ahórrale tal cosa; o si ya le quitaste las alas, aliméntala para que crezca esa su carga y vuele sobre la tierra. Carga como ésta deseaba tener quien decía: ¿Quién me dará alas como de paloma y así volaré y descansaré? El haber echado el padre el brazo sobre el cuello del hijo le sirvió de alivio, no de opresión; le honró, no le abrumó. ¿Cómo, pues, es el hombre capaz de llevar a Dios, a no ser porque le lleva Dios, que es a su vez llevado? 344
7. El padre manda que se le ponga el primer vestido, el que había perdido Adán al pecar. Tras haber recibido en paz al hijo y haberlo besado, ordena que se le dé un vestido: la esperanza de la inmortalidad que confiere el bautismo. Manda asi mismo que se le ponga anillo, prenda del Espíritu Santo, y calzado para los pies como preparación para el Evangelio de la paz, para que sean hermosos los pies del anunciador del bien. Todo esto lo hace Dios mediante sus siervos, es decir, a través de los ministros de la Iglesia. Pues ¿acaso dan los ministros el vestido, el anillo y los zapatos de su propio haber? Ellos cumplen su ministerio, se entregan a su oficio, pero quien otorga es aquel de cuya despensa y tesoro se toman estas cosas. También mandó matar un becerro bien cebado, es decir, se le admitió a la mesa en la que el alimento es Cristo muerto. A todo el que viene a parar a la Iglesia desde una región lejana se le mata el becerro cuando se le predica la muerte de Jesús y se le admite a participar de su cuerpo. Se mata un becerro bien cebado porque quien había perecido ha sido hallado.
8. El hermano mayor, cuando vuelve del campo, no quiere entrar, airado como está. Simboliza al pueblo judío que mostró esa animadversión incluso contra los que ya habían creído en Cristo. Porque los judíos se indignaban de que viniesen los gentiles desde tanta simplicidad, sin la imposición de las cargas de la ley, sin el dolor de la circuncisión carnal, a recibir en pecado el bautismo salvador y, por lo mismo, se negaron a comer del becerro cebado. Ciertamente, ya ellos habían creído, y explicándoseles el motivo, se tranquilizaron. Pensad ahora en cualquier judío que haya guardado en su corazón la ley de Dios y vivido sin tacha en el judaísmo, como dijo que había vivido Saulo, Pablo para nosotros, tanto mayor cuanto más pequeño se hizo y tanto más ensalzado cuanto en menos se tuvo-Pablo, en efecto, significa poco, pequeño; de aquí que digamos: «Poco después te hablaré o poco antes». Ved lo que significa paulo ante: un poco antes. ¿Qué significa, pues, Pablo? El mismo lo dijo: Yo soy el menor de los apóstoles-. Este judío, pues, quienquiera que sea, que se tenga por tal y sea consciente de ello, que haya adorado desde su juventud al único Dios, al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, el Dios anunciado por la ley y los profetas, y que haya observado los preceptos de la ley, comienza a pensar en la Iglesia al ver que el género humano corre tras el nombre de Cristo. El pensar en la Iglesia equivale a acercarse a casa desde el campo. Así está escrito: Al venir el hermano mayor del campo y acercarse a casa. Del mismo modo que el hijo menor aumenta diariamente entre los paganos que creen, así el hijo mayor, aunque raramente, vuelve a casa entre los judíos. Piensan en la Iglesia y se llenan de admiración ante ella: ven que la ley es suya y nuestra; que los profetas son suyos y nuestros; que ellos carecen de sacrificios y entre nosotros se ofrece el sacrificio cotidiano; ven que estuvieron en el campo del padre y, sin embargo, no comieron del becerro cebado.
9. Oyen asimismo la sinfonía y el coro que suena y canta en la casa. ¿Qué es la sinfonía? La concordia de las voces. Quienes no tocan al unísono, disuenan; los que concuerdan, tocan a la vez. Esta es la sinfonía que enseñaba el Apóstol cuando decía: Os ruego, hermanos, que digáis todos lo mismo y que no haya entre vosotros divisiones. ¿A quién no deleita esta sinfonía santa, es decir, el ir de acuerdo las voces, no cada una por su lado, sin nada inadecuado o fuera de tono que pueda ofender el oído de un entendido? La concordia pertenece a la esencia del coro. En el coro lo que agrada es la única voz que es el resultado de muchas otras, que, procediendo de todas, guarda la unidad, sin disonancias ni tonalidades discordantes.
10. El hijo mayor, al oír esa música en casa, enojado, no quería entrar. ¿No es frecuente que un judío, benemérito entre los suyos, se pregunte cómo pueden tanto los cristianos? «Nosotros tenemos las leyes paternas; Dios habló a Abrahán, de quien hemos nacido. Y la ley la recibió Moisés, quien nos libró de la tierra de Egipto, conduciéndonos a través del mar Rojo. Y he aquí que éstos, con nuestras Escrituras, cantan nuestros salmos por todo el mundo y ofrecen a diario un sacrificio, mientras que nosotros perdimos no sólo el sacrificio, sino también el templo». Pregunta a un siervo: «¿Qué sucede aquí?» Pregunte el judío a cualquier siervo, abra los profetas, abra al Apóstol, pregunte a quien quiera: ni el Antiguo ni el Nuevo Testamento callaron sobre la vocación de los gentiles. Veamos en el siervo al que pregunta el libro examinado. Ahí encontrarás la Escritura que te dice: Tu hermano volvió y tu padre mató un becerro bien cebado, porque lo recobró sano. Dígale esto el siervo. ¿A quién recibió con salud el padre? A quien había muerto y revivió: a éste recibió para salvarle. Se debía la matanza de un becerro cebado a quien se marchó a una región lejana, pues habiéndose apartado de Dios se había convertido en un impío. Responde el siervo, el apóstol Pablo: En efecto, Cristo murió por los impíos. Malhumorado y airado, no entra; pero ante la invitación del padre entra quien no quiso hacerlo ante la respuesta del siervo. En verdad, hermanos míos, también ahora acontece esto. Con frecuencia, sirviéndonos de las Escrituras, convencemos de error a los judíos, pero quien habla es todavía el siervo; se enoja el hijo, y de esta forma, a pesar de estar vencidos, no quieren entrar. «¿Qué es todo esto?» Las voces de la sinfonía te han afectado, el coro te toca el corazón, la fiesta de la casa, el banquete y el becerro cebado te han conmovido. Nadie te excluye. Mas ¿a quién dices esto? Mientras el siervo habla, se enfada el hijo y no quiere entrar.
11. Vuelve al Señor, que dice: Nadie viene a mí sino aquel a quien el Padre lo atrayere. Sale, pues, el padre y suplica al hijo; esto significa atraer. El superior puede más suplicando que obligando 345.Esto es lo que sucede, amadísimos, cuando algunos hombres, entregados al estudio de las Escrituras, oyen esto y, teniendo conciencia de sus buenas obras, llegan a decir al padre: Padre, no traspasé tu mandato. Entonces, al quedar convictos por las Escrituras y no teniendo qué responder, se aíran y oponen resistencia como queriendo vencer. Luego les dejas solos con sus pensamientos, y Dios comienza a hablarles interiormente. Esto es salir el padre y decir al hijo: «Entra y come».
12. Con todo, el hijo le responde: Mira, tantos años ha que te sirvo y jamás traspasé tu mandato y nunca me diste un cabrito para comerlo con mis amigos. Mas he aquí que viene este hijo tuyo que malgastó su patrimonio con meretrices y le mataste un becerro cebado. Son pensamientos interiores en los que ya Dios habla de ocultas maneras; él reacciona y en su interior responde, no ya contestando al siervo, sino la súplica del padre que le amonesta con dulzura: «¿Qué es esto? Nos otros poseemos las Escrituras de Dios y no nos hemos apartado del único Dios; a ningún dios extraño hemos elevado nuestras manos. Siempre le hemos reconocido como el único, siempre hemos adorado al mismo: al que hizo el cielo y la tierra, y, sin embargo, no hemos recibido el cabrito». ¿Dónde encontramos el cabrito? Entre los pecadores. ¿Por qué se queja este hijo mayor de que no se le dio un cabrito? Buscaba pecar y tomar el pecado como alimento; de aquí su amargura. Esto es lo que duele a los judíos: que volviendo en sí comprenden que no se les dio a Cristo porque le juzgaron cabrito. Reconocen su propia voz en el Evangelio, en la de los judíos sus antepesados, que decían: Sabemos que éste es pecador. Era becerro, pero al tomarle por cabrito, te quedaste sin ese alimento. Jamás me diste un cabrito: porque el padre no tenía por cabrito a quien sabía que era un becerro. Te hallas fuera; y dado que no has recibido el cabrito, entra ya al festín del becerro.
13. ¿Qué le responde el padre? Hijo, tú siempre estás conmigo. El padre atestiguó que los judíos siempre estuvieron con él, ya que siempre adoraron al único Dios. Tenemos el testimonio del Apóstol, que dice que los judíos estaban cerca y los gentiles lejos. Pues hablando a los gentiles, dice: Al venir Cristo os anunció la paz a vosotros que estabais lejos y también a los que estaban cerca. A los que estaban lejos como si fuera al hijo menor, mostrando que los judíos, puesto que no huyeron lejos a cuidar puercos, no abandonaron al único Dios, no adoraron a los ídolos ni sirvieron a los demonios. No hablo de la totalidad de los judíos; no penséis, pues, en los perdidos y sediciosos, sino en aquellos que son reprendidos por estos otros que guardan los preceptos de la ley y, aunque todavía no han entrado al festín del becerro cebado, ya pueden decir: No traspasé tu precepto; aquel a quien, cuando comience a entrar, dirá el padre: «Tú estás siempre conmigo. Ciertamente estás conmigo, ya que no marchaste lejos, pero, sin embargo, para tu mal, estás fuera de casa. No quiero que estés ausente de mi festín. No envidies al hermano menor. Tú estás siempre conmigo». Dios no confirmó lo que, quizá con más jactancia que prudencia, aseguró: Nunca traspasé tu precepto, sino que le dijo: Tú estás siempre conmigo. No le dice: «Tú jamás traspasaste mi precepto». Lo que Dios le dijo es verdad; no, en cambio, aquello de lo que él temerariamente se jactó. Pues, aunque quizá traspasó algunos de los mandamientos, no se apartó del único Dios. Es, por tanto, verdad lo dicho por el padre: Tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. ¿Acaso porque es tuyo no es también de tu hermano? ¿Cómo es tuyo? Poseyéndolo en unión con él y no dividiéndolo con disputas. Todo lo mío, dijo, es tuyo. Al decir que es suyo, parece indicar como que se lo dio en posesión. ¿Acaso le sometió el cielo y la tierra o las excelencias angélicas? No conviene entenderlo así, pues nunca se nos someterán los ángeles a cuya igualdad hemos de llegar, según promesa de la generosidad del Señor: Serán, dijo, iguales a los ángeles de Dios. Hay, sin embargo, otros ángeles a quienes juzgarán los santos. ¿No sabéis, dice el Apóstol, que juzgaremos a los ángeles? Hay ángeles santos desde siempre, pero también los hay pecadores. Seremos iguales a los ángeles buenos y juzgaremos a los malos. ¿Cómo puede decir todo lo mío es tuyo? Ciertamente, todo lo de Dios es nuestro, pero no todo nos está sometido. Una cosa es decir: «Mi siervo» y otra diferente decir: «Mi hermano». Al decir «mío» afirmas algo verdadero, puesto que aquello de lo que lo dices es tuyo, pero no puedes decirlo de la misma forma aplicado al hermano que al siervo. Una cosa es decir: «Mi casa» y otra «Mi mujer», como una cosa es decir: «Mi hijo», otra decir «Mi padre» o «Mi madre». Excluido yo, oigo decir todo es tuyo. «Dios mío», dices. Pero ¿es lo mismo decir «Dios mío» que decir «Siervo mío»? Digo «Dios mío» igual que «Señor mío». Tenemos, pues, a alguien superior: nuestro Señor, de quien podemos gozar, y tenemos las cosas inferiores, de las que somos dueños, Todo, por tanto, es nuestro si nosotros somos de él.
14. Todo lo mío, dijo, es tuyo. Si fueres obrador de paz, si te calmas, si gozas del regreso del hermano, si nuestro festín no te entristece, si no permaneces fuera de casa, aunque vengas del campo, todo lo mío es tuyo. Nos conviene, pues, festejarlo y alegrarnos, ya que Cristo ha muerto por los impíos y ha resucitado. Este es el significado de: Pues tu hermano estaba muerto y revivió; se había perdido y fue recuperado.

SERMON 113
Verdaderas y falsas riquezas (Lc 16, 9).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Desconocida,

1. La amonestación que se nos hace a nosotros debemos hacerla llegar a los demás. La reciente lectura evangélica nos invitó a hacernos amigos con la mammona de iniquidad, para que éstos reciban en los tabernáculos eternos a quienes los hacen. ¿Quiénes son los que han de poseer los tabernáculos eternos, sino los santos de Dios? ¿Y quiénes son los que han de ser recibidos por ellos en tales tabernáculos, sino quienes socorren su indigencia y suministran con alegría lo que les es necesario? Recordemos, pues, que en el último juicio Dios ha de decir a quienes estén a su derecha: Tuve hambre y me disteis de comer y las demás cosas que sabéis. Al preguntarle éstos cuándo le ofrecieron tales servicios, responderá: Cuando lo hicisteis con uno de mis pequeños, conmigo lo hicisteis. Estos pequeños son quienes reciben en los tabernáculos eternos. Eso lo dijo a los de la derecha, que lo habían hecho, y eso mismo dijo a los de la izquierda, que no lo habían realizado. Pero ¿qué recibieron o, mejor, qué recibirán los de la derecha que lo hicieron? Venid, dijo, recibid el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Tuve hambre y me disteis de comer. Cuando lo hicisteis con uno de mis pequeñuelos, conmigo lo hicisteis. ¿Quiénes son, pues, los pequeños de Cristo? Aquellos que abandonaron todas sus cosas y le siguieron, distribuyendo a los pobres cuanto poseían, para servir a Dios libres de todo impedimento secular y, exonerados de las cargas del mundo, como aves, levantar hacia arriba sus hombros 346. Estos son los pequeños. ¿Por qué pequeños? Porque son humildes, no inflados ni soberbios. Levanta a estos pequeños y encontrarás cuán grande es su peso.
2. Pero ¿qué significa que ellos se hacen amigos con la mammona de la iniquidad? ¿Qué es la mammona de iniquidad? Antes aún, ¿qué es la mammona? No es una palabra latina. Pertenece a la lengua hebrea, pariente de la púnica 347. Estas lenguas son allegadas entre sí por cierta semejanza de significación. Lo que los púnicos llaman mammon, los latinos lo denominan lucro. Lo que los hebreos llaman mammona, en latín recibe el nombre de riquezas. Para expresarlo en nuestra lengua, esto es lo que dice nuestro Señor Jesucristo: Haceos amigos con las riquezas de iniquidad. Algunos, entendiendo mal esta sentencia, roban lo ajeno y de lo robado reparten a los pobres, pensando que así cumplen lo mandado. Dicen, pues: la mammona de iniquidad consiste en robar las cosas ajenas; dar algo de ello especialmente a los santos necesitados, equivale a hacerse amigos con la mammona de iniquidad. Esta manera de entender el texto ha de corregirse; más aún, ha de borrarse totalmente de las tablas de vuestro corazón 348.No quiero que lo comprendáis de ese modo. Haced limosnas con lo ganado en vuestros dignos trabajos; dad de aquello que poseéis justamente. No podréis corromper al juez Cristo de modo que sólo os oiga a vosotros y no también a los pobres a quienes se lo arrebatáis. Si tú, más fuerte y poderoso, robases a un inválido y aquí en la tierra fueseis los dos a cualquier juez humano con cierta potestad para juzgar y aquél quisiera encausarte; si de lo robado al pobre dieses algo al juez para que sentenciase a favor tuyo, ¿sería tal juez de tu agrado? Ciertamente sentenció a favor tuyo y, sin embargo, es tan grande la fuerza de la justicia, que también a ti te desagrada el hecho. No te imagines así a Dios; no coloques tal ídolo en el templo de tu corazón. Tu Dios no es tal cual no debes ser ni tú. Aunque tú no juzgares de ese modo, sino que actuases rectamente, aun así tu Dios es mejor que tú; no te es inferior; es más justo, es la fuente de la justicia. Cuanto de bueno has hecho, de él lo has recibido, y cuanto de bueno eructaste, de él lo bebiste. ¿Alabas el vaso porque contiene algo de agua, y vituperas a la fuente? No hagáis limosnas con dinero procedente de la usura. Lo digo a los creyentes, a aquellos a quienes se distribuye el cuerpo de Cristo. Temed, corregíos para que no tenga que deciros después: «Tú y tú lo estáis haciendo». Y creo que, si lo hiciere, no deberíais airaros conmigo, sino con vosotros para corregiros. A esto se aplica lo que dice el salmo: Airaos y no pequéis. Quiero que os airéis, pero no que pequéis. Para no pecar, ¿con quiénes debéis airaros sino con vosotros mismos? ¿Qué hombre es penitente sino quien se aíra consigo mismo? El mismo se impone el castigo para recibir el perdón, y con razón dice a Dios: Aparta tu ojos de mis pecados, porque reconozco que he obrado mal. Si tú lo reconoces, él te perdona. No hagáis lo que hacíais; no está permitido.
3. Pero si ya lo hicisteis y conserváis tales riquezas y con ellas llenasteis vuestras carteras y amontonasteis tesoros, lo que poseéis procede del mal. No añadáis otro mal; haceos amigos con la mammona de iniquidad. ¿Acaso Zaqueo poseía justamente sus riquezas? Leed y ved. Era el jefe de los publicanos, es decir, aquel a quien se entregaban los tributos públicos. De allí sacó sus riquezas. Había oprimido a muchos; a muchos se las había quitado, mucho había almacenado. Entró Cristo en su casa y le llegó la salvación, pues así dice el Señor: Hoy llegó la salvación a esta casa. Contemplad ahora en qué consiste la salvación. Primeramente deseaba ver al Señor porque era de estatura pequeña. Como la muchedumbre se lo impedía, se subió a un sicómoro y le vio cuando pasaba. Jesús le miró y le dijo: Zaqueo, baja; conviene que yo me detenga en tu casa. Estás pendiente, pero no te mantengo en vilo, es decir, no doy tiempo al tiempo. Querías verme al pasar; hoy me encontrarás habitando en tu casa. Entró en ella el Señor. Lleno de gozo dijo Zaqueo: Daré a los pobres la mitad de mis bienes. Ved cómo corre quien se apresura a hacerse amigos con la mammona de iniquidad. Y para no hallarse reo por cualquier otro capítulo, dice: Si a alguno quité algo, le devolveré el cuádruplo. Se infligió a sí mismo una condena para no incurrir en la condenación. Por tanto, con lo que tenéis que procede del mal, haced el bien. Quienes nada hayáis adquirido injustamente, no queráis adquirirlo y, cuando comenzares a hacer el bien con aquello, no permanezcas tú siendo malo. ¿Se convierten en bien tus monedas y tú vas a seguir siendo malo?
4. Se puede entender también de otra manera. No la callaré. La mammona de iniquidad son las riquezas del mundo, procedan de donde procedan. De cualquier forma que se acumulen, son riquezas de iniquidad. ¿Qué significa «son riquezas de iniquidad»? Es al dinero a lo que la iniquidad llama con el nombre de riquezas. Si buscas las verdaderas riquezas, son otras. En ellas abundaba Job aunque estaba desnudo, cuando tenía el corazón lleno de Dios y, perdido todo, profería alabanzas a Dios, cual piedras preciosas. ¿De qué tesoro si nada poseía? Esas son las verdaderas riquezas. A las otras sólo la iniquidad las denomina así. Si las tienes, no te lo reprocho: llegó una herencia, tu padre fue rico y te las legó. Las adquiriste honestamente. Tienes tu casa llena como fruto de tus sudores; no te lo reprocho. Con todo, no las llames riquezas, porque, si lo haces así, las amarás y, si las amares, perecerás con ellas. Piérdelas, para no perecer tú; dónalas, para adquirirlas; siémbralas, para cosecharlas. No las llames riquezas, porque no son las verdaderas. Están llenas de pobreza y siempre sometidas a infortunios. ¿Cómo llamar riquezas a lo que te hace temer al ladrón, te lleva a sentir temor de tu siervo, temor de que te dé muerte, las coja y huya? Si fueran verdaderas riquezas, te darían seguridad.
5. Por tanto, son auténticas riquezas aquellas que, una vez poseídas, no podemos perder. Y para no temer al ladrón por causa de ellas, estén allí donde nadie las arrebata. Escucha al Señor: Acumulad vuestros tesoros en el cielo, a donde el ladrón no tiene acceso. Entonces serán auténticas riquezas: cuando las cambies de lugar. Mientras están en la tierra, no son riquezas. Pero el mundo, la iniquidad, las denomina riquezas. Por eso Dios las llama mammona de iniquidad, porque es la iniquidad quien las denomina riquezas. Escucha al salmo:
Señor, líbrame de la mano de los hijos de los extraños, cuya boca habló vanidad y cuya diestra es diestra de iniquidad. Sus hijos son como viñas plantadas en su juventud; sus hijas ataviadas, adornadas a semejanza del templo. Sus graneros están llenos rebosando de uno para otro. Sus bueyes están cebados, sus ovejas son fecundas, multiplicándose en sus viajes. No existe ruina en su tapia, ni acceso, ni clamor en sus plazas.
Has visto la felicidad que describe el salmo; pero escucha lo que es y a quienes propuso como hijos de la iniquidad. Su boca habló vanidad y su diestra es diestra de iniquidad. De éstos habló, y su felicidad, tal como la presenta, es solamente terrena. ¿Pero qué añadió? Declararon dichoso al hombre que tiene estas cosas. ¿Quiénes dijeron esto? Los hijos extraños, los alienígenas y quienes no pertenecían a la semilla de Abrahán; éstos declararon dichoso al pueblo que tiene estas cosas. ¿Quiénes lo dijeron? Aquellos cuya boca habló vanidad. Por tanto, es una vanidad decir que son dichosos quienes poseen estas cosas. Y, no obstante ser una vanidad, lo dicen aquellos cuya boca habló vanidad. Ellos llaman riquezas a estas cosas que reciben el nombre de mammona de iniquidad.
6. Aquellos hijos extraños, aquellos cuya voz habló vanidad, proclamaron dichoso al pueblo que tiene estas cosas; ¿qué dices tú? Esas riquezas son falsas, dame las verdaderas. Desapruebas éstas, muéstrame eso que tú alabas. Deseas que desprecie esto, indícame qué he de preferir. Dígalo el mismo salmo. El que dijo Proclamaron dichoso al pueblo que tiene estas cosas, él mismo nos da la respuesta, como si le hubiéramos dicho nosotros a él, es decir, al salmo: «Esto nos has quitado; ¿qué es lo que nos has dado? Mira que despreciamos esto y aquello, ¿con qué vivimos?, ¿con qué lograremos la felicidad? Quienes hablaron la recibirán de sus mismas cosas. Dijeron que los hombres que poseían riquezas eran felices. Tú, ¿qué dices?» Como si se le hubiera interrogado de esa forma, responde y dice: «Aquellos proclaman dichosos a los ricos; pero yo digo: Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor». Acabas de escuchar cuáles son las auténticas riquezas; haz amigos con la mammona de iniquidad y serás el pueblo dichoso cuyo Dios es el Señor. A veces pasamos por un camino, vemos fincas frondosísimas y fértiles y preguntamos de quién es tal finca. De su propietario se dice y decimos nosotros también: «Dichoso ese hombre». Estamos hablando vanidad. Dichoso el dueño de aquella casa, de aquella finca, de aquel ganado; dichoso el amo de aquel siervo, dichoso quien tiene aquella familia. Elimina la vanidad si quieres escuchar la verdad. Es dichoso aquel cuyo Dios es el Señor. No lo es aquel que posee esta finca, sino quien posee a Dios. Mas para proclamar manifiestamente la felicidad que producen las cosas, dices que aquella finca te hizo feliz. ¿Por qué? Porque vives de lo que te da ella. Cuando quieres alabar sobremanera tu finca, dices: «De ella me alimento, de ella traigo mi sustento». Mira de dónde traes tu sustento. Lo traes de aquel a quien dices: En ti está la fuente de la vida. Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. ¡Oh Señor, Dios mío! ; ¡oh Señor, Dios nuestro! ; para que lleguemos a ti, haznos felices con tu felicidad. No queremos la que procede del oro, ni de la plata, ni de las fincas; no queremos la que procede de estas cosas terrenas, vanísimas y pasajeras, propias de esta vida caduca. Que nuestra boca no hable vanidad. Haznos dichosos de no perderte a ti. Si te poseemos a ti, ni te perdemos, ni perecemos. Haznos dichosos con la dicha que procede de ti, porque dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. Tampoco él se aíra si llegamos a decir que él es nuestra finca, nuestra posesión. Leemos que Dios es la parte de mi heredad. Cosa sublime, hermanos; somos su heredad y es nuestra heredad, porque nosotros le adoramos a él y él nos cultiva a nosotros 349.No significa para él ninguna afrenta el cultivarnos, porque si nosotros le adoramos a él como nuestro Dios, él nos cultiva a nosotros como campo suyo. Y para que sepáis que él nos cultiva, escuchad a aquel que nos envió: Yo soy, dijo, la vid y vosotros los sarmientos; mi padre es el agricultor. Luego nos cultiva. Si damos fruto, prepara el hórreo; si, por el contrario, quisiéramos permanecer estériles con tan experto agricultor, y en lugar de trigo produjéramos espinas... No quiero decir lo que sigue; terminemos con gozo. Vueltos al Señor...

SERMON 113 A (=Denis 24)
El rico epulón y el pobre Lázaro (Lc 16, 19-31).

Lugar: Hipona Diarrito (hoy Bizerta).
Fecha: El 25 de septiembre del año 410, muy probablemente.

1. He aquí la fe de los cristianos de la que se ríen los malvados e incrédulos: nosotros decimos que después de la presente hay otra vida; que existe la resurrección de los muertos y que habrá al final, después de pasado este mundo, un juicio. Como esto no era humanamente creíble, y a pesar de haber sido predicado y anunciado por los siervos de Dios, los profetas, y por la ley divina dada a través de Moisés, todavía resultaba increíble para los hombres, vino nuestro Señor y Salvador Jesucristo para convencerlos de ello. El, siendo Hijo de Dios, nacido del Padre de forma invisible e inefable, coeterno e igual al Padre, y con el Padre único Dios, puesto que es la Palabra de Dios por la que fueron hechas todas las cosas y el Consejo del Padre por el que se rige la totalidad de las mismas, al tomar carne y aparecerse a los ojos de los hombres, deposita en la tierra toda su grandeza e incomprensible majestad y poder que no podían ser conocidos por los hombres. Debido a que no se veía en Cristo a Dios, es decir, la misma divinidad, se despreciaba su carne visible. El, sin embargo, probaba la divinidad invisible con milagros. Y cuando parecía tal que podía ser mirado con desdén por los ojos humanos, obraba en modo que por sus mismas obras manifestaba ser el Hijo de Dios. A pesar de que realizó cosas maravillosas, enseñó cosas útiles, corrigió y enmendó los vicios, enseñó las virtudes y efectuó curaciones en el tiempo para sanar las mentes de los no creyentes, el pueblo en el que nació y se nutrió y donde hizo tan grandes cosas, airado, le dio muerte. El, que había venido a nacer, había venido sin duda también a morir; pero no quiso que fuese infructuosa la muerte de la carne que había tomado para dar un ejemplo demostrativo de la resurrección, sino que permitió que acaeciese por las manos de los malvados para que, como ellos no quisieron hacer lo que mandaba, se manifestase lo que él quería. Ocurrió así. Cristo fue matado, sepultado; resucitó como sabemos, como lo atesta el Evangelio, como ya lo anunció a todo el orbe. Veis también cómo todavía los judíos no quieren creer en Cristo, aun después de que resucitó de entre los muertos y, glorificado ante los ojos de sus discípulos, subió al cielo; cuando se cumplen ya por toda la tierra los anuncios de los profetas. Pero hay más; los mismos profetas que adelantaron que Cristo había de nacer, morir, resucitar y subir al cielo, todos anunciaron también a su Iglesia futura extendida por toda la tierra. Los judíos, ya que no vieron resucitar y subir al cielo a Cristo, pudieron ver al menos a la Iglesia implantada en todo el orbe. Cuando esto se hacía realidad, se cumplía lo dicho anteriormente por los profetas.
2. Acontece con ellos lo que acabamos de escuchar en el Evangelio: no escuchan a Cristo resucitado de entre los muertos, porque no le escucharon cuando estaba en la tierra. Esto dijo Abrahán a aquel rico que, atormentado en el infierno, quería que fuese enviado alguien a quienes vivían aún sobre la tierra para anunciar a sus hermanos lo que había en el infierno y, antes de tener que llegar a aquel lugar de tormento, viviesen justamente, haciendo penitencia de sus pecados, de modo que mereciesen ir al seno de Abrahán y no a aquellos tormentos a donde llegó el rico aquel. Mientras esto decía el rico, misericordioso con retraso, que había despreciado al pobre que yacía a la puerta de su casa y por lo cual tal vez se sentía soberbio frente a él, la misma lengua le ardía y deseaba una gota de agua. No hizo cuando vivía en la tierra lo que debía haber hecho para no llegar allí y, cuando comenzó a ser misericordioso también con los otros, era tarde. ¿Qué dice Abrahán? Si no escuchan a Moisés y a los profetas, ni siquiera si uno resucitara de entre los muertos les convencería. Es totalmente cierto, hermanos; hoy no se convence a los judíos para que crean en aquel que resucitó de entre los muertos, porque no escucharon a Moisés ni a los profetas; pues si quisieren escucharlos a ellos, allí encontrarían que ha sido predicho lo que ahora se ha cumplido y no quieren creer. Lo que hemos dicho de los judíos, apliquémonoslo a nosotros, no sea que mientras centramos nuestra atención en los otros, caigamos también en idéntica impiedad. Los judíos, amadísimos hermanos, no leen el Evangelio; pero sí leen a Moisés y a los profetas, a quienes no quieren escuchar, porque, si quisieran, creerían en Cristo, pues Moisés y los profetas predijeron que Cristo había de venir. No seamos, por tanto, nosotros, cuando leemos el Evangelio, como ellos cuando leen los profetas. Como dije, entre ellos no se lee en público el Evangelio, sí entre nosotros.
3. Habéis oído, pues, en el Evangelio que hay dos vidas: una presente, otra futura. La presente la poseemos; en la futura creemos. Nos encontramos en la presente; a la futura aún no hemos llegado. Mientras vivimos la presente, hagamos méritos para adquirir la futura, pues aún no hemos muerto. ¿Acaso se lee el Evangelio en los infiernos? Si de hecho fuera así, en vano le oiría el rico aquel, porque no podría haber ya penitencia fructuosa. A nosotros se nos lee aquí y aquí lo oímos donde, mientras vivimos, podemos ser corregidos, para no llegar a aquellos tormentos. ¿Creemos o no creemos en lo que se nos lee? Lejos de mí el pensar que vuestra caridad no lo cree: sois cristianos y en ningún modo lo seríais si no creyeseis en el Evangelio de Dios. Así, puesto que sois cristianos, es manifiesto que creéis en el Evangelio. Acabamos de escuchar, al sernos leído ahora en alta voz, que había un rico, sin duda soberbio, sin duda orgulloso de sus riquezas, que vestía de púrpura y lino y banqueteaba cada día espléndidamente. A su puerta, en cambio, yacía un pobre ulceroso de nombre Lázaro, cuyas heridas lamían hasta los perros; deseaba saciarse con las migas que caían de la mesa del rico y no podía. He aquí el gran pecado del rico: aquel a quien debía haber hecho partícipe de su benevolencia deseaba saciarse con las migas y no podía. Así, pues, si aquel rico se hubiera compadecido del pobre que yacía a su puerta y hubiera querido ser misericordioso con la ayuda de sus riquezas, hubiera venido también él al lugar adonde llegó el pobre. No fue la pobreza la que llevó a Lázaro al lugar de descanso, sino la humildad; ni tampoco fueron las riquezas las que apartaron a aquel rico de tan gran descanso, sino la soberbia y la incredulidad. Para que veáis, hermanos, que este rico era incrédulo cuando vivía en la tierra, vamos a probarlo con las mismas palabras que pronunció en el infierno. Prestad atención. Quiso que alguien de entre los muertos fuese a anunciar a sus hermanos lo que había en los infiernos; al no concedérsele diciendo Abrahán: Tienen a Moisés y a los profetas, escúchenlos, con su respuesta: No, padre Abrahán, pues si fuere alguno de aquí les convencería, demostró que tampoco él, cuando vivía en la tierra, daba crédito a Moisés y a los profetas, sino que deseaba que resucitara alguien de entre los muertos para convencerse. Centrad vuestra atención ahora en los tales y ved dónde estarán. El ejemplo de este rico es una amonestación para nosotros, suponiendo que haya fe. ¿Cuántos hay que dicen ahora: «Procuremos que todo nos vaya bien mientras vivimos; comamos y bebamos y gocemos de estos placeres. ¿Qué es eso que se nos dice que habrá después? ¿Quién ha venido de allá? ¿Quién ha resucitado y venido aquí? » Dicen lo mismo que decía aquel rico que, una vez muerto, experimentó lo que no creía estando vivo. Es mejor corregirse fructuosamente mientras se está en vida que ser atormentado infructuosamente una vez muerto.
4. Ahora cambiemos las palabras, si es que hay alguno entre nosotros que suele decir eso mismo. Dios no manifiesta ahora lo que nos manda creer; y no lo manifiesta para que sea recompensa de la fe. Si te lo manifestase, ¿qué mérito tendrías en creerlo? No se trataría de creer, sino de ver. Dios no te lo manifiesta por este motivo principal: para que creas. Te manda que creas y te pospone el ver; pero si no crees cuando te ordena creer, no te reserva la realidad de aquello en que crees; al contrario, te reserva aquello con lo que el rico era atormentado. Y cuando venga nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de quien se proclama que, aunque vino ya, ha de volver otra vez, vendrá con la recompensa para creyentes e incrédulos: a los creyentes otorgará premios; a los incrédulos los ha de enviar al fuego eterno. También dijo en el Evangelio cómo ha de efectuarse ese juicio final: a unos los ha de colocar a la derecha, a otros a la izquierda; separará a todas las gentes, como un pastor separa las ovejas de los cabritos: los justos estarán a la derecha, los malvados a la izquierda. A los justos dirá: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino que está preparado para vosotros desde el principio del mundo; a los malvados e incrédulos: Id al fuego eterno que está preparado para el diablo y sus ángeles. ¿De qué otra forma pudo el juez serte más útil que diciéndote la sentencia final, para que puedas no incurrir en ella? Hermanos, todo el que amenaza es que no quiere herir, pues, si quisiera herir, buscaría la sorpresa. Quien dice «pon atención» no quiere encontrar a quien pueda herir. Los hombres calculan los daños que le pueden sobrevenir, comparan los castigos; son los mismos que no quieren creer a Dios que continuamente amonesta diciendo: «Poned atención». ¿Y cuál es aquí el castigo para el que yerra? Es tal vez alguna molestia y algún azote, ya para enmendar, ya para probar 350. O bien recibe uno enmienda por sus pecados, no sea que por no enmendarse incurra en mayores castigos; o bien es puesta a prueba la fe de cada uno para ver con qué tolerancia o con cuánta paciencia soporta el azote del padre, sin quejarse de él cuando castiga, alegrándose cuando acaricia, sino alegrándose, sí, cuando acaricia, pero en modo que se muestra agradecido también al que castiga, porque azota a todo hijo que recibe. ¡Cuántas cosas sufrieron los mártires y cuántas toleraron! ¡Cuántas cadenas, cuántas asperezas, cárceles, tormentos, llamas, bestias; cuántos géneros de muerte! Todo lo pisotearon. Veían ciertamente algo con el espíritu de modo que no se preocupaban de lo que veían con el cuerpo. Tenían el ojo de la fe y, dirigido hacia las cosas futuras, despreciaban las presentes. Aquel cuyo ojo está cerrado para lo futuro, se llena de pavor ante lo presente y no llega a lo futuro.
5. Hay, pues, una fe que ha de edificarse en nosotros. Al presente, quien no quiere creer que Cristo nació de la Virgen María, que sufrió, fue crucificado, crea, apoyándose en los judíos, que existió y fue llevado a la muerte; crea, apoyándose en el Evangelio, que nació de una virgen y que resucitó. Hay, sin duda, motivos para creer. Ni siquiera los enemigos judíos osan decir: «No existió tal Cristo en nuestra raza», o «No existió un hombre que desconozco y a quien adoran los cristianos. Existió, dicen, y nuestros padres le dieron muerte, y murió como hombre que era». Si hallamos que fueron predichas por los profetas las cosas que siguieron a su muerte, a saber: que todo el mundo había de correr tras su nombre, que todos los pueblos y todas las patrias de las gentes le habían de adorar, que todos los reyes iban a ser sometidos también bajo su yugo, y vemos que se han cumplido después de la muerte de Cristo cuantas cosas habían sido predichas antes de su nacimiento, ¿cómo caer en el engaño de no querer creer lo que resta, habiendo visto que muchas otras cosas se han cumplido ya entre nosotros? Nosotros mismos, hermanos, no sólo los que somos cristianos en esta ciudad, nosotros, los cristianos, somos el mundo entero. Hace pocos años no lo éramos y es maravilloso cómo se ha efectuado el que quienes durante siglos no eran cristianos lo sean ahora. Lo leemos en los profetas; para que no juzguemos que ocurrió por casualidad, encontramos que había sido predicho. De este modo aumenta nuestra fe, se edifica y se robustece. Nadie hay que diga: «Acaeció de repente». ¿Cómo? Mira esto que nunca existió en la tierra. En la Escritura Dios se hace a veces deudor de los judíos, pero a su tiempo había de pagar su deuda. ¿De dónde contraía Dios su deuda? ¿Acaso había recibido un préstamo de alguien, él que además da todo a todos, él que hizo las cosas que da? No existían ni siguiera los hombres a quienes poder dar algo. Alguien puede decir: «Dios me concedió estos bienes por mis méritos». Piensa un poco: te concedió esos bienes por tus méritos. El que existieses, ¿a quién se lo concedió? ¿Qué te dio a ti que no existías? El que existas es un don gratuito; antes de existir no lo merecías. Confía en él que se dignó darte también gratuitamente las demás cosas. Tenemos, pues, la gracia de Dios y el mundo entero tenía en cierto modo a Dios como deudor; mejor, no lo tenía porque desconocía la fianza que había depositado. Se constituyó deudor con su promesa, no porque recibiera algún préstamo.Pues de dos maneras se dirige uno a un deudor: «Devuelve lo que recibiste o lo que prometiste». Puesto que, con referencia a lo que prometió Dios, no se puede decir «Devuelve» -nada recibió del hombre quien le dio todo-, sólo queda que sea deudor porque se dignó prometer.
6. Esta promesa constaba en las Escrituras, Escrituras que poseía únicamente el pueblo judío que Dios quiso que naciera de la carne de su siervo, de su siervo fiel, del que creyó en él. ¿Cómo surgió aquel pueblo? Del anciano Abrahán y de la estéril Sara. El que ésta diese a luz, el que naciese el mismo Isaac de quien procede el pueblo judío, fue un milagro. El anciano no esperaba nada de sus miembros, ni osaba esperar nada de la esterilidad de su cónyuge. Dios le ofreció algo con lo que no contaba y confió en Dios que se lo ofrecía, quien no se había atrevido a esperarlo de él (Dios). Después de haber creído, cuando ya le había nacido el niño del cual-como esperaba-iba a surgir una inmensa prole, Dios le pidió que sacrificase al hijo. Tan grande era la fe de Abrahán, que no dudó en inmolar a su hijo único en el que se basaba la promesa. ¿Dudó acaso? ¿Dijo por ventura a Dios: «Señor, gran don tuyo fue el haberme concedido un hijo en la senectud; de forma inesperada, dando satisfacción a mis grandes deseos, con gran alegría me nació un hijo, ¿y ahora me exiges que le dé muerte? ¿No hubiera sido mejor que no me lo hubieras dado, antes que quitármelo después de concedido?» No dijo esto; al contrario, creyó en la utilidad de cuanto veía querido por Dios. Esto es fe, hermanos. Sin duda, aquel pobre fue elevado al seno de Abrahán, y aquel rico conducido a los tormentos de los infiernos. Para que advirtáis que el pecado no estaba en las riquezas, considerad que Abrahán, en cuyo seno reposaba Lázaro, era rico. Como enseña la Escritura, era rico aquí en la tierra: poseía mucho oro, mucha plata, muchas cabezas de ganado, numerosa familia. Era rico, pero no era soberbio. Esto demuestra que en el rico aquel sólo era atormentada la soberbia, sólo los vicios. Ellos, no los bienes que proceden de Dios, habían merecido el castigo; éstos son buenos, sea quien sea quien los recibe; pero quien usa bien de ellos recibe una recompensa y a quien usa mal se le retribuye con el castigo. Pon atención a cómo poseía Abrahán las riquezas. ¿Las guardaba, acaso, para sus hijos? ¡Cuál no sería su desprecio de las mismas, si ofreció a su mismo hijo a Dios que se lo ordenaba!
7. Así, pues, esta Escritura en que Dios se había hecho deudor con su promesa permanecía oculta para los judíos. Vino nuestro Señor Jesucristo. Nació en conformidad con la misma Escritura, porque en conformidad con ella se cumplió la promesa; padeció según la Escritura porque en ella fue anunciado como uno que había de sufrir; resucitó según la Escritura porque en ella fue anunciado como quien había de resucitar; según la misma Escritura, subió al cielo, porque en ella fue anunciado de esta forma. Después de su ascensión, ignorado por los judíos, comenzó a enviar a sus apóstoles a los pueblos y a despertar en cierto modo a los durmientes, diciendo: «Levantaos, cobrad la deuda que en otro tiempo os fue prometida». ¿Quién es el que despierta a su acreedor y le devuelve lo que le debe? No fueron los pueblos los que por su propia iniciativa se levantaron apoyándose en que tenían a Dios por deudor; fueron llamados, comenzaron a poner sus ojos en la Escritura y encontraron en ella que lo que estaban recibiendo les había sido prometido ya con anterioridad. Recibieron a Cristo que les había sido prometido y ahora se les manifestaba; recibieron la misma Iglesia extendida por todos los pueblos, prometida y manifestada. Dios había prometido la destrucción de los ídolos que adoraban los pueblos. Así se lee en la Escritura y allí puedes encontrarlo. Ahora veis cómo Dios ha realizado en nuestros tiempos 351 lo que había prometido tantos miles de años antes. Los hombres se habían vuelto de aquel por quien habían sido hechos a aquello que ellos mismos habían hecho. Puesto que siempre es mejor quien hace una cosa que la cosa hecha, por eso mismo Dios es mejor; mejor no sólo que el hombre al que hizo, sino también mejor que todos los ángeles, virtudes, potestades, sedes, tronos 352 y dominaciones, porque a todos los creó él, del mismo modo que es inferior al hombre cualquier cosa que él hace. Los hombres habían llegado hasta la locura de adorar a un ídolo, ellos que debían ser condenados aun si adorasen al que hizo al ídolo. Es indiscutido, hermanos, que el artífice es mejor que el ídolo que hizo; con todo, aun siendo abominables los hombres que adorasen al artífice, adoran al mismo ídolo hecho por el artífice. Serían abominables si adorasen al artífice, pero serían mejores que quienes adoran al ídolo. Si, pues, son condenados los mejores, ¡cuántas no serán mis lágrimas por los peores! Si dije que ha de ser condenado quien adora al artífice, ¡cuál ha de ser la condena de quien abandona al artífice y adora al ídolo, de quien ciertamente abandona al mejor y se vuelve hacia lo inferior! ¿Quién es el mejor a quien primeramente abandonó? Dios, por quien fue creado. ¿Busca la imagen de Dios? La tiene en sí mismo; el artífice no pudo hacer la imagen de Dios, pero Dios pudo hacer una imagen de sí mismo. No hizo nada distinto de ti mismo, sino que te hizo a ti a su imagen. Adorando, pues, la imagen de hombre que hizo el artífice, quebrantas la imagen de Dios, que Dios imprimió en ti mismo. Por tanto, cuando te llama para que vuelvas, quiere devolverte aquella imagen que tú, refregándola en cierto modo con la ambición terrena, perdiste y oscureciste.
8. De aquí procede, hermanos, el que Dios busque su imagen en nosotros. Esto fue lo que recordó a aquellos judíos que le presentaron una moneda. Cuando le dijeron: «Señor, ¿es lícito pagar tributo al César?», su primera intención era tentarle; si decía «es lícito», se le acusaría de querer que Israel viviese bajo maldición, al querer que estuviese sometido a tributo, que se hallase bajo el yugo de otro rey y pagase impuestos. Si, en cambio, decía «no es lícito pagar tributo», le acusarían de ordenar algo contra el César y de ser el causante de que no pagasen los impuestos debidos en cuanto pueblo sometido. Conoció que le tentaban; conoció, por así decir, la verdad a la falsedad y con pocas palabras dejó al descubierto la mentira procedente de la boca de los mentirosos. No emitió la sentencia contra ellos por su boca, sino que dejó que ellos mismos la emitieran contra sí, según lo que está escrito: Por tus palabras serás declarado justo y por ellas declarado inocente. ¿Por qué me tentáis, hipócritas?, les dijo. Mostradme la moneda. Se la mostraron.¿De quién, dijo, es la imagen y la inscripción? Respondieron: Del César. Y él: Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Como el César busca su imagen en su moneda, así Dios busca la suya en tu alma. Da al César, dice, lo que es del César. ¿Qué te pide el César? Su imagen. ¿Qué te pide Dios? Su imagen. Pero la del César está en la moneda, la de Dios está en ti. Si alguna vez pierdes una moneda, lloras porque perdiste la imagen del César; ¿y no lloras cuando adoras un ídolo sabiendo que haces una injuria a la imagen de Dios que reside en ti?
9. No olvidéis, pues, hermanos, las promesas del Señor nuestro Dios y contad cuantas ha cumplido del número de ellas. Antes de que Cristo hubiese nacido, se hallaba prometido en la Escritura. Cumplió la promesa: nació. Aún no había padecido, aún no había resucitado; también en este punto la cumplió: padeció, fue crucificado, resucitó. Su pasión es nuestro premio; su sangre, nuestra redención. Subió al cielo como había prometido; también en esto fue cumplidor. Envió el Evangelio por todas las tierras; por ello quiso que hubiese cuatro evangelios: para significar en el número cuatro todo el orbe de la tierra, de oriente a occidente y de norte a sur 353; por ello quiso que fuesen doce los apóstoles: para que en cierto modo apareciesen como distribuidos en cuatro grupos de tres, porque el mundo ha sido llamado en la Trinidad del Padre, Hijo y Espíritu Santo. También en este punto cumplió enviando el Evangelio como había prometido: ¡Cuán hermosos son los pies de los que evangelizan, de aquellos que anuncian la paz, de los que anuncian el bien! Como había predicho: No hay discursos ni palabras cuya voz deje de oírse; su pregón se extendió por toda la tierra y sus palabras llegan hasta los confines del orbe. Lo realizó como lo había dicho, se copia en toda la tierra. Advierte que la Iglesia en un primer momento sufrió persecución; cumplió, pues había prometido también los mártires. Lee en vez alta la garantía: Preciosa en la presencia del Señor la muerte de sus justos. Pagó la deuda de los mártires, porque había prometido que los habría. ¿Qué otra deuda habría de pagar sino la contraída con la promesa? Le adorarán en su presencia todos los reyes de la tierra. Creyeron también los reyes causantes de mártires con sus persecuciones. Estamos viendo que también los reyes han creído. Cumplió también la promesa de que por orden de los reyes, por cuyos mandatos eran dados a la muerte antes los cristianos, iban a hacerse pedazos los ídolos. Eliminó también los ídolos, porque lo había prometido. Y pondrá su mirada en los ídolos de las naciones. Habiendo pagado tantas deudas, hermanos, ¿por qué no confiamos en él? ¿No es acaso Dios un deudor solvente? Aun en el caso de que todavía no hubiese pagado nada, tendríamos como deudor solvente a quien hizo cielo y tierra. Nunca iba a ser pobre, en forma que no tuviese con qué pagar. Tampoco engaña, puesto que él mismo es la verdad. ¿O es que Dios es un personaje de tanta categoría que pueda acaecerle el que no tenga tiempo para pagar?
10. Justo es, hermanos, que confiemos en Dios, aun antes de que pague nada, porque en realidad ni puede mentir, ni puede engañar. Es Dios. Así confiaron en él nuestros Padres. Así lo hizo Abrahán. He ahí una fe digna de ser alabada y pregonada. Nada había recibido aún de Dios y creyó cuando le hizo la promesa; nosotros, en cambio, a pesar de haber recibido tanto, aún no confiamos en él. ¿Podía, acaso, decirle Abrahán: «Creeré, puesto que cumpliste aquello que me prometiste?» El confió desde el primer mandato, sin haber recibido nada de aquel estilo. Sal de tu tierra, le dijo, y de tu parentela y vete a la tierra que yo te daré. Abrahán confió inmediatamente en Dios, y la tierra no se la dio a él personalmente, sino que la reservó para su posteridad. En tu posteridad serán benditos todos los pueblos. Su posteridad es Cristo, porque de Abrahán nació Isaac, de Isaac Jacob, de Jacob los doce hijos, de estos doce el pueblo judío, del pueblo judío la Virgen María y de la Virgen María nuestro Señor Jesucristo. Nuestro Señor Jesucristo se convirtió en posteridad de Abrahán. Lo que encontramos prometido en Abrahán, lo vemos cumplido en nosotros. En tu posteridad, dijo, serán benditos todos los pueblos. Lo creyó antes de haber visto nada. Creyó aún sin haber visto lo que se le prometía. Nosotros, en cambio, vemos lo que se le prometió; todo lo que se le prometía iba a realizarse. ¿Qué cosa no cumplió Dios aún? Anunció que en este mundo iba a haber fatigas, que sus santos y fieles se hallarían entre ellas y que con su tolerancia iban a aportar fruto. Lo predijo y lo estamos viendo; estamos triturados por tales fatigas. ¿Cuáles hay que no se nos hayan anunciado ya? No penséis, hermanos, que no está escrito en la Escritura de Dios lo que contempláis, a saber, cómo todas las cosas humanas se están resquebrajando 354. Todo fue escrito. Ha sido declarada ya la tolerancia para los cristianos, y los bienes futuros serán mayores, puesto que se han verificado los males que habían sido anunciados como futuros. Si, en efecto, no hubiesen llegado los males predichos, nos desaparecería también la confianza en los bienes. Para esto llegaron antes los males: para que creamos en los bienes futuros.
11. Ahora el mundo se asemeja a un lagar; es el momento del estrujamiento. Pero si eres alpechín, saldrás por la cloaca; si aceite, permaneces en la zafra 355. Es necesario, pues, que haya estrujamientos. Fija la atención en el alpechín; fija tu mirada en el aceite. De vez en cuando se da un estrujamiento en el mundo, por ejemplo, el hambre, la guerra, la escasez, la carestía, la pobreza, la mortalidad, el robo, la avaricia. Son los estrujamientos de los pobres, los sufrimientos de las ciudades; una y otra cosa estamos viendo. Fueron predichas como futuras y ahora vemos que son realidad. Hay hombres que en medio de estos estrujamientos murmuran y dicen: « ¡Mira cómo abundan los males en los tiempos cristianos! ¡Cómo abundaban los bienes antes de ellos! Entonces no había tantos males». Del estrujamiento sale el alpechín, corre por las cloacas. Su boca es negra porque blasfema. No brilla. El aceite reluce. Hallas otro hombre que sufre también un estrujamiento, el mismo que sufrió el otro. ¿Acaso no es la misma trilla que le trilló a él? Escuchasteis la voz del alpechín; escuchad la del aceite: «Gracias a Dios. Bendito sea su nombre. Todos estos males con los cuales nos trituras, habían sido antedichos; estamos seguros de que llegarán también los bienes. Cuando nos enmendamos, tanto nosotros como los malos, se cumple tu voluntad. Te reconocemos como un padre que promete y como un padre que azota; instrúyenos y danos la heredad que prometiste para el final. Bendecimos tu santo nombre, porque nunca fuiste mentiroso. Todo lo has mostrado como lo habías prometido». En estas alabanzas que brotan del estrujamiento corre el aceite hacia las zafras. Puesto que todo este mundo es un lagar, de aquí se saca otra semejanza: como el oro y la plata se acrisolan en el horno, así la tentación de la tribulación prueba a los gustos; es decir, se presenta la semejanza del horno del orífice. En un pequeño crisol hay tres cosas: fuego, oro y paja. En él contemplas la imagen del mundo entero: dentro de él se encuentra paja, oro y fuego. La paja se quema, el fuego arde y el oro se acrisola. Del mismo modo, en este mundo existen los justos, los malvados y la tribulación. El mundo es como el crisol del orífice, los justos como el oro, los malvados como la paja, la tribulación como el fuego. ¿Acaso se purificaría el oro sin que se quemase la paja? Acontece que los malvados se convierten en cenizas; cuando blasfeman y murmuran contra Dios, se convierten en ceniza. Allí mismo el oro purificado -los justos que con paciencia soportan todas las molestias de este mundo y alaban a Dios en medio de sus tribulaciones-, el oro purificado, repito, pasa a los tesoros de Dios. En efecto, Dios tiene tesoros a donde enviar el oro purificado; tiene también lugares sórdidos a donde envía la ceniza de la paja. Una y otra cosa sale de este mundo. Tú considera qué eres, pues es preciso que venga el fuego. Si te hallare siendo oro, te lavará las manchas; si te encontrare siendo paja, te quemará y te reducirá a cenizas. Elige lo que vas a ser, pues no podrás decir «Me libraré del fuego». Ya estás dentro del horno del orífice, al que es preciso aplicar el fuego. Es de todo punto necesario que estés allí, porque sin fuego de ninguna manera podrás estar.
12. ¿Por qué, pues, hermanos, no creemos que ha de venir también el fin del mundo y el día del juicio, para que cada uno de nosotros reciba allí lo que hizo estando en el cuerpo, sea bueno o sea malo, cuando estamos viendo tantas cosas prometidas, manifestadas y dadas? ¿Por qué mientras vivimos no elegimos nosotros aquel lugar en que hemos de vivir para siempre? Mira que, si fuimos antes descuidados, debemos ser ahora diligentes. No debemos ser negligentes; nadie sabe qué será el día de mañana. La paciencia de Dios es una amonestación a obrar en manera que corrijamos nuestra vida si es mala y, mientras es tiempo, elijamos lo mejor. ¿O creéis, acaso, que Dios está dormido y no ve a quienes obran el mal? Tal vez nos enseña la paciencia y él, el primero, la ejercita. Pensad en un hombre que quizá ha progresado y ya no hace lo que hacía antes, es decir, el mal. Sufre las molestias de una persona maligna y quiere que Dios la elimine y murmura contra él porque conserva a su enemigo que tal vez obra el mal y no lo suprime de la tierra. Olvida que también con él obró pacientemente y que, si antes hubiese obrado con severidad, no existiría ya él para hablar. ¿Pides a Dios que sea severo? Como tú pasaste, pase también el otro. No porque tú ya pasaste vas a romper el puente de la misericordia de Dios; otros tienen que pasar aún. Siendo tú malo, te hizo bueno; quiere que también el otro de malo se haga bueno, como has sido hecho tú. De esta forma, a cada cual le llega su turno; pero unos no quieren venir, otros sí vienen. A los tales dice el Apóstol: Tú, conforme a la dureza e impenitencia de tu corazón, vas atesorando ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, que dará a cada uno según sus obras. Por tanto, si el malo quiere permanecer en el mal, no será tu socio, pero sí será él quien te pruebe. En efecto, si él es malo y tú bueno, tolerando al malo demostrarás ser bueno; tú recibirás la corona merecida en la prueba; él, en cambio, tendrá la pena de su perseverancia en el mal. ¿Qué va a hacer Dios? Esperemos pacientemente su paciencia y su paterna disciplina. Es padre, es benigno, es misericordioso. El hecho de que nos dejase vagar a nuestro aire sería la prueba de que está airado con nosotros para nuestro mal.
13. Prestad atención, pues, hermanos, y considerad esos anfiteatros que ahora caen. La lujuria los edificó. ¿O acaso pensáis que los construyó la piedad? Ninguna otra cosa los levantó sino la lujuria de unos hombres malvados. ¿No queréis que caiga de una vez lo que edificó la lujuria y se alce lo que construye la piedad? Dios permitió que fuesen edificados, para que algún día conociesen los hombres el mal que hacían. Mas como no lo quisieron reconocer, vino el Señor Jesucristo;; comenzó a diagnosticarles sus males, comenzó a tirar por tierra lo que ellos tenían en gran estima, y dicen: «Malos son estos tiempos cristianos». ¿Por qué? Porque se te derriba aquello que te causaba la muerte. «Pero abundaban, replican, todos los bienes cuando se hacían esas cosas». Así es, mas para que de ellos resultasen bienes. Si sabes que alguna vez Dios te dio la abundancia y usaste mal de ella y te serviste de la misma para tu perdición, fíjate que tal abundancia te hizo vagar y perder tu alma. Llegó el padre severo y comenzó a decir: «Este chiquillo es indisciplinado; le confié esto y aquello y perdió lo uno y lo otro». Si nosotros, para que no perezca, sembramos solamente en tierra buena la buena semilla, ¿cómo queréis que Dios nos dé a nosotros, indisciplinados y despreocupados de nuestra vida, su abundancia para que usemos mal de ella? ¿Cómo queréis que no corte el vagar de los hombres? Hermanos míos, él es médico y sabe que hay que cortar el miembro podrido, no sea que a partir de él se pudran otros. En consecuencia, se corta un dedo porque es preferible que haya un dedo menos a que se pudra todo el cuerpo. Si esto lo hace un médico humano en virtud de su arte; si el arte de la medicina elimina alguna parte de los miembros para que no se pudran todos, ¿por qué Dios no va a cortar en los hombres lo que sabe que está podrido, para que lleguen a la salvación?
14. Por tanto, hermanos, no sintáis hastío ante Dios que azota, no sea que os abandone y perezcáis para siempre. A lo más, roguémosle que demore los castigos y los sr avice para no perecer bajo su peso. Roguémosle que nos enmiende para que conservemos la salud; que reparta con medida y nos devuelva después lo que prometió a sus santos. Ved lo que está dicho en la Escritura: El pecador irritó al Señor; por la magnitud de su ira no exigirá cuentas. ¿Qué significa Por la magnitud de su ira no exigirá cuentas? Porque está muy airado, no exigirá cuentas, es decir, les dejará que perezcan. Si, pues, está muy airado cuando no exige cuentas, su misericordia es también grande cuando lo hace. Lo hace cuando azota, cuando adhiere a sí nuestro corazón. Aceptemos, pues, esta acción salvadora de Dios para no huir de su azote. Esto nos enseña, esto nos amonesta, en eso nos edifica. ¿Qué recibió de bueno aquí su mismo Hijo que vino a nosotros para consolarnos? Decídmelo. Ciertamente, es Hijo de Dios, es la Palabra de Dios por la que fueron hechas todas las cosas; ¿qué de bueno recibió aquí? ¿No era él quien después de haber expulsado demonios oía que le lanzaban calumnias como ésta: Tienes un demonio? Al Hijo de Dios que arrojaba los demonios le decían los judíos: tienes un demonio. Los mismos demonios que reconocían en él al Hijo de Dios eran mejores que ellos; unos lo reconocían, otros no. Tan grande era su poder, tan enorme su grandeza y tan grande su paciencia, que todo lo s portaba. Fue azotado, escuchó calumnias, fue abofeteado, se e escupió a la cara, fue coronado de espinas, crucificado, finalmente colgado; se mofaron y se rieron de él, se le dio muerte, sepultura. Todo esto sufrió aquí el Hijo de Dios; si esto el Señor, ¿cuánto más el siervo? Si el maestro, ¿cuánto más el discípulo? Si aquel que nos creó, ¿cuánto más nosotros, su creatura? El nos dejó su paciencia para darnos ejemplo. ¿Por qué nosotros decaemos en la misma paciencia, como si hubiéramos perdido nuestra cabeza, que nos precedió al ascender al cielo? He aquí que ella nos precedió hacia el cielo, como diciéndonos: «? léme aquí, venid, por el camino de las molestias, por la p.^' iencia. Este es el camino que os dejé. Pero ¿adónde conduce el camino por el que veis que yo asciendo? Al cielo. Quien no quiere ir por ahí, es que no quiere llegar allí. Quien quiere llegar hasta mí, siga la vía que yo le mostré». No podéis llegar sino por la de las fatigas, los dolores, tribulaciones y angustia. Así llegarás al descanso que no se te q, :itará. ¿O es que quieres este descanso pasajero, apartándote del camino de Cristo? Observa los tormentos de aquel rico torturado en los infiernos, que también había deseado el descanso presente y encontró las penas eternas. Hermanos amadísimos, elegid más bien las cosas más duras que procurarán el descanso eterno. Vueltos al Señor...

SERMON 113 B (-Mai 13)
El rico epulón y el pobre Lázaro (Lc 16, 9-31).

Lugar: Desconocido.
Fecha: En el año 399 o antes.

1. Sí la lectura santa nos llena de terror saludable en esta vida, nadie nos atemorizará después de ella. El fruto del temor es la corrección. No dije solamente «si nos llena de terror la lectura divina», sino «si nos llena de saludable terror». Son muchos los que saben temer y no saben convertirse. ¿Qué existe de más estéril que el temor infructuoso? ¡Cómo se asustaron y temblaron todos nuestros corazones al escuchar que aquel rico soberbio, despreciador del pobre que yacía a su puerta, era atormentado en el infierno, de modo que ni siquiera las preces de súplica podían servirle de nada, y cuando se le respondió, no con crueldad, sino con justicia, que no se podía acudir en su auxilio! En el tiempo en que la misericordia de Dios le hubiese venido en ayuda si se hubiese convertido, se descuidó al amparo de la impunidad y mereció el tormento. Se le perdonaba cuando era soberbio y gozaba jactándose de sus riquezas, sin pensar en los tormentos futuros en los que aquella soberbia le impedía creer y a los que tampoco temía. Pero, al fin, llegó a ellos. ¿Qué significa «al fin»? ¿Cuál fue la duración de su dignidad y de su soberbia? La misma que la de la flor del heno, como habéis escuchado ahora al leer la carta del apóstol Pedro recogiendo un testimonio profético: Toda carne es heno, y la nobleza del hombre como la flor del heno. El heno se secó y la flor cayó. La palabra del Señor, en cambio, permanece para siempre.
2. Aunque esta carne se vista de púrpura y lino, ¿qué otra cosa es sino carne y sangre y heno que se seca? Y por más que los hombres le tributen dignidad y honores, es ciertamente flor, pero flor de heno. Una vez seco el heno, no puede permanecer la flor; como el heno se seca, así la flor cae. Tenemos, pues, a qué agarrarnos para no caer, puesto que la palabra del Señor permanece para siempre. ¿Acaso no despreció la palabra de Dios, hermanos? ¿Acaso miró con desdén esta nuestra fragilidad y mortalidad y dijo «es carne, es heno; que se seque el heno y caiga su flor; no se venga en su ayuda»? Al contrario, tomó nuestro heno para hacernos oro. La palabra del Señor, que permanece para siempre, no consideró indigno de sí hacerse temporalmente heno, no para sufrir ella misma cambio alguno, sino para otorgar al heno un cambio en mejor: La Palabra se hizo carne y habitó en medio de nosotros. El Señor padeció por nosotros, y fue sepultado, y resucitó, y subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre, no ya como heno, sino como oro incorrupto e incorruptible. Hermanos amadísimos, se nos promete un cambio. Sin embargo, hasta que lleguemos a él ha de pasar este heno; es decir, toda dignidad de la carne pasa con el mundo, toda esta fragilidad envejece. Había pasado en aquel rico el heno; había pasado también la flor, pero si en el tiempo de su heno y en el de la flor del heno hubiera comprendido la Palabra del Señor que permanece para siempre, y depuestas y allanadas las alturas de la soberbia se hubiese postrado ante Dios y, en el caso de que no hubiese querido arrojar sus riquezas, hubiese al menos dado algo de ellas a los pobres que yacían a su puerta, se le hubiese socorrido después del tiempo de este heno. No sin motivo pedía misericordia quien cuando pudo no la ejercitó.
3. Por tanto, hermanos míos, al escuchar cuando se leía el Evangelio aquella voz: Padre Abrahán, envía a Lázaro que moje su dedo en agua y gotee sobre mi lengua, porque me atormento en esta llama, ¡cómo fuimos sacudidos todos en el corazón por si nos acaeciera algo semejante a nosotros después de esta vida y nuestras súplicas fueran vanas! Cuando esta vida haya transcurrido, no habrá lugar para la corrección. Esta vida es como un estadio; o vencemos en él o somos vencidos. ¿Acaso quien ha sido vencido en el estadio busca luchar fuera de él aspirando a la corona que perdió? ¿Qué hacer, pues? Si hemos sentido temor, o terror, si se estremecieron nuestras vísceras, cambiémonos mientras es tiempo. Este es el más fructuoso temor. Nadie puede, hermanos, cambiar sin el temor, sin la tribulación, sin temblor. Golpeamos el pecho cuando nos punza la conciencia de nuestros pecados. Lo que golpeamos es algo que está dentro, algún mal pensamiento; salga fuera en confesión y tal vez no habrá nada que nos punce. Salgan fuera en confesión todos los pecados. Pues aquel rico, ' inflado en medio del lino, tenía dentro algo que ojalá hubiera saltado fuera mientras vivía. Tal vez no hubiese sido enviado a la llama perpetua. Pero como entonces era soberbio, aquel humor le había causado un tumor, no una erupción. El pobre Lázaro, en cambio, yacía a la puerta lleno de úlceras. Nadie, hermanos, se avergüence de confesar sus pecados. El yacer es propio de la humildad. Sin embargo, ved cómo se vuelven las tornas. Una vez pasada la tribulación del reconocerse pecadores, viene el descanso de los merecimientos: vendrán los ángeles, tomarán a este ulceroso y lo pondrán en el seno de Abrahán, es decir, en el descanso sempiterno, en el lugar secreto del Padre. Seno, en efecto, significa lugar secreto donde descanse el fatigado.
4. Este yacía a la puerta lleno de úlceras; el rico le miraba con desprecio. Deseaba aquél saciarse con las migas que caían de la mesa de éste; él, que alimentaba a los perros con sus úlceras, no era alimentado por el rico. Considerad, hermanos, que se trata de un pobre que siente necesidad. Dichoso, dijo, quien se preocupa del necesitado y del pobre. Prestadle atención y no lo despreciéis como al ulceroso que yacía a la puerta. Da al pobre, porque quien recibe es aquel que quiso sentir necesidad en la tierra y enriquecer desde el cielo. Dice, en efecto, el Señor: Tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; fui huésped y me recibisteis, etc. Y ellos: ¿Cuándo te vimos hambriento o sediento o desnudo o huésped? Y él: Cuando lo hicisteis a uno de mis pequeñuelos, a mí me lo hicisteis. Misericordiosamente quiso que en cierto modo su persona estuviera en los pequeñuelos que están fatigados en la tierra, viniendo desde el cielo en su socorro. Das, pues, a Cristo cuando das a un necesitado. ¿O temes que o bien tal guardián pierda algo, o bien tal rico no recompense? Omnipotente es Dios, omnipotente es Cristo; nada puedes perder. Confíaselo a él y nada perderás. ¿Cuándo se lo confías? Cuando lo das a un pobre. Tales riquezas no pasarán, aun cuando la carne haya pasado como heno y la nobleza del hombre como flor de heno. Por tanto, hermanos, si unánimemente nos hemos sentido llenos de terror, corrijámonos ahora, mientras es tiempo, para no sufrir después de esta vida las penas y los tormentos de la llama ardiente, como los que sufrió el rico soberbio e inmisericorde; entonces no será el tiempo de venir en ayuda, porque no es el tiempo de la corrección. Se acude en socorro de alguno en el momento en que se le corrige. Esta vida es la de la corrección, esta vida es la del auxilio y del socorro. Vueltos al Señor...

SERMON 114
El perdón de las ofensas (Lc 17, 3-4).

Lugar: Cartago, en la mensa de San Cipriano.
Fecha: No antes del año 423.

1. El santo Evangelio, tal como lo escuchamos cuando se leyó, nos hace una advertencia respecto al perdón de los pecados. Nuestra exhortación tendrá, por tanto, el mismo objeto. Somos servidores de la palabra, no de la nuestra, sino de la de Dios y Señor nuestro, a la cual nadie sirve sin que ello le reporte gloria y nadie desprecia sin que le acompañe el castigo. El mismo Jesucristo, nuestro Señor, que nos hizo cuando permanecía junto al Padre y que nos rehízo aceptando ser hecho él también en beneficio nuestro; el mismo Dios nuestro Señor nos dice, según acabamos de oír: Si tu hermano pecare contra ti, corrígele; y si hiciera penitencia, perdónale. Y aunque pecare siete veces al día contra ti y acercándose te dijera «Me arrepiento», perdónale. Al decir «siete veces al día» quiso que se entendiese «cuantas veces»; no sea que peque ocho veces y no quieras perdonarle. ¿Qué significa, pues, siete veces? Siempre, cuantas veces pecare y se arrepintiere. Del mismo modo, la frase Te alabaré siete veces al día equivale a ésta de otro salmo: Su alabanza está siempre en mi boca. La razón por la que se expresa «siete veces» en lugar de «siempre» es clarísima: la totalidad del tiempo se completa con el ir y venir de siete días.
2. Quienquiera que seas tú que tienes tu mente puesta en Cristo y deseas alcanzar lo que prometió, no sientas pereza en cumplir lo que ordenó. ¿Qué prometió? La vida eterna. ¿Y qué ordenó? «Concede el perdón a tu hermano». Como si te dijera: «Tú, hombre, concede el perdón a otro hombre, para que también yo, Dios, vaya hacia Ti». Pero omitamos o, mejor, pasemos por alto aquellas otras promesas divinas más sublimes, según las cuales nuestro Creador nos ha de hacer iguales a sus ángeles para que vivamos eternamente en él, con él y de él; dejemos de lado por el momento todo esto; ¿no quieres recibir de tu Dios eso mismo que se te ordena otorgar a tu hermano? ¿No quieres recibir, digo, del Señor, tu Dios, eso mismo que se te ordena que des a tu hermano? Dime que no quieres, y no se lo des. ¿Qué significa esto sino que perdones a quien te lo pide, si tú mismo pides que se te perdone? O también, me atrevo a decir, si no tienes nada que te deba ser perdonado, no perdones. Aunque reconozco que no debí haber dicho esto. Aunque nada tengas de que ser perdonado, debes perdonar, porque también perdona Dios, que nada tiene que haya de serle perdonado.
3. Dirás: «Pero yo no soy Dios, soy un hombre pecador». ¡Gracias al Señor, que confiesas tener pecados! Perdona, pues, para que se te perdone. Nuestro mismo Dios nos exhorta a que le imitemos. En primer lugar, el mismo Cristo, de quien dijo el apóstol Pedro: Cristo sufrió por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. El que ciertamente no tenía pecado alguno, murió por los nuestros y derramó su sangre para el perdón de los mismos. Recibió por nosotros lo que no le era debido, para librarnos de la deuda. Ni él debía morir, ni nosotros vivir. ¿Por qué? Porque éramos pecadores. Ni a él le correspondía la muerte, ni a nosotros la vida. Tomó para sí lo que no le correspondía; lo que no se nos debía nos lo dio. Mas, puesto que se habla del perdón de los pecados, para que no juzguéis que es mucho para vosotros imitar a Cristo, escuchad lo que dice el Apóstol: Perdonándoos mutuamente, como también Dios os perdonó en Cristo. Sed, pues, imitadores de Dios. Son palabras del Apóstol, no mías. ¿Es acaso de soberbios imitar a Dios? Imitadores de Dios. Ciertamente, es algo soberbio. Como hijos amadísimos. Tú te llamas hijo; si rechazas la imitación, ¿cómo aspiras a obtener la herencia?
4. Esto es lo que te diría, si no tuvieras ningún pecado para el cual deseases el perdón. Mas he aquí que, seas quien seas, eres hombre; aunque seas justo, eres hombre; aunque seas seglar, o monje, o clérigo, u obispo, o apóstol, hombre eres. Escucha la voz de un apóstol: Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos. ¿Quién dijo esto? Aquel, aquel, aquel Juan, el evangelista, a quien el Señor amaba más que a los otros, el que reposaba en su pecho; aquél se expresa así: Si dijéramos. No escribió: «Si dijerais que no tenéis pecado», sino: Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no existe en nosotros la verdad. Se asoció en la culpa, para hallarse asociado también en el perdón. Si dijéramos. Considerad de quién son estas palabras. Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no existe en nosotros verdad. Si, por el contrario, confesamos nuestros pecados, él es justo y fiel para perdonárnoslos y purificarnos de toda iniquidad. ¿Cómo «purificarnos»? Mediante el perdón; no se trata de que no halle qué perdone•, sino que, hallándolo, lo perdona. Por tanto, hermanos, si tenemos pecados, perdonemos a quienes nos lo piden, perdonemos a quienes se arrepienten. Que las enemistades no permanezcan en nuestro corazón. Cuanto más las recordemos, más viciaran nuestro mismo corazón.
5. Quiero, pues, que perdones tú, porque mi perdón lo exige. Te suplican perdón, concédelo. Te lo suplican y lo suplicarás. Te lo suplican, perdona; también tú suplicas que se te perdone. Mira que llegará el rezp del Padrenuestro. Te cogeré en las palabras que ibas a decir. Son éstas: Padre nuestro, que estás en los cielos. No te contarás en el número de los hijos si no dices Padre nuestro. Por tanto has de decirlo. Sigue: Santificado sea tu nombre. Di todavía: Venga tu reino. Continúa aún: Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Pon atención a lo que añades: Danos hoy nuestro pan de cada día. ¿Dónde están tus riquezas? Advierte que estás mendigando. Con todo, y a esto quería llegar, di todavía lo que sigue después de Danos hoy nuestro pan de cada día: Perdónanos nuestras deudas. Llegaste a las palabras en que pensaba: Perdónanos, dice, nuestras deudas. Haz, por tanto, lo que sigue. Perdónanos nuestras deudas. ¿Con qué derecho? ¿Por qué pacto? ¿En virtud de qué acuerdo? ¿Qué autógrafo presentas? Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. Por sí fuera poco el hecho de no perdonar, todavía mientes a Dios. Se ha establecido la condición; se trata de una determinación fija. «Perdóname, como yo perdono». En consecuencia, no te perdona si tú no perdonas. Perdóname, como yo perdono. Quieres que se te conceda el perdón cuando lo pides, concédelo cuando se te pide. Estas súplicas las ha dictado el jurisperito celeste. No te engaña. Pide en conformidad con el derecho celeste; di: Perdónanos, así como nosotros perdonamos. Y haz lo que dices. Quien miente en las súplicas, carecerá del beneficio. Quien miente en las súplicas, además de perder la propia causa, hallará un castigo. Y si alguien miente al emperador, cuando se haga presente será declarado culpable por mentir. Cuando tú mientes en la oración, con tu misma oración te declaras culpable. Dios no necesita testigos a tu lado para convencerte de ello. Quien te redactó las súplicas, ése es tu abogado; si mientes, él es tu testigo; si no te corriges, él será tu juez. Por tanto, dilo y hazlo; porque si no lo dices, no consigues nada pidiendo en forma contraria a como marca la ley; si lo dices y no lo haces, serás además reo de haber dicho una mentira. No hay forma de salvar esta petición sino cumpliendo lo que se dice. ¿Acaso podemos eliminar este versillo de nuestra oración? ¿O queréis que permanezca lo primero: Perdónanos nuestras deudas, y que se borre la segunda parte: Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores? No lo borrarás, no sea que seas borrado tú antes. En la oración dices, pues: «Da»; dices: «Perdona», para recibir lo que no tienes, para que se te perdone aquello en que pecaste. ¿Quieres recibir? Da. ¿Quieres que se te perdone? Perdona. El dilema es sencillo. Escucha lo que dice el mismo Cristo en otro lugar: Perdonad y se os perdonará; dad y se os dará. Perdonad y se os perdonará. ¿Qué habéis de perdonar? Las ofensas que otros os hicieron. ¿Qué se os perdonará? Vuestros pecados. Y vosotros dad y se os dará. Los que deseáis la vida eterna, servid de apoyo para los pobres en la vida temporal; dadles sustento en esta vida y, en recompensa, de semilla tan pequeña y terrena recibiréis como cosecha la vida eterna. Amén.


SERMON 114 A (= Frangipane 9)
El perdón de las ofensas (Lc 17, 3-4).

Lugar: Desconocido.
Fecha: Hacia el año 428.

1. Leyendo el santo Evangelio hemos escuchado un precepto muy saludable: que perdonemos su falta al hermano que haya pecado contra nosotros; y para que no nos baste el haberlo hecho una vez, que hemos de perdonar tantas veces cuantas hubiere pecado, si pidiera perdón. Dice así: Si pecase siete veces al día contra ti y otras tantas veces al día se dirigiese a ti diciendo «me arrepiento», perdónale. Si entiendes bien eso de siete días, comprenderás que equivale a decir «cuantas veces». El número siete suele ponerse para significar la universalidad. De aquí se comprende aquello de que el justo caerá siete veces y se levantará; es decir, cuantas veces sea humillado por alguna tribulación, no es abandonado, sino librado de todas esas tribulaciones. Según aquel significado se comprende igualmente la frase: Siete veces al día te alabaré; decir siete veces al día equivale a decir siempre. Este siete veces al día equivale a lo que se dice en otro lugar, a saber: Su alabanza está siempre en mi boca. Pues no expresamos personalmente las alabanzas del Señor sólo con la lengua, de modo que cuando callamos no alabamos, sino que en todos nuestros pensamientos, en todas nuestras acciones y buenas costumbres alabamos a aquel de quien con gozo hemos recibido tales cosas. Vemos, en efecto, que también los apóstoles piden que se les aumente la fe. ¿Es que ellos se dieron a sí mismos las primicias de la fe 356 y pidieron al Señor el aumento de la misma? De ningún modo. Lo que ellos pidieron fue que quien empezó la obra, él mismo la llevara a cumplimiento, según lo dicho por el Apóstol: Quien comenzó en vosotros la obra buena, él mismo la llevará hasta el final. ¿Qué otra cosa manifiesta, amadísimos, lo que acabamos de cantar: Guíame, Señor, por tu camino y caminaré en tu verdad? No dice: «Llévame a tu camino», pues él mismo hace también esto, sino que pide que no le abandone una vez que lo haya llevado. Poca cosa es, pues, haberle llevado al camino si no se añade el haberle guiado por el mismo y haberle conducido a la patria. Puesto que todos los bienes nos llegan de Dios, cuando pensamos en el dador de todos esos bienes, estamos alabando a Dios sin cesar. Puesto que, si vivimos bien, alabamos a Dios sin cesar, bendigamos al Señor en todo momento y, en consecuencia, su alabanza estará siempre en nuestra boca. Siete veces al día, dijo, te alabaré, significando con el número siete la universalidad.
2. Por tanto, si tu hermano pecare contra ti siete veces al día y viniendo te dijera «me arrepiento», perdónale. No te hastíes de perdonar siempre al que se arrepiente. Si no fueras también tu deudor, impunemente podrías ser un severo acreedor; pero si tienes un deudor, tú que eres también deudor, y lo eres de quien no tiene deuda alguna, pon atención a lo que haces con tu deudor. Lo mismo hará Dios con el suyo. Escucha y teme: Llénese de gozo mi corazón, dijo, para que sienta temor a tu nombre. Si te alegras cuando se te perdona, teme el no perdonar por tu parte. El mismo Salvador manifestó cuán grande debe ser tu temor al proponer en el Evangelio la parábola de aquel siervo a quien su señor le pidió cuentas y le encontró deudor de cien mil talentos. Mandó venderlo a él y cuanto poseía para que le fuesen devueltos. Aquél, postrado a los pies de su señor, comenzó a rogarle que le diese tiempo y mereció que le fuese perdonado. El, en cambio, saliendo de la presencia de su señor después de haberle sido perdonada la deuda, encontró también a su deudor, siervo como él, que le debía cien denarios y, cogiéndolo por la garganta, comenzó a forzarlo para que pagara. Cuando le fue perdonada a él la deuda, se alegró su corazón, pero no en manera que temiera el nombre del Señor, su Dios. El siervo decía a su consiervo lo mismo que éste había dicho al señor: Ten paciencia conmigo y te lo devolveré. Pero contestó: «No, tienes que devolverlo hoy». Fue informado de ello el padre de familia y, como sabéis, no sólo le amenazó con que a partir de aquel momento no le perdonaría nada en el caso de hallarle otra vez deudor, sino que hizo caer de nuevo sobre su cabeza todo cuanto le había condonado y mandó que le devolviera cuanto le había perdonado. ¡Cómo hemos de temer, hermanos míos, si tenemos fe, si creemos en el Evangelio, si no creemos que el Señor es un mentiroso! Temamos, prestemos atención, tomemos precaución, perdonemos. ¿Pierdes acaso algo de aquello que perdonas? Otorgas perdón, no dinero.
3. Pero tampoco debéis ser como árboles secos en cuanto al mismo dar dinero. Cuando distribuyes dinero al necesitado, das; cuando concedes perdón a quien ha pecado, perdonas. Una y otra cosa ve el Señor, una y otra cosa remunera, ambas cosas recomendó en un solo lugar: Perdonad y se os perdonará; dad y se os dará. Tú, en cambio, ni perdonas, ni das; mantienes la ira, conservas el dinero. Piensa; se trata de la ira de la que no puedes librarte mediante el dinero: Los tesoros no serán de provecho para los malvados. Lo dicho no es mío, sino de Dios. Lo saben quienes lo leyeron. Antes de decirlo lo leí y antes de hablar lo creí: Los tesoros no serán de provecho para los malvados. Parecen ser de provecho, pero no aprovecharán. Tal vez en el tiempo presente; tal vez, si es que aprovechan algo; pero en aquel día no serán de provecho. Poséanse y no serán de provecho; sean despreciadas y lo serán. Usarás bien de la justicia si la amas, porque, si no la amas, no la posees. A lo más, si se ama el dinero, guárdese en el cielo; si existe el temor de que se pierda, escóndase en un lugar más seguro. No te va a engañar tu señor si tu siervo te es fiel guardándote el dinero .¿No le oyes que te dice: Amontonad vuestro tesoro en el cielo? Mira; no te ordena que lo pierdas, sino que lo lleves a otro lugar. Amontonad vuestro tesoro en el cielo, adonde no entra el ladrón ni la polilla lo corrompe, pues donde está tu tesoro allí está también tu corazón. Si pones tu tesoro en la tierra, en ella colocas tu corazón. ¿Qué ha de acontecer a tu corazón en la tierra? Se corromperá, se pudrirá, se convertirá en cenizas. Eleva a lo alto lo que amas y ámalo allí. Y no pienses que has de recibir lo mismo que pones; pones cosas mortales, las recibirás inmortales; pones cosas temporales, las recibirás eternas; las pones terrenas, las recibirás celestes; como última cosa, distribuyes de lo que te dio a ti tu señor y recibirás recompensa de tu mismo señor.
4. Pero dirás: ¿cómo voy a ponerlas en el cielo? ¿Con qué andamios he de subir al cielo cargado con mi oro y mi plata? ¿Por qué buscas andamios? Emigra. Los pobres son tus portaequipajes; se han hecho tales por el quebrantamiento del mundo. Luego haces el trayecticio .Das aquí y recibes allí. Sin lugar a duda, si das aquí recibirás allí, y recibirás de aquel a quien das. No pienses ahora en cualquier mendigo andrajoso, sino piensa en: Cuando lo hicisteis a uno de mis pequeños, a mí me lo hicisteis. Quien hizo al pobre, recibe en la persona del pobre. Recibe de la persona del rico quien hizo al rico. Recibe de lo que él mismo dio. Das a Cristo de lo suyo, no de lo tuyo. ¿Por qué te jactas de que aquí encontraste muchos bienes? Recuerda cómo viniste. Todos los bienes los encontraste aquí y, si usas mal de ellos, te has hinchado de soberbia. ¿Acaso no saliste desnudo del vientre de tu madre? Da, pues, da para que no pierdas lo que posees. Si das, lo has de encontrar allí; si no das, lo has de dejar aquí; con todo, tanto si das como si no das, tú has de emigrar. Pero, a veces, la avaricia tiene sus excusas aunque frívolas, condenables y dignas de ser rechazadas por los oídos de los fieles, para no dar al pobre aquello de que abunda. Dice para sí: «Sí doy, me quedaré yo sin ello; dando con abundancia, me hallaré yo en necesidad y luego habré de mendigar para recibir. Debo vivir en la abundancia, no sólo para tener comida y vestido para mi casa y mi familia, sino también pensando en situaciones imprevistas: para tener con qué pagar ante una calumnia, para tener con qué rescatarme. Los asuntos humanos están llenos de imprevistos. Debo conservar para mí algo con que pueda comprar mi libertad».
5. Esto es lo que dices cuando quieres conservar tu dinero. ¿Qué dirás cuando no quieras conceder el perdón al pecador? Si te apena otorgar dinero al indigente, otorga el perdón a quien se arrepiente. ¿Qué pierdes si lo das? Sé lo que pierdes, sé lo que dejas; lo veo, pero lo abandonas para tu bien. Abandonas la ira, la indignación, alejas de tu corazón el odio hacia tu hermano. Si permanecen estas cosas donde están, ¿dónde irás a parar tú? La ira, la indignación, el odio permanente, ¿qué harán de ti? ¿Qué mal no harán en ti? Escucha la Escritura: Quien odia a su hermano es un homicida. «Entonces, ¿he de perdonarle aun cuando peque contra mí siete veces al día?» Perdónale. Lo mandó Cristo, lo mandó la verdad a la que acabas de cantar: Guíame, Señor, por tu camino y caminaré en tu verdad. No tengas miedo, que no te engaña. «Pero así, dirás, no habrá corrección alguna; cualquier pecado permanecerá siempre impune. Siempre agrada pecar cuando aquel que peca piensa que tú siempre le vas a perdonar». No es así. Esté en vela la corrección, pero no dormite la benevolencia. ¿Por qué juzgas que devuelves mal por mal cuando das un correctivo al que peca? No pienses de este modo; devuelves bien por mal, y no obrarías bien si no lo das. Eso sí, de vez en cuando se suaviza la corrección con la mansedumbre, pero la corrección se hace. Una cosa es eliminarla por negligencia y otra suavizarla con la mansedumbre. Esté en vela la disciplina: perdona y castiga. Ved y oíd al Señor en persona, pensad a quien decimos cada día las palabras propias de un mendigo: Perdónanos nuestras deudas. Y tú, ¿sientes hastío cuando un hermano te dice continuamente «perdóname, estoy arrepentido»? ¿Cuántas veces dices tú eso mismo a Dios? ¿Prescindes de esta súplica cada vez que rezas la oración? ¿Acaso quieres que te diga Dios: «Mira que ayer te perdoné, antes de ayer te perdoné, durante muchos días te perdoné, ¿cuántas veces he de perdonarte todavía?» No quieres que te diga: «Siempre vienes con las mismas palabras, siempre dices: Perdónanos nuestras deudas, siempre te golpeas el pecho, y cual hierro duro no te enderezas». Mas, puesto que hablábamos de la corrección, ¿acaso no nos perdona el Señor nuestro Dios cuando decimos con fe Perdónanos nuestras deudas? Y, sin embargo, aunque nos las perdone, ¿qué se ha dicho de él? ¿Qué está escrito acerca de él? Dios corrige al que ama. Pero ¿con sólo palabras, tal vez? Azota a todo hijo que recibe. Para que no se moleste el hijo pecador al ser corregido con azotes, también él, Hijo único sin pecado, quiso ser azotado. Por tanto, aplica el correctivo, pero abandona la ira del corazón. El Señor mismo, refiriéndose a aquel deudor al que exigió de nuevo toda la deuda por haber sido despiadado con su consiervo, dice así: Del mismo modo obrará vuestro Padre celestial con vosotros si cada uno no perdona de corazón a su hermano. Perdona allí donde Dios ve. No pierdas allí la caridad; practica una saludable severidad. Ama y castiga, ama y azota. A veces acaricias y actuando así te muestras cruel. ¿Cómo es que acaricias y eres cruel? Porque no recriminas los pecados y esos pecados han de dar muerte a aquel a quien amas perversamente perdonándole. Pon atención al efecto de tu palabra, a veces áspera, a veces dura y que ha de herir. El pecado desola el corazón, demuele el interior, sofoca el alma y la hace perecer. Apiádate, castiga.
6. Para entender mejor lo que estoy diciendo, poneos ante vuestros ojos, amadísimos, a dos hombres .Un ingenuo chiquillo, cualquiera, quería sentarse donde ellos sabían que entre la hierba se ocultaba una serpiente. De llegar a sentarse, sería mordido y moriría. Esto lo saben los dos hombres. Uno le dice: «No te sientes allí». Su consejo fue despreciado. El ir a sentarse es ir a morir. El otro dice: «Este no quiere escucharnos; ha de corregírsele, hemos de sujetarlo, arrancarlo de allí, aun con bofetadas. Hagamos lo posible para no perder a ese chiquillo». Dice el primero: «Déjalo, no lo hieras, no le molestes ni le hagas daño». ¿Quién de éstos fue misericordioso? ¿El que perdonaba en modo tal que el hombre iría a la muerte por la serpiente, o el que se mostraba cruel y de esta forma le salvaba? Comprended, pues; también vosotros corregís a los que os están sometidos. Imponed disciplina en las costumbres, conservando la benevolencia. Perdonad de corazón; no haya ira en el interior, puesto que esa ira reciente es una paja tierna y casi despreciable. La ira recién nacida perturba al ojo, como una paja en el mismo ojo: Mi ojo está turbado por la ira; pero aquella paja se nutre con sospechas y se robustece con el paso del tiempo. Aquella paja llegará a convertirse en viga; la ira inveterada se convertirá en odio. Donde existe odio, hay un homicidio: Quien odia a su hermano es un homicida, dijo. En ocasiones reprenden a los airados hombres que tienen odio en su corazón. ¿Tienes odio, y reprendes al que se aíra? Ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo. Concluyamos el sermón, invocando al Señor para que se digne concedernos lo que ha preceptuado: Perdonad y se os perdonará; dad y se os dará.

SERMON 115
La oración continua, el fariseo y el publicano, los niños presentados a Jesús (Lc 18, 1-17).

Lugar: Desconocido.
Fecha: En el año 413.

1. La lectura del santo Evangelio nos impulsa a orar y a creer y a no presumir de nosotros, sino del Señor. ¿Qué mejor exhortación a la oración que el que se nos haya propuesto esta parábola sobre el juez inicuo? Un juez inicuo, que ni temía a Dios ni respetaba al hombre, escuchó, sin embargo, a una viuda que le importunaba, vencido por el hastío, no movido por la piedad. Si, pues, escuchó quien no soportaba el que se le suplicase, ¿de qué manera escuchará quien nos exhorta a que oremos? Después de habernos persuadido el Señor mediante esta comparación, con un argumento por contraste, de que conviene orar siempre y no desfallecer, añadió lo siguiente: Sin embargo, ¿crees que cuando venga el Hijo del hombre encontrará fe en la tierra? Si la fe flaquea, la oración perece. ¿Quién hay que ore si no cree? Por esto, el bienaventurado Apóstol, exhortando a orar, decía: Cualquiera que invocare el nombre del Señor, será salvo. Y para mostrar que la fe es la fuente de la oración y que no puede fluir el río cuando se seca el manantial del agua, añadió: ¿Cómo van a invocar a Aquel en quien no creyeron? Creamos, pues, para poder orar. Y para que no decaiga la fe mediante la cual oramos, oremos. De la fe fluye la oración; y la oración que fluye suplica firmeza para la misma fe. Para que la fe no decayese en medio de las tentaciones, dijo el Señor: Vigilad y orad para que no entréis en tentación. Vigilad, dijo, y orad para que no entréis en tentación. ¿Qué es entrar en tentación sino salirse de la fe? En tanto avanza la tentación en cuanto decae la fe. En tanto decae la tentación en cuanto avanza la fe. Mas para que vuestra caridad vea más claramente que el Señor dijo: Vigilad y orad para que no entréis en tentación, refiriéndose a la fe, para que no decayese ni pereciese, dice el Evangelio en el mismo lugar: Esta noche pidió Satanás ahecharos como trigo; yo he rogado por ti, Pedro, para que tu fe no decaiga. ¿Ruega quien defiende, y no ruega quien se halla en peligro? Las palabras del Señor: ¿Creéis que cuando venga el Hijo del hombre encontrará fe en la tierra? se refieren a la fe perfecta. Esta apenas se encuentra en la tierra. La Iglesia de Dios está llena de ella; si no existiese fe ninguna, ¿quién se acercaría a ella? ¿Quién no trasladaría los montes si la fe fuese plena? Pon tu atención en los mismos apóstoles. No hubiesen seguido al Señor, tras haber abandonado todo y pisoteado toda esperanza humana, si no hubiesen poseído una gran fe. Por otra parte, si hubiesen tenido una fe plena, no habrían dicho al Señor: Auméntanos la fe. Piensa también en aquel otro que confesaba respecto a sí mismo una y otra cosa; considera su fe y la no plenitud de la misma. Habiendo presentado a su hijo al Señor para que se lo sanase, al ser interrogado si creía, contestó afirmando: Creo, Señor; ayuda mi incredulidad. Creo, dijo; creo, Señor: luego existe la fe. Pero ayuda mi incredulidad: luego no es plena la fe.
2. Dado que la fe no es propia de los soberbios, sino de los humildes, a algunos que se creían justos y despreciaban a los demás, propuso esta parábola: Subieron al templo a orar dos hombres. Uno era fariseo, el otro publicano. El fariseo decía: Te doy gracias, ¡oh Dios!, porque no soy como los demás hombres. ¡Si al menos hubiese dicho «como algunos hombres»! ¿Qué significa como los demás hombres, sino todos a excepción de él? «Yo, dijo, soy justo; los demás, pecadores». No soy como los demás hombres, que son injustos, ladrones, adúlteros. La cercana presencia del publicano te fue ocasión de mayor hinchazón. Como este publicano, dijo. «Yo, dijo, soy único; ése es de los demás». Por mis acciones justas no soy como ése. Gracias a ellas no soy malvado». Ayuno dos veces en semana y doy la décima parte de cuanto poseo. ¿Qué pidió a Dios? Examina sus palabras y encontrarás que nada. Subió a orar, pero no quiso rogar a Dios, sino alabarse a sí mismo; más aún, subió a insultar al que rogaba. El publicano, en cambio, se mantenía en pie a lo lejos, pero el Señor le prestaba su atención de cerca. El Señor es excelso y dirige su mirada a las cosas humildes. A los que se exaltan, como aquel fariseo, los conoce, en cambio, desde lejos. Las cosas elevadas las conoce desde lejos, pero en ningún modo las desconoce. Escucha aun la humildad del publicano. Es poco decir que se mantenía en pie a lo lejos. Ni siquiera alzaba sus ojos al cielo. Para ser mirado rehuía el mirar él. No se atrevía a levantar la vista hacia arriba; le oprimía la conciencia y la esperanza lo levantaba. Escucha aún más: Golpeaba su pecho. El mismo se aplicaba los castigos. Por eso el Señor le perdonaba al confesar su pecado: Golpeaba su pecho diciendo: Señor, séme propicio a mí que soy un pecador. Pon atención a quien ruega. ¿De qué te admiras de que Dios perdone cuando el pecador se reconoce como tal? Has oído la controversia sobre el fariseo y el publicano; escucha la sentencia. Escuchaste al acusador soberbio y al reo humilde; escucha ahora al juez: En verdad os digo. Dice la Verdad, dice Dios, dice el juez: En verdad os digo que aquel publicano descendió del templo justificado, más que aquel fariseo. Dinos, Señor, la causa. Veo que el publicano desciende del templo más justificado; pregunto por qué. ¿Preguntas el porqué? Escúchalo: Porque todo el que se exalta será humillado, y todo el que se humilla será exaltado. Escuchaste la sentencia. Guárdate de que tu causa sea mala. Digo otra cosa: Escuchaste la sentencia, guárdate de la soberbia.
3. Abran, pues, los ojos; escuchen estas cosas no sé qué charlatanes y óiganlas quienes, presumiendo de sus fuerzas, dicen: «Dios me hizo hombre, pero soy yo quien me hago justo» 357. ¡Oh hombre, peor y más detestable que el fariseo! Aquel fariseo, con soberbia, es cierto, se declaraba justo, pero daba gracias a Dios por ello. Se declaraba justo, pero, con todo, daba gracias a Dios. Te doy gracias', ¡oh Dios!, porque no soy como los demás hombres. Te doy gracias, ¡oh Dios! Da gracias porque no es como los demás hombres y, sin embargo, es reprendido por soberbio y orgulloso. No porque daba gracias a Dios, sino porque daba la impresión de que no quería que le añadiese nada. Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son injustos. Luego tú eres justo; luego nada pides; luego ya estás lleno; luego ya vives en la abundancia, luego ya no tienes motivo para decir: Perdónanos nuestras deudas. ¿Qué decir, pues, de quien impíamente ataca a la gracia, si es reprendido quien soberbiamente da gracias?
4. Mas he aquí que después del antedicho pleito y de la sentencia emitida, se presentan también los niños; más aún, son traídos y ofrecidos para ser tocados. ¿Por quién sino por el médico? Ciertamente sanos. ¿A quién son presentados para que sean tocados? ¿A quién? Al Salvador. Si al Salvador, entonces han de ser salvados. ¿A quién sino a aquel que vino a buscar y a salvar lo que había perecido? ¿Dónde habían perecido éstos? Por lo que se refiere propiamente a ellos mismos, los veo inocentes; busco la culpa. ¿De dónde les viene? Escucho al Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el orbe de la tierra. Por un hombre, dijo, entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, y así pasó a todos los hombres; en él pecaron todos. Vengan, pues, los niños, vengan; oigan al Señor: Dejad que los niños se acerquen a mí. Vengan los niños; vengan los enfermos al médico; vengan los perdidos al redentor; vengan, nadie se lo prohíba. En la rama aún no cometieron nada malo, pero en la raíz perecieron 358. Bendiga el Señor a los pequeños junto con los grandes; toque el médico tanto a los unos como a los otros. Confiamos a los mayores la causa de los niños. Hablad en favor de los que callan, orad por los que lloran. Si no sois mayores inútiles, sed protectores; proteged a aquellos que todavía no pueden hacerse cargo de su causa. La perdición fue común, sea común el hallazgo; contemporáneamente habíamos perecido, seamos hallados contemporáneamente en Cristo. El mérito es dispar, pero la gracia es común. Ningún mal poseen sino el que trajeron de la fuente; ningún mal tienen sino el que trajeron de origen. No le impidan la salvación quienes, a lo que trajeron, aún añadieron mucho personal. Quien es mayor de edad lo es también en maldad. Pero la gracia de Dios borra lo que trajiste; borra también lo que tú añadiste, Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia.

SERMON 116
La aparición de Jesús resucitado.

Lugar: Desconocido.
Fecha: No coinciden los autores: ¿400-405?, ¿412?, ¿418?

1. Como acabáis de escuchar, después de la resurrección el Señor se apareció a sus discípulos y los saludó con estas palabras: Paz a vosotros. Esta es la paz y éste el saludo de la salud, pues el saludo trae su nombre de la salud. ¿Qué hay mejor que el hecho de que ella misma salude al hombre? Cristo es nuestra salud. En efecto, es nuestra salud aquel que por nosotros fue herido y fijado con clavos a un madero y, luego de ser bajado de él, colocado en un sepulcro. Pero resucitó del mismo con las heridas curadas, aunque conservando las cicatrices. Juzgó que era conveniente para sus discípulos el mantenerlas, para que con ellas se sanasen las heridas de sus corazones. ¿Qué heridas? Las de la incredulidad. Se les apareció ante los ojos mostrándoles su verdadera carne, y ellos creyeron estar viendo un espíritu. No carece de importancia esta herida del corazón. A consecuencia de ella, quienes permanecieron en la misma dieron origen a una herejía maligna 359. ¿Acaso juzgamos que los discípulos no estuvieron heridos por el hecho de haber sido sanados inmediatamente? Reflexione vuestra caridad; si hubiesen permanecido con la herida, es decir, pensando que el cuerpo muerto no había resucitado, sino que un espíritu con apariencia corporal había engañado a los ojos humanos; si hubiesen permanecido en esta creencia, más aún, en esta falsa creencia, se debería llorar no sus heridas, sino su muerte.
2. Pero, ¿qué les dijo el Señor Jesús? ¿Por qué estáis turbados' y suben esos pensamientos a vuestro corazón? Si los pensamientos suben, proceden de la tierra. Es un bien para el hombre no el que el pensamiento suba al corazón, sino el que su corazón se eleve hacia arriba, hacia allí donde quería el Apóstol que lo colocasen los creyentes a quienes decía: Si habéis resucitado con Cristo, saboread las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra. Estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios: cuando aparezca Cristo, vuestra vida, entonces apareceréis también vosotros con él en la gloria. ¿En qué gloria? En la de la resurrección. ¿En qué gloria? Escucha lo que dice el Apóstol refiriéndose a este cuerpo: Se siembra en la deshonra, resucitará en gloria. Gloria ésta que los apóstoles no querían otorgar a su Maestro, a su Cristo, a su Señor. No creían que él hubiera podido resucitar su cuerpo del sepulcro. Pensaban que era un espíritu; veían la carne, pero ni a sus ojos daban crédito. Nosotros, en cambio, les creemos cuando nos lo anuncian sin manifestárnosla. Ellos no creían ni a Cristo que se les manifestaba a sí mismo. Grave herida; aplíquense los medicamentos a las cicatrices. ¿Por qué estáis turbados y suben esos pensamientos a vuestro corazón? Ved mis' manos y mis pies, taladrados por los clavos. Palpad y ved. Pero veis y no veis. Palpad y ved. ¿Qué cosa? Que un espíritu no tiene ni huesos ni carne, como veis que yo tengo. Mientras decía esto, según está narrado, les mostró las manos y los pies.
3. Había ya motivo de gozo, pero todavía permanecía el sobresalto. Lo ocurrido era increíble, pero efectivamente había ocurrido. ¿Acaso resulta increíble ahora el que resucitó del sepulcro la carne del Señor? Todo el mundo lo creyó y quien no lo creyó permaneció inmundo. Entonces era ciertamente increíble; por eso el hecho se hacía patente no sólo a los ojos, sino también a las manos, para que a través del sentido corporal descendiese al corazón la fe y, habiendo descendido allí, pudiera ser predicada por el mundo a quienes ni veían ni palpaban y, no obstante, creían sin dudar. ¿Tenéis aquí, les dijo, algo que comer? ¡Cuántas cosas añade al edificio de la fe el buen constructor! No sentía hambre y buscaba comer. Y comió porque podía hacerlo, no porque tuviese necesidad. Reconozcan, pues, los discípulos como verdadero el cuerpo que reconoció el mundo entero por su predicación.
4. Si por casualidad hay aquí presentes algunos herejes que todavía mantienen en su corazón que Cristo se apareció a los ojos, pero que no era verdadera su carne 360, depongan tal pensamiento y convénzales el Evangelio. Nosotros les reprochamos el que piensen así; él les condenará si perseveran en este pensamiento. ¿Quién eres tú que no crees que un cuerpo colocado en un sepulcro pudo resucitar? ¿Eres acaso maniqueo que ni crees que fue crucificado, porque tampoco crees en su nacimiento, y pregonas que él exhibió sólo falsedades? ¿Mostró él cosas falsas y tú dices la verdad? ¿No mientes tú con la boca y mintió él con el cuerpo? Piensas que se apareció a los ojos simulando lo que no era, que fue un espíritu y no carne. Escúchale a él. Te ama para no condenarte. Mira que se dirige a ti, desdichado; habla para ti. ¿Por qué estás turbado y suben esos pensamientos a tu corazón? Escúchale a él que dice: Ved mis manos y mis pies. Palpad y ved que un espíritu no tiene huesos y carne como veis que yo tengo. Diciendo esto la Verdad, ¿podía engañarse? Era un cuerpo, era carne; lo que había sido sepultado, eso aparecía. Desaparezca la duda, surja una digna alabanza.
5. Así, pues, Cristo se manifestó a sus discípulos. ¿Qué significa el se? La Cabeza a su Iglesia. El preveía a la Iglesia futura extendida por el mundo; los discípulos aún no la veían. Mostraba la Cabeza, prometía el Cuerpo. ¿Qué añadió a continuación? Estas son las palabras que os he hablado cuando aún estaba con vosotros. ¿Qué significa cuando aún estaba con vosotros? ¿Acaso no estaba entonces con ellos y con ellos hablaba? ¿Qué significa cuando aún estaba con vosotros? Cuando era mortal como vosotros, lo que ya no soy ahora. Lo que era con vosotros cuando aún tenía que morir. ¿Qué significa con vosotros? Que había de morir junto con quienes tienen que morir. Ahora ya no estoy con vosotros, puesto que ya no he de morir nunca más, como los otros han de hacerlo. Esto os decía: ¿Qué? Os dije que convenía que se cumpliesen todas las cosas. Entonces les abrió la inteligencia. Ven, pues, Señor, fabrica las llaves; abre para que comprendamos. Dices todo y no se te da crédito. Se te toma por un espíritu. Te tocan, te palpan y aún se sobresaltan quienes lo hacen. Los instruyes con las Escrituras y aún no comprenden. Están cerrados los corazones; abre y entra. Así lo hizo. Entonces les abrió la inteligencia. Abrela, Señor; abre también el corazón a quien duda de Cristo. Abre la inteligencia a quien cree que Cristo fue un fantasma. Entonces les abrió la inteligencia para que comprendiesen las Escrituras.
6. Y les dijo. ¿Qué? Que así convenía. Que así estaba escrito y que así convenía. ¿Qué? Que Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día. Vieron esto. Le vieron sufriendo, le vieron colgando; después de la resurrección le veían presente, vivo. ¿Qué era lo que no veían? El cuerpo, es decir, la Iglesia. Le veían a él, nc a ella. Veían al esposo; la esposa aún permanecía oculta. Anúnciela. Así está escrito y así convenía que Cristo padeciera y resucitase de entre los muertos al tercer día. Esto se refiere al esposo. ¿Qué hay sobre la esposa? Y que en su nombre se predique la penitencia y el perdón de los pecados en todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Esto aún no lo veían los discípulos; aún no veían a la Iglesia anunciada en todos los pueblos comenzando por Jerusalén. Veían la Cabeza y respecto al cuerpo creían lo que ella decía. Por lo que veían creían en lo que no veían. Semejantes a ellos somos también nosotros. Vemos algo que ellos no veían y no vemos algo que ellos veían. ¿Qué vemos nosotros que no veían ellos? La Iglesia presente en todos los pueblos. ¿Qué no vemos nosotros que veían ellos? A Cristo en carne. Del mismo modo que ellos le veían a él y creían lo referente al cuerpo, así nosotros que vemos el cuerpo creamos lo referente a la Cabeza. Sírvanos de ayuda recíproca lo que cada uno hemos visto. Les ayuda a ellos a creer en la Iglesia futura el haber visto a Cristo. La Iglesia que vemos nos ayuda a nosotros a creer que Cristo ha resucitado. Lo que ellos creían se ha hecho realidad; realidad es también lo que nosotros creemos. Se cumplió lo que ellos creyeron de la cabeza; se cumple lo que nosotros creemos del cuerpo. Cristo entero se manifestó a ellos y a nosotros, pero ni ellos ni nosotros le vimos en su totalidad. Ellos vieron la Cabeza y creyeron en el cuerpo; nosotros vemos el cuerpo y creemos en la Cabeza. A ninguno, sin embargo, le falta Cristo: en todos está íntegro, y todavía le falta el cuerpo. Creyeron ellos y por su mediación muchos habitantes de Jerusalén; creyó Judea, creyó Samaria. Acérquense los miembros, acérquese el edificio al cimiento. Nadie puede, dice el Apóstol, poner otro cimiento distinto del que está puesto, a saber: Cristo Jesús. Enfurézcanse los judíos; llénense de celos; apedreen a Esteban; guarde Saulo los vestidos de quienes arrojaban las piedras; Saulo, el futuro apóstol Pablo. Désele muerte a Esteban; alborótese a la Iglesia de Jerusalén; aléjense de allí los maderos ardiendo, acérquense a otros lugares y prendan fuego. En cierto modo ardían maderos en Jerusalén; ardían por obra del Espíritu Santo cuando tenían todos un alma sola y un solo corazón dirigido hacia Dios. A la lapidación de Esteban sucedió una multitud de persecuciones: los maderos se esparcieron y el mundo se incendió.
7. Luego aquel Saulo, persiguiendo lleno de furor a estos maderos, recibió cartas de los príncipes de los sacerdotes y rebosando crueldad, ansioso de muerte, sediento de sangre, emprendió viajes en todas direcciones, trayendo atados a cuantos podía, arrastrándolos al suplicio y saciándose con la sangre derramada. Pero ¿dónde está Dios, dónde Cristo, el coronador de Esteban? ¿Dónde sino en el cielo? Contemple también a Saulo, ríase de este despiadado y clame desde el cielo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo estoy en el cielo, tú en la tierra y, con todo, me persigues. No tocas mi cabeza, mas pisoteas mis miembros. Pero ¿qué haces? ¿Qué provecho sacas de eso? Es duro para ti dar patadas contra el aguijón. Patada que das, daño que te haces. Depón, pues, tu furor; acepta la curación. Depón tu mala determinación y desea una buena ayuda. Aquella voz le postró en tierra. ¿Quién fue postrado en tierra? El perseguidor. Mirad, fue vencido con sólo una voz. ¿Qué te movía? ¿Por qué te mostrabas cruel? Ahora sigues a los que antes buscabas; de los que antes perseguías sufres persecución ahora. Se levanta predicador quien fue derribado siendo perseguidor. Pongo mi oído a la voz del Señor. Fue cegado, pero en el cuerpo, para ser iluminado en el corazón. Llevado a Ananías, catequizado por muchos, bautizado, acabó siendo apóstol. Habla, predica, anuncia a Cristo; siembra, ¡oh buen carnero! , lobo en otros tiempos. Míralo, contempla a aquel que se mostraba tan cruel: Lejos de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. Esparce el Evangelio; lo que concebiste en el corazón, dispérsalo con la boca. Crean los pueblos al oírte; pululen las naciones y nazca de la sangre de los mártires la esposa vestida de púrpura para el Señor .¡Cuántos, a partir de ella, se acercaron! ¡Cuán numerosos son los miembros que se adhirieron a la cabeza y siguen haciéndolo ahora con la fe. Fueron bautizados éstos, serán bautizados otros y después de nosotros vendrán aún otros. Entonces, digo, al final del mundo, se aproximarán las piedras al cimiento, las piedras vivas, las piedras santas, para que se complete el edificio que tuvo sus inicios en aquella Iglesia; mejor, en esta misma Iglesia que ahora, mientras se edifica la casa, canta el cántico nuevo. Así se expresa el mismo salmo: Cuando se edificaba la casa después del cautiverio. ¿Y qué? Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor toda la tierra. ¡Cuán grande es esta casa! Pero ¿cuándo canta el cántico nuevo? Mientras se edifica. ¿Cuándo será la inauguración? Al final del mundo. El fundamento de la misma ha sido ya inaugurado, porque subió al cielo y no muere. También nosotros, cuando resucitemos para nunca más morir, seremos entonces inaugurados.

Notas

197 Se refiere al protomártir San Esteban. Sus reliquias fueron halladas en Palestina en el año 415 gracias a una revelación recibida en sueños por un sacerdote de nombre Luciano. Esas reliquias llegaron a Africa, en concreto a Hipona, en el 425; en esta ciudad se le dedica un altar y una Iglesia (S. 318). Los milagros atribuidos al poder taumatúrgico del santo se multiplican por doquier. Este hecho obliga a Agustín a ordenar que se pongan por escrito todos para leerlos en la iglesia (La ciudad de Dios XII, 8, 21). En La ciudad de Dios XXII, 8, 22 tenemos la narración por Agustín de uno de ellos, y en el sermón 322 el relato de uno de los curados. Estos acontecimientos cambian el modo de pensar de Agustín frente a los milagros, pues hasta entonces pensaba que eran algo propio de los primeros tiempos de la Iglesia, cuando ésta se hallaba en período de fundación, pero que ahora ya no eran necesarios.
198 Quizá Agustín está pensando en sí mismo. Su sueño de vivir en una relativa soledad y entregado a la contemplación le fue truncado por la ordenación sacerdotal. Aun así le pasó por la mente el proyecto de huir a la soledad (Confesiones X, 43, 70). Tuvo que consolarse con que otros pudieran gozar de esa quietud que a él le era negada, dado que, en virtud del Cuerpo místico de Cristo, en ellos eta él contemplativo y en él ellos activos (Carta 48, 1).
199 Lo mismo en el sermón 299 D, 1 (= DENrs 16), donde divide a su vez los bienes temporales en necesarios y superfluos.
200 En la Enarración al salmo 37, 14 formula el mismo pensamiento de manera ligeramente distinta: «Tu oración es tu deseo; si tu deseo es continuo, continua es tu oración»,
201 Alusión a la caída de Roma bajo las tropas de Alarico en el 410.
202 Esta idea de la mujer, que en lugar de servir de consuelo a Job es tentación para él y auxiliar del diablo, la repite frecuentemente Agustín, sobre todo en las Enarraciones a los Salinos 29, 11 7; 55, 20; 90, 11 2; 103, 1V 7; 132, 5; 133, 2; 144, 18. Agustín se complace, además, en resaltar el distinto comportamiento de Adán y de Job frente a las respectivas mujeres,
203 Pensamiento muy frecuente. Véase la Nota complementaria 52: El, sueño de Jesús en la barca vol.VII p.762.
204 Agustín, y con él la mayor parte de los autores cristianos de la antigüedad, concebía el mundo como compuesto de seis edades. Cristo vino en la última, después de la cual ya no habrá más que el descanso eterno del séptimo día. Es esto por lo que afirma que vino Jesús en la senectud del mundo, sin que ello prejuzgue sobre el fin del mismo. Véase la Nota complementaria 22: Las edades del mundo vol.V11 p.751.
205 Las primeras noticias sobre la toma de Roma por Alarico debían de ser poco claras. Quizá sea éste el sentido en que haya de entenderse la frase, aunque la no destrucción pueda entenderse también según lo que dice a continuación: romanos habrá que sobrevivan,
206 En El Génesis a la letra IX, 9, 14 vuelve sobre la misma idea, preguntando: «¿Habrá alguien tan obcecado de mente que no vea cuán gran adorno es para la tierra el género humano, aun siendo pocos los que en ella viven con rectitud y honradamente?»
207 SALUSTIO, Las guerras catilinarias 4.
208 VIRGILIO, La Eneida I, 67-68.
209 Agustín fue siempre un espíritu observador y «curioso»; curiosidad de la que se confiesa ante Dios en Confesiones X, 35, 55-57.
210 Al pueblo la resultaba ya oscura la palabra ethnicus, de aquí el que tenga que explicarla. Véase la Nota complementaria 36: «Ethnicos» vol.VII p, 756.
211 Los maniqueos,
212 Finura y agudeza agustiniana. No cabe duda de que ser testigo de un mal es ya soportar una ofensa.
213 Todo este párrafo nos descubre no sólo los asuntos de que debía ocuparse Y las murmuraciones de que era objeto, sino también y sobre todo la delicadeza que distinguía su forma de actuar.
214 Estas palabras nos recuerdan aquellas otras autobiográficas de las Confesiones: «Tuve también la osadía de apetecer ardientemente y negociar el modo de Procurarme frutos de muerte en la celebración de una de tus solemnidades y dentro de los muros de tu iglesia» (III, 3, 5),
215 El mismo pensamiento lo repite en el sermón 224, 4 y en la enarración al salmo 102, 16,
216 ¿A qué se refiere? ¿Tal vez al sermón 81, 3? Parece que no,
217 Alude, sin duda, a su consagración episcopal,
218 A pesar de los malos recuerdos que conservaba (Confesiones I, 9, 14), Agustín sigue aceptando que a veces los azotes siguen siendo necesarios. En su tiempo la severidad debía de ser ya menor que en tiempos pasados, contra la que se quejaba Quintiliano (Institución oratoria I, 3, 14), pero todavía estaba en vigor el principio de que «la letra con sangre entra». No se olvide que en latín estudiar equivale a manum ferulae subducere (presentar la mano a la regla).
219 Alusión a la caída de Roma.
220 La asociación riquezas-soberbia es constante en Agustín (véase la Nota complementaria 34: La soberbia y las riquezas vol.1 p.756), pero también es frecuente en él precaver a los pobres contra ella. Véase Regla 2: El trabajo de los monjes 25, 33. Por otra parte, que la mayor parte de los oyentes de Agustín eran pobres lo atestigua el Santo constantemente: Sermón 107 A (= Lambot 5); Enarración al salmo 51, 14.
221 La misma argumentación apareció en el sermón 9, 19, pero allí hablaba no de la milésima, sino de la centésima parte.
222 El mismo pensamiento es ampliamente desarrollado por San Juan Crisóstomo entre otros. Véase la Homilía a 1 Tim 12, 4.
223 En latín se establece un juego de palabras entre onerant y honorant o, en otros casos, onus y honor.
224 Adviértase la prosopopeya.
225 Hace referencia a la costumbre de celebrar banquetes junto a los sepulcros, especialmente de los mártires; era costumbre llevar comidas que luego se repartían entre los pobres a veces, pero casi siempre eran consumidas por quienes las llevaban. Véase La ciudad de Dios VIII, 27. La costumbre era africana (Confesiones VI, 2, 2) y Agustín trató de desterrarla de su pueblo a pesar de lo arraigada que estaba. Léase al respecto la Carta 29. También Contra Fausto XX, 21.
226 La traducción castellana no permite reflejar la expresión latina que utiliza el mismo verbo colere donde en castellano nos servimos de dos: adorar y cultivar.
227 El bautismo de los niños recién nacidos era ya costumbre en Africa; Agustín, refiriéndose a ella, habla de «antigua verdad», a la vez que lo defiende con ardor. En Las consecuencias y el perdón de los pecados III, 12, 22 dice así: «Si se nos ordena acudir en auxilio de los pupilos, ¡cuánto más debemos esforzarnos en bien de aquellos que permanecen más desamparados y desgraciados, incluso bajo la potestad de sus padres, si se les niega la gracia de Cristo que ellos por sí mismos no pueden pedir!»
228 Siempre que toca este tema argumenta de idéntica manera. Véanse los sermones 5.3; 88, 8; 87.9; 284, 6; 263, 2 (= Guelf. 21); Enarraciones a los saltaos 34, 11, 11; 48, 1, 1; 56, 4; 63, 15; 138, 8; 103, 1, 5; Tratados sobre el Evangelio de San Juan 3, 3, etc.
229 Se ha alterado ligeramente el texto con respecto al latín, pues existe un nominativo sin construcción que dejaría sin sentido la frase castellana.
230 Aquí se mencionan las esferas más altas de influencia social. Al lector moderno extrañará la presencia del orador, pero en ningún modo a un oyente de la antigüedad. Véasela Nota complementaria 56: «Orator... senator... imperator» vo1.VII p.763.
231 Hacer de lo temporal y visible una imagen de lo eterno e invisible es una de las constantes de la interpretación alegórica agustiniana de los hechos bíblicos y, en especial, de los hechos de Jesús. Aquí se encuentran combinados los dos aspectos. Véase la Nota complementaria 5: Significado profundo de los hechos de Jesús p.884.
232 La afirmación de Agustín es rotunda: nuestra única tarea en esta vida es sanar el ojo del corazón para poder ver a Dios, meta y destino del hombre. Son muchas las enfermedades que impiden su visión: ira, avaricia, la cupiditas, la libido, la iniquidad, la concupiscencia secular (n.6). El ojo de la mente o del corazón no es otro que la fe (Enarración al salmo 90, 13). La sanación le llegará por la misma fe (Sermón 117, 15; Enarr. al salmo 118, 18, 3) y por el colirio que es el precepto del amor, amor al enemigo incluso, aunque sea amargo (Enarr. al salmo 39, 21). Esta obra de sanación no es fácil y a ella va dirigida la múltiple actividad de la Iglesia.
233 En efecto, era el servile supgliciuni, el tormento reservado a los esclavos,
234 Fue el emperador Constantino quien en memoria de la pasión de Cristo suprimió tal suplicio. Véase el Comentario at salmo 36, 2, 4.
235 Es decir, son cristianos.
236 Es decir, el Símbolo de la fe.
237 Es algo frecuentemente repetido por el Santo: los mismos que en las fiestas cristianas llenan las iglesias, llenan los teatros en las paganas (Sermón 250, 3; 252, 4, etc.).
238 Es decir, a los donatistas.
239 Si de algo está convencido Agustín es de que las escenas del Evangelio siguen actualizándose en la Iglesia y convirtiéndose en experiencia de todos.
240 Este pensamiento es una constante en los escritos agustinianos con formulaciones que sólo ligeramente varían unas de otras. Veamos algunas: «No tiene la caridad de Dios quien no ama la unidad de la Iglesia» (El bautismo contra los donatistas 3, 16); «No participa de la caridad divina quien es enemigo de la unidad» (Carta 185, 11, 50); «No tiene la caridad quien divide la unidad» (Tratados sobre el Evangelio de San Juan 6, 14): «No rompemos la unidad porque tenemos la caridad» (Tratados sobre la 1.' carta de San Juan 2, 3): «Tú no tienes la caridad porque por defender tu honor divides la unidad» (Tratados sobre la 1.' Carta de San Juan 6, 13), etc.
241 Es decir, los donatistas.
242 La parábola de la cizaña es uno de sus argumentos favoritos en la polémica antidonatista. Además de los sermones, puede verse: Contra la carta de Parmeniano I, 21; Contra la Carta de Petiliano II, 61.93; III, 3; Carta 76, 2; Breve relación de la Conferencia de Cartago III, 10, 15, etc.
243 Es el obispo de quien trae nombre la secta. Véase la nota 15 al sermón 4.
244 Se refiere a la acusación que los donatistas dirigían contra los católicos continuamente, a saber, que ellos habían entregado los códices de la Sagrada Escritura a los perseguidores durante la persecución de Diocleciano sabiendo que iban a ser entregados al fuego. Véase la Nota complementaria 62: Origen del cisma donatista vol.VII p.765.
245 Aquí Agustín recuerda y reprocha a los donatistas el chaqueteo de su comportamiento con los maximianistas, a quienes tan pronto consideran perdidas como los reciben como personas inmaculadas. Véase la Nota complementaria 11: Los cismas donatistas voi.VII p.746.
246 A quienes desde su desinformación idealizan tiempos pasados convendría leer textos como éste, que no es de los más elocuentes tampoco.
247 La sinagoga indica tanto el lugar cultual de los judíos como el mismo pueblo judío en contraposición a la Iglesia. Este último significado es el del presente texto. Generalmente tiene un sentido peyorativo. Véase Enarración al salmo 72, 4.
248 Salutare es un término específicamente cristiano, mientras que salus era común al paganismo. Véase lo dicho en la nota 1 al sermón 88. s
249 Aunque Agustín habla con cierto desprecio del pueblo judío como del pueblo que no creyó en las promesas de Dios ni en Jesús, no puede olvidar, sin embargo, que Jesús perteneció al pueblo judío; más aún, que la Iglesia primitiva procedía de la sinagoga. Ya lo vimos en el sermón 4, 18 (también Enarración al salmo 78, 2; 131, 17). El pueblo judío es un misterio de elección y de rechazo. Hablar de la sinagoga supone siempre una ambivalencia, aunque prevalezca en Agustín lo negativo. Léase P. BOROMEO, L'Église de ce temps dans la prédication de saint Augustin (París 1972) 39-48.
250 Este texto que aquí es comentado sin rasgo polémico alguno será más tarde uno de los textos que servirán de soporte a su doctrina sobre la gracia.
251 Quizá el videre latino sea una corrupción de vere. En este caso habría que traducir en verdad que cuadraría mejor en el contexto.
252 No se nos ha conservado este sermón.
253 Quizá en lugar de hombres hubiera que poner ángeles en fidelidad al texto bíblico y a otros textos paralelos del Santo (Enarraciones a los salmos 38, 2; 44, 20; Tratados sobre el Evangelio de San Juan 7, 23).
254 En la traducción hemos aceptado la conjetura de los maurinos, a saber: non significabat.
255 Es decir el sacramento de la Eucaristía.
256 Puntilla contra los donatistas.
257 Se trata de una especie de paréntesis contra los seguidores de Donato.
258 Para Agustín, en todo sacramento existe un signo sensible y una res (realidad) espiritual. Distingue entre la administración válida del sacramento y la obtención del fruto del mismo. Se dan casos, por tanto, en que el sacramento se recibe válidamente y su fruto queda bloqueado sin que llegue al sujeto receptor, por motivos ajenos al sacramento en cuanto tal. Sin la caridad el sacramento nada aprovecha. Todo es polémica antidonatista.
259 Agustín piensa de seguro en los circunceliones, quienes no dudaban en darse a sí mismos la muerte o de provocar a los poderes romanos para que se la procurasen, en un afán de pasar pot mártires. Véase la Nota complementaria 63: Los circunceliones vol.VI1 p.766.
260 El mismo tema es desarrollado con más amplitud en la Ciudad de Dios XII, 21, donde da la razón de este proceder de Dios: «Al hombre, en cambio..., lo creó solo, no para privarle de la sociedad humana, sino para encarecerle más y más la unidad social y el vínculo de la concordia, que se reforzarían si los hombres se unieran entre sí no sólo por la semejanza de la naturaleza, sino también por los lazos del parentesco». Véase también Las costumbres de la Iglesia católica I, 30, 63.
261 Sólo en raras ocasiones emplea Agustín el término zabulus para designar al diablo (véase también el sermón 214, 3). No hay que descartar la posibilidad de que el término no sea agustiniano y que haya de ser atribuido a los copistas posteriores.
262 Quizá en lugar de excitaos haya que leer excusatis en conformidad con eI texto bíblico y, sobre todo, con otros contextos agustinianos: Sermones 9, 20 y 86, 11. En este caso habría que traducir excusar.
263 Lugares paralelos en Tratados sobre el Evangelio de San Juan 40, 9 y Comentario al salmo 66, 4.
264 Adversario: es éste uno de los diferentes términos usados por Agustín para designar al diablo. Otros snn: serpiente, diablo, enemigo, Satanás...
265 Se refiere, sin duda, a los monjes. El contexto permite deducirlo.
266 Durante la predicación el pueblo escuchaba de pie mientras el obispo se mantenía sentado en la cátedra colocada en el presbiterio.
267 Es éste un tema que ocupa frecuentemente la reflexión agustiniana. Recordemos, entre otros textos, La ciudad de Dios X, 29, 1; Tratados sobre el Evangelio de San Juan 28, 5; Sermón 123, 3, etc.
268 No se conserva el sermón en que se hizo tal promesa.
269 Se trata de 1Cor 13, como resulta del n.5.
270 Este término con el que se designa a las vírgenes consagradas a Dios aparece por primera vez en Agustín, pero no parece ser él el inventor, pues del texto se deduce que es de dominio popular. Véase la nota 2 al sermón 73 A.
271 Lo mismo aparece en el Enarración al salmo 147, 10: «De pocos es la virginidad en sentido físico; de todos debe ser la virginidad del corazón. La virginidad física es el cuerpo intacto; la virginidad del corazón es la fe incorrupta».
272 Probable alusión a la caída de Roma.
273 Apostilla contra los pelagianos.
274 Dominas (señor) se había convertido ya en término usual para designar a un obispo (véase Sermones 111, 2; 179, 2; etc.).
275 Hermoso texto que denota la preeminencia de Agustín sobre el resto de los obispos africanos de entonces, los cuales nunca optaron por tomar la palabra en su presencia, dejándole a él siempre esta carga aunque se hallase cansado. Hablar resultaba un tormento a veces para el Santo que suele repetir que le gusta más aprender que enseñar, escuchar que hablar. Véase Cartas 116, 4, 9; 167.6, 21: Ocho cuestiones de Dulcicio 111, 6; V, 4, etc.
276 Se refiere al mártir San Esteban. Véase la nota 1 al sermón 79.
277 Es éste un pensamiento predilecto del Santo. Lo repite en varias ocasiones. Véase el sermón 359, 2 y Comentario al salmo 99, 10.
278 Efectivamente, la palabra griega epíscopos está compuesta de epí (sobre) y scopéo (mirar).
279 Es éste un estribillo continuamente repetido en la polémica antidonatista y en los sermones sobre los mártires.
280 El número siete tiene en Agustín, como en los restantes autores de la antigüedad un notable valor simbólico. Significa la totalidad y plenitud en cuanto compuesto del número impar 3 y del par 4, y por el hecho de haber creado Dios todo en el curso de siete días. Pero la forma de argumentar varía de caso a caso.
281 El Apocalipsis no tuvo dificultad en ser admitido como libro canónico en el Occidente cristiano. Refiriéndonos a Agustín, ya es considerado como tal en la lista de libros canónicos que aparece en el concilio de Hipona del 393. No tuvo la misma suerte en el Oriente, donde, debido a que era el punto de apoyo para toda clase de teorías milenaristas, muchos autores le negaron ya la apostolicidad, ya la canonicidad, ya ambas cosas a la vez.
282 Como ya se ha indicado varias veces, normalmente el obispo que predicaba lo hacía sentado, mientras que los oyentes estaban de pie.
283 Quizá el non del texto latino sea una corrupción en vez de nunc. En este casa había que traducir; «Si alguien que carece de él me escucha «hora...»
284 Frases paralelas en la estructura, en la terminación y, al final, con antítesis. El público lo ha percibido y aplaudido. A ello hace referencia el predicador.
285 Una descripción de estos abusos puede verse en el sermón 32, 20: «Mientras tanto Cristo pasa hambre en los pobres».
286 El culto a los ídolos fue declarado ilegal por el emperador Teodosio en el 381.
287 Recordemos que cuando Agustín, siendo aún niño, enfermó gravemente y solicitó el bautismo, al sobrevenir la mejoría se le difirió por la siguiente razón: «Juzgando que si vivía casi necesariamente iba a mancharme otra vez y que el pecado en los delitos cometidos después del bautismo es mucho mayor y más peligroso» (Confesiones I, 11, 17).
288 Es decir, acércate al bautismo.
289 Se está refiriendo a los donatistas, que ponían la validez del bautismo y, más en general, de todos los sacramentos en la santidad del ministro. La tesis contraria de Agustín se halla expresada en la célebre frase: «¿Bautiza Pedro? Es Cristo quien bautiza. ¿Bautiza Judas? Es Cristo quien bautiza». Véase el Tratado sobre el Evangelio de San Juan 5.
290 Se refiere a la conferencia entre donatistas y católicos que, con vistas a lograr la unión de las dos iglesias, tuvo lugar en Cartago en el año 411 bajo la presidencia del cognitor (juez) Marcelino. Las actas, abreviadas, nos las dejó Agustín en los tres libros de su obra Breve relación de la conferencia tenida con los donatistas.
291 El cognitor (juez) de que habla Agustín en este texto era el tribuno Marcelino. Había sido enviado a Africa por el emperador Honorio para intentar la solución al conflicto que dividía a la Iglesia. Presidió y actuó de juez en la célebre conferencia del 411, dando la victoria a los católicos y proscribiendo a los donatistas por lo que éstos le acusaron de haberse dejado corromper por aquéllos (Carta 141, 1, 12). El mismo fue el encargado de llevar a la práctica los decretos de la Conferencia, mostrándose duro sobre todo con los circunceliones, que hubieron de sufrir sus torturas (Carta 133, 2; 134, 2). Murió ejecutado dos años después, tras haber sido condenado por el también tribuno Marino, conde de Africa, que trataba de reprimir la revuelta de un tal Heracleano. Al parecer, fueron los donatistas quienes persuadieron a Marino de que se hallaba en complot con los revoltosos. Fue un cristiano fiel y devoto, estudioso de la Escritura y amigo personal de Agustín. Este le envió varios libros suyos, le escribió varias cartas; a su vez, aquél le propuso varias cuestiones, le mantenía al día de los acontecimientos y servía de enlace para con otros personajes, El obispo de Hipona le dedicó su gran obra La ciudad de Dios.
292 La interpretación de Agustín se coloca dentro de su sistema de ver significados en todas partes. En realidad, aquí no se trata más que abandonar la forera semita del nombre para tomar la latina.
293 Agustín habla con mucha frecuencia de los deberes de los pastores. Esta frase, que él pone en el corazón de un oyente, debía ser más que un recurso literario. Aunque eran muchos los que escuchaban con gusto sus sermones por largos que fueran, a otros se les hacían interminables los minutos. Eran los asistentes ocasionales, los que no hubiesen dudado de ir al anfiteatro en el caso de coincidencia de funciones. Para no serles gravoso, en los días que veía mucha gente de ésta, Agustín o bien hablaba brevemente o bien difería el sermón para otra ocasión en que asistiesen solamente los interesados. Véase el sermón 51, 1.
294 Con este pensamiento, Agustín se coloca al mismo nivel de sus oyentes. Todos reciben todo de Dios. No es uno el alimento para Agustín y otro para sus oyentes. Bellamente lo expresa en el sermón 339, 4: «Os alimento de lo mismo que yo como; siervo soy como vosotros, no padre de familia; os pongo en la mesa lo mismo de que yo vivo, es decir, lo que extraigo del tesoro del Señor, del banquete de aquel padre de familia que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para que con su pobreza nosotros nos hiciéramos ricos». Véase también el sermón 112 A, 7 (= Caillau II, 11).
295 La mirada de Agustín es amplia: abarca el pasado y el futuro. El llevaba de obispo uno o a lo más dos años.
296 Ejemplo y ayuda: éstas son las dos formas de actuar de Cristo en el hombre, externa e internamente. Véase la obra La Trinidad IV, 13. En la última etapa de su vida, Agustín acentuará el segundo aspecto para contrarrestar a los pelagianos, que sólo admitían el primero.
297 Con frecuencia hace referencia Agustín en sus sermones al hecho de que le hayan entendido o no. Véanse, además, los sermones 101, 9; 164, 3; 52, 20; Enarraciones al salmo 90, 11, 1. En este contexto es también frecuente que invite a los más rápidos en entender a tener un poco de paciencia y esperar por los más lentos... Véase el mencionado sermón 52, 20 y el 169, 7.
298 La visita a ciertos museos de la antigüedad clásica y a ciertos monumentos atestigua la veracidad de estas palabras agustinianas.
299 Véase la Nota complementaria 38: La interioridad agustiniana vol.VII p.737.
300 ¿Con qué otro nombre se puede designar a la actitud del agricultor frente a la tierra sino con el de fe, confianza, que le da aquí Agustín?
301 Es decir, la Trinidad permanece siempre como modelo para toda comunidad cristiana.
302 Agustín afirma aquí netamente lo que ha creído siempre la Iglesia occidental: el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (Filioque), que es al mismo tiempo uno de los puntos que la separan de la Iglesia oriental ortodoxa.
303 La unidad a cualquier nivel comienza por la unidad de corazones. Sólo quienes tienden en su corazón hacia una misma meta son capaces de hallar la unidad en los restantes aspectos de su vida. Por otra parte, el amor hace comunes todas las cosas (Sermón 339, 7 = Frangipane 2).
304 No cabe duda de que Agustín se está dejando llevar por ideas platónicas o neoplatónicas que evidentemente ha cristianizado en cuanto que en lugar del Uno plotiniano pone al Dios cristiano.
305 Como ya ha sido indicado, los fieles solían escuchar la homilía de pie.
306 Esta idea es frecuente en los textos agustinianos. Véanse, entre otros, el sermón 75, 2; Enarración al salmo 103, 4, 3; Tratados sobre el Evangelio de San Juan 2, 2.
307 Fina observación.
308 Véase en Confesiones XI, 15, 19 el desarrollo de esta idea.
309 Indudablemente recoge las murmuraciones, que se hicieron frecuentes tras la caída de Roma en agosto del 410 bajo las tropas de Alarico. La respuesta las mismas las hallará el lector en La ciudad de Dios, libros I-X.
310 Aunque Roma haya sucumbido, dice el predicador, a Cartago (véase el n.12) no le ha llegado tal desventura. Lo que ha de hacer es regenerarse espiritualmente.
311 VIRGILIO, Eneida 1, 278-279.
312 Porque le pagaban por lo que escribía. Idéntica expresión la utiliza también en las Confesiones (IV, 2, 2) para indicar su dedicación a la enseñanza de la retórica.
313 VIRGILIO, Geórgicas 2, 498.
314 Agustín se está sirviendo de la máxima «autoridad» romana para hacer frente a las acusaciones que contra el cristianismo procedían diariamente de bocas paganas. Niega la interpretación que solían dar de él.
315 Sin duda alguna, lo que se anunciaba como acaecido en Roma significaba para muchos cristianos el advenimiento del fin del mundo. La sacudida que causó en los hombres de entonces puede deducirse de las palabras de Agustín. San Jerónimo, dispuesto ya a escribir su gran comentario al profeta Ezequiel, desiste de la empresa al tener noticia del hecho. Agustín admite la posibilidad de que esté cerca el fin del mundo, pero aconseia no precipitarse en el juicio.
316 Durante este período, Agustín hablaba constantemente de Roma. Véanse los Sermones 113 A (=Denis 24); 81; 296 (= Bibl. Cas. I, 133-138), y De excidio urbis Romae.
317 Los cristianos.
318 Por obra y gracia del patriarca Teófilo de Alejandría, quien en el 390 ordenó destruir todos los templos paganos, haciendo correr para ello no poca sangre.
319 Constantinopla es en realidad la antigua Bizancio, que cambió de nombre en el año 324, cuando el emperador Constantino la eligió como capital del imperio y le dio el título de Nueva Roma. Cuando se habla de la fundación de la ciudad se hace en referencia a esta fecha. Estas circunstancias favorecieron un crecimiento extraordinariamente rápido.
320 En La ciudad de Dios XVIII, 54, 1 escribe Agustín: «Sabemos que en Cartago, la ciudad más célebre y noble del Africa, Gaudencio y Jovio, condes del emperador Honorio, destruyeron los templos de los falsos dioses e hicieron añicos sus ídolos el 19 de marzo». Se refiere al año 399. Fue precisamente en este mismo año cuando el famoso templo de la diosa Celeste fue transformado en iglesia y consagrado al nuevo culto en la fiesta de Pascua por el obispo Aurelio. Agustín habla de esta diosa en las Enarraciones a los salmos 62, 7 y 98, 14, además de La ciudad de Dios II, 4.
321 Esta victoria sobre los ostrogodos tuvo lugar en la ciudad toscana de Fiésole en el año 406.
322 Eran arrianos; por tanto, cristianos, aunque no católicos.
323 Agustín utiliza tanto la palabra princeps (Sermón 14, 2) como maior, pero esta última es más frecuente (Sermones 113, 3; 302, 19; 23, 21, etc.).
324 Sobre Dios como aquello mayor, más precioso y mejor que lo cual nada se puede pensar, en el que se apoya el célebre argumento ontológico de San Alberto (Proslogion 3-4), puede leerse El libre albedrío II, 6, 13-14 y La doctrina cristiana I, 7, 7-8, 8.
325 Con ello Agustín hace alusión tanto a la signatio en la frente de los catecúmenos (Tratados sobre el Evangelio de San Juan 10, 3), rito previo al bautismo; como a la costumbre de santiguarse, sobre todo en los momentos de apuro (véase Comentarios al salmo 50, 1, donde el santo critica la inconsecuencia).
326 Contra los donatistas.
327 La frecuencia con que aparece en los sermones agustinianos debe ser prueba evidente de la frecuencia en la vida real. Véanse los sermones 32, 15; 36, 10; 81, 4; 94 A, 3 (= Caillau II 6); 301 A, 5 (= Denis 17).
328 Es idea constante en el santo. El criterio que Dios utiliza para conceder o negar lo que le pedí nos es la utilidad que nos aporta, utilidad que no siempre somos capaces de ver, pero que hemos de creer.
329 Pensamiento digno del santo.
330 Sin duda también para sacar dinero, aun de gente pobre, era hábil Agustín. Este texto da testimonio de ello.
331 Es decir, si se comportan como buenos cristianos, lo que significa ser casa de Dios, entonces la Iglesia se edificará, pues están colaborando a su constracción.
332 Para mostrar la fragilidad de la vida humana, Agustín no encuentra mejor argumento que la comparación con el quebradizo cristal, que es, en cambio, más resistente que aquélla.
333 Posible apostilla antipelagiana.
334 Acaeció en Cartago en el 399. Véase La ciudad de Dios XVIII, 54.
335 Nótese la presencia del profesor de retórica que sabe jugar con las palabras en su doble significado: via, además de significar camino, simboliza a Jesús Camino, Verdad y Vida.
336 Esta anotación, en forma de pregunta, es constante en la exégesis agustiniana de este texto. Véanse los Sermones 234, 2; 235, 2; 236, 2; Comentario al salmo 67, 1, 8.
337 En polémica antipelagiana.
338 El obispo de Cartago, primado de la Iglesia africana, era Aurelio. Estuvo íntimamente unido a San Agustín. Siempre se defendieron mutuamente y entre ambos consiguieron revitalizar poderosamente la Iglesia católica africana, que, a consecuencia de los cismas, se hallaba en franca decadencia.
339 Agustín, que al principio no quería emplear la fuerza contra los donatistas, acabó aceptando que se les obligase a entrar en la Iglesia católica. Las razones son varias y las expone en la carta 93, 18-19. La fundamentación evangélica la encuentra en esta parábola de Lc 14 es éste el único caso en que Agustín comenta de esta forma dicho texto. Véase la carta 185, 6, 24.
340 Esta forma de dirigirse a sus oyentes es más bien rara. No obstante, ha aparecido ya en el sermón 1, 3.
341 No se conserva este sermón.
342 Desconocemos en qué consistía.
343 La misma interpretación en Cuestiones sobre los Evangelios II, 33,
344¡Frase digna de Agustín! Sobre todo en la concisión del original latino.
345 Agustín quiere que el hombre imite el comportamiento de Dios. En la Regla a los monjes expresa el mismo pensamiento, aunque un poco diversamente: «Busque más el superior ser amado que temido» (n.7, 3).
346 Agustín está describiendo a los monjes.
347 Efectivamente, tanto la lengua púnica como la hebrea son lenguas semitas.
348 Dado que entonces se solía escribir en tablillas, Agustín habla aquí de las tablas del corazón en cuanto lugar en que se hallaba inscrito ese pensamiento.
349 En latín la palabra tolere tiene estos dos significados: adorar y cultivar. Es imposible mantener en castellano el juego de palabras latino.
350 El término latino emendatorius es un neologismo agustiniano que aparece repetidamente en sus escritos: El libre albedrío Ill, 25, 76; Carta 211, 11, Comentario al salmo 37, 3, etc,
351 Está haciendo alusión a las leyes contra los ídolos del año 399.
352 Nótese que Agustín separa las Sedes de los Tronos. Sobre la imperfecta angelología agustiniana, véase el Enquiridion 58.
353 El relacionar los cuatro evangelios con las cuatro partes de la tierra es frecuente en Agustín. Véase La concordia entre los evangelistas I, 2, 3; Comentarios a los salmos 103.111, 2; 86, 4, etc,
354 Alusión a la caída de Roma, que tuvo lugar en agosto del 410.
355 Gemellarium es, igualmente, un neologismo agustiniano. Aparece también en Enarraciones a los Salmos 80, 1; 136, 9.
356 Aquí el Santo parece estar combatiendo a los que más tarde recibirían el nombre de semipelagianos, un grupo herético que entre otros puntos buscaba hallar un compromiso entre la gracia y el libre albedrío del hombre. Al respecto, su pensamiento era el siguiente: en la vida cristiana todo es obra de la gracia a excepción del inicio de la fe; el creer o no creer no es un don de Dios, sino obra únicamente del hombre. Esta postura es rechazada con energía por Agustín. Léase, por ej., la Carta 217.
357 Los pelagianos.
358 El bautismo de los niños fue empleado frecuentemente por Agustín como argumento contra los pelagianos. El que la Iglesia los bautice se debe al convencimiento de que están envueltos en pecado. Como personal no puede ser, hay que concluir al pecado original. Puede verse sobre todo la obra Las consecuencias y el perdón de los pecados y el bautismo de los niños; también Obra inacabada contra el pelagiano Juliano I, 53; Cartas 157, 3, 18; 166, 7, 20-21; 182, 5, etc.
359 Se refiere a los maniqueos
360 La presencia de herejes entre el auditorio de Agustín está bien atestiguada en sus sermones. Entre otros puede verse: 296, 14 (= S. Bibl. Casin. I, 133); 265 D, 1 (= MORIN 17); 237, 4.