Ceferino, obispo de la ciudad de Roma, a los muy queridos hermanos que sirven al Señor en Egipto.
Hemos recibido una gran responsabilidad del Señor, fundador de esta Santa Sede y de la Iglesia Apostólica, y del bienaventurado Pedro, jefe de los apóstoles: el que podamos trabajar con amor infatigable por la Iglesia universal, que fue redimida por la Sangre de Cristo, y así, con autoridad apostólica, apoyar a los que sirven al Señor, y ayudar a todos los que viven devotamente. Todos los que vivan piadosamente en Cristo deben resistir la condenación de los impíos y de los extraños, y ser despreciados por estúpidos y locos. Así se harán mejores y más puros, aquellos que renuncian a las buenas cosas temporales con el fin de ganar las de la eternidad. Pero el desdén y la burla de aquellos que os afligen y os desprecian se volverán sobre ellos mismos, cuando su abundancia se torne necesidad y su orgullo confusión.
La sede de los apóstoles ha sido informada por vuestros delegados que algunos de nuestros hermanos, obispos a saberse, están siendo expulsados de sus iglesias y de sus sedes, privados de sus bienes, y llamados a juicio, siendo además destituidos y maltratados; esto es algo absurdo, ya que las constituciones de los apóstoles y de sus sucesores, así como los estatutos de los emperadores y las regulaciones de las leyes y la autoridad de la sede de los apóstoles prohíben hacerlo. En efecto, los antiguos estatutos ordenan que los obispos que han sido expulsados y despojados de sus propiedades, deben recobrar sus iglesias, y que, antes que nada, les repongan todas sus propiedades; luego, en segundo lugar, si es que alguien desea acusarlos justamente, lo hará con un riesgo similar; que los jueces sean discretos, los rectos obispos deben estar en comunión con la Iglesia, donde deben ser testimonio para cualquiera que parezca que está siendo oprimido; que no deben responder hasta que todo lo que les pertenecía les haya sido devuelto a ellos y a sus iglesias por ley, sin detrimento alguno de ella. Tampoco es extraño, hermanos, que os persigan a ustedes si persiguieron hasta la muerte a vuestra Cabeza, Cristo Nuestro Señor. Inclusive las persecuciones deben ser resistidas con paciencia, para que seáis conocidos como discípulos suyos, por quien vosotros también sufrís. Él mismo también lo dice. "Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia" (Mt 5, 10). Animados por estos testimonios, no debemos temer la condena de los hombres, ni tampoco dejarnos derrotar por sus vituperios, pues el Señor nos dio este mandamiento por medio del profeta Isaías: "Prestadme oído, vosotros que conocéis lo justo, pueblo mío, en cuyo corazón habita mi ley; no temáis el reproche de los hombres, y no os asustéis de sus injurias " (Is 51, 7), y considerando lo que está escrito en el Salmo, "¿No es Dios quien debe escrutar esto? porque Él conoce los secretos del corazón? " (Sal 44, 22) "y los pensamientos de aquellos hombres, no son más que vanidad " (Sal 95, 11). Sólo hablaban vanidad, cada cual con su prójimo: con labios engañosos en sus corazones, y hablaron con corazón malvado. Pero el Señor debe arrancar todo labio engañoso, la lengua que habla cosas orgullosas, que han dicho: "Nuestros labios son nuestros ¿quién es el Señor ante nosotros?" (Sal 13, 2-4). Pues si recordaran esto constantemente, jamás habrían caído en tal impiedad. Porque ellos no hacen esto por loable y paternal instrucción, sino de tal modo que puedan descargar sus sentimientos de venganza contra los siervos de Dios. Porque está escrito "El camino de un necio es recto ante sus ojos" (Pr 12, 15); y, "Hay caminos que parecen rectos, pero, al cabo, son caminos de muerte" (Pr 14, 12). Nosotros que sufrimos ahora estas cosas debemos dejarlas al juicio de Dios, quien dará a cada hombre según sus trabajos; quien ha tronado sobre sus siervos diciendo, "Mía es la venganza: yo recompensaré" (Rm 12, 19). Por lo tanto, ayúdense efectivamente entre vosotros en la buena fe, por medio de actos y con sincero corazón; no permitáis que nadie aparte su mano de la ayuda al prójimo, pues "en esto –dice el Señor– conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 35). De lo cual habla también por medio del profeta, diciendo, "¡Mirad qué bueno y qué agradable habitar los hermanos todos en unidad!" (Sal 134, 1). En una morada espiritual, yo lo interpreto así, y en una concordia que está en Dios, y en la unidad de la fe que caracteriza a este agradable vivir de acuerdo a la verdad, que en efecto está más piadosamente representada en Aarón y los sacerdotes vestidos con honor, con óleo sobre la cabeza, nutriendo el más alto entendimiento y guiando hasta la plenitud de la sabiduría. Porque en este habitar, el Señor ha prometido bienaventuranza y vida eterna. Aprehendiendo, por lo tanto, la importancia de este anuncio del profeta, hemos dicho esta palabra fraterna, por amor y de ninguna manera buscando, o queriendo buscar, nuestro propio beneficio. Es por eso que no es bueno pagar detracción con detracción, o de acuerdo al proverbio común, combatir un palo con otro palo. Que no se dé esto entre nosotros. Tal comportamiento no es el nuestro. Que sea Dios, pues, quien lo prohíba. Por el justo juicio de Dios, a veces los pecadores tienen el poder para perseguir los santos, a fin de que aquellos a los que el Espíritu de Dios ayuda y sostiene puedan llegar a tener más gloria a través de la prueba de los sufrimientos. Para aquellas personas que los persiguen, los reprochan y los injurian, habrá sin duda aflicción. Desdichados, desdichados aquellos que injurian a los siervos de Dios; porque el perjuicio contra ellos le concierne a Aquel cuyo servicio realizan, y cuyo oficio llevan a cabo. Nosotros rezamos para que sea colocada sobre sus labios una puerta de clausura, porque no deseamos que nadie perezca o se corrompa por sus propios labios, y que no piensen o hagan pública alguna palabra hiriente con sus labios. Por eso también dice el Señor por medio del profeta "Yo me dije, cuidaré mis maneras, para no pecar con mi lengua" (Sal 40, 1). Que Dios Todopoderoso y su Único Hijo y Salvador Nuestro, Jesucristo los mueva a que con todos los medios a su alcance auxilien a todos los hermanos en cualquier tribulación que sufran durante sus labores, y que estimen sus sufrimientos como suyos. Denles toda la asistencia posible, con hechos y palabras, de modo que seáis reconocidos como verdaderos discípulos de Aquel, que nos mandó a todos amar a los hermanos como a nosotros mismos.
La Ordenación de Presbíteros y Levitas, debe ser llevada a cabo de manera solemne en la ocasión conveniente, y en la presencia de muchos testigos; y para este servicio presentad hombres probados y sabios, para que os alegréis grandemente por su amistad y ayuda. Pongan sin cesar la confianza de vuestros corazones en la bondad de Dios y digan éstas y las otras palabras divinas a las siguientes generaciones: "Porque este es nuestro Dios por los siglos de los siglos, y Él nos guiará a la eternidad" (Sal 49, 15). Dado el siete de noviembre durante el consulado de los ilustrísimos Saturnino y Galiciano.