La homilía La grandeza de la vida corriente, que ocupa el primer lugar en el Índice de Amigos de Dios 1, fue en realidad la decimosexta publicada por separado entre las que componen el libro. Había sido enviada a España desde Roma el 18 de septiembre de 1977, "para que la publiquéis como de costumbre" 2. Era el octavo texto inédito de san Josemaría que se mandaba a la imprenta después de su fallecimiento.
El original enviado ocupa diecinueve folios mecanografiados a doble espacio, con veintinueve notas a pie de página; las referencias patrísticas (a falta de añadir el lugar correspondiente del Migne 3) son incompletas. El título aparece en la cabecera del primer folio ("LA GRANDEZA DE LA VIDA CORRIENTE"), y bajo él se lee: "Homilía pronunciada el 11-III-1960". En esta fecha, sin embargo, hay una errata que probablemente se introdujo al realizar la última copia mecanográfica del original definitivo. Donde debería decir: "19-III-1960", se escribió: "11-III-1960", y al no haber sido advertido entonces el desliz, la fecha errónea quedó impresa en la primera edición por separado de la homilía y de ahí pasó al libro 4. Con esta edición crítico-histórica queda corregido el yerro.
La homilía, en efecto, fue preparada por san Josemaría, como algunas otras, entre agosto de 1973 y mayo de 1974 5, sobre la base de los apuntes –tomados a oído por algunos oyentes– de una meditación que predicó en Roma el 19 de marzo de 1960, de la que se conservan diversas –aunque muy semejantes– versiones. Antes de describirlas, es oportuno mencionar otro dato histórico interesante.
Como se puede comprobar leyendo el párrafo 10a de la homilía publicada –así como el correspondiente pasaje paralelo de la meditación inédita de 1960, que hemos transcrito en nota a pie de página en ese lugar– san Josemaría menciona que va a hacer uso de uno de sus antiguos esquemas de predicación 6. Se conserva, en efecto, un guion que muy probablemente es el reutilizado pues concuerda con la secuencia de ideas de la meditación, y a través de esta con las de la homilía. Por las referencias que contiene y por el conjunto de materiales con los que está archivado se remonta al inicio de la década de los 40 del siglo XX. Está redactado a máquina por las dos caras de una cuartilla, y contiene veinte ideas o recuerdos esquemáticamente expresados 7. Es evidente, a la vista de sus enunciados –sobre todo del n. 5, que habla de santidad sacerdotal–, que ese guion había sido usado por san Josemaría en una predicación dirigida a sacerdotes. Sin embargo, al utilizarlo de nuevo como esbozo para la meditación de 1960, cuyos destinatarios eran laicos, el argumento de fondo será la santidad cristiana como tal, predicable por igual para laicos y sacerdotes, aunque cada uno haya de alcanzarla en sus propias circunstancias 8.
De la meditación de 1960 se conservan cinco versiones, muy semejantes entre sí, como ya hemos señalado, aunque procedentes posiblemente de oyentes distintos. Una de estas, la que denominamos "Versión A", es posiblemente la que fue utilizada como texto de base para redactar la homilía 9.
En la anotación del Diario del Colegio Romano de la Santa Cruz correspondiente al sábado, 19 de marzo de 1960 ("festividad de san José y onomástica del Padre"), se hace también referencia a la meditación predicada en la ocasión por san Josemaría. Aunque sintético, es un testimonio valioso dentro del contexto histórico que estamos analizando10.
Antes de ser enviada la homilía a la imprenta, fueron consultadas desde España unas leves correcciones, que fueron aprobadas11.
La grandeza de la vida corriente fue editada por vez primera en la revista Mundo Cristiano, n. 178, noviembre de 1977, pp. 39-4612. Estaba acompañada de una entradilla que decía:
"A raíz del fallecimiento de Monseñor Josemaría Escrivá de Balaguer en Roma, el 26 de junio de 1975, el cardenal Baggio escribió: ‘La vida, la obra y el mensaje del Fundador del Opus Dei constituyen un viraje o, más exactamente, un capítulo nuevo y original en la historia de la espiritualidad cristiana’. La homilía que hoy nos honramos en publicar, pronunciada el 19 de marzo de 1960 e inédita hasta ahora, es una valiosa muestra de ese mensaje ‘nuevo y original’ que Monseñor Escrivá de Balaguer se ha esforzado en transmitir a lo largo de toda su vida. Cara al comienzo del nuevo año litúrgico, con el Adviento, nos impulsa, una vez más, a cumplir el mandato de Dios de buscar con empeño la santidad en la actividad diaria, en casa, en la oficina, en el campo, en la fábrica, haciendo que todos los momentos y circunstancias de la vida corriente se conviertan en ocasiones de amar a Dios y de servir a los demás".
Usando una expresión de lenguaje común, cabe decir que Amigos de Dios comienza "a lo grande", y no solo por el título de esta homilía inaugural, sino por la abundancia y riqueza de ideas que desde este primer momento nos ofrece.
Dos son los grandes argumentos sobre los que se edifica este primer texto: a) la "vida corriente", la que se desarrolla con la sencillez y normalidad de cada día; b) la llamada a la santidad, que Dios dirige a todos los hombres, en general, pero de modo particular a los cristianos. Ambos temas se hallan fundidos en el título de la homilía, pues la "grandeza" mencionada es sencillamente la que se advierte al contemplar la existencia cotidiana con mirada de cristiano, es decir, sabiendo ya de entrada que Cristo, el Hijo de Dios, al hacerse hombre y vivirla como suya, la ha convertido en cauce de encuentro personal con Dios y en camino real de santidad. Este es un punto clave de la homilía y de todo el libro.
Desde antiguo, con rutina y monotonía, viene serpeando en la mentalidad cultural vigente la idea –que en la época contemporánea es compartida a gran escala–, de que lo corriente, lo de todos los días, es cosa de poco valor, de lo que se debe escapar. Los grandes hombres y mujeres, las personas con notoriedad, conocidas y famosas, son, desde esa perspectiva, las que se desenvuelven en circunstancias fuera de lo común, en lo extraordinario. La vida corriente, en cambio, la normal cotidianidad, es considerada como un obstáculo a la propia realización, como algo opuesto a ese modelo, idealizado por los medios de comunicación, de ser alguien que cuenta y con quien se cuenta.
La concepción cristiana, fundada sobre la revelación del Dios hecho Hombre, contempla la vida cotidiana de un modo mucho más positivo y favorable. A la luz de Cristo, lo corriente, lo de cada día, se entiende como escenario de un acontecer lleno, sí, de normalidad y habitualmente desprovisto de gestos clamorosos, pero entretejido, al mismo tiempo, de una grandeza escondida que pide ser desvelada. Allí nos está esperando el amor de Dios, las realidades más usuales encierran también un algo de trascendente, un protagonismo de Dios.
Asumida por Cristo, la existencia humana común ha sido elevada a la admirable plenitud de la que es capaz. El Hijo de Dios la ha colmado con su realidad personal, dándole su pleno y definitivo significado. En Él, la vida corriente ha recuperado su condición originaria y, aún más, ha llegado a ser verdadero cauce de santidad.
San Josemaría nos exhorta desde estas páginas del libro a identificarnos con ese Modelo, a no conformarnos con menos. La vida corriente se descubre como algo grande, como una aventura grandiosa, cuando se siembra de amor a Dios y de humilde afán de santidad. Este es el hilo conductor de la homilía, que será glosado por el Autor en seis apartados.
En esta breve nota introductoria nos limitamos a sintetizar su contenido, transcribiendo algunos de sus párrafos más significativos, y dejamos para el sucesivo comentario del texto el subrayado de ideas, peculiaridades y matices. Obraremos del mismo modo en las restantes homilías.
Late en este breve título la esencia del seguimiento de Cristo conforme lo describe san Pablo, en cuyos escritos es habitual denominar a los fieles mediante el apelativo "santos". La llamada a ser discípulos de Jesucristo es sinónima de llamada a la santidad (cfr., por ejemplo, Rm 1, 7; 1Co 1, 2: "llamados a ser santos"; Ef 1, 4: "para que fuéramos santos"; etc. El apóstol Pedro, al exponer la misma doctrina, alude también a su base teológica ("así como es santo el que os llamó, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta" (1P 1, 15), tomando ocasión de la repetida exhortación del Lv 11, 44-45; Lv 19, 2: "Sed santos, porque Yo soy santo". Con esta luz de fondo –que se extiende a toda la homilía y a todo el libro– escribe el Autor estos primeros seis números. Su contenido puede quedar ilustrado, por ejemplo, con estas palabras del n. 2: "Vosotros y yo formamos parte de la familia de Cristo, porque Él mismo nos escogió antes de la creación del mundo, para que seamos santos (Ef 1, 4). (…) Esta elección gratuita, que hemos recibido del Señor, nos marca un fin bien determinado: la santidad personal. (…) No lo olvidemos, por tanto: estamos en el redil del Maestro, para conquistar esa cima".
Grande es la santidad a la que Cristo nos llama allí donde nos encontramos, es decir, en medio de nuestras circunstancias habituales y sin salir del sitio que ocupamos en la sociedad. Este principio central de la enseñanza de san Josemaría da la clave de los siguientes cinco números de la homilía, pues santidad en la vida corriente, para quien se sabe un hijo pequeño de Dios, significa santidad en y a través de las cosas usuales y de la actividad acostumbrada. La santidad real pide ser construida con realismo: "Convenceos de que ordinariamente no encontraréis lugar para hazañas deslumbrantes, entre otras razones, porque no suelen presentarse. En cambio, no os faltan ocasiones de demostrar a través de lo pequeño, de lo normal, el amor que tenéis a Jesucristo" (8b).
A Cristo se le sigue para ser como Él santos, y para contribuir a la santificación de los demás. La lógica de tal seguimiento personal del Maestro requiere continuidad y totalidad: que no haya voluntariamente en la propia vida de fe zonas no franqueables desde la fe. Esa es la coherencia cristiana de la que habla el Autor en los dos siguientes puntos, coherencia que ejemplifica con la imagen gráfica de aquel niño que daba todo de sí queriendo tirar también él de la red; siendo muy poco lo que podía aportar, nadie lo apartaba porque él también, en efecto, lo daba todo. "Comenzaron a sacar del agua la red repleta de peces brillantes como la plata, que traían arrastrada por la barca. Tiraban con mucho brío, los pies hundidos en la arena, con una energía prodigiosa. De pronto vino un niño, muy tostado también, se aproximó a la cuerda, la agarró con sus manecitas y comenzó a tirar con evidente torpeza. (…) Pensé en vosotros y en mí; en vosotros, que aún no os conocía, y en mí; en ese tirar de la cuerda todos los días, en tantas cosas. Si nos presentamos ante Dios Nuestro Señor como ese pequeño, convencidos de nuestra debilidad pero dispuestos a secundar sus designios, alcanzaremos más fácilmente la meta" (14b-c).
Nunca cesó san Josemaría de exhortar a todos a perseverar en una plena sinceridad en la dirección espiritual, insistencia que encierra profundas razones espirituales y teológicas, que irán apareciendo a lo largo de estas páginas. A la evidente relación de la sinceridad con la humildad, puerta de entrada a una dirección espiritual fecunda, se une –poniendo el fundamento último e indispensable– la realidad teológica incontrovertible de que a la amistad con Dios, Verdad misma, solo puede llegarse por la vía del amor a la verdad y del compromiso con ella. Amor a la verdad, y consecuentemente, sinceridad con Dios, con uno mismo y con el director espiritual, es un rasgo propio de la identidad de los hijos de Dios, muy marcado en la enseñanza de san Josemaría. "En esa dirección espiritual mostraos siempre muy sinceros: no os concedáis nada sin decirlo, abrid por completo vuestra alma, sin miedos ni vergüenzas. Mirad que, si no, ese camino tan llano y carretero se enreda, y lo que al principio no era nada, acaba convirtiéndose en un nudo que ahoga" (15b).
Quien fomenta en el fondo del corazón un deseo ardiente, un afán grande de alcanzar la santidad, aunque al mismo tiempo se considere a sí mismo, con razón, lleno de miserias (cfr. 20a), sabe también que necesita poner los medios para conseguir una piedad sólida (cfr. 18b). Y eso pide el esfuerzo de buscar en todo la presencia de Dios. San Josemaría lo expone en los siguientes tres números de la homilía, cuya enseñanza podría en cierto modo quedar resumida así: "En la personal intimidad, en la conducta externa; en el trato con los demás, en el trabajo, cada uno ha de procurar mantenerse en continua presencia de Dios, con una conversación –un diálogo– que no se manifiesta hacia fuera. Mejor dicho, no se expresa de ordinario con ruido de palabras, pero sí se ha de notar por el empeño y por la amorosa diligencia que pondremos en acabar bien las tareas, tanto las importantes como las menudas" (19a).
La escena narrada en Lc 5, 1-31 (Jesús que primero pide subir a la barca de Pedro, para luego pedir también la vida entera a Pedro y a los demás) fue siempre evocada por el Autor con alegría e implicación. "¡Con qué naturalidad se mete el Maestro en la barca de cada uno de nosotros!: para complicarnos la vida" (21a). Y nos ayuda a comprender que nuestra vida corriente se hace de verdad grande cuando dejamos que, además de nuestra, sea enteramente suya. "Si nos damos, Él se nos da. Hay que confiar plenamente en el Maestro, hay que abandonarse en sus manos sin cicaterías; manifestarle, con nuestras obras, que la barca es suya; que queremos que disponga a su antojo de todo lo que nos pertenece" (22c).