Homilía en la fiesta de Cristo Rey
Lugar en el libro: 18ª
Datación: 22-XI-1970
Primera edición: XI-1972
Orden de edición: 16ª
La devoción a Cristo Rey, cuyo principal fundamento bíblico es la afirmación del Señor ante Pilatos: “Yo soy rey"1, se halla históricamente ligada al culto y devoción al Sagrado Corazón de Jesús, y al mensaje corazonista, que se remontan a las apariciones y promesas de Cristo a santa Margarita María de Alacoque2. En aquel: “Yo reinaré", revelado a la santa, se ha visto durante siglos el triunfo de la devoción al Sagrado Corazón y a su reino espiritual de amor y misericordia. En ese contexto, la realeza de Cristo y la realeza del Sagrado Corazón han sido tenidos como conceptos equivalentes hasta bien entrado el siglo XIX, en que se fueron progresivamente diferenciando en la medida en que, por razones culturales y sociales, se fueron también distinguiendo las nociones de reinado espiritual y reinado social de Cristo3.
Aunque el reino de Jesucristo no haya dejado nunca de ser considerado, en la doctrina y en la espiritualidad católicas, como un reinado esencialmente de amor, que exige asimismo, en consecuencia, una obediencia de amor, es también claro que, como reacción de oposición al intenso proceso de secularización desarrollado durante el siglo XIX, se fueron introduciendo en el pensamiento católico matices de distinción entre la realeza de Cristo y la del Sagrado Corazón. Mientras que la primera tendió a significar la potestad universal de Jesús sobre las criaturas humanas de todo tiempo y lugar (lo que podría denominarse, como hemos escrito, el “reinado social" de Cristo), la segunda se entendía más bien como expresión de su potestad espiritual: su realeza de Buen Pastor, concebida como poder de caridad y de misericordia4.
A lo largo del siglo XX, y hasta nuestros días, ha estado particularmente presente en el magisterio pontificio la enseñanza sobre esos temas, acompañada de disposiciones litúrgicas y pastorales concretas. Ya el Papa León XIII, en 1899, ante la llegada del nuevo siglo, con deseo de extender el espíritu evangelizador y misionero entre los fieles, quiso consagrar la humanidad al Sagrado Corazón, fomentando así la devoción al reinado universal de Cristo5. El Pontífice sucesivo, san Pío X, estableció que aquella consagración fuese renovada cada año en la fiesta del Sagrado Corazón6, y, de acuerdo con el lema de su pontificado: “Instaurare omnia in Christo", contribuyó a fortalecer en la Iglesia la convicción de la capitalidad de Jesús sobre la entera creación7. Más adelante, pero siempre en ese contexto de consagración al Sagrado Corazón y de afirmación de la realeza de Cristo, el Papa Pío XI dedicó su primera encíclica, Ubi arcano8, al tema de “la paz de Cristo en el reino de Cristo", y estableció después, a través de la encíclica Quas primas9, la nueva fiesta de Cristo Rey, para que fuera celebrada el último domingo de octubre, y tuviera lugar en esa fecha la renovación de la consagración. El reino de Cristo, enseñaba Pío XI, había de ser instaurado ante todo en el corazón de las personas y en las familias, para serlo también finalmente en la sociedad. El reinado social de Cristo no es separable de su reinado espiritual.
El influjo de esas enseñanzas pontificias en la vida eclesial, y concretamente en el campo de la espiritualidad y del compromiso apostólico, fue muy vivo, como lo muestra, por ejemplo, el desarrollo del Apostolado de la Oración y, en especial, de la Acción Católica.
Es lógico suponer que el joven presbítero Josemaría Escrivá, que había recibido la Ordenación sacerdotal el 28 de marzo del año 1925, conociera muy bien aquellos documentos magisteriales y participara plenamente de sus orientaciones doctrinales y pastorales10. La Providencia divina venía preparándole desde años atrás para llevar a cabo una misión fundacional, que contribuiría a establecer el reinado espiritual de Jesucristo en todos los ámbitos de la sociedad, a través de la proclamación de la llamada universal a la santidad en la Iglesia, y de su eficaz puesta en práctica entre fieles cristianos laicos y sacerdotes. Reflejan bien ese ideal de santidad y apostolado unas palabras que, con la luz fundacional de 1928, escribiría años después: «Un secreto. –Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. / –Dios quiere un puñado de hombres “suyos" en cada actividad humana. –Después... “pax Christi in regno Christi" –la paz de Cristo en el reino de Cristo»11.
Es, en efecto, una realidad ampliamente documentada que el tema del reino de Jesucristo, y la aspiración a promover su eficaz soberanía espiritual en toda la sociedad, ocupa desde el primer momento un lugar privilegiado en el pensamiento y en la actividad pastoral del fundador. San Josemaría comprende que la Obra que Dios le pide estará siempre especialmente referida al establecimiento de ese reino de paz, de verdad, de santidad y de justicia entre los hombres, a través de la santificación del trabajo y de la vida cotidiana de los fieles laicos y de los sacerdotes12. Desde los primeros pasos de la fundación, toda su persona –pensamientos, palabras y obras–, y todo su ministerio pastoral fueron conducidos por la gracia divina en esa dirección13.
Estas alusiones a una temática de tanta importancia en la investigación histórica, presente y futura, sobre la misión eclesial de san Josemaría y el espíritu del Opus Dei, permiten dejar constancia –aunque sólo sea de paso– de la amplitud y profundidad de su enseñanza sobre los argumentos desarrollados en la presente homilía.
De acuerdo con la fecha de datación de nuestro texto –22 de noviembre de 1970, último domingo del tiempo ordinario–, se debe hacer notar que san Josemaría, como consta en el Diario del Centro del Consejo General, tuvo en la mañana de aquel día una charla de formación espiritual para los que vivían en aquel Centro, en la que comentó –entre otros aspectos– las características del reinado de Cristo14. Es, pues, posible que las anotaciones de esa charla hayan sido tenidas en cuenta en la preparación del texto de la homilía enviada a la imprenta.
Además, por las semejanzas con el texto de la homilía que haremos notar oportunamente, quizás tomara también en consideración los apuntes de una meditación que había predicado el 27 de octubre de 1963 –festividad de Cristo Rey–, en el Centro del Consejo General, recogidos taquigráficamente por diversos oyentes15. Aunque el texto de esa meditación sea, en conjunto, muy distinto al de la homilía Cristo Rey, ambos documentos conservan entre sí cierto parentesco en cuanto al hilo de fondo, y algunas semejanzas redaccionales16.
Dada la fecha (25-XI-1972) en que el original fue remitido desde Roma a España para ser publicado17, y teniendo en cuenta que el anterior envío había tenido lugar a mediados de septiembre18, puede sostenerse que la redacción de Cristo Rey debió de terminarse durante el mes de octubre de 1972. Como en otras ocasiones, sólo se ha conservado el original mecanografiado (más una fotocopia) de la última versión de la homilía: doce folios a doble espacio, sin correcciones, con cincuenta y nueve citas a pie de página, bajo el título de: CRISTO REY, y como subtítulo: “(Homilía pronunciada el 22-XI-1970, fiesta de Cristo Rey)"19.
La primera edición en castellano de Cristo Rey apareció en Madrid, en noviembre de 1972, dentro de la colección de Folletos “Mundo Cristiano", n. 154. En el mismo ejemplar, se publicó también la homilía Vocación cristiana.
En la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo
En la homilía que estudiamos, con la que se cierra Es Cristo que pasa, cabe destacar varios aspectos:
a) Al estar asociada a la culminación del calendario litúrgico, y ocupar por tal razón el lugar postrero en la sistemática del libro, reitera el perfil eminentemente formativo y alentador (una catequesis, por así decir, ad robur) que san Josemaría quiso dar a estas predicaciones escritas de índole teológico-espiritual, inspiradas en evocaciones litúrgicas de los misterios de la vida de Cristo. Así, leemos en el primer párrafo: “Termina el año litúrgico, y en el Santo Sacrificio del Altar renovamos al Padre el ofrecimiento de la Víctima, Cristo, Rey de santidad y de gracia, rey de justicia, de amor y de paz, como leeremos dentro de poco en el Prefacio. Todos percibís en vuestras almas una alegría inmensa, al considerar la santa Humanidad de Nuestro Señor: un Rey con corazón de carne, como el nuestro; que es autor del universo y de cada una de las criaturas, y que no se impone dominando: mendiga un poco de amor, mostrándonos, en silencio, sus manos llagadas"20.
b) Desarrolla un argumento –realidad y significado del Reino de Cristo–, que no sólo ocupa una posición relevante en el magisterio doctrinal de la Iglesia contemporánea –presente de manera implícita en el texto–, sino que es también, y sobre todo, un tema particularmente significativo del espíritu y el mensaje de santificación transmitidos por el autor. Contemplada bajo esa perspectiva, la homilía permite ahondar en un aspecto medular de sus enseñanzas y goza, en tal sentido, en el conjunto del libro, de un cierto valor añadido.
c) Desde ese punto de vista, el parágrafo titulado: Cristo en la cumbre de las actividades humanas (n. 183), situado materialmente en las páginas centrales del texto, puede ser considerado también como su centro formal. Los siete párrafos de este número, elaborados a partir de la interpretación, de origen carismático, que hace san Josemaría de Jn 12, 32 (“si vosotros me colocáis en la cumbre de todas las actividades de la tierra, cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño, omnia traham ad meipsum, todo lo atraeré hacia mí"21), muestran algunas claves principales de la aportación del fundador del Opus Dei a la teología y a la espiritualidad de la existencia cristiana. Un concreto ejemplo son estas palabras: “Abrazar la fe cristiana es comprometerse a continuar entre las criaturas la misión de Jesús. Hemos de ser, cada uno de nosotros, alter Christus, ipse Christus, otro Cristo, el mismo Cristo. Sólo así podremos emprender esa empresa grande, inmensa, interminable: santificar desde dentro todas las estructuras temporales, llevando allí el fermento de la Redención"22.
d) Otros tres puntos teológicamente destacables de la homilía, que ahora dejamos simplemente señalados, pero a los que volveremos, son: 1) la elaborada síntesis de la noción bíblica de Reino (n. 180), que recoge 33 citas del Evangelio; 2) la interesante reflexión sobre la libertad personal (n. 184), tema siempre importante en san Josemaría; y, en fin, 3) el breve y sustancial comentario al Salmo 2, salmo de la condición filial y de la realeza mesiánica, directamente predicable de Cristo y participadamente del cristiano (nn. 185-186).
Hilo conductor de la homilía
Tantas y tan significativas cuestiones como las indicadas, podrían sugerir a priori la existencia de un hilo conductor, que estuviera constituido –como en otros casos– por una conjunción de varios temas de fondo. Pero aquí, en realidad, no es así. El hilo de fondo de la homilía es único, y puede expresarse de esta manera: quienes rechazan a Cristo y se enfrentan a Él en la vida personal y social, en realidad no le conocen (“ni han visto la belleza de su rostro, ni saben la maravilla de su doctrina"23). Ante ese clamor de oposición, consecuencia de la presencia del pecado en la historia, los cristianos –además de desagraviar a Jesucristo y dejarle reinar en nuestra alma– estamos llamados a darlo a conocer, primero con el ejemplo (“que seamos testimonio suyo (...) porque es la única y la última razón de nuestra existencia"), y después, con la palabra, con la doctrina (“así obró Cristo: cœpit facere et docere (Hch 1, 1), primero enseñó con obras, luego con su predicación divina"24).
He aquí un elenco de ideas reveladoras del contenido de la homilía, y del iter de sus razonamientos, que iremos encontrando y, oportunamente, anotando:
– “Muchos no soportan que Cristo reine; se oponen a Él de mil formas: en los diseños generales del mundo y de la convivencia humana; en las costumbres, en la ciencia, en el arte. ¡Hasta en la misma vida de la Iglesia!"25.
– “El Señor me ha empujado a repetir, desde hace mucho tiempo, un grito callado: serviam!, serviré. Que Él nos aumente esos afanes de entrega, de fidelidad a su divina llamada –con naturalidad, sin aparato, sin ruido–, en medio de la calle"26.
– “El reino de Cristo no es un modo de decir, ni una imagen retórica. Cristo vive, también como hombre, con aquel mismo cuerpo que asumió en la Encarnación, que resucitó después de la Cruz y subsiste glorificado en la Persona del Verbo juntamente con su alma humana. Cristo, Dios y Hombre verdadero, vive y reina y es el Señor del mundo. Sólo por Él se mantiene en vida todo lo que vive"27.
– “La perfección del reino –el juicio definitivo de salvación o de condenación– no se dará en la tierra. (...) Quien entiende el reino que Cristo propone, advierte que vale la pena jugarse todo por conseguirlo"28.
– “Cristo debe reinar, antes que nada, en nuestra alma. Pero qué responderíamos, si Él preguntase: tú, ¿cómo me dejas reinar en ti? Yo le contestaría que, para que Él reine en mí, necesito su gracia abundante: únicamente así hasta el último latido, hasta la última respiración, hasta la mirada menos intensa, hasta la palabra más corriente, hasta la sensación más elemental se traducirán en un hosanna a mi Cristo Rey"29.
– “Si pretendemos que Cristo reine, hemos de ser coherentes: comenzar por entregarle nuestro corazón. Si no lo hiciésemos, hablar del reinado de Cristo sería vocerío sin sustancia cristiana, manifestación exterior de una fe que no existiría, utilización fraudulenta del nombre de Dios para las componendas humanas"30.
– “Si dejamos que Cristo reine en nuestra alma, no nos convertiremos en dominadores, seremos servidores de todos los hombres. (...) Sólo sirviendo podremos conocer y amar a Cristo, y darlo a conocer y lograr que otros más lo amen"31.
– “La paz de Cristo es la del reino de Cristo; y el reino de nuestro Señor ha de cimentarse en el deseo de santidad, en la disposición humilde para recibir la gracia, en una esforzada acción de justicia, en un divino derroche de amor"32.
– “Cristo, Señor Nuestro, fue crucificado y, desde la altura de la Cruz, redimió al mundo, restableciendo la paz entre Dios y los hombres. Jesucristo recuerda a todos: et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum (Jn 12, 32), si vosotros me colocáis en la cumbre de todas las actividades de la tierra, cumpliendo el deber de cada momento, siendo mi testimonio en lo que parece grande y en lo que parece pequeño, omnia traham ad meipsum, todo lo atraeré hacia mí. ¡Mi reino entre vosotros será una realidad!"33.
– “A esto hemos sido llamados los cristianos, ésa es nuestra tarea apostólica y el afán que nos debe comer el alma: lograr que sea realidad el reino de Cristo, que no haya más odios ni más crueldades, que extendamos en la tierra el bálsamo fuerte y pacífico del amor. Pidamos hoy a nuestro Rey que nos haga colaborar humilde y fervorosamente en el divino propósito de unir lo que está roto, de salvar lo que está perdido, de ordenar lo que el hombre ha desordenado, de llevar a su fin lo que se descamina, de reconstruir la concordia de todo lo creado"34.
– “Llevo toda mi vida predicando la libertad personal, con personal responsabilidad. La he buscado y la busco, por toda la tierra, como Diógenes buscaba un hombre. Y cada día la amo más, la amo sobre todas las cosas terrenas"35.
– “No me salgo de mi oficio de sacerdote cuando digo que, si alguno entendiese el reino de Cristo como un programa político, no habría profundizado en la finalidad sobrenatural de la fe y estaría a un paso de gravar las conciencias con pesos que no son los de Jesús"36.
– “Recordad el salmo segundo: ¿por qué se han amotinado las naciones, y los pueblos traman cosas vanas? Se han levantado los reyes de la tierra, y se han reunido los príncipes contra el Señor y contra su Cristo (Sal 2, 3). ¿Lo veis? Nada nuevo. Se oponían a Cristo antes de que naciese; se le opusieron, mientras sus pies pacíficos recorrían los senderos de Palestina; lo persiguieron después y ahora, atacando a los miembros de su Cuerpo místico y real"37.
– “¿Que hay muchos empeñados en comportarse con injusticia? Sí, pero el Señor insiste: pídeme, te daré las naciones en herencia, y extenderé tus dominios hasta los confines de la tierra. Los regirás con vara de hierro y como a vaso de alfarero los romperás (Sal 2, 8-9). Son promesas fuertes, y son de Dios: no podemos disimularlas. No en vano Cristo es Redentor del mundo, y reina, soberano, a la diestra del Padre. Es el terrible anuncio de lo que aguarda a cada uno, cuando la vida pase, porque pasa; y a todos, cuando la historia acabe, si el corazón se endurece en el mal y en la desesperanza. Sin embargo Dios, que puede vencer siempre, prefiere convencer"38.
– “Seamos hombres de paz, hombres de justicia, hacedores del bien, y el Señor no será para nosotros Juez, sino amigo, hermano, Amor. Que en este caminar –¡alegre!– por la tierra, nos acompañen los ángeles de Dios. Antes del nacimiento de nuestro Redentor, escribe san Gregorio Magno, nosotros habíamos perdido la amistad de los ángeles. La culpa original y nuestros pecados cotidianos nos habían alejado de su luminosa pureza... Pero desde el momento en que nosotros hemos reconocido a nuestro Rey, los ángeles nos han reconocido como conciudadanos"39.