24 de agosto

SAN BARTOLOMÉ († siglo I)

El nombre de Bartolomé es un patronímico que significa Hijo de Tholmai, derivado del arameo a través del griego. El nombre de Tholmai aparece en el Antiguo Testamento (Nm 13, 23, y 2S 3, 3), y Josefo lo cita en la forma griega, Tholomaios ( Antigüedades, XX, I, 1).

Del apóstol Bartolomé el Nuevo Testamento no conoce más que el nombre, consignado en las cuatro listas del Colegio Apostólico (Mt 10, 3; Mc 3, 18; Lc 6, 14, y Hch 1, 13).

Si el cuarto Evangelio no menciona a Bartolomé, señala por dos veces la presencia cerca de Jesús de un discípulo llamado Natanael, nombre derivado también del arameo, que quiere decir Don de Dios.

Se plantea la cuestión de saber si Bartolomé y Natanael son el mismo personaje. Esta identificación es muy posible, puesto que Bartolomé es un simple patronímico, como Barabbas o Barjona, que puede usarse solo, pero supone, naturalmente, un nombre propio.

Pero, además, esta identificación es muy probable porque la vocación extraordinaria de Natanael, consignada en el cuarto Evangelio, no parece que fuera estéril. A continuación del relato de su primer encuentro con Jesús, San Juan introduce a nuevos personajes que comienzan a relacionarse con el joven Maestro, y uno de ellos debió ser nuestro apóstol.

Al otro día, queriendo Jesús salir hacia Galilea, encontró a Felipe, y le dijo: Sígueme. Era Felipe de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro. Encontró Felipe a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y en los Profetas, a Jesús, hijo de José de Nazaret. Díjole Natanael: ¿De Nazaret puede salir algo bueno? Díjole Felipe: Ven y verás. Vio Jesús a Natanael, que venía hacia El, y dijo de él: He aquí un verdadero israelita en quien no hay dolo. Díjole Natanael: ¿De dónde me conoces? Contestó Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamase, cuando estabas debajo de la higuera, te vi. Natanael le contestó: Rabbi, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Contestóle Jesús y le dijo: ¿Porque te he dicho que te vi debajo de la higuera crees? Cosas mayores has de ver. Y añadió: En verdad, en verdad te digo, que veréis abrirse el cielo y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre (Jn 1, 43-51).

Este Natanael, que tan cumplido elogio mereció de Cristo, era de Caná (Jn 21, 2), dato que consigna San Juan al presentarle por segunda vez, cuando la pesca milagrosa en el Tiberíades después de la resurrección del Señor. Era también amigo de Felipe, como acabamos de ver, y quizá esta amistad sea la razón de que Bartolomé y Felipe formen pareja en la lista de los apóstoles que traen los sinópticos, lo cual confirma la tesis de que Bartolomé y Natanael son una sola persona.

Las objeciones en contra no tienen peso. Porque si en antiguos catálogos de apóstoles figuran como distintos, también son distintos Pedro y Cefas, con lo que pierden toda autoridad tales documentos. Y si San Agustín se inclina igualmente a distinguirlos (Comm. in Io., I, 843), y le sigue San Gregorio Magno, lo hace dando una interpretación demasiado personal al pasaje ¿De Nazaret puede salir nada bueno?, que le descubriría como doctor de la Ley, demasiado suspicaz para que Cristo le admitiera como apóstol, lo cual está en contradicción con el elogio del mismo Cristo y se explica suficientemente admitiendo que Natanael no dominara del todo sus sentimientos de paisanaje. Caná y Nazaret eran poblaciones demasiado cercanas para que entre ambas no hubiera rivalidades.

Probada de esta forma la identidad de Bartolomé y Natanael, recapacitemos un instante sobre su primer encuentro con Jesús. Alma noble e impresionable, sin dobleces ni recovecos, manifiesta con todo candor sus emociones, pasando de la duda a la admiración y a la entrega. Juega Jesús con esta fogosidad del discípulo, y le prepara ya desde ahora para las grandes teofanías y revelaciones.

Lo de la higuera fue un simple destello de su sabiduría divina. ¿Porque te he dicho eso crees? Cosas mayores has de ver. La primera gran manifestación llegará a los tres días, y precisamente en Caná, para que obrando allí el prodigio desaparezca toda sospecha contra el descendiente de Nazaret. Porque en el reino de Dios no hay compromisos aldeanos de patria o lugar, de carne o sangre.

En Caná, patria de Bartolomé, asistió Jesús con su Madre y sus discípulos a aquella boda que envidiarían los esposos jóvenes de todos los siglos. En ella convirtió el agua en vino y elevó el contrato a sacramento, el amor humano a caridad sobrenatural, dando así su regalo nupcial anticipado a todos los matrimonios cristianos.

El maestresala, atolondrado con el apuro de faltar el vino, no sabía la procedencia del vino nuevo; pero sí estaban al tanto de ello los criados, que llenaron de agua hasta rebosar las ánforas de las abluciones. Ciertamente que Jesús había hecho una espléndida manifestación de su gloria y con razón podían creer en él sus discípulos. ¿Sería descabellado imaginarnos un aparte de Felipe a Bartolomé al gustar el vino milagroso?: ¡Qué! ¿Puede salir algo bueno de Nazaret? Y aquello era sólo el comienzo. Restaban mayores cosas, no tanto por los prodigios espectaculares cuanto por la intimidad con el Señor. ¡La dicha de convivir hora a hora con el Maestro! Jesús va moldeando a sus discípulos como el alfarero el dócil barro. La materia prima es buena, la gracia divina hará lo demás. Los apóstoles fueron la mejor obra artesana del Carpintero de Nazaret.

El Evangelio, parco siempre y contenido, no desciende a muchos detalles que saciarían nuestra devota curiosidad; pero a través de sus páginas podemos seguir las andanzas del Colegio Apostólico. Presididos por el Maestro recorren, en continuo trajín pueblos y aldeas, predican en sinagogas y plazas, a las orillas del lago o en los repechos de la montaña. Las turbas les acosan, sin darles lugar a descanso, pues eran muchos los que iban y venían y ni tiempo de comer les dejaban (Mc 6, 31).

Esto de la comida era frecuente, como cuando se percatan, después de haber subido a la barca, que han olvidado proveerse de pan (Mt 8, 14), o cuando tienen que comer espigas de los sembrados, desgranándolas con las manos, lo que provoca un conflicto con los fariseos, por ser día de sábado (Mt 12, 1), o buscan higos en la higuera estéril (Mt 21, 18).

De dormir tampoco andarían muy sobrados. El Señor pasaba las noches en oración y sus discípulos procurarían imitarle. Pero es que les vemos en diferentes ocasiones cruzando el lago de noche, para aprovechar el tiempo, como después de las dos multiplicaciones de los panes y los peces, y puede que también durante la tempestad, cuando el mismo Señor, rendido, se durmió en la navecilla (Mt 8, 24).

Era la vida errante que Cristo había mostrado al discípulo tímido que deseaba seguirle. Las zorras tienen sus guaridas y las aves del cielo sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reposar su cabeza (Lc 9, 58).

Y como El los suyos. Dependían de la caridad ajena, de los amigos que les invitaban a comer, del socorro de las santas mujeres o de la administración tacaña de Judas, que, como ladrón, robaba de la bolsa común (Jn 21, 5).

¿Cuál era la condición de los apóstoles? En lo social pertenecían a lo que pudiéramos llamar una clase media acomodada. Juan y Santiago, los hijos del Zebedeo, tenían un próspero negocio de pesca, con barca propia y criados. Similar era la situación de Simón y Andrés, y por el estilo la de Felipe y Bartolomé, los galileos que vivían en la región ribereña del lago. Probablemente alternaban el oficio de la pesca con otras profesiones artesanas, o con el pastoreo y la labranza.

En lo cultural poseían la instrucción de los de su clase, basada en un conocimiento suficiente de la Ley y la literatura religiosa judía, y seguramente sabían, además del arameo, el griego común, la lengua que se hablaba en Cafarnaúm y sus aledaños, por ser nudo de comunicaciones y comercio.

En lo religioso eran almas sinceras, asiduos a la sinagoga los sábados, cumplidores sin escrúpulos nimios de la Ley, encendidos en la esperanza del Mesías, entregados de lleno al ideal de salvación de Israel que el Maestro predicaba, aunque algunas veces se dejaran llevar de interpretaciones algo terrenas.

¿Cómo se manifiestan los apóstoles? Con una mezcla muy humana de buenas cualidades y defectos.

Son generosos, lo han dejado todo, sus casas, su familia, sus amistades, su profesión... Han roto todos los lazos que les unían a cosas tan queridas y entrañables, y se han lanzado a la gran aventura.

Son leales a su Maestro, y tiemblan la noche de la cena, cuando les anuncia que entre ellos se encuentra un traidor.

Piden al Señor que les aumente la fe, que les enseñe a orar, que les explique las parábolas, todo lo cual denota una enorme buena voluntad y un deseo grande de aprovechamiento.

Junto a estas excelentes cualidades apuntan las imperfecciones. Son puntillosos, buscan los primeros puestos, quieren figurar. Son cobardes cuando regresa Jesús a Judea y cuando le abandonan la noche del prendimiento.

No entienden tampoco la Pasión, por más explicaciones y anuncios que el Señor les da.

Mas Jesús, con paciencia infinita, les va instruyendo y formando, aunque deje también para el Espíritu el completar interiormente su obra.

Alterna la teoría con la práctica y por dos veces les envía a evangelizar los poblados galileos, concediéndoles poderes de arrojar los demonios y realizar milagros.

Ellos volvieron radiantes por el fruto cosechado, y entonces Jesús exulta de gozo, porque su Padre revela estas cosas a los pequeñuelos y se las esconde a los sabios y prudentes.

Fueron tres años de trabajo y convivencia que dejaron en su alma un poso inolvidable. Jesús los destinaba a ser sus sucesores en el ministerio pastoral. Ellos gobernarían la grey cristiana y les concedió amplísimos poderes. Les transmitió su sacerdocio, con la potestad de ofrecer el sacrificio de su Cuerpo y Sangre y administrar los sacramentos, signos eficaces de la gracia. Les encomendó el depósito de su doctrina, haciéndolos maestros y doctores.

Tenían que superar la hora de la prueba, cuando fue como si todo se derrumbara. Ya lo había predicho el Maestro: Todos padeceréis escándalo por mí esta noche. Ellos, que esperaban había de redimir a Israel...

Mas ¡qué sobresalto cuando empiezan a llegar noticias confusas de que vive! Y aquella misma tarde del domingo, estando en el cenáculo con las puertas cerradas, se les aparece Jesús: La paz con vosotros. Yo soy; no temáis. Mirad mis llagas.

Allí estaba también Bartolomé, que no faltó a la reunión de los hermanos, como Tomás, apóstol individualista.

Y también estuvo con otros siete discípulos la noche aquella en que Pedro, recordando su juventud, dijo: –Voy a pescar.

Y los demás dijeron: –Vamos también nosotros contigo.

Era al filo de la madrugada, cuando una sombra gritó desde la orilla: –Muchachos, ¿tenéis algo que comer? –No –contestaron ellos secamente.

–Pues echad la red a la derecha del navío.

Y no podían sacar las redes por la abundancia de la pesca. Entonces Juan, el más joven, susurró a Pedro: –Es el Señor.

Y Pedro, impetuoso, sin esperar a que la barca llegara a la orilla, se lanzó a nado, porque estaban cerca de la costa.

Después fue la ascensión del Señor desde el monte Olivete. Y diez días más tarde la efusión del Espíritu Santo, y la proclamación de la Iglesia, y las primeras conversiones, y los primeros fieles, y la comunidad de todos, hasta formar una sola alma y un solo corazón.

Pero el Maestro había dicho que predicaran en todo el mundo. ¿Adónde marchó San Bartolomé? Todo es obscuro y confuso en su vida, emborronado por la literatura apócrifa y la leyenda.

Según las Actas de Felipe habría predicado en Licaonia y en la Frigia; según el Martirio de San Bartolomé, pasión legendaria de la que se conservan dos redacciones, una en griego y otra en latín, habría predicado en el Ponto y el Bósforo; según la tradición que se remonta a Panteno y recoge Eusebio en su Historia, habría predicado en las Indias, entendiendo por tales las Indias orientales, donde habría llevado el Evangelio en arameo escrito por San Mateo; o a un país vecino a Etiopía o a la Arabia Feliz, según las referencias que tomaron los historiadores Rufino y Sócrates.

Y todavía quedan leyendas más seguras que sitúan a nuestro Santo en Mesopotamia, Persia y Armenia. Allí habría predicado la fe en Areobanos, no lejos de Albak, y habría convertido a la hermana del rey, quien, en un acceso de ira, le mandó desollar vivo y decapitarlo. Desde luego los armenios le tienen por patrono principal, y por las circunstancias de su martirio lo es también de los carniceros y curtidores.

En mis recuerdos infantiles se halla ligada la historia de San Bartolomé, patrono de mi pueblo natal, a esta coplilla que se cantaba la mañana del día 24 de agosto en el rosario de la aurora, y recoge la imagen del Santo que nos ha transmitido la iconografía: No hay ningún santo en el cielo que tenga la honra de Bartolomé, porque tiene el cuchillo en la mano, el pellejo al hombro y el diablo a los pies.

Y habéis de saber que este Santo fue martirizado porque predicaba nuestra santa fe.

Lo del pellejo al hombro y el cuchillo en la mano está relacionado con su martirio; lo del demonio encadenado se refiere al milagro que hizo el Santo aherrojando con cadenas al demonio que hablaba por boca del ídolo Astaroth, que engañaba a los cándidos habitantes de una de las ciudades que evangelizó.

El culto a San Bartolomé está sujeto a la crítica tanto como su propia vida. Las leyendas armenias y coptas aseguran que su cuerpo fue arrojado al mar. Teodoro el Lector y Procopio hablan de un traslado a Daras, en Mesopotamia. Gregorio de Tours dice que llegó milagrosamente a la isla de Lípari. De allí, por miedo a los sarracenos, fue transportado en 808 a Benevento, y más tarde, el año 1000, fue llevado a Roma por gestiones de Otón III, depositándolo en la iglesia de San Adalberto, en la isla Tiberina, que desde entonces se llamó de San Bartolomeo in ínsula, y llegó a ser título cardenalicio. Aunque no está claro si los beneventanos dieron las reliquias del apóstol o las de San Paulino de Nola. Sin embargo, la festividad de hoy es por esta fecha de su traslación. En la Roma medieval llegó a tener dedicadas otras muchas iglesias, lo que se explica por la gran devoción que los fieles han profesado siempre a este glorioso apóstol.

CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA.

Bartolomé, Apóstol (s. I)

Con absoluta certeza sólo sabemos su nombre; casi podríamos decir que es un Apóstol desconocido a causa de los poquísimos datos evangélicos que tenemos de él.

Aparece mencionado en las cuatro «listas» de Apóstoles, tanto la de los Hechos como en las de los Sinópticos. San Juan, que no pone en su Evangelio ninguna lista de Apóstoles, no  lo nombra en su producción literaria sagrada.

Pero a partir de los datos neotestamentarios, los estudiosos antiguos tomaron pistas para esclarecer más su personalidad y llegaron a conclusiones, generalmente bien aceptadas por la crítica moderna, inclinándose a identificarlo con otro personaje que está presente en el Evangelio y que se llama Natanael. Verás.

Natanael sí que es colocado por Juan dentro del círculo de los más íntimos de Jesús y esto ya es un buen indicio. Como es amigo de Felipe, éste le habló de Jesús afirmando su mesianidad y recibiendo por parte de Natanael respuesta un tanto despreciativa por ser Cristo de Nazaret y de allí «nunca salió nada bueno»; pero Felipe tendrá el gesto de facilitarle una entrevista con Jesús y se lo presentará; el Señor, nada más verlo, hace de él un elogio: «este es un israelita en el que no hay engaño»; el encomio es tan significativo que daría la sensación al lector cristiano para el que Juan escribe su Evangelio de quedarse incompleto y extraño de no tener ninguna respuesta posterior (parece como si la respuesta digna esperada fuera el llegar a ser incluido en el grupo apostólico); el relato joánico terminará con una explícita y rotunda confesión de fe de Natanael, cuando el Señor le diga –misteriosamente para nosotros– que le vio  «cuando estaba debajo de la higuera». Además, esta escena sucede sólo tres días antes del primer milagro de Jesús en las bodas de Caná de Galilea, realizado con la consecuencia de un fortalecimiento de la fe de sus discípulos en Él y, casualmente,  Natanael es natural de Caná.

La segunda vez que Juan mencionará a Natanael será en el episodio pospascual de la pesca milagrosa que tuvo lugar en el lago Tiberíades, como discípulo presente, testigo de Jesús resucitado, que es condición indispensable para pertenecer al grupo de los Apóstoles.

Así que Juan habla de un Natanael incluido dentro de los íntimos de Jesús y en la privilegiada situación cuyos indicios llevan a poder considerarlo Apóstol, pero que no se menciona en las «listas». Y los otros lugares neotestamentarios incluyen en las «listas» un Bartolomé, ciertamente Apóstol, del que Juan no habla.

Si a esto se añade que Bartolomé es un nombre patronímico –como Barjona, Barrabás o Barjesú– que quiere decir hijo de Tholmaí –nombre que aparece en otros lugares de la Biblia, empleado por Josefo en la forma griega como Tholomaios– y que en las «listas» de los Apóstoles de Hechos y Sinópticos sale siempre emparejado Felipe con Bartolomé, se puede llegar bien y sin forzar los textos de que Bartolomé y Natanael son la misma persona con dos nombres distintos: un  patronímico (Bartolomé –hijo de, Tholmaí–) y otro propio (Natanael –don de Dios–),  como sucede de modo innegable con el nombre propio Simón que también es denominado con el patronímico Barjona o hijo de Jonás.

Y ya no se sabe más; sólo que era un alma noble, sin dobleces ni recovecos y lo común con los demás Apóstoles, después del acontecimiento de Pentecostés en el que estuvo presente: el trajín por los pueblos y campos acompañando a Jesús; la existencia pobre –a expensas de las limosnas que les daban–, pero que bien valía la pena disfrutar con tal de quedarse boquiabiertos por lo que enseñaba aquel rabí joven que les enseñaba el valor del sufrimiento que no entendían; quisquillosos entre ellos porque les gustaba figurar; conscientes de sus limitaciones que les llevaron tantas veces a tener que pedir explicación a  las parábolas y a que les enseñara a rezar. A pesar de todo, Él los hizo depositarios del poder de Dios para extender el Reino.

Para más detalle de su vida y muerte es preciso recurrir a la leyenda y fábula que la hay abundante en la literatura apócrifa. Las Actas de Felipe lo sitúan predicando en Licaonia y Frigia, El martirio de San Bartolomé en el Ponto y el Bósforo, Eusebio dice que evangelizó la India y otras leyendas más seguras dicen que fue por las tierras de Mesopotamia, Persia y Armenia donde murió degollado  –quizá por eso sea  patrono de carniceros y curtidores- y decapitado luego por el rey en un acceso de ira, después de haber convertido a la fe cristiana y bautizado a la hermana regia.

De ahí sacó motivo la iconografía para presentarlo con pellejo al hombro y cuchillo en la mano, símbolo de su martirio,  dejando ver al demonio encadenado   –en señal de dominio sobre él– que engañaba a la pobre gente cuando hacía hablar al ídolo Astaroth.

Para sus reliquias también existen caminos a gusto de todos, aunque nada fiables. Unas leyendas dicen que su cuerpo fue arrojado al mar, otros afirman que se trasladó a Mesopotamia, Gregorio de Tours comenta que sus restos llegaron milagrosamente a la isla de Lípari de donde se trasladaron en el 808 a Benevento por temor a los sarracenos. En el año 1000 llegaron a Roma y se pusieron en la isla Tiberina, en la iglesia de San Adalberto que cambió el nombre por la de San Bartolomé.