«Rezar para tener ganas de cumplir la voluntad de Dios, para conocer la voluntad de Dios y, una vez conocida, para seguir adelante con la voluntad de Dios»: es la triple invitación que el Papa Francisco repitió durante la misa del martes 27 de enero, por la mañana, en la capilla de la Casa Santa Marta.
El Pontífice, para su reflexión, partió de la oración colecta del inicio de la celebración, cuando se le pidió al Señor: «Guía nuestros pasos según tu voluntad, para que demos frutos de buenas obras». El énfasis se pone especialmente en la frase «según tu voluntad» -explicó-, porque hoy «esta palabra "voluntad”, la voluntad de Dios, está presente en ambas lecturas y también en el Salmo responsorial de la liturgia».
Destaca ante todo en la primera lectura, tomada de la Carta a los Hebreos (Hb 10, 1-10), que «da una explicación de los sacrificios antiguos y hace ver que no son capaces de justificarnos. No tienen -dijo al respecto el Papa Francisco- la fuerza de darnos la justicia, de perdonar los pecados. Son sólo una oración que el pueblo renueva cada año, una petición de perdón. Pero no justifican, no tienen la fuerza para ello».
En segundo lugar vuelve con «la profecía» del salmo (Sal 40 [39]), que san Pablo relaciona con Cristo para explicar «cómo inició el camino de la justificación». En efecto, destacó el Papa, «Jesús, cuando entra en el mundo, dice: "Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas” (Hb 10, 6), porque son provisionales; no digo inútiles, provisionales. "Me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” (Hb 10, 5-7)». Y «este gesto de Cristo, de venir al mundo para hacer la voluntad de Dios, es lo que nos justifica, es el sacrificio: el verdadero sacrificio que, una vez para siempre, nos ha justificado».
Por lo tanto «Jesús viene para hacer la voluntad de Dios y comienza de manera fuerte, así como acaba, en la cruz». Su itinerario terreno, en efecto, «comienza anonadándose», como escribe Pablo a los Filipenses (Flp 2, 8): «Se despojó de sí mismo. Se humilló, tomando la condición de esclavo y siendo obediente hasta la cruz» (cf. Flp 2, 7-8). Como consecuencia, continuó el Pontífice, «la obediencia a la voluntad de Dios es la senda de Jesús, que comienza con esto: "Vengo para hacer la voluntad de Dios”». Y es también «el camino de la santidad, del cristiano, porque fue precisamente el camino de nuestra justificación: que Dios, el proyecto de Dios, se realice, que la salvación de Dios se realice». Al contrario de lo que sucedió en el Paraíso terrestre «con la no-obediencia de Adán»: la desobediencia, aclaró Francisco, que «trajo el mal a toda la humanidad».
En efecto, «también los pecados son actos de no obedecer a Dios, de no hacer la voluntad de Dios. En cambio, el Señor nos enseña que este es el camino, no existe otro». Un camino que «comienza con Jesús, en el cielo, en la voluntad de obedecer al Padre», y en la «tierra comienza con la Virgen», en el momento en que ella dice al ángel: «Que se cumpla en mí lo que tú dices (cf. Lc 1, 38), es decir, que se cumpla la voluntad de Dios. Y con ese "sí” a Dios, el Señor comenzó su itinerario entre nosotros».
El Papa se centró además en la importancia para Jesús de «hacer la voluntad de Dios». Lo testimonia el episodio sucesivo al encuentro con la samaritana, cuando «un mediodía, con el calor de esa zona un poco desértica», los discípulos le insistían: «Maestro, come», Él respondió: «No: "mi alimento es hacer la voluntad del Padre” (cf. Jn 4, 31-34)». Haciendo comprender de este modo que la voluntad de Dios para Él «era como el alimento, lo que le daba fuerza, lo que le permitía seguir adelante». No por casualidad explicará luego a los discípulos: «Yo he venido al mundo para hacer la voluntad del que me ha enviado (cf. Jn 6, 38), para realizar una obra de obediencia».
Sin embargo, indicó el obispo de Roma, ni siquiera para Jesús fue fácil. «El diablo, en el desierto, en las tentaciones, le hizo ver otros caminos», pero no se trataba de la voluntad del Padre y «Él lo rechazó». Lo mismo sucedió «cuando a Jesús no lo comprendieron y lo abandonaron; muchos discípulos se marcharon porque no entendían cómo es la voluntad del Padre», mientras que «Jesús sigue cumpliendo» esta voluntad. Una fidelidad que vuelve también en las palabras: «Padre, que se cumpla tu voluntad», pronunciadas «antes del juicio», la noche que rezaba en el huerto pidió a Dios que aleje «este cáliz, esta cruz. Jesús sufre -comentó el Papa-, sufre mucho. Pero dice: que se cumpla tu voluntad».
Este «es el alimento de Jesús, y es también el camino del cristiano. Él abrió camino para nuestra vida; y no es fácil hacer la voluntad de Dios, porque cada día se nos presentan en una bandeja muchas opciones: haz esto que está bien, no es malo». En cambio, habría que preguntarse inmediatamente: «¿Es la voluntad de Dios? ¿Cómo hago para cumplir la voluntad de Dios?». He aquí, por lo tanto, una sugerencia práctica: «Ante todo pedir la gracia, rezar y pedir la gracia de querer hacer la voluntad de Dios. Esto es una gracia».
Sucesivamente hay que preguntarse también: «¿Pido que el Señor me done el querer hacer su voluntad? ¿O busco componendas, porque tengo miedo de la voluntad de Dios?». Además, añadió, hay que «rezar para conocer la voluntad de Dios para mí y para mi vida, acerca de la decisión que debo tomar ahora, sobre la forma de gestionar las situaciones». Por lo tanto, resumiendo: «La oración para querer hacer la voluntad de Dios y la oración para conocer la voluntad de Dios. Y cuando llego a conocer la voluntad de Dios» también una tercera oración: «para cumplirla. Para cumplir esa voluntad, que no es la mía, sino la suya».
El Papa Francisco dijo que es consciente de que todo esto «no es fácil» y recordó al respecto el hecho del joven rico que narran los Evangelios de Mateo (Mt 19, 16-22) y de Marcos (Mc 10, 17-22): «ese joven tan bueno, del cual dice el Evangelio que Jesús lo amó porque era justo. Jesús le propuso otra cosa y él no tuvo la valentía». Por ello, «cuando el Padre, cuando Jesús nos pide algo», hay que preguntarse: «¿Es esta su voluntad?». Cierto, «son cosas difíciles, y nosotros no somos capaces, con nuestras fuerzas, de aceptar lo que el Señor nos dice». Pero una ayuda para hacerlo está en la oración: «Señor, dame la valentía, dame la fuerza para seguir adelante, según la voluntad del Padre».
Que el Señor «nos dé la gracia a todos para que un día pueda decir de nosotros -concluyó citando el texto del Evangelio de Marcos (Mc 3, 34-35)- lo que dijo de ese grupo, de esa multitud que lo seguía, los que estaban sentados a su alrededor: "He aquí a mi madre y a mis hermanos. Porque quien cumple la voluntad de Dios, ese es para mí hermano, hermana y madre”. Hacer la voluntad de Dios nos hace formar parte de la familia de Jesús, nos hace madre, padre, hermana, hermano». De aquí el deseo de que «el Señor nos done la gracia de esta familiaridad» con Él; una familiaridad que «significa precisamente hacer la voluntad de Dios».