La homilía del Papa Francisco durante la misa celebrada el jueves 14 de enero en Santa Marta se centró en la fuerza de la oración del hombre de fe. El Pontífice comparó la primera lectura y el Evangelio del día, destacando cómo en estos textos se habla «de una victoria y de una derrota». En el pasaje tomado del primer libro de Samuel (1S 4, 1-11) se lee, en efecto, acerca del pueblo de Dios que «fue derrotado en batalla, en guerra contra los Filisteos» mientras que en el Evangelio de Marcos (Mc 1, 40-45) se narra, en cambio, la victoria sobre la enfermedad del leproso que se pone en las manos de Jesús. Dos resultados opuestos debidos a los distintos tipos de fe de los protagonistas.
Francisco comenzó deteniéndose sobre los eventos que llevaron al desastre para Israel, que «fue derrotada y cada uno huyó a su tienda. Fue una gran derrota: cayeron 30.000 infantes. ¡Treinta mil! El Arca de Dios también fue apresada y murieron Jofní y Pinjás, los dos hijos de Elí. El pueblo, de este modo, había perdido todo. También la dignidad…». Pero, ¿por qué, sucedió eso? se preguntó el Papa. El Señor siempre ha estado con su pueblo: «¿Qué ha llevado a esta derrota?». El hecho es, explicó, que el pueblo «paso tras paso, lentamente se había alejado del Señor; vivían mundanamente», incluso se había hecho ídolos. Es verdad que los israelita iban al santuario de Siló pero lo hacían «un poco como… si fuera una costumbre cultural: habían perdido la relación filial con Dios». He aquí, por tanto, el punto central: «no adoraban más a Dios». Por ello el Señor los dejó solos». Se alejan y Dios los dejó actuar.
Pero no es todo. El Pontífice en efecto, continuó su análisis del comportamiento de los israelitas. Cuando perdieron la primera batalla, «los ancianos se preguntaron: "Pero, ¿por qué nos ha derrotado hoy el Señor, ante los filisteos? Vamos a recuperar el arca de la Alianza"». En ese momento de dificultad, en efecto, «se acordaron del Señor», pero una vez más sin auténtica fe. De hecho, destacó el Papa, «se fueron a recuperar el arca de la alianza como si fuera algo -perdonad la palabra- un tanto "mágica"». Decían: «Recuperemos el arca, nos salvará». Pero en el arca -subrayó Francisco- «estaba la ley», esa ley «que ellos no observaban y de la cual se habían alejado». Todo esto significa que «no existía ya una relación personal con el Señor: se habían olvidado de Dios que los había salvado».
Sucedió así que los israelitas llevaron el arca y que los filisteos al inicio se asustaron, pero después dijeron: «¡Pero no, comportémonos como hombres, sigamos adelante!». Y vencieron. La masacre -comentó el Papa- «fue total: 30.000 infantes. Y además el arca de Dios fue tomada por los filisteos; los dos hijos de Elí, aquellos sacerdotes delincuentes que se aprovechaban de la gente en el santuario de Siló, Jofní y Pinjás murieron». Un balance desastroso: «el pueblo sin infantes, sin jóvenes, sin Dios y sin sacerdotes. Una derrota total».
En el salmo responsorial (tomando del salmo (Sal 43) hallamos la reacción del pueblo cuando se da cuenta de aquello que ha sucedido: «El Señor, nos ha rechazado y cubierto de vergüenza». El salmista reza: «Levántate Señor, no nos rechaces más. ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y opresión?». Esta, concluyó el Pontífice, «es la derrota: un pueblo que se aleja de Dios acaba así». Y es una lección que vale para todos. También hoy. También nosotros, aparentemente, somos devotos, «tenemos un santuario, tenemos tantas cosas…». Pero, preguntó el Papa, «¿tu corazón está con Dios? ¿Tú sabes adorar a Dios?». Y si crees en Dios, pero «un Dios un poco neblinoso, lejano, que no entra en tu corazón y tú no obedeces sus mandamientos», entonces significa que estás ante una «derrota».
Por otra parte, el evangelio habla de una victoria. También en este caso Francisco ha querido recordar la Escritura, en la que se narra que «vino a Jesús un leproso que le suplicaba de rodillas -precisamente con un gesto de adoración- y le decía: "Si quieres, puedes limpiarme"».
El leproso, explicó el Papa, en un cierto sentido «reta al Señor diciendo: yo soy un derrotado en la vida». En efecto, «era un derrotado, porque no podía hacer vida común; era siempre un «descartado», dejado de lado». Y continúa: «Tú puedes transformar esta derrota en victoria». Y «ante esto, Jesús tuvo compasión, extendió la mano, y lo tocó diciendo: "Quiero: queda limpio"». Por lo tanto, otra batalla: esta, sin embargo, «se acabó en dos minutos con la victoria», mientras que la de los israelitas duró «todo el día» y acabó con la derrota. La diferencia está en el hecho de que «aquel hombre tenía algo que lo impulsaba a ir hacia Jesús» y a lanzarle ese reto. Esto es, «tenía fe».
Para profundizar la reflexión, el Pontífice citó un pasaje del quinto capítulo de la primera carta de Juan, donde se lee: «lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe». Y es precisamente lo que le sucedió al leproso: «Si quieres, puedes hacerlo». Los derrotados descritos en la primera carta, en cambio, «rezaban a Dios, llevaban el arca, pero no tenían la fe, la habían olvidado».
A este punto el Papa llegó al núcleo de su reflexión, subrayando que «cuando se pide con fe, Jesús mismo ha dicho que se mueven las montañas». Y recordó las palabras del Evangelio: «Lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré. Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá». Todo es posible, pero sólo «con la fe. Y esta es nuestra victoria».
Por ello, dijo Francisco concluyendo la homilía, «pidamos al Señor que nuestra oración siempre tenga esa raíz de fe»: pidamos «la gracia de la fe». La fe, en efecto, es un don y «no se aprende en los libros». Un don del Señor que se debe pedir. «"Dame la fe". "Creo, Señor" ha dicho ese hombre que pedía a Jesús que curase a su hijo: "Creo, Señor, ayuda mi poca fe"». Por ello, debemos pedir «al Señor la gracia de rezar con fe, de estar seguros que cada cosa que pedimos a Él nos será dada, con esa seguridad que nos da la fe. Y esta es nuestra victoria: nuestra fe».