"Rezar es ir con Jesús al Padre que nos concederá todo"

Domingo, 10 de mayo de 2020

Introducción

En los últimos dos días ha habido dos conmemoraciones: el 70 aniversario de la Declaración de Robert Schuman, que dio inicio a la Unión Europea, y también la conmemoración del fin de la guerra. Hoy le pedimos al Señor que Europa crezca unida en esta unidad de hermandad que hace que todos los pueblos crezcan en unidad en la diversidad.

Homilía

En este pasaje del Evangelio (cfr. Jn 14, 1-14), el discurso de despedida de Jesús, Jesús dice que va al Padre. Y dice que estará con el Padre y también quien cree en él «hará las obras que yo hago, y hará mayores aún, porque yo voy al Padre. Y yo os concederé todo lo que pidáis en mi nombre, para que el Padre sea glorificado en el Hijo» (vv. Jn 14, 12-14). Podemos decir que este pasaje del Evangelio de Juan es la declaración de la subida al Padre.

El Padre siempre ha estado presente en la vida de Jesús y Jesús hablaba de esto. Jesús rezaba al Padre. Y muchas veces, hablaba del Padre que cuida de nosotros, como cuida de los pájaros, de los lirios del campo... El Padre. Y cuando los discípulos le pidieron que les enseñara a orar, Jesús enseñó a orar al Padre: «Padre nuestro» (Mt 6, 9). Siempre va [se dirige] al Padre. Pero en este pasaje es muy fuerte; y es también como si abriera las puertas de la omnipotencia de la oración. “Porque estoy con el Padre: vosotros pedid y yo haré todo. Pero porque el Padre lo hará conmigo” (cfr. Jn 14, 11). Esta confianza en el Padre, confianza en el Padre que es capaz de hacer todo. Este valor para rezar, porque rezar requiere valentía. Se necesita la misma valentía, la misma franqueza que para predicar: la misma. Pensemos en nuestro padre Abraham, cuando “regateaba” con Dios para salvar a Sodoma (cfr. Gn 18, 28-33): “¿Y si fueran menos? ¿Y menos? ¿Y menos?... Realmente, sabía cómo “negociar”. Pero siempre con esa valentía: “Disculpa, Señor, pero hazme un descuento: un poco menos, un poco menos...”. Siempre el coraje de la lucha en la oración, porque orar es luchar: luchar con Dios. Y luego, Moisés: las dos veces que el Señor hubiera querido destruir al pueblo (cfr. Ex 32, 1-35) y (cfr. Nm 11, 1-3) y hacerle jefe de otro pueblo, Moisés dijo “¡No!”. ¡Le dijo “no” al Padre! ¡Con valentía! Pero si vas a orar así -[susurra una oración tímida]- ¡esto es una falta de respeto! Orar es ir con Jesús al Padre que te dará todo. Valentía en la oración, franqueza en la oración. La misma que se necesita para la predicación.

Y hemos oído en la primera lectura de ese conflicto en los primeros días de la Iglesia (cfr. Hch 6, 1-7), porque los cristianos de origen griego murmuraban -murmuraban, ya se hacía en aquellos tiempos: se ve que es una costumbre de la Iglesia...-,  murmuraban porque sus viudas, sus huérfanos no estaban bien atendidos; los apóstoles no tenían tiempo de hacer muchas cosas. Y Pedro [con los apóstoles], iluminado por el Espíritu Santo, “inventó”, por así decirlo, los diáconos. “Hagamos una cosa: busquemos a siete personas que sean buenas y que estos hombres se encarguen del servicio” (cfr. Hch 6, 2-4). El diácono es el custodio del servicio en la Iglesia. “Y así estas personas, que tienen motivos para quejarse, estén bien atendidas en sus necesidades y nosotros -dice Pedro, lo hemos oído- nos dedicaremos a la oración y al anuncio de la Palabra” (cfr. v. Hch 6, 5). Esta es la tarea del obispo: orar y predicar. Con esta fuerza que hemos oído en el Evangelio: el obispo es el primero en ir al Padre, con la confianza que ha dado Jesús, con el valor, con la parresia, para luchar por su pueblo. La primera tarea de un obispo es rezar. Pedro lo dijo: “Y a nosotros, la oración y la proclamación de la Palabra”.

Conocí a un sacerdote, un santo párroco, bueno, que cuando se encontraba con un obispo lo saludaba como se debe, muy amable, y siempre le hacía esta pregunta: “Excelencia, ¿cuántas horas reza al día?”, y decía siempre: “Porque la primera tarea es rezar”. Porque es la oración del jefe de la comunidad por la comunidad, la intercesión al Padre para que proteja al pueblo.

La oración del obispo, la primera tarea: rezar. Y la gente, al ver al obispo rezar, aprende a rezar. Porque el Espíritu Santo nos enseña que es Dios quien “hace la cosa”. Nosotros hacemos un poquitín, pero es él quien “hace las cosas” de la Iglesia, y la oración es la que lleva a la Iglesia hacia adelante. Y para esto los jefes de la Iglesia, por así decirlo, los obispos, deben seguir adelante con la oración

Esa palabra de Pedro es profética: “Que los diáconos hagan todo esto, así la gente está bien atendida y ha resuelto los problemas y también sus necesidades. Pero a nosotros, los obispos, la oración y la proclamación de la Palabra”.

Es triste ver a buenos obispos, capaces, personas buenas, pero ocupados en muchas cosas, la economía, y esto y lo otro y lo de más allá... La oración en primer lugar. Luego, lo demás. Pero cuando lo demás roba espacio a la oración, algo no funciona. Y la oración es fuerte por lo que hemos oído decir a Jesús en el Evangelio: «Yo voy al Padre. Y yo os concederé todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, para que el Padre sea glorificado» (Jn 14, 12-13) Así sigue adelante la Iglesia, con la oración, la valentía valor de la oración, porque la Iglesia sabe que sin esta subida al Padre no puede sobrevivir.

Oración para recibir la Comunión espiritual

Las personas que no pueden recibir la comunión hacen ahora la comunión espiritual.

A tus pies me postro, ¡oh Jesús mío!, y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito, que se hunde en la nada, ante tu santa Presencia. Te adoro en el Sacramento de tu amor, la inefable Eucaristía, y deseo recibirte en la pobre morada que te ofrece mi alma. Esperando la dicha de la comunión sacramental, quiero poseerte en espíritu. Ven a mí, puesto que yo vengo a ti, ¡oh mi Jesús!, y que tu amor inflame todo mi ser en la vida y en la muerte. Creo en ti, espero en ti, te amo.