Antología de Textos

ADULACION


1. Dice Jesús: Yo soy la Verdad (Jn 14, 6). De Él dice el Evangelista que tiene la plenitud de la Verdad, y que esta nos vino por medio de Él (Jn l, 14 y 17). Toda su enseñanza, también su vida y su muerte, constituyen un testimonio de la verdad (Jn 18, 37). Y aquel en quien está la verdad (Jn 8, 44) es de Dios, y, por tanto, oye también a Dios. La verdad tuvo su origen en Dios y la mentira en la oposición consciente a Él. Por eso llama Jesús al demonio padre de la mentira, porque la mentira comenzó con él. Y todo el que miente tiene al diablo como padre (Jn 8, 42 ss). La falta de veracidad que se manifiesta como hipocresía, revela una discordia interior, una rotura de la personalidad. Una persona así es como una campana hendida. Tampoco ella puede emitir un sonido claro. El testimonio que el Señor dio de Natanael, diciendo que era un israelita en quien no había doblez (Jn 1, 47), es lo más bello que se puede decir de un hombre. El cristiano, si quiere serlo de verdad, debe desprenderse de la mentira (Ef 4, 25); ninguna falsedad debe salir de su boca (Ap 14, 5). Por consiguiente, si la mentira se extiende en algún lugar, señal de que el poder diabólico ha entrado en acción.
2. Entre las muchas clases y formas de mentira, existe una con nombre propio: la adulación. Se caracteriza por el afán desmedido de agradar, traducido en servilismo, en elogios innecesarios, o con el fin de obtener alguna ventaja personal. Dice la Sagrada Escritura a este propósito que mejor es la corrección del sabio que la adulación del necio (Si 7, 5). Se opone a la virtud social de la afabilidad, que orienta las relaciones ordinarias de la vida social para hacer más grata la convivencia (cfr. Suma Teológica, 2-2, q. 115, a. 1). La adulación es hermana de la seducción. San Pablo advierte que se eviten los discursos piadosos y solemnes que intentan seducir los corazones de los fieles (Rm 16, 18). Con cierto orgullo confiesa el Apóstol que nunca usó de adulaciones (1Ts 2, 5). Lo mismo debe decir el cristiano de sí mismo. La adulación es indigna del cristiano. Pero debe también cuidarse de no prestar oídos a las adulaciones y escuchar las palabras de la seducción. Mejores son los enemigos que los aduladores. "El adulador -dice San Juan Clímaco- es ministro del demonio [...] (y) maestro del error" (n. 55). La persona seducida por adulación pierde pronto el sentido de la realidad y caminará de error en error. Con dificultad verá sus faltas, ocultas por falsas alabanzas, y tendrá abierta de par en par la puerta de la vanagloria. La adulación puede causar mucho daño. Se opone, entre otras, a las siguientes virtudes: la veracidad, la justicia, frecuentemente a la caridad, y hace imposibles la amistad y la verdadera convivencia.
3. Como es lógico, no todo elogio y alabanza, que hemos de prodigar resaltando lo bueno de quienes nos rodean, es una adulación hipócrita. "Es bueno -dice Santo Tomás- querer agradar a los demás y animar al prójimo a progresar en la virtud", pero "es pecado quererles agradar por motivos de vanagloria, o de interés personal, o en cosas malas" (Suma Teológica, 2-2, q. 115, a. 1, ad 1). Concretamente: "Es adulación cuando la alabanza recae sobre algo que no debería alabarse, ya sea porque se trate de una obra mala, o porque no esté claro el fundamento para tal alabanza, o cuando es de temer que la alabanza sea, para el otro, motivo de vanagloria" (Ibídem). El cristiano no debe utilizar esta forma de hipocresía y de mentira que es la adulación; y ha de aprender a rectificar la intención ante las alabanzas, sabiendo que pasan "como el sonido de las palabras" y que toda gloria es para Dios.

"Cuantos me alaban, en realidad me dañan"

48 Mis pensamientos en Dios son muy elevados, pero me pongo a raya a mí mismo, no sea que perezca por mi vanagloria. Pues ahora sobre todo tengo motivos para temer y me es necesario no prestar oído a quienes podrían tentarme de orgullo Porque cuantos me alaban en realidad me dañan Es cierto que deseo sufrir el martirio, pero ignoro si soy digno de él (SAN IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Carta a los Tralianos).

49 Muchas veces nuestra débil alma, cuando recibe por. sus buenas acciones el halago de los aplausos humanos, se desvía [...], encontrando así mayor placer en ser llamada dichosa que en serlo realmente [...]. Y aquello que había de serle un motivo de alabanza en Dios se le convierte en causa de separación en él (SAN GREGORIO MAGNO, Moralia, 10, 4748).

50 El adulador conduce al mal a su prójimo, porque es incapaz de saber qué es lo que le conviene (TEÓFILO, en Catena Aurea, vol. VI, p. 475).

51 Es necesario fijarnos mucho en su entrada (de la alabanza y la adulación); como si se tratara de estar en guardia contra una fiera presta a arrebatar a aquel que no la vigila. Entra calladamente y destruye por medio de los sentidos todas las cosas que encuentra en el interior (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 336).

52 Los muertos sepultan también a los muertos cuando los pecadores favorecen a los pecadores; pues quien alaba al que peca, le esconde ya muerto bajo la losa de sus palabras (SAN JERÓNIMO, en Catena Aurea, vol. 1, p 495).

El adulador, "un ministro del demonio"

53 El adulador es ministro del demonio, doctor de la soberbia, destructor del arrepentimiento, aniquilador de las virtudes, maestro del error (SAN JUAN CLIMACO, Escala del paraíso, 22).

Falta contra la caridad

54 La adulación unas veces se opone a la caridad, y otras no. Se opone a la caridad de tres modos. Uno, por su mismo objeto, como alabar un pecado; esto contraría a la caridad con Dios, contra cuya justicia se profiere tal alabanza, y a la caridad para con el prójimo, a quien se alienta con su mala acción [...]. Otro modo, por razón de la intención, cuando con la adulación se pretende dañar corporal o espiritualmente [...]. El tercer modo es por la ocasión, como cuando la alabanza del adulador es ocasión de pecado para otro, aun prescindiendo de la intención del adulador (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q. 115, a. 2).

Superficialidad de la alabanza vana

55 Los mismos que alaban son nada, y pasarán con el sonido de sus palabras. En cambio, la fidelidad del Señor dura por siempre (Imitación de Cristo, 3, 14).

56 Tengo entendido que quien se dejare llevar por cosas de la tierra o dichos de alabanzas de los hombres, está muy engañado por la poca ganancia que en esto hay; una cosa les parece hoy, otra mañana; de lo que una vez dicen bien, presto tornan a decir mal (SANTA TERESA, Fundaciones, 27, 21).

Aprender a rechazar las alabanzas

57 El desprecio de las alabanzas es lo primero y lo principal que hemos de aprender (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Sobre el sacerdocio).

58 De nada debe huir el hombre prudente tanto como de vivir según la opinión de los demás (SAN BASILIO, Discurso a los jóvenes).

59 Rechaza las alabanzas que te hagan por el éxito obtenido, porque no se deben a un vil instrumento como tú, sino a El, que, si así lo quiere, puede servirse de una vara para hacer brotar el agua de una roca, o de un poco de tierra para devolver la vista a los ciegos [...] (J. PECCI –León XIII–, Práctica de la humildad, 45).
Rectificar la intención ante la alabanza

60 Todo motivo de excelencia lo ha dado Dios para que aproveche a los demás, de donde se sigue que en tanto debe agradarle al hombre el testimonio que los demás le dan de su excelencia, en cuanto contribuya al bien ajeno (SANTO TOMÁS, Suma Teológica, 22, q. 131, a. 1).

61 Cuanto más me exalten, Jesús mío, humíllame más en mi corazón, haciéndome saber lo que he sido y lo que seré, si Tú me dejas (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 591).