256 Hasta te serviré, porque vine a servir y no a ser servido. Yo soy amigo, y miembro y cabeza, y hermano y hermana y madre; todo lo soy, y solo quiero contigo intimidad. Yo, pobre por ti, mendigo por ti, crucificado por ti, sepultado por ti; en el cielo, por ti ante Dios Padre; y en la tierra soy legado suyo ante ti. Todo lo eres para Mi, hermano y coheredero, amigo y miembro. ¿Qué más quieres? (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 76).
257 Tan espléndida es la gracia de Dios y su amor a nosotros, que hizo El más por nosotros de lo que podemos comprender (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, 1. c., 61).
258 ¿Saber que me quieres tanto, Dios mío, y... no me he vuelto loco? (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, 425).
258b Hay que saberse amado singularmente, como alguien único, como "alguien delante de Dios". Como una persona, como una excepción. Esa convicción metafísica constituye la fuerza más radical del hombre: "Pondus meum amor meus: eo feror, quocumque feror" (SAN AGUSTÍN, Conf. 13, 9). Esa gravitación es el resultado de que yo sea por amor, pero también expresa una íntima sed y una indigencia amorosa. De ahí la natural e irreprimible tendencia a ser feliz, a una plenitud que aún no se tiene y a la que se está destinado (...). Esa felicidad es sustancialmente la alegría o gozo del amor, y el amor es la plenitud misma del ser espiritual (C. CARDONA, Metafísica del bien y del mal, pp. 130-131).
259 Ninguna lengua es suficiente para declarar la grandeza del amor que Jesús tiene a cualquier alma que está en gracia (SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, 2).
260 El fuego de amor de Ti, que en nosotros quieres que arda hasta encendernos, abrasarnos y quemarnos lo que somos, y transformarnos en Ti, Tú lo soplas con las mercedes que en tu vida nos hiciste, y lo haces arder con la muerte que por nosotros pasaste (SAN JUAN DE AVILA, Audi filia, 69).
261 El abismo de malicia, que el pecado lleva consigo, ha sido salvado por una Caridad infinita. Dios no abandona a los hombres (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 95).
262 Oye cómo fuiste amado cuando no eras amable; oye cómo fuiste amado cuando eras torpe y feo; antes, en fin, de que hubiera en ti cosa digna de amor. Fuiste amado primero para que te hicieras digno de ser amado (SAN AGUSTÍN, Sermón 142).
263 Ahora me da devoción ver cómo me daba Dios tan presto lo que yo perdí por mi culpa (SANTA TERESA, Vida, 1, 4).
264 Considerad conmigo esta maravilla del amor de Dios: el Señor que sale al encuentro, que espera, que se coloca a la vera del camino, para que no tengamos más remedio que verle. Y nos llama personalmente, hablándonos de nuestras cosas, que son también las suyas, moviendo nuestra conciencia a la compunción, abriéndola a la generosidad, imprimiendo en nuestras almas la ilusión de ser fieles, de podernos llamar sus discípulos (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 59).
265 ¿Cuál es la explicación de que nos alegremos con el Señor, si El está lejos? Pero en realidad no está lejos. Tú eres el que hace que esté lejos. Amalo y se te acercará; ámalo y habitará en ti. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna (SAN AGUSTÍN, Sermón 21).
266 El sol ilumina al mismo tiempo los cedros y cada florecilla, como si estuviera sola en la tierra; nuestro Señor se interesa también por cada alma en particular, como si no existieran otras iguales (SANTA TERESA DE LIS1EUX, Manuscritos autobiográficos).
267 Cuando Dios Nuestro Señor concede a los hombres su gracia, cuando les llama con una vocación especifica, es como si les tendiera una mano, una mano paterna llena de fortaleza, repleta sobre todo de amor, porque nos busca uno a uno, como a hijas e hijos suyos, y porque conoce nuestra debilidad. Espera el Señor que hagamos el esfuerzo de coger su mano, esa mano que El nos acerca: Dios nos pide un esfuerzo, prueba de nuestra libertad (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 17).
268 Ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor; pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios (SAN AGUSTÍN, Sobre la doctrina cristiana, 1).
269 En ocasiones, Dios no desdeña de visitarnos con su gracia, a pesar de la negligencia y relajamiento en que ve sumido nuestro corazón [...]. Tampoco tiene a menos hacer brotar en nosotros abundancia de pensamientos espirituales. Por indignos que seamos, suscita en nuestra alma santas inspiraciones, nos despierta de nuestro sopor, nos alumbra en la ceguedad en que nos tiene envueltos la ignorancia, y nos reprende y castiga con clemencia. Pero hace más: se difunde en nuestros corazones, para que siquiera su toque divino nos mueva a compunción y nos haga sacudir la inercia que nos paraliza (CASIANO, Colaciones, 4).
269b El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4, 9). "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16) (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 458).
270 [...] ninguna prueba de la caridad divina hay tan patente como el que Dios, creador de todas las cosas, se hiciera criatura, que nuestro Señor se hiciera hermano nuestro, que el Hijo de Dios se hiciera hijo de hombre (SANTO TOMÁS, Sobre el Credo, l. c., 59).
271 ¡Qué grande y qué manifiesta es esta misericordia y este amor de Dios a los hombres! Nos ha dado una gran prueba de su amor al querer que el nombre de Dios fuera añadido al titulo de hombre (SAN BERNARDO, Sermón 1, sobre la Epifanía).
272 Aprende, pues, ¡oh, hombre!, y conoce a qué extremos llegó Dios por ti. Aprende (en Belén) esa lección de humildad tan grande que te da un maestro sin hablar todavía. En el paraíso tú tuviste tal honor que pudiste poner nombres a todos los animales, y aquí tu Creador se ha hecho tan niño, que ni aun puede dar a la suya el de madre. Tú en aquel vastísimo lugar de ricos bosques te perdiste desobedeciendo. El se ha hecho hombre mortal en tan estrecha posada para buscar, muriendo, al que estaba muerto. Tú, hombre, quisiste ser Dios y pereciste. El, Dios, quiso ser hombre y te salvó. ¡Tanto pudo la soberbia humana que necesitó de la humildad divina para curarse! (SAN AGUSTÍN, Sermón 183).
273 A sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Den gracias al Señor por su misericordia, por las maravillas que hace con los hombres. Den gracias y digan entre los gentiles: El Señor ha estado grande con ellos. Señor, ¿qué es el hombre para que le des importancia, para que te ocupes de él? Porque te ocupas ciertamente de él, demuestras tu solicitud y tu interés para con él. Llegas hasta a enviarle tu Hijo único, le infundes tu Espíritu. Incluso le prometes la visión de tu rostro. Y para que ninguno de los seres celestiales deje de tomar parte en esta solicitud por nosotros, envías a los espíritus bienaventurados para que nos sirvan y nos ayuden, los constituyes nuestros guardianes, mandas que sean nuestros ayos (SAN BERNARDO, Sermón 12, sobre el Salmo "Qui habitat").
274 El amor de Dios es celoso; no se satisface si se acude a su cita con condiciones [...] (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 28).
275 Pero el amor sólo con amor se cura. El amor de Dios es la salud del alma. Y cuando no tiene cumplido amor, no tiene salud cumplida y por eso está enferma. La enfermedad es falta de salud. Cuando el alma no tiene ningún grado de amor, está muerta. Pero cuando tiene algún grado de amor de Dios, por pequeño que sea, ya está viva, aunque muy débil y enferma, porque tiene poco amor. Cuanto más amor tiene, más salud también. Cuando tiene amor perfecto tiene total salud (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 11, 11).
276 No es razón que amemos con tibieza a un Dios que nos ama con tanto ardor (SAN ALFONSO Mª DE LIGORIO, Visitas al Stmo. Sacramento, 4).
277 Cuando Dios ama, lo único que quiere es ser amado: si él ama, es para que nosotros le amemos a él, sabiendo que el amor mismo hace felices a los que se aman entre sí (SAN BERNARDO, Sermón 83).