3307 No es pequeño fruto el desprecio de la gloria humana; y es entonces cuando uno está libre del yugo de los hombres (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. 1, p. 380).
3308 Si estáis inclinados a la avaricia, pensad con frecuencia en la locura de este pecado, que nos hace esclavos de lo que ha sido creado para servirnos; pensad que a la muerte, en todo caso, será menester perderlo todo, dejándoselo a quien tal vez lo malversará o se servirá de ello para su ruina y perdición (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 4, 10).
3309 Eres, al mismo tiempo, siervo y libre; siervo, porque fuiste hecho; libre, porque eres amado de Aquel que te hizo, y también porque amas a tu Hacedor (SAN AGUSTÍN, Coment. sobre el Salmo 99, 7).
3310 El afirmar que estos enemigos se oponen a nuestro progreso, lo decimos solamente en cuanto nos mueven al mal, no que creamos que nos determinen efectivamente a él.
Por lo demás, ningún hombre podría en absoluto evitar cualquier pecado, si tuvieran tanto poder para vencernos como lo tienen para tentarnos. Si por una parte es verdad que tienen el poder de incitarnos al mal, por otra es también cierto que se nos ha dado a nosotros la fuerza de rechazar sus sugestiones y la libertad de consentir en ellas. Pero si su poder y sus ataques engendran en nosotros el temor, no perdamos de vista que contamos con la protección y la ayuda del Señor.
3311 [...] cuando una madre se sacrifica por amor a sus hijos, ha elegido; y, según la medida de ese amor, así se manifestará su libertad. Si ese amor es grande, la libertad aparecerá fecunda, y el bien de los hijos proviene de esa bendita libertad, que supone entrega, y proviene de esa bendita entrega, que es precisamente libertad (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 30).
3311b En algunas corrientes del pensamiento moderno se ha llegado a exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla como un absoluto, que sería la fuente de los valores. En esta dirección se orientan las doctrinas que desconocen el sentido de lo trascendente o las que son explícitamente ateas. Se han atribuido a la conciencia individual las prerrogativas de una instancia suprema del juicio moral, que decide categórica e infaliblemente sobre el bien y el mal. Al presupuesto de que se debe seguir la propia conciencia se ha añadido indebidamente la afirmación de que el juicio moral es verdadero por el hecho mismo de que proviene de la conciencia. Pero, de este modo, ha desaparecido la necesaria exigencia de verdad en aras de un criterio de sinceridad, de autenticidad, de "acuerdo con uno mismo", de tal forma que se ha llegado a una concepción radicalmente subjetivista del juicio moral (JUAN PABLO II, Enc. Veritatis splendor, n. 32).
3311c Con esta imagen, la Revelación enseña que el poder de decidir sobre el bien y el mal no pertenece al hombre, sino solo a Dios. El hombre es ciertamente libre, desde el momento en que puede comprender y acoger los mandamientos de Dios. Y posee una libertad muy amplia, porque puede comer "de cualquier árbol del jardín". Pero esta libertad no es ilimitada: el hombre debe detenerse ante el "árbol de la ciencia del bien y del mal", por estar llamado a aceptar la ley moral que Dios le da. En realidad, la libertad del hombre encuentra su verdadera y plena realización en esta aceptación. Dios, que solo Él es Bueno, conoce perfectamente lo que es bueno para el hombre, y en virtud de su mismo amor se lo propone en los mandamientos (JUAN PABLO II, Enc. Veritatis splendor, n. 35).
3311d La reflexión racional y la experiencia cotidiana demuestran la debilidad que marca la libertad del hombre. Es libertad real, pero contingente. No tiene su origen absoluto e incondicionado en sí misma, sino en la existencia en la que se encuentra y para la cual representa, al mismo tiempo, un límite y una posibilidad. Es la libertad de una criatura, o sea, una libertad donada, que se ha de acoger como un germen y hacer madurar con responsabilidad (JUAN PABLO II, Enc. Veritatis splendor, n. 86).
3311e La libertad se fundamenta, pues, en la verdad del hombre y tiende a la comunión. La razón y la experiencia muestran no solo la debilidad de la libertad humana, sino también su drama. El hombre descubre que su libertad está inclinada misteriosamente a traicionar esta apertura a lo Verdadero y al Bien, y que demasiado frecuentemente prefiere, de hecho, escoger bienes contingentes, limitados y efímeros. Más aún, dentro de los errores y opciones negativas, el hombre descubre el origen de una rebelión radical que lo lleva a rechazar la Verdad y el Bien para erigirse en principio absoluto de sí mismo: "Seréis como dioses" (Gn 3, 5). La libertad, pues, necesita ser liberada. Cristo es su libertador: "para ser libres nos libertó" él (Ga 5, 1) (JUAN PABLO II, Enc. Veritatis splendor, n. 86).
3312 [...] los cristianos, comportándose sabiamente con aquellos que no tienen fe, esfuércense por difundir en el Espíritu Santo, en caridad no fingida, en palabras de verdad (2Co 6, 6-7), la luz de la vida con toda confianza y fortaleza apostólica, incluso hasta el derramamiento de la sangre (CONC. VAT. II, Decl. Dignitatis humanare, 14).
3313 Es un crimen de irreligión arrebatar a los hombres la libertad de religión y prohibirles que elijan divinidad, es decir, no permitirme adorar a quien yo quiero adorar y forzarme a adorar a quien yo no quiero adorar [...]. Bien es cierto que Dios es de todos los hombres, queramos o no queramos, y a El pertenecemos todos. Pero entre vosotros está permitido adorarlo todo, menos al Dios verdadero [...] (TERTULIANO, Apologético, 24, 6 y 10).
3314 Es uno de los capítulos principales de la doctrina católica [...], que el hombre, al creer, debe responder voluntariamente a Dios, y que, por tanto, nadie debe ser forzado a abrazar la fe contra su voluntad (CONC. VAT. II, Decl. Dignitatis humanare, 10).
3315 Hay que respetar las legitimas ansias de verdad: el hombre tiene obligación grave de buscar al Señor, de conocerle y de adorarle, pero nadie en la tierra debe permitirse imponer al prójimo la práctica de una fe de la que carece; lo mismo que nadie puede arrogarse el derecho de hacer daño al que la ha recibido de Dios (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 32).
3316 Está [...] en total acuerdo con la índole de la fe el excluir cualquier género de coacción por parte de los hombres en materia religiosa. Y por ello, el régimen de libertad religiosa contribuye no poco a fomentar aquel estado de cosas en el que los hombres puedan ser invitados a la fe cristiana, abrazarla por su propia determinación y profesarla activamente en toda la ordenación de la vida (CONC. VAT. II, Decl. Dignitatis humanae, 10).
3317 No fuimos creados para la muerte, sino que morimos por nuestra culpa. La libertad nos perdió; esclavos quedamos los que aramos libres; por el pecado fuimos vencidos. Nada malo fue hecho por Dios, fuimos nosotros los que produjimos la maldad. Pero los que la produjimos somos también capaces de rechazarla (TACIANO, Discursos contra los griegos, 11).
3318 Responder que no a Dios, rechazar ese principio de felicidad nueva y definitiva, ha quedado en manos de la criatura. Pero si obra así, deja de ser hijo para convertirse en esclavo (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 34).
3319 Ya en esta vida servir a Dios es reinar. Cuando Dios libra al hombre del pecado que lo hace esclavo, lo desembaraza de toda servidumbre y lo establece en la verdadera libertad. De otro modo el hombre va siempre de deseo en deseo sin calmarse jamás. Cuanto más tiene más querrá; tratando de buscar satisfacción nunca está contento. En efecto, el que tiene un deseo está poseído por él; se vende a lo que ama; buscando la libertad, siguiendo sus apetitos con ofensa de Dios, se hace esclavo del demonio para siempre (SANTA CATALINA DE GÉNOVA, Le libre arbitre, 1. c., p. ll0-111).
3319b El proyecto del utilitarismo, basado en una libertad orientada con sentido individualista, o sea, una libertad sin responsabilidad, constituye la antítesis del amor, incluso como expresión de la civilización humana considerada en su conjunto. Cuando este concepto de libertad encuentra eco en la sociedad, aliándose fácilmente con las más diversas formas de debilidad humana, se manifiesta muy pronto como una sistemática y permanente amenaza para la familia. A este respecto, se podrían citar muchas consecuencias nefastas, documentables a nivel estadístico, aunque no pocas de ellas quedan escondidas en los corazones de los hombres y de las mujeres, como heridas dolorosas y sangrantes (JUAN PABLO II, Carta a las familias, 2-II-1994, n. 14).
3320 No pienses que aquellas hazañas son meros hechos pasados y que nada tienen que ver contigo, que los escuchas ahora: en ti se realiza su místico significado. En efecto, tú, que acabas de abandonar las tinieblas de la idolatría y deseas ser instruido en la ley divina, eres como si acabaras de salir de la esclavitud de Egipto (ORIGENES. Hom. sobre el libro de Josué, 4, 1).
3321 La primera libertad es carecer de pecados (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 41, 8).
3322 ¿Qué muerte más funesta para el alma como la libertad de errar? (SAN AGUSTÍN, Epístola 105, 10).
3322b La enseñanza del Concilio subraya, por un lado, la actividad de la razón humana cuando determina la aplicación de la ley moral: la vida moral exige la creatividad y la ingeniosidad propias de la persona, origen y causa de sus actos deliberados. Por otro lado, la razón encuentra su verdad y su autoridad en la ley eterna, que no es otra cosa que la misma sabiduría divina. La vida moral se basa, pues, en el principio de una "justa autonomía" del hombre, sujeto personal de sus actos. La ley moral proviene de Dios y en Él tiene siempre su origen. En virtud de la razón natural, que deriva de la sabiduría divina, la ley moral es, al mismo tiempo, la ley propia del hombre (JUAN PABLO II, Enc. Veritatis splendor, n. 40).
3323 Jesucristo mismo, cuando compareció como prisionero ante el tribunal de Pilatos y fue preguntado por él acerca de la acusación hecha contra él por los representantes del Sanedrín, ¿no respondió acaso: Yo para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad ? (Jn 18, 37). Con estas palabras, pronunciadas ante el juez en el momento decisivo, era como si confirmase, una vez más, la frase ya dicha anteriormente: Conoced la verdad y la verdad os hará libres (JUAN PABLO II, Enc. Redemptor Hominis, 12).
3324 Rechazad el engaño de los que se conforman con un triste vocerío: ¡libertad, libertad! Muchas veces, en ese mismo clamor se esconde una trágica servidumbre: porque la elección que prefiere el error, no libera; el único que libera es Cristo (cfr. Ga 4, 31), ya que sólo El es el Camino, la Verdad y la Vida (cfr. Jn 14, 6) (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 26).
3325 Que Dios te conquiste y ya eres libre (SAN AGUSTÍN, Trat. Evang. S. Juan, 41, 10).
3326 Cristo mismo vincula de modo particular la liberación con el conocimiento de la verdad: Conoceréis la verdad, y la verdad os librará (Jn 8, 32). Esta frase atestigua sobre todo el significado intimo de la libertad por la que Cristo nos libera. Liberación significa transformación interior del hombre, que es consecuencia del conocimiento de la verdad. La transformación es, pues, un proceso espiritual en el que el hombre madura en justicia y santidad verdaderas en los diversos ámbitos de la vida social (JUAN PABLO II, Audiencia general, 21-II-79).
3327 Dios, queriendo que ángeles y hombres siguieran la voluntad de El, determinó crearlos libres para practicar el bien, dotados de razón para conocer de dónde vienen y a quién deben el ser que antes no tenían; y les impuso una ley por la que han de ser juzgados, si no obran conforme a la recta razón (SAN JUSTINO, Diálogo con Trifón, 141, 1).
3328 Nuestra Madre escucha, y pregunta para comprender mejor lo que el Señor le pide; luego, la respuesta firme: fiat (Lc 1, 38)-¡hágase en mí según tu palabra!-, el fruto de la mejor libertad: la de decidirse por Dios (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 25).
3329 Pero como nadie será salvado contra su voluntad (pues somos libres), desea que nosotros queramos el bien (SAN JERÓNIMO, Coment. sobre la Epíst. a los Efesios, 1, 1, 11).
3330 El conocimiento de los secretos del reino de los cielos es puro don de Dios y gracia concedida de lo alto. Sin embargo, no por ser don, Dios suprime la libertad (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. sobre S. Mateo, 45).