Antología de Textos
PEREZA
1. La vida cristiana exige lucha contra las dificultades y las tentaciones. La virtud se halla rodeada de enemigos internos y externos, y está sujeta, con frecuencia, a pruebas. Cuando el hombre se deja dominar por un sentido cómodo de la vida, por el cansancio negligente y la inconstancia, aparece este pecado capital. La pereza es la repugnancia del alma a los trabajos, esfuerzos y dificultades que son necesarios para alcanzar y conservar las virtudes, y para cumplir las propias obligaciones morales. La pereza, en cuanto se relaciona con nuestras obligaciones con Dios, se la llama tibieza.
2. Perezoso no es solo el que deja pasar el tiempo sin hacer nada, sino también el que realiza muchas cosas, pero rehúsa llevar a cabo su obligación concreta: escoge sus ocupaciones según el capricho del momento, las realiza sin energía y la mínima dificultad es suficiente para hacerle cambiar de trabajo. El perezoso puede incluso ser amigo de los "comienzos", pero su incapacidad para un trabajo continuo y profundo le impide poner las "últimas piedras", acabar bien lo que había comenzado.
La Sagrada Escritura hace una viva descripción del perezoso: pasa el día entre dormir, sestear y descansar (cfr. Pr 6, 10), quiere y no quiere cumplir su obligación (Ibid.., 13, 4) porque todo le parecen dificultades (Ibid.., 15, 19), y así inventa excusas increíbles: Fuera hay un león, y si salgo seré muerto (Ibíd., 22, 13). Por eso, perderá todos sus bienes (Ibíd., 20, 4) y su campo -su trabajo y su propia alma- quedará lleno de ortigas, cubierto de espinas y arruinada la cerca (Ibíd., 24, 31). Al perezoso se le compara a la boñiga del buey, que todos los que la tocan, sacuden sus manos (Si 22, 2).
De la pereza se deriva con frecuencia la malicia, el rencor, la pusilanimidad, el desaliento, la torpeza e indolencia en la guarda de los mandamientos y la divagación de la mente hacia las cosas ilícitas.
El Señor hace frecuentes referencias al rigor con que será tratado el perezoso. Todo árbol que no dé buen fruto, será cortado y arrojado al fuego (Mt 7, 17). El mismo dio ejemplo de una vida llena de trabajo.
3. Contra este vicio y pecado se aconseja:
a) Considerar los trabajos de Cristo, los peligros que lleva consigo, la grandeza del premio eterno; la lectura espiritual, el trabajo y ocupación continua.
b) Ayudará mucho persuadirse de que el tiempo es de Dios, que nos lo ha prestado -como los talentos de la parábola- para que lo administremos; cada instante tiene un valor propio irreemplazable.
c) Diligencia en el trabajo: "no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy"; comenzar las cosas con ganas es tener hecho más de la mitad.
d) Un quehacer intenso no significa activismo: la precipitación es una manera de perder el tiempo; las cosas se deben hacer con orden, dedicándoles el tiempo que su importancia requiera.
e) Luchar desde los comienzos del día. "Véncete cada día desde el primer momento, levantándote en punto, a hora fija, sin conceder ni un minuto a la pereza.
"Si, con la ayuda de Dios, te vences, tendrás mucho adelantado para el resto de la jornada. "¡Desmoraliza tanto sentirse vencido en la primera escaramuza!" (S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Camino, n. 191). Este minuto heroico no se debe limitar al primero del día, también se puede vivir al empezar y terminar el trabajo, a la hora de cumplir un acto de piedad, etc. Pequeños detalles semejantes a este, que ayudan a enreciar el carácter, son fundamentales en la lucha contra la pereza.
f) Alejar los pensamientos inútiles. "Persona soñadora, poco luchadora", poco trabajadora, podríamos decir.
g) Evitar el ocio, teniendo en cuenta que descansar no es no hacer nada, sino realizar actividades que comporten menos esfuerzo: leer, hacer deporte, cultivar una afición, etc.
Citas de la Sagrada Escritura
Todo lo que puedas hacer, hazlo en tu (pleno) vigor, porque no hay en el sepulcro, adonde vas, ni obra, ni razón, ni ciencia, ni sabiduría. Si 9, 10
Los deseos matan al haragán, porque sus manos no quieren trabajar. Pr 21, 25
Respondióle su amo: Siervo malo y haragán, ¿conque sabias que yo quiero cosechar donde no sembraste y recoger donde no esparciste? Mt 25, 16
La mano perezosa empobrece, la diligente enriquece. Pr 10, 4
Ve, ¡oh perezoso!, a la hormiga; mira sus caminos y hazte sabio. No tiene juez, ni inspector, ni amo. Y se prepara en el verano su mantenimiento, reúne su comida al tiempo de la mies. O ve a la abeja y aprende cómo trabaja y produce rica labor, que reyes y vasallos buscan para sí y todos apetecen, y, siendo como es pequeña y flaca, es por su sabiduría tenida en mucha estima. ¿Hasta cuándo, perezoso, acostado? ¿Cuándo despertarás de tu sueño? Pr 6, 6-9
Por eso vendrá sobre él de improviso la ruina y será quebrantado súbitamente y sin remedio. Pr 6, 15
Pasé junto al campo del perezoso y junto a la viña del insensato. Y todo eran cardos y ortigas que habían cubierto su haz, y su albarrada estaba destruida. Pr 24, 30-3 1
La mano laboriosa señorea; la perezosa se hace tributaria. La angustia del corazón deprime al hombre, mas una palabra buena le alegra. Pr 12, 24-25
Todavía os exhortamos, hermanos, a progresar más, y a que os esforcéis por llevar una vida quieta, laboriosa, en vuestros negocios y trabajos con vuestras manos, como os lo hemos recomendado. 1Ts 4, 11
Y mientras estuvimos entre vosotros, os advertíamos que el que no quiere trabajar que no coma. 2Ts 3, 10
Los males que se originan de la pereza
4182 La parálisis es imagen del entorpecimiento que padece el perezoso (SAN JERÓNIMO, en Catena Aurea, vol. IV, p. 56).
4183 Otro extremo contrario es el de los regalados, que, so color de discreción, hurtan el cuerpo a los trabajos, el cual, aunque en todo género de personas es muy dañoso, mucho más lo es en los que comienzan, porque (...) siendo aun nuevo y mozo, comienza a tratarse y regalarse como viejo (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA, Trat. de la oración y meditación, 2, 5, av. 6°).
4184 Quienes no quieren hacer nada se condenan, por su inactividad, a una agitación continua (CASIANO, Instituciones, 10).
4185 [...] la concupiscencia de la carne no se reduce exclusiva-mente al desorden de la sensualidad, sino también a la comodidad, a la falta de vibración, que empuja a buscar lo más fácil, lo más placentero, el camino en apariencia más corto, aun a costa de ceder en la fidelidad a Dios (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 5).
4186 Cuando se estudia mucho, se conoce a Dios: la ignorancia es hija de la pereza (SAN JUAN CRISÓSTOMO, en Catena Aurea, vol. III, p. 78).
4187 Colocar el talento en un sudario, es lo mismo que sepultar los dones recibidos bajo la capa de la pereza (SAN BEDA, en Catena Aurea, vol. VI, p. 344).
4188 Quienes viven al albur de las circunstancias y sin regla alguna es imposible que no adolezcan de todos los vicios (CASIANO, Instituciones, 10).
4189 El buen trabajador recibe con libertad el pan de su trabajo; pero el perezoso y holgazán no se atreve a mirar la cara del amo (SAN CLEMENTE, Epístola a los Corintios, 34).
4190 Al perezoso se le ha de hacer saber que muchas veces, cuando no queremos hacer oportunamente las cosas que podemos, poco después, cuando queremos, ya no podemos; porque la desidia del alma, si no se sacude con el oportuno ardor, aumenta furtivamente con el sopor, el cual hace decaer todo deseo de bien (SAN GREGORIO MAGNO, Regla Pastoral).
4191 Este vicio de la ociosidad lo estigmatiza sin ambages Salomón en varios lugares de la Escritura: El que va con los ociosos –afirma– se hartará de pobreza (Pr 28, 19). Esto es, de una indigencia temporal y espiritual a la vez (CASIANO, Instituciones, 10).
4192 Se dice que la pereza hace venir al sueño porque, cuando se deja de querer obrar bien, poco a poco se pierde además el cuidado de pensar bien. Por lo que acertadamente se añade: "Y el alma negligente padecerá hambre"; porque el alma, cuando no aspira con ardor a lo más alto, se derrama perezosa por los bajos deseos; y por lo mismo que se dispensa de someterse a disciplina, se derrama en deseos de placeres. (SAN GREGORIO MAGNO, Regla Pastoral).
Laboriosidad y diligencia
4193 Hay dos virtudes humanas –la laboriosidad y la diligencia–, que se confunden en una sola: en el empeño por sacar partido a los talentos que cada uno ha recibido de Dios. Son virtudes porque inducen a acabar las cosas bien. (J. ESCRIVÁ DE BAEAGUER, Amigos de Dios, 81).
4194 Para aquellos que tienden hacia la santidad cualquier dilación es peligrosa (CASIANO, Colaciones, 17).
4195 Como a hijos y enfermos, les da (S. Pablo) un consejo provechoso que es al propio tiempo un remedio para sus heridas: A estos tales les ordenamos y rogamos por el amor del Señor Jesucristo que, trabajando sosegadamente, coman su pan.
Médico experto entre muchos, cura sus llagas y conjura el peligro atacando directamente la causa, la ociosidad, echando mano de un solo precepto: el trabajo. Sabe perfectamente que todas las enfermedades que pululan en un tronco común desaparecen al instante si se logra eliminar la infección principal que las origina (CASIANO, Instituciones, 10, 14).
4196 De ahí aquella preciosa máxima –muy en boga entre los monjes egipcios– que nos legaron los antiguos Padres: "El monje que trabaja no tiene más que un demonio para tentarle, mientras que al ocioso y holgazán le tortura una legión de espíritus malvados" (CASIANO, Instituciones, 11).
4197 El que es laborioso aprovecha el tiempo, que no sólo es oro, ¡es gloria de Dios! Hace lo que debe y está en lo que hace, no por rutina, ni por ocupar las horas, sino como fruto de una reflexión atenta y ponderada. Por eso es diligente. El uso normal de esta palabra –diligente– nos evoca ya su origen latino. Diligente viene del verbo diligo, que es amar, apreciar, escoger como fruto de una atención esmerada y cuidadosa. No es diligente el que se precipita, sino el que trabaja con amor, primorosamente (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, 81).
4198 Es señal manifiesta de amor la prontitud en la observancia de los mandamientos de Dios (SANTO TOMÁS, Sobre la caridad, 1. c., p. 203).
4199 El alma que ama a Dios de veras no deja por pereza de hacer lo que puede para encontrar al Hijo de Dios, su Amado. Y después que ha hecho todo lo que puede, no se queda satisfecha y piensa que no ha hecho nada (SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 3, 1).