Antología de Textos

VIRTUDES

1. La llamada de Dios a la santidad exige mucho más que ser humanamente buenos, pues hemos sido llamados a participar de la misma vida divina. La santidad exige una adhesión pronta y estable a la Voluntad de Dios, que se nos va manifestando a lo largo de la vida. Para seguir con más facilidad Su Voluntad, y para llegar a la plenitud humana, Dios ha dado a la persona la posibilidad de que sus actos buenos se inscriban en su alma, en forma de un hábito que perfecciona la naturaleza, la hace mejor y le facilita la perseverancia en el camino del bien. Esto es la virtud: una cualidad estable del alma (no solo una capacidad), principio firme y permanente de actos buenos. Las buenas disposiciones pueden ser cimientos de la vida cristiana, pero la verdadera virtud no es fruto solo de las buenas disposiciones ni tampoco de la experiencia o del saber hacer. La verdadera virtud crece cuando el hombre, ayudado por la gracia, se decide sin vacilación por dirigir todos sus actos hacia su último fin, que es Dios.
Las virtudes naturales son cimiento de las sobrenaturales. No se concibe un buen cristiano sin que a la vez sea un buen padre, un buen ciudadano, un buen amigo, etc. De hecho, la propia vocación humana está en cierto modo asumida en su vocación sobrenatural cristiana. "Cuando un alma se esfuerza por cultivar las virtudes humanas, su corazón está ya muy cerca de Cristo. Y el cristiano percibe que las virtudes teologales -la fe, la esperanza, la caridad-, y todas las otras que trae consigo la gracia de Dios, le impulsan a no descuidar nunca esas cualidades buenas que comparte con tantos hombres" (SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Amigos de Dios, 91).

2. Tradicionalmente se suelen señalar cuatro virtudes fundamentales, llamadas cardinales porque son el quicio alrededor del cual gira toda la virtud moral del hombre: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. La gracia sobrenaturaliza en el cristiano todos los actos naturales de estas virtudes y los elevan al orden sobrenatural, si se hacen en estado de gracia y con rectitud de intención.
La prudencia permite encontrar los medios más aptos para llevar a cabo el fin propuesto. Bienaventurado el hombre que alcanza la prudencia -se lee en el Libro de los Proverbios (3, 14-15)-, porque su adquisición es mejor que la plata, más provechosa que el oro y más preciosa que las perlas. En el orden sobrenatural, trata esta virtud de encontrar en cada caso el mejor modo de servir a Dios y a las almas, y ponerlos en práctica (Suma Teológica, 2-2, q. 47, a. 3). Es llamada esta virtud la "auriga de las virtudes", porque a todas dirige y regula. Es imprescindible para edificar una vida cristiana.
La virtud de la justicia impulsa a dar a cada uno lo suyo, a respetar los derechos ajenos. A Dios le damos amor ilimitado, el culto, la obediencia incondicional, reconocimiento agradecido y humilde por todas las cosas y por los beneficios que continuamente recibimos. "El reconocimiento del señorío de Dios conduce al descubrimiento de la realidad del hombre. Reconociendo el derecho de Dios, seremos capaces de reconocer el derecho de los hombres. Del hombre en toda su verdad, en su plena dimensión [...], porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo para siempre [...]" (JUAN PABLO II, Aloc. 2-VI-1980). De cada hombre es el derecho al honor, a la fama, a la vida, a los bienes...: dones naturales que Dios ha dado a la criatura y que nadie puede impunemente lesionar.
Con la fórtaleza soportaremos con serenidad las contradicciones, dominaremos los defectos del temperamento, nos creceremos en el esfuerzo y en la perseverancia que comporta la vocación cristiana, seremos pacientes con los demás. Sin fortaleza, de modo especial en un ambiente pagano, no es posible el apostolado. También, en muchos momentos, la ejemplaridad necesitará una gran fortaleza.
La templanza da al cristiano un gran señorío en medio del mundo, le ayuda a estar desasido de los bienes, para aspirar con más intensidad a aquellos que no corroen ni el orín ni la polilla.

3. Pero entre todas las virtudes que el Señor infunde en el alma, ocupan un lugar preeminente las virtudes teologales, que -por tener como objeto a Dios mismo- constituyen la esencia y fundamento de la vida cristiana. Son un don sobrenatural y gratuito que eleva las potencias del alma hasta hacerlas penetrar en la intimidad de la vida divina.
La fe es el fundamento de toda la vida moral cristiana, porque sin fe es imposible agradar a Dios, por cuanto el que se llega a Dios debe creer que Dios existe y que es remunerador de los que le buscan (Hb 11, 6); la caridad es el mayor y primer mandamiento (Mt 22, 38; Mc 12, 30) y el culmen de la vida moral (cfr. 1Co 12, 1; 13, 13); y la esperanza mantiene el rumbo de la vida del hombre y da sentido a su existir terreno, porque no tenemos aquí ciudad fija, sino que vamos en busca de la que está por venir (Hb 13, 14).
Gracias a estas virtudes, el cristiano puede conocer a Dios, esperar en El y en los medios para llegar hasta Él, y amarle con la misma caridad divina.
La fe es luz divina que ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la vocación del hombre. "Solamente con la luz de la fe y con la meditación de la palabra divina es posible reconocer siempre y en todo lugar su voluntad en todos los acontecimientos, contemplar a Cristo en todos los hombres, próximos o extraños, y juzgar con rectitud sobre el verdadero sentido y valor de las realidades temporales, tanto en sí mismas como en orden al fin del hombre" (CONC. VAT. II, Decr. Apostolicam actuositatem, n. 4).
La esperanza nos da la seguridad de alcanzar a Dios y los bienes que nos tiene prometidos. Si "por la fe nos adherimos a Dios en esta tierra como a nuestra fuente de verdad, por la virtud de la esperanza lo deseamos como manantial de felicidad, aguardando la bienaventurada esperanza y la venida gloriosa del gran Dios (Flp 3, 14). Por aquel anhelo común del reino celestial que nos hace renunciar aquí a una ciudadanía permanente para buscar la futura (Tt 2, 13) y aspirar a la gloria de arriba, no dudó el Apóstol de las gentes en decir: un Cuerpo y un Espíritu, como habéis sido llamados a una misma esperanza de vuestra vocación (Ef 4, 4). Más aún, Cristo reside en nosotros como esperanza de gloria (Col 1, 27)" (PíO XII, Enc. Mediator Dei, 20-XI-1947).
La caridad es la culminación de toda la existencia cristiana, la virtud "que rige todos los medios de santificación, los informa y los conduce a su fin" (ibídem). Es la plenitud de todo el orden moral, la señal de que el cristiano ha pasado de la muerte a la vida (cfr. 1Jn 3, 14). Sin la caridad, la fe está muerta (St 2, 17) y la esperanza, debilitada. La caridad es, verdaderamente, el mandamiento de Cristo, puesto que es el signo por el que serán reconocidos sus discípulos (Jn 13, 34-35). Por la caridad nos asemejamos a Dios (1Jn 3, 18).

4. La vida cristiana alcanza su plenitud bajo la influencia de los dones del Espíritu Santo: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. "Gracias a ellos, el alma se dispone y se fortalece para seguir más fácil y prontamente las inspiraciones divinas; es tanta la eficacia de estos dones, que la conducen a la cumbre de la santidad; y tanta su excelencia, que perseveran intactos -aunque más perfectos- en el reino celestial. Merced a esos dones, el Espíritu Santo nos mueve y anima a conquistar las bienaventuranzas del Evangelio" (LEÓN XIII, Enc. Divinum illud munus, 9-V-1897).

Cualidades de la verdadera virtud

5514 Me parece que la definición breve y verdadera de la virtud es el orden del amor (San Agustín, La Ciudad de Dios, 15, 22).

5515 Cuando hablamos de las virtudes [...] debemos tener siempre ante los ojos al hombre real, al hombre concreto. La virtud no es algo abstracto, separado de la vida, sino, al contrario, tiene profundas "raíces" en la vida misma, brota de ella y la forma. La virtud incide sobre la vida del hombre, sobre sus acciones y sobre su conducta. Se deduce de ello que, en todas estas reflexiones nuestras, no hablamos tanto de la virtud como del hombre que vive y actúa "virtuosamente"; hablamos del hombre prudente, justo, valiente (Juan Pablo II, Aud. gen. 22-11-1978).

5516 La verdadera virtud no es triste y antipática, sino amablemente alegre (J. Escrivá de Balaguer, Camino, 657).

5517 La virtud no es solamente propia de nuestro deseo, sino también de una gracia superior (San Cipriano, en Catena Aurea, vol. 1, p. 360).

5518 El primer grado de piedad consiste en amar la virtud (San Juan Crisóstomo, en Catena Aurea, vol. III, p. 134).

5519 Verdad es que aquestas virtudes tienen tal propiedad que se esconden de quien las posee, de manera que nunca las ve ni acaba de creer que tiene alguna, aunque se lo digan; mas tiénelas en tanto que siempre anda procurando tenellas y valas perfeccionando en sí (Santa Teresa, C. de perfección, 10, 4).

5520 de la misma manera que es propiedad natural de un árbol estar lleno de frutos y, sin embargo, las hojas que se ajustan en sus ramas le dan cierta vistosidad y adorno, así también el fruto del alma es primordialmente la verdad; pero, no obstante, el verse rodeada de sabiduría profana, lejos de hacerla desabrida o ingrata, le da un aspecto agradable y oportuno, ala manera como las hojas dan sombra al fruto (San Basilio, Discurso a los jóvenes).

5521 Es una equivocación pensar que las expresiones "término medio o justo medio", como algo característico de las virtudes morales, significan mediocridad: algo así como la mitad de lo que es posible realizar. Ese medio entre el exceso y el defecto es una cumbre, un punto álgido: lo mejor que la prudencia indica. Por otra parte, para las virtudes teologales no se admiten equilibrios: no se puede creer, esperar o amar demasiado. Y ese amor sin limites a Dios revierte sobre quienes nos rodean, en abundancia de generosidad, de comprensión, de caridad (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 83).

5522 Mientras más crece el amor y la humildad en el alma, mayor olor dan de sí estas flores de virtudes para sí y para los otros (Santa Teresa, Vida, 21, 8).

Virtudes humanas y virtudes sobrenaturales

5523 Al final de la lucha ascética, cuando se vive unido a Dios, es posible vivir sobrenaturalmente las virtudes humanas: con sencillez, día a día, con naturalidad sobrenatural. Entonces las virtudes naturales, vividas a lo divino, formarán como el reverso de la medalla de la falsa santidad, carente de valores humanos (A. del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, pp. 30-31).

5524 Cuando un alma se esfuerza por cultivar las virtudes humanas, su corazón está ya muy cerca de Cristo. Y el cristiano percibe que las virtudes teologales –la fe, la esperanza, la caridad– y todas las otras que trae consigo la gracia de Dios, le impulsan a no descuidar nunca esas cualidades buenas que comparte con tantos hombres (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 91).

5525 No se es recto por ser duro, ni se alcanza un estado de ánimo perfecto por ser insensible (San Agustín, La Ciudad de Dios, 14, 9).

5526 La verdadera dignidad y excelencia del hombre consiste [...] en la virtud. La virtud es patrimonio común de todos los mortales, e igualmente la pueden alcanzar los altos y los bajos, los ricos y los pobres (León XIII , Enc. Rerum novarum, 15-V-1981).

5527 de estas virtudes generales es necesario tener gran previsión y muy a mano, pues se han de estar usando casi de continuo (SAN FRANCISCO DE SALES, Introd. a la vida devota, 3, 1).

5528 Así nos figuramos a los hombres, recios y varoniles: sin miedo al dolor; hombres que saben sufrir callando, y no lo comunican para que no los compadezcan; sin miedo al sacrificio ni a la lucha; que no se arredran ante las dificultades; sin miedo al miedo; sin timideces ni complejos imaginados; incompatibles con la frivolidad; que no se escandalizan de nada de lo que ven ni oyen. Entereza es reciedumbre. Energía y decisión no son orgullo, sino virilidad. Esos hombres recios no pueden ser transigentes en todo, y defenderán, con una energía que asustará a los débiles, el espíritu y las normas del Cristianismo que profesan (J. Urteaga, El valor divino de lo humano, p. 68).

5529 de este modo se explica que la Iglesia exija a sus santos el ejercicio heroico no sólo de las virtudes teologales, sino también de las morales o humanas; y que las personas verdaderamente unidas a Dios por el ejercicio de las virtudes teologales se perfeccionan también desde el punto de vista humano, se afinan en su trato; son leales, afables, corteses, generosas, sinceras, precisamente porque tienen colocados en Dios todos los afectos de su alma (A. del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, p. 30).

5530 Para santificar cada jornada, se han de ejercitar muchas virtudes cristianas; las teologales en primer lugar y, luego, todas las otras: la prudencia, la lealtad, la sinceridad, la humildad, el trabajo, la alegría [...] (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, 23).

5531 (La madurez) se manifiesta, sobre todo, en cierta estabilidad de ánimo, en la capacidad de tomar decisiones ponderadas y en el modo recto de juzgar los acontecimientos y los hombres. (Conc. Vat. II, decr. Optatam totius, 11).

Relaciones de las virtudes entre sí

5532 La caridad es la que da unidad y consistencia a todas las virtudes que hacen al hombre perfecto (San Alfonso M.ª de Ligorio, Práctica del amor a Jesucristo).

5533 (La humildad es) madre y maestra de todas las virtudes (San Gregorio Magno, Moralia, 23).

5534 Así como el enfermo está débil para trabajar, así el alma que en amor está floja también lo está para ejercitar las virtudes heroicas (San Juan de La Cruz, Cántico espiritual, 11, 13).

5535 En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes (Santo Tomás, Sobre el Credo, 1. c., 6).

5536 Aun las buenas acciones carecen de valor cuando no están sazonadas por la virtud de la humildad. Las más grandes, practicadas con soberbia, en vez de ensalzar rebajan. El que acopia virtudes sin humildad arroja polvo al viento, y donde parece que obra provechosamente, allí incurre en la más lastimosa ceguera. Por lo tanto, hermanos míos, mantened en todas vuestras obras la humildad [...] (San Gregorio Magno, Hom. 7 sobre los Evang.).

5537 Practiquemos la caridad, sin la cual todas las demás virtudes pierden su brillo (San León Magno, Sermón 72, sobre la Ascensión del Señor).

5538 Así como las ramas de un árbol reciben su solidez de la raíz, así también las virtudes, siendo muchas, proceden de la caridad. Y no tiene verdor alguno la rama de las buenas obras si no está enraizada en la caridad (San Gregorio Magno, Hbm. 27 sobre los Evang.).

5539 Amad la humildad, que es fundamento y guarda de todas las virtudes (San Bernardo, Sermón en la Natividad del Señor, 1).

5540 La fe muestra el fin, la esperanza va a su consecución, la caridad une con él (Santo Tomás, Coment. 1ª. Epístola a Timoteo, 12).

5541 Pedimos con la fe, buscamos con la esperanza, y llamamos con la caridad. Primeramente debemos pedir para alcanzar, después buscar para encontrar, y después de haber hallado guardar lo que poseemos para poder entrar (Santo Tomás, Catena Aurea, vol. 1, pp. 427-428).

5542 Templanza es el amor que se mantiene íntegro e incólume para Dios; fortaleza es el amor que, por Dios; todo lo soporta con alegría; justicia es el amor que sólo sirve a Dios y, por esto; pone en su orden debido todo lo que está sometido al hombre; prudencia es el amor que sabe distinguir bien entre lo que es ventajoso en su camino hacia Dios y lo que puede ser un obstáculo (San Agustín, Sobre las costumbres de la Iglesia, 1).

5543 Tenemos necesidad de fortaleza para ser hombres. En efecto, el hombre verdaderamente prudente es aquel que posee la virtud de la fortaleza; de la misma manera que el hombre verdaderamente justo es solamente aquel que tiene la virtud de la fortaleza (Juan Pablo II, Aud. gen. 15-11-1978).

Crecimiento de las virtudes

5544 Los ladrones no escarban donde sólo puede haber paja, sino donde sospechan que se encuentra el oro. El demonio persigue a los que disfrutan el oro de la virtud. Donde hay virtud hay tentación (San Juan Crisóstomo, Hom. 1).

5545 Las virtudes humanas [...] son el fundamento de las sobrenaturales; y éstas proporcionan siempre un nuevo empuje para desenvolverse con hombría de bien. Pero, en cualquier caso, no basta el afán de poseer esas virtudes: es preciso aprender a practicarlas. "Discite benefacere" (Is 1, 7), aprended a hacer bien. Hay que ejercitarse habitualmente en los actos correspondientes –hechos de sinceridad, de veracidad, de ecuanimidad, de serenidad, de paciencia–, porque obras son amores, y no cabe amar a Dios sólo de palabra, sino "con obras y de verdad" (1Jn 3, 18) (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 91).

5546 La confesión engendra él apartamiento del pecado, y de la penitencia se originan las virtudes (Santo Tomás, Catena Aurea, vol. 1, p. 51).

Virtudes del sacerdote

5547 Su servicio no es el del médico, del asistente social, del político o del sindicalista. En ciertos casos, tal vez, el cura podrá prestar, quizá de manera supletoria, esos servicios y, en el pasado, los prestó de forma muy notable. Pero hoy, Y esos, servicios son realizados adecuadamente por otros miembros de la sociedad, mientras que nuestro servicio se especifica cada vez más claramente como un servicio espiritual. Es en el campo de las almas, de sus relaciones con Dios, y de su relación interior con sus semejantes, donde, el sacerdote tiene una función esencial que desempeñar. Es ahí donde debe realizar su asistencia a los hombres de nuestro tiempo. Ciertamente, siempre que las circunstancias lo exijan, no debe eximirse de prestar también una asistencia material, mediante las obras de caridad y la defensa de la justicia. Pero, como he dicho, eso es en definitiva un servicio secundario, que no debe jamás perder de vista el servicio principal, que es el de ayudar a las almas a descubrir al Padre, abrirse a El y amarlo sobre todas las cosas. (Juan Pablo II, Hom. Río de Janeiro, 2-VII-1980).

5548 El anuncio del mensaje de Jesucristo hace que el sacerdote experimente la necesidad de llenarse de la Palabra, de remansarla en su mente y en su corazón; el ministerio de los Sacramentos pide no una realización externa y oficial –suficiente para la validez–, sino sincero deseo de identificación con Jesucristo; finalmente, la misión de educar en la fe al Pueblo de Dios exige que la vida del sacerdote –hecho sacrificio gustoso, ofrenda gozosa– esté plenamente informada por la "caridad pastoral", de la que derivan todas las virtudes humanas y sobrenaturales necesarias para el cumplimiento de su misión: caridad sin límites, hasta el olvido de si mismo; fe que ilumina y anima a perseverar, sin dejarse vencer por el cansancio; obediencia total y delicada, pero a la vez inteligente, operativa y responsable; humildad y mansedumbre, que saben conjugar la comprensión con la firmeza; continencia perfecta, que llena de libertad el corazón para ofrecerlo a Dios en la adoración y entregarlo plenamente en el servicio de las almas; paciencia, que sabe sufrir en silencio y perdonar siempre; pobreza, que es lección de bienaventuranza y testimonio de esperanza (A. del Portillo, Escritos sobre el sacerdocio, pp. 50-51).

5549 Entre las virtudes que mayormente se requieren para el ministerio de los presbíteros hay que contar aquella disposición de ánimo por la que están siempre prontos a buscar no su propia voluntad, sino la voluntad de Aquel que los ha enviado. Porque la obra divina, para cuyo cumplimiento los ha tomado el Espíritu Santo, trasciende todas las fuerzas humanas y toda humana sabiduría, pues "Dios escogió lo flaco del mundo para confundir lo fuerte" (1Co 1, 27). Así pues, consciente de su propia flaqueza, el verdadero ministro de Cristo trabaja con humildad, indagando cuál sea el beneplácito de Dios y, como atado por el Espíritu, se guía en todo por la voluntad de Aquel, que quiere que todos los hombres se salven; voluntad que puede descubrir y cumplir en las circunstancias cotidianas de la vida, sirviendo a todos los que le han sido encomendados por Dios en el cargo que se le ha confiado y en los múltiples acontecimientos de su vida. (Conc. Vat. II, decr. Presbyterorum ordinis, 15).

Santa María, "escuela de virtudes"

5550 (María es) modelo y escuela viva de todas las virtudes (San Ambrosio, Trat. sobre las vírgenes, 2).

5551 ¡Cuánto crecerían en nosotros las Virtudes sobrenaturales, si lográsemos tratar de verdad a María, que es Madre Nuestra! (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, 293).