Obispos de Nigeria
14 de febrero de 2009
Queridos hermanos en el episcopado:
Con gran alegría os doy la bienvenida a vosotros, obispos de Nigeria, durante vuestra visita ad limina a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo. Como Sucesor de Pedro aprecio este encuentro, que fortalece nuestro vínculo de comunión y amor fraterno y nos permite renovar juntos la sagrada responsabilidad que desempeñamos en la Iglesia. Agradezco al arzobispo Job las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Por mi parte, me alegra expresaros mis sentimientos de respeto y gratitud a vosotros y a todos los fieles de Nigeria.
Hermanos, desde vuestra última visita ad limina Dios todopoderoso ha bendecido a la Iglesia en vuestro país con un generoso crecimiento. Esto se puede constatar especialmente en el número de nuevos cristianos que han recibido a Cristo en su corazón y han aceptado con gozo a la Iglesia como "columna y fundamento de la verdad" (1Tm 3, 15). Las abundantes vocaciones sacerdotales y religiosas también son un signo claro de la obra del Espíritu entre vosotros. Por estas bendiciones doy gracias a Dios y os manifiesto mi aprecio a vosotros, así como a los sacerdotes, religiosos y catequistas que han trabajado en la viña del Señor.
La expansión de la Iglesia requiere cuidar con esmero la planificación diocesana y la formación del personal a través de las actividades de formación que estáis llevando a cabo para facilitar la necesaria profundización en la fe de vuestro pueblo (cf. Ecclesia in Africa, 76). Por vuestros informes veo que conocéis bien los pasos básicos que es preciso dar: enseñar el arte de la oración, impulsar la participación en la liturgia y en los sacramentos, predicar de modo sabio y adecuado, impartir el catecismo, y proporcionar una guía moral y espiritual. Sobre este fundamento la fe florece en virtudes cristianas, y promueve parroquias vibrantes y un servicio generoso a la comunidad más amplia. Vosotros mismos, juntamente con vuestros sacerdotes, debéis guiar con humildad, sin las ambiciones del mundo, con oración, con obediencia a la voluntad de Dios y con transparencia al gobernar. De esta forma seréis signo de Cristo, buen Pastor.
La celebración de la liturgia es una fuente privilegiada de renovación de la vida cristiana. Os felicito por vuestros esfuerzos para mantener el equilibrio correcto entre los momentos de contemplación y las actividades externas de participación y alegría en el Señor. Con este fin es necesario prestar atención a la formación litúrgica de los sacerdotes y evitar excesos extraños. Continuad por este camino teniendo en cuenta que la adoración eucarística en las parroquias, en las comunidades religiosas y en otros lugares adecuados mejora notablemente el diálogo de amor y la veneración del Señor (cf. Sacramentum caritatis, 67).
El próximo Sínodo de los obispos para África abordará, entre otros temas, la cuestión de los conflictos étnicos. La maravillosa imagen de la Jerusalén celestial, la reunión de innumerables hombres y mujeres de toda tribu, lengua, pueblo y nación que han sido redimidos por la sangre de Cristo (cf. Ap 5, 9), os impulsa a afrontar el desafío de los conflictos étnicos, donde existan, incluso dentro de la Iglesia. Expreso mi aprecio a los que habéis aceptado una misión pastoral fuera de los límites de vuestro propio grupo regional o lingüístico, y agradezco a los sacerdotes y a los fieles que os han acogido y apoyado.
Vuestro deseo de adaptaros a los demás es un signo elocuente de que en la Iglesia, nueva familia de todos los que creen en Cristo (cf. Mc 3, 31-35), no hay lugar para ningún tipo de división. A los catecúmenos y a los neófitos es preciso enseñarles a aceptar esta verdad cuando se comprometen a seguir a Cristo y a llevar una vida de amor cristiano. Todos los creyentes, especialmente los seminaristas y los sacerdotes, deben progresar en generosidad y madurez permitiendo que el mensaje del Evangelio purifique y supere cualquier estrechez de perspectivas locales.
La selección sabia y ponderada de los seminaristas es fundamental para el bienestar espiritual de vuestro país. Su formación personal debe asegurarse mediante la dirección espiritual regular, el sacramento de la Reconciliación, la oración y la meditación de la Sagrada Escritura. En la Palabra de Dios los seminaristas y los presbíteros encontrarán los valores que distinguen al buen sacerdote, consagrado al Señor en cuerpo y alma (cf. 1Co 7, 34). Aprenderán a servir con desprendimiento personal y caridad pastoral a quienes están encomendados a su cuidado, fortalecidos por la gracia que está en Cristo Jesús (cf. 2Tm 2, 1).
Quiero subrayar la tarea del obispo de apoyar la importante realidad social y eclesial del matrimonio y la vida familiar. Con la cooperación de sacerdotes y laicos bien preparados, de expertos y de parejas casadas, debéis ejercer con celo y responsabilidad vuestra solicitud en esta área de prioridad pastoral (cf. Familiaris Consortio, 73). Los cursos para novios, y la enseñanza catequética general y específica sobre el valor de la vida humana, sobre el matrimonio y la familia, fortalecerán a los fieles ante los desafíos que les plantean los cambios sociales. De la misma forma, no dejéis de animar a las asociaciones o movimientos que ayudan eficazmente a los esposos a vivir su fe y sus compromisos matrimoniales.
Como un importante servicio a la nación, estáis comprometidos en el diálogo interreligioso, especialmente con el islam. Con paciencia y perseverancia se están forjando fuertes relaciones de respeto, amistad y cooperación práctica con los miembros de otras religiones. Gracias a vuestros esfuerzos como promotores diligentes e incansables de buena voluntad, la Iglesia llegará a ser signo e instrumento más claro de la comunión con Dios y de la unidad de todo el género humano (cf. Lumen gentium, 1).
Vuestra dedicación a aplicar los principios católicos para aportar luz a los actuales problemas nacionales es muy apreciada. La ley natural, inscrita por el Creador en el corazón de todo ser humano (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2009, n. 8), y el Evangelio, correctamente comprendido y aplicado a las realidades civiles y políticas, no reducen en ningún caso la gama de opciones políticas válidas. Al contrario, para todos los ciudadanos constituyen una garantía de vida de libertad, con respeto a su dignidad de personas, y de protección ante la manipulación ideológica y el abuso basado en la ley del más fuerte (cf. Discurso a la sesión plenaria de la Comisión teológica internacional, 5.XII.08). Con confianza en el Señor, seguid ejerciendo vuestra autoridad episcopal en la lucha contra las prácticas injustas y la corrupción, y contra todas las causas y las formas de discriminación y criminalidad, especialmente contra el trato degradante de la mujer y la deplorable práctica de los secuestros. Promoviendo la doctrina social católica dais vuestra leal contribución al país y ayudáis a la consolidación de un orden nacional basado en la solidaridad y en la cultura de los derechos humanos.
Queridos hermanos en el episcopado, os exhorto con las palabras del apóstol san Pablo: "Velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes. Haced todo con amor" (1Co 16, 13-14). Os pido que transmitáis mi saludo a vuestro querido pueblo, especialmente a los numerosos fieles que dan testimonio de Cristo en la esperanza a través de la oración y el sufrimiento (cf. Spe salvi, 35 y 36). También saludo con afecto a quienes ofrecen su servicio a la familia, en las parroquias y en las estaciones misioneras, en los campos de la educación, la asistencia sanitaria y otras esferas de la caridad cristiana.
Encomendándoos a vosotros y a quienes están confiados a vuestro cuidado pastoral a las oraciones del beato Cipriano Miguel Iwene Tansi y a la protección maternal de María, Madre de la Iglesia, os imparto de corazón mi bendición apostólica.