COMISIÓN EPISCOPAL PARA LA DOCTRINA DE LA FE

 

NOTA DOCTRINAL

SOBRE ALGUNAS CUESTIONES CRISTOLÓGICAS

E IMPLICACIONES ECLESIOLÓGICAS

 "Cristo presente en la Iglesia"

1. INTRODUCCIÓN.  AVIVAR Y CLARIFICAR

LA FE EN CRISTO OBJETO DE ESTA NOTA

1. Anunciar a Jesucristo, el Señor, con obras y palabras, y hacer posible la experiencia del encuentro con Él, y de lo queese encuentro significa para el hombre, es el primer servicio que la Iglesia puede y debe prestar a cada uno y a la humanidad entera en el mundo actual, de nada tan necesitado como del sentido de su misma existencia (cfr. Juan Pablo II, Redemptoris missio -RM----, 2).

Pero sucede que este servicio, urgente e ineludible, se ve debilitado e incluso impedido a veces, en nuestros días, no sólo por factores externos de diversa índole, sino también por algunas formas inadecuadas o reductoras de comprender, vivir y presentar el misterio de Cristo. Son precisamente algunas de esas concepciones, reflejadas en comportamientos, prácticas pastorales y publicaciones catequéticas, las que serán objeto de reflexión y discernimiento en la presente Nota. Nos ceñimos aquí a algunas cuestiones que consideramos de especial importancia por su gran actualidad e incidencia en la fe y vida de los cristianos y, en especial, por sus repercusiones eclesiológicas.

La intención de esta Comisión Episcopal, al ofrecer sus reflexiones y precisiones sobre este asunto, es contribuir a clarificar y avivar la fe en Cristo, el Redentor de todos los hombres y de todo el hombre. Únicamente en la certeza gozosa de esta fe podrá fundamentarse la nueva evangelización.

II. ALGUNAS CONCEPCIONES CRISTOLOGICAS

NECESITADAS DE CLARIFICACIÓN

LA RENOVACIÓN CRISTOLÓGICA

2. En los años posteriores al Concilio Vaticano II, la reflexión cristológica ha sido uno de los principales campos de atención de la Teología. La renovación y desarrollo de la cristología ha experimentado en nuestros tiempos una señalada significación y ha tenido una fecunda incidencia en ámbitos como la catequesis, la predicación, la enseñanza religiosa escolar. Los frutos que de ahí se han seguido están siendo, en general, beneficiosos para la vigorización de la fe de nuestras comunidades.

ESFUERZO POR DESTACAR, CON RAZÓN, LO HISTÓRICO DE JESÚS

3. Entre otros aspectos de esta renovación cristológica, cabe resaltar el gran esfuerzo de la teología católica por liberar el misterio de Cristo de ciertos modos "monofisitas" de comprenderlo y vivirlo algunos cristianos y destacar, con razón, lo histórico de la figura de Jesús de Nazaret como lugar de la revelación definitiva de Dios: los acontecimientos de su existencia terrena, sus actitudes, el proceso de su vida y de su muerte.

Esta consideración de "Jesús de Nazaret", difundida por la predicación y la catequesis, está influyendo fuertemente en la imagen que bastantes cristianos se hacen de Jesús. No podemos dejar de reconocer los grandes méritos de estas presentaciones de Jesucristo. El retorno al Jesús terreno, a su humanidad histórica, es siempre necesario y fructífero. A diferencia de cualquier sistema de sabiduría ética o religiosa, de cualquier gnosticismo o de cualquier filosofía, la fe cristiana se caracteriza por su esencial e inseparable vinculación a la historia. Jesucristo "padeció debajo del poder de Poncio Pilato", confesamos en el Credo de nuestra fe.

Jesús, el Hijo de Dios, "nacido de una mujer, nacido bajo la Ley (Ga 4, 4), es uno de los nuestros, hombre de dolores y esperanza, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado (cfr. Hb 4, 15): "Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre" (GS 22). Pasó haciendo el bien, predicando la llegada del Reino y realizando signos y prodigios (cfr. He 10, 38; 2, 22). Su inaudita y soberana libertad frente a todo poder de este mundo para acercarse al hombre caído y curarlo y para ofrecer la salvación a los pecadores y repudiados; su amor incondicionado y su servicio y entrega hasta el fin en favor de todos, especialmente de los enfermos, de los marginados, de los pobres y de los que no cuentan; o su relación singular y su intimidad filial con Dios, el Padre, particularmente manifestada en su oración confiada; la vinculación a su persona que Él mismo establece, con autoridad y libertad incomparables, de la llegada del Reino de Dios, sus palabras y su comportamiento todo, en suma, le llevan a la muerte, aplastado bajo los poderes injustos de este mundo y nos dan la prueba elocuente del amor de Dios a los hombres, al tiempo que dejan traslucir el misterio de su persona: Hijo de Dios hecho hombre por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación.

        Entre los mejores frutos de la actual recuperación del Jesús de la historia cabe destacar, además, la renovada sensibilidad que muchos grupos y comunidades de creyentes muestran hacia aquellos hermanos nuestros más necesitados de salvación. Éste ha sido, sin duda, uno de los rasgos definitorios de Jesús, quien proclama dichosos a los pobres (Mt 5, 3; U 6, 20) y siente predilección por los humillados y preteridos, y para quien los últimos son los primeros (Mt 19, 30), los más pequeños son los más grandes (Lc 9, 48) y los pecadores son los preferidos (Lc 15, 7.10).

LIMITES DE ALGUNAS PRESENTACIONES DEL JEsús DE LA HISTORIA

4. Este necesario e imprescindible reconocimiento de Jesús en su historia no siempre se está llevando a cabo como corresponde a la realidad del misterio mismo de Jesús, reconocido y confesado por la fe de la Iglesia. En efecto, algunas presentaciones que, a veces, se ofrecen de Jesús, en la literatura teológica, la predicación o la enseñanza catequética, se reducen a recoger los resultados de la reconstrucción de la vida de Jesús mediante la sola investigación histórica.

Aunque en algunos casos sea sin pretenderlo explícitamente, dichas "reconstrucciones" caen en los viejos prejuicios de la teología protestante liberal. Como aquella teología, también estas interpretaciones pretenden descubrir y "recuperar" la imagen de Jesús de Nazaret "tal como realmente fue", libre de adherencias que, según esta manera de pensar, estarían impidiendo el acercamiento a Jesús y su aceptación por parte del hombre de hoy; y, por tanto, pretenden descubrir a Jesús despojado también de todo revestimiento de las confesiones de la fe de la Iglesia. Estas interpretaciones se desentienden de las confesiones de fe de la Iglesia y aun de las del Nuevo Testamento, presentes no sólo en los escritos paulinos o joánicos, sino también en los Evangelios Sinópticos.

LOS EVANGELIOS PRESENTAN, FUNDIDAS, INFORMACIONES HISTÓRICAS OBJETIVAS Y LA CONFESION DE FE

5. El material principal que, para la reconstrucción de la vida terrena prepascual de Jesús, tiene a su disposición el investigador son los Evangelios. Estos presentan, fundidas, informaciones históricas y la confesión de fe de la primitiva comunidad cristiana. Aunque los Evangelios ofrecen informaciones históricamente fiables sobre Jesús, no son una mera crónica de su vida; son, sobre todo, un testimonio de la fe eclesial sobre Jesús. No hemos de buscar en ellos una "biografía" de Jesús en el sentido moderno de la palabra: un relato preciso y detallado en un marco igualmente definido en todas sus conexiones cronológicas. Pero de estas afirmaciones no se debe tampoco concluir falsamente que no podemos conocer los principales aspectos de la vida de Jesús. La investigación exegética más reciente y fundada, de hecho, está convencida de que, a través del testimonio evangélico y mediante los métodos histórico-críticos, se puede llegar no sólo a palabras mismas de Jesús sino, incluso, al mismísimo Jesús. Se puede trazar así un cuadro global de la existencia de Jesús, de su mensaje central, de sus actitudes más características, de acciones que manifiestan su autoridad y su poder singular, y de su muerte en cruz (Cfr. Comisión Teológica Internacional, Algunas cuestiones selectas de cristologia). Pero, en todo caso, conocer a Jesús tal como realmente fue, en su realidad histórica y en la realidad plena de su persona y de su misterio, no es posible sin la aceptación, en la fe, de los Evangelios tal como los ofrece la Iglesia.

Con el pretexto de hacer historiaa "exacta" como conjunto de hechos desnudos, en realidad, algunos someten, sobre todo el material sinóptico, a una especie de filtro y, de este modo, seleccionan y aceptan sólo determinados dichos y hechos de Jesús, al tiempo que dejan otros en la penumbra o en el olvido. Este filtro, frecuentemente, viene a ser las ideas previas que el investigador tiene sobre el hombre perfecto o el tipo humano al que aspira en una determinada corriente cultural y en una coyuntura histórica concreta. Buscando, así, la imagen auténtica de Jesús de Nazaret, cada uno, en realidad, proyecta sobre Jesús el ideal del hombre religioso, del maestro de moral, del romántico, del humanista o del revolucionario. Este procedimiento de reconstrucción histórica conduce a considerar a Cristo sólo como modelo de conducta para los hombres o como una fuente de posibilidades humanas, pero no como el Salvador enviado por Dios.

ALGUNAS RECONSTRUCCIONES NOS DEJAN SIN LA PRESENCIA DE JESÚS

6. De este modo, como ocurrió en la teología liberal, esta reconstrucción mediante la sola investigación histórico-crítica del "Jesús histórico", ofrecida por el teólogo o el catequista como el único o el principal medio de aproximarse a Jesús, tal como fue, presenta no el mismo Jesús que realmente existió, sino una imagen, fragmentaria, incierta y condicionada de él. Esta manera de ver las cosas, nos deja, de hecho, en nuestra soledad y desamparo, sin la presencia de Jesús, únicamente con una imagen condicionada frecuentemente por los prejuicios del momento histórico y cultural. Ese "Jesús reconstruido" pasa de largo, no se queda con nosotros, deja atrás nuestro tiempo y se queda en el suyo. Ese "Jesús histórico" no se nos muestra desde sí mismo presente en medio de nosotros como el Viviente que nos salva.

AFIRMACIÓN INSUFICIENTE DE LA PRESENCIA DE JESÚS EN LA IGLESIA POR PARTE DE ALGUNAS PRESENTACIONES DE JESÚS

7. Tal figura de Jesús, "imagen" reconstruida puramente por métodos puramente históricos al margen del dogma eclesial e incluso de la confesión de fe del Nuevo Testamento, va unida, de suyo, a la negación de la presencia real y actual de Jesús en su Iglesia o, cuando menos, a una afirmación no suficiente de la misma. Así sucede de ordinario. En este sentido, cuando en la enseñanza, la liturgia o la vida cristiana se pone el acento sólo o casi exclusivamente en el Jesús prepascual, se suele, al mismo tiempo, no conceder un papel significativo o incluso silenciar sistemáticamente a Cristo presente en la Iglesia. Al situar a Cristo prevalentemente en el pasado, esta manera de pensar, por tanto, puede conducir de manera insensible a la separación entre Cristo y la Iglesia y abrir un foso entre ambos.

SEPARACIÓN ENTRE CRISTO Y LA IGLESIA

DEBIDA A LA CRITICA SISTEMATICA DE LA IGLESIA

8. A la misma separación entre Cristo y la Iglesia conduce también la fuerte crítica y desafección respecto de la Iglesia que ha aparecido con especial virulencia y extensión en los últimos decenios.

La gran renovación litúrgica de nuestro siglo, el impulso de la Acción Católica, los movimientos de espiritualidad y teológicos recogidos en la encíclica Mystici corporis, y el Concilio Vaticano II parecían confirmar aquel anuncio esperanzador de comienzos de nuestro siglo: "la Iglesia despierta en las almas" (R. Guardini). Cuando, tras estos héchos, cabía esperar, en efecto, una conciencia renovada de la relación vital de la Iglesia con Cristo (Cfr. LG 1) y, por lo mismo, un vigoroso despertar de identificación de los católicos con la Iglesia, ha surgido, por el contrario, dentro de la Iglesia misma, una corriente de indiferencia, recelo y aun de rechazo por principio frente a ella.

En los últimos años, en efecto, se ha generalizado, por una parte, una crítica despiadada y constante de los pecados de los miembros de la Iglesia en todos sus niveles así como de las deficiencias de sus estructuras e instituciones. Se ha generalizado, asimismo, la denuncia de su presunta incapacidad para "acercarse" al hombre de hoy. Y lo que es más grave, una y otra vez se le acusa de encubrir y desfigurar el auténtico rostro de Jesús y de serle infiel. Se ve en ella un obstáculo para acercarse a Cristo y se opta, en consecuencia, por quedarse con solo el Evangelio frente a ella.

¿FIDELIDAD A CRISTO Y DISTANCIAMIENTO DE LA IGLESIA?

9. Si, además, se unen a este distanciamiento producido por la crítica sistemática de la Iglesia ciertos planteamientos exegéticos que contraponen la "intención de Jesús" y la "intención de la comunidad primitiva" en relación con el Reino de Dios y el origen de la Iglesia, no resulta extraño que algunos católicos, en los últimos decenios, hayan alimentado la creencia de ser fieles a Cristo y a su Evangelio distanciándose al mismo tiempo de la Iglesia. Muchos de éstos, seguramente bien intencionados aunque desorientados, van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo pero sin Iglesia, escuchar a Cristo pero no a la Iglesia, estar en Cristo pero al margen de la Iglesia (Cfr. Pablo VI, Ecclesiam suam).

"Jesús sí; Iglesia no" es el eslogan que recoge y expresa de forma concentrada y gráfica esa actitud crítica que contrapone y separa, por principio, a Jesús y a la Iglesia. Nada extraño que, en ese clima, se vaya extendiendo insensiblemente un tipo de enseñanza catequética y de predicación en la que Cristo presente en la Iglesia y en el mundo como Señor no tenga el relieve y la significación que le corresponde.

CONSECUENCIAS DE LA SEPARACION O CONTRAPOSICIÓN DE CRISTO Y LA IGLESIA

  10. En resumen, de la confluencia de una cristología que reduce a Jesús a un personaje del pasado y de una actitud sistemáticamente crítica respecto de la Iglesia brota esa conciencia religiosa que, en los últimos decenios, ha separado dos realidades que en la Tradición cristiana han sido y son siempre inseparables:

Cristo y la Iglesia; al tiempo que ha diluido la presencia de Cristo, el Señor, en la Iglesia y en el mundo.

Esta separación afecta no sólo al aprecio y amor a la Iglesia, sino a la sustancia misma de la fe en Jesucristo, cuya realidad separada de la Iglesia queda esfumada en un pasado con todas sus incertidumbres: no sería el Señor ni el Viviente que salva, lo acontecido en Él no sería la intervención última y definitiva de Dios en la historia y, por consiguiente, también en nuestro tiempo, y su misma mediación salvifica única y universal quedaría totalmente desvirtuada. Separada de Cristo y contrapuesta a Él, la Iglesia, por su parte, quedaría reducida a un grupo humano que debe orientarse en el mundo a la luz de su lectura particular de la historia de Jesús o a una simple asociación religiosa encargada a lo sumo de prolongar su "causa". Las deficiencias señaladas no sólo empobrecen la imagen de Cristo, sino también la imagen y percepción del ser real de la Iglesia.

En consecuencia, la Iglesia dejaría de ser sacramento de Cristo en el mundo y el cristianismo no pasaría de ser una ideología religiosa o una religión más entre las muchas existentes o posibles; se debilitaría la consideración de la Iglesia como medio de la acción salvadora del Señor que se hace presente en ella y por ella (Cfr. SC 7); los sacramentos se verían desprovistos de su realidad más propia y profunda; y el mismo ministerio apostólico perdería su realidad sacramental.

III. ALGUNOS PUNTOS DE REFLEXIÓN

 

LA RESURRECCIÓN DE JESUS, CENTRO DE NUESTRA FE. POR LA RESURRECCIÓN JESÚS ESTA PRESENTE EN LA IGLESIA Y SE PERENNIZA LO ACONTECIDO EN ÉL

        11. La resurrección de Jesús de entre los muertos es el núcleo de nuestra fe. Ella es el acontecimiento culminante en que se funda la fe cristiana, la base última que la Iglesia tiene para creer, el fundamento para su esperanza. La fe cristiana es fe en la persona de Jesús; y esa fe depende del acontecimiento del Hijo de Dios "venido en carne" y de su resurrección de entre los muertos (Cfr. Hch 13, 33; 17, 31; Rm 4, 24;8, 11; 2Co 4, 14; Ga 1, 1; Ef 1, 20; Col 2, 12; Hb 13, 20): "Si Cristo no resucitó, leemos en san Pablo, vana es nuestra predicación; vana también vuestra fe" (1Co 15, 14.

        Por la resurrección, Jesús es entronizado como el Señor: sólo en Él está la salvación y la vida para los hombres (Cfr. Hb 4, 12). Jesús resucitado permanece, por su Espíritu, en medio de sus discípulos y es Señor del mundo a través de su señorío en la Iglesia. En todo el Nuevo Testamento, la comunidad cristiana original atestigua una conciencia viva de la presencia del Señor en ella. No da testimonio de Jesús como de una persona ausente, sino como de alguien vivo y presente. Por eso puede decir san Pablo en el designio del plan divino, su "Misterio" oculto y revelado en los últimos tiempos, "es Cristo entre vosotros" (Col 1, 27). Y por lo mismo, desde su origen la comunidad cristiana lo testifica presente en ella, lo celebra en el culto, le invoca, vive y muere por Él y ante Él, y con su Espíritu se siente perdonada y vivificada.

El Resucitado recoge en sí, por la acción del Espíritu divino, todo lo acontecido en Jesús y por Él, y lo eleva a un estado de perennidad. La resurrección no suprime, pues, el pasado de Jesús y mucho menos su entrega sacrificial al Padre por la redención del mundo, sino que la asume y le confiere un estado de perennidad y de presencia inagotable en favor nuestro. En la Eucaristía, que es el núcleo que constituye la Iglesia, Cristo se hace presente como sacerdote y como victima que se entrega en favor de la comunidad y de todos los hombres: Cristo actualiza en ella el sacrificio redentor de la Cruz a través de la Iglesia y con la Iglesia.

Toda la historia de Jesús, su vida y su muerte, queda así iluminada y entendida en su hondura reveladora y salvadora desde lo que ha acontecido a Jesús en su resurrección. Sólo desde la resurrección y desde los testigos de ella podemos ver toda la realidad, significación y eficiencia de la vida de Jesús de Nazaret y, consiguientemente, sólo desde la fe eclesial y en el interior de la Iglesia.

Jesús de Nazaret es anunciado y predicado por la comunidad cristiana precisamente porque vive y su "causa" continua porque está vivo. Por ello, a partir de la resurrección la historia de Jesús le interesa al cristiano y a la Iglesia sobremanera y es imprescindible para su fe.

Los escritos del Nuevo Testamento, aun los Evangelios Sinópticos, no hacen simplemente historia de un pasado sino que nos muestran el pasado de Alguien actualmente viviente. Estos escritos no nos transmiten un mero recuerdo de Jesús, de lo que Él hizo y dijo, o el impacto inolvidable que su vida y su muerte dejaron en sus discípulos sino nos entregan a Jesús actual en su totalidad, su presencia y su palabra viva y perenne porque Él está vivo y reina para siempre como el Señor crucificado.

Nos ofrecen, en suma, la totalidad y la unidad del misterio de Jesucristo y nos muestran cómo no se puede separar la vida terrena de Jesús de su vida pascual, así como tampoco se puede captar el sentido y alcance de la resurrección, si no es a la luz de la encarnación y del acontecimiento de su muerte redentora, ni comprender el sentido de esa muerte sino a la luz de la vida, acción y mensaje de Jesús.

NO SE PUEDE SEPARAR A JESÚS DE "CRISTO"

      12. Por esto, lo mismo que "es contrario a la fe cristiana introducir cualquier separación entre el Verbo y Jesucristo"; así tampoco "se puede separar a Jesús de Cristo, ni hablar de un 'Jesús de la historia', que sería diferente del 'Cristo de la fe'". No hay otro Jesús sino el Resucitado o el Crucificado ya resucitado. Por eso, "la Iglesia conoce y confiese a Jesús como 'el Cristo, el Hijo de Dios vivo' (Mt 16, 16). Cristo no es sino Jesús de Nazaret, y éste es el Verbo de Dios hecho hombre para la salvación de todos... Si, pues, es lícito y útil considerar los diversos aspectos del misterio de Cristo, no se debe perder nunca de vista su unidad" (Cfr. Rm 6).

La supresión de esta unidad o la alternativa entre Jesús de Nazaret o Cristo Señor nos lleva a la abstracción sin incidencia en la historia y a la irrelevancia del culto cristiano. Aquella unidad lleva consigo que no puede ser suprimida sin caer irremisiblemente en el mito, en la ideología o en cualquier forma de docetismo. Y, al mismo tiempo, que el Señor glorificado no puede ser sustituido por el Jesús prepascual. Por eso una presentación de Jesucristo debe mostrar siempre aquella unidad del misterio de Cristo que origina y fundamenta la fe cristiana.

NO SE PUEDE SEPARAR A CRISTO DE LA IGLESIA

      13. No basta con afirmar sin más la identidad del "Jesús de la historia" y el "Cristo de la fe", sino que es preciso añadir, al mismo tiempo, que el mismo y único Jesucristo está en la Iglesia, que la Iglesia está en Jesucristo (Cfr. Jn 15, 1  y ss.; Ga 3, 28; Ej 4, 15-16; He 9, 5), y que a la totalidad del misterio salvador de Cristo pertenece también la Iglesia, donde Él prolonga su presencia y su obra salvadora (Cfr. Col 1, 24-27).

Si bien no podemos identificar la Iglesia con Cristo, tampoco cabe una contraposición entre Cristo y la Iglesia. La Iglesia es inseparable de Cristo, pero también Cristo es inseparable de la Iglesia. En expresión de san Agustín, Jesucristo y la Iglesia constituyen el "Cristo total".

NO SE PUEDE ALCANZAR PLENAMENTE A CRISTO SEPARADO DE LA IGLESIA. LA IGLESIA MISTERIO DE COMUNIÓN, SACRAMENTO Y CUERPO DE CRISTO

       14. No se puede alcanzar, pues, a Cristo separado de la Iglesia. Por eso el Vaticano II ha reclamado ampliamente el papel de la Iglesia para la salvación de la humanidad, de la que ella es su primera beneficiaria (Cfr. Rm 9,). Así, en efecto, lo ha expresado el Concilio, cuando presenta a la Iglesia como misterio de comunión y "sacramento en Cristo de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (SC 7 LG 1 Cfr. LG 48; SC 5; GS 43; AG 7, 21). "Del costado de Cristo dormido en la cruz, enseña el Concilio, nació el sacramentoadmirable de la Iglesia entera" (SC 5). "Cristo se sirve de la Iglesia como instrumento de la redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra" (LG 9)

Los cristianos no sólo actuamos en el mundo, recordando las palabras de Jesús y tratando de secundar sus actitudes; es el mismo Cristo quien, por su Espíritu, se sirve de la Iglesia para la salvación de los hombres. "Cristo vive en ella; es su esposo; fomenta su crecimiento; por medio de ella cumple su misión" (Rm 9). Para realizar su obra, "Cristo está siempre presente en su Iglesia, de modo especial en las acciones litúrgicas" (SC 7). Es Cristo mismo quien enseña a través de su Iglesia, quien en ella y por ella reina y comunica la santidad. Cristo actúa en el bautismo y en la eucaristía, en la palabra de Dios y en la asamblea de los cristianos, en el ministerio apostólico y en su testimonio, en el servicio de los pobres y en el apostolado.

LA IGLESIA COMO CUERPO DE CRISTO ESTA VINCULADA INSEPARABLEMENTE A LA EUCARISTÍA. LA EUCARISTÍA HACE LA IGLESIA

  15. La Iglesia como Cuerpo de Cristo está vinculada necesariamente a la Eucaristía, es inseparable de ella. Pero, la Eucaristía es comunión y participación en el cuerpo de Cristo, es decir, en el cuerpo glorioso del Crucificado, en el que se perenniza el don al Padre de Jesucristo en favor de todos los hombres; así, la eucaristia, a la vez, hace un cuerpo de los que participan en ella: vincula a los hombres entre sí y con Cristo, y de este modo los hace Iglesia.

        Es lo que afirma san Pablo cuando dice: "El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan" (1Co 10, 16-17).

NO PODEMOS IDENTIFICAR LA IGLESIA CON CRISTO. LA IGLESIA HECHA DE HOMBRES PECADORES

  16. No podemos, contodo, identificar la Iglesia con Cristo. Jesús y la Iglesia son inconfundibles entre sí. Expresa esta verdad la imagen de Cristo esposo de la Iglesia esposa. Él sobrepasa infinitamente a la Iglesia, y, en cuanto Señor de la Iglesia es la norma a la que ella debe atenerse siempre. El contenido de la misión de Jesús prepascual y su forma de existencia son contenido de la misión y forma de existencia también para la Iglesia; y, por ello, son llamada e interpelación incesante a confrontarse con su Señor y a revisarse en la fidelidad a su Esposo. Por eso, desde la palabra y el comportamiento de Jesús y su entrega a la muerte siempre pueden dirigirse graves interrogaciones a la Iglesia mientras peregrina en este mundo.

        El comportamiento y el destino de Jesús muestran el camino que hay que recorrer para alcanzar la salvación. La vida cristiana consiste en el seguimiento de una persona, histórica y concreta, la de Jesucristo, en su camino de obediencia a la voluntad del Padre, de su dedicación preferente a los desgraciados, los pobres y los preteridos, y de su entrega hasta la muerte de cruz. Seguir a Jesús exige ajustar la propia conducta a la suya: "vivir como Él vivió" (1Jn 2, 6). Pero no podemos seguir a Jesús si el Espíritu Santo no actúa en nuestro interior con su luz y su gracia y nos identifica con las actitudes y sentimientos del mismo Jesucristo Jesús. No podemos hacer nuestro el camino concreto de Jesucristo, si no es por el Espíritu que nos hace ser en Él y por Él, lo cual acontece en la Iglesia (Cfr. Conferencia Episcopal Española, La verdad os hará libres, n. 43-48).

        Precisamente porque Cristo está activamente presente en el corazón de la Iglesia por el Espíritu Santo, lo más propio de la Iglesia es la santidad: "es indefectiblemente santa. Pues Cristo, el Hijo de Dios... amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a Sí mismo por ella para santificarla (Sfr. Ef 5, 25-26), y como a su propio cuerpo la unió a Sí mismo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios" (LG 39). Por eso el pecado va contra la naturaleza de la Iglesia y, por ello también, la Iglesia santa, don de la misericordia de Dios al mundo, que acoge a pecadores en su seno, tiene incesantemente necesidad de conversión y purificación, mientras viva en la historia y no haya alcanzado su meta. Si la Iglesia está necesitada de conversión y purificación y su historia está atravesada por un constante movimiento de corrientes renovadoras, la causa de ello reside precisamente en la necesidad que la urge a ser fiel a Cristo viviente en ella.

JESÚS PRESENTE EN EL MUNDO

COMO SEÑOR Y CENTRO DE LA HISTORIA

        17. La presencia de Cristo en la Iglesia y su peculiar señorío sobre ella no significa que no actúe también como el único Señor y Salvador fuera de la Iglesia, ni que quienes no forman parte de la Iglesia visible estén por ello excluidos de la salvación. Jesús resucitado, Primogénito de toda la creación (Cf r. Col 1, 18), es Señor de vivos y de muertos, todo le está sometido y es también el centro de la historia; la Iglesia cree que la clave y el fin de toda la historia humana se encuentra en su Señor (Cfr. GS, 10): a través de su Espíritu, Cristo impulsa el corazón de los hombres, creyentes y no creyentes, para que implanten la justicia y el amor desinteresado y que, "despojándose de su egoísmo y empleando toda su fuerza en pro de la vida humana, se proyecten hacia las realidades futuras cuando la humanidad entera se convierta en ofrenda aceptada por Dios" (GS, 38).

LA IGLESIA VIVE EN LA ESPERA

DE LA MANIFESTACIÓN GLORIOSA DE SU SEÑOR

        18. El que la Iglesia crea firmemente que Jesús está presente en ella y viva desde esta presencia hasta el fin del mundo (Cfr. Mt 28, 20), no la encierra en si misma ni le hace creer falsamente que ha alcanzado su perfección definitiva. La Iglesia cree que un día, que desconocemos, Cristo resucitado y glorioso aparecerá con gloria y majestad para consumar definitivamente su misterio pascual y el Reinado de Dios, su Padre, y llevar a su última plenitud la entera historia humana.

        Por esto, hasta que todo sea definitivamente sometido bajo el Señor (Cfr. 1Co 15, 27), "la Iglesia que peregrina lleva marcada en sus sacramentos e instituciones, pertenecientes a este tiempo, la imagen de este mundo que pasa, y ella misma vive entre las criaturas que gimen con dolores de parto en espera de la manifestación de los hijos de Dios (Cfr. Rm 8, 19-22)" (LG 48). Por esta razón, desde los orígenes de la Iglesia, los cristianos oran, sobre todo en la Eucaristía (1Co 11, 16), para adelantar la venida última de Cristo, diciéndole: "¡Ven, Señor Jesús!" (1Co 16, 22;Ap 22, 17.20).

PALABRA, MEMORIA Y TESTIMONIO: PRESENCIA DE CRISTO

19. Cuanto venimos exponiendo tiene una gran incidencia en la vida de la Iglesia. Sin el reconocimiento, en efecto, de Jesucristo siempre presente, por el Espíritu Santo, en la Iglesia como su cuerpo, se corre el riesgo de dejar de lado la positividad del cristianismo y la determinación autoritativa de la fe de la Iglesia, se reduce el sacramento a simple signo sugeridor pero sin comunicación del don de Dios, se hace inviable el modo de vivir la vida y la muerte como Él las vivió e imposible la esperanza de la nueva creación.

La Iglesia y el cristiano viven del acontecimiento originario, perennemente actualizado, de Jesucristo. La palabra, el memorial y el testimonio son las mediaciones por las que la Iglesia y el cristiano se vinculan históricamente al acontecimiento originario. Tales mediaciones únicamente pueden cumplir su función, si palabra, memorial y testimonio se implican mutuamente y forman una unidad concreta y viva. Quienes custodian y aseguran la implicación e inmanencia mutua de estos tres elementos de la Iglesia son el Señor y su Espíritu que, presentes en ella, los vivifican desde dentro. Sin tal presencia vivificadora, la palabra seria mero adoctrinamiento o repetición, el memorial no pasaría de ser un puro recuerdo y el testimonio la imitación del ejemplo de un personaje del pasado.

La ruptura entre estas mediaciones pone en tela de juicio la continuidad entre Jesús de Nazaret y el Señor resucitado y la posibilidad no sólo de recordar las palabras y hechos de Jesús o de continuar su causa o de seguir imitando su vida, sino de celebrar su memorial, ciertos de que Él está presente en la comunidad de sus discípulos hasta el fin del mundo y a ellos comunica su Espíritu que los vivifica y conduce a la Verdad plena.

Madrid, 20 de febrero de 1992.

COMISIÓN EPISCOPAL PARA LA DOCTRINA DE LA FE

Presidente:

Monseñor Antonio Palenzuela, obispo de Segovia.

Vocales:    

Monseñor Antonio Briva, obispo de Astorga;

Monseñor José Capmany, obispo director nacional de las Obras Misionales Pontificias;

Monseñor Javier Martínez, obispo auxiliar de Madrid;

Monseñor Ricardo Blázquez, obispo auxiliar de Santiago de Compostela.

Secretario:

Don Antonio Cañizares