Entrada: Con gran gozo iniciamos esta celebración cantando, " Pueblo de Sión; mira al Señor que viene a salvar a los pueblos. El Señor hará oír su voz gloriosa en la alegría de vuestro corazón " (Is 30, 19.30).
En la oración colecta (Gelasiano) invocamos al Señor y le pedimos a él que es todopoderoso y rico en misericordia que, cuando salimos animosos al encuentro de su Hijo, no permita que lo impidan los afanes del mundo, y que nos guíe hasta Él con sabiduría divina, para que podamos participar plenamente del esplendor de su gloria.
En seguida (ofertorio, Gregoriano), pedimos que los ruegos y ofrendas de nuestra pobreza conmuevan al Señor y, al vernos desvalidos y sin méritos propios, acuda compasivo en nuestra ayuda. En la comunión cantamos: " Levántate, Jerusalén; ponte sobre la cumbre y mira la alegría que te va a traer tu Dios " (Ba 5, 5; Ba 4, 36). Y pedimos después al Señor (postcomunión, Gregoriano) que, alimentados con la Eucaristía por la comunión de su sacramento, nos dé sabiduría para sopesar los bienes de la tierra amando intensamente los del cielo.
El Adviento es tiempo fuerte de revisión de vida y conducta, al menos en la medida en que nuestro vivir cotidiano se encuentre tarado por el rechazo del influjo regenerante y santificador de Jesucristo. Como trasfondo litúrgico, la Historia de la Salvación nos actualiza en la expectación mesiánica provocada y alentada por los profetas y encauzada por el Bautista, para llevar al pueblo de Dios a un encuentro responsable con Cristo.
– Is 11, 1-10: Con equidad dará sentencia al pobre. Los vaticinios mesiánicos del profeta Isaías proclaman las dos líneas características de la semblanza del Emmanuel: su ascendencia davídica según la carne y su condición salvadora de Mesías. Su identidad humana con nosotros y su capacidad divina para transformar nuestras vidas. Toda la historia del pueblo elegido es un tiempo de espera en el cumplimiento de las promesas divinas. Los profetas hicieron todo lo posible para conducir a Israel al verdadero camino de la salvación.
La lectura nos muestra hoy nuestras propias responsabilidades. Cristo ha venido históricamente una vez para siempre, pero hemos de esperar para que llegue a nosotros y a todo el mundo el Reino de Dios. El creyente tiene, o ha de tener, un empeño categórico: hacer venir a Cristo más perfectamente a sí y al mundo, con una presencia más dinámica, dada por el Espíritu Santo en el Bautismo. Hemos de dejarnos guiar por Él para realizar, con el rey mesiánico, el plan de salvación en cada uno de nosotros y en los demás.
– Con el Salmo 71 cantamos: " Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente. Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector. Él se apiadará del pobre y del indigente y salvará la vida de los pobres ". Todos somos pobres ante el Señor.
– Rm 15, 4-9: Cristo salvó a todos los hombres. En los designios divinos Cristo, del que todos los hombres necesitan para ser salvados, es el gran Reconciliador. San Pablo llama al amor la " ley de Cristo " (Ga 6, 2) o " la plenitud de la ley " (Rm 13, 10; Ga 5, 14). La importancia del amor cristiano es tal que no puede absolutamente ser llamado una virtud; sería como vaciar de su sentido verdadero al amor de Dios mismo o de su Hijo hacia nosotros.
Para San Pablo, el ejemplo de Cristo, que para salvarnos se hace obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2, 8), ha de ser estímulo y acicate para que nosotros hagamos lo mismo por la salvación de los hermanos. El Adviento, tiempo de espera, debe incitar a todos los cristianos a una profunda reflexión sobre nuestra responsabilidad en la salvación de los hombres alejados de Dios.
– Mt 3, 1-12: Haced penitencia, porque se acerca el Reino de los cielos. A una presencia de Cristo más intensa en nosotros solo es posible llegar por una renovación radical de nuestro ser interior y de nuestra conducta exterior. Comenta San Agustín:
" Reciba, pues, cada uno con prudencia las amonestaciones del preceptor, para no desaprovechar el tiempo de la misericordia del Salvador que se otorga en esta época de perdón para el género humano. Al hombre se le perdona para que se convierta y no haya nadie a quien condenar. Dios verá cuándo ha de llegar el fin del mundo; ahora, por de pronto, es el tiempo de la fe " (Sermón 109, 1).
La conversión supone que nos hemos desviado. Hemos de cambiar de actitud, de mentalidad. Testigos de la necesidad que todo hombre tiene de Cristo, nuestra conducta ha de ser tal que vaya abriendo los corazones al misterio de Cristo Salvador.
Para la sagrada Liturgia, Sión representa a Jerusalén, a la nueva Jerusalén de la Iglesia, a la Jerusalén de la eterna claridad en el cielo. Significa también el reinado de Dios en las almas cristianas. " Preparad el camino del Señor ", allanad, reparad las calles, tenedlo todo a punto para el gran momento en el que el Rey divino, Cristo, el Señor, quiera entrar en la ciudad, en las almas. Durante el Adviento debemos vivir más conscientes, profunda y fielmente unidos a la comunidad de la Iglesia. Debemos ser una sola alma. Debemos tener todos un solo corazón, una sola fe, una sola esperanza, un solo amor, una sola oración, un solo sacrificio.
– Is 40, 1-5.9-11: Preparadle un camino al Señor. En su designio de salvación Dios pone todo su amor; llega hasta enviarnos a su propio Hijo, el Salvador. Pero la voluntad personal y colectiva de los hombres habrá de poner toda la sinceridad de su conversión, que los haga disponibles para Cristo.
Israel es un pueblo en camino. Esto aparece en toda la Sagrada Escritura, sobre todo en la primera lectura de hoy, de un modo claro y preciso: de un estado de esclavitud hay que pasar a otro de liberación y de paz. La Iglesia vive ese mismo misterio, como nos lo ha recordado el Concilio Vaticano II. Es heredera de las prerrogativas de Israel. Pueblo en camino, Israel estaba dirigido hacia el cumplimiento de una esperanza salvífica. Pueblo en camino, la Iglesia está dirigida hacia el cumplimiento de una comunión total con Cristo; y por eso vive una espiritualidad de esperanza, esto es, de íntima unión con Dios en Cristo, que vive en su Iglesia. De ahí la impronta escatológica: la aspiración continua a la plenitud de la Jerusalén celeste.
– Salmo 84: Esperamos a Cristo y el cumplimiento de su acción salvífica en nosotros. " Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación. Voy a escuchar lo que dice el Señor: Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos. La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra... La justicia marchará ante Él, la salvación seguirá sus pasos ".
– 1P 3, 8-14: Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva. El tiempo significa solo una amorosa espera por parte de Dios, que quiere que todos los hombres lleguen a estar en actitud de salvación cuando el Señor venga. El vocabulario usado es típicamente escatológico-apocalíptico. El sentido de las palabras y de las imágenes en las que predomina el fuego, parece ser éste: la acción definitiva de Dios, su vuelta escatológica, exige una purificación interior que, al mismo tiempo, destruye lo que está mal y exalta el bien de la salvación.
Hay que " saber esperar ", como diría el Beato Rafael Arnaiz. Tenemos que colaborar con la gracia de Dios. El Señor viene a la Sión del Nuevo Testamento, al reino divino de la Santa Iglesia, al cual somos llamados también nosotros. Aquí, en la Santa Iglesia: lo encuentro, lo veo, lo oigo, lo toco. Aquí me da él la salvación, el perdón de mis pecados, la gracia, la vida. Cristo -su salvación y redención- se ha dado a los hombres en su Santa Iglesia. Cuanto más nos identifiquemos con la comunidad de fe, de oración, de sacrificio, de dolor, de apostolado, que es la Iglesia, más hondamente participaremos de la redención y salvación divinas.
– Mc 1, 1-8: Preparadle el camino al Señor. Juan fue el heraldo de Cristo. Toda su vida fue un grito de alerta contra nuestra inconsciencia y nuestra irresponsabilidad. ¡Preparad los caminos del Señor... reformad vuestras vidas! ¡Abrid vuestro corazón al Corazón sacratísimo del Redentor!
La Iglesia, llamándonos así en la liturgia, prolonga la predicación del Bautista, y como dice San Gregorio Magno, prepara los caminos al Señor que viene:
" Todo el que predica la fe recta y las buenas obras ¿qué hace, sino preparar el camino del Señor para que venga al corazón de los oyentes, penetrándolos con la fuerza de la gracia, ilustrándolos con la luz de la verdad, para que, enderezadas así las sendas que han de conducir a Dios, se engendren en el alma santos pensamientos? " (Homilía 20 sobre el Evangelio).
El concilio Vaticano II fue en su día, y sigue siendo, para toda la Iglesia una renovada tensión de Adviento, una auténtica renovación profunda por la conversión evangélica: " La Iglesia, que encierra en su seno pecadores, siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación " (Lumen gentium 8).
Pero anterior a la renovación de las estructuras es la renovación de las personas: esa profunda conversión integral en la interioridad del hombre sin Cristo, que le abre a la verdadera cristificación, a la intimidad transformante con Cristo. Así lo enseñó explícitamente Pablo VI en su encíclica Ecclesiam suam (6-VIII-1964):
" La reforma no puede afectar ni a la concepción esencial ni a las estructuras fundamentales de la Iglesia... No podemos acusar de infidelidad a nuestra querida y santa Iglesia de Dios... No nos fascine el deseo de renovar la estructura de la Iglesia por vía carismática..., introduciendo arbitrarios ensueños de artificiosas renovaciones en el esquema constitutivo de la Iglesia... Es necesario evitar otro peligro, que el deseo de reforma podría engendrar... en quienes piensan que la reforma de la Iglesia debe consistir principalmente en la adaptación de sus sentimientos y de sus maneras de proceder a los mundanos " (41-43).
Ser heraldos de Cristo para quienes no lo conocen ni lo aman. ¡Ése es nuestro ineludible deber de Adviento!
La liturgia de este Domingo nos recuerda que nuestra meta es siempre Cristo, la gran promesa de la salvación hecha por el Padre para todos los hombres de todos los tiempos. Y que el camino que nos conduce hasta Cristo es también de iniciativa divina. Los grandes profetas de Dios no han tenido otra misión en la Historia de la Salvación que preparar ese camino bajo la luz esplendorosa de la Revelación, es decir, abriendo las conciencias a la Palabra de Dios, renovadora de los corazones para el misterio de Cristo.
– Ba 5, 1-9: Dios mostrará su esplendor sobre Jerusalén. El profeta Baruc anunció la salvación mesiánica como un retorno gozoso a la patria por los caminos de la justicia y de la piedad, de la humilde esperanza y de la rectitud del corazón, preparados por el mismo Señor que nos redime.
Ha pasado la hora del duelo y de la tristeza, y por ello Jerusalén debe adornarse con sus mejores ornamentos de gloria. Es la hora de la glorificación de sus hijos, de su retorno triunfal. Jerusalén va a ser en adelante como una reina majestuosa, aureolada por la gloria de Dios... Es una idealización de los tiempos mesiánicos. La justicia es la característica de la nueva teocracia mesiánica; por eso el Mesías se ceñirá con el cinturón de la justicia. Y esa justicia de los tiempos mesiánicos es fruto del conocimiento de Dios que suscribirá una nueva alianza escrita en los corazones.
El reino del Mesías es ante todo de un orden espiritual. " Desde Sión reverbera el esplendor de su belleza ": el Señor hace su entrada en el divino reino de su Iglesia. Aquí vuelve de nuevo a vivir su vida. La vida de la Iglesia es la vida de Cristo. El que quiera participar de la vida de Cristo tiene que asimilar por los sacramentos la vida de la Iglesia. Dios envió a su Hijo Unigénito al mundo para que nosotros vivamos por Él (Jn 4, 9). " En Él, en el Hijo de Dios, estaba la vida y la vida era la luz de los hombres " (Jn 1, 4). Él vino y nos dio también a nosotros, los gentiles, " la potestad de ser hijos de Dios " ¡Una nueva vida, una vida divina! Los profetas, al prever los tiempos mesiánicos, se quedaron muy cortos. La realidad es mucho mayor que lo que ellos previeron y anunciaron con imágenes sublimes.
– El Salmo 125 canta el gozo de esta salvación tan admirable: " El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres ".
– Flp 1, 4-6.8-11: Manteneos limpios e irreprochables para el día de Cristo. El ideal de la perfección cristiana y de la caridad creciente son las garantías evangélicas que nos pueden llevar santos e irreprochables hasta el Día del Señor. ¡Hasta el encuentro definitivo con el Corazón del Redentor! En el contexto del Adviento hemos de subrayar en esta lectura la idea del crecimiento, del desarrollo de la vida cristiana. Hemos de advertir como un deber imperioso e improrrogable que es necesario desarrollar la propia vida cristiana hacia formas más concretas y encarnando testimonios de los valores que ella encierra. No podemos contentarnos con una actitud de mera observancia de prácticas y preceptos. El cristiano no es solo un observante, sino también y principalmente un testigo de la vida de Cristo en toda su plenitud desde la Encarnación hasta su Ascensión a los cielos. Este tiempo litúrgico nos ofrece la ocasión de una revisión del modo cómo somos testimonio cristiano en medio del mundo.
– Lc 3, 1-6: Todos verán la salvación de Dios. Ni el pesimismo enervante, ni la temeraria autosuficiencia, ni las conductas tortuosas son senderos que nos llevan a Cristo. Solo la renovación interior puede abrir nuestras vidas al mensaje del Evangelio y al Amor santificador de Cristo. Si el Adviento ha introducido en la historia humana la Época última y se identifica con ella, ha de ser por esto una actitud constante de la vida cristiana. El creyente ha de sentirse siempre en estado permanente de conversión. Oigamos a San León Magno:
" Demos gracias a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo, que, por la inmensa misericordia con que nos amó, se compadeció de nosotros y, estando muertos por el pecado, nos resucitó a la vida de Cristo (Ef 2, 5) para que fuésemos en Él una nueva criatura, una nueva obra de sus manos. Por tanto, dejemos al hombre viejo con sus acciones (Col 3, 9) y renunciemos a las obras de la carne nosotros que hemos sido admitidos a participar del nacimiento de Cristo. Reconoce ¡oh cristiano! tu dignidad, pues participas de la naturaleza divina (2P 1, 4) y no vuelvas a la antigua vileza con una vida depravada. Ten presente que, arrancado al poder de las tinieblas (Col 1, 13) se te ha trasladado al reino y claridad de Dios. Por el sacramento del bautismo te convertiste en templo del Espíritu Santo. No ahuyentes a tan escogido huésped con acciones pecaminosas " (Homilía 1ª sobre la Natividad del Señor 3).
Para poder crecer en la caridad y desarrollar el discernimiento (1ª lect.), para saber leer en los acontecimientos de la historia (1ª y 3ª lect.) la presencia salvífica de Dios, es menester que el creyente se abra continuamente a Dios y a la historia.
De ahí la actualidad de la predicación del Bautista como programa de apertura penitencial a Cristo y a la gracia del Evangelio en cuantos buscan sinceramente los designios divinos de la salvación cristocéntrica. Es nuestra vida íntegra la que habrá de llevar a los demás hombres la autenticidad de nuestra fe y de nuestra comunión con Cristo, el Señor, más allá del altar y del templo. Hemos de ir por la vida abriendo a los hombres senderos para Cristo.