En la entrada, con textos de Jeremías y de Isaías, decimos a todos los pueblos: " Escuchad la palabra del Señor; anunciadla en las islas remotas. Mirad a nuestro Salvador, que viene; no temáis " (Jr 31, 10; Is 35, 4). Y en la oración colecta (Gelasiano), pedimos al Señor que escuche nuestra súplica e ilumine las tinieblas de nuestro espíritu con la gracia de la venida de su Hijo.
En la comunión pedimos al Señor que venga, que nos visite con su paz, y entonces nos alegraremos en su presencia con todo nuestro corazón (Sal 105, 4.5; Is 38, 3).
– Nm 24, 2-7.15-17: Surge un astro, nacido de Jacob. Lo anuncia la profecía de Balaán: " La estrella y el cetro surgirán en Israel ". La tradición judeo-cristiana ha interpretado esa frase en referencia al Mesías. Ésos son símbolos de la realeza del Cristo, del Hijo de David y Rey espiritual del pueblo elegido, la Iglesia, que llevará a cabo la liberación de todos los hombres.
Entre la palabra profética y Jesús, Verbo de Dios y cumplimiento de las promesas, hay una relación de interpretación recíproca. Todas las frases de la Escritura, llenas de la palabra de Dios, se comprenden solo si son consideradas como referidas a Jesucristo. Y se comprende mejor a Jesucristo cuando se le ve esperado por Abrahán, Moisés o David, según las promesas que a ellos les hizo la Palabra divina.
A los paganos que entran en la Iglesia, no se les imponen las observancias de la ley mosaica y, sin embargo, su entrada es un ingreso en el pueblo de Dios (Rm 11, 16-24), una participación en la promesa, en la esperanza de Israel (Ef 2, 12). La importancia del Antiguo Testamento para la Iglesia está en el hecho de que, si Dios habla siempre a cada hombre, esta palabra consiste en proponerle a cada uno la única Palabra, pronunciada en la historia: Jesús, hijo de Abrahán, Hijo de Dios. La meditación del Antiguo Testamento y del Nuevo no es para el cristiano un gusto meramente arqueológico, sino la búsqueda del propio presente y del propio futuro en la historia del Israel de Dios.
– Con el Salmo 24 pedimos al Señor que nos enseñe sus caminos, que nos instruya en sus sendas, que haga que caminemos con lealtad, porque Él es nuestro Dios y nuestro Salvador. Le rogamos que recuerde que su ternura y su misericordia son eternas, y que se acuerde de nosotros con misericordia, por su bondad. " El Señor es bueno y recto y enseña el camino a los pecadores; hace caminar a los humildes ".
Nosotros solos nada podemos. Somos incapaces de conseguir nuestra salvación. Necesitamos la luz, la gracia, la dirección, la fuerza del Salvador para poder salir del pecado, para evitar recaer en el mismo y para crecer en la gracia, practicar la justicia y la bondad sobrenaturales, para poder orar, para poder vivir la vida divina, para poder ejercitar las virtudes, para poder realizar obras meritorias, para poder progresar en la vida espiritual.
– Mt 21, 23-27: ¿De dónde venía el bautismo de Juan? Jesús es la respuesta de Dios a las esperanzas más profundas del hombre. La espera y la petición pueden llegar a ser principio de la respuesta y de la escucha. Comenta San Agustín:
" Apareció la lámpara, huyeron las tinieblas. Efectivamente, aunque se hallasen corporalmente presentes, huyeron [de la luz] con el corazón, diciendo que ignoraban lo que sabían. Y la prueba de esa huída es el temor del corazón. Temían que el pueblo los apedrease si decían que el bautismo de Juan procedía de los hombres; pero temían también quedar convictos por Cristo si decían que procedía del cielo. Huyeron, pues, confundidos. Mencionado el nombre de Juan, temieron y, llenos de turbación, callaron...
" Así, pues, a Cristo, nuestro Señor, se le preparó la lámpara: Juan Bautista. Sus enemigos, que le interrogaban capciosamente, se alejaron confundidos, nada más aparecer la luz de la lámpara. Pero, nosotros, hermanos, reconocemos al Señor gracias a Juan Bautista, el precursor, y, más aún creemos en Cristo por el testimonio del mismo Señor. Hagámonos cuerpo de la Cabeza que es Él, para que haya un solo Cristo, Cabeza y Cuerpo, y así se cumplirá en nosotros, hechos unidad, aquello: "sobre Él florecerá mi santificación" " (Sermón 308 A,7-8).
Cuanto más miserables seamos por nosotros mismos, más debemos volvernos hacia Él, más debemos orar, dar gracias, rogar y suplicar sin descanso. Y el Señor nos librará. Está cerca con su amor, con su misericordia, con su Corazón salvífico.