Entrada: " Me invocará y le escucharé, lo defenderé; lo saciaré de largos días " (Sal 90, 15-16).
Colecta (Gelasiano): " Al celebrar un año más la santa Cuaresma concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo, y vivirlo en su plenitud ".
Ofertorio (del misal anterior, y antes del Gelasiano y Gregoriano): " Te rogamos, Señor, que nos prepares dignamente para ofrecer este sacrificio con el que inauguramos la celebración de la Pascua "
Comunión: " No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios " (Mt 4, 4), o bien " El Señor te cubrirá con sus plumas, bajo sus alas te refugiarás " (Sal 90, 4).
Postcomunión (composición nueva con elementos del Misal de Bobbio, siglo VII y pasajes evangélicos -Mt 4, 4; Jn 6, 51-): " Después de recibir el pan del Cielo que alimenta la fe, consolida la esperanza y fortalece el amor, te rogamos, Dios nuestro, que nos hagas sentir hambre de Cristo, pan vivo y verdadero, y nos enseñes a vivir constantemente de toda palabra que sale de tu boca ".
El mayor obstáculo para vivir una Cuaresma cristiana es el orgullo del hombre, siempre dispuesto a desentenderse de Dios y de su voluntad amorosa, para autodi-vinizarse y determinar por sí mismo la ley del bien y del mal. La liturgia de hoy nos enseña a tomar el camino recto.
– Gn 2, 7-5-3, 1-7: Creación y pecado de nuestros primeros padres. Fuimos creados, por amor de Dios, para glorificar al Creador a través de las cosas creadas. Pero el pecado original, la soberbia de Adán y Eva, trajo la degradación de la naturaleza humana. Comenta San Agustín:
" Se pasó por alto la amenaza de Dios y se prestó atención a la promesa del diablo. Pero la amenaza de Dios resultó ser verdadera y falso el engaño del diablo. ¿De qué le sirvió -os pregunto- de qué le sirvió a la mujer decir: "la serpiente me indujo", y al varón: "la mujer que me diste como compañera me dio y comí"? ¿Acaso les valió la excusa y evitaron la condena? " (Sermón 224).
– Seguimos pidiendo perdón al Señor con el Salmo 50, que ya comentamos el miércoles de Ceniza.
– Rm 5, 12-19: Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Para regenerarnos, el amor de Dios nos ofreció la redención en Cristo, el nuevo Adán. Todos hemos de convertirnos a Cristo para nuestra salvación. Comenta San Agustín:
" Ved lo que nos dio a beber el hombre, ved lo que bebimos de aquel progenitor, que apenas pudimos digerir. Si esto nos vino por medio del hombre, ¿qué nos llegó a través del Hijo del Hombre? (Rm 5, 12-19)... Por aquél el pecado, por Cristo la justicia. Por tanto, todos los pecadores pertenecemos al hombre y todos los justos al Hijo del Hombre (Sermón 255, 4). Como dice el Señor por el profeta Isaías: " Vuestra salvación está en convertiros y en tener calma; vuestra fuerza está en confiar y en estar tranquilos. Pero el Señor espera para apiadarse, aguanta para compadecerse; porque el Señor es un Dios recto: dichosos los que esperan en Él " (Is 30, 15.18).
– Mt 4, 1-11: Jesús ayuna durante cuarenta días y es tentado. Jesús no sólo es el Salvador, en quien podemos confiar, sino también el modelo que nos enseña a vencer en nosotros mismos toda tentación degradante. San Agustín dice:
" Nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigos y de tentaciones...
" Cristo nos incluyó en Sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer que Jesucristo, nuestro Señor, se dejó tentar por el diablo. ¡Nada menos que Cristo tentado por el diablo! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de Él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte para Él, y de Él para ti la vida; de ti para Él los ultrajes, y de Él para ti los honores; en definitiva, de ti para Él la tentación y de Él para ti la victoria. Si hemos sido tentados en Él, también en Él vencemos al diablo.
" ¿Te fijas en que Cristo fue tentado y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en Él, reconócete también vencedor en Él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado no te habría aleccionado para la victoria, cuando tú fueras tentado " (Comentario sobre los Salmos, salmo 60, 2-3).
Toda la historia de la salvación evidencia el designio divino de purificarnos de nuestros pecados y entablar con nosotros una alianza de salvación y de santidad. La penitencia cuaresmal tiene su origen en el ejemplo personal de Cristo, quien, no obstante su absoluta santidad personal y para invitarnos personalmente con su ejemplo, consagró cuarenta días íntegros a la oración, al ayuno y a la ascética penitencial. Hemos de estar persuadidos de que tenemos necesidad de penitencia, si no queremos anular en nosotros el fruto del sacrificio redentor del Calvario.
– Gn 9, 8-15: Pacto de Dios con Noé, liberado de las aguas del diluvio. Tras el castigo purificador del diluvio, Dios volvió a proclamar su designio de alianza y salvación sobre la comunidad nuevamente regenerada y misteriosamente seleccionada entre la humanidad pecadora: " Donde abundó el pecado, sobreabun-dó la gracia " (Rm 5, 20).
Esta es la idea que parece enseñarnos la lectura del diluvio. El pecado lleva siempre a la destrucción; pero Dios también está siempre dispuesto a recrear al hombre, a renovarlo de modo que continúe viviendo en la justicia y santidad. Por eso Dios se une a la humanidad con un pacto, la alianza, empeño que Dios tiene en favor de los hombres.
Dios está cerca, como amigo que cuida del destino del hombre y desea su plena realización. Donde existió el pecado y la muerte, ahora brilla el arco iris en el cielo, signo del Sol del Amor divino, que no cesará jamás de querer bien al hombre. Éste volverá una y otra vez al pecado, pero Dios se compadecerá siempre, perdonando y robusteciendo con su gracia el alma del hombre, para que progrese en santidad y en justicia. Para el pecador arrepentido hay siempre una esperanza de salvación. La celebración cuaresmal nos lo confirma en esta bella liturgia.
-Lo expresamos con el Salmo 32: " La palabra del Señor es sincera y todas sus acciones son leales; Él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y redimirlos en el tiempo de hambre. Nosotros aguardamos al Señor: Él es nuestro auxilio y escudo; que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de Ti ".
– 1P 3, 18-22: Aquello fue un símbolo del bautismo que ahora os salva. Por la muerte redentora de Cristo las aguas bautismales son, en los planes de Dios, el medio sacramental que nos limpia de nuestros pecados y nos incorpora a la Iglesia, arca definitiva de salvación.
Podemos resumir la lectura anterior con esta afirmación: donde la mirada humana no ve más que el desfallecimiento del hombre, allí la visión cristiana toma el poder y la acción vivificadora de Dios, y actúa como Cristo, que aceptó la muerte en lugar de los pecadores, para salvarlos, alcanzando así su propia glorificación. La fe hace comprender que todos los con-dicionamientos y limitaciones humanas alcanzan un valor positivo cuando el hombre los acepta por amor a Dios, transformándolos, con la gracia divina, en gestos constructivos y salvíficos para sí y para los demás, a ejemplo de Cristo.
– Mc 1, 12-15: Era tentado por Satanás y los ángeles le servían. La conversión evangélica personal y la penitencia reformadora de nuestras vidas son tan imprescindibles, que sin ellas no puede haber salvación para nosotros. El aval de nuestra conversión es el Corazón del Hijo Redentor. Comenta San Agustín:
" En el combate hasta la muerte está la victoria plena y gloriosa. En efecto, las primeras tentaciones propuestas a nuestro Señor, el Rey de los mártires, fueron duras; en el pan, la concupiscencia de la carne; en la promesa de reinos, la ambición mundana, y en la curiosidad de la prueba, la concupiscencia de los ojos. Todas estas cosas pertenecen al mundo, pero son cosas dulces, no crueles.
" Mirad ahora al Rey de los mártires presentándonos ejemplos de cómo hemos de combatir y ayudando misericordiosamente a los combatientes. ¿Por qué permitió ser tentado, sino para enseñarnos a resistir al tentador? Si el mundo te promete el placer carnal, respóndele: "más deleitable es Dios". Si te promete honores y dignidades seculares, respóndele: "el Reino de Dios es más excelso que todo". Si te promete curiosidades superfluas y condenables, respóndele: "sólo la Verdad de Dios no se equivoca" " (Sermón 384, 5).
La oración es el primer paso para la renovación santificadora de las prácticas cuaresmales. Es también la primera lección que Cristo nos ofreció en su vida pública. Sus cuarenta días de oración, en diálogo entrañable con el Padre, fortalecido con el Espíritu Santo, constituyen el ejemplo a seguir en este santo tiempo de Cuaresma. Si queremos tomar en serio nuestra vocación y condición cristianas, si queremos salir victoriosos de la tentación, debemos orar como Cristo hizo en el desierto.
– Dt 26, 4-10: Profesión de fe del pueblo escogido. Con la ofrenda anual de las primicias, Israel evocaba el acontecimiento más evidente de toda la historia de la salvación: que es siempre el amor de Dios el que toma la iniciativa para librarnos de toda esclavitud. En la ofrenda de las primicias el israelita declara la motivación de su gesto ofertorial: el recuerdo de las intervenciones de Dios en favor de sus padres y de todo el pueblo, que culminan con la entrega de la Tierra Prometida.
Nosotros tenemos muchos motivos, más aún que los antiguos israelitas, para alabar a Dios y ofrecerle toda nuestra vida: Él nos creó, pero más aún nos redimió, en prueba de su amor inmenso y gratuito, que está suscitando siempre nuestra correspondencia de amor, de adoración, de entrega total. Todo cuanto tenemos es de Él, y nosotros, llenos de amor, se lo devolvemos, con toda nuestra voluntad, libremente. Igual que el pueblo de Israel, y con mayor razón, nosotros, que vivimos en la época de la técnica, del progreso y del bienestar, debemos ofrecer a Dios nuestras cosas, y, sobre todo, nuestras vidas.
– Con el Salmo 90 tenemos la seguridad de que Dios nos ayuda y nos pone al amparo de Cristo en la tentación, según la lectura evangélica de hoy: " Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, Dios mío, confío en Ti. No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos. Te llevarán en su palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones. Se puso junto a mí; lo librarás; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré ".
– Rm 10, 8-13: Profesión de fe del que cree en Jesucristo. Por la fe en Cristo nos es posible a todos los hombres la regeneración y la reconciliación con Dios entre nosotros mismos. San Agustín comenta este pasaje:
" Creamos en Cristo crucificado, pero resucitado al tercer día. Esta fe, la fe por la cual creemos que Cristo resucitó de entre los muertos es la que nos distingue de los paganos... El Apóstol dice: "Pues si crees en tu corazón que Jesús es el Señor y confiesas con tu boca que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás" (Rm 10, 9). Creed en vuestro corazón... Pero sea vuestra fe la de los cristianos, no la de los demonios...
" Pregunta a un pagano si fue crucificado Cristo. Te responderá: "Ciertamente". Pregúntale si resucitó y te lo negará. Pregunta a un judío si fue crucificado Cristo y te confesará el crimen de sus antepasados. Pregúntale, sin embargo, si resucitó de entre los muertos; lo negará, se reirá y te acusará. Somos diferentes... Si nos distinguimos en la fe, distingámonos, de igual manera, en las costumbres, en las obras, inflamándonos la caridad " (Sermón 234, 3).
– Lc 4, 1-13: Jesús fue conducido por el Espíritu en el desierto y tentado por el diablo. El naturalismo de la vida, las ambiciones del corazón y el orgullo idolátrico son las tres tentaciones que nos acechan a diario y que Cristo Jesús nos enseñó a superar con su propio ejemplo redentor.
San Agustín afirma que el diablo se sirvió de la Escritura para tentar a Cristo y el Señor también le respondió con la Escritura (cf. Sermón 313 E,4). En todo tiempo, como individuos y como colectividad, estamos sujetos a la tentación de servirnos del poder, del prestigio, de la organización, del privilegio, de las riquezas..., para imponernos a los demás y subyugarlos.
Hemos de estar alerta y superar todas las dificultades que se nos presentan en nuestro caminar hacia Dios, sobre todo en este tiempo de Cuaresma, tan apropiado para la revisión de vida, para cambiar de mentalidad, para el dolor de nuestros pecados .