Entrada: " Tengo los ojos puestos en el Señor, porque Él saca mis pies de la red. Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido " (Sal 24, 15-16). O bien: " Cuando os haga ver mi santidad, os reuniré de todos los países; derramaré sobre vosotros un agua pura, que os purificará; de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar. Y os infundiré un espíritu nuevo " (Ez 36, 23-26)
Colecta (del Gelasiano): " Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados, mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hun-didos bajo el peso de nuestras culpas ".
Ofertorio (del misal anterior y, antes, del Gelasiano y Gregoriano): " Te pedimos, Señor, que la celebración de esta eucaristía perdone nuestras deudas y nos ayude a perdonar a nuestros deudores ".
Comunión: " El que beba del agua que yo le daré -dice el Señor- no tendrá más sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna " (Jn 4, 13-14). O bien: " Hasta el gorrión ha encontrado una casa y la golondrina un nido donde colocar sus polluelos: tus altares, Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios mío. Dichosos los que viven en tu casa alabándote por siempre " (Sal 83, 4-5).
Postcomunión (del Veronense): " Alimentados ya en la tierra con el pan del cielo, prenda de eterna salvación, te suplicamos, Señor, que se haga realidad en nuestra vida futura lo que hemos recibido en este sacramento ".
El agua, símbolo bíblico del don vivi-ficante del Espíritu Santo, signo de vida en la conciencia humana y en la historia de la salvación, constituye el tema litúrgico de este Domingo, en el que se tienen de modo especial se tiene presentes a los catecúmenos, que se preparan para ser bautizados en la Vigilia Pascual.
– Ex 17, 3-7: Danos agua para beber. El agua viva que Moisés dio misteriosamente a su pueblo, sediento en el desierto, era signo de la Providencia divina. Comenta San Agustín:
" Bebieron la misma bebida que nosotros, pues la Roca era Cristo. Bebieron, pues, bebida espiritual, la que se tomaba por la fe, no la que se bebía con el cuerpo. Oísteis que era la misma bebida: la Roca era Cristo... fue golpeada la roca misma con el madero para que saliera agua, pues fue golpeada con una vara ¿Por qué con madera y no con hierro, sino porque la Cruz fue acercada a Cristo para darnos a beber la gracia?
" Así pues, el mismo alimento y la misma bebida, mas esto sólo para los que entienden y creen. Para los que no entienden, allí no había más que maná y agua, alimento para el hambriento y bebida para el sediento. Entonces Cristo tenía que venir aún; ahora, Cristo ya ha venido... distintas palabras, pero el mismo Cristo " (Sermón 352, 3)
– " Venid, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos en su presencia dándole gracias. No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras " (Salmo 94).
– Rm 5, 1-2.5-8: El amor de Dios ha sido derramado en vuestros corazones por el Espíritu Santo que se os ha dado. En la Nueva Ley, Cristo es la garantía de nuestra fe y de la vida divina que, por el don del Espíritu Santo, se derrama en nuestros corazones. San Agustín comenta este pasaje paulino:
" ¡Admirable bondad de Dios, que nos otorga un don igual a Él mismo! Su don es el Espíritu Santo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un Dios único: la Trinidad. Y ¿qué bien nos trajo el Espíritu Santo? Óyeselo al Apóstol: El "Amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones". ¿De dónde, oh mendigo, te vino ese amor de Dios descendido en tu corazón? ¿Cómo ha podido este amor divino ser derramado en el corazón de un hombre?
" "Llevamos este tesoro en vasos de barro, dice el Apóstol". ¿Por qué en vasos de barro? Para que resalte la fuerza de Dios. Y, por último dice: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones", y, para que no se atribuya nadie a sí mismo el amar a Dios, añade: "por el Espíritu Santo que nos ha sido dado".
" Luego, para que tú ames a Dios es necesario que Dios more en ti, que su amor venga de Él y vuelva de ti a Él; o sea, que recibas su moción, ponga en ti su fuego, te ilumine y levante su Amor " (Sermón 128, 4).
– Jn 4, 5-42: Un surtidor de agua que salte hasta la vida eterna. El encuentro personal con el Corazón de Cristo, por la fe y el amor, es la base misma de los sacramentos, signos de la acción de Dios que nos salva en su Hijo Redentor. También San Agustín contempla el pasaje evangélico de la samaritana, al hablar de los encuentros redentores personales de Jesús en el Evangelio:
" Les propuso la parábola de dos personas deudoras de un mismo acreedor. También Jesús deseaba a Simón, que le había invitado a comer su pan. Tenía Él mismo hambre de aquél que le alimentaba... Es lo mismo que dijo a la samaritana: "Tengo sed". ¿Qué quiere decir "tengo sed"? Quiere decir: "Anhelo tu fe" " (Sermón 99, 3).
El encuentro de Jesús con la samaritana marcó la vida y la conciencia de aquella mujer, para transformarla y redimirla. Nosotros también tenemos que ser marcados por la Eucaristía que celebramos y recibimos.
No podemos reducir nuestra celebración cuaresmal en una meras prácticas devocionales. " No todo el que dice: "Señor, Señor" entrará en el Reino de los Cielos " (Mt 7, 21). Hemos de identificar nuestra voluntad con la de Dios. A esto deben conducirnos nuestras prácticas cuaresmales. La fidelidad filial con que Jesucristo cumplió la voluntad del Padre, hasta el sacrificio real de su vida, su actitud de obediencia incondicional, constituyen el ejemplo de vida impresionante que debemos imitar, como discípulos suyos.
– Ex 20, 1-17: La ley fue dada por Moisés. Dios se eligió un pueblo para realizar con él una alianza de amor y salvación. La ley mosaica fue la manifestación paternal de su amor, en forma de mandatos divinos que dignificasen la vida de sus hijos. Son diez los preceptos, pero se reducen a dos, como dice San Agustín:
" Has de amar a Dios con todo tu ser, porque es mejor que tú, y al prójimo como a ti mismo, porque es lo que eres tú. Los preceptos son dos, por tanto: "ama a Dios" y "ama al prójimo"; tres en cambio los objetos del amor... pues no se diría "y al prójimo como a ti mismo", si no te amas a ti mismo.
" Si son tres los objetos del amor, ¿por qué, pues, son dos los preceptos? ¿Por qué? Escuchadle. Dios no consideró necesario exhortarte a amarte a ti mismo, pues no hay nadie que no se ame a sí mismo. Mas, puesto que muchos van a la perdición por amarse mal, diciéndote que ames a tu Dios con todo tu ser, se te dio al mismo tiempo la norma de cómo has de amarte a ti mismo. ¿Quieres amarte a ti mismo? Para que no te pierdas en ti mismo, ama a Dios con todo tu ser, pues en Él te encontrarás a ti " (Sermón 179 A, 3-4).
– Con el Salmo 18 decimos: " La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante. Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos. La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos ".
– 1Co 1, 22-25: Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres, pero sabiduría de Dios para los llamados. Jesús no vino a abrogar la ley, sino a perfeccionarla con el amor (Mt 5, 17). El misterio de la Cruz es la mejor prueba de su amor total al Padre y a los hombres, sus hermanos. San Agustín dice:
" Los sabios de este mundo nos insultan a propósito de la Cruz de Cristo y dicen: "¿Qué corazón tenéis que adoráis a un Dios crucificado?" "¿Qué corazón tenemos?"... Ciertamente, no el vuestro. La sabiduría de este mundo es necedad ante Dios. No tenemos, pues, un corazón como el vuestro. Decid lo que queráis. Vosotros no podéis ver a Jesús, porque os avergonzáis de subir al árbol, como hizo Zaqueo; suba el humilde a la Cruz... y, para no avergonzarte de la Cruz de Cristo, ponla en tu frente... " (Sermón 174, 3).
– Jn 2, 13-25: Destruid este templo y en tres días lo levantaré. Jesús hubo de enfrentarse personalmente con el fariseísmo puritano, que trataba de conjugar la piedad legalista con sus propios intereses egoístas y materiales. Comenta San Agustín:
" ¿Para qué quiso Salomón que el templo fuese levantado? Para que fuese prefiguración del cuerpo de Cristo. Aquel templo era una sombra; llegó la luz y ahuyentó la sombra. Busca ahora el templo construido por Salomón y encontrarás las ruinas. ¿Por qué se convirtió en ruinas aquel templo? Porque se cumplió lo que él simbolizaba.
" El verdadero templo, que es el cuerpo del Señor, se derrumbó; pero luego se levantó, y de tal manera que en modo alguno podrá derrumbarse de nuevo. "Destruid este templo y yo lo levantaré en tres días", había dicho el Señor respecto a su cuerpo. Así pues, el templo de Dios es el cuerpo de Cristo... Quien dijo: "vuestros cuerpos son miembros de Cristo", ¿qué otra cosa mostró sino que nuestros cuerpos y nuestra Cabeza, que es Cristo, constituyen en conjunto el único templo de Dios? " (Sermón 217).
La imagen de la Iglesia como pueblo de Dios en peregrinación penitencial hacia la Pascua salvadora (Lumen gentium 8), cobra en esta celebración litúrgica una gran fuerza renovadora de nuestra conciencia. La Cuaresma es siempre un tiempo fuerte de conversión, de revisión de vida, de reconciliación evangélica con Dios y con todos nuestros hermanos. El Concilio Vaticano II ha subrayado esta condición permanente e irrenunciable de la Iglesia y de cada uno de sus miembros:
" Mientras Cristo, santo, inocente, inmaculado, no conoció el pecado, sino que vino únicamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia encierra en su propio seno pecadores; y, siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación " (ibid.).
– Ex 3, 1-8. 13-15: " Yo soy " me envía a vosotros. La vocación de Moisés significa en la historia de la salvación el comienzo de la liberación providencial del pueblo de Dios; el principio del camino de salvación, que es siempre una iniciativa gratuita de Dios. San Agustín explica el nombre bajo el que Dios se presenta a su pueblo, " Yo soy ".
" Romped los ídolos de vuestros corazones, prestad atención a lo que se dijo a Moisés cuando preguntó cuál era el nombre de Dios: "Yo soy el que soy". Todo cuanto es, en comparación con Él, es como si no fuera. Lo que realmente es desconoce cualquier clase de mutación. Todo lo que cambia y es inestable y durante cierto tiempo no cesa de sufrir mutaciones, fue y será; pero no lo incluye dentro de aquel es.
" Dios es cambio, carece de fue y será. Lo que fue, ya no es; lo que será, aún no es y lo que llega para luego desaparecer, será para no ser. Pensad, si podéis, esas palabras: "Yo soy el que soy". No os turbéis con pensamientos caprichosos y pasajeros. Paraos en el es, permaneced en El mismo que es. ¿Adónde vais? Permaneced, para que también vosotros podáis ser " (Sermón 223,a,5).
– Con el Salmo 102 decimos: " Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía al Señor, y no olvides sus beneficios. Él perdona todas tus culpas, y cura todas tus enfermedades; Él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura ".
– 1Co 10, 1-6.10-12: La vida del pueblo de Israel en el desierto se escribió para ejemplo nuestro. El designio divino de salvación, iniciado con la mediación de Moisés, culminaría en la obra redentora de Cristo. En Él nosotros hemos sido elegidos; pero no podemos ser los engreídos.
Los sacramentos no garantizan en absoluto la salvación si no corresponde a la gracia recibida la libertad de los beneficiarios; no hay en ellos nada de magia, sino el encuentro entre dos libertades, la de Dios y la nuestra. Desvincular la recepción de los sacramentos de la fe o de la conducta moral, equivale a recaer en las faltas del pueblo de Israel en el desierto, experimentando inmediatamente el mismo fracaso que ellos conocieron.
El obrar de Dios es siempre una inmensa garantía, pues Él no puede engañarse ni engañarnos, pero la salvación que nos ofrece no es nunca automática. No basta con recibir los gestos de la gracia de Dios; es preciso además la respuesta de la fe y la conversión, que ajuste permanentemente nuestra mirada con la suya.
– Lc 13, 1-9: Si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera. Dios tiene derecho a reclamar de nosotros una fidelidad cada vez más profunda. Por eso siempre necesitamos de conversión sincera y de renovación santificadora y también la Iglesia nos propone la conversión, no solo en el momento de recibir la fe, si-no a lo largo de toda la vida. Esta llamada se hace especialmente apremiante cuando hemos pecado y en determinados tiempos litúrgicos, como Adviento y Cuaresma.
La conversión lleva consigo la renuncia al pecado y al estado de vida incompatible con las enseñanzas del Evangelio, y la vuelta sincera a Dios. No basta solo el propósito de cambiar de vida, sino que es necesario el dolor por haber ofendido a Dios. Este cambio de vida y de mentalidad parte siempre de la fe, de la llamada continua de Dios, Padre misericordioso. San Máximo de Turín dice:
" Nada hay tan grato y querido por Dios, como el hecho de que los hombres se conviertan a Él con sincero arrepentimiento " (Carta 4).