Entrada: " Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría los que por ella llevasteis luto; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos " (Is 66, 10-11).
Colecta (del misal anterior y antes del Gregoriano): " Señor, que reconcilias a los hombres contigo por tu palabra hecha carne, haz que el pueblo cristiano se apresure, con fe viva y entrega generosa a celebrar las fiestas pascuales ".
Ofertorio (del Veronense y del Sacra-mentario de Bérgamo): " Al ofrecerte, Señor, en la celebración gozosa del domingo, los dones que nos traen la salvación, te rogamos nos ayudes a celebrar estos santos misterios con fe verdadera y a saber ofrecértelos por la salvación del mundo "
Comunión: " El Señor me puso barro en los ojos, me lavé y veo, y he empezado a creer en Dios (Jn 9, 11). O bien: " Deberías alegrarte, hijo, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y lo hemos encontrado " (Lc 15, 32). O bien: " Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor " (Sal 121, 3-4).
Postcomunión (Veronense y Gelasiano): " Señor Dios, luz que alumbras a todo hombre que viene a este mundo, ilumina nuestro espíritu con la claridad de tu gracia, para que nuestros pensamientos sean dignos de Ti, y aprendamos a amarte de todo corazón ".
En esta celebración, la Iglesia alegra nuestras almas con el pregón gozoso de la cercanía de Pascua, en el que se proclaman el don de la fe en Cristo y el sacramento del bautismo como misterios de Luz, que iluminan nuestras vidas en el tiempo, redimiéndonos de las tinieblas del pecado.
– 1S 16, 6-7.10-13: David es ungido rey de Israel. Los juicios de Dios son distintos de los juicios humanos. Éstos se agotan con la luz de sus apariencias, mientras que Dios ilumina verdaderamente las realidades del corazón y elige a los suyos por propia iniciativa. La vocación es el llamamiento que Dios hace al hombre que ha escogido y destinado a una misión especial en la historia de la salvación. La llamada de Dios ha de tener una correspondencia generosa y absoluta. Es la respuesta a la que se refiere San Agustín:
" ¿Quiénes son los rectos de corazón? Los que quieren lo que Dios quiere... No quieras torcer la voluntad de Dios " (Comentario al Salmo 93).
– Con el Salmo 22 proclamamos: " El Señor es mi Pastor, nada me falta. En verdes praderas me hace recostar, me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Me guía por el sendero justo ".
– Ef 5, 8-14: Levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz. La vocación cristiana, sellada en nuestro bautismo, nos libra de las tinieblas, transformándonos en hijos de la luz. San Agustín comenta este pasaje paulino:
" Pensad en las tinieblas de éstos [los neófitos], antes de acercarse al perdón de los pecados. Las tinieblas, pues, estaban sobre el abismo antes de que les fueran perdonados sus pecados. Pero el Espíritu del Señor se cernía sobre las aguas. Descendieron ellos a las aguas; sobre las aguas se cernía el Espíritu de Dios; fueron expulsadas las tinieblas de los pecados; estos son el día que hizo el Señor. A este día dice el Apóstol: "Fuisteis en otro tiempo tinieblas, ahora, en cambio, sois luz en el Señor". ¿Dijo acaso: "Fuisteis tinieblas en el Señor"? Tinieblas en vosotros mismos, luz en el Señor. Dios llamó a la luz día porque por su gracia se hace cuanto se hace. Ellos pudieron ser tinieblas por sí mismos; pero no hubieran podido convertirse en luz de no haberlo hecho el Señor. Este es el día que hizo el Señor: el Señor lo hizo y no el día mismo " (Sermón 258, 2).
– Jn 9, 1-41: Fue, se lavó y volvió con vista. La fe es un don de Dios, que ilumina a los creyentes. La increencia es la ceguera, que mantiene a los hombres en su condición original de hijos de las tinieblas. San Agustín explica este pasaje evangélico:
" Porque el Señor abre los ojos al ciego. Quedaremos iluminados, hermanos, si tenemos el colirio de la fe... También nosotros hemos nacido ciegos por causa de Adán y necesitamos que el Señor nos ilumine " (Tratado sobre el Evangelio de San Juan 34, 8-9).
Por el contacto amoroso de Jesús desapareció la ceguera natural del ciego de nacimiento. Por el contacto eucarístico, el Corazón de Cristo sigue iluminando desde lo más íntimo de nuestro ser, toda nuestra vida. " El que me sigue no anda en tinieblas, dice el Señor " (Jn 8, 12).
Hijos de la luz por el bautismo y la Eucaristía, toda nuestra conducta debe ser transparencia de nuestra condición de hijos de Dios y testimonio viviente de santidad en Cristo. " Brille vuestra luz delante de los hombres, que vean vuestras obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos " (Mt 5, 16).
Toda la historia de la salvación evidencia un enfrentamiento ininterrumpido entre el misterio de las tinieblas y el misterio de la luz, disputándose la vida de los hombres. El misterio de la luz lo integra el designio amoroso de Dios, que nos ofrece la salvación y la santidad; su palabra, que nos ilumina; su gracia que nos santifica. El misterio de las tinieblas son las reacciones rebeldes de la inteligencia y de la voluntad humana al servicio del pecado, que nos ciega, que nos degrada y nos con-vierte en hijos de ira (Ef 2, 3).
No podemos permanecer pasivos, irresponsables o indefinidos. A nosotros nos toca optar con decisión por la fidelidad a la gracia o permanecer paganamente degradados por las tinieblas del pecado.
– 2Cro 36, 14-16.19-23: La ira y la misericordia del Señor se manifestaron en el exilio y en la liberación del pueblo. El final del segundo libro de las Crónicas contiene una meditación profunda de la historia del pueblo de Israel que, con su rebeldía y pecados, provoca el castigo divino. El Señor abate su soberbia y luego le regenera por la misericordia.
La caída de Jerusalén, la destrucción del templo y la abolición de la dinastía davídica han sido permitidas por Dios. Ya Jeremías y el Levítico las habían previsto.
Pero estas calamidades no significan que Dios haya puesto punto final a sus designios de amor para con Israel. Él suscita a Ciro y le inspira una política de benevolencia con respecto a los judíos, quienes construirán de nuevo el Templo, de modo que Dios pueda estar presente en medio de su pueblo. El pueblo elegido pasa, por lo mismo, de un régimen dinástico a una teocracia absoluta: Dios mismo se establecerá en adelante en Sión para gobernar a su pueblo.
Pero tampoco el pueblo elegido será fiel y por eso vendrán nuevas destrucciones y purificaciones, hasta la venida de Cristo, que establece definitivamente el Reino de Dios en el mundo, cuya plenitud tendrá lugar en la Jerusalén celeste, en la llamada visión de paz.
– La Iglesia es la continuadora de Cristo en el mundo. Esto debe de estimularnos a ser fieles a Cristo y a extender su Reino por doquier. Persecuciones no faltarán, pero las puertas del infierno no prevalecerán. Con el Salmo 136 decimos con los israelitas deportados: " Si me olvido de ti, Jerusalén [Iglesia Santa, Jerusalén celeste], que se me paralice la mano derecha ".
– Ef 2, 4-10: Muertos por el pecado, por pura gracia estáis salvados. El misterio de la Cruz, signo definitivo de la salvación, es también una prueba amorosa de amor salvífico del Padre sobre nosotros. Por eso comenta San Agustín:
" ¿Qué tienes, pues, que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido? Pues si Abrahán se glorió, de la fe se glorió. ¿Cuál es la fe plena y perfecta? La que cree que todos nuestros bienes proceden de Dios " (Sermón 168, 3).
Casiano manifiesta muchas veces que tenemos necesidad de la gracia para hacer el bien:
" Si de una parte todos estos ejercicios son indispensables para la perfección, de otra son del todo ineficaces para llegar a ella sin el concurso de la gracia " (Instituciones 12, 11). " El principio de nuestra conversión y de nuestra fe, así como la paciencia en sufrir, son dones de Dios... La gracia de Dios no ha hecho bastante con haberos otorgado las primicias de nuestra salvación; hace falta que su misericordia vaya obrando cada día su plena eclosión mediante esa misma gracia " (Colaciones 3, 14).
– Jn 3, 14-21: Dios mandó a su Hijo para que el mundo se salve por Él. Como hijos de las tinieblas, todos los hombres éramos seres mordidos por el pecado para la muerte y la condenación. Por el misterio de la Cruz el Padre nos regenera de nuevo para la luz y la vida de hijos. Comenta San Agustín:
" Cómo es que te parecía que los hombres pecadores no podrían hacerse miembros de Cristo, es decir, de quien no tuvo pecado alguno? Te impulsaba a ello la mordedura de la serpiente. Pero a causa del pecado, es decir, del veneno de la serpiente, fue crucificado Cristo y derramó su sangre para el perdón de los pecados.
" Moisés levantó la serpiente en el desierto para que sanasen quienes en el mismo desierto eran mordidos por las serpientes, mandándoles mirarla, y quien lo hacía quedaba curado. Del mismo modo, conviene que sea levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él, que lo contemple levantado, que no se avergüence de su crucifixión, que se gloríe en la Cruz de Cristo, no perezca, sino que tenga la vida eterna. ¿Como no morirá? Creyendo en Él. ¿De qué manera no perecerá? Mirando al levantado. De otra forma hubiera perecido " (Sermón 294, 11).
La liturgia de este domingo proclama un esperanzador y gozoso pregón pas-cual. Pascua significa, en la historia de la salvación, para el pueblo de Dios y para cada uno de nosotros, la urgencia de vida nueva, la responsabilidad de nuevas criaturas, reconciliadas con el Padre por el sacrificio redentor de su Hijo. Para esta vida nueva nos prepara la intensa purificación interior y exterior que nos proporciona la celebración cuaresmal. Es preciso intensificar seriamente el proceso personal de conversión, de purificación, porque así lo requiere la celebración litúrgica del misterio pascual de Cristo, al que Él mismo nos incorpora.
– Jos 5, 9-12: El pueblo de Dios celebra la Pascua antes de entrar en la tierra prometida. Tras cuarenta años de peregrinación, el pueblo de Israel entró en la tierra de salvación. Allí celebró por vez primera la Pascua, como inauguración de una vida nueva y libre. Comenta San Ata-nasio:
" Vemos, hermanos míos, cómo vamos pasando de una fiesta a otra. Ahora ha llegado el tiempo en que todo vuelve a comenzar, el anuncio de la Pascua venerable, en la que el Señor fue inmolado. Nosotros nos alimentamos... y deleitamos siempre nuestra alma con la sangre preciosa de Cristo, como de una fuente; y, con todo, siempre estamos sedientos de esa sangre, siempre sentimos un ardiente deseo de recibirla.
" Pero nuestro Salvador está siempre a disposición de los sedientos y, por su benignidad, atrae a la celebración del gran día a los que tienen sus entrañas sedientas, según aquellas palabras suyas: "El que tenga sed, que venga a Mí y beba"... Siempre que lo pedimos, se nos concede acceso al Salvador. El fruto espiritual de esta fiesta no queda limitado a un tiempo determinado, ni su radiante esplendor conoce el ocaso , sino que está siempre a punto, para iluminar las mentes que así lo desean " (Carta 5, 1-2).
– Con el Salmo 33 decimos: " Gustad y ved qué bueno es el Señor. Bendigo a Dios en todo momento, su alabanza está siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor: que los humildes lo escuchen y se alegren "
– 2Co 5, 17-21: Dios nos ha reconciliado consigo en Cristo. Para nosotros la Pascua definitiva ha sido Cristo Jesús (1Co 5, 7). Nos exige una nueva vida de santidad: muerte al pecado y al hombre viejo, para vivir auténticamente como hijos de Dios. Comenta San Agustín:
" Cuando nuestra esperanza llegue a su meta, habrá llegado también a la suya nuestra justificación. Y, antes de completarla, el Señor mostró en su carne, con la que resucitó y subió al Padre, lo que nosotros hemos de esperar, para que viésemos en la Cabeza lo que ha de suceder en los miembros... El mundo es convencido de pecado en aquellos que no creen en Cristo, y de justicia en los que resucitan en los miembros de Cristo. De donde se ha dicho: "A fin de que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en Él". Si somos justicia, lo somos en Él, el Cristo total... el que va al Padre, y esa justicia alcanza entonces la plenitud de su perfección " (Sermón, 144, 6).
– Lc 15, 1-3.11-32: Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido. Tras la degradación por el pecado, solo la penitencia y el retorno a la fidelidad a Dios nos pueden garantizar la verdadera reconciliación santificadora con el Padre. La parábola del hijo pródigo, bien se podría llamar también la parábola del Padre misericordioso, como explica San Gregorio Magno:
" He aquí que llamo a todos los que se han manchado, deseo abrazarlos... No perdamos este tiempo de misericordia [la Cuaresma], que se nos ofrece, no menospreciemos los remedios de tanta piedad que el Señor nos brinda. Su benignidad llama a los extraviados, y nos prepara el seno de su clemencia para cuando volvamos a Él. Al pensar cada uno en la deuda que le abruma, sepa que Dios le aguarda, sin despreciarle ni exasperarse. El que no quiso permanecer con Él, que vuelva... Ved cuán grande es el seno de la piedad y considerad que tenéis abierto el regazo de su misericordia " (Homilía sobre los Evangelios 33).