Entrada: " Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa contra gente sin piedad; sálvame del hombre traidor y malvado. Tú eres mi Dios y protector " (Sal 42, 1-2).
Colecta (inspirada en la antigua liturgia hispana, llamada también mozárabe): " Te rogamos, Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo ".
Ofertorio (Gelasiano): " Escúchanos, Dios Todopoderoso, tú que nos has iniciado en la fe cristiana, y purifícanos por la acción de este sacrificio "
Comunión: " El que está vivo y cree en Mí, no morirá para siempre " (Jn 11, 26). O bien: " Mujer, ¿ninguno te ha condenado? Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante, no peques más " (Jn 8, 10-11). O bien: " Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto " (Jn 12, 24-25).
Postcomunión (Veronense): " Te pedimos, Dios Todopoderoso, que nos cuentes siempre entre los miembros de Cristo, en cuyo Cuerpo y Sangre hemos comulgado ".
Las lecturas de hoy nos recuerdan nuestra vocación de resucitados en Cristo. También en este domingo tenía lugar el escrutinio o examen selectivo de los cate-cúmenos que se preparaban para recibir el bautismo en la Vigilia Pascual. Rea-vivemos con ellos nuestra fe cristiana.
– Ez 37, 12-14: Os infundiré mi espíritu y viviréis. La salvación divina es proclamada por el profeta Ezequiel como una iniciativa de Dios, que infunde nueva vida a un pueblo aniquilado y sin capacidad propia para regenerarse. Orígenes compara el bautismo de los cristianos con el paso del Jordán:
" Cuando llegues a la fuente del bautismo, entonces también tú, por ministerio de los sacerdotes, atravesarás el Jordán y entrarás en la tierra prometida, en la que te recibirá Jesús, el sucesor de Moisés, y será tu guía en el nuevo camino " (Homilía sobre el libro de Josué).
– Con el Salmo 129 proclamamos: " Desde lo hondo a Ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz, estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa ".
– Rm 8, 8-11: El Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros. La vocación cristiana comporta el paso de la muerte y del pecado a la vida divina, bajo la acción santificadora del Espíritu renovador. " Quien no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo " (Rm 8, 8). San Juan Crisóstomo hace una penetrante observación:
" Si Cristo vive en el cristiano, allí está también el Espíritu divino, la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Donde no está este Espíritu, allí reina de verdad la muerte, y con ella la ira de Dios, el rechazo de las leyes, la separación de Cristo, el destierro de este huésped... Pero, cuando se tiene en sí al Espíritu, ¿qué bienes nos pueden faltar? Con el Espíritu se pertenece a Cristo, se le posee, se compite en honor con los ángeles. Con el Espíritu se crucifica la carne, se gusta el encanto de una vida inmortal, se tiene la prenda de la resurrección futura, se avanza rápidamente por el camino de la virtud. Esto es lo que Pablo llama dar muerte a la carne " (Homilía 13 sobre Romanos).
– Jn 11, 1-45: Yo soy la resurrección y la vida. Jesús es la resurrección y la vida para los cuerpos, mediante su poder vi-vificante frente a la muerte; para las almas, mediante su poder de seducción frente al pecado. Comenta San Ambrosio:
" Vendrá Cristo a tu sepultura y cuando vea llorar por ti a Marta, la mujer del buen servicio, y a María, la que escuchaba atentamente la Palabra de Dios, como la Santa Iglesia que ha escogido para sí la mejor parte, se volverá a misericordia. Cuando a la hora de tu muerte vea las lágrimas de tantas gentes, preguntará: ¿Dónde lo habéis puesto? Es decir, ¿ en qué lugar de los reos está? ¿en qué orden de los penitentes? Veré al que lloráis, para moverme por su sus propias lágrimas, veré si está muerto al pecado aquel cuyo perdón pedís. Así, pues, viendo el Señor Jesús el agobio del pecador no puede menos de derramar lágrimas; no puede soportar que llore sola la Iglesia. Se compadece de su Amada y dice al difunto: Sal fuera... Manifiesta tu propio pecado y serás justificado " (La penitencia 2, 7, 54-57).
La liturgia cuaresmal, preparación para el misterio pascual, se encuentra en su momento más intenso. Hemos de disponernos a vivir la Pasíon, Muerte y Resurrección de Jesús profundamente, adentrándonos en el misterio de su Corazón. Él es el Hijo de Dios hecho hombre, en condición victimal solidaria por nuestros pecados. A profundizar en este conocimiento interno de Cristo Paciente, Muerto y Resucitado apunta la pedagogía litúrgica de esta quinta semana de Cuaresma.
– Jr 31, 31-34: Haré una alianza nueva y no recordaré el pecado. La Antigua Alianza preparaba al creyente para el misterio de Cristo, pero solo la Nueva Alianza santificaría interiormente al pecador. Dios forma a su pueblo, por los profetas, en la esperanza de la salvación, en la espera de una alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres (Is 2, 2-4), que será grabada en sus corazones (Jr 31, 31-34; Hb 10, 16).
Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de Dios, la purificación de todas sus infidelidades (Ez 36), una salvación que incluirá a todas las naciones (Is 49, 5-6; Is 53, 11). Serán, sobre todo, los pobres y los humildes del Señor quienes mantendrán esta esperanza. El anuncio de Jeremías se perfecciona en Cristo. Él es la Palabra definitiva del Padre. No habrá otra Palabra más elocuente que ésta.
– Con el Salmo 50 decimos: " Oh Dios, crea en mí un corazón puro. Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa, lava del todo mi delito, limpia mi pecado... "
– Hb 5, 7-9: Aprendió a obedecer y se ha convertido en centro de salvación eterna. Jesús, autor de la Nueva Alianza por su Sacerdocio y su inmolación, es el único que puede renovarnos, hasta convertirnos realmente en hijos de Dios. San Juan Crisóstomo:
" Cuando el Apóstol habla de estas súplicas y del clamor de Jesús no quiere hablar de las peticiones que hizo para Sí mismo, sino para los que creerían en Él. Y puesto que los hebreos no tenían todavía la elevada concepción de Cristo que hubieran debido poseer, San Pablo dice que fue escuchado, como el mismo Señor dijo a sus discípulos para consolarlos: "Si me amaseis, os alegraríais de que fuera al Padre, porque el Padre es mayor que yo"... Eran tan grande el respeto y la piedad del Hijo que Dios Padre no pudo menos que tener en cuenta sus súplicas, salvando a su Hijo y salvando también a todos los que le obedecen " (Homilía 11, sobre Hebreos).
– Jn 12, 20-33: Si el grano de trigo cae en tierra y muere, da mucho fruto. Por la humillación victimal de Cristo Jesús se ha hecho posible la glorificación perfecta del Padre y la santificación real del creyente. Comenta San Agustín:
" Pero el precio de estas muertes [la de los mártires] es la muerte de uno solo. ¡Cuántas muertes compró muriendo Aquél que de no haber muerto, no hubiera hecho que se multiplicara el grano de trigo. Oísteis las palabras que dijo al acercarse su pasión, es decir, al acercarse nuestra redención: "Si el grano de trigo caído en tierra, no muere, permanece solo; pero si muere da mucho fruto" (Jn 12, 24-25). En la Cruz realizó un gran negocio; allí fue abierto el saco que contenía nuestro precio: cuando la lanza del que lo hería abrió el costado, brotó de Él el precio de todo el orbe " (Sermón 329, 1).
Sólo una compenetración plena, viva y amorosa, con el misterio del Amor que llevó a Cristo hasta la Cruz por nosotros, puede redimirnos de una piedad frívola en la celebración litúrgica de estos días.
El proceso de conversión cuaresmal apunta a su fin. La liturgia de este domingo proclama la finalidad positiva y santi-ficadora de la verdadera renovación pascual y de la genuina reconciliación cristiana. No se trata solo avivar el arrepentimiento por nuestra vida, marcada por el pecado, de detestar y superar el pecado.
La conversión cristiana no puede cifrarse simplemente en la purificación religiosa del pecado, a estilo hindú o budista. Tiene que apuntar a una nueva vida en Cristo, a una cristificación real de todo nuestro ser. La Pascua cristiana no es solo muerte al hombre viejo y al pecado. Es esencialmente una verdadera resurrección con Cristo, para vivir una vida nueva, empeñada en la santidad que solo en Él, con Él y por Él es posible para nosotros.
– Is 43, 16-21: Mirad que realizo algo nuevo y daré bebida a mi pueblo. Isaías proclama la liberación mesiánica como un nuevo éxodo, como una nueva obra de Dios, para dar vida a su pueblo. San Gregorio de Nisa dice:
" Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida; muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien; era necesario que se nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando cautivos, esperábamos un Salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un Libertador " (Or. Catech. 15).
Y ese libertador vino, no por nuestros méritos, sino solo por el infinito amor de Dios. Libérrimamente realizó Cristo la Redención.. " Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna " (Jn 3, 16).
– Con el Salmo 125 proclamamos: " El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres... cuando el Señor cambió la suerte de Sión nos parecía soñar; la boca se nos llenaba de risas, la lengua de cantares... "
– Flp 3, 8-14: Todo lo estimo pérdida comparado con Cristo, configurado, como estoy, con su muerte. Para el cristiano, como para Pablo, la conversión a Cristo deberá significar una total renuncia al pasado, para alcanzar a vivir una vida nueva en Cristo, por Cristo y con Cristo. Este desprendimiento ha sido vivido por todos los santos, desde los tiempos apostólicos hasta nuestros días, y lo será siempre. San Ignacio de Antioquia habla de la muerte, del desasimiento, para poder resucitar a la vida nueva:
" No os doy yo mandatos, como Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles, yo no soy más que un condenado a muerte... Pero si logro sufrir el martirio, entonces seré liberto de Jesucristo y resucitaré libre con Él. Ahora, en medio de mis cadenas es cuando aprendo a no desear nada " (Carta a los Romanos 3, 1-2).
– Jn 8, 1, 11: El que esté sin pecado que tire la primera piedra. La renovación pascual es necesaria para todos. Cualquier puritanismo condenatorio de la conducta ajena está más del lado de los fariseos inmi-sericordes que del Evangelio. Todos necesitamos la conversión a una vida nueva. San Gregorio Magno dice:
" He aquí que llama a todos los que se han manchado, desea abrazarlos, y se queja de que le han abandonado. No perdamos este tiempo de misericordia que se nos ofrece, no menospreciemos los remedios de tanta piedad, que el Señor nos brinda. Su benignidad llama a los extraviados, y nos prepara, cuando volvamos a Él, el seno de su clemencia. Piense cada cual en la deuda que le abruma, cuando Dios le aguarda y no se exaspera con el desprecio. El que no quiso permanecer con Él, que vuelva; el que menospreció estar firme a su lado, que se levante, por lo menos después de su caída... Ved cuán grande es el regazo de su piedad y considerad que tiene abierto el regazo de su misericordia " (Homilía 33 sobre los Evangelios).