4ª semana del Tiempo Ordinario, miércoles

Años impares

Hb 12, 4-7.11-15: Dios reprende a los que ama. El sufrimiento ha de ser considerado como una prueba pasajera, como una corrección medicinal que Dios procura a sus hijos buscando su bien. Nosotros, imágenes Suyas, también en esto debemos imitar a nuestro Padre al procurar el bien de nuestros hermanos. Así lo enseña San Agustín:" Para que no se moleste el hijo pecador de ser corregido con azotes, también Él, el Hijo único sin pecado, quiso ser azotado. Por tanto aplica tú el correctivo, pero evitando la ira del corazón. El Señor mismo, refiriéndose a aquel deudor al que exigió de nuevo toda la deuda por haber sido despiadado con su consiervo, dice así: "del mismo modo obrará vuestro Padre celestial con vosotros, si cada uno no perdona de corazón a su hermano" (Mt 18, 35)" Por tanto, [...] sin perder la caridad, practica tú una saludable severidad. Ama y castiga, ama y azota. A veces acaricias, y actuando así te muestras cruel. ¿Cómo es que acaricias y te muestras cruel? Porque no recriminas los pecados, y esos pecados han de dar muerte a aquel a quien amas perversamente, perdonándole. Pon atención al efecto de tu palabra, a veces áspera, a veces dura y que ha de herir. El pecado desola el corazón, destroza el interior, sofoca el alma y la hace perecer. Apiádate, pues, y castiga " (Sermón 114,A,5).-Con el Salmo 102 cantamos la misericordia paternal del Dios, que dura siempre con sus hijos, también en la corrección: " Bendice, alma mía, al Señor y todo mi ser a su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus beneficios. Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles; porque Él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro ".

Años pares

2S 24, 2.9-17: Soy yo el que he pecado, haciendo el censo de la población. ¿Qué han hecho estas ovejas? Tras el pecado viene el castigo. En esta ocasión, David, compadeciéndose de su pueblo, quiere sufrir él solo el castigo por su pecado, para expiarlo. Esta historia nos muestra la misteriosa solidaridad de unos con otros tanto en el pecado como en la gracia. El pecado de uno solo puede causar la desgracia de muchos; pero también la oración y la expiación de uno solo puede ser suficiente para evitar el castigo de todos. San Agustín dice: " Padece enfermedad el género humano; no tanto enfermedad de cuerpo, sino de pecados. Yace en toda la redondez de la tierra, de oriente a occidente, el gran enfermo. Y para curar al gran enfermo descendió el Médico omnipotente. Se humilló hasta su carne mortal, o digamos, hasta el lecho del enfermo " (Sermón 87).Los cristianos somos solidarios con Cristo Redentor, que se anonadó, se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz, para curarnos y para salvarnos. También nosotros hemos de ser solidarios con el mal físico y moral de nuestros hermanos, procurando siempre su sanación o su alivio.-Cuando existe el reconocimiento humilde del pecado, Dios da su perdón, y en seguida viene el gozo y la dicha de sentirse perdonado. Y a veces el arrepentimiento procede de la experiencia de algún sufrimiento. Confesamos este misterio de gracia con el Salmo 31: " Perdona, Señor, mi culpa. Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito. Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito. Propuse: "confesaré al Señor mi culpa", y Tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Por eso, que todo fiel te suplique en el momento de la desgracia: la crecida de las aguas caudalosas no lo alcanzará. Tú eres mi refugio; me libras del peligro, me rodeas de cantos de liberación ".

Evangelio

Mc 6, 1-6: No desprecian a un profeta más que en su tierra. La culpa principal de los nazarenos, entre otras, está en que no reconocen el valor trascendente de la humanidad de Jesús. Esa actitud les hace imposible recibir al Salvador y entrar en su camino de salvación, que es Él mismo. Así lo afirma San Agustín, " Hombre verdadero y Dios verdadero... Ésta es la fe católica; quien ambos términos confiesa, es católico, que tiene [en Cristo] una patria y un camino. Él es la patria a donde vamos. Y Él es el Camino por donde vamos. Vayamos por Él a Él, y no nos extraviaremos " (Sermón 93).Jesús es la fuente de vida. Su santa Humanidad es instrumento, perfectamente unido a su divinidad, para comunicarnos la vida sobrenatural. Incluso para comunicarnos su vida divina ha utilizado su santa Humanidad. Más aún, esa misma Humanidad santísima, unida al Verbo, es también para nosotros fuente de vida corporal. El Evangelio, en efecto, nos dice que de Él salía una virtud que sanaba a todos (Lc 6, 17-18). San Agustín dice:" ¿Qué felicidad más segura que la nuestra, siendo así que el mismo que ora con nosotros es el que da lo que pide? Porque Cristo es Hombre y Dios. Como hombre pide; como Dios otorga " (Sermón 217).Hemos de tener hacia la Humanidad sagrada de Jesucristo una gran fe y devoción. Así la tuvieron los santos, como San Bernardo, San Francisco de Asís o Santa Teresa.