– 2Co 5, 14-21: Al que no había pecado Dios le hizo expiar nuestros pecados. " Nos apremia el amor de Cristo, que murió para salvarnos a todos y nos reconcilió con Dios ". San Gregorio Nacianceno explica estas palabras de San Pablo:
" Jesús, que desde el principio acogió a los pecadores, deja el suyo, para ir de un lugar a otro (Mt 19, 1). ¿Con qué fin? No sólo para ganar mayor número de hombres para el amor de Dios, frecuentando su trato, sino también, a mi parecer, para santificar un mayor número de lugares. Para el judío se hizo judío, para ganar a los judíos; para ganar a los que estaban bajo la ley, se sujetó a la ley, con los débiles se hizo débil, a fin de salvar a los débiles, se hizo todo a todos para ganarlos a todos (1Co 9, 19-23).
" ¿Por qué digo a todos, mientras Pablo dice a algunos, hablando de sí mismo? Porque yo pienso que el Salvador ha sufrido más. En efecto, no sólo se hizo judío, no sólo aceptó los nombres más absurdos e injuriosos, sino también, y es más absurdo, Él se hizo pecado (2Co 5, 21). Ciertamente Él no lo es (Ga 2, 17), pero recibió el nombre. ¿Cómo podría Él ser pecado el que nos libra del pecado (Rm 6, 18-22)? ¿Y como será maldición el que nos rescató de la maldición de la ley (Ga 3, 13)? Pero Él llega hasta eso para hacernos ver qué es la humildad y mostrarnos la medida de esa humildad que nos ha merecido la exaltación (Lc 14, 11). Como hemos dicho llega a pecado y desciende al nivel de todos, echa el anzuelo a todos para sacar el pez del fondo del mar, el que nada entre las olas agitadas y salobres de la vida del hombre " (Sermón 37, 1).
– Con el Salmo 102 proclamamos: " el Señor es compasivo y misericordioso ". El amor de Dios eclipsa a su majestad de juez. El Dios infinitamente grande se inclina como un padre sobre aquellos que se convierten a Él. Cristo es la manifestación visible de la invisible bondad de Dios, como dice San Pablo en la Carta a Tito (Tt 3, 4-7). Allí encontramos la mejor definición que podría encontrarse de Cristo. Comenta San Agustín:
" No nos ha tratado en conformidad con nuestras obras. En efecto, somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo único, para no seguir siendo único, murió por nosotros. No quiso ser único, quien murió siendo único. A muchos hizo hijos de Dios el Hijo único de Dios. Con su sangre compró hermanos; siendo Él reprobado los aprobó, vendido los rescató, ultrajado los honró, muerto los vivificó " (Sermón 131, 5).
– 1R 19, 19-21: Elías llama a Eliseo con un gesto profético. Con razón la vocación de Eliseo y su entrega absolutamente ha sido siempre un modelo de la obediencia que hemos de dar a toda llamada del Señor.
Los relatos sobre la vocación son, en muchas ocasiones, las páginas más impresionantes de la Biblia, como ya se ha expuesto en otras ocasiones al tratar de la vocación. Lo mismo podemos decir de los Santos Padres.
La vocación es el llamamiento que Dios hace al hombre, directamente o por medio de otros, que ha escogido y que destina a una obra particular de salvación. Es un llamamiento personal dirigido a la conciencia más profunda del hombre y que modifica radicalmente su existencia, haciéndolo otro hombre.
La llamada de Dios debe tener una correspondencia pronta, sin dilaciones. Dios tiene siempre unos planes más elevados: para el llamado y para los que aparentemente saldrían perjudicados por su marcha. Cuando Dios llama, ése es el momento más oportuno, aunque aparentemente, miradas las cosas con ojos humanos, puedan surgir razones que dilaten la entrega. Dice Suárez:
" Si Dios nos ha elegido, entre una infinidad de criaturas posibles para desempeñar una misión en la creación, esto es un hecho que nosotros no podemos cambiar y ante el cual la única actitud digna de un hombre es la aceptación tal cual es, porque ni depende de nosotros, ni dejará de ser así porque pretendamos ignorarlo " (La Virgen Nuestra Señora 81).
– La Iglesia en su liturgia lo expone con el Salmo 15: " Tú eres, Señor, el lote de mi heredad ". No se trata de alguien que busca refugio en Dios, y pide fortaleza para permanecer siempre contra todas las dificultades en esta fidelidad primera. Esta es la opción de todo creyente verdadero que la hizo para siempre. Pero el peligro existe. Son muchos los ídolos que se presentan en su vida para alejarlo del camino emprendido: el dinero, el placer, el poder, los honores... por esto exclama: " Protégeme, Dios mío, que me refugio en Ti "
– Mt 5, 33-37: Yo os digo que no juréis en absoluto. La verdad y la sinceridad de la propia palabra tiene que ser suficiente para que nos consideren dignos de crédito. San Agustín expone su propia experiencia:
" Un juramento en falso no es un pecado sin importancia; al contrario, el jurar en falso es pecado tan grande que el Señor prohibió todo juramento, para evitar el juramento en falso " (Sermón 307, 2).
En otro lugar dice: " También yo juraba a cada momento: también yo tuve esta costumbre horrible y mortal. Lo confieso a vuestra caridad. Desde que empecé a servir a Dios y vi el mal que encierra el perjurio, se apoderó de mí un fuerte temor y con él frené tan arraigada costumbre. Una vez frenada, se la contiene; contenida, languidece; languideciendo, muere; y la mala costumbre deja lugar a la buena " (Sermón 180, 10).
Esto nos obliga a ser siempre sinceros. La sinceridad es una virtud cristiana por excelencia porque está relacionada íntimamente con la verdad y Jesucristo nos dijo que Él era la Verdad. La sinceridad del Señor fue reconocida por su propios enemigos (cf. Mt 22, 15 ss.). A veces nos da miedo la verdad, porque es exigente y comprometida.
Muy relacionada con la sinceridad está la sencillez, consecuencia de vivir la vida de infancia espiritual. El alma sencilla no se enreda ni se complica inútilmente por dentro. Se oponen a la sencillez la afectación y la oficiosidad, posturas superficiales, por las que el hombre se deja llevar movido por fórmulas o actitudes vacías, o por simple imitación de otras personas. Se oponen también la pedantería, la jactancia y la hipocresía. Casiano dice:
" Son más peligrosos y más difíciles de remediar los vicios que tienen apariencia de virtud y se cubren con la apariencia de cosas espirituales, que los que tienen claramente por fin el placer sensual. A estos, en efecto, como las enfermedades que se manifiestas con claridad, puede atacárseles de frente y se les cura al instante. Los otros vicios, en cambio, paliados con el velo de la virtud, permanecen incurables, agravando el estado de los pacientes y haciendo desesperar el remedio " (Colaciones,4).