13ª semana del Tiempo Ordinario, sábado

Años impares

Gn 27, 1-5.15-29: Animado por su madre Rebeca Jacob arrebata a Esaú, su hermano primogénito, la bendición de su anciano padre. Los designios de Dios proceden por simple elección y no dependen de las obras, sino de Aquél que llama (Rm 9, 11-13). Comenta San Gregorio Magno:

" En efecto, el círculo de sus preceptos una veces está arriba y otras abajo, porque a los más perfectos se les anuncia espiritualmente, a los débiles se les aplica conforme a la letra, y lo que los pequeñuelos entienden a la letra, los varones doctos lo subliman mediante la inteligencia espiritual. Porque, ¿quién de los pequeños no se deleita leyendo la sagrada historia de Esaú y Jacob, cuando el uno sale a cazar para ser bendecido, y el otro, mediante la suplantación hecha por la madre, recibe la bendición del padre? (Gén 27). Historia, en la que, ciñéndose a una inteligencia poco sutil, parece que Jacob no arrebató fraudulentamente la bendición del primogénito, sino que la recibió como debida a él, puesto que, con el consentimiento de su hermano, habíala comprado, dándole en pago el alimento. Pero, no obstante, si alguno, pensando más profundamente, quisiera examinar la conducta de cada uno de ellos, mediante los secretos de la alegoría, en seguida se eleva desde la historia al misterio " (Homilía 1 sobre Ezequiel).

– Con el Salmo 134 proclamamos: " alabad al Señor, porque es bueno ". El oficio de alabar a Dios de todo corazón y con todas las fuerzas del espíritu, corresponde de modo especial al cristiano, que ha sido escogido por Dios con una especialísima elección, como dice San Pedro (1P 2, 9-10). Pero la fe cristiana nos dice mucho más aún: Dios omnipotente y misericordioso se ha hecho visible en Cristo: verdadero Dios y verdadero hombre, semejante a nosotros menos en el pecado (Hb 4, 15-16). La alabanza del piadoso israelita es por la elección de Jacob: " Alabad al Señor, porque es bueno; tañed para su nombre, que es amable. Porque Él se escogió a Jacob, a Israel en posesión su-ya ".

Años pares

Am 9, 11-15: Haré volver los cautivos de Israel y los plantaré en su campo. Una profecía sobre la restauración de la dinastía de David y sobre una era de felicidad. Es más bien una predicción sobre la vocación de todos los pueblos a reunirse en la Iglesia de Jesucristo.

El idilio de los tiempos mesiánicos de que nos habla el profeta se ha quedado corto, pues las realidades de la vida de la gracia, vivida con la intensidad que exige la vocación cristiana, superan a todo lo que podían soñar los profetas del Antiguo Testamento. San Jerónimo así lo explica:

" En aquel tiempo, la uva se pisará en los lagares llenos y se exprimirán los mostos enrojecidos con la sangre de Cristo y de los mártires, y este pisador de uva será semillero de la palabra de Dios, para que su sangre clame en el mundo más que clamó la sangre del justo Abel. Los que asciendan al monte por los méritos de sus virtudes, sudarán miel, más aún, destilarán la dulzura de la palabra de Dios, de la que está escrito: "Gustad y ved qué bueno es el Señor" (Sal 33, 9) y "Qué dulce al paladar tu promesa, más que la miel en la boca" (Sal 118, 103). Los que están bajo las montañas, a los que llega el esposo en el Cantar de los Cantares saltando por las montañas, brincando por las colinas (Ct 2, 8) -los llama colinas-, imitarán el paraíso de Dios, de manera que en ellos se encuentren los frutos de la doctrina. Entonces, si alguno está cautivo en la infidelidad, y aún no ha creído en el nombre del Señor, y es del resto del en otro tiempo pueblo de Israel, edificarán ciudades antes desiertas y habitarán en ellas " (Comentario sobre el profeta Amós 4).

– Con el Salmo 84 alabamos a Dios " que anuncia la paz a su pueblo ". Dios había perdonado a su pueblo y le había abierto el camino a la patria. Así se describen en Isaías 40, como si fuera un segundo Éxodo; como un desfile triunfal por el desierto, en el que Dios marchaba a la cabeza de los liberados. Pero, además, el retorno se hacía coincidir con la restauración final de los tiempos y de la conversión de las gentes. Todo esto se explica mejor con la liberación y redención hecha por Cristo no obstante todas las dificultades y el mal en el mundo. En realidad todo se ve mejor en el triunfo total de Cristo en la Jerusalén celeste, llamada visión de paz (cf. 1 Cor 15-28).

Evangelio

– Mt 14-17: El tiempo de la presencia del mensajero del Reino sobre este mundo, similar a una fiesta nupcial, es un tiempo de alegría, del que queda excluido el ayuno. Pero, allá, en el horizonte, se perfila la tragedia final. El Esposo será arrebatado. Entonces vendrá el ayuno. Renovación impuesta por Cristo. Dice San Juan Crisóstomo:

" Antes se había llamado el Señor a sí mismo médico y ahora se da el nombre de Esposo: nombres ambos con que se nos revelan inefables misterios. Y a fe que podía haberles respondido mucho más ásperamente. Podía, por ejemplo, haberles dicho: No sois vosotros quiénes para poner esas leyes. Porque, ¿de qué vale el ayuno, si el alma está chorreando maldad?... Lo primero que debierais hacer era arrojar de vosotros toda vanagloria y practicar luego las virtudes de la caridad, la mansedumbre y el amor al prójimo. Pero, realmente, nada de esto les dice, sino que con toda modestia les replica: "no pueden ayunar los hijos de la cámara nupcial mientras esté con ellos el esposo".

" Lo que el Señor quiere decir con esto es: el tiempo presente es de alegría y regocijo. No vengáis, pues, con estas cosas tristes. Y, en verdad, cosa triste es el ayuno, no por su naturaleza, sino por la disposición aun demasiado flaca de quienes lo practican. Porque para quienes quieren de verdad vivir santamente, no hay cosa más dulce y apetecible... Mas no sólo por este medio cierra el Señor la boca a sus enemigos, sino también con lo que seguidamente dice: Días vendrán en que les será arrebatado el esposo... Con estas palabras les hace ver el Señor que, si sus discípulos no ayunaban, no era por glotonería, sino por una admirable disposición suya. Pero ya anticipa aquí Jesús un anuncio sobre su pasión... " (Homilía 30, 3-4, sobre San Mateo).

Esta frase del Señor motivó en los primeros años del cristianismo el ayuno del viernes y sábado santos, con lo cual se preparaban para la celebración de la Pascua del Señor. Esos pocos días se fueron luego ampliando, hasta llegar en el siglo IV a la Cuaresma.