– Nm 11, 4-15: Yo solo no puedo cargar con este pueblo. Quejas de los israelitas por el maná. Moisés se desahoga ante Dios. San Pablo, evocando las murmuraciones del pueblo en el desierto, escribe a los Corintios en su primera Carta, 1Co 10, 6: " No codiciéis el mal, como lo hicieron vuestros padres ". San Agustín dice:
" Cuando los cuerpos de los fieles son sometidos a servidumbre, toda disminución del placer corporal va en provecho de la salud del espíritu. Por ello debéis guardaros de buscar manjares costosos, o simplemente sustituirlos por otros, a veces, más exquisitos, bajo la excusa de no comer carne. La mortificación del cuerpo y su reducción a servidumbre conlleva reducir los placeres, no cambiarlos por otros. ¿Qué importa un alimento u otro, si la culpa está en el deseo inmoderado del mismo? La voz divina condenó a los israelitas por apetecer no sólo carnes, sino también algunos frutos y alimentos del campo... Por lo tanto, amadísimos, sean cuales sean los alimentos de que os plazca absteneos, recordad las palabras antes mencionadas, para manteneros en vuestros propósitos por religiosa templanza, sin condenar, por sacrílego error, a ninguna criatura de Dios " (Sermón 208, 1).
– Con unos versos del Salmo 80 nos unimos a la lectura anterior: " Aclamad a Dios, nuestra fuerza. Mi pueblo no escuchó mi voz. Israel no quiso obedecer. Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino ". Un Dios tan bueno para con su pueblo, tiene derecho a que se le oiga y se le obedezca como su único Dios. Él ha testimoniado de sí mismo narrando todas sus grandes gestas en favor de Israel. Ahora corresponde a los israelitas dar testimonio de sí mismos obedeciendo y amando a su Señor. No quisieron. Pero Dios esperó su conversión. Así también nosotros. Todo pecado es una especie de idolatría que sustituye al Dios único por un capricho. También el Señor espera nuestra conversión, nuestro progreso espiritual. Siempre podemos, debemos, optar por un grado mayor de perfección.
– Jr 28, 1-17: Jeremías sufre la contradicción del profeta Ananías que asegura al pueblo una liberación inmediata. Jeremías, desorientado en un principio, cambia de postura y, desenmascarando al falso profeta, denuncia la próxima derrota.
El individuo que va a la búsqueda de sí mismo, considera que la actitud de la sociedad para con él es la de los falsos profetas, puesto que calla una verdad para ofrecer otra; por otra parte, define la verdad de manera tan absoluta y con una publicidad tan bien orquestada, que el individuo se verá obligado a aceptarla, no por convicción, sino para ser bien visto, por causa de su buen nombre o, simplemente, para no hacerse notar. Es, por consiguiente, imposible que una sociedad así concebida tenga una alta concepción de su ética.
El " falso profeta " puede hallarse también en los que defienden la lucidez con fanatismo; los que crean poseer ellos solos la verdad, los que no quieren escuchar, sino que se les escuche. Todo ha de ser moderado por la humildad y el amor.
– De nuevo rezamos unos versos del Salmo 118, el más largo de todo el Salterio. Humildemente se pide al Señor que nos instruya en sus leyes, que nos aparte del falso camino y nos dé la gracia de su voluntad, que no quite de nuestros labios las palabras sinceras, porque queremos esperar en sus mandamientos..., que sea nuestro corazón perfecto en sus leyes, para no quedar avergonzado. A pesar de los lazos y redes del enemigo el fiel medita los preceptos del Señor. Instruídos por Él no nos apartamos de sus mandatos.
– Mt 14, 13-21: La multiplicación de los panes y peces. Se ha querido ver en este hecho a Cristo como un nuevo Moisés, capaz de saciar al pueblo con alimento de vida y conducirlo a los pastos definitivos. Toda la narración de la multiplicación de los panes y de los peces está concebida de tal manera que aparece realmente Cristo, no como Moisés, sino como superior a él, ofreciendo un alimento de más valor que el antiguo maná, liberando al pueblo del legalismo en que había caído la ley de Moisés, triunfando sobre las aguas del mar y abriendo acceso a la verdadera Tierra Prometida, no solamente a los miembros del pueblo elegido, sino también a los mismos paganos. San Juan Crisóstomo comenta este milagro:
" Por el lugar en que se hallaban, por el hecho de no darles de comer sino pan y peces, y dársele a todos en igual medida y en común y que a nadie se le procurara mayor porción que a otro, el Señor daba a las muchedumbres lecciones varias de humildad, de templanza, de caridad, de aquella igualdad que había de imperar entre todos y de la comunidad de bienes en que habían de vivir... Él les dio partidos los cinco panes y éstos se multiplicaban en manos de los discípulos. Y no acaba aquí el prodigio, sino que el Señor hace que sobren, y que sobren no sólo panes sino también fragmentos. Estos mostraban que eran restos de aquellos panes, y los ausentes podían fácilmente comprobar el milagro.
" Podía muy bien el Señor haber hecho que las gentes no sintieran hambre, pero sus discípulos no se hubieran dado cuenta de su poder, pues eso mismo había sucedido con Elías (3 Re 17, 9-16). El hecho fue que los judíos quedaron tan maravillados de este milagro, que intentaron proclamarlo rey, cosa que no hicieron en ningún otro prodigio del Señor. ¡Qué palabra, pues, pudiera explicar cómo se multiplicaban aquellos cinco panes, cómo corrían como un río por el desierto, cómo fueron bastantes para tan ingente muchedumbre? Eran, en efecto, cinco mil hombres sin contar las mujeres ni los niños. Máxima alabanza de aquel pueblo, pues seguían al Señor a par de hombres y mujeres, ¿Cómo se formaron los fragmentos? Porque éste es otro milagro no menor que el primero. Y hubo tantos que se llenaron doce canastos, en número igual, ni más ni menos al de los apóstoles. Tomando, pues, los fragmentos, los dio el Señor no a las muchedumbres, sino a los apóstoles, pues las gentes eran aún más imperfectas que los apóstoles " (Homilía 49, 3 sobre San Mateo).