32ª semana del Tiempo Ordinario, jueves

Años impares

Sb 7, 22-8, 1: La Sabiduría es reflejo de la Luz eterna y espejo nítido de la actividad de Dios. En realidad la Sabiduría divina es el Verbo encarnado, Cristo (cf. 1Co 1, 24). El texto marca los jalones de una teología de la Trinidad. Contempla, efectivamente, la Sabiduría divina en su trascendencia y a la vez en su inmanencia. De esta manera, el Dios único y Santo de Israel es al mismo tiempo el Dios que salva y que comparte su ser, comunicándolo por la vida de la gracia. Comenta San Agustín:

" Este Unigénito, que permanece todo entero junto al Padre, todo entero brilla en las tinieblas, todo entero está en el cielo, todo entero en la tierra, todo entero en la Virgen, todo entero en su cuerpo de Niño, y no de forma sucesiva, como si pasase de un lugar a otro... No se desparrama como el agua, ni cual tierra se le retira de un lado y se lleva a otro con fatiga. Cuando está todo entero en la tierra no abandona el cielo y, de la misma manera, cuando está en el cielo, tampoco se aleja de la tierra, pues "alcanza de un extremo a otro con fortaleza y dispone todas las cosas con suavidad" (Sb 8, 1) " (Sermón 277, 13).

¡Oh beatísima Trinidad, nosotros te adoramos y te reverenciamos como Dios unitrino!

– Con el Salmo 118 decimos: " Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo. Tu fidelidad de generación en generación, igual que fundaste la tierra y permanece. Por tu mandamiento subsisten hasta hoy, porque todo está a tu servicio. La explicación de tus palabras ilumina, da inteligencia a los ignorantes. Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, enséñame tus leyes, que mi alma viva para alabarte, que tus mandamientos me auxilien ".

Años pares

– Flm 7-20: Todos somos hermanos en Cristo, y así hemos de acogernos recíprocamente. No es puro sentimentalismo. Es expresión de la caridad fraterna, en la que libres y esclavos se relacionan como hermanos en Cristo.

Así lo predica Pablo a Filemón, transmitiéndole una llamada de Dios, y considerándolo como " hijo " suyo, engendrado por él en el Evangelio. En efecto, la Palabra de Dios es eficaz y lleva consigo la vida y la fecundidad. Por lo tanto aquel que la transmite ejerce una especie de paternidad (1Co 4, 14-21). Y cuando el Apóstol no se contenta con transmitir verbalmente la Palabra de Dios, sino que la vive en su propia persona hasta el sufrimiento, la Cruz y la prisión (Ga 4, 19), manifiesta que su paternidad es verdadera, como la vida de Cristo fue el instrumento de la paternidad de Dios para con los hombres (1Co 4, 15). Puede, por tanto, exigir a sus discípulos un afecto filial que él tiene sumo cuidado de atribuir a Dios, ya que su paternidad es simplemente vicaria (1Ts 2, 7-11). Por eso Pablo intercede ante su hijo Filemón en favor del esclavo Onésimo.

– Con el Salmo 145 consideramos dichoso a " quien auxilia el Dios de Jacob, que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos, que liberta a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan. El Señor ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda ". Por eso nosotros, como hijos suyos, le imitamos asistidos por su Espíritu, practicando todas las obras de caridad para con el prójimo.

Evangelio

Lc 17, 20-25: El Reino de Dios está dentro de nosotros. Jesús enseña siempre la primacía de lo interior. Comenta San Ambrosio:

" "El Reino de Dios está dentro de nosotros" por la realidad de la gracia, no por la esclavitud del pecado. Por lo tanto, el que quiera ser libre, sea esclavo en el Señor (1Co 7, 22), pues en la misma medida que participamos de esa esclavitud, en esa misma participamos del Reino. Por eso dijo: "el Reino de Dios está en medio de vosotros". No quiso decir cuándo iba a venir, sino que anunció que el día del juicio tenía que venir de tal modo que producirá en todos un gran terror. Y ese día, ciertamente, se va acercando, aunque no determina el tiempo que tardará en llegar " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.VIII,33).

El hombre festeja su propio tiempo en la medida en que busca la eternidad de cada instante y la vive en la misma vida de Dios. No existe ningún día que haya que esperar más allá de la historia; cada día encierra en sí la eternidad para quien lo vive en unión con Dios, sobre todo en la celebración eucarística que reactualiza sacramentalmente el sacrificio redentor del Calvario.