– 1M 6, 1-13: Muero de tristeza, por el daño que hice en Jerusalén. Antíoco Epifanes, el perseguidor, es atacado por una enfermedad, lejos de su país, y muere reconociendo que sufre el castigo de sus faltas. El pueblo de Dios a lo largo de su historia pasa por la experiencia de la persecución; ésta no perdona al Hijo de Dios, que ha venido a salvar al mundo, y es odiado por él. Todo culmina en su pasión y muerte en Cruz. También sus discípulos sufren persecución a lo largo de los siglos.
Pero, los perseguidos vencieron siempre, incluso cuando fue motivada la persecución por los pecados del pueblo. La historia muestra el fin de los perseguidores, unos convertidos, como es el caso de San Pablo, prodigio admirable al comienzo del cristianismo; otros despechados y doloridos por su fracaso, como es el caso de Juliano el Apóstata y de tantos otros. Confiemos siempre en el Señor. Pasan los hombres, pasan los perseguidores, pero Dios, Cristo y su Iglesia permanecen para siempre.
– Con el Salmo 9 cantamos al Señor que nos defiende de los enemigos: " Gozaré, Señor, de tu salvación. Te doy gracias, Señor, de todo corazón, proclamando todas tus maravillas. Me alegro y exulto contigo y toco en honor de tu nombre. Porque mis enemigos retrocedieron, cayeron y perecieron ante tu rostro. Reprendiste a los pueblos, destruiste al impío y borraste para siempre su apellido. Los pueblos se han hundido en la fosa que hicieron, su pie quedó prendido en la red que escondieron. Él no olvida jamás al pobre, ni la esperanza del humilde perecerá ".
– Ap 11, 4-12: Los dos testigos se oponen a los dos bestias. Habla el Apocalipsis de dos Bestias malignas y de dos testigos fieles de Cristo que les resisten y combaten. Comenta San Cesareo de Arlés:
" Éstos son los dos "que están", no los que estarán. "Los dos candelabros" es la Iglesia, pero por causa del número de los dos Testamentos dijo dos; de igual modo que dijo cuatro ángeles para significar la Iglesia, aun cuando sean siete, siguiendo el número de los ángeles de la tierra, y así toda la Iglesia es representada por los siete candelabros, si bien enumera uno o más de uno según los lugares. Zacarías contempló un solo candelabro de siete brazos (Za 4, 2-14), y estos dos olivos, es decir, los dos Testamentos, vierten el aceite en el candelabro, es decir en la Iglesia. Así como en el mismo lugar tiene los siete ojos -la gracia septiforme del Espíritu Santo-, que están en la Iglesia y observan atentamente toda la tierra... Si alguno hiere o quisiera herir a la Iglesia, con las oraciones de su boca será consumido por el fuego divino, ya sea en el presente para su corrección, ya sea en el siglo futuro para su condenación " (Comentario al Apocalipsis 11).
– Con el Salmo 143 decimos: " Bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea. Mi bienhechor, mi alcázar, mi baluarte donde me pongo a salvo; mi escudo, mi refugio, que me somete los pueblos. Dios mío, te cantaré un cántico nuevo, tocaré para ti el arpa de diez cuerdas; para ti que das la victoria a tu pueblo escogido y salvas a tus siervos ". Tú salvas a la Iglesia, a todas las almas que en ti confían.
– Lc 20, 27-40: No es Dios de muertos, sino de vivos. En la enseñanza de este Evangelio, Jesús afirma la realidad maravillosa del mundo nuevo y reafirma la resurrección. Comenta San Ambrosio:
" Los saduceos, que eran la parte más detestable de los judíos, tientan al Señor con esta cuestión. Abiertamente Él les reprende entonces su malicia y, en un sentido místico, retuerce su posición, precisamente con la doctrina de una castidad ejemplar, tomando pie del problema que ellos le propusieron, ya que, según la letra, una mujer debería casarse, aun contra su voluntad, para que el hermanos del difunto le diese un heredero. De aquí el dicho "la letra mata" (2Co 3, 6), como una propagadora de vicios, mientras que el Espíritu es el maestro de la castidad... Para la sinagoga la ley, literalmente tomada, es muerte, mientras que aceptada en sentido espiritual, la hace resucitar " (Tratado sobre el Evangelio de San Lucas lib.IX, 37 y 39).
Recibiendo esa doctrina con verdadero espíritu de fe, vivamos de tal modo que tengamos una resurrección gloriosa.